La vida en la Patagonia Vivir en el sur Por M. Florencia De Lorenzo y Edgardo Madaria “La historia humana es la historia del choque de los sueños con la realidad, la desilusión es su trama”, expresó alguna vez Ernesto Palacio. En esta edición, Tiempos Patagónicos inaugura una nueva columna destinada a contar viejas y nuevas historias de pobladores patagónicos. Los “NyC”, los “VyQ”, las esperanzas, los desencantos y toda la experiencia de vivir en el sur. Nacer y criarse Gobernador Gregores está ubicada a unos cuantos kilómetros de Puerto San Julián, en el centro de la inmensa meseta santacruceña. Allí nació y se crío Don Ramón Barrenechea, juez de paz de la zona durante más de 25 años y uno de sus más antiguos pobladores. Hace más de cincuenta años, la región estaba poblada de estancias, “cuando yo era juez teníamos una inscripción de 180 estancias, hoy quién sabe si quedan 30”, recuerda con nostalgia Don Ramón. “En esa época todos bajaban al pueblo a realizar los trámites necesarios para movilizar la hacienda”. Los padres de Don Ramón llegaron de España, a Cañadón León, así se llamaba entonces, en 1915, época en que la ganadería ovina se encontraba en progresiva expansión. Entre la década del ´30 y del ´40, llegaron a tener alrededor de siete mil animales, “a pesar de ser -según Don Ramón- uno de los poblados más chicos en esa época la lana se pagaba muy bien, la gente progresaba. Hoy la mayoría de las estancias se están reconvirtiendo al turismo, a muchas las están comprando gente de mucho dinero”. En 1926, superando numerosas dificultades, la familia Barrenechea pobló el establecimiento conocido como “La Vasconia”, allí mediante la plantación de hileras de álamos y sauces, alfalfa y quintas de hortalizas y árboles frutales, demostraron que era posible modificar la aridez de la zona. “En esa época la lana se pagaba muy bien, la gente progresaba. Hoy la mayoría de las estancias se están reconvirtiendo al turismo, a muchas las están comprando gente de mucho dinero” La localidad debe su nombre a quien gobernó la provincia de Santa Cruz entre 1932 y 1945, el capitán de corbeta D. Juan Manuel Gregores, “hombre muy activo... solía recorrer solo en su coche la mayoría de los pueblos, las distancias son las mismas pero los caminos eran otros”, asegura Don Ramón Barrenechea. Después de cumplir dos años de “milicia” en Puerto Belgrano, Don Ramón volvió a Gregores a ayudar a su padre, quien para entonces tenía un cine. “Después compré un negocio y luego me nombraron juez suplente, de titular estuve desde el ´73 hasta que me jubilé. Entonces estaba facultado para hacer cumplir arrestos y cobrar multas. Si se trataba de un delito más grave le tomaba declaración y remitía el trámite a la instancia superior, que en nuestro caso era Puerto San Julián. Si el trámite tenía que seguir, pasaba a la Cámara de Apelaciones en Río Gallegos. Ahora todo se va poniendo más delicado, eso pasa porque los pueblos crecen...“ En la memoria de este hombre de manos curtidas por el sol y el viento, también hay un espacio para la niñez: “durante el verano se juntaban cinco o seis familias a pasar el día. Mi La vida en la Patagonia papá hacía el puchero carrero que le decían, y también el café carrero, al que hacían hervir, le largaban una brasa para que se asentara y el café quedaba con un sabor hermoso”. Cae la tarde y un compromiso lo obliga a dejarnos, quedan todavía más historias, de la época de las huelgas en los años ´20, de cuando su padre fue presidente de la Comisión de Fomento, de la vida en Gregores hoy, y más, más anécdotas que quedan pendientes para el próximo encuentro. Venir y quedarse Alejandro Byrne tiene 44 años y es agente de viajes y turismo. Tras administrar su propia agencia durante 5 años en Buenos Aires, en febrero de 1987 decidió radicarse en la Patagonia. “Buscaba un lugar tranquilo, con poco desarrollo y mucha naturaleza virgen. Un lugar especial para criar hijos y vivir plenamente la familia. Esquel fue el elegido, dadas esas condiciones” y, sin dudar, asegura que “estaba saturado de la vida de la ciudad”. Sin embargo, no le fue fácil establecerse en la región: “me costó mucho pagar el derecho de piso, aproximadamente entre dos y tres años”. En este sentido, menciona entre las desventajas a “los gastos extras que ocasiona el invierno (luz, gas, leña), la desocupación local (15 %) y los bajos presupuestos municipales condicionados al asistencialismo y no a obras y servicios”. E inmediatamente, dispara contra “la indiferencia de los gobiernos nacionales hacia la Patagonia y la histórica indiferencia del gobierno provincial hacia la cordillera”. Pero no todas las noticias son malas. “Las ventajas son las diferentes actividades físicas que se pueden desarrollar tanto en el invierno (ski) como en verano: bicicleta, escalada, rafting, kayacs”. Habiendo cumplido ya 14 años como patagónico, Alec Byrne recuerda que una de sus intenciones fue la realización profesional. “Las expectativas fueron muchas, en especial desarrollar intensivamente el turismo activo, cosa que aquí no se conocía en aquel entonces y era como hablar de otro turismo. El turismo es el potencial, sin desarrollo ni promoción. No existen empresas, sólo la administración pública vive sin sobresaltos, ya que la Provincia paga más o menos en término y prácticamente todo el comercio de la región subsiste en función a los sueldos públicos. La realidad es que hay poco desarrollo y producción”. Pero este panorama, en cierto modo pesimista, no lo desanima: “no tengo pensado moverme de la Patagonia, quizás sí moverme de región en busca de mejores alternativas laborales”. “La situación social de nuestra región es bastante preocupante. La lana ha dejado de tener el valor que tenía y los campos están en condiciones desastrosas. La mano de obra se viene a la ciudad, se instala en los faldeos y se radica buscando el asistencialismo municipal. Cuando se lo consulta específicamente acerca de la situación por la que atraviesa la Región Patagónica, aparece el hombre que, lejos de la indiferencia, se siente comprometido con la realidad en la que vive: “La situación social de nuestra región es bastante preocupante. La lana ha dejado de tener el valor que tenía y los campos están en condiciones desastrosas. La mano de obra se viene a la ciudad, se instala en los faldeos y se radica buscando el asistencialismo municipal. Ellos viven sin los servicios básicos y cada vez el éxodo del campo se vislumbra en los barrios altos, con muchos problemas de alcoholismo, desnutrición, salud y educación. Las poblaciones no poseen infraestructura necesaria para hospitales ni centros asistenciales. En educación se está mejorando de a poco, aunque todavía falta. Pero el eterno problema es la La vida en la Patagonia desocupación y la subocupación. No existen fuentes de trabajo. Si no tenés una beca municipal o provincial, no existís”. Nuevamente surge la lógica demanda hacia las autoridades nacionales. “Creo que el Estado Nacional tiene una deuda muy grande con la Patagonia, quien abastece de combustible y energía a gran parte del país. A pesar de ser una región prodigia, falta el desarrollo y el progreso que traerá ocupación”. La conclusión final del artículo no merece la intervención de los redactores. El propio Alec Byrne remata sin pelos en la lengua: “Como dato final quiero decir que la Patagonia es una región muy grande, con un sinfín de atractivos y curiosidades, que es más conocida en el exterior que en nuestro país. Pero para los que vivimos en ella, y sabemos qué es lo que tenemos, nos sentimos orgullosos de ser los desafiantes a todos los avatares que nos ocurren. En sí, a la Patagonia se la recuerda, se la menciona y se la visita sólo en verano. El resto del año es Pata-agonía”.