María leída a la luz del incendio

Anuncio
María leída a la luz del incendio
(África en Isaacs: sobre los vínculos entre el mundo africano y el
universo idílico concebido y sacrificado ante la figura de María)
María leída a la luz del incendio
(África en Isaacs: sobre los vínculos entre el mundo africano y el
universo idílico concebido y sacrificado ante la figura de María)
Ethan Frank Tejeda Quintero
Colección Trabajos de Grado Meritorios
Maestría Literatura Colombiana y Latinoamericana
Escuela de Estudios Literarios
Universidad del Valle
Colombia
Santiago de Cali, septiembre de 2012
Rector Universidad del Valle
Iván Enrique Ramos Calderón
Decano Facultad de Humanidades
Darío Henao Restrepo
Director Escuela de Estudios Literarios
Juan Julián Jiménez Pimentel
Coordinador Maestría en Literatura Colombiana
y Latinoamericana
Álvaro Bautista Cabrera
Director Programa Licenciatura en Literatura
Héctor Fabio Martínez
María leída a la luz del incendio
(África en Isaacs: sobre los vínculos entre el mundo africano y el universo
idílico concebido y sacrificado ante la figura de María)
Ethan Frank Tejeda Quintero
Edición: septiembre de 2012
ISBN: 978-958-765-009-9
estudiosliterarios@univalle.edu.co
Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier
medio o con cualquier propósito, sin la autorización
escrita del autor.
Diseño y diagramación:
Unidad de Artes Gráficas
Facultad de Humanidades
Universidad del Valle
Cali - Colombia
Contenido
1. Introducción
1.1. Vencido el país de las purezas.
(Falseadas genealogías de las violencias)
1.2. La poesía del símbolo, expansión y extinción
13
18
22
2. ÁFRICA REFERENTE, AMÉRICA PREFERENTE
29
2.1. La fortaleza y el tránsito, muerte de los falseados orgullos
40
2.2. Señoríos bajo sospecha
45
2.2.1. Fe y progreso, relevo brutal
50
2.2.2. Cronismo y culpa
52
2.2.3. Crónica ideológica, relato del naturalismo del compromiso 55
2.2.4. Excepción-intención, cronismo de la diferencia
VS. cronismo políptico
58
2.2.5. Fabulación y humanismo
62
2.3. La negredumbre, el exotismo y los territorios
67
2.4. Nay y María, la maternidad de la escucha
78
2.5. Isaacs regularizado, el uso político de las lecturas congeladas 91
3. MITOPOIESIS,
CUESTIÓN QUE VENCE A LAS UTILERÍAS
3.1. Sinar y el símbolo, resistencia del mito
95
104
4. MÍMESIS, ORALIDAD Y ENCICLOPEDIA
121
5. CATARSIS AFRICANA, LA SUGESTIÓN EN EL CANTO DE LAS AYAS
5.1. Escucha infante, lectura infantilizada, réplica adulta,
defensa política
5.2. África en Isaacs, mucho más que un recurso narrativo
5.3. La inclusión de los capítulos del melodrama africano:
¿lección no aprendida?
5.4. La mirada americana de África. Isaacs,
¿culpable de inocencias?
141
157
185
195
212
5.5. Cristianización del paisaje, paleta de color
para el desandar lo que duerme en la palabra negada
5.6. El relevo narrativo, estética transfigurada
5.7. Sombras, ¿fundidas o confundidas?
233
246
254
6. ARTEFACTOS. ARTE DE LOS QUE HICIERON EL
VIAJE HACIA EL OTRO NAVEGANDO
SOBRE EL DEFECTO257
6.1. Libertad y desarrollo. Libertad y género
(accidentadas lecturas)
264
7. CONCLUSIONES. SINCRONÍA, OPUESTOS Y COMPLETITUD
271
7.1. Pluma sujeta, libertad que se leería con el pasar de los años 273
7.2. Consideraciones finales. Nay, los derroteros
de una invisible imposible
279
BIBLIOGRAFÍA284
A mi familia
A Darío Henao
Restrepo por su valioso acompañamiento.
A Hernando Urriago, Fabio Martínez y Umberto Valverde
por sus lecturas y conceptos.
A Julián Malatesta
por su apoyo para la publicación de este libro.
África en Isaacs: sobre los vínculos entre el mundo africano y el
universo idílico concebido y sacrificado ante la figura de María
Cuando un negro me saluda,
¡Ay!, qué miedo que me da
De verle los ojos blancos,
¡Santísima trinidad!
Canciones y coplas populares,
Jorge Isaacs.
África imaginada,
proyecto político ligado a la explicación “única” del mundo
1. Introducción
La monotonía de la lectura de una obra como María se rompe
en el jugar con un cerillo que amenaza al polvo acumulado entre las
páginas de los tratados y de los diccionarios, se vence en la perspectiva
incendiaria del que rebusca indicios entre la tierra arrasada, se desmonta
en inquietudes donde la laya y el espacio-tiempo se confunden en
hallazgos y reivindicaciones. Al lector se le exige en este texto tener la
disposición de avanzar tanto con el fuego milimétrico que cabe entre
los dedos como con la tea que se pretende luz de nuevas rutas o la
Coleman que sirve para romper las cortinas de humo y las telarañas de
las estancias abandonadas.
Mi labor es una mano más puesta al servicio de la ruptura de velos,
de la violación de cortinas que arden ante las miradas con afectos
de más por las cenizas; es mi esfuerzo significado-justificado por el
romper de telones que en su quietud son sensibles más a la bola de
demolición que a la filigrana y el cordel que nos regala la desnudez en
el detalle.
La novela de Isaacs es un escenario de motivaciones inagotables
donde tras las letras se esconden seres de diversas mitologías, es una
geografía del sentido que no se rinde ante el catalejo de los testigos
adolescentes, de los párvulos suspirantes que consideran que la caza
de las motivaciones de Isaacs se agotó en el fenecer de las tendencias
que justificaron a los movimientos románticos.
La obra que caminó una América donde hablar de educación laica
era considerado herejía, la pieza que se enfrentó a poblaciones que aún
no se dejaban encasillar en la administración adjetiva del mundo que
sólo les consideró cual públicos, la historia que encriptó informaciones
para el deleite de futuras miradas, merece focalizaciones nuevas e
interpretaciones que confundan los hallazgos de una investigación con
el ejercicio creativo de voces dispuestas al riesgo de la imaginación.
Por respeto a la inmensidad de sus leyendas y por temor a la ocultación
14
Ethan Frank Tejeda Quintero
de sus ribetes misteriosos, le propongo al lector el sacrificio de los
afanes por lo constatable, en una lectura de la exageración del indicio
donde las polémicas de un Isaacs sometido a las murmuraciones se
revivifican por considerar la condición negra del escritor no sólo en el
atrevimiento de Baldomero Sanín Cano de ubicar su nacimiento en el
Chocó,1 sino en los perfiles constitutivos de su educación sentimental.
Educación que no se agota en suspiros y donde, al incluirlos en un
replanteamiento de nuestros orgullos, se restituye a los sometidos.
Noé Jitrik habla de la existencia de cuatro líneas de aproximación
a la obra de Isaacs, al tiempo que identifica un propósito central en
María: “establecer una verdad histórico-poética de sus contextos tanto
espaciales como temporales”. Las vetas de aproximación a la novela
propuestas por el argentino son claras:
La primera se expande en comentarios sobre lo que presenta el
texto como situación o como drama de personajes cuyos actos suscitan
interpretaciones variadas; la segunda informa sobre las presencias
literarias en el texto, Saint Pierre, Chateaubriand y otros, y refiere
la filosofía- el romanticismo- que daría consistencia a la novela; la
tercera tiende a mostrar la relación que existe entre la obra y el autor,
tentación prologuista o enciclopédica, típica de las historias de la
literatura que no se proponen ir más lejos que los prólogos; la cuarta,
por fin, se propone ubicaciones del autor en su contexto, o sea la masa
política e histórica en sus diversas facetas que podría adivinarse detrás
de la conmovedora trama (2002, p.13).
La primera línea ha sido asumida cual teatro cargado de ornamentos
y lujos que inutilizan, ha sido vista con un foso plagado de seres de
leyenda y una orquestación que dispara suspiros contra los telones,
las butacas de primera fila, los palcos de viudas y los prisioneros en
El Paraíso; la segunda está dispuesta cual biblioteca con anaqueles
donde las pulsiones de lo propio nadie se ha interesado en clasificar;
la tercera es una oficina de pasaportes, donde se aprueban los visajes
hacia los universos idílicos, los círculos de la legitimación y las tierras
donde se cruzan los caminos de la adulación y el detrimento; la cuarta
1
En palabras de Baldomero Sanín Cano: “Datos biográficos relativos a Jorge Isaacs le hacen
nacer en Cali; pero he tenido la ocasión de consultar en Londres a personas de su familia, cuyos
recuerdos están conformes en el hecho de que cuando vino al Valle la familia Isaacs, el poeta, en
mantillas, formaba parte de la caravana (1987, p.184).
María leída a la luz del incendio
15
es una mansión sin terminar, donde muchos han intentado dictaminar
los decorados, mientras la población flotante de las estancias avanza
con zapatos livianos y marca derroteros dispersos ahí donde la fórmula
certera para perderse es seguir un sólo destino de los palimpsestos
como seguro sendero, pues en aquel lugar es cuestión inadmisible
asumirse como poseedor de títulos absolutos de propiedad.
En relación con esa cuarta línea, que habito provisionalmente,
la siguiente es la lectura que considera a María2 como a una hija de
la negredumbre; lectura que, mientras se calza las huellas esclavas,
avanza sin la angustia por la revelación de la verdad. Lectura que va
sin la tiránica referencia del adelante, que se da no sin advertir los
riesgos de frente a la acumulación de sanciones que ningún esfuerzo
hicieron por disimular a las intenciones por letargos mitad sopor mitad
suspiro, a los ejercicios “criogénicos” que se han transformado en el
aditamento perfumado de los cinismos, a las mamposterías carcelarias
que han fungido como la talanquera de cuatro muros que corren hacia
adentro, mientras camuflan por ornamentos la amenaza al lector de
una asfixia total.
Como hito de la expresión, María ha sido bandera de diversas
causas:
1. La consolidación del nombre, entre el fenómeno de la enciclopedia
resuelta, de un sujeto autor identificado con las estirpes raciales de
los principales de una región, nacido entre una pirámide pulida por
los que creen que en odios pueden disimular los patetismos de sus
emergencias.
2. La exaltación de los dogmas religiosos que encuentran en el
escritor una posibilidad de reforzar la idea carcelaria de la imagen
y semejanza.
3. La algazara de los que intentan encontrar en sus letras la completitud
de las conversiones.
4. La fruición de los que hablan de la imposibilidad de crear por
fuera de las tradiciones que hacen de María un indicio más de
la universalidad del acto literario que convierte a los autores de
América en una caterva de replicantes.
2
Tanto el personaje como la obra, por eso no incurro en la regularizadora cursiva.
16
Ethan Frank Tejeda Quintero
5.La posibilidad de reivindicar a Isaacs a contra lógica de los que
elevaron las fabulaciones de los territorios.
La última cuestión, casi en su totalidad, devora las motivaciones de
esta iniciativa ensayística, donde el efecto de lo inconexo no desvirtúa
los vínculos entre los conceptos pilares de nuestra dominación,
los segmentos incluidos en el cuerpo de María, las voces que han
constituido los sucesos e infortunios de la obra y las lecciones que
movieron a la apreciación crítica a malear entre la exclusión, lo no
advertido y lo ninguneado.
En relación con la encriptación y la condición viva de María ante
nuevas lecturas, Jitrik nos la muestra como una novela dispuesta para
futuras advertencias:
En la vaporosa atmósfera que presenta paisajes, descripción de
tareas y de ambientes, modos de vida, todo significa en lo no dicho
sin que emplee el mecanismo de la conjetura como un modo de
enunciación que velaría las afirmaciones. Las afirmaciones, a su vez,
resultan de una narratividad concebida como monólogo a una sola
voz. El monologismo, que es una de las vetas más acendradas del
romanticismo, congruente con su filosofía del individualismo, es un
imposible, se dirige a o requiere de un interlocutor que, en el caso de
María, siendo el propósito del relato, eso que tiene de único, somos
nosotros mismos o sea la sensibilidad de una época que, por eso, es
todavía la nuestra puesto que podemos no desechar ese texto por
anacrónico sino ser capaces de prestarle atención (2002, p.19).
Tras la conciencia de la multiplicidad de aquel nosotros en María,
presento los elementos que justifican una de las advertencias que en
mi contemporaneidad urgen a aquel deíctico en la novela; licencia
para quien se atreva a asumirse como un interlocutor afanado por las
reivindicaciones que se nos niegan tras simpatías de más (causa-efecto
de los aletargamientos nacidos de diversas sugestiones) por la placidez
paradisiaca de las lecturas rápidas.
En el detalle, lo excepcional de Isaacs que nos obliga nuevamente
a “ser capaces de prestarle atención” a su obra:
1. En el Relato de Nay y Sinar existe una gran cantidad de elementos
María leída a la luz del incendio
17
que se pueden considerar extraños para las lecturas que se hacían
de África en la época de la publicación de María.
2. En los capítulos del Dagua, se relata a una población que otros
simplemente han pasado por alto o han cargado con las caricaturas
de los cuadros costumbristas.
3. Isaacs escapa de las maneras de la incipiente literatura negrista,3 al
ir más allá de las utilerías y vestir de elementos míticos y poéticos
a su representación del ser afroamericano.
4. El autor es consciente del cambio de políptico que justifica, por
cuestiones económicas, el desmonte de la trata pero no la abolición
de la esclavitud.
5. Le reconoce al ser africano los elementos de sugestión-fascinación
que determinan tanto su educación sentimental como su condición
de relator.
6. Desmonta las confianzas en torno a la imagen del padre que es pilar
de la sujeción, dominación y extinción de los pueblos sometidos
por el coloniaje.
La siguiente es una lectura crítica que hace de la imaginación
el ariete principal de los atrevimientos, pero se aleja de los efectos
Baldomero Sanín Cano aleja del riesgo de aquella sanción a la obra de Isaacs, entendida
como una cuestión de simulacros que usan las paletas que contienen al “color local”; Sanín
Cano considera como el origen de la gran magnitud de María a la identificación de una tradición
que no se limita a los llamados criollismo o a los exotismos; en la reseña de Sanín Cano, se
libra al caucano del estigma de la observación superficial¨: “Como efecto inmediato de una
marejada romántica invadió a los literatos colombianos la preocupación del color local, de que
nacieron en forma de diluvio los cuadros de costumbres. El género ocupó, como las aguas de
aquel castigo del cielo, los hondos valles antes de elevarse muchos codos sobre las montañas
más altas. Causa mareo o impaciencia volver los ojos a esa inundación y tener que reconocer
que entre la innumerable cantidad de escritores dedicados a reproducir el ambiente en que
estaban sumergidos, apenas hay tres o cuatro que de veras lo hubiesen sentido y que dejen en
sus páginas la impresión de un contacto verdadero con la realidad. La observación superficial
es el carácter distintivo de esta literatura, el gracejo de valor equívoco la sal de su vida; y una
incapacidad de reproducir lo sentido, como no sea por medio de la exageración, constituye el
secreto procedimiento descriptivo. Observar de prisa y reproducir en escorzo, desde un ángulo
improbable, era la preocupación de estos pintores del género” (1987, p.191).
Comparto con el crítico la voluntad de Isaacs de asumir un entorno acercándose a “describir
la naturaleza circundante y el alma de sus paisanos”, pero no comparto el planteamiento en
tanto al procedimiento, donde Sanín Cano sólo encuentra el “atemperarse” con lo que dictaba
la lectura de autores como Chateaubriand, Balzac, Larra y Manzoni. Predisposición para actuar
en obediencia al canon que no considero parte del espíritu principal de la obra del caucano,
pues esta supera en gran medida a sus supuestos referentes, aventajándoles en tanto a suma de
materiales, voluntades de escucha y escenificación de apuestas ideológicas.
3
18
Ethan Frank Tejeda Quintero
convertidos en camisa de fuerza, no pretende sublimar la conciencia
del autor referido, pues se acerca a las posibles características de los
eslabones de la cadena que lo amarraba a dos columnas irregulares: la
de la fascinación y la de la sujeción.
1.1. Vencido el país de las purezas. (Falseadas genealogías de las
violencias)
En María se dan apropiaciones de información que el país de las
purezas4 estaba acostumbrado a ignorar:
1. Las poblaciones provenientes del continente negro5 son relatadas
como pertenecientes a un mundo instituido, con una historia de la
apropiación del territorio y con un cambiante campo de relaciones
políticas o bélicas entre las naciones.
2. Se establecen toponimias concretas que delimitan la narración al
África occidental, específicamente a las naciones que se disputan
el territorio a las orillas del río Tando y del río Gambia.
3. Se cuenta a sujetos pertenecientes a distintas culturas africanas: los
Achantis, los Achimis, los Kombu-manez y los Cambez.
En torno a los dos últimos pueblos referidos existen discusiones
sobre la posible invención de Isaacs de aquellas nominaciones; sin
embargo, en tanto al pueblo anfitrión de la corte de Magmahú se
pueden encontrar indicios de su existencia: en la obra de Alonso de
Sandoval se ubican dos pueblos a las orillas del Gambia que comparten
las raíces Kombu y Manez.
A los Manez o Manes, Sandoval los asocia a un territorio del
términus entre las riveras del Gambia y un tributario habitado por los
Cazes. El caracterizador en la distancia, adosa a los pobladores de
aquel territorio con la apropiación de la noción de comercio a través de
una fruta utilizada como moneda. Sandoval les reconoce en constante
intercambio, contacto y pugna con los mandingas y los zozoes: “De
Concepto sustentado en el imperio de los hispanismos, elitismos y los clasismos evocados.
Tema que posteriormente tendrá su espacio propio en este libro de ensayos sobre el incendio, las
invisibilizaciones y la memoria en lo encriptado.
5
Si bien reconozco que las acepciones “negro” e “indígena” son invenciones de la
dominación, no existe de mi parte intención peyorativa en el uso, por el contrario es un homenaje
a la capacidad de prevalecer de la huella africana que superó todo tipo de violencias, una de
ellas le obligó convertir en cuestión de orgullo a aquello que le prendaron cual grillete o como
metáfora de la vergüenza.
4
María leída a la luz del incendio
19
aquí a ocho leguas la tierra adelante está la sierra Leona, habitada de
Zapes manes, donde además de los nuestros portugueses, hay grande
comercio de naos flamencas e inglesas” (1987, p. 62).
Aquellas raíces parecen estar asociadas a las prácticas antropófagas
o las trashumancias, siendo Manes una categorización y Kombu un
distintivo en tanto geografía e historia. Alonso de Sandoval muestra
la relación del consumo ritual de carne humana y los avances de la
evangelización, pues el dogma impuesto muestra el deshonor y la
vergüenza de aquellas maneras. Los conversos sólo tienen licencia de
devorar un cuerpo simbólico: el de Cristo.
El uso de comer carne humana, que algunas de estas naciones
aún hasta hoy conservan, se ha caído en gran parte; y universalmente
cuando uno se convierte a nuestra santa fe, junto con convertir sus
ídolos en ponzoñosa ceniza, apartan de sí y echan fuera de su casa
los instrumentos y vasijas de esta abominación, cuyo origen referiré
brevemente. Habrá sesenta años que cierta nación de gente bárbara,
por no caber ya en las tierras en que habían nacido y se habían criado
salieron a buscar otras para su vivienda. Estos en Congo se llaman
iacas; en Angola se llaman guindas; en la India, zimbas; en la Etiopía,
gallas, y en la sierra Leona, zumbas, cuyo nombre mudaron en manes.
Su comida cuando venían caminando, era carne humana de los
miserables que prendían y mataban, cuyos cuerpos hechos pedazos
cocían con palmitos, despoblando de esta manera las tierras por donde
pasaban, de sus moradores, y destruyendo los palmares, que son
como viñas y olivares entre nosotros. En la guerra usaban de adargas
tan grandes, que les cubrían todo el cuerpo, y para poner espanto y
temor a la gente, ninguno había que no llevase algún pie, mano u
otro cualquier miembro humano atravesado entre los dientes, siendo
bastante esta vista y su fiereza para poner en huida grandes ejércitos,
que les salían al encuentro (1987, p.67).
Las violencias no son exclusivas de los universos del ser africano,
la violencia se expresa en constancias, lo único que varía es la
administración de sus formas; en María, para los africanos, América
se relata como el continente que fue captura y escape, es la continuidad
de aquella poética de las rebatiñas donde se venden almas a bajísimos
importes, si a estos se les compara con la conmensura de la riqueza
ignorada por los que negociaron oro por hierro ensangrentado: “Nay
20
Ethan Frank Tejeda Quintero
supo enseguida por Gabriela, al referirle esta que estaba vendida, que
esa pequeña porción de oro, pesada por los blancos a su vista, era el
precio en que la estimaban; y sonrió amargamente al pensar que la
cambiaban por un puñado de tíbar” (Isaacs, 1986, p. 234).
La novela muestra cómo África es víctima del desmonte, arrebatada
a la fuerza de su historia, sumergida en condición de alternancia en un
universo de sentido que le resultaba extraño. África se reconoce en
una historia trazable desde los primeros pasos que da un testigo en la
distancia:
Magmahú había sido desde su adolescencia uno de los jefes más
distinguidos de los ejércitos Achanti, nación poderosa del áfrica
occidental. El denuedo y pericia que había mostrado en las frecuentes
guerras que el rey Say Tuto Kuamina sostuvo con los Achimis hasta la
muerte de Orsué, caudillo de estos; la completa victoria que alcanzó
sobre las tribus del litoral sublevadas contra el rey Carlos Macharty,
a quien Magmahú mismo dio muerte en el campo de batalla, hicieron
que el monarca lo colmara de honores y riquezas, confiándole al
propio tiempo el mando de sus tropas, a despecho de los émulos
del afortunado guerrero, los cuales no le perdonaron nunca el haber
merecido tamaño favor (Isaacs, 1986, p.215).
En María, a pesar de no existir, en apariencia, elementos
performáticos que hablen en concreto de las ritualísticas de la fe6
africana, se destacan los relatos de prácticas ligadas al honor de los
guerreros y de los derrotados; Isaacs hace un gran esfuerzo al intentar
recrear el sacrificio de los esclavos ante la furia del río Tando. Alonso
de Sandoval relata aquella práctica como cuestión habitual entre
pueblos a los que nombra tras un genérico: “etíopes”. El colector de
las versiones de los lenguaraces habla de la violencia de los sacrificios,
pero su voz puede constituirse en uno de los artificios necesarios
para la demonización del ser africano7 que sirve de base a la sobre
6
Donald MacGrady considera que estos relatos sí están incluidos, pero los elementos que
cita no escapan al peso enciclopédico de las fuentes usadas por Isaacs. Aportando a las lecturas
mito poética de María, en este trabajo plantearemos la posible inclusión de relatos míticos
americanos en el desarrollo argumental del texto en los capítulos del regreso a Cali de Efraín por
el cañón del Dagua.
7
Sandoval, hablando de la veneración a las cortes que desata el sacrificio humano, nos
recuerda una frase de David: “adorados como dioses, pero muertos como hombres”.
María leída a la luz del incendio
21
ponderación de los hijos del expansionismo que se ocultan tras los
parapetos de la piedad. Por su parte, Isaacs no se detiene en escatologías
ni en los juegos de escrúpulos que le sirvieron a Europa para convertir
los textos de los siglos de la trata en una suerte de zoológicos humanos
bordados en letras.
Sandoval se regodea en descripciones que siguen el sendero del
ardid minucia en un tema conocido en la distancia:
Hace el rey en honra de sus difuntos, en ciertos tiempos del año,
unas fiestas que duran tres días; en ellos sacrifican diez mil y seis
almas, hombres y mujeres. El modo del sacrificio es abrirlos por
las entrañas y dejarlos amarrados a árboles donde sean comidos por
gallinazos. Fuera de ese número tan inmenso, sacrifican también otras
ciento cincuentas mozas doncellas, de edad de catorce a quince años;
a estas llevan al sacrificio desnudas, aunque adornadas de largas sartas
de cuentas de abalorio de vidrio y un paño blanco a modo de banda
que les cubre algo. En llegando al lugar depuntado les cortan a todos
los pies y las manos a cercén, y hechas unos troncos las arrojan vivas
en una bóveda que cubren con una losa, donde se lamentan y gimen
hasta que mueren; y no oyendo ruido, dicen todos muy alegres que ya
están sirviendo al rey (1987, p.81).
La no realización de ese tipo de aproximaciones por parte de la
descripción africana de Isaacs no puede ser considerada un vacío;
es una condición del texto exhibir un tono objetivo cuidado en lo
descriptivo ante un tema que el autor no conoce en su totalidad,
prudencia que no le lleva a elaborar un relato construido de los sujetos
artificiales propios de lo neoclásico. La novela de Isaacs no aborda lo
arquetípico en la disputa de los hombres con sus dioses, expresa lo
humano de una manera determinada por condiciones y por libertades
(nunca ligerezas) donde el amor puede violentar a las costumbres. No
obstante, el caucano no es incólume de ser víctima de las sugestiones
propias de la bestialización que se expresan en los elementos incluidos
en la narración de los universos de Nay:
1. Consumo ritual de los cadáveres de los derrotados.
2. Expresiones de violencia atávica.
3. Estancias alumbradas por el candil portado en el cráneo de los
hijos de los pueblos enemigos.
22
Ethan Frank Tejeda Quintero
A pesar del uso exotista de la utilería, lejos está el escritor de narrar
a los pueblos de África como sujetos de la hordalización8, opuestos
al concepto de nación y obedientes totales a los ímpetus del instinto.
Isaacs escapa al dictamen de justificar nuestras violencias en
la circunstancia de la impureza de las poblaciones, al ubicarlas en
el contacto de historias donde los militarismos incendian el mundo
mientras avanzan escondidos tras los diversos travestismos culturales.
.
1.2. La poesía del símbolo, expansión y extinción
En María se incluyen elementos pictográficos que desde la piel
cuentan el origen y la historia de las culturas; rasgos y distintivos donde
el símbolo, cuestión de futuros arraigos, es la palabra que supervive en
camuflajes que no eran descifrados fácilmente por los que sólo sabían
de fundas y de gatillos.
El inventario del símbolo es el rastro que terminó perseguido por los
que hicieron carne de hoguera de las enciclopedias-otras. El símbolo
negociado para la creencia es el distintivo que sirvió de primer eslabón
de la cadena para los que sucumbieron ante el engaño del supuesto
interés de los misioneros por sus claves de relación mítico-específicas.
Ejemplo de ello son las serpientes sobre los hombros del último hijo
de un pueblo vencido: Sinar.9 Dicho rastro es leído para la sujeción por
el visitante externo, por aquel que arriba con la intención de uniformar
a África, por aquel perfumado de piedad que logra arrodillarla frente
a los intereses europeos:
El viejo sacerdote permaneció por un rato abstraído de cuanto le
rodeaba. Luego que se puso en pie, Sinar, llevando de la mano a Nay,
asustada ante aquel extranjero de tan raro traje y figura, le preguntó
de dónde venía, qué objeto tenía su viaje y de qué país era; y quedó
8
Concepto introducido para representar la negación de las individualidades africanas, pues
el lápiz de la expansión de Europa avanzó contando en su versión bárbara, casi animal, a los
hombres y a las mujeres de las tierras conquistadas. Las rebatiñas dibujaron frescos donde el
hombre europeo, aperado de héroe, se enfrenta a hordas bestiales. Las poblaciones fueron
asumidas cual manadas, cuestión que ayudó a fortalecer la legitimidad del trato asociable a la
lógica de la extracción (cacería) de las poblaciones africanas.
9
La serpiente tatuada ha de ser también una motivación del novelista Manuel Zapata
Olivella en Changó, el gran putas. La serpiente en el hombro de Sinar, de posible asociación con
el espíritu de Elegba, es una reminiscencia de los pueblos aislados y menguados en las guerras
sembradas por los puños de los mercantes de máquinas de matar.
María leída a la luz del incendio
23
sorprendido al oírle responder, aunque con gran dificultad, en la
lengua de los achimis:
-Yo vengo de tu país: veo pintada en tu pecho la serpiente roja de
los Achimis nobles, y hablas su idioma. Mi misión es de paz y amor:
nací en Francia. ¿Las leyes de este país no permiten dar sepultura a
un cadáver extranjero? Tus compatriotas lloraron sobre los de otros
dos de mis hermanos, pusieron cruces sobre sus tumbas, y muchos las
llevan de oro pendientes del cuello (1986, p.222).
Sinar es presa de capturas diversas: Orsué ha muerto a manos
del padre de quien ama y el pueblo al que pertenece ha vencido su
rodilla ante la fe católica. El héroe africano es un reducto último de
la voluntad y de la cultura de los suyos, es el pretexto del ejercicio
regresivo que deja en claro la relación entre inocencia y aniquilación.
Metáfora de la aplicación violenta del concepto de Los hermanos
menores. El príncipe es aquel que dejó vencer sus afanes de venganza
por la sugestión del amor: listo está para ser regularizado. África se
vence en Sinar, posiblemente muerto por las heridas recibidas en
combate. África supervive en Nay, que orgullosa recibe la prenda de
escoger entre tres destinos:
1. El de mujer en condición plena de esclava.
2. El de mujer sometida a la captura del amante.
3. El de madre sustituta de una niña que completará la condición
escénica de su conversión.10
Nay será Feliciana; Feliciana será el relato vivo de África al oído
del ser americano, del ser afroamericano, de aquel ser que en la obra
ensayística de Isaacs se ve, se hace notable, pues el caucano pugna por
romper la maldición impuesta a los negros ninguneados en las causas,
excluidos de las leyendas nacidas en las gestas, convertidos en las
sombras de los relatos del heroísmo del “hombre blanco”.
Isaacs se ocupa del negro como sujeto con valor histórico. La
negredumbre en sus narrativas se expresa en prácticas y maneras
Una de las apuestas de este ensayo es ratificar esa condición escénica de la conversión de
Nay, ella se vence ante la figura de Cristo, pero se vence en un acto que esconde el dolor por la
figura malograda de Sinar.
10
24
Ethan Frank Tejeda Quintero
como la cacería de la guagua, la obtención de los fufús, la cocción de
los tapaos. La obra del caucano se hace cargo del ser afroamericano
partícipe y comprometido con sus propias causas, lo asume como
una construcción histórica en cuya poesía es posible aprender nuevos
perfiles de los padres, de los maestros y de los cómplices. Isaacs se
esfuerza por elaborar la mímesis justa del que se duele en alegrías,
pues en sus cuadros de composición la sonrisa lastima por resistencias
y los susurros son los fantasmas de la narración de cuando las
vivencias pertenecían a contextos que realmente les reconocían como
acumulados.
María se mueve, no es la novela estática que pretendieron
enseñarnos, se mueve de la voz cedida a la acción relatada, de la
memoria a la vivencia de la adaptación del negro a las condiciones
que América como continente captura le ofrece.
Existe una relación directa entre la palabra africana y la voz
entregada por Isaacs a los negros del Pacífico. Ejercicio de una
conciencia de autor que aleja la obra del novelista caucano de la
condición presa de exotismos de la literatura negrista. Su obra se ubica
en el corpus de la literatura negra, pues no se detiene en el efecto de la
esterotipia que convirtió a los negros en criaturas sexuales, mientras
bordaba las lecturas de las simpatías sustentadas en el tambor como
pretexto para aplazar el reclamo de la libertad en lo concreto.
Las pieles y su relación con los elementos, el cuerpo y su
asociación con lo cálido,11 son elementos que de estar presentes se
sobredimensionan para vitalizar a las lecturas habituales, para vitalizar
a las miradas cundidas de reseñas donde Isaacs es un coqueto cómplice
de los déspotas.
Es posible encontrar, en palabras de Donald Mcgrady, el fenómeno
de la lectura falaz de la simpatía de Isaacs con las tratas, oculta en la
simpatía por los obligados, reflejado en la figura de Salomé:
11
En palabras de Nina S. de Friedemann y Mónica Espinosa Arango: Este arquetipo de
criatura sexual, con virtudes de sones, rumbas, candombes y cumbias, que trovan los negristas,
inspirado en la noción de culturas primitivas como “paraísos perdidos” y de libertad, no alcanzó
a “penetrar más allá de la capa exterior o el rostro sonriente de lo negro. Por el contrario,
como recurso artístico grato a los sentidos y rico en procedimientos: efectos fonéticos y
onomatopéyicos, jitanjáforas, invención de palabras, ayudó a la construcción de una imagen
estereotipada, apta para actuar en escenarios de entretención para la élite “blanca” (1995, p).
María leída a la luz del incendio
25
Esta sirena rústica que es tan deliciosamente ingenua que en
medio de semejante voluptuosidad no parece ser consciente de todos
sus encantos seductores. Por ejemplo confiesa abiertamente su amor
a Efraín, a sabiendas de lo vano de tal afecto, dada la distancia social
que los separa. Por el contrario, su modo de llevarse la mano de Efraín
a la cara, de hacer un gran espectáculo para saltar la cerca en presencia
de él, todo esto revela que probablemente no es tan inocente como
parece, y que su padre tiene toda la razón en vigilarla estrechamente
(1986, p.28).
Más allá del hábito que convierte en resignación a la inocencia y
en condena a la voluptuosidad, Isaacs reinterpreta las maneras y las
formas de las escuelas estéticas de su tiempo, desarrolla una narración
principal que es la metáfora evolutiva de la educación sentimental
dictada a los perfiles protagónicos por parte de los subalternos,
esconde las motivaciones primeras de su obra mientras subvierte la
costumbre de las apropiaciones temáticas que dictaba el espíritu de
su época. Isaacs cuestiona en su obra al habla del testigo y del relator
que ve de acuerdo a su conveniencia, usa el ejemplo del colector
de heroísmos que se alimenta en las batallas de las guerras civiles
del Cauca donde se relaciona con frecuencia “un solo muerto” en el
bando de los vencedores, pues la marcha apresurada de las victorias no
permitía la comprensión de lo que quedaba como paisaje. El escritor
caucano denuncia al altivo vencedor que se aleja sin hacer inventario
sincero de las consecuencias de la confrontación: “Él no vio levantarse
al cielo las humaredas de las pilas donde se quemaron los cadáveres de
sus soldados negros… Dejemos dormir al Cauca el último sueño de su
infancia” (Isaacs, 2008, p.47). No obstante, a pesar de esa conciencia
de autor, muchos han querido ver en él a un simpatizante de la trata,
lo han malinterpretado por exagerada lectura de los fragmentos donde
aparece la palabra “amo”, donde se cuentan gestos reverenciales por
parte de los esclavos, donde el hijo de la hacienda ha dejado enfermar
su voz de la vanidad de los principales. Actúa la mala interpretación,
falseada adhesión, sin diferenciar el sentir del perfil ficcional relatado
de la intención de un autor informado de las infamias de los hacendados
vallecaucanos.
26
Ethan Frank Tejeda Quintero
Hoy, tras la conciencia de la bella redacción y el mal pensamiento
de los críticos conservadores, las lecturas que erradiquen los usos
pragmáticos para la mentira sostenida en torno a María reclaman
hegemonías, mientras los administradores de la circulación del texto,
asociados a la predominancia de la versión única del mundo, le niegan
espectro de divulgación a los escritos donde el caucano atenta a la
maquinación de los orgullos.
Isaacs no era de fácil suspiro ante una historia que conocía desde la
versión múltiple. El mismo Macgrady asocia a María tanto a lo realista
como a lo romántico. Su estudio preliminar brinda posibilidades de
lectura que rompen el ethos meloso que se ha querido asociar a la obra.12
El crítico explica dicha condición de la novela, ubicada en el términus
entre las maneras de lo romántico y el realismo, en la conciencia del
autor de las circunstancias que determinan las realidades políticas,
sociales y económicas de su país.
La crítica ha aseverado repetidamente que la sociedad retratada en
María es un mundo idealizado (y por lo tanto romántico, según esta
teoría), en que todos los personajes son buenos y nobles. Esto dista
mucho de ser cierto, tanto en lo relativo a la sociedad como conjunto y
por lo que atañe a los personajes individuales. La sociedad representada
en María nada tiene de ideal, puesto que admite la institución repelente
de la esclavitud. Jorge Isaacs demuestra la preocupación social del
movimiento realista al censurar esta enormidad antihumanista.
Siguiendo la típica práctica realista, el autor no sermonea, sino que
expresa sus sentimientos mediante la observación imparcial (1986,
p.24).
Al amparo de este tipo de lecturas, es posible intentar establecer a
María como una novela comprometida:
1) Alejada de los escapismos que las miradas centrales han querido
hacer de ella.
2) Liada a la conciencia de la necesidad de sincerar el relato histórico
para alejarlo de lo hegemónico bordado de cinismos.
El escritor Umberto Valverde resume las lecturas del ethos meloso de María en dos frases
contundentes: “María ha sido llorada, más no leída. Es como la mayoría de las mujeres: tantas
veces gozadas pero casi nunca amadas”.
12
María leída a la luz del incendio
27
3) Consciente de la urgencia de hacer justas aportaciones al acumulado
de narraciones que sirven de plataforma a un incipiente proyecto
de nación.
Es la intención de este ensayo, en el que haré uso de fuentes
comunes, de voces que han pasado por los distintos entornos de
legitimidad, sumar mi capacidad argumentativa al coro de lectores
críticos que desandan la obra de Isaacs en la búsqueda que se requiere
para hacerle justicia a sus valores y medidas. He de avanzar por el
tema sin intenciones que obedezcan a los acervos probatorios, pues
este texto no tiene verdaderas pretensiones científicas. Mi esfuerzo se
inscribe en la escuela subjetivista que asegura que la responsabilidad
del crítico es revivificar las obras en la particularidad de su lectura. La
lectura elaborada, deconstructora, busca proponer nuevas ficciones en
tanto a la interpretación de aquel universo relatado, busca lograr que
la imaginación que vence a la lección construya dramas alternativos
que usen a María como material de focalizaciones diferenciales.
Comprender la presencia negra en la novela es el primer paso para
aquella labor de ruptura argumental. Umberto Valverde fluye en un
porqué que sólo se puede resolver al considerar la matrícula a los
compromisos socio-regionales asumidos por el autor de María:
¿Por qué este hijo de un judío británico, oriundo de Jamaica,
que vino un día a las selvas del Chocó en busca de oro, instalado
en el Cauca, con una infancia tranquila, porque todavía la pobreza
no amenazaba las arcas de su familia, escribe una novela donde la
historia perdurable es interrumpida por cinco capítulos donde se
cuentan la vida de una negra, nacida en África, que ha sido comprada
por el padre del personaje para velar por la huérfana Ester o María?
(Valverde, 1984, p.54).
Sumatoria de voces e indicios por trazar de la presencia negra en
María que han de significar la intuición de la existencia de una apuesta
ideológica asumida por Isaacs:13 el desarrollo de un correlato sobre la
13
Más allá del lugar común de la no existencia de la apuesta ideológica en la novela, sanción
sustentada en el texto de Rogerio Velázquez La esclavitud en la María de Jorge Isaacs. Para
purgar al etnólogo chocoano de esa culpa, vale la pena citar el ensayo Tras la huellas de la
negredumbre, de Germán Patiño Ossa (Mincultura, 2010), donde el historiador nos recuerda una
28
Ethan Frank Tejeda Quintero
condición propia de la educación sentimental vallecaucana liada a la
evocación no exclusiva de lo hispánico, asociada a la develación de
las claves de engaño de nuestro relato histórico, comprometida con el
desmonte de las vergüenzas que no nos ha permitido asumirnos.
Dicha educación sentimental es una construcción que establece
la promisión de este territorio en el asumir con sinceridad urgente al
Valle del Cauca como un espacio de lo idílico castrado, cercenado por
el incumplimiento de las promesas que lo melodramático eleva ante
cada uno de los personajes contados por la novela, fragmentado ante
las direccionadas costumbres de los públicos lectores.
frase de Velázquez que se convierte en uno de los más bellos homenajes hechos a la novela de
Isaacs: “María es un cementerio de almas que piden cuentas todavía”.
2. ÁFRICA REFERENTE, AMÉRICA PREFERENTE
Los relatos habituales de África que habitaron la segunda mitad del
siglo XIX sembraron y cosecharon la enfermedad de los exotismos.
Sempiterna dinámica donde la mirada del hombre blanco pretendía
fundar los mundos. Esa mirada extrañada es hija de los antiguos
cronistas de las distintas conquistas que bestializaban a las poblaciones
para poder justificar las acciones militares sobre ellas. Mientras tanto,
el registro hegemónico usaba sin cansancios a una gran colección
de perfiles de la piedad que disimulaban la brutalidad de la empresa
colonizadora. El mismo Isaacs es presa de la sugestión, pues se bebe
entera la figura de Pedro Claver como símbolo de la buena voluntad de
la institución que cosecha hombres, sin importar que en la siega haya
que arrancarles cabeza y corazón.
Cita el novelista caucano a Buxton:14
No debéis olvidar entre los amigos de los negros al jesuita Claver,
que al profesar se había firmado Pedro, esclavo de los negros […]
encontrando en Cartagena, emporio entonces del tráfico de negros,
demasiadas ocasiones de ejercitar su caridad, obligado por ese voto
particular. Así que llegaba un bajel, acudía con galletas, aguardiente y
otros alimentos confortantes, destruyendo entre los negros la creencia
de que estaban destinados […] a teñir con sangre las velas […] por
el contrario que la esclavitud podría ser para […] la libertad celestial
(2008, p.37).
Conciencia futura de la condición culpable de todos los cargos
de aquella “libertad celestial”, opción posfechada para ironizar, para
incluir la versión negra en sus narraciones, para contar el porqué de
los adjetivos que se aplicaban a la condición del negro en el marco de
acción de lo legítimo en que escribe María: desgraciados, abrumados,
miserables, desesperados.
Está informado el novelista romántico de la crudeza de la acción
de los tratantes sobre las historias edificadas en la convulsión; ha
aprendido, en textos enciclopédicos, que la mano de Europa sobre
África hace uso de todos los discursos de la buena voluntad, pero en lo
14
Referencia extraída del tomo IV de la enciclopedia de Cantú.
30
Ethan Frank Tejeda Quintero
concreto desata todas las clasificaciones de las rebatiñas; de tal manera,
es impreciso hablar de “intervención”, pues Europa no propugnó por el
vínculo, desató las arremetidas. Los abordajes a sangre y fuego fueron
sustentados en sanciones que niegan la condición de individuos de los
hombres y de las mujeres africanas. Avanzó el conquistador viendo
en las huestes del continente origen a una suerte de manadas para ser
asumidas con la red y el grillete.15
Theodoreto (1987) habla de la negritud en los siguientes términos:
“por la negrura se entiende la incomprensibilidad y la multitud,
denotando que lo negro es símbolo de multitud y abundancia”16.
Brion Davis amplía el marco referencial de la construcción de la
imagen del hombre negro, ethos de la condena que se convirtió en el
regodeo sin cansancio del espectáculo sobre el tablado de las injusticias.
Tras las acciones de la persecución y de la captura, los suspiros por el
cumplimiento de una misión “encomendada por fuerzas divinas”. Tras
la estela de muerte, la suposición de la supremacía del hombre blanco
como el único incólume de culpas que no se purgan con el bautismo y
con la confesión. De ahí la frialdad de las voces del registro motivadas
por la historia de la captura del hombre por el hombre, sustentada
en cargos elevados por circunstancias que se consideraron naturales;
de ahí la placidez del hoy que se justifica de forma exclusiva en la
deformación de las culpas que esconde la falta de oportunidades para
demostrar congruencias con el concepto de desarrollo, impuesto como
marca de hierro a los hombres y a las mujeres sometidas a la espada y
al grillete de una Europa en expansión.
Víctimas todos y todas de la fábula de la condena de nacimiento,
de una historia insostenible donde el acto criminal no genera la
indignación de un mundo instaurado por las culturas que interpretaban
el cuchillo al cuello del primogénito como un acto de amor y asumían
el disparar una flecha sobre la cabeza de las generaciones futuras
como un gesto honorable. Insuficientes justificaciones al color de los
15
Isaacs conoce bien esos pretextos, citándolos en su ensayo Lo que fue, es y será la raza
africana en el Cauca (2009).
16
La multitud asociada metafóricamente a lo impío, en relación al constructo lógico
cristiano de la carencia y la resignación. La abundancia en Colombia se convirtió en cargo
constante sobre la figura del negro, bien conocidos son los textos de Luis López de Mesa sobre
la exagerada alegría del mal llamado hombre de color.
María leída a la luz del incendio
31
hombres en las circunstancias de lo natural que se convirtieron en los
pretextos de la desconfianza, que se transformaron en la señal leída
como guiño de admisión a los actos del oprobio.
Los griegos decían que cuando el carro de Faetón había acercado
al sol demasiado a la tierra, el calor había ennegrecido la piel de los
etíopes haciendo que la sangre aflorara rápidamente a la superficie.
Onesírico insistía en que la causa no era el calor del sol, como alegaba
Teodectes, sino más bien una clase distinta de agua. Ello no convenció
a Estrabón, que observó que, aun cuando el sol estuviera equidistante
de todas las partes de la tierra, se lo sentía por cierto más caliente
en algunas regiones, y probablemente ennegreciera el color de los
hombres reduciendo la cantidad de humedad en la superficie de la
piel. El Corán afirmaba que el fuego del infierno ennegrece la piel. Los
negros, decía el Talmud babilónico, eran los hijos de Cam que, según
varias leyendas, fue maldecido con la negrura porque había castrado a
su padre, o porque había mantenido relaciones sexuales en el arca, en
violación del mandato divino (De Sandoval, 1987, p. 401).
Bajo esas ideas, los conquistadores no vieron en los africanos
más que un recurso de explotación ligado a la filosofía violenta de la
extracción. La abundancia de África hubo de ser su condena. Su cuerpo
fue signado por la sanción del pecado; el continente cuna fue asumido
como una meta de la regularización, mientras cada individuo venido de
ese teatro de la captura se pretendía reducido en su voluntad, vencido
en el ensordecedor relato de una plácida conversión a la fe católica.
Al respecto, Isaacs resulta contrastante en sí mismo, pues considera
la Iglesia como una institución comprometida con el abolicionismo,
mientras cita a historiadores que resaltan cómo sus dogmas fueron las
excusas principales para la trata:
Uno de los mayores incentivos que había para investigar las costas
de África era que allí podían tomarse esclavos que vendían a gran precio
en nuestros mercados. Los filósofos los suponían de raza inferior a las
nuestras; los teólogos leían en la Biblia que la descendencia de Caín
fue destinada a la servidumbre; los estadistas de estos esclavos eran
personas destinadas al suplicio y que sus jefes preferían venderlos
y Fernando el católico, aunque rodeado de personas pías y doctas,
mandaba a robar moros de paz para comerciar con ellos (Isaacs, p.36).
32
Ethan Frank Tejeda Quintero
Actuó en efectividades aquel grillete de la sub-ponderaciónconversión-liberación. Sin embargo, más allá del lugar común de la
mirada sobre el desabastecimiento, pervivió la plenitud de lo diverso.
La versión de lo abundante habría de ser atentada por el afán del
establecimiento de la versión única, en una cadena de extinciones
donde los misioneros consideraban un rescate al gesto de arrancarle a
un individuo su historia.
Rescatar: concepto que se va “perfeccionando” en sus violencias,
fortalecido en discusiones que se disfrazaron de filosofía o de ciencia.
Liberar: parapeto del sometimiento. Las justificaciones de la captura
hoy nos lucen gestos del cinismo, pero en su momento eran acuerdos
casi indiscutibles por su popularidad. Emancipar: concepto impuesto
a los que cayeron a los pies de la pedagogía de la crucifixión (¿Cruz
y ficción?). Convertir: condensación de las renuncias que constituyen
al ser embalsamado vivo con las vendas de los decálogos de
comportamiento y desdibujado de tanto obligarse ante lo genérico.
En El problema de la esclavitud en la cultura occidental, Brion
Davis nos informa de aquellas voces del disenso que se consolidaban
cual denuncia ante las aplicaciones prácticas de la sub-ponderación de
los hombres de captura:
Con el crecimiento de la trata de esclavos internacional en el
último cuarto del SXVII, las teorías de la inferioridad del negro fueron
adquiriendo aparente popularidad. En 1680 Morgan Godwyn observó
agudamente que favorecía los intereses de los plantadores y tratantes
el propagar la creencia de que los africanos no eran realmente hombres
(1968, p.403).
Los beneficios de aquella perturbación de la imagen del negro eran
claros. La economía del primer mundo se edificó sobre prejuicios que
caminaron las líneas de ordeño, que encontraron un espacio propicio
en la ignorancia sembrada por el oscurantismo.
La iglesia había dictado la carta legítima para la interpretación del
mundo, dicho discurso ya se encontraba asimilado entre los imaginarios
lesionados por el entrenamiento para creer. La resignación por la
resignación obró desarrollando una paga simbólica a la pauperización
en lo concreto de los diversos mundos representada en la diezma
María leída a la luz del incendio
33
pestilente de sus poblaciones. La sensación de superioridad17 y la
condición de principalía, tanto en la creación como en el desarrollo
de las culturas, se sublimó cual pretexto cincelando la condena
a la imperfección de lo humano. Las escatologías exacerbadas
nos mantuvieron abiertos los ojos ante la obligación de un espurio
inventario, que se subsanaba por la imposición de manos que se
hicieron a la divinidad como si se tratase de una suerte de franquicia
para ser administrada.
Brion Davis nos muestra la importancia que tuvieron las
ignorancias que se disimulaban cual arraigos en la justificación de
Europa incendiando el mundo:
El folklore europeo estaba poblado de hombres-monos, hombres
animales y productos monstruosos de toda índole de animalidad. El
carácter variado y grotesco de estas criaturas había sido magnificado
por las fantasías de los primeros exploradores y cronistas. A pesar de
que el europeo se veía a sí mismo como un ser semejante a Dios, su
mitología había reconocido siempre una desasosegada conciencia de
parentesco con los animales inferiores (1968, p.403).
La metáfora animal, la que generaba seres híbridos, significaba una
condena velada a la abundancia y a la naturaleza. En la insoportable
inquietud que significaba ver a la que se consideró la obra principal de
la creación habitada por instintos, se desató la predisposición atávica
del hombre marcando con hierro al hombre. El hervidero planetario
cundió de seres sujetos a la maldición de la transformación en especies
animales, de hombres recortados cual siluetas y condenados a la
eternización de la vida en medio de la oscuridad, de historias reducidas
en entes asociados a dietas que significaban el sacrificio de lo más
preciado: la sangre y la inocencia.
Disposición de la imagen de lo admisible y de la condena que necesitó
pronto al mundo como desnaturalizado escenario de las distintas filas
17
Potestad donde el dogma católico se aplica cuando se le requiere cual distintivo del afecto
del creador, edificación de castración sincrética de símbolos donde las antiguas tradiciones
paganas son llamadas a cuenta en condición de leyenda cada que los dominadores cosechan los
apocamientos. Sucesión de eventos convertidos en collares de cuencas sostenidas por el hilo de
la anécdota, repetición hasta la invisibilidad de los indicios de la combinación de las fierezas
heroicas que aún se negocian por auras prístinas.
34
Ethan Frank Tejeda Quintero
de antorchas. Inminencia del riesgo de la condenación que sirvió para
sembrar las hogueras que fungieron de ígnea inspiración a los que
forjaron la sujeción. Los relatos que se constituyeron en la mímesis de
los temores por la animalidad, propia del hombre blanco, fueron los
detonantes principales para la predisposición de la aplicación de los
rasgos excepcionales leídos para la condena.
Brion Davis resulta fundamental para comprender la consolidación
de la imagen del negro desde la semilla hasta el árbol infame que con
su sombra venció a la estampa memorable del baobab:
Muchos autores magnificaron las diferencias físicas o mentales
entre blancos y negros y trataron de explicarlas con antiguas leyendas.
Richard Jobson, que comerció a lo largo de la costa africana en 1621,
rehusó comprar esclavos por razones de principios morales. Pero
consideraba “el tamaño enorme del miembro viril de los negros”
prueba infalible de que eran del linaje de Canaán, quien, por haber
puesto al descubierto la desnudez de su padre, había recibido (según
los escolásticos) una maldición en esa parte de su cuerpo. Aun cuando
Peter Heylyn fuese presumiblemente un buen cristiano por cuanto era
anglicano de <<alto vuelo>> y amigo del arzobispo de Laud, decía
que los negros carecían “del uso de la razón que es peculiaridad del
hombre”; que tenían “escaso ingenio y estaban desposeídos de todas
las artes y las ciencias; que eran proclives a la lujuria y en su mayor
parte idolatras”. Despedían mal olor y estaban tan enamorados del
color de su piel ¡que pintaban al demonio blanco! (1968, p.402).
Los polípticos dictaron particularizar los acuerdos y generalizar
las condenas. En el libro De sol a sol (1986) Jaime Arocha y Nina
S. de Friedemann relatan la relación existente entre el rey Manuel de
Portugal, el rey Alfonso I, soberano del Congo, y el desarrollo de la
empresa negrera.18 Nos muestran los antropólogos colombianos cómo
18
Ramiro Guerra, en Calibán danzante (1998) habla de aquella figura cortesana para
mostrar el triunfo de lo económico y lo religioso europeo sobre las maneras africanas, victoria
sustentada en la teatralidad y la fastuosidad imitada. Guerra nos ubica ante la figura de los
hijos de África que llegaron a Europa sin grilletes y adosados por telas elegantes: Al contacto
con los portugueses, portadores también de los sistemas monárquicos europeos, se produjeron
influencias que aumentaron el gusto africano por lo ceremonial. Esto dio lugar a coloridos
episodios de rituales cortesanos entremezclados con acontecimientos históricos y curiosas
incidencias, como la ya conocida del rey Manicongo y su delirante, y no menos asombrosa, corte
convertida al cristianismo, al tomar el nombre cristiano de Alfonso I y bautizar su capital con el
María leída a la luz del incendio
35
la conversión al cristianismo de los pueblos aseguraba el tránsito de
mercancía humana en una dinámica que obedecía principalmente a
la generación tributaría por parte de los nuevos empresarios de la
esclavitud.
Cobra relevancia la anécdota del Ngola (Rey de Angola) Kilanji
que solicita al rey portugués la conversión al dogma de Roma:
Los portugueses apoyaron a Ngola, pero con la condición de que
este y los miembros de la corte y aceptaran al cristianismo, para que
así un proceso de redención pudiera comenzar. Ser redimido implicaba
dejar de ser pagano o salvaje y volverse cristiano. Y una manera de
lograrlo era llevar una vida como esclavos en un país distinto, lejos
de las tentaciones del viejo ambiente. Así, pese a que se les sometiera,
obtendrían el privilegio de salvar sus almas de la condenación eterna
(S. de Friedemann, Arocha,1986, p. 91).
Las cortes africanas aseguraban sus independencias y manio­bra­
bilidades condenando a la esclavitud a sus pueblos. Los hombres y
mujeres africanos se convirtieron en “bienes muebles” en medio de
una versión sofisticada de la economía medieval que se sustentaba casi
de forma exclusiva en el dominio de los territorios. El arrancarle a los
pueblos negros la historia fue ante todo una estrategia para fortalecer a
los poderes económicos imperantes desde el Siglo IX.
En su Historia económica y social de la edad media, Henri Pirenne
(1986) nos muestra las costuras de un relato que se disimuló en la
impostación de la piedad:
En ese mundo rigurosamente jerárquico, el lugar más importante y
el primero pertenece a la iglesia. Esta posee, a la vez que ascendiente
económico, ascendiente moral. Sus innumerables dominios son tan
superiores a los de la nobleza por su extensión como ella misma es
superior a la nobleza por su instrucción. Además, sólo ella puede
disponer, merced a las obligaciones y a las limosnas de los peregrinos,
de una fortuna monetaria que le permite, en tiempo de hambre, prestar
su dinero a los laicos necesitados. En fin, es una sociedad que ha
nombre de San Salvador.
¿Y
qué diríamos de las famosas embajadas a Europa y América, enviadas por soberanos
africanos? Una de ellas fue la de Giga Mbundi (o Bundi) que, como princesa, visitó Portugal en
notable embajada enviada por su hermano, el rey Gola Mbundi en 1621 (p. 95).
36
Ethan Frank Tejeda Quintero
vuelto a caer en la ignorancia general, sólo ella posee aún estos dos
instrumentos indispensables a toda cultura: la lectura y la escritura, y
los príncipes y los reyes deben reclutar forzosamente en el clero a sus
cancilleres, a sus secretarios, a sus “notarios”, en una palabra, a todo el
docto personal del que les es imposible prescindir. Del SIX al XI, toda
la alta administración quedó, de hecho, entre sus manos. Su espíritu
predominó en ella lo mismo que en las artes. La organización de sus
dominios es un modelo que en vano tratarían de imitar los dominios
de la nobleza, pues sólo en la iglesia se encuentran hombres capaces
de establecer polípticos, de llevar registros de cuentas, de calcular los
ingresos y los egresos y, por lo tanto, de equilibrarlos. La iglesia, pues,
no sólo fue la gran autoridad moral de aquel tiempo, sino también un
gran poder financiero (1986, p. 17).
Ante dicha circunstancia, no es más que un juego simulacro el
registro de la historia que cuenta a la Iglesia como a un aditamento de
las conquistas, no es más que una balada para aletargar la versión que
cuenta la obra de dicha institución como a un embate asociado a las
buenas voluntades del espíritu.
Ante la discusión de la justicia o injusticia de las expansiones se
anteponía la voz de Mateo: “Enseñad a todas las gentes, bautizándolas
en nombre del padre, del hijo y del espíritu santo” (De Sandoval, 1987).
Por eso, es consecuente expresar que una cuestión eminentemente
política y militar se esconde tras discusiones teológicas.
En el caso americano, en el libro La gran perturbación, Francisco
Fernández Buey (1995) nos recuerda la figura de Francisco de Vitoria
para ejemplificar cómo la empresa apropiadora disponía de los hábiles
diseñadores de fachadas sustentadas en la exclusiva discusión de las
jurisdicciones:19
La admisión de la bondad general del mandamiento de Mateo no
implica admitir la bondad de todo tipo de evangelización. De ahí que
Vitoria saliera al paso de dos objeciones al uso en la España de la
19
Fachada que Isaacs parece haber creído casi en su totalidad: “La iglesia, que tan
vigorosamente había combatido la esclavitud de los aborígenes de América, se opuso con la
misma tenacidad a la trata de negros. Pío II, Pablo III, Gregorio XVI, Urbano VIII, Benedicto
XIV y Pío VII la prohibieron absolutamente”. Declaraciones del relato hegemónico, mientras
susurra lo concreto en voces y acciones que nos cuentan que el de la trata y la iglesia fue un
matrimonio consumado aunque no oficial.
María leída a la luz del incendio
37
época: a) que la discusión era inútil, porque discutir tal derecho sería
tanto como poner en duda la cristiandad y la justicia de Fernando e
Isabel y Carlos V; b) que la discusión era inútil por meramente teórica
cuando en la práctica la cosa había quedado ya decidida.
Vitoria, no obstante, defiende la legitimidad de la duda sobre
la forma de la evangelización. Y lo hace con razones de peso:
“oímos hablar de tantos asesinatos, de tantos abusos sobre hombres
inofensivos, de tantos propietarios desposeídos de sus bienes y
riquezas, que hay mérito para dudar si todo ha sido hecho con justicia
o con injuria” (p. 61).
La discusión se da, pero en lo práctico la cosa ya está decidida:
La Iglesia ha establecido un sistema de jerarquías sobre el mundo
y se ha asegurado la administración del mismo; el negocio de la fe
se constituye en el imperio detrás de los imperios, siendo cuestión
de efectos-afectos sus rostros píos de avanzada civilizatoria. Son los
intereses económicos que se benefician de una versión única los que
se juegan en la nuez de las rebatiñas. La evangelización no es más que
la propaganda de un modelo económico, político y militar, pues la
Iglesia busca asegurar para sí el eterno arbitrio de las riquezas.
Henry Pirenne (1986) muestra la base argumental de aquel ardid
principal de la dominación.
La tierra fue dada por Dios a los hombres para ponerlos en la
posibilidad de vivir en este mundo pensando en la salvación eterna. El
objeto del trabajo no es enriquecerse, sino mantenerse en la condición
en que cada cual ha nacido, hasta que de esta vida mortal pase a la vida
eterna. La renunciación del monje es el ideal hacia el cual debe dirigir
la mirada toda la sociedad. Tratar de hacer fortuna es caer en el pecado
de la avaricia. La pobreza es de origen divino y de orden providencial
(1986, p. 17).
Tras aquel constructo discursivo, se escenificaron sincronizados la
pauperización del individuo y el enriquecimiento de las cortes, de la
jerarquía eclesiástica y de los aparatos militares. Los que no se avenían
a esa lógica de la concentración parapetada en lo monumental que
exigía generalizados votos de miseria, se señalaban a contra moral del
mundo, siendo perseguidos, arrasados o aniquilados. Antonimia entre
38
Ethan Frank Tejeda Quintero
el lujo y lo escaso, entre las espaldas bañadas en sangre y las espaldas
amasadas por bálsamos, entre el pie vestido de oro y el tobillo mordido
por el acero.
En ese panorama de particularidades vencidas de antemano y de
persecuciones signadas por la poética de la tierra arrasada, África era
sospechosa de todos los cargos:
1. Múltiple en voces que negarían el imperio de la voz nominadora de
Adán.
2. Provista de riquezas que le brindarían la posibilidad de resistir en
el aislamiento.
3. Coqueta con la exageración que niega la supuesta apuesta por lo
mínimo de la Iglesia.
Frente a esa conciencia, dándole a Isaacs la potestad de romper la
creída piedad del proyecto evangelizador, es posible entender la gran
dimensión poética de la libertad que ante el lecho de muerte lanza a la
pira todos los ternos de la obligación, al reinterpretar la no respuesta
de Feliciana a la oración católica de los enfermos como un último
suspiro en la resistencia.
Entré al aposento donde se hallaba Feliciana. Ya estaba Juan Ángel
allí, y se admiraba que su madre no le respondiera al alabarle a Dios.
El encontrar a Feliciana en tan desesperante estado no podía menos
de conmoverme.
Di orden para que se aumentase el número de esclavas que le
servían; hice colocarla en una pieza más cómoda, a lo que ella se había
opuesto humildemente, y se mandó por el sacerdote al pueblo (Isaacs,
1986, p. 215).
La mirada de Efraín es la de un incauto que ve como síntoma de la
enfermedad un gesto que obedece a la libertad de recordarse. ¿Frases
leídas con premuras, opciones que les permiten a los escritores
conservar la cabeza?20
Mientras lo expreso se camufla en lo piadoso, los escritores dejan
su testimonio vital en lo insinuado. Fue sobre los correlatos donde el
20
Escribe Isaacs en un momento en el que Miguel Antonio Caro ha solicitado seguir el
ejemplo del gobierno ecuatoriano que ha decidido darle la nacionalidad exclusivamente a los
católicos. El autor de María habrá de ver justificadas gran parte de las persecuciones a su nombre
en su origen Judío.
María leída a la luz del incendio
39
censor, capaz de leer en los detalles, desató las persecuciones a las
obras que escapaban a los límites de lo admisible dictados por las
hegemonías, a los cuentos hechos con las anécdotas de los girones de
los trapos que son la carne de los grandes conventos y de las sotanas
que devoran las polillas mientras sus portadores se pretenden el alma
y guía del destino de los pueblos.
Más allá de Isaacs, la semilla sembrada por la Iglesia no dejaría de
producir ramas entre los constructores de sentido, de interpretación
y de las maneras de lo ponderado para el relato que replicaron los
dictámenes e imposiciones, que actuaron fortaleciendo la legitimidad
de la acción de los apropiadores bien por adeptos a sus causas o bien
por no informados de las mismas.
La pluma que dibujó el mundo para el suspiro y el orgullo avanzó
entre la exuberancia convertida en tinieblas, donde las personas
se vuelven siluetas y las historias diversas no se asumen, arando
silenciamientos, cosechando índices en cruz sobre los labios salubres
por el fluir de sudores y de sangres diversas. La institución de la fe
convertía pieles en jirones, mientras pulía estampas con la frente en
alto por la complicidad de redobles envenenados. Fichita modelar que
de tanto pasar a la ligera sobre el mundo lo aceleró hasta llevarlo a
la incomprensibilidad total, en un continuo de piedades tatuadas a
fuego donde el acumulado de lamentos construyó un telón de fondo,
un paisaje sonoro para la placidez y la ignorancia, que sirvió para
musicalizar a la voz de tropa que aún se funde en una mueca impávida
capturada en plomo, pues el oído del colonizador no tiene tiempo para
jerigonzas.
Isaacs fue el testigo, a través de los relatos de los derrotados y
sometidos, de cómo avanzó el cañón y el arcabuz, mientras los que se
pretendieron dueños del mundo fundaron las historias de la picana y
de la voladera,21 disimuladas en las huellas de héroes de manos filosas
cantadas por épicas diseñadas para no generar el cansancio propio
de la condición de público ante la anécdota de El Supremo en riesgo
brillada por millares de repeticiones.
21
Palo de tortura que se le pone al ganado que ha aprendido a volarse las cercas.
40
Ethan Frank Tejeda Quintero
2.1. La fortaleza y el tránsito, muerte de los falseados orgullos
En medio de aquel panorama de un África devorada por los
expansionismos, Joseph Conrad no atinó en ubicar el verdadero
corazón de la brutalidad apropiadora, se confundió entre la imposición
del perfil del sujeto inmerso y extrañado donde el hombre blanco
no resigna ni la administración de las tinieblas. Por su parte, Isaacs
dispone una escena en la distancia donde las víctimas se asumen como
la utilería de la bribonería; imagina el tema encontrado en el relato de
los esclavos y en una fuente bibliográfica que no hace descripciones
objetivas del contexto por relatar, se ubica a contracorriente en ese
lugar, espacio-tiempo de lo acumulado como relato del otro, donde
legar la voz no es una opción para aquel que avanza escoltado por
columnas de fuego.
El caucano cuenta la tragedia africana, mientras el narrador de los
expansionismos avanza y destruye; Isaacs da un lugar a las víctimas,
mientras el políptico que regirá los destinos del denominado “siglo
de la historia” calza la bota del inglés;22 el novelista romántico devela
la brutalidad de la empresa negrera en el momento en que aquel
que engorda por los frutos de la violencia vende el casi insostenible
discurso de su “triste suerte”.
Isaacs entiende la brutalidad que se esconde tras reconocer a la
hacienda como a una sofisticación en tierras americanas del concepto
de la fortaleza. Los relatos de África con frecuencia cuentan a la
fortaleza como centro, mientras los escritores encuentran el inaplazable
pretexto de la aventura que habita en la inmersión que exigen los
párrafos dedicados a los tránsitos. Replican, dichas obras, la poética
de los gorods23 establecida por los pueblos escandinavos en el avance
sobre los territorios de conquista. Expansión-herraje sustentado en el
protocolo de la dominación dictado desde el norte de Europa. Pirenne
nos describe a la fortaleza de la siguiente manera:
Se convirtieron para los invasores en fortalezas permanentes, desde
las que extendieron su dominio y su explotación sobre los pueblos
22
En los territorios de conquista es frecuente escuchar hablar de una maleza llamada pie de
inglés; casi una metáfora de lo que siembra solo, de lo que se siembra a la fuerza.
23
Llama poderosamente la atención la coincidencia fonética entre la palabra gorods y el
principal nodo de dolor y memoria en la historia de la trata esclavista: la isla de gorée, en Senegal.
María leída a la luz del incendio
41
poco belicosos que los rodeaban. Allí encarcelaban a los prisioneros
que reducían a la esclavitud, allí almacenaban los tributos que exigían
a los vencidos, así como la miel, las pieles y sobre todo a los esclavos
de las que se abastecían en las selvas vírgenes (1986, p. 24).
En medio de un mundo ya instaurado, la fortaleza era la siembra de
la destrucción, de la derrota más allá de lo bélico, idea del foso y del
fuego que arde en la distancia, que es promesa de acceso y amenaza
de prenda, que en condición móvil determinó las futuras versiones de
los heroísmos.
Los expansionismos dictan con celeridad su primer paradigma:
establecer para el dominio, de tal manera la lógica de los muros y los
empalizados niega las posibles asociaciones con los pueblos propios
de las geografías conquistadas.
Gorod: espacio para expandirse en el arbitrio de lo temido y en la
edificación de los artificios de una cartilla mítica, de un dogma que
devora a los relatos que guardan las claves de sustentabilidad de la
apropiación humana de los recursos naturales. Ofensiva de centauros y
de monstruos que escupen llamas, avanzada que verá ser a la segunda
fase del sometimiento cuando las voluntades de los pueblos ya estén
tan negociadas que se puedan pagar a precio de bagatela.
Isaacs relata los riesgos de las caravanas, cuenta los peligros,
sin detenerse en los detalles que no posee de los recorridos entre las
fortalezas. En uno de los tránsitos la circunstancia es propicia, pues
Magmahú, Nay y Sinar logran escapar a la presión de los sereres; en
el otro se escenifican los temores del hombre blanco: el abandono, la
cobardía o la traición son la triada sempiterna de la condena de muerte:
Explicóle el misionero los medios de que se había valido para
captarse el afecto de algunas tribus de los Achimis; afecto que tuvo
por origen el acierto con que había curado algunos enfermos, y la
circunstancia de haber sido uno de ellos la esclava favorita del rey.
Los Achimis le habían dado una caravana y víveres para que se
dirigiese a la costa con el único de los compañeros que sobrevivía;
pero sorprendidos en el viaje por una partida enemiga, unos de sus
guardianes los abandonaron y otros fueron muertos; contentándose
los vencedores con dejar sin guías en el desierto a los sacerdotes,
temerosos quizá de que los vencidos volviesen a la pelea (Isaacs,
1986, p. 223).
42
Ethan Frank Tejeda Quintero
Aquel relato desde las fortalezas, que se sustenta en el miedo
al afuera, fue la voz principal de los actores de las rebatiñas:
evangelizadores, mercaderes, cronistas militares. Aquella forma de
representación, presente en las obras literarias y en las bitácoras de
los testigos adeptos o comprometidos con las empresas colonizadoras,
recibió un relevo que le vivificó por parte de las empresas periodísticas.
Ubiquemos un marco que obedece a calendas: finales del siglo XIX.
Los años del auge de los relatos de Henry Mortón Stanley sobre los piratas
del lago victoria. H. M. Stanley, hacia 1867, fecha de publicación de María,
se ha convertido en los ojos de occidente en la guerra de los ingleses en
Abisinia. Él es en gran medida el responsable de la costumbre moderna de
consumir a África en textos pertenecientes al periodismo de los grandes
tirajes, es un precursor de la voracidad mass-mediática sobre el continente
origen, es un perpetuador de confusiones. Las apuestas estilísticas en él
son claras, obedecen a un momento donde las comunicaciones se cobran
por palabra, sofistican los efectos del uso de la memoria atávica y explotan
la gratificación de los egos de los públicos que creen en la clasificación
numérica de los mundos. Por la intencionalidad de captar la atención de
los bolsillos que cuentan libras y peniques, sus crónicas de aventuras son
sustentadas en la exageración del tesón del colonizador. Por eso, la sanción
del rótulo es posible sobre el culpable de los mismos: H. M. Stanley es uno
de los padres de la versión moderna de la llamada gran fábula24 africana.
Fenómeno de lo masivo donde se habla de la madre-escena como si se
24
La historia de América también ha sido susceptible de fabulaciones, las principales
tendientes a no darle visibilidad a las poblaciones que construyeron las realidades de nuestros
proyectos de nación, una de ellas es la del denominado mestizaje latino, cuestión simulada donde
se ha intentado acallar a los rastros y rostros provenientes de un espacio de sentido distinto
a la hispanidad; al respecto, Lulú Giménez Saldivia, en su texto Esperando a los bárbaros,
ficción y representación en la historia caribeña, (1991), citando al Discurso de Angostura, —
donde Bolívar dice: “hasta la España misma deja de ser Europa por su sangre africana, por sus
instituciones y su carácter”— nos habla en claridades: El mestizaje se ha convertido en una
noción artificiosa, manipuladora de las medias verdades que nos aporta la historia y altamente
segregacionista. El mito es gigantesco: siendo herederos de la grandeza de los incas y la gloría
caballeresca de los hispanos, y habiendo librado, cual titanes, las enormes batallas continentales
¿qué puede asemejarnos a los descendientes de esclavos que transitan por las sudorosas calles
de Georgetown? Nosotros, los latinoamericanos, también portamos sangre africana, pero, según
el referido texto del Discurso de Angostura, esta nos ha sido inoculada sólo por la vía de la
esclavitud, sino que la hemos recibido de los mismos colonizadores, con lo cual se enaltece
nuestra africanía y se horada el abismo que ha hecho naufragar los intentos de reunir a América
Latina y el Caribe en un solo cuerpo continental.
María leída a la luz del incendio
43
tratase de un territorio despoblado, abandonado e inhóspito, listo para ser
instaurado por el ímpetu civilizador del explorador.
La colección de voces crónicas de aquellas décadas buscaba
convertir a África en la promesa abrogada por violencia, disputada
por hordas, donde la tecnificación de la retaliación habría de cegar de
raíz a pueblos enteros. Tras de esas fachadas de sentido, se esconden
apuestas ideológicas que buscan evitarle a los imperios supervivientes
a todas las épocas, a todas las versiones del mundo abrogado y por
abrogar, el tener que enfrentarse a la orfandad de sus colonias; tras las
mamposterías de rotativa se oculta la historicidad de los dientes de un
mecanismo de expansión que lo que no tragaba lo dejaba irreconocible
tras una interminable masticación.
Europa nos escupió al rostro su versión del héroe, muchos autores
lo agradecieron en medio de suspiros; mientras tanto, advertencia
valiente, el autor de María desarrolla a un héroe pusilánime, lo edifica
como metáfora de aquellos que no son capaces de elevar la voz
ante las disposiciones del padre, figura de autoridad que ha agotado
las riquezas en apuestas insostenibles y cuya voluntad significa la
extinción de una promesa idílica en la frugalidad.
Isaacs reconoce al “principal” asociado a la expansión, sabe
del sentir de oportunidad que transmitía la promesa de la riqueza
súbita o la administración de un territorio en condición de “sujeto
joya”, reconoce que al héroe maquilado en las conquistas es posible
desandarle los pasos en rasgos de sangre disimulados bajo monedas
de oro, ve el reflejo de lo falaz del padre en el rostro del tirano que se
esconde tras la máscara del sujeto astral.
El caucano desarrolla el tema de la acumulación y la promesa
del retorno a casa después de asegurarse la movilidad en las escalas
sociales, lo hace en el perfil mimético de un contrabandista en el
Darién, especulador y negociante que significa la burla a los mercados
centrales de las fortalezas de Cartagena y de Kingston:
Es fácil estimar cuán tácticamente había Sardick establecido
su residencia: las comisiones de muchos negociantes; la compra
de oro y el frecuente cambio que con los Cunas ribereños hacía de
Carey, tagua, pieles, cacao y caucho, por sales, aguardiente, pólvora,
armas y baratijas, eran, sin contar sus actividades como agricultor,
44
Ethan Frank Tejeda Quintero
especulaciones bastante lucrativas para tenerlo satisfecho y avivarle la
esperanza de regresar rico a su país, de donde había venido miserable
(Isaacs, 1986, p. 231).
El extranjero asociado a la extracción, la explotación y la trata de
mano de obra esclava, se purga en los relatos que hacen del aventurero
una figura admirable, donde las crónicas edulcoradas convierten
el riesgo en una cuestión exclusiva del simulado perfil del hombre
blanco. Claras eran las motivaciones de lo acumulado como historia,
administrada desde el centro, para generar la existencia de cronistas
del tenor de Stanley, pues en medio de los discursos cercanos a la
aletargante noción de la modernidad la aniquilación requería de
rostros admisibles, de rictus que se bordarían entre el papel que corre
al amparo de lo mecanizado.
La intención de Isaacs es diametralmente opuesta a esas formas
habituales, a las maneras de aquellos que hoy vemos como ulteriores
relacionistas de la trata, pues muestra el vínculo del colono con el
contrabando y ubica a su padre en el conocimiento de aquellas
dinámicas. En su obra, la belleza de la esposa del colono no es
indiscutible y el trato del extranjero a las llamadas piezas de indias
recibe un adjetivo claro: Despiadado.
Isaacs no se pone al servicio de la perpetua idea de lo civil como
condición libre de máculas en el cuerpo del europeo, pues comprende
que dicha cuestión no es una entelequia, la asume como cosa que
depende de formaciones, de caracteres, de oficios, de mundos
relacionales. Desmontando el exclusivo porte de la majestad por parte
de los europeos, el escritor caucano, en un cuadro que subvierte la
costumbre de la imagen del cautivo cual sujeto que tiene como meta
la conversión en una versión menor del captor,25 le da la opción al
orgullo africano de ser escenificado antes de la derrota que se supone
final.
Comprendiendo Nay que el capitán iba a embarcarse, no pudo
sofocar sus sollozos y lamentos, suponiéndose que aquel hombre
25
Cuestión que obedece a una admiración casi gratuita que los personajes de Isaacs no
parecen poseer.
María leída a la luz del incendio
45
volvería a ver pronto las costas de África de donde le habían arrancado.
Acercóse a él, le pidió de rodillas y con ademanes que no la dejara,
besóle los pies, e imaginando en su dolor que podría comprenderla le
dijo:
—Llévame contigo. Yo seré tu esclava; buscaremos a Sinar, y
así tendrás dos esclavos en vez de uno. Tú, que eres blanco y que
cruzas los mares, sabrás dónde está y podremos hallarlo… Nosotros
adoramos al mismo Dios que tú, y te seremos fieles con tal que no nos
separes jamás.
Debía estar bella en su doloroso frenesí. El marino la contempló
en silencio: plególe los labios una sonrisa extraña que la rubia y
espesa barba que acariciaba no alcanzó a velar, pasóle por la frente
una sombra roja, y sus ojos dejaron ver la mansedumbre de los del
chacal cuando lo acaricia la hembra. Por fin, tomándole una mano y
llevándola contra el pecho, le dio a entender que si prometía amarlo
partirían juntos. Nay, altiva como una reina, se puso en píe, dio la
espalda al Irlandés y entró al aposento inmediato. Ahí la recibió
Gabriela, quien después de indicarle temerosa que guardase silencio,
le significó que había obrado bien y le prometió amarla mucho. Como
después de señalarle el cielo le mostró un crucifijo, quedó asombrada
al ver a Nay caer de rodillas ante él y orar sollozando cual si pidiese a
Dios lo que los hombres le negaban (Isaacs, 1986, p. 232).
Isaacs se mueve más allá del homenaje a una figura servil, le
reconoce las dimensiones sublimes, le orla de honores que escapan a la
verticalidad de la ponderación propuesta por las maneras piramidales
de los poderes en expansión.
2.2. Señoríos bajo sospecha
Una de las claves centrales de la perpetuación de la dominación
era el concepto del señorío, donde las parcelas simbólicas26 —y los
títulos de las mismas— obedecían al manejo de los artefactos o al
conocimiento que requiere la aplicación de las técnicas. Isaacs no
asocia la condición del ser a cuestiones ligadas a la raza, dispone la
opción de la resistencia, mientras la obediencia ante la figura religiosa
se debe más al recuerdo del amor perdido que a las promesas de amor
o piedad hechas a través del cuerpo suspendido de la figura crística.
Espacio de conquista que se fortaleció cuando la administración del territorio en lo
concreto ya estaba asegurado por el establecimiento de colonias y los acuerdos comerciales que
sostenían los tráficos del siglo XIX.
26
46
Ethan Frank Tejeda Quintero
La supremacía en la condición de Nay vence al lugar común de
la minoría de edad del vencido subalterno en relación con la prístina
estampa del europeo.
En su texto sobre El discurso del indio metropolitano, Francisco
Fernández Buey (1995) habla sobre cómo aquel ardid de la mayoría
de edad de Europa va de la idea de La esclavitud por naturaleza, al
absolutismo y el despotismo ilustrado; en su relectura de los textos de
Francisco de Vitoria,27 nos muestra este escritor humanista la violencia
de la aplicación de dicho concepto a “conveniencia” de los poderes:
Esta “conveniencia”, usada, claro está, en el marco de la discusión
con la interpretación restrictiva de la teoría aristotélica de la esclavitud
natural, abre el camino a una argumentación que, con el tiempo,
acabaría conduciendo desde el absolutismo al despotismo ilustrado,
dado que no es ya la “infidelidad” (la diferencia religiosa), ni
tampoco la inferioridad mental o cultural (“la amencia”, “la idiotez”
de poblaciones enteras) lo que se está aduciendo como motivo
justificador de la servidumbre del súbdito, sino propiamente la (hoy
diríamos: pretendida) superioridad del adulto varón sobre la infancia
y las mujeres en las cosas de la gobernabilidad, orden y policía. El
acento no cae ya en la imposición material, en los hechos consumados,
sino en lo que se llama “conveniencia”, en lo que conviene al otro para
llegar a ser, se supone, como nosotros (p. 65).
La “adultez” de Europa estableció el triste signo del respeto por
la edad, la dignidad y el gobierno. Más allá de la brutalidad de los
buhoneros, los tratantes y los corsarios, el señorío relatado se orlaría
de los ya referidos heroísmos, mientras aprovechaba los disimulos
para regodearse en el abuso sobre la mano de obra esclava.
La metrópolis institucionalizada no deja nunca de reclamar los
créditos de la piedad y del afecto ganados al establecer las maneras
contractuales que se confunden con libertad. La fascinación por las
Ha escrito el religioso en aquel momento sobre la necesidad de reinterpretar las
concepciones de Aristóteles, su texto no pretende erradicar las violencias sobre los territorios
de conquista, pero sí transformarlas conceptualmente. Por eso, hoy parece extraño que muchos
hayan hablado de aquel escrito plagado de inquina como si se tratase de un tratado piadoso: “Lo
que Aristóteles quiere enseñar es que hay quienes, por naturaleza, se hallan en la necesidad de
ser gobernados y regidos por otros, de la misma manera que a los hijos, antes de llegar a la edad
adulta, les conviene estar sometidos a los padres, y a la mujer estar bajo la potestad del marido”.
La violencia de aquel texto hoy, venturosamente, es innegable.
27
María leída a la luz del incendio
47
maneras, por los patrones y por los modelos dará los nuevos lustres
de la invisibilidad a las cadenas. Improntación completa y puerta
abierta para los condenados a lo ornamental, posibilidad que llegará
solamente en el justo momento en que los explotadores estén listos
para llevar la dominación hacia un nuevo estadio de su historia.
En tanto a la servidumbre, Henry Pirenne funge casi como un
enciclopedista de lo sincero:
¿Qué es el señor (senior), si no el anciano cuyo poder se extiende
sobre la familia que protege? Pues es inevitable que la protege. En
tiempo de guerra, la defiende contra el enemigo y le abre el refugio
de las murallas de su fortaleza. Además, su interés más evidente ¿no
es ampararla, puesto que vive de su trabajo? La idea que suele uno
formarse sobre la explotación señorial es tal vez un tanto somera.
La explotación del hombre supone la voluntad de emplearlo como
instrumento con el fin de que llegue al máximo de su rendimiento.
La esclavitud rural de la antigüedad, la de los negros de las colonias
de los siglos XVII y XVIII28 y la condición de los obreros de la
gran industria durante la primera mitad del siglo XIX, proporcionan
ejemplos bien conocidos de esto (1986, p. 53).
Aquel rostro senior es el que se ha presentado siempre del
continente europeo, rostro cuyas condiciones de lo adusto se disimulan
en las ideas somníferas de los protectorados; ante ese panorama, hoy
es posible encontrar la verdadera medida de los asistencialismos y
de los altruismos del viejo continente. Derroteros donde se conserva
la imagen infante de las antiguas colonias, mientras la voz de los
hermanos mayores no expurga sus responsabilidades en la dificultad
de nuestras circunstancias.
En Tractatus de Instauranda Aethiopum Salutem, (1987), Alonso
de Sandoval hace su inventario de los llamados rescates y nos presenta
otro ejemplo de los justificantes retóricos que devela las simpatías y las
adhesiones a las dinámicas tratantes por parte de la institucionalidad
de una Europa en expansión, matrícula y omisión que desbordan
28
En territorio americano, no se puede considerar como frontera fin de la esclavitud rural al
siglo XVIII, pues los casos de mano de obra esclava se repiten en constancias en los imaginarios
de nuestros pueblos, aun en la fecha que este ensayo se redacta, en el año cúspide de la primera
década del siglo XXI.
48
Ethan Frank Tejeda Quintero
continentes en la defensa de un modelo económico. Al respecto, cita
Sandoval una carta del padre Luis Brandon que resulta reveladora en
tanto a la administración del concepto de escrúpulo:
Pax cristi, etc. Recibí de V.R, de 12 de marzo de 1610, y tuve gran
consolación con la invención que Nuestro Señor dio a la compañía
para llevar esas almas al cielo, en la cual obra V.R tiene tanta parte.
V.R se persuada que hace muy gran servicio a Dios y que ha de ser
bien remunerado el trabajo excesivo y enfado extraordinario que ha de
tener con esa gente negra. Y hablo como experimentado, porque los que
estamos en este colegio tenemos mucho trabajo aun con los mismos
negros ladinos: mucho más nos tiene Cristo merecido. Escríbeme V.R
se holgaría saber si son bien cautivos los negros que allá van. A lo
que respondo que me parece no debía tener V.R escrúpulo en esto.
Porque esto es cosa que la mesa de la conciencia de Portugal nunca
reprehendió, siendo hombres doctos y de buenas conciencias. Además
que los obispos que estuvieron en San Thomé, Cabo Verde y en esta
Loanda, siendo hombres doctos y virtuosos nunca lo reprehendieron…
Y digo más, que cuando alguien podía excusar de tener escrúpulos,
son los moradores de estas partes, porque como los mercaderes que
llevan a estos negros los llevan con muy buena fe, muy bien pueden
comprar a tales mercaderes sin escrúpulo ninguno, y ellos los pueden
vender, porque es común opinión que el poseedor de la cosa con buena
fe, la puede vender y se le puede comprar…” (pp. 98-99).
Isaacs no elabora distractores a la brutalidad de la trata, ni se
engaña en la condición genérica de las buenas intenciones, no regala la
majestad a quien detenta la administración del cabo del látigo, no niega
la capacidad a aquella que adapta las medidas de su entorno carcelario
al recuerdo de su lugar de origen, no se limita a ver la historia de
la conversa como un cuento cargado de alegrías; por el contrario, lo
asume plagado de resignaciones, en medio de una narración donde
dos mundos se han obligado a aprenderse en la mutualidad de no
pertenecer al contexto que les cobija.29
El efecto enunciador que significa Efraín no se limita a la bondad del
amo, pues sanciona a los tratantes para, en sus gestos y expectativas,
ratificar la inferioridad de los especuladores:
29
Ejercicio de la de-construcción, interesante y lleno de promesas para la creación: la
posibilidad de escuchar la historia de Nay en boca de Gabriela.
María leída a la luz del incendio
49
Las despedidas de los compañeros de infortunio habían ido
quebrantando el corazón de la esclava, y al fin llegó el día en que
se despidió del último. Ella no había sido vendida, y era tratada con
menos crueldad, no tanto porque la amparase el afecto de su ama,
sino porque la desventurada iba a ser madre, y su señor esperaba
realizarla mejor una vez naciera el manumiso. Aquel avaro negociaba
de contrabando con sangre de reyes (Isaacs, 1986, p. 233).
Mientras lo velado, lo no relatado, lo disimulado en paisajismos,
le sigue dando frutos a la dominación, Isaacs susurra en potencias la
decisión de la negra Nay de asesinar a su hijo antes de heredarle el
lastre de la esclavitud. Gesto, inquietud y acción no escenificada, que
crea la reacción de la lectura de la brutalidad en el otro; lectura-ardid
que justifica la continuidad de los intervencionismos y la negación
de la libertad de autodeterminación que garantiza la estabilidad a
los centros de poder. “Horror de amores” que sólo requirió y seguirá
requiriendo de exageradas dosis de cinismo.
Fernández Buey nos da una cucharadilla del “horror de amores”
de la mano de La carta apostólica a los religiosos y religiosas de
América Latina escrita por Juan Pablo II (1990):
“En el aspecto evangelizador, el descubrimiento señalaba la puesta
en marcha de un despliegue misionero sin precedentes, que, partiendo
de la península Ibérica, daría pronto una nueva configuración del
mapa eclesial. Y en un momento en que las convulsiones religiosas
en Europa provocaban luchas y visiones parciales que necesitaron de
nuevas tierras para volcar en ellas la creatividad de la fe […] Era el
prorrumpir vigoroso de la universalidad querida por Cristo […] La
iglesia no quiere desconocer la interdependencia que hubo entre la
cruz y la espada en la fase de la primera penetración misionera. Pero
tampoco quiere desconocer que la expansión de la cristiandad ibérica
trajo a los nuevos pueblos el don que estaba en los orígenes de Europa,
la fe cristiana, con su poder de humanidad y salvación, de dignidad y
fraternidad, de justicia y amor al nuevo mundo” (p.35).
Isaacs sabe cuándo un abrazo se convierte en sofoco, cuándo el
afecto se expresa en la negación de las particularidades del “amado”,
cuándo se convierte en cautiverio y adormecimiento, y expresa aquella conciencia en la tiranía de un padre que esconde tras los velos de la
50
Ethan Frank Tejeda Quintero
fe, la tradición y la obligación el hecho de haber malbaratado el futuro
de quienes significarían el relevo en las principalías.
2.2.1. Fe y progreso, relevo brutal
El discurso de la fe y de la humanización se ve transformado por
el discurso del desarrollo. El discurso de la universalidad en Cristo
se ve perfeccionado en la uniformidad que es la apuesta central de la
Globalización y de la explosión tecnológica. En aquel relevo entre lo
ponderado, se adivinan los nuevos sacerdocios de un mundo construido
sobre la destrucción de los universos diversos, se elevan los púlpitos,
atriles y cubiles de los hijos del continente rentista.
Ante aquella realidad de las verdades a medias, es posible hoy
hablar de la existencia de un plan para la continuidad de la imagen de
África, América Central y América del Sur. Un plan de la inversión
del gesto, pero de la ratificación de la inicial apuesta ideológica.
Derrotero milimétrico donde la fortaleza sigue prevaleciendo en
la transformación superficial de sus maneras, al crear la idea de los
territorios cerrados donde la muralla imposibilita la conexión poética
entre los pueblos que comparten la condición, donde el tránsito de
cuerpos no necesariamente significa el tránsito de sentido, pues el
encuentro, si se da, se da en medio del desconocimiento mutuo. Tal
circunstancia, replica el concepto medieval de los proteccionismos:
No viendo más allá del círculo de las murallas de la comuna,
todos se imaginan que bastará para asegurar su prosperidad, cerrarla
a toda intervención exterior. Su particularismo se exaspera y nunca se
reveló con el exceso del concepto conforme al cual cada profesión es
el dominio exclusivo de un grupo privilegiado. Lo que entienden las
gentes de oficio por libertad es, en efecto, el privilegio que garantiza
su situación. Según ellos, no existe otro derecho que el derecho
adquirido. Para cada grupo la noción “del bien particular” sustituye a
la del bien común (Pirenne, 1986, p. 151).
Competencia entre los pueblos que no posibilita el encontrarse
en la común historia. Naciones y patrias cerradas al diálogo donde
la sanción mutua recae en los adjetivos fáciles. Triunfa el modelo
medieval en un mundo donde la asociación entre las patrias obedece a
María leída a la luz del incendio
51
circunstancias geográficas y no a compartir los perfiles de la historia y
los dramas de la misma.30 Adicionalmente, el imperio del oficio dicta
las nuevas condiciones de las fronteras, al convertirlas en cuestión de
encuentro en tanto a las certezas del saber; saber administrado desde
los mismos centros que detentaron el arbitrio de las colonias.
Uno de los elementos de aquel saber central es el que se configura
en el manejo de los eufemismos; efectos de la retórica paliativa, alfiles
del cinismo dispuestos para el disimulo, para el escapismo, para la
transformación de la relación entre los que detentan y los subalternos.
Isaacs cuenta detalladamente el proceder, las maneras envolventes
que adormecen a las víctimas de la sujeción:
Mi padre allanó todo con dinero. Firmado por el norteamericano
el nuevo documento de venta con todas las formalidades apetecibles,
mi padre escribió a continuación una nota en él y pasó el pliego a
Gabriela para que Nay la oyese leer. En esas líneas renunciaba al
derecho de propiedad que pudiera tener sobre ella y su hijo.
Impuesto el yankee de lo que el inglés acababa de hacer, le dijo
admirado:
—No puedo explicarme la conducta de usted. ¿Qué gana esta
negra con ser libre?
—Es —le respondió mi padre— que yo no necesito una esclava
sino una aya que quiera mucho a esta niña.
Y sentando a María sobre la mesa en que acababa de escribir, hizo
que ella le entregase a Nay el papel, diciendo él al mismo tiempo a la
esposa de Sinar estas palabras:
—Guarda bien esto. Eres libre para quedarte o ir a habitar con mi
esposa y mis hijos en el bello país en que viven.
Ella recibió la carta de libertad de María, y tomando a la niña en
brazos, la cubrió de besos. Asiendo después una mano de mi padre,
tocóla con los labios, y la acercó llorando a los de su hijo (Isaacs,
1986, p. 235).
Teatralidad hipnótica, marcación exacta que se convierte en
resignación. Isaacs, en su lectura detallada del gesto del cautivo, hace
30
Mientras se plantean las asociaciones de las patrias en la vecindad, se aplazan las uniones
entre las naciones nacidas en las expansiones de Europa sobre el mundo. Unión que puede
devenir en exigencias, una de ellas “La historia de las responsabilidades en las miserias del
mundo”.
52
Ethan Frank Tejeda Quintero
relativa la dimensión de los compromisos de los esclavos con la imagen
del amo, sugiere nuevas lecturas de las conversiones, muestra la burla
y la resignación que habitan en los camuflajes de las resistencias de
los africanos.
2.2.2. Cronismo y culpa
En el siglo XIX, en la contemporaneidad de la publicación de María,
el dispositivo de la no culpa del apropiador siguió en funcionamiento.
Garantiza el ardid de la distracción su efectividad, sustentada en
la descripción que se supone objetiva de nuestras poblaciones en
relación con las maneras del naturalismo que relata los ciclos y los
comportamientos de los reinos animales. Un ejemplo de dicho asunto
se encuentra en la voz de uno de los cronistas extranjeros que recorrió
el occidente de Colombia en el siglo XIX: Isaac F. Holton (1970);
basta escucharlo para comprender el porqué del aplazamiento de las
culpas:31
Todo el servicio doméstico constaba de dos muchachitas negras y
mudas, de unos ocho o diez años de edad. No son idiotas, sino muy
vivarachas y pueden oír como cualquiera, y comprenden todo lo que
escuchan, pero no hablan más de una o dos silabas. Yo las observé y
las estudié muy detenidamente, pues en muchos aspectos se semejan
bastante a esos extraños enanos que se exhiben en los estados unidos
con el nombre de “niños aztecas”, y que constituyen un remanente de
una raza extinguida (p. 125).
El cronista extranjero no identifica la posibilidad de aquellas dos
pequeñas como piezas de indias provenientes del contrabando de mano
esclava que supervivió en el Valle del Cauca más allá de la abolición
de la trata. Holton asume como limitación la circunstancia de la voz
negada y entra en una descripción casi animal de sujetos que considera
dignos de una exposición zoológica.
Ante aquel dispositivo de la no incriminación en un abuso sostenido,
un crimen que simplemente se pasa por alto, se ven las practicidades
en eso de evitarle las disculpas a las cortes, a la Iglesia y a los poderes
económicos del mundo. Cuestión de coloniajes eternizados donde las
geografías de conquista se instalan en las costumbres del registro y
31
Nueva Granada, veinte meses en los Andes, Isaac F Holton.
María leída a la luz del incendio
53
en la ponderación de las narrativas. Logro-aspecto de la aplicación
de los remedos del discurso del método, de la tradición de Cicerón
y de la estética confesional de Agustín. Leemos lo impuesto como si
fuera lo nuestro mientras nos respira amenazante sobre el cuello el
desdibujado cuchillo de los que se nutren del resultado pragmático de
seguir asegurándole nuevos peldaños a su ruta del héroe, de los que
siguen librándose de las indemnizaciones por las siembras de miserias
que significaron las colonizaciones, de los que cada tanto invierten
un bajo porcentaje de lo acumulado para sofisticarle la fachada a las
sujeciones.
En la segunda mitad del siglo XIX, la fachada admisible y
memorable para el plan de la pirámide eterna disimulada por espejismos
y refracciones la proveyó una prensa en manos de aventureros.32 Esa
nueva etapa de la ofensiva de la dominación, que obligó la renovación
del gesto, se sustentó en el disimulo de los espectáculos gráficos propios
de los comics, en los paisajismos exagerados de los sobrevuelos por
nuestras realidades y en la organización de safaris que venden la
promesa de purgar la culpa en una maquilada condición del hombre
occidental33 como posible víctima de un entorno desmesurado.
El riesgo del relator europeo ante saurios enormes, el peligro
que corre el civilizador ante seres ponzoñosos, la exageración de
las proporciones que sirve de trama a las empresas que se nutrieron
de las conmensuras, de la abundancia y de la ignorancia, son las
dominaciones disimuladas por la poética del peligro que habita a los
continentes llevados al papel con el correr de tinta que obedecía a los
tiempos exactos de la danza de los simulacros.
Alejándose de aquel gesto de la fabulación de los continentes, hace
Isaacs una descripción que se puede leer como objetiva del ambiente
productivo implementado entre las selvas del Pacífico colombiano; la
borda, con sorprendente exactitud, en un párrafo de introducción a la
historia americana de Nay que lejos está de ser meramente anecdótico:
32
De la misma manera como siembra confusión la prensa actual colombiana, en manos de
relacionistas públicos.
33
El reclamo como deuda de los resultados de las avanzadas aniquiladoras, la indemnización
por la castración de las historias y culturas, significaría un panorama nuevo en la redistribución
de la riqueza. Esas culpas y deudas se disimulan en altruismos que no alcanzan para arrancar las
malezas de la miseria que nos legaron.
54
Ethan Frank Tejeda Quintero
Explotábanse en aquel entonces muchas minas de oro en el Chocó;
y si se tiene en cuenta el rudimental sistema empleado para elaborarlas,
bien merecen ser calificados de considerables sus productos. Los
dueños ocupaban cuadrillas de esclavos en sus trabajos. Introducíanse
por el Atrato la mayor parte de las mercancías extranjeras que se
consumían en el Cauca y naturalmente las destinadas a expenderse en
el Chocó (Isaacs, 1986, p. 231).
Cuenta Isaacs un escenario determinado por la circulación de bienes
y de divisas donde lo oculto se sustenta en la capacidad de adquisición
que garantiza la economía basada en la trata esclavista. El panorama
de la dominación posee claves que, en condición ya de tradición, son
exactas. La trashumancia establece los vasos comunicantes entre el
Cauca y el Chocó, vínculos y rutinas donde los negros que no son
aptos para los reales de mina son tratados como segundas de ganado
humano y terminan como piezas de pago en el cierre de los negocios
entre terratenientes, marchantes, traficantes y contrabandistas.
Isaacs habla de la asociación de los colonos blancos con los Cunas
ribereños, en una circulación de bienes que parece estar asociada a la
cacería humana adelantada sobre los negros cimarrones y sobre las
comunidades indígenas que resistían desde la profundidad de la selva.
La pregunta sobre el asociarse para el prevalecer, en medio de
la inmensidad de la manigua, no se resuelve en María, pero quedan
claros indicios para futuras investigaciones que tracen las maneras
de los tráficos de aquellos años. Tráficos sustentados en productos de
extracción, en tesoros cuyas rebatiñas se han disimulado en medio
de los brillos del oro: maderas, órganos, recursos vivos, esencias,
sabores, taninos; prendas todas para el lujo y para la transformación
que se pagaban con polvos que fulguran al matar, licores o baratijas.
Como corresponde a todos los territorios sumidos por la noción de
periferia que sirvió de plataforma a los expansionismos, en el Pacífico
relatado por Isaacs el intercambio no se da en condiciones de igualdad,
pues lo que parecía un universo para las transacciones comerciales
fue establecido sobre la búsqueda ideológica del detrimento cultural
de las comunidades amerindias, fue edificado sobre la apuesta por
la uniformidad en la fe del criollo y sobre la negación de la opción
de escuchar las futuras reivindicaciones que fantasmean en el relato
María leída a la luz del incendio
55
de las poblaciones cautivas. Cruenta intención de la negación que se
convirtió en la cotidianidad donde las particularidades del vínculo se
leen desde el crisol de las vergüenzas, desde el dictamen de un discurso
que apocó en la imitación las posibilidades de ser en el mundo, desde
el mimetizado cuerpo de una orden que ha dejado atrás el estadio de
la entrega y se ha convertido en perfil aspirado, desde la necesidad de
la renuncia al origen que se instaló con la costumbre de aplicar polvos
de arroz sobre las pieles cobrizas, que barajó los orgullos por lo ajeno
pasando por alto el mundo de las transformaciones ontológicas que
generaron las particularidades del ser afroamericano.
2.2.3. Crónica ideológica, relato del naturalismo del compromiso
El luto por las pérdidas de la acumulación de sentido aún no se
ha desatado en los años de la primera publicación de María, pues,
a pesar de las expediciones botánicas, en Colombia no han ganado
aún el espectro suficiente las vocaciones del vínculo34 que devienen
en pulsiones propias de disciplinas como la etnobotánica, no se han
establecido los derroteros sobre la nos-otredad que requieren las
ciencias en ciernes que dependen de costumbres como la llamada
lecturaleza. Sin embargo, el naturalismo de Isaacs no obedece
exclusivamente al enamoramiento por el paisaje: en el fragmento
final del segmento de los negros en el Dagua ofrece, en la calma del
apagarse del viaje, una mirada propia de la mitificación del entorno en
boca de Gregorio; ejemplo de avanzada belleza, en lo que respecta a
la divinización-humanización de las geografías:
Los peñascos escarpados de La Víbora, Delfina con su limpio
riachuelo, que brotando del corazón de las montañas parece que
mezcla después tímidamente sus corrientes con las impetuosas del
Dagua, y el derrumbo del Arrayán, fueron quedando a la izquierda.
Allí hubo necesidad de hacer alto para conseguir una palanca, pues
Laureán acababa de romper su último repuesto. Hacia una hora que
un aguacero nutrido nos acompañaba, y el río empezaba a traer cintas
de espumas y algunas malezas menudas.
Ejemplo donde la palabra belleza no busca reforzar el ethos romántico que tanto daño le
ha generado a la lectura de la novela.
34
56
Ethan Frank Tejeda Quintero
—La niña está celosa —dijo Cortico cuando arrimamos a la playa.
Creí que se refería a una música tristísima y como ahogada que
parecía venir de la choza vecina.
—¿Qué niña es esa? —le pregunté.
—Pue Pepita, mi amo.
Entonces caí en la cuenta de que se refería al hermoso río de ese
nombre que se une al Dagua abajo del pueblo de Juntas.
—¿Por qué está celosa?
—¿No ve su mercé lo que baja?
—No.
—La creciente.
—¿Y por qué no es Dagua el celoso? Ella es muy linda y mejor
que él.
Gregorio se rió antes de responderme:
—Dagua tiene mal genio. Creciente de Pepita é, porque el río no
baja amarillo (Isaacs, 1986, p. 309).
Cuestión de miradas: “¿no ve su merced lo que baja?”. La relación
existente entre la advertencia y el no considerado, es una joya central
de la poética isaacsiana. En los celos entre los ríos habita un posible
mensaje conservacionista, un indicador de prácticas que podían
desatar la furia de las aguas, un constructo mítico que resiste, un
gesto sancionatorio de la deidad que no ha sido arrancada del todo
de los fenómenos, una frase para ser descifrada por aquel que se
interese en la conversación entre los tiempos, una advertencia no
escuchada por los que han gastado sus bolígrafos en planos. Aquel
sector de Juntas, al igual que el de Bendiciones, es altamente sensible
a deslizamientos, los mismos que han devenido en contadas escenas
trágicas35 en una dinámica de repeticiones que nos hace pensar que
la voluntad vacía de voracidad por el antes y por la diversidad de
voces es lo que hace que el detalle se convierta en cruenta carne de
anécdotas.
Esa geografía recortada y ganada para lo relatado por Isaacs, donde
“buscar la pepita” es una voz que representa a quienes sueñan con
pagar las utilerías de las distintas versiones de la libertad, es un teatro
Una de ellas significó la desaparición del periodista del noticiero Noticinco, Jairo Muñoz,
quien se encontraba en el ejercicio de sus funciones cuando fue sorprendido por un derrumbe
que le cegó la vida.
35
María leída a la luz del incendio
57
para la expresión exacta del ser natural en el Pacífico, es una tierra para
la reivindicación del ser cultural identificado con las particularidades
de la negredumbre colombiana en la búsqueda de distintos caminos
para un escape que pervive en todos los tiempos-escenas, es una
instrucción sobre lo que ha de requerir de miradas que dejen atrás la
costumbre del testigo que negocia a las cartografías humanas por la
comodidad de la panorámica incontenida.
La escucha de la voz del negro Cortico se da en la certeza de su
condición de sujeto determinante del paisaje, en la vitalidad de su
profunda mirada-lectura y en su concepto del equilibrio. La belleza
de este fragmento difícilmente sería notada por aquellos que como
Mario Carvajal se limitaron a decir que María es “el paisaje del Valle
encarnado en su hermosura hebraica”.
La confusión se cosecha en la lectura del ethos meloso propia de
las prosapias, de los perínclitos, de los hijos de la prosopopeya. Son
rubicundos, por amamantados de sus señoríos, quienes balbucean
nuestra historia, quienes en la anécdota del nacimiento de la obra a
orillas del río Dagua sólo ven la angustia de un hombre mayor en
proporciones al entorno que le tocó en suerte.
No era posible que los lectores conservadores comprendieran
el alumbramiento de la novela en relación con la conciencia del
ser afroamericano que Isaacs muestra en su obra, pues es clara la
administración adjetiva que los intelectuales que edificaron las lecturas
congeladas de María le daban al mundo:
Encaminase al “bárbaro sitio que le fijó la suerte.” Es una tierra
baja, caliente y húmeda como la fiebre que prodiga. Negra cárcel
roqueña, en cuya entraña corta el río su cauce a través de un siniestro
laberinto de canteras llorosas. El Génesis había dejado esta garganta
de piedra entre el valle y el mar36 (Carvajal, 1987, p. 87).
¿Paisaje carcelario? ¿Entorno por debajo de las condiciones del
hijo de una tradición cargada de voces mayores? Orgullos sustentados
en vergüenzas disimuladas, verdaderas razones para la vergüenza
camufladas en enciclopedismos y en referencialidades que son la
36
Fragmento extraído de María más allá del paraíso.
58
Ethan Frank Tejeda Quintero
fachada lustrosa de las avanzadas brutales. Isaacs era consciente de la
genealogía que hace cuestión de mayor importancia a las estirpes que
a las vivencias y sufría a aquella historicidad que replica la relación de
las sangres y de los prestigios, mientras niega las posibles dimensiones
de la fascinación-sugestión acumulada desde la infancia por quien
aprendió en voces africanas que el entorno no es un teatro exclusivo
para las figuras demoniacas.
Isaacs es una de las primeras voces de la fascinación-restitución,
pues encontró en el deseo por el retorno de los esclavos las razones
para vencer aquel miedo al afuera que determinó a la habitual lectura
del mundo que hacían los beneficiados por la versión única.
2.2.4. Excepción-intención, cronismo de la diferencia VS. cronismo
políptico
En el siglo XIX eran extraños los casos donde la mirada del
extranjero logra reconocer a las poblaciones en su saber mito-poético,
en sus acumulados enciclopédicos, en los acuerdos con la naturaleza
nacidos en sus relatos del origen, en la capacidad de observación
que se convierte en solución a los problemas humanos en tanto a la
inclusión consecuente en la cadena trófica.
Brujería, fetichismo, animismo, cacería de brujas desatada por
los relatos donde el mensaje de los equilibrios no escogía la opción
de lo fácil. La anécdota o la apariencia mágica de las respuestas a
temas asociados a la enfermedad, el accidente o la debilidad del
animal humano ante la gigantea de su entorno, brindan la opción de la
voz prestada a las comunidades propias de las geografías recorridas.
Estos casos se convierten en felices excepciones, a pesar de existir
en las poblaciones relatoras la condición subalterna de los sujetos
que hace ya mucho portan la cicatriz que los identifica como presas
de las dominaciones. Un ejemplo de dicho efecto llega de la mano
de un J. P. Hamilton que relata su viaje del Magdalena a Bogotá; su
mirada sorprendida se identifica con el reconocer la existencia de una
enciclopedia otra. No obstante, el gesto atento del relator extranjero
termina enfermando por el uso de los diminutivos. A los secretos
americanos, los saberes técnicos específicos de quienes cuentan con
una historia ancestral de adaptación a un territorio, Hamilton los viste
María leída a la luz del incendio
59
con los empobrecidos trapos de las leyendas usadas como dispositivos
de dominación, a las utilerías atávicas las trasviste de fetiche y hace
una administración por demás sospechosa de los acumulados para la
supervivencia del colono que llueven desde las manos del indio, del
negro y del hijo de la criollización:37
Un caballero me envió la piel de una serpiente que medí y tenía 23
pies de largo sin la cabeza, pues por desgracia había sido decapitada
por los indios. Su diámetro era considerable, pero la piel había
encogido y no pude calcular las proporciones. Estaba cubierta de
escamas de gran espesor, el color era carmelita terroso, mezclado con
rayas negras. Esta serpiente la mataron en las llanuras de Casanare y
pertenecía al tipo de la boa constrictor. Su mordedura no es venenosa,
pero mata venados y otros animales retorciéndolos y a causa de su
gran fuerza los aplasta hasta dejarlos muertos. No hay ningún país de
Sur América donde abunden tanto las serpientes. Afortunadamente,
los nativos poseen un antídoto para el veneno, el cual toman o aplican
sobre la mordedura. Los criollos hacen una relación curiosa para
explicar cómo se descubrió este antídoto. En la provincia de Antioquia
estaba un indio trabajando en la selva, cuando le llamó la atención
el combate que sostenía un pajarito llamado el halcón culebrero y
una serpiente. Él observó que tan pronto era el halcón mordido por
la serpiente durante la lucha, volaba inmediatamente a un arbolito
llamado guaco,38 comía alguna de sus bayas y después de un corto
intervalo renovaba la lucha con su enemigo y al fin lograba matar a la
serpiente, la cual devoraba39 (1970, p. 73).
Cuando estos dispositivos del sujeto inmerso y bajo riesgo fallan, a
los poderes centrales les queda la opción de echar mano a la expurgación
El conocimiento bajo el arbitrio del amerindio se encuentra bajo sospecha, al tiempo que
en dominio del criollo se convierte en acervo.
38
Este recurso vegetal aparece también referenciado en María, es relatado como uno de los
secretos de los bogas para supervivir a la mordedura de las serpientes. Isaacs cuenta cuáles son
los elementos que componen una suerte de botiquín, similar al bálsamo de misiones, que forma
parte de instrumental de a bordo en la canoa Ranchá.
39
En el libro La expedición Botánica, de Florentino Vezga (1971), la figura del indio relatado
sin nombre se cambia por la de un esclavo negro llamado Pio, según el texto al servicio de Don
José de Armero. El descubrimiento occidental de aquel recurso se da a nombre de la empresa
de José Celestino Mutis, concretamente al naturalista Francisco Javier Matis. La historia se
encuentra referida en una anécdota que cita al año de 1788, cuando Matis encuentra al negro Pio
jugando con una serpiente venenosa, el negro dice haber sido él quien observó el comportamiento
de la rapaz cazando culebras.
37
60
Ethan Frank Tejeda Quintero
de la culpa por la violencia infringida sobre los pueblos colonizados
en la versión del discurso sin podar de Juan Jacobo Rousseau.
El discurso del Emilio que, a pesar de los orgullos “humanísticos”
de la enciclopedia resuelta y no asumida, muestra toda la brutalidad de
Europa en el acercamiento al otro.
El pensamiento del colonizador asumió al saber de los dominados
como a una cuestión de inocencias o de casualidades donde el aprender
es casi un resultado del designio divino o es el regalo de la fortuna:
[…] Errante en las selvas, sin industria, sin el don de la palabra,
sin domicilio, sin guerra y sin relaciones, sin necesidad alguna de
sus semejantes como tampoco sin ningún deseo de perjudicarles,
acaso hasta sin reconocerlos jamás individualmente, el hombre
salvaje, sujeto a pocas pasiones y autosuficiente, sólo disponía de los
sentimientos y las luces propias de este estado; que sólo sentía sus
verdaderas necesidades, que miraba sólo lo que creía interés de ver
y que su inteligencia no progresaba más que su vanidad… no existía
ni la educación ni el progreso, las generaciones se multiplicaban
inútilmente… la especie ya era vieja y el hombre seguía siendo un
niño40 (Rousseau, 1760, p. 484).
Qué mejor manera de negar una historia que hablar del no registro,
del no uso de la lengua, de la no existencia de técnicas, de la no
conciencia del territorio, de la no consecuencia de claves sociales
de legitimidad o de ponderación, de la no vivencia del sentir filial.
Cuestión de la negación de la historia que se suma a la construcción
del desafecto adjetivo: apocado, vanidoso, inútil, infantil, etc.
Ante aquel pensamiento aplicado a los pueblos a los que se les
negó la historia, es fácil imaginar la atmósfera que hizo del hombre
de las colonias un sujeto ente; reo-res propicio para la explotación y
para el desarrollo en torno suyo de la idea aplicable de las especies
mayores.41
40
Fragmento citado por Esteban Tollinchi en: Romanticismo y modernidad, ideas
fundamentales de la cultura del Siglo XIX.
41
La idea de los corrales de negros es desarrollada con profunda maestría por Manuel
Zapata Olivella, en un texto que nos lleva a comprender la relación con la esclavitud que tiene el
discurso contemporáneo de los reclutamientos.
María leída a la luz del incendio
61
Isaacs cuenta al esclavo desde la versión europea del cautivo al
dogma, desde el ethos del sujeto que una vez converso se vuelve
contra los propios, desde la versión americana donde el contrabando
hace más grande el puñado de oro que se paga por una pieza de indias;
pero, en un gesto propio de un autor informado, cuenta también la
dominación, el ardid de la sujeción afecta y la brutalidad del sacrificio
ritual desde la versión africana.
Isaacs habla en su versión de la elegía negra del acumulado ritual
que considera al cautivo como a una prenda propicia para el descarte:
Vamos, Nay, a buscar suelo menos ingrato que este para mis nietos.
Los más bellos y famosos jefes del Gambia, país que visité en mi
juventud, se engreirán de darme asilo en sus hogares, y de preferirte
a sus más bellas mujeres. Estos brazos están todavía fuertes para
combatir, y poseo suficientes riquezas para ser poderoso dondequiera
que un techo nos cubra… pero antes de partir es necesario que
aplaquemos la cólera del Tando, ensañado contra mí por mi amor a
la gloria, y que le sacrifiquemos lo más granado de nuestros esclavos;
Sinar entre ellos el primero… (Isaacs, 1986, p. 219).
Refundarse que no puede confundirse con el perfil de Eneas.42
Ejercicio de memoria que cuestiona la vanidad de una Europa que
pretende exclusiva la lectura lineal de la historia, referencia que hace
relativa la relación euro-centrada de los conceptos de honor y de
piedad, alusión del desandar en el acumulado personal que muestra la
responsabilidad de los belicismos sembrados por la expansión de los
poderes centrales en las trashumancias de los continentes marcados
por el incendio.
África y prestigios, África e inocencias, África y culpas, continente
que bebe cartas de honor distintas a las argumentadas en la gran
fábula nacida del tránsito entre el políptico de la Iglesia y el políptico
mercante. África e Isaacs, espacio para encontrar al ser-estar de los
hijos de los territorios dominados en relación con el triunfo de las
imposiciones (“…pero antes de partir es necesario que aplaquemos la
cólera del Tando, ensañado contra mí por mi amor a la gloria…”) y
42
Sinar y Nay, como una versión inversa del argumento de la refundación de la patria es una
opción más ante la mirada del “confun-Dido”.
62
Ethan Frank Tejeda Quintero
de las resistencias rituales (“y que le sacrifiquemos lo más granado de
nuestros esclavos; Sinar entre ellos el primero…”). Conciencia de autor
que muestra al caucano lejos de la inocencia ante las posibilidades de
la representación del ser africano.
Al ubicar al padre de Nay en la potestad de administrar tanto las
violencias propias como las impuestas, Isaacs se aleja de la gratuidad
del enamoramiento por el otro propia de las brutales simpatías que el
romanticismo cuestionó en las maneras que lo neo-clásico propuso
para asumir a los sujetos, a los perfiles y a los personajes no orlados
con lo prístino, no distinguidos con los honores evanescentes del
relato del hombre blanco.
2.2.5. Fabulación y humanismo
Isaacs se hace mayor como autor cuando se relata la representación
del otro propia de su siglo; donde, a pesar de todo el dolor generado, a
pesar de los baños de sangre, más allá de la insostenible condición del
ser humano cautivo como utilería de las intenciones de los poderosos,
la idea de El hombre salvaje supervive con todas sus brutalidades.
En el siglo XIX, disputado por los ecos de lo caro y las diversas
derrotas al racionalismo, el exotismo sigue hablando de la urgencia
de la domesticación del ser africano. Este teatro es el que encontró
propicio H. M. Stanley en su avanzada periodística. El cronista caminó
a zancadas al continente origen, mientras brillaba su nombre con el
polvo de los desabastecimientos, de la abundancia que debía contarse
cual aridez. Su empresa, que procuraba dar con el rastro del conocido
doctor David Livingstone, a quien en occidente consideraban perdido
en el África tenebrosa, se humectó en las mieles de la bendición de
la pragmática occidental que edificaba las condiciones de sus nuevas
audiencias. La labor del alfil de los empresarios de las rotativas y de
los linotipos fue la de elevar los lugares comunes de la aventura, la
de aplicar los arquetipos de las versiones empobrecidas al diseño de
las nuevas costumbres de lectura, la de darle nueva vida paliativa a
los pretextos de los apropiadores, la de purgar entre especulaciones y
espectáculos a las culpas ahogadas de aplazamientos.
Por su parte, Isaacs asume la apuesta ideológica de relatar al negro
en distintas orillas, mientras las empresas dominantes hacían planes y
María leída a la luz del incendio
63
prospectivas, anticipaban las posibilidades de sus cosechas polípticas
asociadas a la movilidad de bienes y de servicios nacidas de esas
lecturas en fachadas que no se molestaron en reconocer la inmensidad,
la injusticia y la grosería de los desconocimientos.
En el ensayo Las mujeres negras en la historia de Colombia, Nina
S. de Friedemann y Mónica Espinosa Arango (1995) nos amplían el
marco de sanción en torno al tema, al ratificar los motivos económicos
de aquella fabulación aplicada a África:
En el siglo XIX y con la consolidación del capitalismo, la imagen
de África como un continente negro u oscuro con significado de
desconocido, impenetrable y caótico, tanto en su pasado como en su
presente, fue reinventada por occidente. Las figuras sagradas y los
cultos de su religión se convirtieron en ídolos y fetiches; las formas
de la organización social fueron inmorales y todos los sistemas de
gobierno se consideraron despóticos. En esta construcción participaron
conceptos biológicos y sociales. Lo que se llamó el “carácter africano”
se definía mediante un código de virtudes y vicios que, a diferencia con
el blanco, presentaba al negro como un adicto al odio y a la venganza,
aunque susceptible al amor, el afecto y la gratitud; pero más vigoroso,
menos sensible al dolor; más apto para reproducirse y desempeñar
faenas fuertes (pp. 46-47).
Los resultados de esas avanzadas sobre lo imaginado son hoy
evidentes. En la visión del continente negro como un estadio para las
aventuras, siguen siendo más importantes los grandes mamíferos que
los palimpsestos de culturas determinadas por complejos campos de
relación.
No es cuestión de leyendas, es carne de la violencia de las apuestas
editoriales, el contar que James Gordon Bennet, dueño del periódico
New York Herald, le encargó a Stanley elaborar el relato de la aventura
del rescate del misionero inglés sustentado en la lucha con “las fieras y
los negros salvajes”. Idea de la fiereza y de la animalidad que se pule
por relevos desde las voces heredadas del siglo XVII.
Alonso de Sandoval es otro de los aportantes a dicho ethos
alimentado por los arquetipos de lo maldito donde la culpa de la
expansión europea se disimula en un origen africano de la trata:
64
Ethan Frank Tejeda Quintero
Salen estos bijogoes de sus tierras después de haber ido su
capitán a la casa de los muertos a ofrecerles en sacrificio vino y algún
animal; son los muertos unas cabezas de vacas, de carneros y de otros
animales llenos de mil inmundicias y muy aforradas de paño, y tan
embarnizadas de la mucha sangre que les echan, que es asco verlas;
también veneran diciendo ser sus muertos, a unos haces de leña muy
bien atados, a quien reverencian por dioses, que huelen muy mal
por causa de la mucha sangre que encima de ellos han derramado.
Acabado el sacrificio se levantan muy consolados y que parece que
se les ha revestido el demonio en el cuerpo, sacando dos veces antes
de embarcarse (que es su juramento) agua de la mar, el capitán, con
aquellas cornamentas, y bebe, con que queda obligado a pelear y
cautivar a todos cuantos encontrare, aunque sean sus parientes, sus
amigos o conocidos, y de sus mismas islas (1987, p. 101-102).
Los simulacros hoy se desnudan, en el uso de las utilerías de
los sacrificios que reconocen a la barbarización aplicada sobre la
tierra de la misma Europa. Se vence el ardid en la reiteración de las
escatologías aprendidas de lo cristiano: sudor, sangre, destilación de
lo pútrido. Se devela la trampa en la banalización de las deidades
africanas que se ubican en el objeto, mientras se elabora la antonimia
del símbolo de la cornucopia.
El lazo que asfixia al imaginario se convierte en el pretexto
pragmático para quienes se anticipan a hablar del origen demoniaco
de la esclavitud, mientras se aseguran de darles un origen africano
a los demonios que la regentan. Además, como elemento del
aplazamiento de las culpas de los servidores institucionales de
la expansión de Europa, entrará en juego el discurso científico
que refuerza a aquellos desprecios usados como pretextos en los
polípticos de la fe. Fenotipo, genotipo, predisposición, mejoramiento
sostenible, civil-edad.
El auge de las maneras científicas no se enfermó automáticamente
de los condicionantes auto-justificantes del discurso institucional
de la trata, ese fenómeno se dio tras un proceso que buscaba situar
todas las discusiones sobre el derecho y la igualdad en un campo que
podemos llamar la racialización.
En medio de aquella atmósfera, Isaacs regala al amor africano
con una pieza que puede considerarse como sublime al interior de la
María leída a la luz del incendio
65
historia del melodrama, al tiempo que reclama ser ponderada como un
hito sin las angustias por la originalidad de la escritura romántica:43
—¡Perdónanos, señor, o mátanos a ambos!
El viejo guerrero, arrojando de sí el arma temible, se dejó caer en
un diván y murmuró al ocultarse el rostro con las manos:
—¡Y ella lo ama!... ¡Orsué, Orsué! Ya te han vengado.
Sentada Nay sobre las rodillas de su padre, lo estrechaba en sus
brazos, y cubriéndole de besos la cana cabellera, le decía sollozante:
—Tendrás dos hijos en vez de uno: aliviaremos tu vejez, y su brazo
te defenderá en los combates.
Levantó Magmahú la cabeza, y haciendo ademán a Sinar para que
se acercara, le dijo con voz y semblante terribles, extendiendo hacia
él su diestra:
—Esta mano dio muerte a tu padre; con ella le arranqué del pecho
el corazón… y mis ojos gozaron en su agonía…
Nay selló con los suyos los labios de Magmahú, y volviéndose
precipitadamente a Sinar, tendió sus lindas manos hacia él, diciéndole
con amoroso acento:
—Estas curaron tus heridas, y estos ojos han llorado por ti.
Sinar cayó de hinojos ante su amada y su señor, y este, después de
unos momentos, le dijo abrazando a su hija:
—He aquí lo que te daré en prueba de mi amistad el día que esté
seguro de la tuya.
—Juro por mis dioses y el tuyo —respondió el hijo de Orsué—
que la mía será eterna (Isaacs, 1987, p. 220).
Isaacs propone el perdón de parte de un rey convertido en esclavo:
Sinar que ha dejado en la derrota su nombre, que ha visto la caducidad
de su sed de venganza, que ha de ser adoptado por el seno de la familia
de un guerrero, que se sumará a los caídos sin sepulcro.
Sin pretensiones por la originalidad, el americano relatando al
africano dispone un espacio para la inversión-subversión, pues el
asesino se convertirá en la figura paterna para aquel que le ha arrancado
la historia de su pueblo, y el sacrificado se convertirá en la semilla de
la versión del héroe que le propone a la dimensión sentimental del
continente condenado a una eternizada minoría de edad.
43
Más allá de la condición modelar del argumento del amor entre el captor y el esclavo, o el
amor entre hijos de bandos enemigos presente en Romeo y Julieta.
66
Ethan Frank Tejeda Quintero
Mientras el autor de María atentaba los lugares comunes de la
pre-disposición a la venganza del hombre africano, en los relatos
hegemónicos europeos —o en los textos del periodismo de aventura
norteamericano— se replicaba la fiereza del negro como una cuestión
sin discusión, como un determinante nacido en el vacío, como una
marca para ser estudiada por los genetistas. Violencia = Naturaleza.
Imagen casi decretada para justificar la continuidad de la trata, pues un
modelo económico en crisis necesitaba de las empresas brutales que
le dieran un tufillo loable a sus procederes. Es así como, en la segunda
mitad del siglo XIX, sigue en desarrollo una retórica que se pretende
sustentada en el ímpetu civilizatorio, al tiempo que sirve de muro de
contención a los vientos abolicionistas.
Nina S. de Friedemann y Mónica Espinosa Arango (1995) muestran
cómo la sustentabilidad del negocio de la trata se ubicó exclusivamente
en su efectividad acumulativa y sin embargo encontró dispositivos
retóricos para prevalecer:
Con el transcurso del tiempo y los sucesos económico-políticos
que impulsaron el proceso antiesclavista en Europa, abundaron
las discusiones sobre la evolución, igualdad y desigualdad de
las variedades humanas y se concibieron los nuevos destinos
sociopolíticos de las colonias europeas en África y América. En el
ámbito de la revolución darwiniana, un racismo seudocientífico plagó
al viejo y al nuevo mundo. En su libro Razas del hombre, Robert Knox
resumió el espíritu de la época: “la raza es todo: literatura, ciencia,
arte, en una palabra, la civilización depende de ella”. En tanto que
Carl Gustav Carus, en Alemania, había clasificado a la humanidad
dentro de una escalera donde “la gente de la noche”, África, Australia
y Nueva Guinea, estaban en los peldaños inferiores, en tanto que los
europeos, los árabes y los hindúes, “gente del día”, habiendo alcanzado
los niveles más altos de civilización, se encontraban en el tope (p. 47).
Esa era la manera que occidente tenía de acercarse a África en los
años de la publicación de María. Por eso, es justo hablar del gran valor
subversivo de la versión de dicho continente elaborada por Isaacs:
el caucano exhibe una condición de testigo en la distancia, tal vez
María leída a la luz del incendio
67
viciada de fiebres enciclopédicas,44 que resulta preocupada por lucir
sustentada en el reconocimiento de lugares, de perfiles, de culturas
y de distintos espacios que niegan la uniformidad del territorio, que
violentan a los apocamientos genéricos que sirvieron de pretexto para
la violencia aplicada sobre las poblaciones y las historias determinadas
por las distintas geografías.
2.3. La negredumbre, el exotismo y los territorios
Isaacs cuenta a América y a África como determinantes dispares,
realiza un gran esfuerzo por la captura del paisaje del negro, por la
descripción de las maravillas naturales que hacen a sus prácticas y
por la escenificación de las rutinas que vivifican sus temperancias.
Un fragmento descriptivo de Isaacs, en su retorno a través del Dagua,
vence a la tiranía de los sauces, de los samanes, de los algarrobos y
de los guácimos que son captura en el orgullo de la mirada de los
hacendados:
De allí para adelante las selvas de las riberas fueron ganando
en majestad y galanura: los grupos de palmeras se hicieron más
frecuentes: veíase la pambil de recta columna manchada de púrpura;
las milpesos frondosa brindando en sus raíces el delicioso fruto; la
chontadura y el gualte; distinguiéndose entre todas la naidí de flexible
tallo e inquieto plumaje, por un no sé qué de coqueto y virginal que
recuerda talles seductores y esquivos. Las más con sus racimos medio
defendidos aún por la concha que los había abrigado, todas con
penachos color de oro, parecían con sus rumores dar la bienvenida
a un amigo no olvidado. Pero aún faltaban allí las bejucadas de rojos
festones, las trepadoras frágiles y lindas flores, las sedosas larvas y los
aterciopelados musgos de los peñascos. El naguare y el piáunde, como
reyes de la selva, empinaban sus copas sobre ella para divisar algo
más grandioso que el desierto: la mar lejana (1986, p. 310).
Isaacs logra uno de sus cometidos al asumir la relación de las
topografías con la generación de vínculo en el sentido. La lejanía no
hace que caiga en la común manera de asumir lo extraño como un
mero aditamento de la narración principal. Aquel lugar para el tránsito
44
Este ensayo establece la condición falaz de la fuente única de Isaacs que la lectura
conservadora ubicó en Cantú.
68
Ethan Frank Tejeda Quintero
está asociado a la conciencia de la existencia de los contrabandos,
de los ejercicios subrepticios que hacen pensar en las relaciones de
los hacendados vallecaucanos con los negocios de lo ilícito, que nos
susurran la asociación de los principales con la acumulación de las
riquezas que burlan a los peajes y a las dinámicas tributarias de esa
joven patria donde se desenvuelve aquel melodrama de los amos.
Isaacs comprende la condición de los que han de construir en el
vínculo los avatares de una promesa de nación, sabe su circunstancia
de tras-terrados o de hijos, tanto en la sangre como en el símbolo,
de los desarraigos; su literatura es comprometida porque reconoce
la necesidad de comprender, de incluir los relatos del origen para
que sean ponderados por los futuros lectores que han de vencer los
riesgos de la versión única del mundo. Los lectores de la hegemonía
insistieron en seguir leyendo en su novela lo que Ángel Rama (1982)
denominó como internacionalismo reverente o galicismos mentales.
Conceptos que actuaron convirtiendo en discusión principal en torno
a la novela el tema de la originalidad; aspecto aplicado bajo la lógica
modelar que terminó por devorar las posibilidades de encontrar
apuestas ideológicas en las distintas literaturas nacionales.
Rama, en el primer capítulo de su libro Transculturación narrativa
en América latina, resume cómo los localismos, cual apuesta política
por la representatividad, fueron arrancados de las páginas por las
lecturas canónicas:
La originalidad, defendida aún más fieramente que en el periodo
romántico-realista del siglo XIX, quedó confinada al talento
individual, al “tesoro personal” como dijo Darío, dentro de una
temática cosmopolita que, sin embargo, concedía principal puesto
a las peculiaridades de los “hombres de la región” más que a la
“naturaleza de la región”. La acentuación individualista propia del
modelo asumido al integrarse el continente sólidamente a la economíamundo occidental, había ganado su primera batalla, pero no canceló
los principios rectores que habían dado nacimiento a las literaturas
nacionales cuando la emancipación (p. 14).
De tal manera se maquilaron orgullos por el talento de los escritores
que resultaron mayores que la angustia que significaba el esfuerzo por
intentar comprender sus ideas.
María leída a la luz del incendio
69
¿Por qué se destacó más la inscripción de la novela de Isaacs a
una tradición universalista que las peculiaridades que la edifican
desde la auto-representación? Dichos rasgos diferenciales existen en
un Isaacs que actúa sin enfrascarse en la mirada simpática de aquello
que Rama denomina “el color local”. El discurso y las formas de los
capítulos que incluyen al negro americano como domador de caudales
son cuestión de excepción en María, valor que fue advertido en la
obra tanto por Eduardo López Morales como por Salvador Bueno,
voces críticas nacidas en contextos donde lo que menos importa es la
pervivencia garantizada por los favores de los que recortan la historia
de un proyecto de nación.
Dicho aspecto de las prestezas advertidas, de la enormidad del
apto, nos lo recuerda Helcías Martán Góngora (2008) en el libro
Poesía afrocolombiana:
“El habla de los bogeros ha sido captada con precisión, pero sobre
todo, descuella el admirable bunde, precursor de la poesía de Pales
Matos y Guillen”, escribió en el prólogo de María Eduardo López
Morales, en la edición cubana, publicada por Casa de las Américas. El
dúo de Laurean y Cortico (Gregorio), se conceptúa así como el acta de
nacimiento de la poesía afroamericana en Colombia.
Salvador Bueno, también desde La Habana, al controvertir la
falaz muletilla que caracteriza a la novela de Isaacs, como “pastiche
tardío de las obras sentimentales y exóticas de Chateaubriand (Atala)
y de Bernardín de Saint Pierre (Paul et Virginia), afirmaciones que
son “verdaderos dislates”, expresa: las anteojeras mentales (“con
antiparras yanquis o francesas”, decía Martí) ciegan a los que no
quieren ver lo propio sino como imitación, remedo o parodia de lo
ajeno” (1986, p. 178).
La idea de la imitación de las maneras románticas le provee
una dimensión simpática a los bogas, sanción adjetiva que les extirpa
las particularidades. No son estos personajes giros de la narración o
dispositivos simbólicos de la antonimia que subliman el estado de ánimo
del personaje principal, son el relato primero del reconocimiento de la
transformación de una poética africana en el territorio de Colombia.
Cortico y Laureán no siguen las dinámicas de la pintura propia de
la imitación folclórica que hace del negro una estampa para el deleite
70
Ethan Frank Tejeda Quintero
de las élites blancas. En el relato de Isaacs, se les concede con la
gracia de la voz de lo que obedece a tradiciones; su oficio es cuestión
del saber exacto y la navegación, doma de torrentes, se adosa con
conocimientos que les suman prestigios míticos:
Era inútil averiguar si Laureán y Gregorio eran curanderos, pues
apenas hay boga que no lo sea, y que no lleve consigo colmillos de
muchas clases de víboras y contras para varias de ellas, entre las cuales
figuran el guaco, los bejucos atajasangre, siempreviva, zaragosa, y
otras yerbas que no nombran y conservan en colmillos de tigre y de
caimán ahuecados (Isaacs, 1986, p. 302).
El recorrido por el Dagua está cargado de elementos documentales
propios de un realismo extraño para las lecturas habituales de María,
está adosado por las miradas del reconocimiento que inauguran la
captura en papel de las temperancias de las poblaciones sometidas a
tener que arroparse con las migajas de una bandera, está construido
para reconocer la diversidad posible en la relación entre fascinación
y oficio.
En medio de la descripción, la sinceridad de la acción y de los
acuerdos por lo que ha de vestirse de disimulos ante la mirada de un
principal al que no se le puede asumir desde la complicidad plena:
Laureán y Cortico se asocian para dar una explicación distinta a Efraín
del porqué de un alto en el camino.
Detúvose la canoa en una playa de la ribera izquierda.
—¿Qué es?, pregunté a Lorenzo.
—Estamos en el arenal.
—¡Oopa! Un guarda, que contrabando va, gritó Cortico.
—¡Alto!, contestó un hombre, que debía estar al acecho, pues dio
esa voz a pocas varas de la orilla.
Los bogas soltaron a dúo una estrepitosa carcajada, y no había
puesto punto final a la suya Gregorio, cuando dijo:
—¡San Pablo bendito!, que casi me pica este cristiano. Cabo
Ansermo, a busté lo va a matá un rumatismo metío entre un carrizar.
¿Quién le contó que yo subía, seño?
—Bellaco, le respondió la guarda, las brujas. A ver, ¿qué llevas?
—Buque de gente.
Lorenzo había encendido luz, y el cabo entró al rancho, dando de
María leída a la luz del incendio
71
paso al negro contrabandista una sonora palmada en la espalda a guisa
de cariño. Luego que me saludó franca y respetuosamente, se puso a
examinar la guía, y mientras tanto Laureán y Gregorio, en pampanilla,
sonreían asomados a la boca del camarote (Isaacs, 1986, pp. 309-310).
A pesar de las maneras de inclusión de los negros en María, tanto
en el recuerdo de África como en la historia de los hijos de América,
el cargo de exotismo alrededor del escrito romántico es fácil de
comprender por el peso de las lecturas de la premura; el verdadero
esfuerzo está en intentar ver qué tanto se aleja Isaacs de la banalización
del contexto ajeno.
Esteban Tollinchi (1989) nos brinda una definición del concepto
exotismo en relación con la idea del insularismo que bien podemos
usar para comprender a Isaacs:
Sucedió que el anhelo de lejanía proyectado al espacio resultó en
la idealización de espacios geográficos determinados. Ese espacio
habría de ser primeramente el lugar donde colocar la nueva y soñada
especie, la raza sencilla, natural, hospitalaria, desinteresada, noble,
pacífica, inocente; en otras palabras, la raza ideada por Rousseau y
sus discípulos. Y la isla (acaso como remedo de la isla de San Pedro)
resultó uno de los espacios más favorecidos por el anhelo de la lejanía.
Sin duda contribuyeron a ello la misma dialéctica entre el afuera y
el adentro que caracteriza la existencia insular, el carácter de asilo
o refugio que se le atribuye, el eterno presente de la vida que se ha
aislado de las peripecias del mundo externo (p. 301).
La idea insular en la casa de hacienda, en cuanto a un paisaje
que habrá de ahogarse en un mar de caña, tiene una relación de
complementariedad con el relato de Nay sobre sus espacios perdidos.
La insularidad también se comparte en claves con la alegre vivencia
y la triste lectura que se da en la inclusión de los negros del río,
sujetos sometidos al tránsito en territorios que tendrán nuevos dueños
cuando su exuberancia se venza. Los negros del Dagua se cuentan
armónicamente con su contexto, mientras su relato depende de un
testigo que viaja hacia la extinción del mundo que conoció como
universo idílico.
72
Ethan Frank Tejeda Quintero
—No más bunde —dije a los negros aprovechándome de la última
pausa.
—¿Le parece a su mercé mal cantao? —preguntó Gregorio, que
era el más comunicativo.
—No, hombre, muy triste.
—¿La juga?
—¡Alabao! Si cuando me cantan bien una juga y la baila con este
negro Mariugenia… créame su mercé lo que le digo: hasta los ángele
del cielo zapatean con gaina de bailala (Isaacs, 1986, p. 298).
Se da el exotismo en María (en las hablas, en los contextos, en las
personalidades relatadas, en la condición catedralicia de la selva que
abriga los torrentes del río Dagua) pero es un exotismo comprometido
ideológicamente, pues en necesario advertir que en el relato de Isaacs
no existe la pureza pretendida propia de aquel fenómeno narrativo;
no se da la armonía casi beatifica de parte de los hijos del pueblo de
Feliciana ni de parte de los bogas que superviven en el saber leer todos
las señales de la trepidante serpiente de aguas.
En tanto al compromiso, Donald MacGrady muestra cómo la
amalgama entre lo romántico y lo realista hace de María una obra
renovadora. Expresa el reseñista crítico que la inclusión de la que él
llama novela intercalada de Nay y Sinar responde, más que al exotismo
de África, al ansia de reforma social; muestra MacGrady cómo se
sinceran los perfiles para atentar a las claves habituales de lo exótico:
Sus negros no llevan una existencia ideal, como los indios de
Chateaubriand. Las diferentes tribus están en constante guerra unas
con otras y los vencidos y sus familias son degollados o vendidos
como esclavos. Pero todavía, “a falta de enemigos que vender, los
jefes vendían a sus súbditos, y muchas veces aquellos y estos a sus
hijos” (XL). Dentro de las tribus existen las mismas inquietudes y
envidias que entre los hombres civilizados: Magmahú pierde el favor
de su rey a resultas de intrigas palaciegas.
Desde luego el cuadro presentado por Isaacs es mucho más
veraz (1986, p. 42). No se molesta el escritor caucano en construir
un África y a una afro-américa que generen el efecto de los falsos
enamoramientos; no se limita a contar a unos sujetos de a bordo desde
María leída a la luz del incendio
73
casi una perspectiva zoológica. La sanción de lo romántico por lo
exótico y de lo romántico por lo romántico se rompe en otro aspecto
principal de la obra de Isaacs: la relación del sujeto y el paisaje.
Efraín, inmerso en el Dagua, recuerda al entorno de su infancia y a las
promesas idílicas que el paisaje le ha elevado en la mocedad:
La casa paterna en medio de sus verdes colinas, sombreada por sus
sauces añosos, engalanada con rosales, iluminada por los resplandores
del sol al nacer, se presentaba a mi imaginación: eran los ropajes de
María los que susurraban cerca de mí; la brisa del Sabaletas la que
movía mis cabellos; las esencias de las flores cultivadas por María,
las que aspiraba yo… Y el desierto con sus aromas, sus perfumes y
susurros era cómplice de mi deliciosa ilusión (Isaacs, 1986, p. 299).
Lo romántico sólo es posible en el recuerdo del personaje que
es María. Lo exótico es una perspectiva ilusoria que depende de
la sugestión de aquel que está en un proceso de formación que le
convertirá en testigo de las diferentes maneras en que se expresan las
pulsiones de lo humano. La capacidad de enamoramiento de Efraín
será la plataforma para sus futuras posiciones humanistas, para la
condición de relator exigido que convierte a María en una historia de
historias (muy a pesar del esfuerzo de aquellos que hacen uso de las
podas para instalar un caldo de cultivo de las histerias en el correr de
sus páginas).
Manuel Mejía Vallejo (1984) suma su voz al coro de los que son
conscientes de la sacralización-banalización de la propuesta de Isaacs
a través del pretexto del supuesto enamoramiento por el paisaje y el
ejercicio constante en goteos de los censores de la originalidad:
María supera a Atala. Inclusive a Graziella de Lamartine. Pues
mientras en la novela romántica francesa el paisaje es exótico, en
María el paisaje constituye una vivencia personal e históricamente
vigente del autor. La naturaleza en el romanticismo europeo conduce
generalmente al pintoresquismo exótico, como si se tratase de un
retorno a lo perdido que en un tiempo fue mejor. Isaacs recorrió a
caballo todo el país, siguiendo la peligrosa ruta de caminos y trochas.
Conoció los ríos crecidos y el susto de los caballos encabritados en la
noche por la gracia de los riesgos. De modo que ese supuesto paisaje
74
Ethan Frank Tejeda Quintero
no era en realidad un paisaje, sino el escenario de una lucha real que
hacía parte de un determinado proyecto de vida (p. 13).
En María existe, o se expresa, una dinámica carcelaria del paisaje,
pues es el relato de aquel, de aquellos, que sigue(n) sujeto(s) al
paisaje después de haber sido arrancado(s) del mismo. Este asunto
hace que en la obra del caucano la prosa venza a los determinantes
que sobre ella había impuesto el romanticismo, pues se rompen las
clasificaciones de lo objetivo y de lo poético, mientras se remozan las
ideas de correlación entre lo ontológico y lo toponímico.
En Isaacs, el argumento no vence a la operatividad cultural de
la obra. La anécdota se descubre accesoria, pues la voluntad de la
escritura se expresa en la construcción de la voz del verdadero autor
americano sustentado en la diversidad de tradiciones, en la disparidad
de orígenes, en las rebatiñas entre las distintas sugestiones, en la
disputa simbólica que dicta la legitimidad de la aplicación del adjetivo
sobre nuestros mundos. De tal manera, los elementos de la dispersión
tonal y estructural nos sitúan ante el profundo valor coral de María y
ante la enormidad de un autor al que le bordaron la más injusta de las
leyendas.
Ángel Rama nos habla de la necesidad de restablecer el valor de
nuestras obras; actuando en resistencia a las maneras dictadas por
los colonialismos de pensamiento, nos invita al descongelamiento de
nuestras lecturas:
Restablecer las obras literarias dentro de las operaciones culturales
que cumplen las sociedades americanas, reconociendo sus audaces
construcciones significativas y el ingente esfuerzo por manejar
auténticamente los lenguajes simbólicos desarrollados por los hombres
americanos, es un modo de reforzar estos vertebrales conceptos de
independencia, originalidad, representatividad. Las obras literarias no
están fuera de las culturas sino que las coronan y en la medida en
que estas culturas son invenciones seculares y multitudinarias hacen
del escritor un productor que trabaja con las obras de innumerables
hombres. Un compilador, hubiera dicho Roa Bastos. El genial tejedor,
en el vasto taller histórico de la sociedad americana (1982, p. 19).
El recuerdo del pensamiento de Rama nos deja de frente a la
María leída a la luz del incendio
75
quimera de estepas que es el monstruo de los acumulados hecho de las
lecturas que fundieron en cristal nuestras miradas.
En el texto El caballero de las lágrimas, escrito por Luis Carlos
Velasco Madriñán, encontramos la lectura habitual de la relación de
la obra de Isaacs con el paisaje: la sensación en lo evocado, la sanción
en lo vivido. Inocencia en la mirada crítica que se convierte en la
inocencia eternizada entre las catervas de los desentendidos y de los
eternos vergonzantes.
A pesar de los cautiverios aplicados a la obra de Isaacs, más allá
de los empobrecimientos de los polípticos replicados por nuevas
dominaciones, en el poema “Oración” hay elementos de más para
considerar la conciencia del autor de la tristeza de aquel que ha
recibido un paisaje por cárcel. Hoy es importante considerar ese sentir
del autor-enunciador-perfil mimético como a una operación cultural
generativa pervertida por los lectores de pies ligeros:
Gratas memorias del hogar paterno
Que acaricia mi mente enamorada,
Voluptuosas canciones de proscrito,
Fragantes con las flores de mi patria.
Venid conmigo a la colina triste
Por arreboles pálidos bronceada
Y escuchareis el canto lastimero
Que inspira la oración del extranjero (Isaacs, 2006, p. 30).
Conciencia en el autor de la captura y el sentir del descentrado que
es obligado a un contexto. Suma de materiales que permite comprender
la psiquis de un perfil actante que gana dimensiones para vencer a la
lectura simple de la anécdota que le circunda.
Sea porque solamente Sinar podía entenderle, o porque gustase este
del trato del Europeo, daban juntos diariamente largos paseos, de los
cuales notó Nay que su amante regresaba preocupado y melancólico.
Supúsose ella que las noticias que daba a Sinar de su país el extranjero
debían de ser tristes; pero más tarde creyó acertar mejor la causa
de aquella melancolía, imaginando que los recuerdos de la patria,
avivados por la relación del sacerdote, hacían desear nuevamente al
hijo de Orsué el verse en su suelo natal (Isaacs, 1986, p. 223).
76
Ethan Frank Tejeda Quintero
Conciencia de un sentir que se da por interpuesta persona. Sentir
que habrá de significar la sempiterna motivación del personaje.
Feliciana es una proscrita al entorno, que sigue viviendo en su mente
enamorada, en el recuerdo de la corte paterna, en el suspiro por su
paisaje. Nay es aquella que muere en condición de extranjera, es
el lamento por la restitución de eso que los tráficos convirtieron en
imposible, es la matriz de las formas de expresarse sentimentalmente
con las que Efraín está dotado, es la madre en el símbolo de María.
Para entender el último aspecto, hay que desenmarañar un elemento
asociado a los cautiverios: el cabello. Remontémonos al instante de la
captura de Nay que se da en medio de la celebración por el bautizo y
las nupcias cristianas de los hijos de las cortes africanas:
Los convidados apuraban con exceso caros y enervantes licores;
y todos habían ido rindiéndose lentamente al sueño. Sinar, huyendo
de la algazara de la fiesta descansaba en un lecho de sus habitaciones
mientras Nay le refrescaba la frente con un abanico de plumas
perfumadas.
De improviso se oyeron en el bosque vecino algunas detonaciones
de fusiles seguidas de otras y otras que se acercaban a la morada de
Magmahú (Isaacs, 1986, p. 221).
Alonso de Sandoval relata a la celebración como a la condena
de los africanos apostados en las orillas de los ríos. Se vencen los
aletargados ante la exactitud de un protocolo de captura; así, pues, la
conformación de las armazones y la embriaguez de los pueblos es una
yunta asumida por Isaacs lejos de la gratuidad anecdótica.
El agua bautismal ha pretendido lavar las angustias africanas,
el rito recóndito venció a las defensas, el denominado rescate ya se
encuentra en marcha tras la sombra de una sotana:
Se embarcan [los captores africanos] en canoas al modo de las que
navegan por el río de Magdalena, pero tan grandes, que caben en cada
una hasta cincuenta negros, esforzados guerreros, con su capitán y su
piloto, todos bogando con tanta furia, que la llevan volando por los
esteros y los ríos la tierra adentro, hasta emboscarse donde oyen bailes
de negros, principalmente biafaras, cuyos reinos tienen destruidos,
que en ellos más que en otras naciones se extreman; acércanse a ellos
María leída a la luz del incendio
77
de noche y al cuarto del alba, cuando cansados de bailar se quedan
dormidos, dan sobre ellos, y los cogen y amarran y llevan a sus tierras,
adonde de ordinario hay pataches y fragatas de rescate con portugueses
a quienes los venden, habiendo primero sacrificado a sus dioses parte
del cabello que de la barba (algunos tienen) y cabeza han cortado a los
cautivos (Isaacs, 2008, p. 102).
El cabello como elemento ligado al aprecio, el honor y la captura,
forma parte de las cosmovisiones y de las prácticas rituales africanas;
como símbolo del sacrificio, es escenificado en tierras americanas
por una que nace en la instrucción de la educación sentimental de la
cautiva: María. Por legación del acto significado más allá del gesto y
del verbo, la judía conversa violenta la negación a la corporalidad del
sentir antes del rito nupcial dictado por el dogma cristiano.
Uno de los fragmentos más emotivos de María es aquel que sitúa a
Efraín en condición de tras-terrado; en ese segmento acompañamos al
principal en la lectura de una carta de su amada donde la sacrificada,
ante la ambición del padre, lega para la memoria sus más preciadas
prendas.
Si vienes… sí vendrás, porque yo tendré fuerzas para resistir hasta
que te vea; si vienes hallarás solamente una sombra de tu María; pero
esa sombra necesita abrazarte antes de desaparecer. Si no te espero,
si una fuerza más poderosa que mi voluntad me arrastra sin que tú
me animes, sin que cierres mis ojos, a Emma le dejaré para que te lo
guarde, todo lo que yo sé te será amable: las trenzas de mis cabellos,
el guardapelo en donde están los tuyos y los de mi madre, la sortija
que pusiste en mi mano en vísperas de irte, y todas tus cartas (Isaacs,
1986, p. 297).
María también es presa de los cautiverios. La distancia es la
hoguera que devora ilusiones y proyecta los espejismos de las correctas
maneras. La ruina de la hacienda le ha arrancado la promisión a su
historia. Sólo le queda la entrega donde el cuerpo físico resiste a
las esperas que le corresponden al cuerpo espíritu. La entrega del
cabello es el acto escudo y símbolo de las vitalidades que no corren
el riesgo de dejar de ser ante el arbitrio de las cartas de vanidades que
nos impusieron. Tejido que vence a la muerte, crecer que no amaina
78
Ethan Frank Tejeda Quintero
mientras la frescura se convierte en cuestión de esencias. Cabello y
uñas. La mano muta en garra y la cabeza de la mujer se dibuja como
nacimiento de la sierpe. Versión vampírica de una caribeña renacida
en la africanía y doblegada por la gélida axiología de los señoríos de
un Valle colgado de los Andes. Semilla gótica en lo tropical donde
la ruina sólo será la ruina cuando se establezca la costumbre de la
ostentación que disimula al vacío. Cabello llave del sepulcro. Escape
imposible pues el espíritu de María será confinado en las mazmorras
del pastillaje meloso.
El mundo de los prestigios y de las purezas pretendidas, heredadas
por Europa como espacio-tiempo de la identidad, posee distintas
clasificaciones del vestido para los cautivos. Los representados por
Feliciana son testigos de la hoguera que devora a sus mundos. Los que
encuentran en Efraín y María sus símbolos caminan hacia la pira de
las vanidades del suyo. Los cercenados de la promisión son lanzados a
una olla donde no se cansan de hervir las resignaciones. Las víctimas
de los susurros de inocencia buscan refugio en el milimétrico vientre
de los camafeos. Los eliminados por los caprichos del poder nos
siguen tributando con testimonios que escapan a las fronteras de la
fosa. Cabellos y uñas para vestir y para aferrarse a lo no asumido.
Costumbres y prácticas donde se organizan las ponderaciones que
la mirada patricia ha imposibilitado. Gesto significado que seduce
a los que mamaron de otras maquinaciones: “Es sugestivo imaginar
a los referidos cabellos de la madre de María como los cabellos de
Feliciana”.
2.4. Nay y María, la maternidad de la escucha
La correlación Nay-María es tan significativa como la que se
establece entre Feliciana-Efraín. Los personajes son el relevo entre
generaciones de la no completitud, son los vencidos por todas las
clasificaciones de la enfermedad, son las víctimas del vientre frío del
monstruo que representa la casa de hacienda, son la condensación de
intrincados campos relacionales.
¿Es la voz de Nay la escenificación de la relación ayas-Isaacs?
Pregunta difícil de responder, campo para argumentar minado por
los escasos desarrollos biográficos fiables en torno de las negras
María leída a la luz del incendio
79
esclavas al servicio de la familia del escritor caucano.45 ¿Es la voz
de Efraín la sinceridad desmesurada de la noción de Isaacs de las
glorias y vergüenzas de las poblaciones cautivas? Respuesta dada
en lo afirmativo por las gracias de la premura. Costumbre por lo
absoluto que se puede destruir con la búsqueda de nuevos recortes
a las advertencias que significa el autor: el reconocimiento de las
periferias, la develación de las cadenas compartidas por los aplastados
por el pie de la hacienda y por los que respiran la fresca del amparo
de sus techos a tres aguas, las peligrosas condiciones del dictamen
apropiador ubicado de espaldas a la noción del equilibrio, el ardid
que hizo de los desprecios una cartilla de “controlados afectos”, la
enormidad de la tiranía adjetiva.
No obstante la voz legada se expresa (en su fragmento del tránsito
por el río Dagua), es trazable la tiranía adjetiva sobre la oralidad de
la negredumbre administrada por Efraín en su concepto de encanto
o de desencanto. Es evidente el velado desprecio epistémico en la
escenificación de la desigualdad que es la arquitecta de las pirámides
pensadas para ser replicadas sobre todas las geografías.
María no está libre de lo que podemos denominar la confusión
adjetiva, expresión del ser-estar que es uno de los síntomas frecuentes
de un mal que disimula su poder genérico en el pretenderse endemia
(cuestión propia que se expresa en mil amores violentos): las distancias
entre las principalías y las periferias.
Sobre las aguas del río Dagua, el negro canta alegremente la suma
de sus tristezas, mientras el hijo de la hacienda se dirige en medio
de las tristezas propias del vacío de esperanzas hacia un universo
que conserva sus fachadas alegres muy a pesar de haber sufrido la
extinción de los pretextos idílicos. Dolor-rutina, retorno-resignación,
antonimia de portes, semblantes y sentires, juego de correlaciones
donde no se limita el autor a los sentimentalismos, pues su voz asume
voluntades descriptivas provistas de una objetividad innegable:
45
En la relación de bienes asumida por Velasco Madriñán (1987) en El Caballero de las
lágrimas encontramos un documento donde se habla de la propiedad de la negra Estéfana, a
quien Efraín ubica en el servicio de la casa paterna en el momento de su retorno de Bogotá al
Cauca.
80
Ethan Frank Tejeda Quintero
Pronto estuvo mi hamaca colgada. Acostado en ella veía los
montes distantes no hollados aún, que iluminaba la última luz amarilla
de la tarde, y en las ondas de Dagua pasar atornasoladas de azul,
verde y oro. Bibiano, estimulado por mi franqueza y cariño, sentado
cerca de mí, tejía crezneja para sombreros, fumando en su congola,
conversándome de los viajes de su mocedad, de la difunta (su mujer),
de la manera de hacer la pesca en corrales y de sus achaques. Había
sido esclavo hasta los treinta años en la mina de Iró, y a esa edad
consiguió a fuerza de penosos trabajos y de economías, comprar su
libertad y la de su mujer, que había sobrevivido poco tiempo a su
establecimiento en el Dagua (Isaacs, 1986, p. 305).
Paisaje humano y voluntad de escucha que se expresan en la
franqueza, el cariño y la proximia. Afecto efecto del desafecto. Más
allá de las filigranas que la imaginación de un lector informado pueden
dibujar sobre las aguas de un río en el Pacífico, es posible establecer
múltiples valores a la estación de Bibiano, ponderaciones que se
alejan de la discusión probatoria si se asume al negro liberto como a
un fundador de dominios: su espacio es un lugar para el encuentro, la
expresión del ser afroamericano y la construcción de un sentir propio
del crecer en musicalidades.
Bibiano es el padre fundador de una familia extensa, es un regente
que escapa a las maneras cortesanas impuestas por los europeos, pero
que replica la imagen pauperizada de aquel que detenta la autoridad;
es el liberto primero, el mayor que determina las relaciones, es el
espacio de encuentro entre generaciones.
Resulta estimulante imaginar a la estación en el río Dagua como a
uno de aquellos sitios que Fernando Ortiz denomina como los cabildos
afroamericanos. Aquel concepto es retomado por Ramiro Guerra
(1998) en el libro Calibán danzante:
Reunión de negros y negras bozales en casas destinadas al efecto
los días festivos, en que tocan sus atabales o tambores y demás
instrumentos nacionales, cantan y bailan en confusión y desorden con
un ruido infernal y eterno, sin intermisión. Reúnen fondos y forman
una especie de sociedad de pura diversión y socorro, con su caja,
Capataz, Mayordomo, Rey y Reina… (p. 96).
El centro de aquel universo ha dejado de ser arbitrio del hombre
María leída a la luz del incendio
81
blanco; en la profundidad de las selvas se fortalece la cultura de los
llamados rioseños, las jerarquías escapan a las imposiciones de lo
prestigiado por las fuerzas colonizadoras, los reales de minas son un
mal recuerdo en un río que necesita otros conocimientos en lo concreto
para la supervivencia, ha actuado lo que Ramiro Guerra ha dado a
llamar “mutualidad benéfica”.
La figura del rey de los cabildos, que explica el autor de El Calibán
danzante, se ratifica en Bibiano por un elemento de uso, por un
distintivo que habla del contacto entre los negros y los indígenas: el
bastón. El mando y la ascendencia habitan a ese que es más que un
aditamento, dándonos la posibilidad de toparnos con un jaibaná negro
y con un monarca de tierras donde lo lustroso va de la mano de la
exuberancia megadiversa:
Bibiano, padre de la núbil negra, que era un boga de poco más de
cincuenta años, inutilizado por el reumatismo, resultado del oficio,
salió a recibirme, el sombrero en la mano, y apoyándose en un grueso
bastón de chonta: vestía calzones de bayeta amarilla y camisa de
listado azul, cuyas faldas llevaba por fuera (p. 304).
El bastón es mucho más que el soporte para un lisiado, pues Bibiano posee condición astral en aquel universo del Dagua. Llama la
atención que el bastón sea de chonta, pues ese recurso forestal es fundamental en el mito de la creación del hombre de las culturas indígenas del Pacífico. La figura de Bibiano es generativa, su presencia
garantiza la abundancia en el contexto, bien sea leído como jaibaná
negro, como benkuum o como rey de cabildo afroamericano. Ramiro
Guerra describe a aquellos reyes de los cabildos afroamericanos: “El
Rey se ataviaba de casaca y pantalones, sombreros de dos puntas y
alto bastón borlado” (p. 304).
Además, le completa en valores al explicar sus funciones
administrativas del entorno:
El carácter jerárquico dentro de los cabildos fue otra de sus
características. Solían estar regidos por un rey, generalmente “el
más anciano… magnate esclavizado, cuando no el mismo jefe de la
tribu…” quien también era designado con el nombre de Capataz o
Capitán. Este rey “disfrutaba de considerable poder dentro del corto
82
Ethan Frank Tejeda Quintero
radio de acción que le dejaba libre el poder social de los blancos.
Durante el año era el custodio de los fondos de la sociedad y el que
imponía multas a sus súbditos” (p. 98).
Bibiano es viudo, pero, como posible administrador de un cabildo
de negros,46 no es carente de reina. Figura que Guerra explica, citando
a Fernando Ortiz: “Existía también una reina ‘que sentada en su alto
trono y acompañada de sus oficiales, presencia y preside el baile…’”.
En María la reina del cabildo afro es la verdadera anfitriona del tambo
palafito, su nombre: Rufina. Los negros del río reverencialmente
la llaman: Ña’ Rufina. En su figura se pueden ver accesorios que
muestran a los negros en el vínculo con los indígenas; en la frugalidad
de su descripción queda viva la inquietud sobre los distintivos que
usa: ¿son estos la transformación de los Chirchir y de los Pajudée que
utilizan las mujeres Wounaan?
Rufina, señalándome el camino, subió con admirable destreza
la escalera formada de un solo tronco de guayacán con muescas, y
aun me ofreció la mano entre risueña y respetuosa cuando ya iba a
pisar el pavimento de la choza, hecho de tablas de pambil, negras y
brillantes por el uso. Ella, con trenzas de pasa esmeradamente atadas a
la parte posterior de la cabeza, que no carecía de cierto garbo natural,
follao de poncho azul y camisa blanca, todo muy limpio, candongas
de higas azules y gargantilla de lo mismo aumentada con escuditos
y cabalongas, me pareció graciosamente original, después de haber
dejado por tanto tiempo de ver mujeres de esa especie; y lo dejativo
de su voz, cuya gracia consiste en gentes de la raza, en elevar el tono
en la sílaba acentuada de la palabra final de cada frase… (Isaacs, 1986,
p. 304).
¿A qué se refiere con la expresión “mujeres de esa especie”?
¿Identifica un elemento de prestigio y de distinción en el uso de las
maneras del habla de parte de la posible reina ribereña? ¿Los adjetivos
colgados al talle y a la sonrisa son asumidos como indicios de una
posición en las jerarquías americanas de los hijos de África? Preguntas
Si bien el concepto es cubano no es descabellado aplicarlo en el Pacífico colombiano,
pues, como lo demuestra Alfonso Múnera, este territorio se nutrió, por el tráfico a través del
Chocó, de presencia africana proveniente de dichas latitudes.
46
María leída a la luz del incendio
83
que no se resumen en expresar que es claro que Isaacs va más allá
de la maquila de las simpatías por un entorno que se recorre con los
sentidos agudizados por la angustia y por el dolor.
Isaacs permite ver que el americano ha hallado un verdadero espacio
para su intimidad. La distancia y el desencanto han encontrado maneras
nuevas de expresarse, formas basadas en los orgullos del resistir. El
novelista caucano ha captado lo relativa que es la tristeza, lo relativa
que es la alegría, a orillas del río Dagua. Ha exigido a la voluntad
para recortar de los telones de fondo a las maneras diferenciales de lo
abundante y se ha topado con una versión nueva de la ostentación en
la profundidad del sentirse, del reconocerse, del ser en el Pacífico que
se auto-relata en María.
No obstante, las lecturas habituales han querido encontrar las
claves de ese descentramiento, de aquel escape, en la derrota de quien
regresa hacia sus imposibles. Aquella sensación de vencimiento se
expresa de otra manera en María y en la totalidad de la obra de Isaacs.
La relación entre la distancia y el desencanto sí es un tema abordado
desde lo romántico por parte del caucano, pero asumido lejos de la
simple mirada enamorada sobre el paisaje.
Basado en “Oración”, esa circunstancia la intenta explicar Velasco
Madriñán (1987) de la siguiente manera:
Pálidamente en estas líneas habéis podido daros cuenta del
panorama y sus maravillas, como también del agente subjetivo que
incita con vehemencia la inspiración elégica de Isaacs. La luz de los
cuadros es impresionante por las expresiones brillantísimas y vivas
de una naturaleza que no es sólo poseedora de fuentes inagotables de
belleza, sino que revela con realidades patéticas, la alegría de producir
el mismo rendimiento estipulado en la parábola de la bendición (p.
30).
La idea de asumir a las descripciones románticas en relación con
cuadros o con frescos es frecuente; por eso es posible establecer la
condición particular de la obra de Isaacs en la urgencia de escapar
a las formas que concitaron las llamadas estampas del bienestar. En
María, el paisaje posee manejo de personaje, pues cuenta con una
temperancia que refleja los estados de ánimo o las circunstancias
84
Ethan Frank Tejeda Quintero
de los perfiles principales, es el gran dador de indicios y de auxilios
caracterizado por Vladimir Propp en sus morfologías, es el cuerpo
habitado por deidades que nos dicta la inutilidad de las genealogías.
(Efraín registra, pero el contexto anticipa).
Germán Patiño Ossa (2010), en su ensayo de presentación de la obra
de Rogerio Velázquez47, titulado Tras las huellas de la negredumbre,
habla de la consideración del paisaje como un actor más. Patiño nos
deja, en su referencia al sociólogo chocoano, la posibilidad de trazar
aquel gesto de lectura de la significación del entorno en medio de la
historia del pensamiento que influye a nuestros bordadores de letras, a
los autores que vencieron la imposición de replicar frescos y cuadros
de costumbres.
Prácticamente todos sus estudios históricos, y aún los etnográficos,
resaltan el medio natural como un actor más, sin el cual no se podría
comprender a cabalidad el alcance de los acontecimientos que se
narran. Desde luego esto inserta su historiografía en una corriente
renovadora de los estudios históricos que tuvo antecedentes tanto en
Francia como en Brasil. La escuela francesa de los Annales, de la que
Emmanuel Le Roy Ladurie ofició como vocero, junto a Marc Bloch y
Fernand Braudel, se caracterizó precisamente por una fuerte ligazón
de geografía e historia, cuyas temporalidades se entrecruzaban y se
volvían mutuamente interdependientes. Ni las acciones humanas
pueden ser explicadas al margen del territorio en que se habita, ni
el territorio mismo puede ser comprendido al margen de la actividad
humana (Patiño, 2010, p.7).
Los africanos hacen de su territorio una cuestión imaginaria, lo
transmiten a las fascinaciones-sugestiones americanas, eso es lo que
hace posible a María. Es el gran secreto de la africanía que invade los
corazones que renuncian a las falseadas promesas de lo núbil. Es el
reflejo eternizado del rostro de una princesa africana sobre todos los
portes de lo que fluye. Nay es la libertad expresa ante el condicionante
de la geografía cercenada, lo es en el recuerdo, lo es en el plasmar una
relación ritual con el entorno, lo es en su eterna principalía mental, lo
Gracias a este escritor chocoano se fundan nuevas tendencias en la lectura de María,
aproximaciones que rompen las maneras hegemónicas de interpretación que hicieron de la
novela una cuestión de orgullos cimentados a la ligera.
47
María leída a la luz del incendio
85
es en la supremacía de su corazón donde pervive la divinidad contenida
en los fenómenos, en los elementos, en el paisaje, en los tránsitos, en
los gestos de afecto que no necesitaron de la piedad cristiana para ser.
Laureán y Cortico, Bibiano y su hija, son la libertad desde las
claves de la adaptación que funda oficios. El gesto africano es libre
en el territorio americano; la silueta africana es, más allá de la
calificación de sujeto propia del hombre blanco; el honor africano
es, en la reverencia a los mayores de la negredumbre que se da ante
Bibiano como administrador de su mundo; la solemnidad africana es
en la muerte de Feliciana, es en un cortejo donde a la cautiva se le
reconoce como motor moral de un mundo que resiste.
Los personajes negros de María, sus historias, nos permiten ver que
el romanticismo por el romanticismo estuvo más en la voluntad de la
lectura que entre las páginas de la obra de Isaacs. El romántico caucano
se adelanta a las tendencias que en el siglo XX habrán de instaurar
los estudios sociales con pretensiones científicas. Pretendiendo la
literatura, hace historia de la apropiación de un territorio. Edificando
la enormidad de lo central, llama a cuenta la mirada para las periferias.
Contando los débiles contornos de la fortaleza que significa la casa de
hacienda, nos instala en la vitalidad de los tránsitos. La descripción
entre el espacio privado y el balcón que da a los tránsitos es muy
valiosa en ese sentido. La objetividad de Isaacs al ubicar un palafito
entre dos aguas es, sin duda, poderosa.
Componíase la casa, como era una de las mejores del río, de un
comedor, del cual, en cierta manera, formaba continuación la sala,
pues las paredes de palma de esta, en dos de sus lados, apenas se
levantaban a vara y media del suelo, presentando así la vista del Dagua
por una parte y la del dormido y sombrío San Cipriano por la otra: a la
sala seguía una alcoba, de la que salía a la cocina, cuya hornilla estaba
formada por un gran cajón de tablas de palma rellenado con tierra,
sobre el cual descansaban las tulpas y el aparato para hacer el fufú
(Isaacs, 1986, p. 304).
Velasco cita al paisaje en María en la descripción que obedece a
la vivencia,48 pero advierte la no sincronía de lo recordado y de lo
48
Cita de María: “Las verdes pampas y selvas del Valle del Cauca, se veían como a través
86
Ethan Frank Tejeda Quintero
temido con la versión enamorada de la descripción que se consideró
propia de lo romántico: “Al parecer hay una disonancia entre el espíritu
meditativo y el espectáculo de las tierras del sol y de luna, de luz y de
sombras estelares” (1987, p. 30).
Nay, Laureán y Cortico, Bibiano y Rufina no son meros elementos
del paisaje, son importantes determinantes en la lectura que del
mismo hace Efraín. La presencia negra es la opción de romper el
empobrecimiento paisajístico en que quiso sumir a la obra la crítica
del escapismo; la misma que, en la magnificencia del contexto
traducido a palabras, intentó ignorar la geografía humana contada
por Isaacs.
Feliciana no responde a la idea de la fidelidad del servil, sino a
la derrota de quien ha sido reducido a la vida en su recuerdo. Justa y
castrada, lejos está de ser idealizada, no es una figura para la simpatía,
es un perfil para poetizar al ser ante las miradas que pueden hacer
inventarios entre la historia de la brutalidad. Los negros del río
obedecen a las descripciones exactas de la condición humana como
una construcción derivada del conocer-reconocer a los contextos de
origen, de anclaje y de pervivencia. La idea del propio y el extraño,
de la urgencia de la asociación entre sujetos, de la urgencia de los
contactos entre las distintas maneras de ser, tiene en María una obra
fundacional, cumbre y capital. En esta novela, la idealización del
entorno sólo se expresa en la condición casi infante de la figura amada.
Velasco nos recuerda la escena de la familia de Efraín entonando
un canto que la muestra en condición de presa de la versión europea de
un contexto aún no reconocido como propio en sus particularidades,
potenciadas por los secretos para ser descifrados, asumidos, replicados
y beneficiados:
de un vidrio azulado, y en medio de ellas, algunas cabañas blancas, humareda de los montes
recién quemados elevándose en espiral, y alguna vez las revueltas de un río. La cordillera de
occidente, con sus pliegues y senos, semejaba mantos de terciopelo azul, obscuro suspendidos
de sus centros por manos de genios velados por las nieblas”. En este segmento se ven elementos
descriptivos que van más allá del enamoramiento, que son crítica estilizada a las prácticas de
ampliación de las fronteras agrícolas, donde vemos a la serpiente que retoza sobre un valle que
paulatinamente va quedándose desnudo ante el desmonte.
María leída a la luz del incendio
87
Ven conmigo a vagar sobre las selvas
Donde las hadas templan mi laúd;
Ellas me han dicho que conmigo sueñas
Que me harán inmortal si me amas tú (1987, p. 28).
Distante a esa idea maquilada de la musicalidad de la selva, Isaacs
nos cuenta a Efraín como testigo de los vientos del Sabaletas, del
sonido de la marimba, de las voces de la juga o del bunde y de la
presencia del carángano. La voz de Efraín se construye de la inicial
voz documental de Isaacs; como nos lo recuerda Umberto Valverde
(1984), al extraer un fragmento epistolar de las críticas biográficas que
malbarataron la experiencia del escritor en el Pacífico:
Hay una época de lucha titánica en mi vida, la de 1864 a 1865;
viví como inspector del camino de Buenaventura, que se empezaba a
construir entonces, en los desiertos vírgenes y malsanos de la Costa
de Pacífico. Vivía entonces como salvaje, a merced de las lluvias,
rodeado siempre de una naturaleza hermosa, pero refractaria de
toda civilización, armada de todos los reptiles venenosos, de todos
los hálitos emponzoñados de la selva. Los 300 o 400 obreros que
tenía bajo mis órdenes y con quienes habitaba como un compañero,
tenían casi adoración por mí. Trabajé y luché hasta caer medio muerto
por obra de la fatigante tarea y del mal clima… Entonces hice los
borradores de María, en las noches que aquel rudo trabajo dejaba para
mí (Isaacs, 2007, p. 54).
El autor de María posee las vivencias que le permiten comprender
al ser afroamericano en un tenor ponderado; su infancia se mueve en
la sugestión de los relatos de un continente lejano al que le debe su
educación sentimental, la sensibilidad de su mirada y las claves de
mayor intimidad de sus relatos; su temprana adultez se desenvuelve en
medio de los troncos familiares49 del Pacífico, en medio de un universo
de sentido donde la idea de salvaje lejos está de los desprecios dictados
por occidente.
49
Concepto manejado por Nina S. de Freidemann para explicar la condición original de los
marcos relacionales de los negros de la profundidad de los ríos y los litorales; la antropóloga
considera dicha distribución socio-administrativa del territorio como una importante huella de
africanía.
88
Ethan Frank Tejeda Quintero
Isaacs crece inmerso en la hermosura de lo que escapa a los
mecanismos dentados de lo civilizatorio, aprendiendo de la distancia
que hay entre las palabras amo y compañero, por eso no cae en repetir
el ardid de las inocencias del otro que sirve para reforzar el simulacro
de la mayor conmensura del hombre blanco.
En tanto a la imagen propuesta desde el humanismo europeo, la
del sujeto ideal, hay que decir que no se trata de nada diferente a una
metáfora de la sujeción que opera sin paráfrasis en una jugada por
el adiestramiento y por la “improntación” de una población que se
consideró casi en estado animal.
Un testimonio principal de la animalización de los hombres y de
las mujeres de origen africano lo entrega Rogerio Velázquez (2009) en
su texto Gentilicios africanos del occidente de Colombia, donde nos
relaciona las “taxonomías” que sobre el esclavo se hacían, creando
condiciones genéricas propias de las clasificaciones en especies de los
paquetes animales.
1° Al contar la edad de los esclavos. Se llamaron muleques,
mulecones, piezas de Indias o simplemente piezas, a los negros que
tenían de siete a diez años; de doce a diez y ocho, y de diez y ocho a
treinta y cinco. En los papeles relacionados con los minerales del Cauca
hallamos más de 1.500 “muleques y chuma” sin otras especificaciones
que los identificase.
2° Al señalar el tiempo de estar bajo la esclavitud. Bozal era el
individuo recién sacado de África, y Ladino el que llevaba más de un
año en las posesiones americanas. En los archivos consultados topamos
diversas veces con nombres como José Bozal, Pedro Ladino, sin otros
calificativos que atenuasen la malicia humilladora.
3° En el manejo del idioma castellano. Bozal era el negro que no
se hacía entender en castellano; Bozalón, el que lo hacía de manera
imperfecta, y Ladino, el que lo hablaba con soltura. Estas divisiones
eran económicas y se tenían muy en cuenta en las ventas y traspasos.
4° En la clasificación de los esclavos por el color de la piel y otras
peculiaridades originarias de cruce racial. Esta clasificación llamada
“colorida” por Aguirre Beltrán […] fue común en todos los dominios
del Nuevo Mundo. En la Nueva Granada, Méjico y Perú se habló de
los mulatos como seres asimilables, de acuerdo con Covarrubias, a
gentes que procedían de blanco y negra, “comparables a la naturaleza
del mulo”; de criollos, como negros nacidos en América y no en África,
María leída a la luz del incendio
89
y de negros, que se asociaban a vileza social. En las listas consultadas
encontramos en el Cauca y Chocó nombres corno Mulato, Salvador
Negro, Pedro Moreno, Ignacio Colorado, María Catambrino, etc. (p. 7).
Esa clasificación se haría más dramática a fuerza de la racialización,
donde el ardid de la descripción objetiva, propia de la clasificación de
las especies, se remplaza por la máquina de tortura de lo genérico,
donde la ignorancia de los orígenes, de las condiciones, de las
genealogías que escapaban a los fines prácticos de las emergencias,
garantizó la condición de los tras-terrados como utilerías de los
proyectos de acumulación de los poderes del siempre.
Tras la transformación de los discursos, dichas clasificaciones las
consideramos como las hojas urticantes de aquella diversifolia que
es nuestra historia. Nos sorprendemos dolidos por la acumulación de
infamias que hicieron posibles las escasas certezas de nuestro tiempo.
Nos lacera un mundo que paulatinamente se nos hizo ajeno, al que aún
vemos arder encogidos de hombros, pues el fuego nos lo separa una
distancia que no se devora en el juego infante del pico y pala.
En tanto a nuestra cobardía, que huele al ambientador de las oficinas,
queda la urgencia de rescatar las conciencias de las garras de aquellos
que nos enseñaron a devorar inocencias entre respiraciones contenidas
que nada tenían que ver con la indignación. Queda la invitación a
liberar las pulsiones, a escapar de aquellos a los que los tiempos del
ningún avance nos obligaron, a desnudar las perezas que nos dictaron
para que por desprecio a la lectura iniciáramos el entrenamiento para
perdernos, para repetirnos, nunca para recontarnos.
Uno de los que escapó a la exigencia de querer medir el mundo con
una regla de escolar, con la convención que hace de la circunferencia
un fragmento de las formas imposibles, con la mirada que se alimenta
de desafectos, fue Jorge Isaacs. Sobre él habría de caer la historia, para
disimularlo tras páginas y páginas hechas con el pulso de quienes se
inventaron los nudos y los amarres del navío del engaño; sobre él se
aplicó el peso que lo empequeñecería a la medida de los diccionarios,
de los libros de texto.
A Isaacs intentaron aplastarle, comprimirle, pero se les quedó un
gesto descreído que inquieta: el de su mostacho que muchos confunden
90
Ethan Frank Tejeda Quintero
con una mordaza. Deleite para los devoradores de anécdotas. He aquí
dimensiones de aquel autor que por obvias no necesariamente son
comúnmente advertidas: En medio del epílogo de la trata, donde el
desmonte de la esclavitud no significaba el desmonte de los desprecios,
un hijo del siglo XIX en el gran Valle del Cauca, autor joven, político
y funcionario, más allá de la presión de las costumbres provincialistas
de su entorno, abre espacios de la humanización de una geografía, le
reconoce un lugar a la temperancia de una población a la que ya vimos
cómo el resto del mundo parecía pretender no regalar con la conciencia
del atardecer de una historia y con la narración que le permitiera a la
futura mirada comprender el amanecer en las pulsiones de lo propio.
Son aspectos de profundo valor de la obra de Isaacs las descripciones
sociológicas y antropológicas; son cuestiones de una sensibilidad
extraña a su época el relato consecuente de las cotidianidades, el
recorte hecho de las prácticas que no cuentan sus glorias en lo ritual,
el destacamento de las dietas, de las preparaciones de los platos, de
las mistelas:
El almuerzo de aquel día fue como el del día anterior, salvo el
aumento del tapao que Gregorio me había prometido, potaje que
preparó haciendo un hoyo en la playa, y una vez depositado en él,
envuelto en hojas de biao, la carne, el plátano y demás que debía
componer el cocido, lo cubrió con tierra y encima de todo encendió el
fogón (Isaacs, 1986, p. 306).
Ante Isaacs, visto como hito y como síntoma, podemos ser testigos
de cómo el mundo de lo letrado le construyó a los dominados (por el
ignorar o por el creer) una versión confusa diseñada para las lecturas
de maquila, le proveyó a los dispuestos-aletargados una versión donde
es casi imposible la identificación de las trazas supervivientes a las
rebatiñas.
En la novela de Isaacs encontramos otra apuesta política: situar al
negro en posesión de las tierras de los ríos del Pacífico. ¿Otra razón
para la invisibilización de los capítulos negros en María? Tradición
versus procesos notariales, vivencias en contra de papeles orlados de
sellos y de escudos que representan a la eficiencia del apropiador en
un proyecto de país ineficaz; disputas entre la piel desnuda y los paños
María leída a la luz del incendio
91
susceptibles a todas las etiquetas; luchas que, en medio de la impavidez,
en Colombia se convertirían en los relatos de las adaptaciones de las
poblaciones al territorio versus los dictámenes firmados a golpe de
fusil.
2.5. Isaacs regularizado, el uso político de las lecturas congeladas
La regularización de las geografías no se cansa de sofisticarse,
mientras las voces que pueden elevarse se satisfacen por ser señaladas
con los adjetivos que portan pasaporte: borgianos, cortazariano,
joiciano, etc.
Se construyen los indiscutibles en torno a lo que posea tufillo
de otra orilla, al tiempo que todas las desconfianzas se alzan desde
la calificación Isaacsiano, pues la propuesta ideológica desde aquel
nombre se ha malbaratado, se ha negociado en miserias por ser Isaacs
suscrito a la identificación más de los condicionantes externos que a la
representación de las motivaciones asumidas desde las características
de la captura de lo propio.
Las lecturas de Isaacs se han dado desde bibliotecas ubicadas en
universos imaginados y palaciegos, o mejor i-maquilados y paraciegos. De tal manera, se da el desdibujarse de reivindicaciones que
nos lucen, más que lógicas, urgentes: es la obra de Isaacs un adelanto
del futuro relato de la llamada Colombia profunda; continuo de lo
narrado hoy ignorado, pues muchos consideran la caducidad de los
relatos que escapan al presidio de la poética de ciudad.
Para las hegemonías conservadoras, el caucano se da una licencia
inadmisible en la representación de los hijos de la negredumbre al
relatarlos como dueños de sus propios desarrollos productivos;
cuestión que brindaba la opción de defender a las comunidades
afroamericanas de la llamada feudalización de los territorios baldíos.
Tras aquel reconocimiento, los rioseños podían ser beneficiados por
una ley de mejoras, a través de una titulación colectiva de las tierras.
La historia de Colombia debió esperar hasta la llamada Ley Galindo,
de 1882, para que la cuestión ocupara lugar principal en las discusiones
del proyecto de nación, mientras desde las tierras altas las hegemonías
seguían considerando como vacíos, desiertos de sentidos, bajo el ethos
de improductividad, a los territorios de las periferias.
92
Ethan Frank Tejeda Quintero
Se lamenta el autor de La Ley Galindo, Aníbal Galindo (1882), por
la falta de sensibilidad de los legisladores con las necesidades de una
patria joven:
Si una ley semejante contara ya siquiera medio siglo de existencia;
si esos principios tutelares de la apropiación del suelo y de protección
al trabajo libre llevaran ya ese tiempo de estar consagrados en
nuestra legislación, muy distinta sería la condición social, política
y económica de la nación. En vez de estas inmensas regiones
esclavizadas por propietarios que se han hecho adjudicar una dilatada
extensión territorial, con el único objeto de impedir el libre acceso de
la población a la tierra inculta, o de reducir a la condición de siervos
a los trabajadores que necesiten ocuparla para el cultivo, contaríamos
hoy, diseminados por la vasta extensión del país, algunos centenares
de miles de propietarios cultivadores… (p. 103).
Bajo este tenor de lectura, la obra de Isaacs es un síntoma de una
cuestión diferencial de la representatividad nacida en el pensamiento
nuestro: aunque camuflado en las formas de lo impuesto, el humanismo
americano, sin duda, debía resultar más sincero que la versión del
mundo propuesta por el romanticismo europeo, pues contaba con la
posibilidad de abordar a la historia vista desde el cubil de los que han
sufrido la sub-ponderación que se aplicó a las colonias.
El entorno desde el que escribe Isaacs es susceptible de las sanciones
paradisiacas y comparte el haber sido marcado con la metáfora de
la tortuga de un valle que se vence en formas medievales ante las
sociedades-empresas que decidieron subirse al lomo de la liebre. En
ese sentido, la novela es la elegía del desmonte, de la inquietud de
un mundo que, se intuye, agoniza, mientras los incumplimientos de
lo idílico nos permiten acceder a la dimensión brutal de un marco de
legitimidad que no soporta más sus auto-justificaciones.
María y los hijos de África son proyectos que sucumben ante los
vientos que dictan el futuro de nuestras historias: la centralización, la
urbanización y la industrialización.
Significativa resulta la queja de Galindo sobre la disposición
imitativa de Colombia del llamado mundo del progreso, en un juego
de decisiones demográficas dispuestas de espaldas a las historias y a
las vocaciones de nuestros territorios:
María leída a la luz del incendio
93
Esto explica por qué la libertad obra el prodigio de encerrar a una
población entera que vive de las fábricas, dentro del estrecho recinto
de una ciudad, y hacerla que subsista aún en medio de los mayores
desastres, y por qué la miseria y el hambre diezman sin piedad a esos
millones de trabajadores que, dueños al parecer de un continente, no
pueden, sin embargo, almacenar lo que se necesitaría para proteger su
existencia contra la pérdida de una cosecha, y perecen en el momento
en que les falta la medida de papas o de arroz que debe alimentarlos.
El fenómeno no tiene más explicación que esta: que la industria
fabril y la comercial no pueden ser tiranizadas ni monopolizadas,
porque no necesitan sino de limitados espacios superficiarios para
desarrollarse, al paso que la población agrícola es esclava de los
pocos que se han adueñado de inmensas extensiones desiertas de la
superficie del globo, no para cultivarlas, no para mejorarlas, no para
fundar propiedad legítima, fruto del trabajo, sino para impedir el libre
acceso del trabajador a ellas, o imponer el servaje como condición de
la ocupación (Galindo, 1984, pp. 103-104).
Ante estas posiciones del liberalismo radical, nos es necesario
pensar a María y a Nay en lo complementario, verlas como figuras del
arribo, condenadas a fenecer antes de la extinción de sus estirpes y de
la caducidad de sus valores simbólicos ante la vanidad del proyecto de
estado-nación colombiano.
Isaacs le da existencia mimética, escénica, catártica, a la princesa
africana y a la judía conversa; figuras que son prenda, que defeccionan,
que se rinden a la presión de las emergencias. Por eso, es urgente pensar
a través de él las supervivencias de aquellos perfiles en la legación de
la africana, al perfil del joven hacendado caucano, de una voluntad
de cronista dispuesta a considerar la existencia del otro, a asumir la
defensa de los nacidos en un sistema donde los suspiros ocultan la casi
total inexistencia de promisorios futuros.
Los esclavos, sus relatos, son en Isaacs; son en la sensibilidad
por una historia no del todo entendida donde los jóvenes se adivinan
portadores de un cargo: la inocencia.
3. MITOPOIESIS,
CUESTIÓN QUE VENCE A LAS UTILERÍAS
En su versión de África, Jorge Isaacs amplía el horizonte de mirada
sobre esos espacios de lo físico y de lo etéreo que no se limitan al
suvenir de una piel de jaguar vencida bajo los botines de los visitantes
a las estancias de los lores, que no obedecen de forma exclusiva al
público hecho de los sorprendidos que babean sobre el marfil, o que
no se atreven a tocar las plumas gigantes de seres que se quieren creer
antediluvianos o las lanzas de los guerreros achantis que sintieron
rodar sus cabezas en medio de diversos gestos combativos.
Isaacs camina África desde la distancia, Nay es una princesa
achanti, su pareja es un príncipe achimi, genealogía que se establece
más allá de las dinámicas de fortalecimiento del prestigio de la casa de
la familia de Efraín.
Donald MacGrady (1986) cita, en pie de página, a la enciclopedia
de Cantú:
Cantú, hablando de los Achantis, dice: son negros, pero se
distinguen de las razas del mismo color, pareciéndose más a los
Abisinios, en razón a que tienen el pelo largo y lacio, barba, rostro
ovalado, nariz aguileña, y el cuerpo bien proporcionado… El espíritu
guerrero es general entre ellos, y son soldados desde que se encuentran
en edad de tomar las armas (p. 215).
Al situar un origen noble en Feliciana y en su progenie, no trata
Isaacs de jugar a la medida de la servidumbre que puede ser referente
de la grandeza de los señores.
La genealogía del melodrama africano se sustenta en la
verificabilidad de una historia que exige un espacio de sanción que le
puede validar en lo testimonial. No obstante, los capítulos de Cantú
citados por Isaacs no entregan elementos argumentales que puedan
servir para la edificación de la trama de la noveleta intercalada de Nay
y Sinar. El novelista parece acudir a la enciclopedia bajo un cariz de
constatación, bajo la intención de un juego nutricio ideológico, pues
en las épocas y capítulos por él reseñados no se encuentran elementos
identificables con la anécdota africana desarrollada como carne
96
Ethan Frank Tejeda Quintero
sentimental de su melodrama caucano.50 De tal manera, es posible
desmontar la placidez de lo acumulado como positivo en torno a
María, pues su referencialidad no se limita a las costuras entregadas a
pie de página por el mismo Isaacs.
El novelista romántico burla de antemano a quienes han de beber
de los afanes de verificabilidad, les muestra ante los tiempos como a
víctimas de la dinámica de la imposición de la fuente única. Isaacs
construye el ardid de sus inocencias, mientras aprende de las violencias
auto-justificantes de la historia de la trata.
Hoy, ante miradas que no soportan máscaras por la presión del
incendio, Isaacs devela su verdadero rictus de sujeto nutrido por
un extensa referencialidad. Ese marco de lo colectado, auscultado,
investigado, es un elemento fundamental para su voluntad de cronista.
El sujeto informado que es el escritor caucano se sitúa en África y
en América; en el continente negro, en la convulsión propia de la
tecnificación del odio entre los pueblos; en nuestras geografías, en
relación con el desmonte de la esclavitud51 y en el relato de los
territorios ocupados por los negros en dinámicas de escape. Espacios
para el vínculo donde las nuevas lecturas nos pueden garantizar
encontrar lo que se dictó susceptible a la invisibilidad. En África, los
lazos íntimos entre la Iglesia y los aparatos militares de la dominación;
50
Hecha excepción de la conciencia de la captura de africano por parte del africano como
elemento dramático de las maneras esclavistas (en la página 710 del capítulo VI época XIV,
Cantú habla de la hermandad vencida por intereses económicos: “En los primeros tiempos
aquel tráfico pudo hacerse sin grave daño del África, puesto que se compraban solo los que
se exponían a la venta en las costas; pero habiéndose aumentado su necesidad en las colonias,
la avaricia enseñó a buscarlos en lo interior, y a especular con ellos. Los jefes africanos como
vieron cuán deseada era esta mercancía, no solo vendían ya los delincuentes prisioneros, sino
que se dedicaron a la caza de inocentes) y del sacrificio constante de pequeños a manos de sus
propias madres, pues la libertad de la muerte les garantiza el retorno a la patria (p.710, CVI, E
XIV: “Aman ardientemente y procrean; pero los grandes trabajos a que están sujetas las mujeres
les hacen abortar muchas veces, y otras matan ellas mismas a sus hijos para librarles de aquel
horrible porvenir, y por el placer de causar un sentimiento al amo).
51
El profesor Gabriel Uribe (2004), en su ensayo Reflejo de la historia de la esclavitud en
el relato de Nay y Sinar en la novela María, publicado en la revista Poligramas, número 23,
reconoce el valor testimonial del trabajo de Isaacs: una mirada cuidadosa sobre este episodio nos
revela un profundo conocimiento del autor sobre uno de los temas más espinosos y dolorosos de
la humanidad como fue la esclavitud; la temprana referencia enciclopédica nos enseña la gran
capacidad de Isaacs para traducir las circunstancias de la presencia de lo negro en nuestra región,
construyendo una historia en la que se verá sostenida, más que la denuncia, la representación del
proceso de violencia no sólo física sino cultural.
María leída a la luz del incendio
97
en América, la relación que necesariamente se dio entre los negros y
los indígenas, términus nacido en la adaptación y en la apropiación del
territorio por parte de los cimarrones, de los libertos, de los manumisos
y de los libres, adaptación donde la mano del indígena jugó papel vital;
panorama donde es posible adivinar los odios entre las etnias como a
un elemento maquilado por los apropiadores que nunca dejaron de
beber de su miedo al afuera.
En el ejercicio de plantear una lectura desde el incendio de María, es
igual de valioso comprender tanto los trasfondos políticos de la novela
como las maneras de la mitopoiesis del contacto que estableció la cosa
nueva de la que habló Claude Levi Strauss. Es necesario destacar
aspectos argumentales que nos llevan a comprender fenómenos como
la llamada familia extensa, a ser testigos de los beneficios de la llamada
ley de vientres y de la posible condición especial del aya de María.
Elementos germinales de la novela que nos eliminan la sensación de
gratuidad de los conocimientos que hacen del negro un sujeto propio
en medio de la selva del Pacífico. Ejemplos de lo último los regala
María en cada gesto de los bogas, en cada musicalidad nacida bien por
el avance de la canoa sobre el río bien por la imitación significada de
la voz de un contexto cárcel- catedral-madre.
Isaacs se detiene en cada silbo donde la naturaleza nos regala
con sus índices, focaliza sobre cada expresión de las riberas del río,
construye efectos miméticos particularizados en la especificidad de
las maneras que hacen del hombre del Pacífico una cuestión autentica:
A las dos de la tarde, hora en que tomábamos dulce en un remanso,
Laureán lo rehusó, y se internó en el bosque algunos pasos para
regresar trayendo unas hojas: después de estregarlas en un mate lleno
de agua, hasta que el líquido se tiñó de verde, coló este en la copa de
su sombrero y se lo tomó. Era sumo de hoja hedionda, único antídoto
contra las fiebres, temibles en la Costa y en aquellas riberas, que
reconocen como eficaz los negros (Isaacs, 1986, p. 307).
Los secretos de la profundidad de la selva, de aquella cultura
ribereña, de las medicinas tradicionales americanas, ya han sido
apropiados por los hijos de África. Los hijos de la negredumbre han
ganado atención y audiencia gracias a la conquistas de oficios que van
98
Ethan Frank Tejeda Quintero
más allá de los afanes de la explotación esclavista. El negro Laureán, o
quienes le legaron el conocimiento, ha apropiado el saber en el posible
contacto con los llamados Tongueros.52 Dicha figura se encuentra
definida de la siguiente manera en el libro Cosmovisión Wounaan y
Siepien, interpretando desde el sentimiento: “El tonguero es también
un curandero que consigue su poder con las plantas; tomando conga o
pildé puede ver los problemas, los peligros, las enfermedades y decir
cuáles plantas y protecciones hay que usar” (AAVV, 2005, p. 46).
Laureán anticipa, se desprende del grupo en un momento de
descanso en la jornada. Prevé y previene, actúa con la naturalidad de
sentirse en armonía con el entorno. El boga, que en el nivel simbólico
las lecturas europeas han querido confundir con una caricatura
de Apolo, cumple una función en su comunidad que no se limita
al servicio prestado a las gentes de los tránsitos: es un portador de
saber.53 ¿Pero cuál es el origen de su acervo? El suyo es un saber de
la criollización, un saber que se disimuló en la creencia errada que
dictaba que el uso de los recursos vegetales, que la divulgación o el
arraigo de las prácticas medicinales de las comunidades del país, se
debe casi exclusivamente a las expediciones de José Celestino Mutis
y de Alexander Von Humboldt.
Es inevitable imaginar el contacto entre los negros libres y los
indígenas Wounaan, vínculo que orla del distintivo tonguero a Laureán,
máxime cuando en uno de los mitos de la creación de dicha cultura
indígena se dice que los primeros hombres fueron negros todos.
Entonces Tachinawe le dijo a Tachiakhore que tumbara la palma
y la trozara en cinco troncos y cada uno lo partiera en varias partes.
Tachiakore hizo lo que le ordenó Tachinawe; pulió algunas fisuras bien
y otras mal hasta que terminó el trabajo, luego de avisó a Tachinawe y
ella le dijo que todas las latillas o tapillas de chontaduro las clavara en
la playa en tres hileras y eso hizo Tachiakhore.
Cuando terminó el trabajo regresó a casa y le dijo a mamá: “terminé
el trabajo que me ordenaste”. Entonces Tachinawe dijo: “ahora a las
52
Curanderos de los grupos étnicos que ocuparon el territorio del Dagua y del río San Juan
antes del arribo de los apropiadores europeos.
53
Saber genérico cuando Isaacs asegura que “casi todos los bogas son curanderos”,
fenomenológico cuando se asume como un resultado del contacto entre los pueblos de la
profundidad de la selva tropical, particular en sus temperancias de hombre reservado
María leída a la luz del incendio
99
doce de la noche ve a la parte de debajo de la playa y grita tres veces”.
Así lo hizo Tachiakhore y apareció mucha gente, es decir, las latillas
de palma se convirtieron en personas, todas de color negro (AAVV,
2005, p.19).
Así, pues, para una de las principales culturas indígenas que habita
las riberas de los ríos del Pacífico, desde el Chocó hasta el norte de
Ecuador, los negros son los hijos del chontaduro; los negros son cosa
propia del origen, son una cuestión que no se asocia al primitivismo
dictado por el políptico europeo, son un aspecto que se carga de
profundo valor ante el símbolo y el reconocimiento del otro: “los
primeros hombres dignos son de poseer el saber primero”.
No busca la entrega de este dato desconocer las disputas por el
dominio del territorio entre negros e indígenas, pero sí significar el
valor de aquel lugar, en la profundidad de la selva, lejos del arbitrio del
amo, para el tránsito de sentido. Tránsito que se significa con el uso del
recurso vegetal en prácticas curativas o preventivas de la enfermedad.
Llama la atención que las maneras de Laureán, al obtener un
brebaje de la hoja hedionda, son casi idénticas a las recopiladas para
la cura del fuego por dentro en la cosmovisión Wounaan- Siepien:
Fuego o fiebre por dentro:
Las plantas van acompañadas y se toman con otras. Se amasa o
se machaca desbaratadora, SantaMaría boba y sauco amargo, se saca
el zumo y se pone un poco de azúcar; a veces se le agrega una clara
de huevo y sal de frutas, linaza y cebada, y también grama, moñona o
matojo (AAVV, 2005, p. 53).
Son evidentes las transformaciones de la receta en el contacto entre
las diferentes culturas. Sin el enfermarse de la intención de encontrar
purezas, es una licencia no atrevida decir que la relación del boga
con la lucha contra la enfermedad resulta sugestiva para la voluntad
de nuevas lecturas de María. Miradas en las que hay que aplicar la
sugerencia de Walter Benjamin de comprender lo que significa “el leer
lo que no está escrito”; opción vital de encontrar las distancias entre lo
dicho y el sentido, forma (¿fórmula o hallazgo?) que parece haber sido
la estructura del derrotero de Isaacs y de su voluntad de autor.
100
Ethan Frank Tejeda Quintero
Isaacs ejecutó elaboradas lecturas de las maneras expresivas del
ser negro-americano, sus desarrollos hoy no pueden correr el riesgo de
ser clasificados bajo el sospechoso rótulo de costumbristas. Él leyó las
claves de los contextos, significó las utilerías y anticipó a la extensa
novela de la negredumbre americana.
Walter Benjamin (1967) nos concilia con la noción del escritor
que entiende los riesgos de la lectura universal; nos ubica en relación
directa con el dictamen de apropiación que se da en el aprender de los
fenómenos y en el escapar a la imposición del renglón seguido, nos
brinda la opción de entender la necesaria encriptación de contenidos
que se da por ser lo mimético algo mucho más antiguo que la existencia
del lenguaje, de los argumentos, de las escuelas de la representación,
de la vanidad de la enciclopedia que se dictó única:
“Leer lo que nunca ha sido escrito”. Tal lectura es la más antigua:
anterior a toda lengua —la lectura de las vísceras, de las estrellas
o de las danzas. Más tarde se constituyeron anillos intermedios de
una nueva lectura, runas y jeroglíficos. Es lógico suponer que fueron
estas fases a través de las cuales aquella facultad mimética que había
sido el fundamento de la praxis oculta hizo su ingreso en la escritura
y en la lengua. De tal suerte la lengua sería el estadio supremo del
comportamiento mimético y el más perfecto archivo de semejanzas
inmateriales: un medio al cual emigraron sin residuos las más antiguas
fuerzas de producción y recepción mimética, hasta acabar con las de
la magia (p. 107).
En la obra de Isaacs, en la América relatada, sin incurrir en un
enamoramiento por el hombre primitivo, se encuentra que la lectura
natural, la lectura visceral, la lectura del gesto y la lectura jeroglífica
superviven; perviven en un universo donde, al contrario de lo que
expresa Benjamin, la mímesis no es la hoz que siega a las magias.
El universo relatado por Isaacs se pretende completo, pero en él, el
relato aún está en mora de encontrar sus claves, de hallarlas lejos
del absolutismo. La lectura de María está por acometer los retos
del desentrañar lo que existe en los diversos espacios donde lo no
asumido durante siglos se encriptó para supervivir. Isaacs es testigo
de excepción de esos territorios en lo concreto y en lo simbólico, no
es un total fuereño de lo relatado; en el Pacífico no es visitante de un
María leída a la luz del incendio
101
día y a África se la regalaron cada noche los vientos en la sumatoria
del susurro que los esclavos aprovecharon para afectar la sugestión de
un niño.
En Escritos varios, volumen cuatro de la compilación de la obra
de Isaacs realizada por María Teresa Cristina (2007), encontramos al
caucano, en la revisión de los borradores de la obra, Leyendo María.
Las costuras desnudas de la novela nos llevan a asumir a la semillatexto y a la voluntad-gesto donde se nota la imposibilidad de la
existencia de la mímesis de la hacienda en la ausencia de la condición
de testigo inmerso en el cañón del río Dagua:
¡Páginas queridas! Demasiado queridas quizá.
Mis ojos han vuelto a llorar sobre ellas. Las altas horas de la noche
me han sorprendido muchas veces con la frente apoyada sobre estas
últimas, desalentado para trazar algunos renglones más.
Al menos de las riberas del Dagua, el bramido de sus corrientes
arrastrándose a los pies de mi choza, iluminada en medio de las
tinieblas del desierto, parecía avisarme que él velaba conmigo.
La brisa de aquellas selvas ignotas venía a refrescar mi mente
calenturienta. Mis ojos, fatigados por el insomnio, veían blanquear
las espumas bajo los peñascos coronados de chontas, cual jirones de
un sudario que agitara el viento sobre el suelo negro de una tumba
removida.
Aquí el silencio forzado de la ciudad, las paredes de mi pobre
albergue por horizonte. La campanadas del torreón, centinela
tenebroso, importunándome con el golpe de las horas en que necesito
reposar para vivir… (Isaacs, 2007, p. 3).
El contexto exige ser contado. No le dará tregua al autor hasta
que lo traduzca en texto. La inquietud de Isaacs bebe de distintas
aguas, no sólo bebe de los elementos de un paisaje intocado. La
inquietud que ha de convertirse en efecto romántico se alimenta de
la pulsión que se genera al contar con materiales únicos, se fortalece
en la conciencia del porqué de las abundancias y del porqué de las
pobrezas. Por eso resulta tan difícil hoy comprender las lecturas que
han pretendido a María como a una obra escrita en el vacío, como
a la genialidad de un autor joven susceptible a las formas impuestas
por la tradición europea.
102
Ethan Frank Tejeda Quintero
En medio de las lecturas que le negaron un trasfondo ideológico a
María, se escondieron las claves de interpretación de la administración
de la ley que se expresa en la princesa vencida, en el saber de los
acuerdos que hacen posible que un hombre compre su libertad, en
el comprender cómo el desmonte de la esclavitud lejos estuvo de
verdaderas buenas voluntades, pues obedeció a las urgencias de la
transnacionalización de la explotación de los recursos naturales que
se dio de forma acelerada por la ausencia de verdaderos proyectos de
nación en los antiguas colonias.
Isaacs cuenta desde la madre escena hasta la farsa que significa
la maternal máscara de la resignación. Sin embargo, las lecturas
conservadoras sacaron provecho de no abandonar nunca su relación
melosa con el indicio. Constatabilidad que se convertiría en la
constata-habilidad de un remedo de políptico de la dominación que, en
la ausencia de una prospectiva de patria, administró nuestra historia.
Para proponer lecturas en el tenor de lo no expreso en lo directo,
se puede asumir el perfil especial de Feliciana; se puede comprender
su soltería en un contexto donde la obligación del africano no respeta
sus duelos.
Nina S. de Friedemann y Mónica Espinosa Arango (1995),
citando la magnificencia ficcional de Mateo Mina, cuentan el valor
documental de la diada madre e hijo representada en la mujer conversa
al cristianismo que es Feliciana:
Hay que tener en cuenta que el gobierno propició la diada madrehijo entre los esclavos, mediante la ley de vientres. Esta daba la libertad
a todo hijo de esclava nacido a partir de 1821, con la condición que él
sirviera al amo de su madre durante 18 años. Dicha situación aparece
en “El Paraíso”, donde el hijo de Feliciana, Juan Ángel, a pesar de
la libertad que le es otorgada en lo formal, debe estar al cuidado del
señor de la hacienda durante algunos años54 (pp. 62-63).
54
Ha sido frecuente ver en la petición que le hace Feliciana a Efraín de llevar a Juan ángel
consigo en el viaje la orfandad del esclavo en relación con la extinción de la figura del amo.
Circunstancia que en lo concreto lejos estaba de obedecer a niveles de candidez, pues bastante
documentada está la práctica de los hacendados vallecaucanos que antes de entregar la libertad
que era prenda de la mayoría de edad vendían a los esclavos a las explotaciones de recursos
naturales que se adelantaban en las fronteras con el Perú o a las empresas de ampliación de la
frontera agrícola y pecuaria del Ecuador.
María leída a la luz del incendio
103
Feliciana es una figura que encontrará, en ese giro de la legislación,
la posibilidad de ver supervivir las majestades que le adornaban en
su contexto de origen. Nay no es una maquinación de la majestad
sustentada en simpatías, en su perfil ficcional se da el entender los
riesgos y los abusos que el padre de Efraín acometía en el violentar
al naciente mundo legalista asociable a las filantropías: una esclava
nueva y en embarazo en medio del Valle del Cauca significaba la
ruptura de la ley de vientres, por eso la aplicación del eufemismo de
lo doméstico que hizo que los grilletes dejaran de ser de metal fundido
para convertirse en cosa de afectos.
El rostro del “padre-opción de escape” es un ardid que no eliminó
la cadena, sino que la convirtió en cuestión de eslabones más amplios.
La presencia de la sujeción con sofisticada estampa hace de Feliciana
un personaje con atmósfera propia en la vida de El Paraíso, mientras
la piedad del amo enarbolaba sus efectividades. La condición de
princesa de Nay seguro se difundió entre los negros de la hacienda
como un elemento de la resistencia del deseo por un retorno que los
africanos no asumen en su imposibilidad.55
La reverencia de los hijos de la africanía a Nay se expresa en la
referencia que hace Efraín de su sepelio:
Ninguno de los que acompañábamos a Feliciana pronunció una
sola palabra durante el viaje. Los campesinos que conduciendo
víveres al mercado nos dieron alcance, extrañaban aquel silencio, por
ser costumbre entre los aldeanos del país entregarse a una repugnante
orgía en las noches que ellos llaman de velorio, noches en las cuales
los parientes y vecinos del que ha muerto se reúnen en la casa de los
dolientes, so pretexto de rezar por el difunto (Isaacs, 1986, p. 238).
El sepelio de Feliciana, negra de la casa en América, es el acto
fúnebre de Nay, princesa en África. El silencio referido por Isaacs se
convirtió en cuestión de leyenda en relación con un relato de caminos
de la cultura campesina colombiana: el guando. Yace la negra bajo la
55
Isaacs conoció en Cantú la experiencia-proyecto Liberia como una opción de desandar
los abusos del denominado rescate, como una estrategia de desmonte de los riesgos latentes
de sublevación de quienes recibían carta de libertad bajo la prohibición de convertirse en
propietarios. (De aquella anécdota de los movimientos filantrópicos Isaacs pudo beber lo falaz
de los altruismos).
104
Ethan Frank Tejeda Quintero
sombra de un samán, en una tumba olvidada en el Valle del Cauca;
descansa bajo la sombra del baobab, en una tumba imaginada y sin
lápida en la tierra del primer hombre.
Ante la orfandad que le imprime la ausencia del rumor de un río
Tando demandante de sacrificios, es justicia forzarse a imaginar que
hay algo de memoria por las ayas en el poema La tumba suya del
escritor caucano:
La losa helada de la tumba suya
Debió encontrar para cojín mi frente
Peregrinando en la postrera noche
A mi campo natal. En la llanura
Yace cubierta por silvestre aroma,
Y nunca el mar de su nativa casta
Ese polvo extranjero que la cubre
Podrá lavar con sus espumas blancas.
Rodó mi lloro allí; lloro tardío
Que humedecer no pudo su sudario;
Su mano que buscaba en la agonía
Mi caricia tal vez… ¡Inútil lloro!...
He levantado mi empolvada frente
Del suelo mudo que tan sólo muestra
Su nombre a mi dolor… ¿Por qué tan tranquilo
Palpita el pecho? ¿Sus pasiones cómo
Aprisionó el deber? Tumba que matas
Mi amor y mi ambición, ¡bendita seas!56 (Isaacs, 2006, p. 104).
3.1. Sinar y el símbolo, resistencia del mito
A la desaparecida figura de Sinar el escritor caucano la convierte
en el justificante de los ejercicios regresivos. Isaacs representa en el
príncipe africano al duelo por la memoria, por el destino cercenado,
por el proyecto de reconciliación interrumpido. Cuenta en torno a él el
mito de un río castigador. Testimonio que se tatúa en la existencia de
uno que es cautivo de distintas tiranías, remembranza de un esclavo
que hace de la piel una metáfora de la continuidad y de la perpetuidad
de las utilerías de su concepto de lo sacro.
56
Obras completas Jorge Isaacs, Poesía volumen II, edición crítica María Teresa Cristina.
María leída a la luz del incendio
105
Isaacs toma de la poética memorial de su aya los elementos de un
mito que ya no se angustia ante la ausencia de su relato-origen. El
mito ha de seguir siendo hasta que llegue a sus puertas un poeta que
le vista con nueva piel en territorio americano; la supervivencia de
aquel mitema, Antonio Grass (S de Friedemann y Arocha, 1985) nos
la describe de la siguiente manera:57
Pesadas y poderosas, tan grandes como templos
Representando los mundos tenebrosos,
O la fertilidad de los hombres y la tierra
Simbolizando lo eterno, lo sin fin,
Lo permanentemente móvil (p. 52).
Monumentalidad de los palimpsestos, divinidad que no requiere
cúpulas. El dibujo sobre la existencia de Sinar no es un dato gratuito
que se deba exclusivamente a una licencia descriptiva de Isaacs. El
crótalo es más que un adorno sobre el ser, es una traza identitaria.
Es el referente exigido para la lectura profunda de la condición del
sujeto. El pueblo de Nay no sabe, no reconoce el origen de Sinar,
porque no conoce las claves para leer el significado del símbolo de la
serpiente sobre sus hombros. La encriptación condena o protege; el
mitema pervive.
En el ensayo Las mujeres negras en la historia de Colombia (De
Friedemann, Espinoza), delicias de una fuente segunda, se puede
encontrar una clave que nos permite leer a la iconicidad del tatuaje
de Sinar como una verdadera huella de africanía, no como el adorno
nacido en la imaginación de un escritor que camina entre renglones a
los continentes:
Hoy podemos hablar de unas memorias, sentimientos, aromas,
formas estéticas, texturas, colores, armonías y otros elementos
icónicos, materia prima de la génesis de nuevos sistemas culturales
afroamericanos. Al referirnos a huellas de africanía o cadenas
de asociaciones icónicas, nos situamos muy cerca de aquellos
planteamientos de Gregory Bateson sobre el lenguaje de los iconos.
57
Fragmento extraído del libro Herederos de la anaconda y el jaguar, escrito por Nina S. de
Friedemann y Jaime Arocha.
106
Ethan Frank Tejeda Quintero
Para este autor, aquél forma parte de modos subconscientes de
conocer la realidad, relacionados con el proceso de aprendizaje. Cada
grupo comparte “premisas epistemológicas” que operan a nivel de
subconsciente iconográfico y pueden determinar la percepción. El
proceso de aprendizaje por el cual éstas son transmitidas de padres
a hijos, involucra tanto su retransmisión como las innovaciones
producidas por las nuevas generaciones (p. 36).
El tatuaje de Sinar se trata de un mito que encuentra a la escritura
pictográfica como senda para prevalecer, para supervivir como una
alegoría de la majestad. Es aquel símbolo, la serpiente que duerme,
lo que permite leer a África asociada a una poesía y a una escritura
propia,58 es la memoria que no se extenúa y que al ser llevada a los
campos de la leyenda, desde la expresión del recuerdo de Feliciana,
pudo edificar nuevos prestigios para la estirpe de la negra, pudo
construir campos para la resistencia en medio de esos espacios que en
lo pretendido eran la escenificación del éxito de la sugestión, mientras
en la intimidad de sus claves burlaban la imposición de la serpiente del
mito de Adán y Eva.
En tierra americana, a las orillas de los ríos de un valle interandino,
donde la serpiente es polivalente, hay un Paraíso donde el recuerdo ha
hecho del colúbrido un símbolo del amor negado.59 La pintura en el
cuerpo relatada por Isaacs se configura en uno de los posibles puntos
de encuentro de los africanos y de las culturas indígenas del Pacífico
El profesor Gabriel Uribe, sustentado en el trabajo de Luz María Martínez, cita las tesis
habituales que consideran a África desprovista de una escritura propia: “Hay algunas tesis que
corroboran históricamente la debilidad de la escritura en los pueblos africanos y en especial de
aquellos que fueron sojuzgados y traslados a América en condición de esclavos y le dan singular
importancia a la tradición oral e incluso a formas de comunicación tan sui géneris como son
las que corresponden al tambor: ‘Los africanos no trajeron al Nuevo Mundo ningún tipo de
escritura, no porque no la hayan tenido, de hecho, en África se inventaron varias veces escrituras
en los pueblos del sur del Sahara, pero estas fueron utilizadas en extensiones reducidas y no
tuvieron difusión. Se piensa que al no tener materiales de larga conservación como el papiro,
el sistema de transmisión oral que le da un valor excepcional a la palabra, y que tiene un poder
más duradero que cualquier material escrito, fue adoptado por los pueblos negros como medio
de comunicación. Al lado de la tradición oral, desarrollaron un lenguaje único insustituible, un
lenguaje original que en África alcanzó niveles extraordinarios, un lenguaje que como medio
de comunicación fue para ellos mucho más eficaz y superior a la escritura: el lenguaje del
tambor’”. Ante aquel planteamiento y la obra de Isaacs, la pregunta: ¿qué mejor material de
larga conservación que la misma piel? La escritura pictográfica niega el lugar común del no
registro de las culturas africanas.
59
Nay es una Eva obligada a El paraíso.
58
María leída a la luz del incendio
107
colombiano.60 María, libre del indicio o desde la libre asociación, nos
permite ver a la serpiente como la posibilidad que tuvieron los hijos
del vínculo de escapar en lo mutuo a las imposiciones de las lógicas
judeocristianas.
El distintivo de un hombre mitificado por el recuerdo, orlado por
el fraseo de la divinidad, en América se asocia con la sabiduría más
allá de la relación majestad-potestad que hizo virtudes de vicios en el
avance de los dominadores. Entre la memoria y la leyenda, el secreto
o la intimidad de los susurros, en la asociación simbólica Sinar deja
de ser un vencido, se convierte en el dador de la libertad que está
más allá de la captura de África, en el ser-ofrenda que se esconde
tras los rituales católicos para asegurar su valor como huella de los
sincretismos ignorados por la vanidad de los amos.
Tras la reverencia al nombre de Jesús, se esconde el deseo por
aquel que será uno de los tantos africanos sin tumba, de las víctimas
siempre vivas entre la extensa colección de camuflajes:
La noche fue muy mala para la enferma. Al día siguiente, sábado, a
las tres de la tarde, el médico entró a mi cuarto diciéndome:
—Morirá hoy. ¿Cómo se llama el marido de Feliciana?
—Sinar —le respondí.
—¡Sinar! ¿Y qué se ha hecho? En el delirio pronuncia ese nombre.
No tuve la condescendencia de tratar de enternecer al doctor
refiriéndole las aventuras de Nay, y pasé a la habitación de ella.
El médico decía la verdad: iba a morir y sus labios pronunciaban
sólo ese nombre cuya elocuencia no podían medir las esclavas que la
rodeaban, ni aun su mismo hijo.
Me acerqué para decirle, de modo que pudiese oírme:
—¡Nay!, ¡Nay…!
—Abrió los ojos enturbiados ya.
—¿No me conoces?
Hizo con la cabeza una señal afirmativa.
—¿Quieres que te lea algunas oraciones?
Hizo la misma señal (Isaacs, 1986, p. 236).
60
Walter Benjamin (1967) habla de esa escritura antes de la escritura: “La grafología ha
enseñado a descubrir en las escrituras imágenes que en ellas esconden el inconsciente de quien
escribe. Es necesario pensar que el proceso mimético que se expresa así en la actividad de quien
escribe era de máxima importancia para el escribir en los tiempos remotísimos en que surgió la
escritura”.
108
Ethan Frank Tejeda Quintero
La historia de Nay y Sinar no está incluida en la novela como un
gesto condescendiente que busca conmover al hombre blanco, fue
intercalada en María bajo una apuesta ideológica: el reconocimiento a
las víctimas de la trata esclavista. La serpiente sobre Sinar es más que
una anécdota, pues la conciencia del valor del dispositivo simbólico
y del icono es uno de los elementos diferenciales de la novela. La
serpiente es un distintivo que puede ubicar a la obra del caucano ante
un rótulo diferente al ya conocido de obra principal del romanticismo
americano; brinda una calificación diferencial que puede hacer se le
reconozca como hito de la sofisticación del humanismo latinoamericano
más allá de la falsedad de las filantropías europeas; reconocer en
Isaacs a un autor informado del cambio de políptico del siglo XIX da
la opción de un nueva administración de la sanción en torno a María
que significa la consideración íntima (lejos de la gratuidad y de los
exotismos) de la expresión de la mítica superviviente de los cautivos.
Vincular la apuesta ideológica de Isaacs con sus intenciones
humanísticas aleja al texto de la pretensión, que por orgullosa se
considera única, de reivindicarle como fundacional de un meloso
universo isaacsiano impuesto en la imagen de una cárcel de suspiros,
de un cautiverio de copos de azúcar donde las boletas de captura son
emitidas desde una educación sentimental de fortalezas, de fosos, de
saurios y de princesas núbiles.
Dicho universo Isaacsiano, a la luz de las lecturas incendiarias, se
configura para la mirada futura, para el testigo libre de las imposiciones
del amor por el amor y del orgullo por el orgullo, para el lector que es
capaz de entender la gran magnitud de la inclusión de la pintura sobre
el cuerpo que sirve de rasgo de identidad a un aspecto específico de
la africanía.
Para comprender las reivindicaciones de la obra, las que resultan
alternativas al discurso hegemónico de los orgullos vallecaucanos, es
necesario explicar, en palabras de Nina S. de Friedemann y Mónica
Espinoza Arango (1995), la iconicidad y su relación con la cohesión
que hizo posible a una Afro-américa:
Las sociedades africanas, en especial las de la parte occidental,
participaban de un “sustratum cultural común”, a partir del cual las
María leída a la luz del incendio
109
manifestaciones culturales específicas de cada grupo constituirían
variantes locales establecidas sobre una profunda unidad colectica.
Así, la aproximación a los problemas de la evolución de las culturas
afroamericanas, debía asumir la importancia de las reelaboraciones
creadas a partir de dichos patrones “sutiles y casi inconscientes” de
valores y creencias61 (p. 37).
La serpiente es un mensaje reconocido por Isaacs en esa “profunda
unidad colectiva” que se expresa, como huella del origen, entre los
hombres y mujeres de la Afro-América.62 Sinar es el cuerpo-renglón
para que la poesía negra sea. El reconocer al príncipe africano como
mensaje de resistencia mito-poético exige una lucha frontal contra
los academicismos que han liado a la poesía más al soporte que a
la imaginación. El asumirlo tras una clave de hermosa conmensura
brinda la opción de entender la grandeza de la poética más allá de los
efectos de la prosa o del verso, más allá de las voluntades didácticas
de los distintos espíritus de las épocas que la enciclopedia europea nos
ha dictado.
Al hacer uso de una gran colección de fuentes, Esteban Tollinchi
(1989) nos explica con amplitud la relación del poeta, del sujeto autor,
con el símbolo y con la lectura que del mismo se da tanto en lo íntimo
como en lo público, nos habla del mito que resiste más allá de la
desaparición de su relato:
Para A.W Schlegel el poeta no adopta una actitud filosófica o
mística sino que crea los mitos. Y los mitos vienen a ser un sistema de
símbolos de los que se nutre el poeta para darles vida consciente. Por
medio de ellos, según Federico Schlegel, abandonamos los caminos
de la lógica y nos retrotraemos a “la hermosa confusión de la fantasía,
al caos original de la naturaleza humana. Y la mitología habría de dar
lugar a un sistema original de relaciones, a “una expresión jeroglífica
de la naturaleza circundante”, a un sistema de correspondencias
y símbolos. O en palabras de A. W. Schlegel, el mito es la misma
naturaleza vestida poéticamente, es visión completa y total del
mundo. Es evidente, entonces, que por medio de la mitopoiesis se
Las mujeres en la historia de Colombia, tomo II.
Símbolo a contra lógica de la cultura judeo-cristiana. No representa el pecado, se trata de
una figura que prestigia.
61
62
110
Ethan Frank Tejeda Quintero
pretendería nada menos que abarcar el mundo entero o, cuando menos,
su interpretación y el poema se transforMaría en la clave del mundo
mismo y de su interpretación (p. 165).
El universo negado en la tragedia africana, el mundo de Sinar,
está condensado en su cuerpo, está contado sin preocupaciones por
lo extenso o por lo efímero, se encuentra a la espera de claves que lo
pongan de nuevo en marcha, que lo reubiquen en su dimensión mítica
o en sus categorías poéticas.
La dimensión mítica de la escritura en el cuerpo de Sinar la
podemos encontrar los que reconocemos a la serpiente como un
símbolo de la versión múltiple del mundo, los que no hemos sido
víctimas plenas de la fábula de siluetas mal recortadas donde el
cuerpo de los perfiles relatados no es más que la mampostería de las
utilerías, los que no somos susceptibles a las metrallas de bendiciones,
de legitimaciones y de unciones determinadas por un rigor social
donde lo moral depende de estampas y lo ético se encuentra plagado
de perezas y justificaciones.
Los negros del río le dan una medida muy diferente al crótalo
a la que habita la lectura de la proporción que exigen las críticas
conservadoras que enarbolaron la exclusiva intención romántica. En
el desarrollo que Isaacs hace de ellos, como vehículos para el registro
de un territorio, encontramos la expresión de distintas construcciones
que responden a las categorías de lo cosmogónico, de lo teológico y
de lo etiológico: en el Pacífico no se cuenta una simple anécdota de
la serpiente, se expresa el siempre de la misma; las prevenciones, que
resultan reverenciales, significan la amenaza de un ser que no está
contenido exclusivamente en un órgano vital; los negros del río Dagua
narran a un sujeto mítico que es en el entorno, que es en la atmósfera,
que es en los relatos magnificados por la poesía de las leyendas, que
habita en las prácticas que son la base de los oficios. De frente al
orgullo de un principal, la verrugosa silba; ante la pena del portador
del señorío, la inmensidad repta entre la amenaza y la prevención,
pues es el escudo que protege a la selva del desmesurado avance del
pie del hombre blanco.
María leída a la luz del incendio
111
La dimensión de la prudencia ante el cosmos se expresa en el
fragmento donde los negros narran a una serpiente que es la amenaza
que gana inminencia en la presencia del fuego:
Los bogas no hablaban. Un ruido semejante al vuelo rumoroso de
un huracán sobre las selvas venía en nuestro alcance. Gruesas gotas de
lluvia empezaron a caer después.
Me recosté en la cama que Lorenzo me había tendido. Este quiso
encender luz, pero Gregorio, que le vio frotar un fósforo, le dijo:
—No prenda vela, patrón, porque me deslumbro y se embarca la
culebra (Isaacs, 1986, p. 298).
Los hijos afroamericanos del río Dagua poseen una interpretación
referencial de las serpientes que los conecta con su animismo profundo
y con el imaginario que ha nacido en el vínculo. El riesgo no está en
sí en la serpiente, está en el despistarse; no se trata sólo del animal
que puede saltar a bordo, se trata de la gran serpiente que es el río,
que es ese ser entre mundos que bien se puede beber a la canoa. En
la concentración de Cortico y en el temor a la luz, se expresan tanto
las dimensiones del respeto por las leyendas como el ratificarse en el
saber que no se debe a las angustias de lo concreto.
No existe en Isaacs el desprecio por el entorno que otros quisieron
adivinar en la serpiente como símbolo. Para pensar, en tanto a los
intelectuales enamorados de la llamada cristianización del territorio,
queda el resumen del trópico que quiso hacer Mario Carvajal (1937)
en la figura de la verrugosa:
Más el clima de estos huecos del trópico no perdona sino a los que
fueron amamantados con sus venenos. El que llegue a instalarse en
ellos procedente de otras zonas cae pronto vencido por el asedio de
aquella atmósfera en que cada rayo de sol es una lima de oro y cada
soplo del aire un hálito enervador. La fiebre vuela en un insecto, acecha
en el limo, abre su gema menuda y suspirante en la burbuja de las
ciénagas. El día es una fragua de topacio que quema los ojos y la piel.
La noche un pozo gélido, cuyas aguas acuchillan los huesos y hacen
tiritar los árboles y los astros. La víbora silbadora erige el símbolo de
esta comarca de la muerte. El viaje a lo largo de sus veredas era una
peregrinación entre una doble fila de cruces (p. 94).
112
Ethan Frank Tejeda Quintero
Los materiales del autor de María no son ni los desafectos ni la
espectacularización, y mucho menos la sobredimensión de la sombra
del hombre blanco asumida como cuestión que culmina prístina las
más peligrosas jornadas.
En el relato de una noche sobre las aguas del Dagua, Isaacs no quiere
bordar las anécdotas que se requieren para la llamada ruta del héroe, ni
busca fascinar al lector con la voz de las novelas de aventuras, ni intenta
ratificar la carta de valencias del pensamiento aristotélico. El caucano
nos entrega la particularidad de una comunidad y nos da los elementos
para comprender al índice y al icono que hacen al ser afro-americano en
el Pacífico. De tal manera, la serpiente en el contexto relatado en María
posee un valor como símbolo diferente a la idea romántica, que nos
regala Tollinchi (1989), de la fascinación por el animal:
La fascinación por el animal típica del siglo XIX es en buena
medida compatible con la popularidad del primitivo. También ellos
son hijos de la naturaleza; son parte de la gran familia del instinto y
de la irreflexión. La idea de la naturaleza que antes hemos elaborado
constituye el supuesto necesario para explicar este entusiasmo y en
especial lo es la afinidad mayor que ahora se siente entre el hombre y
el animal (pp. 530-531).
El relato de las serpientes en María no tiene nada que ver con la
popularidad del primitivo. Nada tiene de juego de simpatías, no se
trata de afectos o de efectos, la serpiente en la obra sentimental nos
habla de la necesidad de asociación como dinámica de supervivencia.
En la propuesta de Isaacs no se expresa la afinidad mayor entre el
hombre y el animal como cuestión meramente anecdótica-genérica,
pues la misma responde a los constructos lógicos de la mítica de
una geografía en particular. La idea del riesgo del hombre blanco
inmerso en una naturaleza que atenta a sus vanidades solamente se
expresa en un segmento, al que no se le puede negar su gran valor
como descripción, donde lo natural obedece a las maneras de los
futuros realismos; escuelas estéticas que se deben a las apuestas
por las reivindicaciones de lo social, que se accionan al reconocer
la importancia de la divulgación de la nos-otredad, maneras de la
representación y el reconocimiento que comprenden al paisaje como
María leída a la luz del incendio
113
a una construcción de lo humano al tiempo que marcan distancias con
los caprichosos administradores de los embates etnocentristas.
Cuando las riberas lo permitían, Lorenzo y yo, para desentumirnos
o para disminuir el peso de la canoa en pasos de peligro confesado
por los bogas, andábamos por algunas de las orillas cortos trechos,
operación que allí se llama playear; pero en tales casos el temor de
tropezar con alguna guascama o de que alguna chonta se lanzase sobre
nosotros, como los individuos de esa familia de serpientes negras,
rollizas y de collar blanco lo acostumbran, nos hacía andar por las
malezas más con los ojos que con los pies (Isaacs, 1986, p. 301).
En las demás narraciones de la serpiente en María, se pueden
encontrar los contactos entre las trazas de africanía y las míticas
americanas. Un ejemplo es la inclusión del mito Wounaan de la
serpiente bajo el tambo, que es la base, más allá de lo argumental,
del relato de arribo a la estación de Bibiano, donde la atención del
joven hacendado vallecaucano es ganada por las proporciones de una
culebra capturada para sacarle la contra:
Mientras los bogas y Lorenzo sacaban los trastos de la canoa, yo
estaba fijo en algo que Gregorio, sin hacer otra observación, había
llamado viejota: era una culebra gruesa como un brazo fornido, casi de
tres varas de largo, de dorso aspero, color de hoja seca y salpicado de
manchas negras; barriga que parece de piezas de marfil ensambladas,
cabeza enorme y boca tan grande como la cabeza misma, nariz
arremangada y colmillos como uñas de gato. Estaba colgada por el
cuello en un poste del embarcadero, y las aguas de la orilla jugaban
con su cola (Isaacs, 1986, pp. 302-303).
El riesgo no es representado por aquella cautiva serpiente, sino por
su pareja que silba desde el río. La condición de la doble presencia
de la culebra parece obedecer a la lógica dual de los mitos de la
creación que comparten algunas de las culturas indígenas de la selva
del Pacífico; en aquel símbolo, se replica la dinámica del mundo de
arriba y el mundo de abajo, se expresa la competencia creadora entre
Ewadam y dosät:63
63
Deidades en cuya oposición se crean las parejas universales.
114
Ethan Frank Tejeda Quintero
En aquellos tiempos había mar, el agua era toda dulce. Dosät
apostó con Ewadam quién salaba primero el agua. Empezó Dosät,
trajo barcos llenos de sal, y nada, el agua seguía simple. Al fin, como
no pudo con una cucharita, Ewadam cogió una puntica de sal, la echó
al agua, la saló completamente y así se formó el mar con las olas.
Otro día dosät y Ewandam apostaron a quien formaba un chontaduro.
Dosät fue el primero y formó la palma de Werregue, pero no dio fruto.
Fue Ewadam y formó el chontaduro (AAVV. 2005, p. 22).
Esa dualidad parece resolver la posible confusión entre las boas
y las verrugosas en la que incurre Isaacs; pues en aquel relato mítico
la constrictora es la creación de una de las deidades y la verrugosa
surge de la mano del héroe que le compite. La cuestión de la confusión
nominal se resuelve en la descripción concreta de las condiciones de
una especie: el riesgo de la serpiente relatada por Isaacs no está en
el veneno, sino en la asfixia; de tal manera, el pretender “sacarle la
contra” no sólo obedece a extraer el contenido de los colmillos de la
reptante, obedece al ritual mediante el cual se obtienen los secretos de
la selva.
Considero pertinente incluir la relación que identifican los Wounaan
entre la serpiente, los mayores y el conocimiento:
El jaibaná también aprende de los animales; durante su aprendizaje
llama a la serpiente, le da la mano, esta se enrosca por su cabeza y le
va enseñando. Algunos también las consumen; se tragan sus colmillos
y su veneno para obtener poder en caso de mordida (AAVV. 2005, p.
45).
La serpiente no es sólo un aditamento del tambo, no es un elemento
de utilería, es la señal que le indica la necesidad por el saber del otro
que debe reconocer el hombre blanco en un contexto determinado por
proporciones que no le son propias. El crótalo es la dimensión mágica
que significa grandes esfuerzos para aquel testigo que no se limita a
sancionar la sencillez de las condiciones locativas.
El relato de la boa se fortalece en el mito del doctor Uui, la serpiente
que se comió a una niña, narración recopilada por Henry Wassen
(2005) e incluida en el libro Interpretando desde el sentimiento:
María leída a la luz del incendio
115
Una vez un hombre vino de otro lugar con el fin de unirse a la
fiesta de la bebida, pero en el río se encontró con la sierpe, la serpiente
gigante, que lo atacó y lo obligó a huir de allí. Sin embargo, después
de un tiempo volvió por el lugar y recogió un huevo de la serpiente, lo
llevó hasta su tambo donde lo colgó sobre el humo del fogón.
A los catorce días una pequeña serpiente salió del huevo con el
tamaño del brazo de un hombre.
El indígena y su mujer la alimentaron con maíz, la llamaron doctor
Uui, y cuando ellos la llamaban, salía atrás del trapiche en el tambo
para comer. Comía y comía, crecía y crecía tremendamente. Le salieron
cuernos como los de una vaca, pero eran rectos.
Nuevamente, la gente del pueblo se preparó para la fiesta. El
indígena y la mujer salieron para allá, dejando sola a su hija en el tambo.
La niña estaba en la pubertad con su primera menstruación, sentada
bajo su mosquitero.
En la casa no había nadie que alimentara a la serpiente, y como no
había recibido alimento durante largo tiempo, se acercó a la niña y se
la tragó.
En el tambo había una lora que hablaba como un ser humano. ¿Qué
voy a hacer? —pensó la lora, cuando vio a la serpiente que se tragaba
a la niña. Entonces se fue al tambo donde se celebraba la fiesta y contó
lo que había pasado.
La gente comenzó a interrogar a la lora y nuevamente les contó lo
que había sucedido. La gente regresó al tambo y encontraron a doctor
Uui detrás de su tabique. La llamaron, pero no salió; la llamaron otra
vez, pero la serpiente no se movió.
En la mañana, el hombre puso una piedra al rojo vivo y la colocó
en una tabla con un poco de maíz frente a la serpiente. Entonces llamó
doctor Uui, salió a devorar el maíz, pero cuando abrió las mandíbulas, el
hombre le tiro la piedra al rojo vivo. La serpiente salta de dolor, vomita
y, finalmente, expiro. Abrieron su cuerpo con el cuchillo, pero la niña
estaba muerta (pp. 167-168).
La relación del fuego y la gran serpiente se cuenta en el temor al
fósforo que alumbra desde la canoa. Algunos han querido adivinar
en aquella actitud de Cortico algo asociado a lo ilícito (tal vez el
contrabando de pólvora, de pieles, de licores caribeños), hoy se
asume aquel segmento como un dato de la convulsión que vivía el
país debido a las guerras internas, como un testimonio para futuras
develaciones, como una narración oculta previamente a la idea de
los elementos añadidos.
116
Ethan Frank Tejeda Quintero
La escritura sobre el vacío es cuestión a la que no se puede asociar
el nombre del novelista caucano. El novelista sentimental deja a un
gran número de motivaciones que fantasmean desde los correlatos.
Las rutinas, las rondas, las pesquisas, la lectura de indicios hacen del
viaje sobre el río Dagua un viaje de repeticiones. Isaacs conoce bien
los tiempos, los tránsitos, los secretos que fluyen a través del río, no
se limita a relatarlos, los camufla al asumir la condición de cómplice.
La vida trepida sobre el lecho del torrente, sus sentidos no caben en
la voluntad de autor de un simple constructor de frescos. Sin duda, la
figura de la gran serpiente en María es mucho más que un aditamento
de lo exótico. En ella se ocultan claves ontológicas que hacen de la
novela una pieza descriptiva única64 donde es posible un naturalismo
que no se limita a la réplica de los gestos del romanticismo europeo o
del cronismo norteamericano.
El siguiente fragmento relata la exactitud de las prácticas, las
creencias y las maneras de la interpretación del riesgo a orillas del río
Dagua:
La negra me refirió en seguida que aquella víbora hacía daño de
esta manera: agarrada de una rama o bejuco con una uña fuerte que
tiene en la extremidad de la cola, endereza más de la mitad del cuerpo
sobre las roscas del resto; mientras la presa que acecha no le pasa
a distancia tal que solamente extendida en toda longitud la culebra,
pueda alcanzarla, permanece inmóvil, y conseguida esa condición,
muerde a la víctima y la atrae a sí con una fuerza invencible; si la
presa vuelve a alejarse a distancia precisa, se repite el ataque hasta
que la víctima espira; entonces se enrolla envolviendo al cadáver y
duerme así por algunas horas. Casos han ocurrido en que cazadores
y bogas se salven de ese género de muerte asiéndole la garganta a
la víbora con entrambas manos y luchando con ella hasta ahogarla,
o arrojándole una ruana sobre la cabeza; más eso es raro, porque es
64
Esteban Tollinchi (1989) cita a Ralph Waldo Emerson para hablar del carácter moral de
la descripción de la naturaleza, ubicando al mundo por debajo del espíritu, lo objetivo se limita
a lo fenomenológico, no parece comprender el poeta que ese afán del idealismo de encontrar a
un Dios único en todas las descripciones es lo que no permite sea generado el gran autor que
reclama desde América: “Todavía no hemos tenido un genio en América, de ojo imperioso,
que se dé cuenta del valor de nuestros materiales incomparables y que vea en el barbarismo y
el materialismo de los tiempos otro carnaval de los mismos dioses cuyo cuadro admira tanto
Homero…”. Ese genio tal vez se cocinaba en Isaacs, pero se aplazó el reconocerlo entre las
lecturas con suspiros de más.
María leída a la luz del incendio
117
difícil distinguirla en el bosque, por asemejarse armada a un tronco
delgado y ya seco. Mientras la verrugosa no halla de dónde agarrar su
uña, es del todo inofensiva (Isaacs, 1986, p. 303).
Ante aquella narración, conviene salir del tambo con mañita.
Mientras tanto se deja que cante a sus anchas la serpiente desde la
orilla, porque la preocupación de la noche le pertenece toda al riesgo
que significan los murciélagos.65
En el momento en el que escribo este ensayo, la verrugosa que
cuenta Isaacs ha encontrado donde asir la uña de gato que porta en la
cola. Ese lugar es Zaragoza. Espacio desde el cual la serpiente ahoga
al río Dagua entero. Asfixia que avanza sin considerar distancias.
Las roscas del cuerpo de la musculosa están hechas de la falta de
escrúpulos de los explotadores industriales del recurso aurífero. Las
aguas impactadas por la cianurización y por el uso del mercurio
pueden cambiar el panorama ante la mirada del fantasma de Gregorio
ubicado ahí donde el gran río se traga a La Pepita: ¡Hoy la furia es en
el Dagua! ¡Hoy la muerte velada por la selva sigue nutriendo bolsillos
con menos fondo que escrúpulos!
La metáfora de la serpiente de siete cabezas sobre los ríos del
Pacífico, al legarle la voz a Jaco, minero a orillas del Telembí, fue
aplicada con gran sensibilidad por Jaime Arocha y Nina S. de
Freidemann (1986):
-¿Ha visto usté ese animal? Mete el hocico bien hondo y traga río.
Pero agarra el oro y por la cola bota piedras a las orillas que acaban
con la caña y el norte, la fruta del árbol del pan, que le damos a los
marranos, y también con las flores y todo lo demás que crece ahí. Y
la draga dicen que va a llegar por aquí (S de Friedemann y Arocha,
1985, p. 289).
La serpiente de siete cabezas que representa a la draga es una
cuestión de impactos y de desplazamientos, de dramas sembrados
65
El chimbilaco, que es sin duda un dato que se obliga desde la profundidad de la selva en el
Pacífico, bebedores de sangre que no se dejan vencer en la presencia de los toldillos. Chimbilaco
que es la materialización de todas las formas de aquel miedo a la profundidad y al afuera por
parte de los hijos del modelo de la hacienda.
118
Ethan Frank Tejeda Quintero
por el dictamen de los mismos protocolos de dominación, de
nuevos teatros para la rebatiña donde los habitantes ancestrales son
considerados colonos en tierras baldías y las compañías auríferas
extranjeras reciben, de parte del gobierno nacional, los derechos para
dragar los ríos.
La explotación desmedida, desbordada, desmadrada, es el alimento
del capricho aniquilador, es el maderamen sobre el que se repite la
gran farsa de la pobreza donde los recursos vuelan sin generar siquiera
la oportunidad de pensar en el desarrollo humano de una región que
canta tras el marisma, que guarda los tesoros ignorados por el pie ajeno
que lo que mide lo apropia, que se niega a dejar que a la marimba se la
conviertan en adormecimiento.
Hoy somos testigos de la dramatización de las circunstancias,
anticipadas por Isaacs, de las violencias disimuladas por los lenguajes
de las tecnocracias que silencian los reclamos de las poblaciones que
han desarrollado sus propias formas de gobierno, de explotación y de
distribución de los territorios.
Hoy somos testigos del drama distraído en los duelos de cada
momento, desdibujado tras el silenciamiento de los contenidos que
hablaban de las maneras de adaptación particulares de las poblaciones
a los territorios, ninguneado en la extinción de las cuestiones de la
exactitud mitopoética y de la especificidad técnica de las voces
mayores que en el presente se ahogan bajo “una bandera uniforme que
las cobija”.
—¡Va a llegar primero que las culebras de siete cabezas!- dijo-.
Esas que están allá arriba… en las cabeceras de los ríos, esas que son
nuestros enemigos invisibles, las culebras gigantes que se crían debajo
de la tierra y que cuando se muevan destruirán con las inundaciones
nuestros caseríos y chagras. Esas culebras que arrasarán nuestros
troncos y nuestras minas (S de Friedemann y Arocha, 1985, p. 290291).
En aquella voz del negro Jaco, se ve expresado el valor mítico que
en la cultura Siepien se da a las cabeceras. El territorio /ToKh+Ma/, el
lugar donde habitan los espíritus y los humanos, sólo existe de forma
invisible. La tercera tierra, espacio para el fenómeno en la distancia,
María leída a la luz del incendio
119
para los elementos que se dejan ver cual personajes que son garantes
de la memoria, del retorno al origen y de la condición monumental de
los secretos.
Las cabeceras las habitan personas como el trueno (/Pa/), que
permanece acostado en su hamaca, cuando levanta su bastón cae el
rayo y cuando discute o se enoja con su mujer suena; los huracanes,
el arco iris (/Euma/, indicador de lluvia, verano o sequía); el sol,
indicador de muerte en la comunidad, nadie debe señalarlo con el
dedo porque lo puede perder); los vientos (según la gente antigua,
persona que en la creación del mundo era barrigón y al morir se le
reventó la barriga y produjo la tempestad). En la actualidad, a San
Lorenzo (/Bipouro/) se le considera el patrono de los vientos, el cual
vive en los mares (AAVV, 2005, p. 60).
La idea de la serpiente de siete cabezas que expresa Jaco, no tiene
que ver con la pretensión genérica de la relación entre la serpiente y
el castigo, no se agota en la mistificación del número siete en relación
con las plagas, no es algo que se pueda entender por fuera de la
particularidad del ser en el Pacífico, no obedece a la lógica que nos
entrega el Diccionario de símbolos de Juan Eduardo Cirlot (2005):
Son frecuentes en leyendas, mitos y cuentos folclóricos los
dragones y serpientes de siete cabezas simplemente porque el siete
multiplica el uno y lo concreta en los órdenes esenciales del cosmos.
La serpiente de siete cabezas invade las siete direcciones del espacio,
los siete días de la semana, los siete dioses planetarios, y se relaciona
con los siete vicios (p. 409).
La serpiente narrada por Jaco es libre ante los enciclopedismos,
puede usarse sobre una gran cantidad de males del mundo que sería
lícito contar por siete: ¿por qué no los siete imperios; por qué no los
sietes siglos de administración del mundo por parte de los belicismos
organizados; por qué no los siete verdaderos pecados que van tras la
triada que necesitó el cristianismo para edificar su versión única del
mundo; por qué no por los días que en la semana el poder central de
las nuevas patrias americanas destinan con fruición a ignorar a sus
regiones?
120
Ethan Frank Tejeda Quintero
La serpiente narrada por el negro del río Telembí sirve para darle
una nueva interpretación al enojo del río La Pepita en María, es vital
para darle una lectura poética al descontento de una potencia que se
representa en lo que arrastran las aguas y en lo que el ojo predispuesto
de Efraín no acata a observar, es fundamental para reconocer esa
mirada de la africanía que se detiene en el correr de tinturas sobre
los lomos del tributario, es ideal para la ponderación de esa voz que
congela la acción para expresar sus arraigos en la preocupación por el
índice de las orillas que se rompen para que se llore por lo que brilla.
4. MÍMESIS, ORALIDAD Y ENCICLOPEDIA
Los avances de Isaacs, en medio de las imposibilidades, se escapan
de las convenciones habituales para la conmensura de un autor. El
novelista caucano asume la mímesis de lugares por él conocidos en
fuentes limitadas a la oralidad y a los atlas vencidos por la paquidermia
propia de la escasa circulación del texto entre los continentes sometidos
por la conquista, pero la limitación naufraga ante la voluntad de escrita
del caucano, pues se impone la experiencia directa que nutre a los
capítulos del río Dagua y a la conciencia de la necesidad de reconocer
al ser americano en sus particularidades.
En la circunstancia, su labor permite adivinar dificultades múltiples
para el ser autor que crece desde la incomunicación, el provincialismo
y la convulsión interna de un país que se lava con pólvora la culpa
de no contar con un verdadero proyecto de nación. Hoy luce estéril
asumir la capacidad mimética de Isaacs asociada a la réplica de las
maneras que propone una escuela estética reivindicada por Europa,
sus fuentes hacen que desarrolle una mímesis sobre lo intangible y
construya un rescate evocativo donde se expresan el contacto directo
con las motivaciones contadas, la versión de oídas donde el representar
rompe el prejuicio de lo mágico en lo desconocido y una enciclopedia
que no le niega la posibilidad de imaginar el tema colectado en el texto
de estudio.
En tanto a lo último, hay que destacar que la relación de Isaacs con
el tema de la representación Afro obedece tanto al recuerdo como al
sueño:
Niños María y yo, en los momentos en que Feliciana era más
complaciente con nosotros, solíamos acariciarla llamándola Nay; pero
pronto notamos que entristecía si le dábamos ese nombre. Alguna vez
que, sentada a la cabecera de mi cama a prima noche, me entretenía
con uno de sus fantásticos cuentos, se quedó silenciosa luego que
hubo terminado; y yo creí notar que lloraba.
—por qué lloras —le pregunté.
—Así que seas hombre —me respondió con su más cariñoso
acento— harás viajes y nos llevarás a Juan Ángel y a mí; ¿no es cierto?
—Sí, sí —le contesté entusiasmado—: iremos a la tierra de esas
princesas lindas de tus historias… me las mostrarás… ¿Cómo se llama?
122
Ethan Frank Tejeda Quintero
—África —contestó.
Yo me soñé esa noche con palacios de oro y oyendo músicas
deliciosas (Isaacs, 1986, p. 235).
Conciencia del personaje de lo que África significa, conciencia del
autor del dolor de los desarraigos. Llama la atención cómo cambia la
administración adjetiva frente a esas historias en tanto a la distancia de
la evocación: el Efraín infante destaca hermosuras; el joven, que llega
con el ritmo de las ancas del caballo aún a cuestas, habla sancionando
las pobrezas de la negra:
Aquella mujer que iba a morir lejos de su patria, aquella mujer
que tan dulce afecto me había tenido desde que fue a nuestra casa; en
cuyos brazos se durmió tantas veces María siendo niña… Pero he aquí
su historia, que referida por Feliciana con rústico y patético lenguaje,
entretuvo algunas veladas de la infancia (Isaacs, 1986, p. 215).
Ya Efraín no responde al legado afecto de Feliciana, pues se
ha convertido en una réplica de su padre, el manejo de la sanción
construida por parte de los suyos le ha contaminado, las obligaciones
de los de su clase lo han invadido.
Efraín es dispuesto, cual perfil actante, en contraste de lo que
mora en los recuerdos de Isaacs, de las imágenes que en su infancia
determinaron a la figura del adulto. En la representación de la
solemnidad del hijo de la hacienda se ven los elementos de lo simulado
en la fuerza irónica de una ficción que muchos asumieron como un
dulce de lo autobiográfico, pero que devoraron con el utensilio errado,
pues no fueron capaces de imaginar a un Isaacs que burla a la historia
de las sugestiones que lo obligaban y no lo seducían.
En el texto La luna en la velada, Isaacs cuenta la relación con el
padre, cuenta el imperio del miedo por encima del afecto, recorta la
silueta vacía del mayor en un gesto que explica a los desasosiegos
de uno que ha vuelto a barajar su carta de héroes, que ha dispuesto
nuevos muebles para sus gratitudes, que ha encontrado la luz en las
sub-versiones, que ha descubierto que hace mucho se superó la fecha
de caducidad de la estampa patricia:
María leída a la luz del incendio
123
Un caballero se acerca a la gradería y se apea con destreza. Viste
de blanco, lleva botas hasta la rodilla y calza espuelas de plata. Los
niños corremos a rodearlo, impidiéndole andar; los perros le agasajan
y aúllan de alegría; ha tomado del regazo de mi madre al más pequeño
de mis hermanos y le hace caballo en una de las rodillas; yo me
afano inútilmente por disputarle a Pedro, el paje mimado, el honor de
desabrocharle las espuelas a su amo. Es mi padre (Isaacs, 2006, pp.
6-7).
Ardid de la figura del principal que convierte en cuestión de honor
a las humillaciones, arquetipo de lo admirado en la abundancia,
imagen donde las cadenas son en la invisibilidad. Isaacs reconoce la
triste condición del afecto en el temor, sabe que es antónimo al afecto
en la complicidad. Afecto que el escritor caucano expresa, sin mieles
de más, ante la figura del esclavo.
Para comprender lo que se valora en la pobreza, está el siguiente
fragmento, tomado del texto Recuerdos sobre una tumba, homenaje a
Francisco Álvarez:
Cuando los infortunios, la envidia y algunos poderosos dejaron
sin pan ni techo a los que llevan mi nombre, él quiso que yo tuviera
por mía a su cabaña. ¡En ella alivié tantas veces las fatigas de rudo
trabajo! Ahí, agotadas ya mis fuerzas, dolientes el cuerpo y el alma,
me hacía recorrer lentamente los verdes collados donde al apagarse el
día sesteaba la vacada. Ya no pudieron devolverme la salud las brisas
de sus montañas; pero aquellos labios en que la lealtad sonreía, esos
ojos en que la franqueza y el valor brillaban tuvieron para mí sonrisas
y miradas paternales (Isaacs, 2006, p. 97).
¿Instrucción axiológica? El remedo del amo ha fallado, sólo le
queda el cobijo de esos segundos padres que fueron los esclavos; no
obstante, los hijos del Valle del Cauca renunciaron a asumirse como
hijos en lo simbólico del dolor por las capturas y se decidieron por ser
los hijos orgullosos de las rebatiñas.
En medio de su contexto, ensordecido por las vanidades y por
la evocación de la administración de la metrópoli, Isaacs merece el
calificativo de valiente por el gesto de la legación de la voz, por el
esfuerzo que corresponde a su trabajo de colección de las expresiones
124
Ethan Frank Tejeda Quintero
y de los discursos, por la libertad de su mirada que no se copia sobre
el dictamen de un mundo insaciable de desprecios. La voluntad de
escucha juega un papel central en su apuesta escritural y es cuestión de
un valor superior la focalización sobre alguien que en el siglo XIX el
hábito dictaba en condición de mera utilería del paradisiaco contexto
del melodrama de los amos: la madre esclava.
A pesar del aparente afán por lucir informado en fuentes
legitimadoras de la pretensión de veracidad, a Isaacs le ganan las
fortalezas de los cuentos de las ayas africanas. Donald MacGrady
(1986) y María Teresa Cristina (2005) coinciden en destacar el pie de
página donde el escritor caucano le da crédito a Cantú, pero no niegan
la posibilidad de asumir a María como a un hito de la oraliteratura
americana.66 Ponderación donde la obligación del crítico habita en leer
lo que aparentemente no se ha contado o se ha contado en la burla de
las maneras habituales de la representación europea.
Walter Benjamin (1967) muestra la opción de asumir la lectura tras
indicios que no se limitan a lo expreso, nos invita a avanzar sobre
las construcciones de sentido más allá de la lectura dominante de los
que administran el mundo: “La semejanza inmaterial fundamenta las
tensiones no sólo entre lo dicho y lo entendido, sino también entre lo
escrito y lo entendido y también entre lo dicho y lo escrito” (p. 107).
66
Cuestión que luce casi indiscutible al descubrir los desarrollos temáticos de los capítulos
por él referidos: pp. 704-714. CVI. É XIV: La esclavitud india-Las Casas-Tráfico de negros/ pp.
573-579.CXII. É XVIII: Los berberiscos. En la primera referencia se hace alusión a la defensa
adelantada por Fray Bartolomé de las Casas de los indígenas americanos y cómo está controversia
desencadena el tráfico de esclavos hacia las colonias españolas, después se encamina a un
diagnostico estadístico de la empresa negrera y hace un paneo temático sobre el hoy de Cantú en
tanto a las tensiones entre las ya establecidas economías esclavistas y los discursos filantrópicos
propios del cambio de políptico. (Dichos discursos son de mayor relevancia para el ensayo de
Isaacs sobre la importancia futura del negro en la provincia del Cauca que para María). En la
segunda referencia se desarrolla el tema de Los Berberiscos, apuntando correcciones sobre las
maneras habituales de considerar la historia de la trata, el origen y las posibles víctimas de las
maneras de la dominación, Cantú muestra la relación abolición- prohibición, dejando luces sobre
la distancia existente entre la prohibición del tráfico humano y el desmonte de la esclavitud; usa
el enciclopedista dos historias importantes para comprender los resultados de la sujeción: La
de Liberia como solución a la dificultad del rehacer la historia intervenida y la de los cristianos
esclavizados a manos de Los Berberiscos en el norte de África. No se encuentran alusiones
directas a los pueblos de Nay y Sinar, ni descripciones de los Achantis ni de los Kombu-manez,
ni se dan mayores desarrollos espacio-temporales de las culturas africanas, no existen en las
referencias de Cantú detalles sobre las ritualísticas ni de las apropiaciones del símbolo que
significan las utilerías del relato en el melodrama africano propuesto por Isaacs.
María leída a la luz del incendio
125
Es posible hablar de la grandeza de los capítulos de Nay y Sinar
muy a pesar del referente bibliográfico y del efecto de la fuente
segunda. Grafía que no debe considerarse única para el caucano, pues
para él los ancianos (as) africanos (as), los niños esclavos con los que
jugó, las historias de la sugestión y los espantajos que conoció en su
infancia son la principal enciclopedia. Cuestión que no ha atinado a
aceptar o a considerar a más el lector conservador vallecaucano, pues
no está dispuesto a aceptar la imagen de un hijo de hacendado dándose
la licencia mimética de jugar67 a estar en la piel del esclavo.
El mismo Isaacs nos brinda el indicio de aquella educación para la
imitación aprendida del ser africano, lo hace en su poema El esclavo
Pedro:
Allí sobre esas rocas, de donde el río
Se divisa en la vega, siendo yo niño,
Al pobre Pedro
Escuché muchas tardes sus lindos cuentos:
Sentado en las rodillas del fiel esclavo
Contemplaba su rostro noble, admirando
Esas princesas
Que encantaban los genios en otras tierras.
Sus cantos quejumbrosos que en las orillas
Del Atrato se escuchan, me adormecían
Cuando brillaban
Ya en el valle las luces de las cabañas.
A nuestro hogar tranquilo, sobre sus hombros
Me llevaba en silencio, mientras mis ojos
Entre las sombras,
Divisaban el río blanquear las ondas.
De la paterna casa salí: en sus brazos
En relación al juego, Benjamin hace una pregunta genérica que bien pudiésemos aterrizar
al estilo de Isaacs: “La facultad mimética tiene una historia, tanto en sentido filogenético como
en sentido ontogenético. En lo que respecta a este último, su escuela es en muchos sentidos el
juego. El juego infantil se haya completamente saturado de conductas miméticas, y su campo no
se encuentra en modo alguno limitado a lo que un hombre puede imitar en otro. El niño no juega
sólo a “hacer” el comerciante o el maestro, sino también el molino de viento y la locomotora.
¿Qué utilidad extrae de esta educación de la facultad mimética?”. Qué extrajo Isaacs de sus
juegos de infancia, ante la lectura propuesta de María en este ensayo la respuesta parece obvia.
67
126
Ethan Frank Tejeda Quintero
Me estrechó conmovido; y en lloro ahogado,
Me dijo entonces:
“No te veré, amor mío, cuando seas hombre”.
Él hubiera habitado mi estancia pobre,
Cual la rica morada de mis mayores:
¡El buen anciano
Mis hijos arrullara hoy en sus brazos! (2006, pp. 233-234).
De tal manera, la fuente de Cantú no fue la fuente principal de
Isaacs, fue una fuente complementaria a la que acudió para hacerle
un homenaje de fidelidad a la imitación del mundo del que provenían
aquellos que le enseñaron a contar.68
Las historias de los africanos en María para las lecturas que
engordan con la lógica del melodrama de los amos no son más que
expresiones de, en palabras de Augusto Arias (1984), “la simpatía que
Isaacs demuestra por los humildes”; la premura metódica de la lectura
conservadora se impone, al tiempo que el universo de sanción de la obra
se fortalece en disquisiciones estilísticas sujetas a administraciones
adjetivas que niegan la apuesta ideológica del escritor caucano.
Arias habla de “la presentación de sus personajes de conciencia
aligerada y de corazón tranquilo”, asumiendo la inclusión de sus
relatos como un ardid para magnificar la figura del extranjero blanco
que es el mismo padre de Isaacs.
Con el tono enfermo de suspiros que envenenó la atmosfera de
María, dice Arias:
En todo un largo episodio, labra el poeta caleño la historia de la
negra Feliciana, aya de María, desde cuando la niña huérfana fue
llevada a la tierra de la madre, en los brazos tostados de la mujer,
oriunda quizá de Bambuk, aquella ciudad africana de la música mecida
y aligerada. Relata entonces la humanidad del padre, cumplidor de
la manumisión de los negros y sigue a Feliciana cuando, al morir,
marcha para siempre, cuerpo yacente de ébano sobre una parihuela de
guaduas69 (p. 260).
68
Cabe recordar que en muchas de las ediciones de María, en un gesto que hoy puede leerse
como racista, se ordenó la no inclusión de la historia de Nay y Sinar y del relato de los negros
del Dagua.
69
Fragmento extraído de El caballero de las lágrimas de Velasco Madriñán.
María leída a la luz del incendio
127
El brazo de la mujer que llega junto a María a la hacienda del cauca
posee un rastro de sangre que grita la brutalidad de la trata esclavista.
La idea de contar el origen de Nay no obedece a la simpatía con su
historia, obedece a la intención de mostrar cómo a los africanos se les
arrancaron las ilusiones, las maneras, los proyectos (el principal de
ello es el de la reconciliación posible).
La completitud de la obra de Isaacs hoy sólo se da en el comprender
los imaginarios, los paladares, los gestos de la educación sentimental,
las maneras del contar, las musicalidades de los hijos del Valle del
Cauca como a territorios de conquista de los esclavos africanos.
No obstante, los gustosos de la casi exclusividad del relato de amor
entre hacendados cuentan las páginas de la inclusión de los otros
personajes en el libro; el autor de El caballero de las lágrimas, en un
acto peyorativo de los valores diversos del libro, dice:
No podrá citarse en idioma castellano una novela ejemplar como
la novela isaacsiana, en la cual los personajes centrales se roben tanto
la atención, haciendo pasar por alto a los lectores poco observadores y
sólo preocupados por el desarrollo del argumento, los tipos corrientes
que fueron parte de la escena novelística. Porque Efraín y María —
los protagonistas principales— con la fuerza trascendentalmente
amorosa de los diálogos, hacen olvidar aunque momentáneamente a
los personajes secundarios, cuya suma a través de las páginas es de
treinta y ocho, sin contar los que figuran en el cuento de Nay (Velasco
Madriñán, 1987, p. 263).
Para los que reivindicamos otras lecturas de María, sí hay que
contar las páginas de Nay y Sinar, pero hay que hacerlo desde lo ordinal
que nos permite identificar a la verdadera semilla de la narración. Urge
contar sin detenerse en la cuestión de las extensiones o en aspectos
numéricos que intentan hacer relativo el valor de la tragedia africana
o el peso en la obra de la apropiación de América que hicieron los
hijos de los esclavos (apropiación-reinterpretación que se expresa en
la cultura del río de las comunidades negras americanas).
En los fragmentos de las historias africanas habita la particularidad
de la novela, la profundidad que nos invita a no confundir con la Isla
de Circe el paseo con Salomé a orillas del río Amaime, a no querer ver
128
Ethan Frank Tejeda Quintero
al perro de Ulises en el perro de Efraín (Mayo), a no equivocarse en los
portes que hacen de Laureán y de Cortico un pretexto para sucumbir
ante lo dicotómico y antinómico.
La relectura de María nos indica lo necesario que nos resulta, desde
la crítica de lo no leído, alejar la idea de los autores americanos de los
perfiles de traductores, de replicantes, de plagiarios o de hermanos
menores de la tradición europea. En la novela de América, de la que
María resulta hito fundante, no existen los espacios para los principales
que diseñaron para sí los que desataron las rebatiñas, no hay personajes
primarios y secundarios, pues el narrador desde las tierras de conquista
puede asumir la mímesis de las tradiciones impuestas para relatar las
intimidades de lo propio. Eso hace Isaacs al reconocerle una historia
a Nay, al describir en detalle su paso por el cañón del río Dagua, al
insinuar la condena por la sensualidad que significa la entrega de las
pieles del mulataje al capricho de los hijos de los principales. Desde
la lectura ideológica de sus condiciones intenta asumir los materiales
exclusivos de su entorno para que la futura mirada los pueda leer cual
fundación de la tradición que espera merecer verdaderas libertades.70
En los textos del caucano se encuentran encriptados los más
diversos homenajes a los padres y a las madres esclavas:
Ahora la llanura estará solitaria: el viento sacudirá los aromales
resecos, esparciendo en los gramales hojas muertas. ¿Dónde estará la
tumba que mi alma busca allí? Nunca hollaron mis píes los zarzales
que la rodean; no ha humedecido ese polvo una lágrima mía. Mis
70
Mientras tanto, los bordadores de orgullos, los soldados de la de-significación siguen
encontrando pretextos, uno de ellos la dimensión autobiográfica de la novela, donde se niega
la existencia de Feliciana: “un domingo de verano de 1941, época durante la cual escribía
El caballero de las lágrimas, me interné por un tupido bosque en la región de Santa Elena,
Amaimito. Después de atravesar el florecido bosque, llegué al rancho de paja del negro Cabrera.
Frente a la casita había un mirto solitario. El antiguo esclavo tenía algo más de ciento veinte años,
conservando muy lúcidas sus capacidades mentales; ya había perdido la vista, pero conservaba la
visión del pasado isaacsiano, del cual hacía interesantes capítulos ante los contertulios, mientras
escanciaba aguardiente de caña. Gentilmente me recibió y me hizo pasar un asiento desvencijado
para que me sentara. Lo interrogué, logrando entonces la declaración que había oído de otros
campesinos: Fui de la servidumbre de mi amo Jorge Enrique, quien me tenía mucho confianza
y por esto me mandaron a Buenaventura para que trajera a una niña que venía de Jamaica y a
quien después mis amitos contemplaron mucho. Era muy hermosa y todos la queríamos por
su simpatía. Desgraciadamente pocos años después murió y bajamos con el cadáver hasta el
cementerio de Santa Elena, cercano a esta chagra”. Fuente más que sospechosa, un hombre de
más de 120 años que habla al amparo de unos aguardientes.
María leída a la luz del incendio
129
manos no tocaron helada esa mano cariñosa que meció mi cuna. Mi
acento no llegó a los oídos de esa madre amorosa, cuando la rodearon
algunos de sus hijos, esperando un adiós y una bendición que yo no
merecí. ¡Mis ojos la lloraron tarde!71 (Isaacs, 2006, p. 8).
El Valle del Cauca se vistió de las hojas de la quema, el mar de
caña devoró a las tumbas de los negros. Isaacs lloró tarde la figura
de la esclava, el Valle intenta borrarla de sí a fuerza de sahumadores.
No existe la gratuidad en la inclusión de los negros en María,
hoy los derroteros del sefardita nos develan un milimétrico control
del tema referido: en su inmersión imaginada de África Isaacs no se
atreve a elaborar por desconocimiento una vivencia particular del
habla de los pueblos de Nay y Sinar; en América hace un homenaje
mimético a las maneras de la vivencia del lenguaje de los negros
del Pacífico. La condición genérica de su incursión en el universo
de sentido africano no obedece a las maneras dictadas por la
referencialidad de Atala, ni a la exigencia de la fuente enciclopédica,
ni a las formas propias de los exotistas, obedece al respeto que se le
exige a un relator en la distancia. Isaacs no entra en detalles que le
son imposibles de asumir, lo relatado se encuentra en la condición
genérica que significa la acción:
Ellas, en vísperas de marchar las tropas, dio a su amante, sin
que él lo echase de ver, una bebida en la cual había deszumado una
planta soporífera; y el hijo de Orsué quedó así imposibilitado para
marchar, pues que permaneció por varios días dominado por un sueño
invencible, el cual interrumpía Nay a voluntad, derramándole en los
labios un aceite aromático y vivificante (Isaacs, 1986, p. 218).
En negrilla están destacados los aspectos genéricos que Isaacs, por
desconocimiento del entorno, no se atreve a ampliar como información.
Cuestión de la exactitud del recurso usado para efectos medicinales o
con fines mágicos que no son alcanzados por la limitada condición de
testigo del novelista caucano; precisión que se expresa, como parte
fundante de la voluntad de autor, en un entorno que como el del cañón
del río Dagua él conoce en el tránsito y en la vivencia. Por eso, por no
71
Fragmento de La luna en la velada.
130
Ethan Frank Tejeda Quintero
violentar las condiciones de un continente que le es desconocido, las
apuestas del segmento de Nay y Sinar son en lo principal argumentales
y se basan en la relación entre el verbo, el gesto y el adjetivo.
El relato no se agota en la constatación, desde la voz de los
científicos, de aquello que en el desarrollo de sus sugestiones escuchó
en boca de los esclavos. La fuente de Cantú y la segura fuente de
Alonso de Sandoval son puestas al servicio de la intención de Isaacs de
no dejar pasar de manera silente para la novela hispánica la brutalidad
de la trata.
En su relato de los negros del Pacífico muestra la pericia sobre la
información que le brinda el repetirse en la vivencia sobre un territorio.
Isaacs es un precursor de lo que Walter Benjamin (1967) se dio a
llamar semejanza inmaterial,72 concepto aplicable a los acumulados
expresivos donde se hace un proceso de imitación de condiciones
que se escapa a las meras descripciones objetivas, fundamental para
entender el proceso de construcción del relato donde se captura a los
imaginarios, a las historias de los pueblos, a las intimidades de las
comunidades; en la apropiación de las maneras del habla de los negros
del Dagua que asume Isaacs no se da la imitación folklórica que rotuló
para sí el exotismo, no se presentan los extrañamientos propios del
malbaratador de cotidianidades, no se da el efecto del sembrador de
portes que han de servir para eternizar la dominación.
Germán Arciniegas (1999) nos recuerda, en Genio y figura de Jorge
Isaacs, que en el Pacífico el escritor caucano era un sujeto frecuente
y obligado. De ahí el gran valor del autor de María al no limitarse a
72
Walter Benjamin, ensayo Sobre la facultad mimética: “Es preciso tener en cuenta el hecho
de que en tiempos más antiguos, entre los procesos considerados imitables debían entrar también
los celestes. En las danzas y en otras operaciones culturales se podía producir una imitación y
utilizar una semejanza de esa índole. Y si el genio mimético era verdaderamente una fuerza
determinante de la vida de los antiguos, no es difícil imaginar que debía considerarse al recién
nacido como dotado de la plena posesión de esta facultad y, en particular, en estado de perfecta
adecuación a la configuración actual del cosmos. La apelación a la astrología puede proporcionar
una primera indicación respecto a lo que es necesario entender con el concepto de semejanza
inmaterial. Es verdad que en nuestra realidad no existe más aquello que permitía, en un tiempo,
hablar de esta semejanza y, sobre todo, evocarla. Pero también nosotros poseemos un canon
que puede ayudarnos a esclarecer, por lo menos en parte, el concepto de semejanza inmaterial.
Y ese canon es la lengua”. Difícil cuestión para los escritores que no han hecho de los espacios
contados su rutina, pues el lastre academicista de aprender a apropiar el soporte mimético desde
la expresión en grado cero puede convertir su imitación en una gran traición.
María leída a la luz del incendio
131
ejercer la mímesis de aquel entorno en la maneras habituales de lo
catedralicio, promisorio o carcelario.
En tanto a las sanciones de la originalidad de la obra o el rótulo
de lo regional por lo regional, persecución posible para aquellos
que asocian la mímesis a la particularidad de los territorios, resulta
vivificante la luz que da Olga Mariella Aita (1999), en su ensayo
sobre Simone Schwarz-Bart, en el cual una preocupación crítica torna
en modelo cuando en condición de lectora informada se pregunta:
¿Lluvia y viento sobre Telumée Milagro no es una novela localista que
sólo incumbe a Guadalupe?:
En América todos somos simientes trasplantadas; sean los más
antiguos ancestros esparcidos desde las costas del Pacífico o del
Atlántico; o como los últimos en llegar, arrancados de África negra
tras la invasión del europeo. Somos todos descendientes de un éxodo
planetario. ¿Cómo se concilia esta diversidad con la identidad de un
“ser americano”?
Lo que tenemos en común viene dado por las estructuras y matices
de pensamiento que compartimos y a través de los cuales expresamos
mitos, leyendas, cosmogonías y los muy particulares resultados
teóricos y prácticos del pensamiento mágico-religioso (Aita, 1999, p.
247).
María es así, pues, una novela sobre lo particular, en la adaptación
y la transformación de la mítica, en la pugna y el contacto; María
versa sobre el vínculo, se construye en la memoria y encuentra su
estructura ideológica en el pensamiento evocativo.
Hoy la crítica, desde el incendio o desde el resquemor, desmonta
la angustia por lo excepcional y por lo cerrado. Olga Mariella Aita
(1999) continúa su ensayo-modelar con total claridad:
Podemos llegar a una común apreciación de nuestras realidades
naturales y sociales que compartimos, además por igual. Por ellas,
somos capaces de lograr una similar interpretación de lo que nos
rodea, de lo que nos acontece y de lo que podemos esperar.
Todas las formas del pensar con tales estructuras están todavía muy
presentes en la vida diaria del americano. Ellas son determinantes en
la construcción de su pensamiento, a tal punto que bajo las mismas
matrices elaboramos cotidianamente nuevos mitos y leyendas
132
Ethan Frank Tejeda Quintero
apoyados en la fantasía y la imaginación frente a los acontecimientos
que de otro modo aparecerían vanos, triviales, intrascendentes (p.
248).
Escapa María a las generalizaciones, construye las gratificaciones
en lo común, no en lo agotado. La magnificencia no depende de la
espectacularidad de la anécdota, se teje en el reconocer a los perfiles
relatados inmersos en su cotidianidad. Cortico, Laureán, Bibiano y
su hija son personajes que la versión de Isaacs no pretende fundar,
sino que busca establecerlos en los imaginarios de la representación
de aquella patria joven que habitó en condición de poeta, político,
trashumante, funcionario y soldado. Adjetivos tras los que se podrían
dar diversas miradas sobre sus motivaciones, pues estaba dotado el
joven Isaacs para comprender los misterios que constituyen los oficios,
para saber lo que significa la profundidad de una patria casi sin contar,
para entender el carácter de la gente que habita las tierras de escape:
“Las palancas, que cuando se baja el río, sirven mil veces para
evitar un estrellamiento general, son menos útiles para subirlo. Desde
fleco, a cada paso caían al agua Gregorio y Laureán, siempre después
del consabido golpe de aviso, y entonces el primero cabestreaba la
canoa asiéndola por el galindro, mientras el compañero la impulsaba
por la popa. Así se subían los chorros o cabezones inevitables; pero
para libarse de los más furiosos había pequeños caños llamados
arrastraderos, practicados en las playas, y más o menos escasos de
agua, por los cuales subía la canoa rozando con el casco los guijarros
del cauce y balanceándose algunas veces sobre las rocas más salientes
(Isaacs, 1986, p. 307).
En lo que respecta al ser afroamericano, María es una novela sobre
la supervivencia, sobre lo que se ha protegido en la incomunicación,
sobre las resistencias periféricas. María es un texto que cuenta la
exclusión y que reconoce los porqués de los temperamentos de una
nación construida por apuestas económicas que poco conocieron de
justicia.
En tanto a África, María es una metáfora sobre lo que es la
historia del apropiarse de los territorios o de sus poblaciones, es una
alegoría sobre la posibilidad que tienen los obligados de colonizar
María leída a la luz del incendio
133
los imaginarios de los hijos de sus captores, es una ironía sobre los
falseados orgullos de los principales, es una farsa que mastica con
potencia una educación sentimental sembrada en la paupérrima
cimiente de la doble moral.
María es el testimonio de la pervivencia de África en territorio
americano, es el texto que permite comprender la génesis de la
conciencia americana de un hecho que insiste en dictarse fundamental:
la continuidad simbólica en la diáspora de las patrias del continente
negro.
Laureán, Cortico, Bibiano y su hija son seres que tienen su propio
relato, lo poseen sin importar que el país que habitan esté de espaldas
a sus realidades; Nay es la mujer que tiene una historia previa a su
situación de subalterna en la hacienda, es la mujer invisible, es la
estampa presa de la sub-ponderación en todas sus clasificaciones,
para quien, en la apuesta ideológica de Isaacs, debe existir relato; el
caucano se obliga ante ella al convertirla en narración, se detiene a
edificar su melodrama africano, su asociación fascinación-sentir, en la
memoria de su origen, de su captura, de su arribo al sistema productivo
establecido en el gran Cauca.
El relato de la mujer negra en María no debe quedarse estancado
en la lectura-homenaje del momento final de una existencia servil. La
noveleta intercalada de Nay y Sinar es la narración de una mujer que
sabe que el sentir también tiene historia, es la narración de una mujer
que sabe de la obligación primera: amar el origen.
Sinar, deteniéndose, con las miradas llameantes y una sonrisa de
triunfo en los labios, dijo a Nay señalándole el valle que tenían a los
pies:
—Nay, he allí el camino que conduce a mi país; yo voy a huir de
mis enemigos, pero tú irás conmigo: serás reina de los Achimis, y la
única mujer mía: yo te amaré más que a la madre desventurada que
llora mi muerte, y nuestros descendientes serán invencibles llevando
en sus venas mi sangre y la tuya. Mira y ven: ¿Quién se atreverá a
ponerse en mi camino?
Al decir estas últimas palabras levantó al ancho manto de piel de
pantera que le caía de los hombros, y bajó él brillaron las culatas de
dos pistolas y la guarnición de un sable turco ceñido con un chal rojo
de Zerbi.
134
Ethan Frank Tejeda Quintero
Sinar de rodillas, cubrió de besos los pies de Nay pendientes sobre
el mullido plumaje del avestruz, y este halaba cariñoso con el pico los
vistosos ropajes de su señora.
Muda y absorta ella al oír las amorosas y tremendas palabras
del esclavo, reclinó al fin sobre su regazo la bella cabeza de Sinar
diciéndole:
—Tú no quieres ser ingrato conmigo, y dices que me amas y me
llevas a ser reina en tu patria; yo no debo ser ingrata con mi padre, que
me amó antes que tú, y a quien mi fuga causaría la desesperación y
la muerte. Espera y partiremos juntos con su consentimiento; espera,
Sinar, que yo te amo… (Isaacs, 1986, pp. 217-218).
Feliciana tiene valías adicionales, opciones de interpretación
que se establecen en correlatos más que sugestivos: la mímesis
de su condición doméstica se refleja en la figura de María, en sus
recorridos por la casa, en la actitud con los niños y en el atrevimiento
del amor liberto, del amor en los mensajes que utilizan como renglón
al río. Además, Isaacs relata la teatralidad de su deceso incluyendo
dinámicas que bien pudiesen entregarnos el camuflaje de las maneras
del palenque en pleno corazón del mundo de la hacienda:
Eran las cinco de la tarde cuando hice que alejaran a Juan Ángel
del lado de su madre. Aquellos ojos que tan hermosos habían sido
giraban amarillentos y ya sin luz en las órbitas ahuecadas; la nariz
se había perfilado; los labios graciosos, aunque ligeramente gruesos,
retostados ahora por la fiebre, dejaban ver los dientes, que ya no
humedecían; con las manos crispadas y yertas sostenía sobre el pecho
un crucifijo y se esforzaba en vano por pronunciar el nombre de Jesús,
que yo repetía, nombre del único que podía devolverle a su esposo [...]
Luego que las esclavas la vistieron y colocaron en un ataúd, cubierta
desde la garganta hasta los pies de un lino blanco fue puesta en una
mesa enlutada en cuyas cuatro esquinas había cirios encendidos Juan
Ángel a la cabeza de la mesa derramaba lágrimas sobre la frente
de su madre, y de su pecho, enronquecido por los sollozos, salían
lastimeros alaridos […] Terminado el rosario, una esclava entonó la
primera estrofa de una de esas salves llenas de dolorosa melancolía
y de desgarradores lamentos de algún corazón esclavo que oró. La
cuadrilla repetía en coro cada estrofa cantada, armonizándose las
graves voces de los varones con las puras y dulces de las mujeres y de
los niños (Isaacs, 1986, pp. 184-185).
María leída a la luz del incendio
135
La captura de la excepción de la narración de Isaacs se fortalece
en la conciencia de la distancia existente con el relato de la costumbre
edificada por la malinterpretación de lo romántico. Isaacs se ubica
como autor en un territorio donde los rituales funerarios difícilmente
se pueden asumir en condición genérica. Narra la acción, la escena, la
teatralidad de la misma; se detiene en la atmósfera del cortejo, propone
caminos misteriosos para desentrañar lo que aquella atmósfera
significa, es testigo de cuándo, fungiendo cual relator del instante
cumbre, los camuflajes que usa el sentido en la resistencia se vencen
por la conmensura de quien se acompaña en la jornada ulterior.
El sepelio de Feliciana es un testimonio del progresivo avance de
la promesa del retorno que habrá de significar las prácticas fúnebres
de las culturas africanas sobre el territorio del Valle del Cauca. El
cortejo de Nay es la completitud de la castración de una historia en
la cruz que corona la tumba de quien siguió siendo en la memoria, es
la escena para que el coro de esclavos disfrace de “piedad cristiana”
sus reclamos; ante la mirada de los amos que no tienen tiempo para
comprender lo extrañado, es el escape que en dos orillas muestra un
camino de fuego para ser seguido por los que heredaron la sujeción,
es el testimonio-guía para los que no portan la marca de carimba, pero
portan la piel total de la orfandad.
¿Nay es el final de una historia? Es la incertidumbre del que sabe
la caducidad de los rostros patricios, es la que debimos leer como la
semilla argumental de María, pero que nos redujeron a la condición
de anécdota que se supone la primera letra de la nueva historia del
blanqueamiento que en el cauca ha de ser la única apuesta que sabe
de constancias; venturosamente, sin la castración del texto la designificación del mismo es una empresa de lo imposible y hoy, tras el
acumulado de engaños, nos es viable entender lo habitual de María
como una suerte de lujoso empaque de sus elementos de excepción.
La memoria se pretendió un elemento birlado, pero las trazas se
mezclaron con la invención para pervivir en medio de un proyecto
de nación alimentado de carne cercenada. Los puestos en escena en
condición de cautivos se mueven a placer en los imaginarios de las
generaciones del vínculo. La que porta el recuerdo de África ha muerto,
pero viven los que en América han aprendido a sentirse propios. Los
136
Ethan Frank Tejeda Quintero
hijos de la resistencia que bebieron de nuevos arraigos son los reyes
de su nicho ecológico y reclaman para sí las claves de los principales
que las culturas indígenas les han enseñado, mientras aprovechan los
rostros de la legalidad que les ofrecen quienes aún no han aprendido
a no sentirse dueños pero viraron su discurso hacia la abolición y la
expansión del sentir patriotero.
¿Isaacs intentó lograr que la mirada nacional se volcara sobre el ser
en el Pacífico? La respuesta positiva significa asumir sin temores la
apuesta ideológica en María. ¿Fracasa en su intento? Logra ubicarse
en la bajo sospecha que le ha de cortar las gracias de parte del centro,
desata sobre sí todo tipo de persecuciones, en lo concreto cosecha
los desafectos que se convertirían en la venganza sostenida sobre las
valías de su novela: su voz se confundió con la voz de los empalagos en
un proyecto de nación amarrado de forma casi exclusiva por símbolos
que agotan las angustias por los discursos.
De manera temprana, Isaacs fue advertido por los reguladores en
su dimensión atentatoria, fue visto como un posible peligro para el
miedo al afuera que fundía entre purezas a los provincialismos, mientras
aplazaba la pulsión de aprender de las posibilidades del concepto de
patria aplicado sobre el voluptuoso cuerpo de una madre megadiversa; en torno a su nombre, se estableció un derrotero de silencio
y de ocultamiento que se cerraría sólo cuando los hijos de la rebatiña
se regodearan en la completitud de la de-significación de su obra, se
estableció un dictamen de lo gélido preventivo que tornaría en olvido
rotundo cuando se completara la destilación pútrida y suspirante que les
brinda el triunfo de pregonarlo convertido en un autor-orgullo-región.
Isaacs, ante las miradas que escapan a la sugestión de los rótulos,
dejó en claro la existencia de un universo de sentido previo a la llegada
de las vanidades del progreso; su condición de testigo fue un muro
de contención para aquel ímpetu que pretende fundar las historias de
los territorios, aquel mundo relatado por él ya había sido reclamado
por poblaciones en el desarrollo de una historia del equilibrio: los
indígenas que están incluidos en lo no contado y los negros sobre
quienes actúa la focalización.
Su descripción es reveladora hasta en los fragmentos signados por
la prisa:
María leída a la luz del incendio
137
La navegación iba haciéndose cada vez más penosa. Eran casi las
diez cuando llegamos a Calle-larga. En la ribera izquierda había una
choza, como todas las del río, sobre gruesos estantillos de guayacán,
madera que como es sabido, se petrifica en la humedad; así están
los habitantes libres de las inundaciones, y menos en familia con las
víboras que, por su abundancia y diversidad son el terror y pesadilla
de los viajeros (Isaacs, 1986, p. 301).
La mirada de Isaacs se escapa a las imposiciones de lo que
podemos llamar el enciclopedantismo, pues parece reconocer que
el saber no es cuestión de gestos sino de un esfuerzo que convoca
a la carta total de los compromisos. En su obra, las limitaciones se
suplieron con lo imaginado y la versión de oídas encontró un aliado
en el marco de legitimidad de un referente bibliográfico, pero la
verdadera importancia de la inclusión del fragmento de Nay y Sinar
está en la confianza que se depositó en la voz de la esclava. Así, pues,
Isaacs intentó rescatar la memoria de una mujer que adivinó sería
ninguneada ante la historia. El autor de María reflejó un continente, le
rescató de los relatos de sus viejas ayas; la enciclopedia le dio certezas
sólo en el campo de las utilerías y de las genealogías que se limitaron
a descripciones empobrecidas por la condensación y signadas por
aspectos de exclusivo valor nominal.
Isaacs, en la condición dinámica de la memoria, encontró los
insumos de lo vivo, en la voz de las esclavas halló la respiración que
convirtió en cosa latente a la fosilizada infancia del saber que duerme
en los diccionarios ya envejecidos. Las costumbres enciclopédicas en
María se vencieron y prevalece en ella la versión ampliada de aquellas
huellas de africanía que Isaacs retoma. Bajo esa conciencia, se establece
la medida de excepción de Nay-Feliciana; de frente al desentendimiento
por lo que se consideraba ignoto, periférico, atrasado y vergonzante,
el novelista sentimental caucano escapa a la historia y a la geografía
colectada por el hombre blanco para convertirse en un precursor del
registro del mundo contado desde la perspectiva del negro.
Nay es mucho más que la negra de la casa. En tanto al argumento,
se condensa su perfil —por plumas que se expresan desde adentro de
la historia propia— en el ensayo Las mujeres negras en la historia de
Colombia:
138
Ethan Frank Tejeda Quintero
A diferencia de otras esclavas, no desempeñó trabajos recios y
peligrosos, como era costumbre en la hacienda, pese a que el código
español disponía no imponer tales labores a las mujeres. Tampoco
fue obligada a casarse con un hombre de su “misma raza, casta y
condición”, conforme lo ordenaba la Corona a través de la “Real
Pragmática” expedida en 1776. Con ella se prohibían los matrimonios
desiguales, afianzando el sistema de castas socio-raciales (De
Friedemann y Espinoza, 1995, p. 61).
Hoy es un espacio de acuerdo, donde poco caben las sospechas
de lo ficcional como cuestión no gratuita, el asumir las fuentes
bibliográficas de Isaacs en la empresa narrativa de la historia de
Nay y Sinar, pero hay que cuidarse bien de que aquella certeza no se
convierta en señalamiento o en pretexto para la escritura de nuevos
rótulos violentos. En Isaacs se da la apropiación de una información
que no deviene en el agotamiento de la misma, de una información
que escapa a la voracidad por lo documentado y que en gran medida
permite comprender las limitaciones de su esfuerzo por edificar las
utilerías y los aperos de su versión americana del continente negro,
al tiempo que nos obliga a no detenernos en el desmesurado valor
descriptivo de la piel de pantera, de las caravanas de avestruces, del oro
en polvo —que es cuestión cosmética—, de los torsos semidesnudos
o de los cojines de Bornú.
Isaacs dispone, no especula; documenta, no agota, una tierra
de origen ungida en la distribución social de castas, sometida a la
circunstancia de los cautiverios domésticos dictados por las migraciones
o por la espera de la confrontación. El África de Isaacs es obligada a
soportar el desplazamiento de pueblos enteros, su historia se cuenta
en trashumancias motivadas en las derrotas de los reyes, pues tras los
pasos de las cortes van los prestigios que justifican lo que se asume
como acción-tradición. África en María es vencida de antemano por
las asociaciones en lo militar, por los acuerdos bordados entre las
instituciones de una Europa en expansión, por la legitimidad de la
violencia propia de la desconfianza entre los pueblos, por las ofensivas
que buscaban la aniquilación de las culturas que, aunque compartían
las geografías, no se aprendieron en condición de hermandad.
María leída a la luz del incendio
139
El valor y pericia militar de Magmahú y Sinar fueron por algún
tiempo de gran provecho a los kombu-Manez en la guerra con sus
vecinos, pues libraron contra ellos repetidos combates, en los cuales
obtuvieron un éxito hasta entonces no alcanzado. Precisado Magmahú
a optar entre que se degollara a los prisioneros o que se les vendiera
a los europeos, hubo de consentir en lo último, obteniendo al propio
tiempo la ventaja de que el jefe Kombu-Manez impusiera penas
temidas a aquellos de sus súbditos que enajenasen a sus dependientes
o a sus hijos (Isaacs, 1986, p. 221).
Con la tierra contada por Isaacs compartimos los dramas, la
confusión entre el orgullo y la pena, la imposición de las ponderaciones
obligadas por el mundo europeo que nunca se detiene en eso de
“establecer” sus periferias. Por eso, tras miradas de pies ligeros, llama
la atención cómo aún hoy entre los nacidos en la dominación cuesta
tanto construir metáforas de la hermandad justificadas en lo común
de las carencias provenientes de la espada al cuello, de los perros
entrenados para devorar las pieles del porvenir, de los artefactos que
al balín mordieron las dinámicas de nuestras pugnas internas y de los
desentendimientos confundidos con orgullos.
La oralidad, representada en las ayas y en los esclavos de Isaacs,
parece fundar la posibilidad de leer los dramas de los periféricos no
como a cosas distintas entre sí, pues la remembranza de la negra
Feliciana muestra la genérica letanía de las madres que tienen que ver
crecer a sus hijos en el desarraigo, en la captura y en la ausencia de las
figuras que en medio de la confusión nos arrancaron. Padres cercenados,
madres negociadas ante nuevas identidades. Distintas distancias que
alimentan la resignación de siempre. Sujeción a escalas y a peldaños,
peso aplastante que convierte en polvo las particularidades. Bendición
de los suspiros cargados de contenido que la novela sentimental María
hizo posibles.
Isaacs nos regala con la conciencia de algo que hoy ya se debería
asumir desde la obviedad, pero que aún se cuenta entre lo no asumido:
la orfandad no nace en la caída de las metrópolis y de los centros, se
crea en la evocación de nosotros mismos, en el deseo de entender lo
que debió ser de los procesos que nos interrumpieron.
5. CATARSIS AFRICANA, LA SUGESTIÓN
EN EL CANTO DE LAS AYAS
En la edificación estética del universo africano, es un dato gastado
referir que la labor de Isaacs fue apoyada en las descripciones de la
compilación temática escrita por Cesar Cantú. En un gesto perseguido
por los enfermos de lo constatable, Isaacs cita al enciclopedista en los
paratextos del capítulo XLIV:
si hay quien quiera creer exageradas las desventuras de Nay y de
sus compañeros de esclavitud, la lectura del capítulo VI, época XI,
y del XVII, época XVIII, de La historia universal de Cantú bastará
a convencerle de que al bosquejar algunos cuadros del episodio, se
han desdeñado tintas que podían servir para hacerlo espantosamente
verdadero (Isaacs, 1986).
No obstante, el dato se aplaza entre sus condiciones falaces, pues
el chileno no ofrece descripciones objetivas sobre el universo africano
en los capítulos citados por el escritor caucano.
Jorge Isaacs devela sus fuentes, pero no está desligada su voz de
posibles imprecisiones, no es incólume de caer en los riesgos de relatar
aquella historia en la habitual tonalidad cobriza de las aventuras donde
el relator avanza con la pistola al cinto. El valor de su apuesta como
autor no se encuentra en los misterios de la fidelidad pretendida por
las escuelas europeas; lo constatable de su intención no es motivado
por la pauperización del otro exigida por las huestes conservadoras;
su pluma no es guiada por la infantilización del sentir diseñada por los
apropiadores, sus ponderaciones gravitan en la intención de propender
por la inclusión.
Tras el esfuerzo de nutrirse en fuentes complementarias, Isaacs no
asume a los africanos como utilerías de sus intenciones, no les relata
en un juego de equilibrio entre amores malogrados, pues cuenta al
ser africano para reconocer su enorme valor histórico en el recodo de
Suramérica que le tocó por patria.
En su texto Lo que fue, es y puede llegar a ser la raza africana en
el Cauca, recuperado en la edición 29 de la revista Poligramas (2008),
142
Ethan Frank Tejeda Quintero
Isaacs relata la función de los negros en las expediciones que desde
el Caribe penetraron al territorio que él reconocía como más que una
provincia de un proyecto de nación mayor:
Concretándonos a la colonización de la Nueva granada, sabemos
que el licenciado Juan de Vadillo salió de Cartagena hacia el golfo
de Urabá conduciendo 350 hombres, 512 caballos, muchos negros
e indios con los pertrechos suficientes, etc. Y que habiendo partido
de San Sebastián en 1537, después de más de un año de inauditos
padecimientos, durante el cual perdió 92 soldados y 119 caballos
(nada se dice de indios ni de negros), llegó a Cali, entrando por la
costa de Buenaventura (2008, p. 38).
¿Cuántos de esos negros entraron en las dinámicas de escape
que sirvieron para fundar-fundir al ser afroamericano en las selvas
del Pacífico? Para comprender a aquellos heroísmos africanos era
necesario referir e investigar un origen ajeno a los afanes de quienes
les esclavizaron. La narración de Isaacs se da desde el interior de una
cultura referida, sustentada por lo ya contado de las enciclopedias,
pero vivificado en la deliciosa mutabilidad de los argumentos en la
transmisión oral de contenidos entre las generaciones; es destacable
cómo el caucano no queda preso del anecdotario condensado de las
enciclopedias y logra escapar de aquel acumulado de temas que más
parece la historia del avance del armamentismo o el poema épico que
antecedió a la fábula de la vanidad de los que nos arrebataron la pluma
del registro.
Cantú nos lleva de la lucha por la sujeción, los discursos abolicionistas
y el mal sembrado dictamen axiológico que operó en las mentalidades
que se enseñaron a la resignación de la inferioridad y a “las pretensiones
humanísticas” que disfrazaron al cambio de estrategia de la explotación
del mundo. El enciclopedista chileno nos muestra la piel econométrica
de una historia donde, por intuidos, los sorbos de sangre no cuentan con
relatos determinados por el afán del detalle:
Las leyes dan a algunos remedios a la exuberancia de sus males;
pero los esclavos las ignoran y el amo no se da gran prisa a enseñárselas;
antes por el contrario, la opresión en que están desde su nacimiento los
persuade que son de naturaleza inferior o sólo nacidos para padecer
María leída a la luz del incendio
143
y obedecer, y el terror moral en que crecen no les permite concebir la
idea de los derechos. Sólo el exceso de un continuo tormento les hace
rebeldes, y entonces fugitivos por las selvas, hacen mortal guerra al
blanco, matan, incendian, envenenan y son perseguidos como fieras
por perros adiestrados a su olfato, y que al cogerlos los despedazan.
Bajo tanta opresión difícilmente se desarrollan voluntades robustas
para conocer y allanar la larga carrera que conduce a la libertad, y
sólo saben que un cerdo y una docena de huevos con los años pueden
producir cuanto basta para rescatarse. Si son pequeños ahorros y
trabajos extraordinarios acumulan un tenue peculio, la ley obliga al
propietario a aceptar el rescate; las mujeres lo obtienen a menudo
empleando la corrupción. Entonces reciben una carta de libertad, que
llevan siempre consigo para presentarla en caso necesario; la mayor
parte no usan de ella y continúan sirviendo a su señor, contentos de
poderla dejar a sus hijos al morir (Cantú, 1869, p. 714. CVI. É XIV).
El argumento de Nay y Sinar no pertenece a la referencia de Cantú.
Es posible decir que el baño enciclopédico de Isaacs es un baño de
conciencia de aquello que resulta constatable en su entorno próximo;
no obstante, el enciclopedista pudo influenciar en el desarrollo del
carácter de las generaciones de origen africano en territorio americano:
• Nay está sujeta a la fascinación y al ardid de una conversión total
para disimular sus resistencias.
• El hijo de Sinar es el símbolo del imposible retorno al tiempo que
representa a la resignación por la inferioridad supuesta.
• Los negros del cañón del río Dagua son el carácter de las nuevas
condiciones donde los hijos de África ya han aprendido a burlar la
vanidad de quienes se resisten a desaprender las principalías.
• Los negros de la casa son el desdibujarse de las estirpes bebidas
por la naturaleza de los mulatajes y por la imposición del mestizaje
como proyecto de nación.
Isaacs no es libre de culpa ante las objeciones y los lugares
comunes; sin embargo, lo destacable en su novela es el hecho de
marcar distancias con los desarrollos propios de lo hegemónico,
pues logra romper la administración habitual de los aprecios y de
las ponderaciones que determina a los falseados compromisos de lo
romántico por lo romántico. El alejamiento, quizá por centímetros,
144
Ethan Frank Tejeda Quintero
de la manera dominante de representar a aquellos universos signados
por la rotulación periférica, muestra la belleza kilométrica que vive
en el recorrer con paso afecto a los paisajes evocados por parte de los
desarraigados.
En María, a pesar del tono omnisciente del autor que juega a la
condición de Dios, se esconde una propuesta catártica que se pone al
servicio de los que creen en los riesgos del olvido del origen. El autor
de María se atreve a hacerle justicia al negro a niveles que no eran
fáciles de admitir por los poderes de su época:
Muchos pasajes históricos podríamos citar en comprobación de
que los servicios de los negros durante la conquista de Sur América
decidieron varias veces del buen éxito de las expediciones; pero con
los que anteceden queda demostrado no solamente que sirvieron como
esclavos, sino que también con un heroísmo casi en nada inferior al
de los señores.
En justicia pues, aquellos africanos y sus descendientes tuvieron
casi el mismo derecho que nuestros mayores para creerse dueños de
las tierras que conquistaban (Isaac, 2008, p. 39).
¿La asociación del negro con el derecho a la propiedad? Cuestión
que exige reconocer las condiciones particulares de Isaacs como
sujeto autor. Una de ellas es la claridad conceptual-vivencial que se
requiere para escapar de la vanidad heredada de un mundo construido
sobre los valores de la racialización. Isaacs sabe lo que significa el
dolor generado a pueblos que nunca lograrán restituir su historia, por
eso les provee, a través de una no total ficción, de un antes, para que
ellos partan de los distintos ahoras que les brindará su futura condición
de lectores: “El África pierde cada año con la trata 475.000 personas.
Los esclavos arrebatados a los buques negreros desde 1828 a 1837,
llegaron a 56.000, o sea 5.600 por año. Y si esto sucede en nuestros
días, ¡cuánto más difícil debió ser impedir tal comercio en otros
tiempos!” (Isaacs, 2008, p. 36).
A pesar de conocer en Cantú las controversias por la trata y entrar
en contacto con nombres como Buxton, Clarkson y Wilberforce, el
escritor en su ensayo cita a una gran colección de referencias que niegan
la tendencia a considerar al enciclopedista como su fuente única en lo
María leída a la luz del incendio
145
que respecta a África como tema de estudio. Además, reinterpretando
lo que el chileno presenta en la dimensión de la anécdota atrapada
en el pie de página, muestra la sanción particular al sujeto-autor que
ante la trata no puede operar como cualquier individuo inmerso en la
circulación de bienes; un nombre de prestigios ve sus letras empañarse
por el resoplar de los que ya no están dispuestos a tragar el cuento del
liberar, espiritualizar, civilizar al ser africano:
Voltaire tomó una acción de 5.000 francos sobre un barco negrero
armado en Nantes por Michud, y escribía este: “me congratulo con
vos del feliz éxito de la nave El Congo, que ha llegado oportunamente
a la costa de África para librar de la muerte a tantos infelices negros,
sé que los negros embarcados en vuestros bajeles son tratados con
tanta dulzura como humanidad, y así gozo en haber hecho un buen
negocio, al mismo tiempo que una buena acción” (Isaacs, 2008, p. 36).
Isaacs sabe que a los europeos no sólo se les suspira, desnuda
que la brutalidad no es asociable exclusivamente al origen. Habla
del africano como héroe, mientras muestra la posición distraída en la
conveniencia de uno de los grandes escritores de aquella patria que
muchos han querido vender como su única fuente argumental.
El caucano significa a los tránsitos de su “estirpe”: proviene de la
sangre extranjera que reclamó para sí la administración de las islas del
Caribe, crece en esta especie de isla entre los andes que es el Valle del
Cauca, comprende lo que significa el peso de las generalizaciones que
hizo de distintos orígenes el adjetivo Negro; el caucano sabe lo que
es enfrentarse a ser catalogado tras una palabra que niega los acervos
caribeños en él: inglés; es víctima del epíteto que se usa en Colombia
sobre todos aquellos de piel blanca a quienes no se les quiere preguntar
la procedencia: paisa. Por eso, es innegable ofrecerle la posibilidad de
comprender lo que significa elaborar tramas sobre la memoria, lo que
es romper los relatos marmóreos y atentar al bronce de las plazas con
palabras; en sus elaboraciones del ser africano, parece reconocer lo
que es el deleite en medio de los tesoros y de los conocimientos que se
protegen tras la sanción de lo rústico. Sin temores, me atrevo a decir
que es muy difícil creer que la emoción que se esconde tras el relato
que hace Isaacs del África sea gratuita, que la idea de la inclusión
146
Ethan Frank Tejeda Quintero
o la exclusión de los capítulos en las distintas ediciones responde a
decisiones políticas por parte de aquellos a quienes la mirada de Isaacs
atentaba, molestaba o asustaba, que tras el silenciamiento de esas
páginas se escondía la intención de evitar que el negro se reconociera
en tanto a origen-captura-adaptación. Isaacs significa una derrota
posfechada del melodrama de los amos, pues la historia de Efraín y
María sería bebida por el canon, mientras Nay y Sinar y los negros
del cañón del río Dagua mantendrían viva las lecturas diversas de la
novela.
Un párrafo de su texto Lo que fue, es y puede llegar a ser la raza
africana en el Cauca establece la esperanza por la futura mirada de
los hijos de los esclavos, la misma que será libre-total cuando se
completen alrededor de los hijos de la negredumbre los proyectos de
inclusión, que será detonante de la urgencia del derrotero propio en
la enseñanza de una historia en común, continuidad que se aprenderá
orgullo, más allá de los simbolismos en la derrota del gesto que
pondera las ignorancias mutuas:
Necesitamos llamar en nuestro auxilio todas las fuerzas y
esperanzas que la fe en sus designios providenciales da, para seguir
trazando estas líneas que leerán solamente, si mucho merecen, algunas
personas letradas. El temor que estas páginas puedan quedar para
siempre o por muchos años ignoradas de la raza para mejoramiento
de la cual se escriben aduado el convencimiento de que el porvenir
de la más importante sección de la república depende absolutamente
de la educación que a esa raza se procure, no basta sin embargo a
desanimarnos; porque si tantos podrían desempeñar ese trabajo
con mejor éxito, y lucimiento que nosotros, si es posible que no
veamos fructificar la semilla que regamos, en cambio nos quedará la
satisfacción de haber sido en nuestro país los primeros en acometer
esa tarea y de haber hecho en bien de la tierra nativa todo lo que estuvo
a nuestro alcance (Isaacs, 2008, p. 45).
Posición muy disímil a la expresada por Cantú en la Época XVIII
capítulo XVII de su enciclopedia, donde, tras una mirada panorámica
sobre los aconteceres de la trata, exhibe su particular administración
adjetiva del mundo:
María leída a la luz del incendio
147
Por más que los filántropos y los misioneros los elogien, los negros
son malos, holgazanes y rapaces; donde fueron emancipados se
aumentó en doble cantidad el valor de los objetos de consumo y creció
el número de los delitos y de los desórdenes; por lo cual muchos de
buena fe y sin idea de interés particular se han opuesto a la abolición
de la esclavitud (Cantú, 1869, p. 576).
Tras aquellas ideas contrastadas, tras aquel alejamiento conceptual
de Isaacs de la que se ha considerado casi como su fuente única,
sospecho de la obligada lectura temprana de María, sospecho del
consumo del libro en resúmenes, sospecho de la leyenda que sirve de
parapeto a la lectura que nos enseñaron, pues se busca cosechar a través
del libro de-significado un batallón de corazones aún susceptibles a la
sugestión.
Isaacs es un romántico incendiario que actúa de frente a la futura
mirada, a la masa crítica mejor dispuesta para la derrota de los
enciclopedismos y de las vanidades racistas; sustentaré mi tesis, si
se puede catalogar de dicha forma, en distintos aspectos: las maneras
exhibidas por el autor en el aproximarse a la triste poética de la
deculturación; las ventajas que le ofrece dramáticamente el conocer
por dentro la historia del sistema de producción agrícola, sustentado
en mano esclava, que se replica del Caribe en el Valle del Cauca; la
profética condición que le brinda comprender la pronta caducidad
de un mundo que, como la hacienda vallecaucana, se ha quedado
aislado de su génesis; el estudio que le ha llevado a saber de la subponderación a la que somete a los descendientes de africanos nuestro
proyecto de nación; su relación con el diseño de la administración
de nuestros territorios que le permite ver, con el cariz del partícipe,
al relato hegemónico plagado de engaños. Su voluntad de autor se
ubica de forma valiente en detrimento de una fábula de nación donde
al negro se le utiliza, se le sacrifica, se le desprecia y se le teme. Cita
Isaacs un texto escrito en 1819 por José M. Restrepo:
Una de las grandes medidas que Bolívar había dictado poco antes,
fue que se tomaran tres mil esclavos jóvenes y robustos de las provincias
de Antioquia y del Chocó, así como dos mil de Popayán para aumentar
el ejército. El vicepresidente Santander hizo observaciones sobre esta
148
Ethan Frank Tejeda Quintero
providencia por la multitud de brazos útiles que se arrancaban de la
agricultura y de las minas. Sin embargo, el Libertador presidente la
mandó a cumplir, manifestando ser altamente justa para restablecer
la igualdad civil y política, porque mantendría el equilibrio, entre las
diferentes razas de la población. La blanca era la que había soportado
el peso de la guerra en Cundinamarca; si continuaba el mismo sistema,
la africana sería pronto más numerosa. Por otra parte, cuatro o cinco
mil esclavos jóvenes y robustos agregados al ejército prestarían
auxilio poderoso y oportuno para continuar con ventajas la guerra
de la independencia. Por iguales motivos se previno después que
en Popayán, sobre todo, se admitieran al servicio de las armas y se
concediera la libertad a cuantos esclavos se alistaran voluntariamente:
disposición que en breve se generalizó (Isaacs, 2008, p. 41).
Isaacs esconde, tras el melodrama, la sanción ideológica que gradúa
de simulacro al contexto que le habita; sabe que su universo se sustenta
en mentiras que pronto dejarán de ser sostenibles, se sorprende ante las
mentiras que han burlado la figura del esclavo, es testigo del cómo la
inmersión del negro en los contextos que le conectan con la conciencia
de su ser americano devela la condición falaz de las conversiones de
los desarraigados. El negro sumergido en la selva se da la licencia de
volver a ver distintos dioses entre los fenómenos, se reconecta con la
posibilidad de escapar de las interpretaciones que todo lo resumen en
el Dios único.
En su novela, proyecto para la futura mirada del negro, construye la
partida de un alma y el regreso de otra a un espacio que encarceló sus
ánimos; en un juego de contrastes, que tiene tanto de giro argumental
como de intención estética, mira cómo se mueven las ponderaciones
del sujeto en un mundo que pretende fosilizar las claves específicas
que le permiten prevalecer.
Se mueve Isaacs a placer en un modelo narrativo-incluyente que
no acepta su condición de pieza de museo, se distancia a conciencia
de los modelos de la resignación propios de la sujeción. En María
las correlaciones no se pueden clasificar como claras, existe una gran
distancia en vida y entendimiento de la brutalidad entre el Sinar que
se bebe en su totalidad la lección de parte del misionero francés y la
figura del anciano que se da la opción de hablar de igual a igual con un
hijo de hacendado a sabiendas que de la ley de manumisión no lo cobija
María leída a la luz del incendio
149
más que un artículo,73 pues casi la totalidad del texto está dedicado
a explicar los cómos legalistas que aseguren las indemnizaciones a
los dueños de las haciendas y a los administradores de los cantones
que siguen explotando los antiguos reales de minas. Bibiano ya ha
comprado su libertad, han sido pagados por él los vales, puede elevar
la voz en la obtención de sus derechos, puede hablar para contar
su historia pues conoce que sus obligaciones son exclusivamente
constitucionales y se mueve en un universo donde los contrabandos
benefician tanto a los seres que habitan el términus como a los grandes
señores del Valle del Cauca.
Contrasta entre Sinar y Bibiano la ilusión de inicio del engaño y
la conciencia de quién ya aprendió que su condición de humano en el
modelo económico propuesto tras el cristianismo es cosa prestacional.
Juega a la antonimia, con la entrada a un universo de sentido que se
presenta en los brazos abiertos y en la salida del mismo universo visto
tras el cansancio de la condena que se resuelve en el puño estorbado
por la piel reventada de ampollas.
Tras un ardid suspirante, el novelista nos cuenta el instante donde
la sugestión del amor se usa como lanza, se aplica cual máquina que
sirve para hacer jirones la historia de la interpretación particular de
un pueblo y se convierte en la mordaza que al reclamo lo traduce en
suspiro:
Nay calló por largo rato y Sinar se mostraba dominado otra vez
por tristes pensamientos. Despertando de súbito de una especie de
embebecimiento, toma de la mano a su amada, sube con ella a la cima
del peñasco, desde el cual se divisaba el desierto sin límites y rielando
de trecho en trecho el caudaloso río, y le dice:
—El Gambia, como el Tando, nacen del seno de las montañas. La
madre no es nunca hechura de su hijo. ¿Sabes quién hizo las montañas?
—No.
—Un Dios las hizo. ¿Has visto al Tando retroceder en su carrera?
73
Ley del 21 de mayo de 1851. Sobre la libertad de los esclavos. El Senado y la Cámara
de Representantes de la Nueva Granada, reunidos en el congreso: Decretan: Art.1º. Desde el
día primero de enero de 1852 serán libres todos los esclavos que existan en el territorio de la
República. En consecuencia, desde aquella fecha gozarán de los mismos derechos y tendrán
las mismas obligaciones que la Constitución y las leyes garantizan e imponen a los demás
granadinos.
150
Ethan Frank Tejeda Quintero
—No.
—El Tando va como una lágrima a perderse en un inmerso mar,
ante el bramido del cual, el rumor del río es como tu voz comparada
con la del huracán que durante las tempestades sacude estos bosques
gigantescos cual si fuesen débiles juncos. ¿Sabes tú quién hizo el mar?
—No (Isaacs, 1986, p. 225).
La metáfora de la voz mayor venció a los relatos etiológicos de los
pueblos de Nay y de Sinar. La promesa de conocer la fuente generativa
empieza a bordar las futuras resignaciones; la catarsis occidental no
permite ver con tristeza cómo el aleccionamiento cristiano convierte
a un príncipe africano en un sujeto dispuesto a replicar de memoria la
memoria ajena. Se reproduce, ante los imaginarios de los sugestionados,
la idea de la condición menor del mundo que les contiene; mientras
las preguntas sobre el origen de las cosas, realizadas con el vestido
enciclopédico, empiezan a hacer posible la interiorización de la autosanción de ignorante. En ese aspecto, triunfa sobre el negro el concepto
de endoculturación, concepto que Pura Emeterio Rendón le reconoce
al historiador dominicano Carlos Esteven Deive:
La endoculturación es un mecanismo gracias al cual un individuo
es llevado a adoptar la cultura que se le desea imponer. Aplicada al
esclavo, la endoculturación perseguía que este considerase a la cultura
de su amo como superior a la suya y, lo que es peor, que su conducta
—la del ilota— discurriese por causes inferiores a los del nivel del
pensamiento consciente (Rendón, 1999, p. 115).
No tiene nada de gratuidad que Isaacs se dé a la tarea de contar
a Sinar aletargado, en una actitud que no se puede catalogar
como ensimismamiento. Muestra, sin dejar de ser vital desde la
deconstrucción Cantú como fuente, al futuro lector afroamericano,
la semilla del ardid que les interrumpió como tradición; muestra el
engaño de sus resignaciones a aquel a quien la educación le debe
haber prendado con la inquietud de recordar, de aprender los cómos
del camino donde la sangre de sus estirpes se convirtió en el remedo
de Adán y Eva pretendiendo alcanzar un paraíso por otros perdido.
Isaacs enseña, velando por maneras dulces, la aplicación del primer
paso de un protocolo que hoy se ha dado a llamar la deculturación
María leída a la luz del incendio
151
en el afecto; ardid que se edifica en claves económicas que exigen
el desarraigo para la obtención de fuerza de trabajo sumisa, mientras
los territorios de origen de los cautivos son explotados hasta dejarlos
estériles, convertidos en teatros de las diversas miserias,74 desprovistos
de las huellas que permiten leer una historia productiva.
No muestra el caucano cómo Dios “cobijó con su afecto” a Sinar;
se resume la fascinación-sujeción en paseos ligados al mutismo de
los que se convertirán en las utilerías de las condenas, recorridos de
una pareja donde el extranjero se ha de convertir en mensajero de lo
divino mientras el propio se negociará en una triste silueta, caminatas
sobre los terrenos donde el universo pierde sus contornos y el testigonarrador(a) no posee las claves para entender las conversaciones en
la lengua de los achimis; la exactitud de los protocolos de sujeción
se nota en el discurso envolvente de los sembradores de resignación,
el misionero no hace la crónica de la tierra perdida por el príncipeesclavo, cuenta la promesa de una tierra ideal que se alcanza tras el
cumplimiento de un decálogo de comportamiento.
Isaacs nos muestra cómo el aprender las lenguas de los pueblos
de África por parte de los misioneros no significaba la ponderación
del vínculo, sino la versatilidad de una institución que ha sabido
disfrazar en el sacrificio de los capturados (en tierra propia) a la
máquina uniformadora; Isaacs sabe las maneras cómo los territorios
y los pueblos se convirtieron en propiedad compartida entre la Iglesia
y los aparatos políticos; marca, como autor, distancia con el políptico
europeo nacido de la principal aliada e interesada del triunfo de la
versión única del mundo.
Isaacs no es inocente ante la piedad instrumental, en sus letras se
desnudan las verdaderas maneras de la institución de la fe que sabe
que la expresión, la libertad de relato, es tan cuestión de conquista
como las geografías.
En una escena capital para la conversión de Sinar se condensan
la figura de los sacerdocios en relación con la existencia de un amo
por encima de todos los amos; Isaacs nos cuenta cómo se impone
ante la desnudez el rostro velado por barbas, nos relata el triunfo del
74
Concepto retomado por Rondón de Moreno Fraginals.
152
Ethan Frank Tejeda Quintero
rostro del patricio que es principal característica de la imposición de
un cuerpo suspendido; el escritor caucano se esmera en representar
las primeras rodillas africanas vencidas, derrota de sumisión que se
da ante el ritual funerario que canta la vida después de la vida; aquel
segmento representa la muerte y el sacrificio simbólico de aquellos
que se matriculan desde el afecto en un creer especifico ajeno:
Aquella noche, Sinar y dos esclavos suyos ayudaron a sepultar el
cadáver. Arrodillado el anciano al borde de la huesa que los esclavos
iban colmando, entonó un canto profundamente triste, y la luna
hacía brillar en la blanca barba del ministro lágrimas que rodaban a
humedecer a la tierra extranjera que le ocultaba al denodado amigo
(Isaacs, 1986, p. 223).
Ese amor único sería la base argumental de los señoríos, de esas
miradas que hicieron del señor de la hacienda una representación
de Dios sobre la tierra, que vistieron de la idea del sacrificio a sus
procederes de la explotación, que confundieron el reclamo por la
condición de humano con el pecado que atentaba al linaje de la figura
crística.
Sólo en el olvido de sí mismos, sería considerado un honor besar la
punta de la bota que te han puesto al cuello.
En su ensayo De qué color es la cultura dominicana, Pura Emeterio
Rondón (1999) nos cuenta cómo ese sentir del aletargamiento fue el
garante de las siguientes fases de aplicación de los protocolos de la
dominación:
En el sistema esclavista, tanto el régimen de la encomienda
como el de la plantación en el ingenio, las relaciones entre amo y
esclavo tendían a ser altamente personalizadas. La clase dominante
justificaba su poder y explotación mediante un despotismo benigno
que veía al grupo subordinado como inferior e incivilizado. La
distancia que separaba al dueño del ingenio de su peonada implicaba
toda una serie de minuciosas normas suntuarias y protocolares, aun
cuando la benevolencia implícita en dicho despotismo permitía cierta
“intimidad” entre el uno y la otra (p. 115).
Bajo el pretexto de la salvación del alma a Sinar le arrancaron
María leída a la luz del incendio
153
la misma. Bibiano ha rencontrado la suya en medio de la selva, la
comunicación entre aquel negro libre y Efraín no se da tras la lógica
de la bondad del amo, se lleva a cabo tras la conciencia del valor de la
historia que habita al ser afroamericano. Conciencia del valor de una
historia que el príncipe achimi parece haber perdido tras la sugestión
de la versión judeocristiana del amor.
Tras el abordaje inicial de los imaginarios y de las dimensiones
sentimentales, lo minado no tiene reversa, como lo expresa Rondón
citando a Deive:
Es de hacer notar deculturación y endoculturación no son totales,
lo cual tampoco atenúa sus efectos devastadores. Por otra parte los
esclavos de la española, como los de Venezuela, México, Colombia y
Jamaica, no fueron de aquellos que en la resistencia crearon espacio
para reconstruir su cultura solariega. En ellos el ensayo se concretó a
un estilo de vida en el que el sincretismo y la transculturación operados
durante el tiempo en que los esclavos permanecieron encadenados al
duro trabajo de los ingenios y haciendas, evidenciaron su impronta ya
indeleble (1999, p. 116).
Sin embargo, Isaacs permite reelaborar la distribución de las
angustias que circundan la idea de Deive: En María se ve un elemento
adicional en la resistencia del negro que se expresa en el caso concreto
de Colombia, pues si bien los negros no buscaron un espacio para
re-edificar sus contenidos ancestrales, sí encontraron espacios para
redefinirse: la profundidad de las selvas, las riberas de los ríos, los
cabildos afroamericanos.
Negar la cicatriz del grillete sería igual de inútil que intentar no ver
el aprendizaje de ciertas claves de adaptación en los que supervivieron.
Lo que Isaacs cuenta del ancestro africano no busca testimoniar un
estado de atraso primigenio del ser africano en relación con el ser
afroamericano, pues permite ver cómo se les arrancó a los negros la
pomposidad de sus cortes, original o impuesta tras las cadenas de lo
aspirado, y cómo se las arreglaron para construir una distribución
propia de prestigios en medio de condiciones muy dispares a las de su
continente origen.
154
Ethan Frank Tejeda Quintero
Isaacs se atreve a imaginar a Laureán ceñido por una guirnalda de
pámpanos en condición de dios del río,75 a Cortico como una versión
reducida de la majestad del silente, en un juego de antónimos que
permite trazar las fuerzas en disputa que han sido relatadas en la
cosmovisión compartida por las comunidades en el Pacífico. Relatos
contrastados, escapes del resumen de todo que se agota en un solo
Dios, espejos para la propagación de la luz que recorta las figuras
del re-emprender la costumbre de poder encontrar dioses en cada
milímetro, búsqueda sobre pieles diversas donde lo humano edificó
los pretextos múltiples para la narración.
Isaacs nos muestra la distancia que existe entre el negro que se
recuerda o se reedifica y la versión del negro al que el catolicismo le
exige que sea, en palabras de Mireya Fernández Merino (1999), un
blanco de color. La investigadora venezolana asume el blanqueamiento
como una factoría de sujetos convertidos en caricaturas de sí mismos:
Recordemos el planteamiento de Frantz Fanon: la identidad del
negro es una máscara, el negro lleva una máscara blanca. Esta posición
lleva al autor a desenmascarar el hacer del negro que se enmascara
con los valores del blanco, al interiorizar los valores socialmente
dominantes: el deseo de blanquear la raza, la “lactificación”; la
apropiación del idioma del blanco, del éxito social en el mundo del
blanco. Nos encontramos, así, con discursos del negro en los que se
evidencia la posesión por la máscara, el negro no es entonces negro,
sino un “blanco de color” (p. 22).
Nay no es poseída por la máscara, la usa como pretexto de
la memoria por Sinar; en su blanqueamiento se da una suerte de
camuflaje de las resistencias africanas que se expresan en su momento
ulterior, libertad en el juego de la conversión que no se encuentra en
el perfil masculino del melodrama africano en María; Isaacs introduce
un elemento que es plataforma para la conversión de Sinar, que la
convierte en cuestión efectiva, pieza fundamental para entender que la
sugestión colonizadora no era cosa automática, pues desde la semilla
se devela cual protocolo de intervención: reconocer el símbolo para
mutarlo en la re-significación propia del temor, propagar la idea de
75
María, (p.308)
María leída a la luz del incendio
155
la alianza como un círculo cerrado que garantiza la unicidad de los
compromisos.
Isaacs anticipa el triunfo de la versión totalizante del mundo en
el concepto de familia asociado a la monogamia, que se expresa en
la novela cuando el esclavo que devela sus armas le propone a Nay
convertirla en su única esposa. El caucano habla de aquel amanecer de
la dominación que se sustenta en trazas simbólicas identificadas por
el misionero sobre el cuerpo de Sinar, mientras nos informa cómo el
pueblo de Nay ha supervivido al primer embate de conversión tras el
sacrificio de la esposa de Magmahú.
—¿Qué te ha dicho ese extranjero? —preguntóle Nay, enjugadas
ya sus lágrimas, y jugando con los corales y dientes de los collares
del guerrero—. ¿Por qué buscas con él la soledad que tantas veces
me dijiste que te era odiosa en mí? ¿Te ha contado que las mujeres
de su país son blancas como el marfil y que sus ojos tienen el azul
profundo de las olas del Tando? Mi madre me lo decía a mí, y había
olvidado contártelo… A ella le habló mucho del país de los blancos
un extranjero parecido al que amas, según ella lo amó; pero desde que
partió de Cumasia ese hombre, mi madre se hizo odiosa a Magmahú:
ella adoraba a otro Dios, y mi padre… mi padre le dio muerte (Isaacs,
1986, p. 225).
Nay toca el pecho de Sinar como queriéndole, en los dientes de su
collar, recordar una promesa de antiguas furias.76 Cuenta a su madre
como a una semilla de la evangelización que fue cegada al interior de
la historia de su pueblo, muestra el camino que la sugestión occidental
había seguido en ella: el de lo lustroso, lo prístino y lo suntuoso, donde
el distintivo principal era el color de la piel y de los ojos. El príncipe
achimi se ha dejado llevar por la capacidad del misionero de convertir
la mítica africana en parte de las utilerías del discurso cristiano; ante la
mirada de los enamorados, el África que escucharon en la voz de sus
mayores ha dejado de ser:
76
Fragmento tomado de María, página 218, en la edición de Cátedra: “Mas declarada la
guerra por los ingleses a Say Tuto Kuamina, Sinar se presentó Magmahú para decirle: —Llévame
contigo a las batallas: yo combatiré a tu lado contra los blancos; te prometo que mereceré comer
corazones suyos asados por los sacerdotes, y que traeré en el cuello collares de dientes de los
hombres rubios”.
156
Ethan Frank Tejeda Quintero
El rayo que rasga las nubes y cayendo sobre la copa del moabab lo
despedaza, como tu planta deshace una de sus flores secas; las estrellas
que como el oro y perlas que bordan tus mantos de calín, tachonan
el cielo; la luna, que te place contemplar en la soledad dejándote
aprisionar entre mis brazos: el sol que bruñó tu tez de azabache y
da luz a tus ojos, sol ante el cual el fuego de nuestros sacrificios es
menos que el brillo de una luciérnaga: todos son obras de un solo Dios
(Isaacs, 1986, p. 225).
El héroe astral se ha escondido tras los elementos que Nay puede
identificar como propios, ha recontado la historia de los pueblos
africanos tras el concepto del pecado, de ahora en más ellos habrán de
pedir perdón por ser ellos, por haber vivido en las claves del seno de
sus culturas.
La creación que parte de una sola mano hace más fácil el ardid de
la legación de la administración del mundo; el designio divino será el
pretexto del que empuñará el látigo sobre las cabezas vencidas, sobre
la resignación y el aletargamiento de los que ya aprendieron el cuento
de la otra mejilla. Sin embargo, hay que recordar que en aquella
novela intercalada hemos visto la conciencia de Nay imperando
sobre las inocencias de los sentires de Sinar, regulando la pulsión de
captura y escape que violenta al amor del padre, usando bebedizos
que adormecen la sed de confrontación del príncipe achimi; elementos
que visten de prevenciones lógicas el asumir en dudas a la Nay que
bebe de un trago el discurso de la evangelización, pues si bien se da
primacía al concepto del Dios cristiano, la negra vindica su amor por
Sinar como un amor único sustentado en una lógica que escapa a la
fascinación-sujeción, como un amor contado desde un constructo
asociable a la fascinación-reconciliación.
Nay, entrambas manos cruzadas sobre el hombro de Sinar, lo
contemplaba enamorada y absorta, porque nunca lo había visto tan
hermoso. Estrechándola él contra su corazón, besóle con ardor los
labios y continuó:
—Eso me ha dicho el extranjero para que yo te lo enseñe: su Dios
debe ser nuestro Dios.
—Sí, sí —replicó Nay, circundándolo con los brazos—, y después
de él, yo tu único amor (Isaacs, 1986, p. 226).
María leída a la luz del incendio
157
En Sinar la sugestión por la figura de Dios y el amor por Nay
que es susceptible a aprender de imposibilidades. En la figura de la
futura Feliciana, aceptar que África también sabe de cuestiones que se
pretenden únicas. La esperanza de Nay tal vez no se da en el rescate
total de Sinar, ella acepta de la mano del amado el discurso católico,
pues en apariencia no ofrece riesgos en tanto a una pérdida total de
sus atenciones; para ella la conversión posee, en primera instancia,
una dimensión asociable al juego, al camuflaje de la conversión por
interpuesta persona, a la resignación temporal que le dará opción
futura de expresión a sus majestades. A través de Nay, África se
expresa en el contacto, en la piel contra piel, en la consumación que
aún no entiende de pecados, en la consecuencia del actuar calmo de
los pueblos cansados de la confrontación. Feliciana ha de entender a
un Sinar que nunca despertaría de su aletargamiento, Isaacs le hará un
homenaje a aquel cercenado proyecto de reconciliación, lo bordará
en la indignación por la trata que se lucra de aquella sangre de reyes.
En América, para los negros la posibilidad de reaprender la sonrisa
ante la debilidad del hombre blanco que ha interrumpido su contacto
directo con lo natural, por pretender que basta con la interpretación
del mundo por espíritu interpuesto, por pretender que la adaptación
al entorno que nace en la escucha a los fenómenos es cosa de fetiche
o de magias que se vencen ante la cruz que es el mango de la espada.
La catarsis africana en María se presenta en el reclamo, no dado en
el vacío, por las posibilidades de la completitud del proyecto africano
en el ser afroamericano; avanza en su relato Isaacs rescatando las
voces que pueden reencaminar la africanía como proceso dentro de la
historia que no les fue del todo aniquilada.77
5.1. Escucha infante, lectura infantilizada, réplica adulta, defensa
política
Isaacs regala el esfuerzo de la memoria, entre el recuerdo, la pena y
la culpa, para no dejar perder el himno de los corazones esclavos que
oraron ante el féretro de Nay:
77
El matrimonio entre Nay y Sinar se da entre la cabeza de una familia orlada de prestigios
y una figura militar asociable a las emergencias. La asociación cortada es la que maridaba a lo
acumulado y a las pugnas transformadoras. Se interrumpe el avance de la figura femenina sobre
los escenarios del poder y la unión que significaba la reconciliación entre los pueblos africanos.
158
Ethan Frank Tejeda Quintero
En oscuro calabozo
Cuya reja al sol ocultan
Negros y altos murallones
Que las prisiones circundan;
En que sólo las cadenas
Que arrastro, el silencio turban
De esta soledad eterna
Donde ni el viento se escucha…
Muero sin ver tus montañas
¡Oh, patria!, donde mi cuna
Se meció bajo los bosques
Que no cubrirán mi tumba (Isaacs, 1986, p. 237).
No sólo se limita Efraín a relatar aquel canto, se detiene en el
detalle de las maneras; en aquellas formas, registra un ritual que no
es total presa de las imposiciones hispánicas; donde en la lectura de
lo no expreso, la lectura entrelíneas, permite se vean reflejadas las
claves mimetizadas que conectan las majestades del africano con las
particularidades del ser afroamericano. La confusión entre tristeza,
esperanza y alegría por la liberación habrá de acompañar la totalidad de
la existencia del hijo de la hacienda en su condición de testigo. Efraín
es el hombre joven al que no le enseñaron a discernir entre afecto y
abuso; sin embargo, su versión objetiva nos brinda la posibilidad de
encontrar huellas de africanía tras el polvo de hostias, las virutas de los
rosarios y el humo de los sahumerios. África resiste ante su mirada,
pero él devora los camuflajes.
En su ensayo Religiosidad, cuerpo y resistencia: aproximación
a algunos mecanismos de resistencia negros para sobrevivir en el
mundo colonial, Andrea Nensthiel Orjuela (1999), citando a Martín
Lienhard y a Juana Elbein Dos Santos y Deoscordenes Dos Santos,
hace alusión al ejercicio mimético que permitió la supervivencia de las
maneras africanas en medio de los teatros de dominación:
La supervivencia de la religión negroafricana también fue posible
puesto que la cultura blanca hegemónica no logró comprender que
“toda la religión, su morfología, su práctica, todos sus contenidos, se
expresan por símbolos o por estructuras simbólicas complejas”. Y fue
precisamente desde estas formas, que se originaron los mecanismos
María leída a la luz del incendio
159
esclavos y negros de resistencia. Los negros supieron aprovechar su
concepción de que “el ser humano es un verdadero altar vivo en el que
pueden ser invocadas la presencia de las entidades sobrenaturales”.
Era posible experimentar la religión de modo activo, ya que mediante
la posesión reavivaban la teogonía; creyendo en la fuerza de acción
de la palabra, mantenían por medio de la oralidad una integración
entre lo social y lo individual, entre los conocimientos del pasado y la
asimilación que de estos se hace en el presente, además de una unión
entre las anteriores generaciones y las actuales, lo cual era radical en
la medida en que “los antepasados son modelo de identificación y
guardianes de la disciplina moral y ética de la comunidad” (p. 3).
A pesar de las limitaciones de Efraín como relator,78 Isaacs
le entrega la capacidad para expresar que no son los hombres y
las mujeres esclavizados presas de cuestiones simples, pues son
cautivos sus corazones, sus almas y sus memorias. Las dinámicas
responsoriales y la participación de las distintas generaciones en los
cortejos nos muestran el vínculo que se expresa en la llamada familia
extensa, al tiempo que nos permiten ver la supervivencia de la figura
femenina como sujeto astral en las dinámicas de esa otra hacienda que
significaban los africanos.
Feliciana es un sujeto de la veneración, el respeto y la majestad que
forma parte de los secretos de las resistencias. Manuel Mejía Vallejo
(1984), en el ensayo María, novia de América,79 asegura que Isaacs
se anticipó al regionalismo en toda América, lo hace al afirmar que
“en María palpita, tiembla todo aquello que permite la identidad de
un sitio”. De tal manera, María es la novia de América, figura que es
disputada por una educación sentimental impuesta por España y una
sembrada por África, lucha que se da entre la sugestión de la culpa o la
obligación y la sugestión del relato múltiple donde la figura femenina
se mueve entre el sacrificio y la veneración.
África se esconde en Feliciana, en ella se reconoce en condición de
78
Que atañen a la formación y a la poca acumulación de experiencias, pero que son superadas
por cuestiones asociadas a la sensibilidad. Efraín llora ante la partida el cuerpo de Feliciana, lo
filial se expresa en el homenaje a su memoria, el hábito de los estereotipos del señoreo se cuenta
en el descuido de su enfermedad, en el olvido al que se somete a una madre sustituta por la
distancia que existe en la hacienda entre el mundo de arriba y el mundo de abajo.
79
Incluido en el libro María, más allá del paraíso, Alonso Quijada editores. 1984.
160
Ethan Frank Tejeda Quintero
madre, pervive latente en nuestras maneras, asegura la derrota de los
orgullos de los blanqueamientos.
¿Cómo se expresa la majestad africana de Feliciana en la figura
de María? Las inocencias de los coqueteos80 son el pretexto para la
adoración de una judía conversa, niña africana y frustrada madre de
una tierra donde la versión frugal no puede negar las convulsiones de
un panorama en transformación. Las flores son para María lo que el
tambor significó para los africanos: la esperanza que no se aprende
cual prisión, los mensajes condensados que vencen a las sorderas y
miopías de los señores.
Mejía Vallejo (1984) resalta un valor fundamental de aquella que
reconoce cual novela intercalada, condición que supervive sin importar
la imposición de una fabulación de región:
¿Recuerdan aquella hermosa historia incorporada por Isaacs
sobre el origen de los negros Nay y Sinar, hasta situarlos allí en El
Paraíso? ¡Linda historia! De este modo el autor pinta la presencia de
las negritudes en el Valle del Cauca y la importancia de los elementos
culturales africanos en nuestra cultura popular (p.14).
Iniciar su mención a Nay y Sinar en forma de pregunta no es un
gesto gratuito, pues muchos han intentado olvidarse de su función
primordial en el desarrollo estructural y argumental de la novela (es un
dato ya consumido la no inclusión de esos capítulos en un sinnúmero
de sus ediciones). La voz de Mejía Vallejo nos recuerda la traición
a lo popular que ha significado aquella fabulación de los orgullos
de región. Al respecto, a manera de ejemplo, es necesario denunciar
cómo se pretende confundir las maneras del ser afroamericano en el
Pacífico con la imitación de los cuadros sevillanos, cuestión que resulta
falaz por el significado diferencial que tiene lo participativo en este
segmento de América: la relación entre voz cantante y cantadoras, la
distancia entre la principalía y el coro, el uso de voces que representan
80
Inocencias que no pudieron ser ni entendidas ni disfrutadas por los reguladores, Manuel
Mejía Vallejo cita un comentario publicado por un cura en el diario La Nación, en Buenos Aires:
“Yo no entiendo cómo se pueda recomendar tanto una novela tan peligrosa como María…
Cuando María se está bañando y le llueven pétalos al agua, estando desnuda y como Dios la trajo
al mundo, ¿dónde está Efraín? Es-con-di-do, mi-rán-do-la”.
María leída a la luz del incendio
161
trazas de africanía, la extensión de las líricas y el sentir condensado en
juegos onomatopéyicos.
Fácil resulta adivinar entremezclados con los versos del canto a
Nay las voces que se elevaron desde las suertes de caña, las frases que
lucían como una “simple” combinación de letras mientras cantaban la
ubicación del mayoral, los lamentos por el África perdida, voces que
los colonos europeos confundieron con la imitación de los cantos de
las aves de América.
En oscuro calabozo
Cuya reja al sol ocultan
Negros y altos murallones
Que las prisiones circundan;
Oe, aioi, uuuuuuuu…
En que sólo las cadenas
Que arrastro, el silencio turban
De esta soledad eterna
Donde ni el viento se escucha…
Aioi, ae, uuuuuuuu…
Muero sin ver tus montañas
¡Oh, patria!, donde mi cuna
Se meció bajo los bosques
Que no cubrirán mi tumba (Isaacs, 1986, p. 237).
El ser afroamericano en sus cantos le responde a la memoria, no
obedece a los dispositivos reguladores que hacen uso del ardid de la
culpa, se identifica en medio de un referente exigido que sacraliza lo
que para el testigo externo es una mera experiencia estética. Isaacs
cuenta de una manera que va más allá del registro de un cuadro de
costumbres:
Terminado el rosario, una esclava entonó la primera estrofa de
una de sus salves llenas de dolorosa melancolía y los lamentos de
un corazón esclavo que oró. La cuadrilla repetía en coro cada estrofa
cantada, armonizándose las graves voces de los varones con las puras
y dulces de las mujeres y de los niños (Isaacs, 1986, p. 237).
162
Ethan Frank Tejeda Quintero
Después de escenificado el juego de la conversión los africanos se
dan la licencia de recordarse, de entonar en las maneras que reconocen
como propias; la participación de los niños muestra la efectividad de
los esclavos en el legarse como tradición. Efraín ve salves en medio
de cantos africanos e intenta adivinar devociones cristianas en ese
momento donde la libertad ha llegado tras una jornada que sólo él
entiende como final.
Aquel viaje hacia la tumba, vestido de cantos rituales, está lejos
de ser un cortejo cristiano, en él se escenifica el paseo Ashanti o Akán
del cadáver, rasgo que distintos etnólogos han identificado como una
huella de aquel pueblo africano entre grupos afroamericanos como los
saramaca ubicados en Suriname (Guerra, 1998, p. 360).81 Un elemento
relatado en detalle por Isaacs y leído en premuras por el ojo que bebe el
ethos romántico, cierra violentamente ese encuentro entre rituales que
significa el entierro de Feliciana: Juan Ángel se enfrenta a la orfandad,
África le abandona, él debe reinventarla en un contexto al que se ve
obligado, Efraín no está preparado para entenderlo.
Colocado el ataúd en el borde de la huesa, se abrazó de él como
para impedir que se lo ocultasen. Fue necesario acercarme a él y
decirle, mientras lo acariciaba enjugándole las lágrimas:
—No es tu madre ésa que ves ahí; ella está en el cielo, y Dios no
puede perdonarte esa desesperación.
—¡Me dejo solo! ¡Me dejo solo! —repetía el infeliz.
—No, no —le respondí— aquí estoy yo, que te he querido y te
querré siempre mucho: te quedan María, mi madre, Emma… y todas
te servirán de madres (Isaacs, 1986, p. 239).
Efraín sólo está preparado para calificar de vergonzoso el gesto del
huérfano ante la tumba de Feliciana.
El ataúd estaba ya en el fondo de la fosa: uno de los esclavos le
echó encima la primera palada de tierra. Juan Ángel, abalanzándose
81
Existen varios elementos Ashanti que pueden trazarse en la novela: “el uso de venenos
como ordalías”, en los bebedizos que Nay le da a Sinar para evitar su participación en las
batallas; “la forma de saludar”, en la manera como se sella en el Chocó el acuerdo que convierte
a Nay en el aya de María; “la existencia de tabúes animales heredados dentro de cada familia”,
en la condición de la serpiente como animal totémico legado de Sinar a Juan.
María leída a la luz del incendio
163
casi colérico hacia él, le cogió a dos manos la pala, movimiento que
nos llenó de penoso estupor a todos (Isaacs, 1986, p. 239).
A pesar de la voluntad de Isaacs de legarle la voz al habitualmente
negado, de representar sus angustias, de elaborar una versión múltiple
de la orfandad, la pulsión uniformadora, que siempre busca certezas de
lo contado en medio de las tradiciones de la escrita Europea, insistió
en ver el amor de Nay y Sinar como una re-elaboración de Atala, pero
el pretexto paisajístico, la proclividad al llanto, el exotismo, se vencen
tras la propuesta de presentar a Isaacs como un portador de la heredada
voz africana.
¿Qué opciones tenemos hoy para escapar de la condensación
enciclopédica que pauperiza la apuesta de Isaacs? ¿Qué camino seguir
para poder sentirnos seguros en la reivindicación de una versión de
América como elemento de la hibridación que hace posible a una
pieza de la tradición romántica sustentada en los imaginarios negros?
Es una obligación asumir a María como a la versión romántica donde
los territorios relatados obedecen, más que a la exuberancia que obliga
sensiblerías, a las cosmovisiones escondidas tras los relatos de los
padres sustitutos representados por los esclavos. Isaacs narra lejos de
las pasividades exigidas por la culpa, auspiciadas por la renuncia al
mundo que exige el políptico judeocristiano desatado cual proyecto
mundial y cual modelo económico que se pretendió único; la noción de
lo real para el narrador caucano se ha visto afectada por la aspiración
de un retorno ajeno, de ahí el valor de la exactitud de sus relatos del
entorno, construcciones que no se limitan a las miradas que todo lo
convierten en cárcel, en catedral o en cementerio.
Andrea Nensthiel Orjuela (1999), al citar a Albert Kasanda
Lumembu, nos permite superar la mirada inocente de Efraín frente
a la performática del cortejo de Feliciana, dándonos la opción de la
completitud entre aquel segmento y la totalidad tonal de María:
En este sentido, para el negro-africano, ninguna realidad es
indiferente o pura pasividad. Más allá de su apariencia, los animales,
las plantas, las piedras, el viento, el agua, el fuego, etc. Están todos
animados por una energía vital, que les da consistencia e influye sobre
su integración en la red existencial (p. 1).
164
Ethan Frank Tejeda Quintero
No obstante estas posibilidades de lectura, por desprecio a la
posibilidad de asumir los cómos de la expresión caucana como un
resultado de la sugestión africana, las miradas lacrimógenas se
hicieron hegemonía; de tanto repetirse, como cuestión que hoy no se
adivina gratuita, encontraron la legitimidad entre los simulacros de
lectores ideales que negaron la futura mirada del lector afroamericano;
sacrificando los valores de la apuesta de Isaacs, la venganza sobre el
hijo del hacendado que se la jugó por la inclusión fue un alud de pétalos
de rosa sobre la novela; pestilencia suspirada que terminó por convertir
a María, para las miradas ligeras, en una suerte de adaptación de los
argumentos habituales, tan susceptibles a los rótulos, desgastados y
sometidos a la caducidad de los argumentos.
Al respecto, Salvador Bueno (1980), en su texto El negro en la
novela romántica sentimental82 María, nos llama la atención en
tanto a la confusión habitual entre el romanticismo español y el
romanticismo americano; Salvador Bueno actúa ligando al primero
a los ánimos de restauración posteriores a la revolución de 1789, lo
que le separa radicalmente desde lo ideológico de la réplica de dicho
movimiento en nuestro continente. Las condiciones de convulsión
social en las nuevas patrias obedecían a lógicas muy distintas a las
motivadas por la revolución burguesa en la metrópoli europea. En
América, especialmente en Colombia, se da la restauración bajo un
contexto político y social donde “las purezas” buscan la defensa
de las maneras casi feudales del latifundio, bajo un espacio tiempo
donde las encomiendas han fundado las maneras de las haciendas,
82
Conviene explicar el concepto de novela sentimental. En palabras de Esteban Tollinchi: Si
el amor medieval pareció necesitar o determinó la formación de la canción provenzal o del roman
courtois y el uso del vernáculo, el amor romántico parece haber estimulado el desarrollo de la
prosa occidental como vehículo de la expresión artística, y, específicamente, haber contribuido
al desarrollo de la novela moderna. Y los mismos factores que condicionan o acompañan el
surgimiento del amor (entusiasmo revolucionario, afirmación de la persona, el descubrimiento
del subconsciente, la emancipación de la psicología) determinan también o acompañan el
nacimiento de la nueva novela. Por eso sorprenderá que, desde el principio, el inconsciente
y el amor se convirtieran en tema obsesionante y casi único de la novela- y la situación no
parece haber variado mucho desde entonces. Esta revolución del sentimiento y del inconsciente
parece haberse preparado en la llamada “novela sentimental” del S XVIII. Sentimental porque
la distingue la superioridad del sentimiento sobre la razón, porque manifiesta un gusto excesivo
por el enternecimiento en cuanto tal y no por las situaciones claras y sencillas, porque a menudo
prefiere deformar los planteamientos con excesos de subjetividad, de emoción, de sensibilidad
(1989, pp. 343-344).
María leída a la luz del incendio
165
en una eternizada genealogía de las miserias donde entre las suertes
de la pequeña propiedad se ha sumido al labriego en la cárcel del
analfabetismo, de la desprotección total y de la paupérrima expectativa
de la administración de lo propio nacida de las cementeras.
Durante el romanticismo americano, el continente de las naciones
que se ahogan en la tara del suspiro por lo hispánico se encuentra
sometido al régimen de producción de los señoreos; además, las
economías nacionales se sustentan casi exclusivamente en los
esclavismos. Basado en estas diferencias, pasadas al vuelo por
las lecturas que no ven las culpas más allá de las llamadas culpas
principales,83 Salvador Bueno critica lo que denomina la concepción
ptolomeica del mundo:
[…] que fija el núcleo generador en las metrópolis culturales,
intentando ajustar las obras creadas en estas tierras americanas a
normas llegadas de ultramar, a puntos de vista surgidos como productos
de circunstancias no sólo socioeconómicas y políticas diferentes, sino
de experiencias diversas en el campo de la creación súper-estructural
(1980, p. 7).
Nos muestra, Salvador Bueno, la costumbre de la explicación
única del mundo y la uniformidad impostada de los orígenes, de los
modelos y de las pulsiones narrativas. Maneras de proceder propias
de la potabilización y la sub-ponderación de nuestra voz de parte
de las hegemonías, siempre prestas a echar a andar sus relatos de lo
admisible o lo habitual donde lo fácil en lo brutal es la golosina para
los centros de poder.
Edgardo Lander (2000), en el libro La colonialidad del saber:
eurocentrismo y ciencias sociales, nos explica los orígenes ideológicos
del simulacro de nuestras circunstancias subalternas:
Con el inicio del colonialismo en América comienza no sólo
la organización colonial del mundo sino —simultáneamente— la
construcción colonial de los saberes, de los lenguajes, de la memoria
y del imaginario. Se da inicio al largo proceso que culminará en los
siglos XVIII y XIX en el cual, por primera vez, se organiza la totalidad
83
El ardid del pecado original y el pensamiento propio asociado a la herejía.
166
Ethan Frank Tejeda Quintero
del espacio y del tiempo —todas las culturas, pueblos y territorios del
planeta, presentes y pasados— en una gran narrativa universal. En
esta narrativa, Europa es —o ha sido siempre— simultáneamente el
centro geográfico y la culminación del movimiento temporal. En este
periodo moderno temprano/colonial, se dan los primeros pasos en la
“articulación de las diferencias culturales en jerarquías cronológicas”
y de lo que Johanes Fabian llama la negación de la simultaneidad (p.
16).
La mirada posible a la maquila de nuestra condición subalterna
como fenómeno se detiene en la marca aparente de la sempiterna
latencia, sujeción que se reinventa con el goteo de los pretextos,
auto-potestad negada, majestad impuesta en el antes, en el ahora y
en el siempre. Nuestra inocencia nos indetermina, la inacción impera
cuando la imitación es un dictamen de la baja estima; la ignorancia
de nosotros mismos no nos lacera los ánimos, es ahí cuando luce
inevitable advertir como único a aquel universo de sanción del valor
de la obra construido bajo la explicación de la estructura del canon que
a lo agotado lo reviste de pureza y a lo particular lo bestializa; canon
del aletargamiento, canon tatuado como sello de cera sobre la tapa de
la enciclopedia por recordar y por escribir que aún somos.
A pesar de los esfuerzos de autores como Isaacs, todavía asistimos
a la condición de testigo del hito literario como aquellos que siguen
tributando, como quienes están pagando el derecho a ser considerados
en el recodo de los escaños del tercer renglón, como los que no se
atreven a levantar la cabeza por la condición vergonzante de una
deuda que se arrastra por centurias. Tras tantos sacrificios y cuerpos
cercenados, tras tantos textos lanzados a la pira y castigados con el
olvido de sus almas, muchos insisten en obedecer a la carga pesada
de vergüenzas y ligera de reivindicaciones de nuestros imaginarios
administrados, como conquista sin linderos, desde los centros de
poder. Por eso llegó el momento de ejercer una altisonancia manifiesta
que escape a la vacuidad de los nacionalismos y que no haga de la
particularidad reivindicada una simiente para el odio, llegó el instante
de entender nuestras eternidades para que los que aún creen en la
vanidad de la potestad absoluta sepan que somos conscientes de tantas
y tantas ataduras rutilantes, que nuestras lecturas están preparadas
María leída a la luz del incendio
167
para recibir los destellos directos del segundo posterior a las pestañas
que se rasgan, que nuestras sombras ya se alargan en el amanecer
que nos trae la luz de una estepa lejana que arde para la sacralización
del mensaje que habita las milimétricas y ubérrimas pasturas de lo
insinuado.
Antes del olvido de los cansancios, de los agotamientos que
significan las relecturas, debemos ubicar la grandeza del romanticismo
americano, representado en María, más allá de los condicionantes de
una escuela estética reivindicada por Europa. La voz americana se
reconoce bajo el influjo maledicente de lo periférico, pero no se vence
en la apropiación total de las instrucciones dictadas por la facilidad de
la rotulación; la réplica de las maneras nos muestra la gran distancia
existente entre representar y reconocer, pues los autores de las mal
llamadas tierras nuevas bañan los argumentos, los perfiles, los tonos
y las estructuras de sus obras con influjos diferenciadores que las
convierten en las piedras pensadas para vencerse o para detonar y
atentar la orgullosa estabilidad de la fortaleza.
En palabras de Donald MacGrady (1986), los elementos asociables
a la metáfora de una cárcel para imaginarios que son asumidos para la
subversiva reiteración por parte de los autores americanos son:
El uso de los augurios para sugerir la posibilidad de una tragedia
futura durante los momentos de dicha; la inserción de reflexiones
axiomáticas sobre situaciones concretas, señalando su relación con lo
universal; la comparación de los protagonistas con algún elemento
de la naturaleza en la cual se mueven; las descripciones poéticas de
una naturaleza bella y grandiosa, muchas veces exótica; el concepto
del amor como una fuerza todopoderosa, que se siente hacia una
sola persona; la imposibilidad de la consumación del amor, pues el
idilio termina trágicamente; la utilización del sentimentalismo, del
pesar prolongado, y de la melancolía; el uso de los símbolos y de
lo sobrenatural; el empleo de lo vago e impreciso en relación con
los personajes y con algunos lugares de la acción; la exaltación del
catolicismo; los estados de ánimo del autor reflejados en la naturaleza;
etcétera (p. 22).
Esos elementos son reinterpretados bajo tenores diferenciales por
Isaacs:
168
Ethan Frank Tejeda Quintero
• Exaltación del catolicismo que se da en el escape que significa lo
que hemos dado a llamar el juego de la conversión.
• Estados de ánimo del relator asociados a la mirada de los que han
sido sugestionados por la versión africana del mundo.
• Vaguedad de los personajes que hace que el sujeto sea un síntoma
más de nuestra diversidad simbiótica.
• Símbolos, como la serpiente, que no se limitan a los indicios que
dictamina la enciclopedia europea.
• Lugares de acción que son los teatros para que lo propio, lo
impuesto y lo dolido en el recuerdo se expresen.
• Negada consumación del amor que escapa a la metáfora de la
enfermedad que obedece a la culpa cristiana.
• Axiologías y ontologías que no obedecen a las rutinas imitativas de
las tradiciones literarias europeas.
Descripciones poéticas donde se da el escape a los paisajismos
genéricos, que funcionan para lo excepcional mientras las miradas
entrenadas para el suspiro por lo ajeno siguen encontrando un solo
nombre posible para un ave negra asumida como indicio: cuervo.84
¿Qué tanto se desmonta en el romanticismo americano el hábito
de las lecturas posibles del mundo entregado como innegociable
instrucción por parte del relato hegemónico? ¿Qué propuestas nuevas
presentan los autores de dichas maneras en relación con el relato y con
la lectura del siempre donde lo impuesto se grita o se disimula en las
siluetas mal recortadas y en el molde genérico carcelario de los héroes
y de los mártires? Los aportes son evidentes, tanto en María como
en otras obras del llamado romanticismo social que se acercaron al
interés por la presencia negra, que prestaron escucha a la conciencia
negra y ofrendaron tendón a la causa negra.85
Ver o no ver al negro ha sido más una cuestión de lecturas que de
ausencia total de representación en la escrita. Los ritmos, las voces,
los elementos que expresan las estéticas, las prácticas animistas, las
84
En el Valle del Cauca se da la presencia de un ave de porte medio asociada popularmente a
la tragedia, pues las leyendas hablan del porte del mal bajo sus alas: el chamón. Es fácil imaginar
los rosales de María, los balcones adosados con bifloras y las suertes frugales de la novela
habitados por esa avecilla.
85
Entre dichas obras gana un lugar tocado de vitalidades la novela Sab de Gertrudis Gómez
de Avellaneda.
María leída a la luz del incendio
169
leyendas, se han incluido en obras principalísimas de todas las escuelas
y rotulaciones de la novela latinoamericana. En las letras nos-otras,
habla, con la voz de Benkos, la negritud vencida en la simpatía del
servidor de corazón, desdibujada en la tristeza de la figura del negro de
la casa, vindicada en el imperio de la administración de los condumios,
justiciada en la ganancia de la condición del libre, idealizada en el
escape que le llevó al cimarronaje.
El negro es y espera a los nuevos testigos de nuestras obras
para entregar su testimonio,86 es y espera entre la pauperización del
sometido a la servidumbre como mano de obra desechable, entre las
estampas de los que han dejado la condición de esclavos, entre la
resistencia y la domesticación de los caracteres africanos, entre los
que han sido enviados lejos para evitar la sugestión de la educación
sentimental negra y los que reciben los “beneficios de renunciar a ser”,
entre los que ya no deben lanzarse a los pies del amo para vestirlos
o desvestirlos y los que han terminado molidos por los dientes del
trapiche o por las patas del caballo.
Libre, socio, prestador de servicios, compañía y sustitución de
las figuras adultas, Isaacs usa a su relator como un ardid que en la
develación nos habla de lo injusto que resulta el intento de encontrar
la legitimidad del negro exclusivamente en la imitación del blanco:
Lorenzo no era esclavo. Compañero fiel de mi padre en los viajes
frecuentes que este hizo durante su vida comercial, era amado por
toda la familia, y gozaba en casa de los fueros de mayordomo y
consideraciones de amigo. En la fisionomía y talante mostraba su
vigor y franco carácter: alto y fornido, tenía la frente espaciosa y con
entradas; hermosos ojos sombreados por cejas crespas y negras; recta
y elástica nariz; bella dentadura, cariñosas sonrisas y barba enérgica
(Isaacs, 1986, pp. 300-301).
Entran en choque la educación sentimental africana y la formación
europea en Efraín; la pugna entre la sensibilidad aprendida de los
86
Un ejemplo de la cuestión es la figura de “los ayudaos” que definen la temperancia de
la figura principal de La Marquesa de Yolombó. Lo prohibido y la curiosidad que rondan a
dicho perfil siguen las maneras de las trazas de la negritud en una región que blanqueará casi la
totalidad de sus estampas.
170
Ethan Frank Tejeda Quintero
negros y el modelo del cronista impuesto por los academicismos; la
ponderación del sujeto en la cotidianidad, la lectura de los fenotipos;
el afecto que no es parte de la maquinación del amor del amo y las
descripciones del sujeto propias de las escuelas del pensamiento
racista. La cuestión de raza que se expresa en la mirada del relator
novelar cuenta con una historia ya estudiada que no tiene nada de
inocente ante la brutalidad de aquella máquina de lo simbólico donde
el rol, los accesos y las posibilidades fueron dictados desde un sistema
especializado en el diseño de parapetos, donde la verticalidad del valor
social, los tránsitos entre los peldaños de la pirámide y los límites de
lo propicio fueron la concreción de las ordenes adjetivas propias de un
discurso que se alimentó de la figura del experto en eufemismos.
Aníbal Quijano (1992), en uno de sus discursos constituido en
verdadera joya del pensamiento latinoamericano, nos recuerda al
génesis de los dispositivos de las lecturas raciales de los sujetos, nos
ubica ante el amanecer de las apropiaciones conceptuales que afectan
a la descripción que hace Efraín del negro:
En América, la idea de raza fue un modo de otorgar legitimidad a
las relaciones de dominación impuesta por la conquista. La posterior
constitución de Europa como nueva id-entidad después de América
y la expansión del colonialismo europeo sobre el resto del mundo,
llevaron a la elaboración eurocéntrica del conocimiento y con ella a
la elaboración teórica de la idea de raza como naturalización de esas
relaciones coloniales de dominación entre europeos y no-europeos.
Históricamente, eso significó una nueva manera de legitimar las ya
antiguas ideas y prácticas de relaciones de superioridad/inferioridad
entre dominados y dominantes. Desde entonces ha demostrado ser el
más eficaz y perdurable instrumento de dominación social universal,
pues de él pasó a depender inclusive otro igualmente universal, pero
más antiguo, el inter-sexual o de género: los pueblos conquistados
y dominados fueron situados en una posición natural de inferioridad
y, en consecuencia, también de rasgos fenotípicos, así como sus
descubrimientos mentales y culturales. De ese modo, raza se convirtió
en el primer criterio fundamental para la distribución de la población
mundial en los rangos, lugares y roles en la estructura de poder de la
nueva sociedad (p. 203).
Existe una gran distancia entre la concepción de las diferencias
María leída a la luz del incendio
171
raciales que se aprenden en el universo hacienda y la apropiación del
concepto de raza nacido de la formación universitaria. Los afectos
aprendidos en la infancia peligran ante la información que pretende
fundar a los sujetos sólo en el afecto de los amos. Efraín tendrá la
posibilidad de ver las medidas del ser afroamericano que escapan a la
pretensión cientificista de sus libros de texto, el términus del Pacífico
le reconectará con sus debilidades, venciendo las maneras casi
zoológicas que exhibe el pensamiento ilustrado del siglo XIX en el
acercamiento al otro. El tránsito por el cañón del río Dagua es el retorno
de un hombre joven al contexto donde habitan los conocimientos que
reconoce como propios, es el lugar donde se extinguen las vanidades
dictadas por la formación eurocéntrica, es el teatro donde la memoria
viva exige la captura y el registro de la originalidad de la apropiación
del entorno hecha por los hombres y por las mujeres de América, es
el momento donde la sensibilidad de uno apurado por el dolor dicta la
derrota de los enciclopedismos.
En los capítulos del río Dagua, se colecta la imposibilidad de
establecer las conmensuras de lo que peligra ante la extinción que
deviene a las promesas de encontrar legitimidad total en la similitud
con la figura del padre, parecido que puede determinar obligaciones
y arraigos que dejan sin significación el sentir por la diversidad de la
tierra que el personaje relator reconoce como patria: el Cauca. De ahí
la enormidad de la voz vacilante en el sentir y firme en la vocación de
registro, pues Isaacs nos muestra las costuras de su intención mimética
al dejarnos en claro que el blanqueamiento en Efraín es un proceso
aún no completado.
—¡Diantre!, exclamo el administrador cuando la luz de la hermosa
lámpara de la mesa bañó mi rostro: ¡Qué bozo has traído! Si no fueras
moreno se podría jurar que no sabes dar los buenos días en castellano.
Se me figura que estoy viendo a tu padre cuando él tenía veinte años;
pero me parece que eres más alto que él: sin esa seriedad heredada sin
duda de tu madre, creería estar con el judío la noche que por primera
vez desembarco en Quibdó (Isaacs, 1910, p. 305).
En contraste, el negreamiento de la figura del administrador es
cuestión casi innegable. En su descripción, Efraín muestra la frialdad
172
Ethan Frank Tejeda Quintero
de un remedo de inglés y deja escapar sanciones parecidas a las
que desencadenarían los proyectos del mestizaje sobre el territorio
colombiano en los finales del siglo XIX; en su narración se expresan
cuestiones como la alegría sospechosa, el relajamiento de las llamadas
sangres calientes y la despreocupación por el progreso, la civilidad y
la familia como condiciones propias de las poblaciones ubicadas en
las periferias.
Aunque el administrador era padre de una bella e interesante
familia establecida en el interior del Cauca, al hacerse cargo del destino
que desempeñaba, no se había resuelto a traerla al Puerto, por mil
razones que me tenía dadas y que yo, a pesar de inexperiencia, hallé
incontestables. Las gentes porteñas le parecían cada día más alegres,
comunicativas y despreocupadas; pero no encontraría grave mal en
ello, puesto que después de algunos meses de permanencia en la costa,
el mismo Administrador se había contagiado más que medianamente
de aquella despreocupación (Isaacs, 1986, p. 301).
Tras el recorrido por el cañón del río Dagua, esas prevenciones,
lecturas y sanciones prejuiciosas hacia las poblaciones del Pacífico se
desmontan. Se afina la escucha del hijo de los hacendados para captar
la simbiosis entre el entorno y el sonido de la marimba; se reaviva la
disposición a la comprensión por los hijos de la nos-otredad que se
expresa en la majestad asociada a Bibiano y a la población de la estación
intermedia; se re-edifica sobre la serpiente de caudales que es el río
la administración adjetiva del mundo desaprendida en la universidad
europea, fenómeno sancionatorio que se expresa en la fascinación
por la capacidad gimnástica de los bogas, en el reconocimiento de
una medicina tradicional en ellos, en el contacto con sus voces que
desdibujan las fronteras entre lo triste y lo alegre.
Al final de la jornada de Efraín, la fascinación se relata cual
testimonio de lo que aún peligra por el no completo desmonte de los
desangres de América.
Los bosques iban teniendo a medida que nos alejábamos de
la costa, toda aquella majestad, galanura, diversidad de tintas y
abundancias de aromas que hacen de las selvas del interior un conjunto
indescriptible. Mas el reino vegetal imperaba casi solo: oíase de tarde
María leída a la luz del incendio
173
en tarde y a lo lejos del canto del paují; muy rara pareja de panchanas
atravesaba a veces por encima de las montañas casi perpendiculares
que encajonaban la vega; y alguna primavera volaba furtivamente
bajo las bóvedas oscuras, formadas por los guabos apiñados o por los
cañaverales, chontas, nacederos y chíperos, bajo los cuales mecían
las guaduas sus arqueados plumajes. El martín pescador, única
ave acuática, habitadora de aquellas riberas, rozaba por rareza los
remansos con sus alas, o se hundía en ellos para sacar en el pico algún
pececillo plateado (Isaacs, 1986, p. 319).
Los palimpsestos del desangre, presentes en María, lejos están de
convertirse en cosa sanada. Se siguen como huellas que muchos han
querido cubrir con verdores. Son cosa de excepción las cicatrices de
las transformaciones ligadas a las disputas étnicas, son cuestión de lo
sublime en lo encriptado las relaciones de la interpretación del entorno
por parte del ser afroamericano y la intención de Isaacs de mostrar
al principal en el distraimiento, de ubicarlo a mitad de camino del
desprecio por el entorno que le dicta su formación universitaria y del
afecto por su geografía de sentido que le exige la fascinación africana
aprendida del susurro que le acompañó desde la cabecera de la cuna
y de la cama.
En María, leída desde el incendio, se dejan ver los aletargamientos
del enamoramiento por los amos que es propio de las dinámicas de
dominación; se cuenta, sin verdadera pretensión de novedad, la pugna
trazable entre las maneras de representar-ponderar de los pueblos
cautivos por la trata y las maneras de representar-demonizar de las
poblaciones del absoluto divino que dominaban el norte del continente.
En la novela que algunos han atinado a nominar como sentimental,
se rompe la versión de África que huele a atlas, que funciona para
fascinar al infante que se desvive por el olor del papel enmohecido.
Isaacs es el sujeto que se pone al servicio de las falsas identidades,
pues a través de su obra se pueden consolidar arraigos nacidos de la
suma de materiales. Falseada identidad que fue el pretexto creativo
para la pluma comprometida de Cintio Vitier (2009):
Lo que me representa
no vale nada.
Mi nombre se alimenta
174
Ethan Frank Tejeda Quintero
de otra mirada.
Qué silenciosa afrenta.
De cada aplauso vuelve
mi alma quemada,
oscura se revuelve,
no sabe nada.
Qué silenciosa afrenta.
Que cierren la cortina,
no quiero ir.
En una oscura mina
quiero morir.
Qué silenciosa afrenta.
La novela de Isaacs no forma parte de la referida traición a la patria
de la literatura nacional, pues muestra los tenores de sanción aplicados
sobre las poblaciones periféricas en un país donde el aislamiento
construyó diversas poéticas. Los negros de la obra del caucano no son
parte de un espectáculo de feria, pues el afecto es un móvil principal
del universo donde nacen los primeros borradores de su novela. En esa
confusión entre inmensidad y el simulacro de lo desierto, el Pacífico le
da la opción al funcionario de desandar los universos que constituyeron
sus sensibilidades, de establecer derroteros que le brinden legitimidad
academicista a las voces que le habitan desde la infancia.
La búsqueda de materiales para un proyecto bordado de
compromisos y de camuflajes, bien pudieron llevar a Isaacs ante los
pies, vencidos por el mal de Loanda, de Alonso de Sandoval. En esa
fuente bebió a un continente referido de acuerdo a las necesidades de
los futuros prejuicios, nominado desde el principio por la acción de los
apropiadores, marcado con la maldición de la eterna rebatiña:
África tomó este nombre de un nieto de Abraham llamado affet,
de la generación de la Cethura, el cual pasó con su ejército a esta
tierra, como escribe Iosepho: y después vencidos sus enemigos hizo
en ella asiento y le puso su nombre. Tiene esa parte del mundo por
sus límites, el mar Rojo de la banda de Levante, y de las otras tres
partes el Océano y el Mediterráneo. El mar que la cerca de la parte
María leída a la luz del incendio
175
norte se llama Lívico, y de la parte del Sur, Etiópico. Cuatro naciones
de gentes fueron sus primeros habitadores: los dos naturales de ella.
Africanos, que habitan de la parte del Norte, y etíopes, que habitan
las partes del Sur; y las otras dos extranjeras, fenicios y griegos,
que poblaron algunas tierras de la parte del Norte y de Levante (De
Sandoval, 1987, p. 13).
Las nominaciones en el afán por las reivindicaciones africanas
no existen en estas versiones, las poblaciones se someten a nombres
genéricos, las fundaciones dependen de la mirada extranjera, las
culturas en lo específico son asumidas desde el calificativo “incógnitas”.
Sandoval habla de doce provincias habitadas por naciones etíopes:
Adrimachidas, Penos, Masagetas, Macas, Guidanes, Machiles, Auses,
Afros, Maxies, Zabicas, Zingantes. Nombres sin ninguna significación
para los maquiladores de la versión única, dispuestos para las
recitaciones que se pretenden carentes de contenido, ubicados como
utilerías para las lecciones que difícilmente serían pedidas, puestos
como los componentes de las letras de una musicalidad didáctica
donde los prontos sólo escucharán vocablos del sinsentido.
La actitud de Isaacs, ante las maneras habituales de colectar el
saber otro, es propia de un de-constructor, no de un autor que se pone
al servicio de los que buscan embellecer el edificio de los exotismos.
La actitud de Isaacs es la de aquel que conoce ha llegado el momento
de sacrificar las inocencias con que el enciclopedismo nos ha marcado,
del que ha hecho conciencia de que ha llegado el tiempo de superar la
edad de la ninguna información, del que nos dice que hay que escapar a
la sensación de libertad en la ignorancia que corresponde a la promesa
de la versión totalizante, del que nos advierte la urgencia de abandonar
la placidez en el vacío; falseado bienestar que Cintio Vitier (2009), en
el poema “Lo que viene”, captura con maestría:
Edad que no ha pasado, la del niño
atravesando antiguos mapamundis
inscritos en la mancha del aceite
que gana aciaga territorios zurdos:
allí el interno con su mano atada
a la perplejidad de haber nacido
de madre a la orfandad tan parecida.
176
Ethan Frank Tejeda Quintero
María desmonta la unicidad de los continentes. África que esclaviza
a África es una de las líneas argumentales principales de la novela
de Isaacs. Dicha idea no intenta purgar las culpas de los hombres de
ultramar, pues la información entregada nos ubica en un continente
donde las poblaciones monoteístas buscaban expandirse a través de
campañas de aniquilación de huestes y de cosmogonías. Historiografía
de la aniquilación que hoy sabemos encontró un aliado siniestro en la
empresa construida tras el llamado de un texto que tituló el mundo a
las lanzas forjadas entre el taller de vulcano y los aposentos papales:
El requerimiento.
Los textos de la unicidad consolidaron el relato hegemónico que
dejó el testimonio de los hurtos convertido en tesoros sin mapas,
transformado en el embalaje de lo necesario que es representado
por el llamado bálsamo de misiones, reducido en la quema de las
relaciones y de las contabilidades que fundieron la definición de
fortuna al concepto de inagotable. Colección de mártires, inventario
de cautos, monumentalidad de santoral para los resignados, elegías
de más, perversión heroica sustentada en la caza de herejías que
devino en procesos de notariado. Construcción de un refuerzo de la
voz patricia determinada por el registro notarial, diseño o réplica de
los instrumentos que (confundiendo al pregón con lo público y a lo
público con lo legado a las estirpes divinizadas) superviven hoy en
las lógicas de la distribución de las riquezas. Seguimiento al dedillo
del manual de la aniquilación y de la rebatiña, protocolo de ofensiva
que le daba la “administración” del mundo a las coronas, que proveía
la licencia total de acción a las armadas y a las infanterías, que hacía
inminente la posibilidad de sofisticar los instrumentos de guerra para
que la catapulta se aprendiera cañón y la flecha coqueteara con la
metralla.
De la misma manera como con la autorización del “representante
legal de Dios en la tierra” le levantaron escritura a la inmensidad,
silenciaron los componentes testimoniales de las obras pertenecientes
a la voz propia, a lo que fue de ella en medio de los diversos
colonialismos, a lo que sólo se advirtió tras el rótulo de deformidad.
Se pagaron a precio de retórica los intérpretes de las ofensivas que
se escudaban en la negación del alma a los que no respondían a
María leída a la luz del incendio
177
las mismas convenciones del vestido, a los que obedecían a otras
condiciones de la vivencia de los tiempos míticos, a los que se debían
a otra administración genérica, a los que no conocían las fórmulas del
pretender que hacen de la existencia una cosa de majestad, de potestad,
de castidad o de ascenso, a los que no habían vencido la circularidad
cíclica de sus adaptaciones ante la vanidad de la linealidad impuesta
por la crónica convertida en la piel del relato hegemónico.
María leída desde el incendio se ubica en el espacio-interpretación
donde la alteridad del dominado, negociado por los adjetivos de la subponderación, se convirtió en el pretexto para reclamar la supremacía
de una tierra en la que el uniforme, lo uniforme, ya contaba con la
condición de monolítica historia.
Sandoval (1987) reclama la majestad de Europa en su nombre
de princesa, mientras su diminuta extensión se disimula con la
inmensidad-ficción elaborada por los administradores del acumulado
de sentido:
Europa tomó el nombre de una princesa llamada Europa, hija de
Agenor, rey de Tiro, de la provincia Fenicia situada en Asia; así lo
escribe Pomponio Mella […] Esta tierra de Europa es la menor de las
cuatro partes del mundo, pero la mayor en nobleza, virtud, gravedad,
magnificencia y cantidad de gente política. Antiguamente señoreaba
a toda Asia y África como reina, por medio de la monarquía griega y
romana, y al presentarse la autoridad de la Santa Sede Apostólica, cuyo
asiento tiene en Roma cabeza del mundo y de la cristiandad, y por el
grande poder de España, con que son señoreadas muchas provincias y
reinos, así de las Indias orientales como occidentales (p. 12).
En esa metáfora del cuerpo universal, el mundo tiene una cabeza
que desprecia sus pies, que escupe sobre sus brazos y que se avergüenza
de sus genitalidades, mientras piensa que en aquella fisonomía sólo
ella posee espíritu.
Europa se considera la madre modelo, la que dictamina figuras,
estilos y maneras para ser imitados. La farsa de aquella imitación
brinda una conciencia de autor al escritor de los territorios dominados
que burla a los que no ven los indicios de la alteridad, pues creen que
basta con asumir lo argumental inscrito en un orden que se considera a
178
Ethan Frank Tejeda Quintero
sí mismo universal. De tal forma, nuestro canon, considerado cuestión
calcada del canon europeo, es en la mayoría de los casos cuestión
de orgullos por los pasos vacilantes de quien aprende a caminar sin
que le lleven de la mano. Por eso es un canon más suspirado que
entendido, fácil de adivinar enfermo de la falsa figura retórica de la
edad de merecer, cargado de lo divino como obligación y como fuente
única de un “milagro” literario. Bajo esos preceptos, coquetos con la
idea de la generación espontánea como única opción de independencia
expresiva, se bordó el corpus hegemónico como un cañón dispuesto a
humear sobre las sienes del pensamiento americano.
Al respecto, Mario Carvajal (1984) muestra sospechosas inocencias
en su lectura de María:
Es así como en Isaacs no existe o no se advierte el recurso literario.
La suya es una música sin instrumento, una lumbre sin foco. El artista
se confunde con el objeto mismo de su arte. Ya ha sido observado que
en él se cumple un fenómeno de prodigiosa instantaneidad, que no nos
deja saber qué es primero: si el paisaje interpretado o la sensibilidad
que lo interpreta. Por eso él actúa como un descubridor (que es la
única forma en que la criatura crea) sobre la ajena sensibilidad. En ese
sentido el paisaje del Valle no existía antes de él. Él lo creo vistiéndolo
de una túnica invisible, que sin robarle ni uno solo de sus secretos
le dio una luz arcana, en virtud de la cual hiciéronse patentes a los
ojos más tardos y a los espíritus menos conturbados por el misterio
de las cosas y de la vida. Nunca reviste con el artificio literario la
desnudez purísima de la obra de Dios. La más leve desviación del
orden intelectual se interpone jamás en la correspondencia del mundo
y del poema (p. 178).
Carvajal considera María como a una cuestión milagrosa, desprovista
de pensamiento, como a una inspiración sublime que no corre el riesgo
de contar con apuesta ideológica; a Isaacs lo asume casi como a un
sujeto de la mediumnidad, obligado a traducir la maravilla de la obra de
Dios, y le enferma del gesto propio de los hombres de la expansión de
Europa: la mirada que se pretende fundadora de los territorios.
Ante esos sorbos consagratorios, casi sacramentales, lista estaba la
novela de Isaacs para las bendiciones del canon. La única función del
autor bajo esas lecturas es la completitud de la obra del único creador,
María leída a la luz del incendio
179
dinámica de sujeción donde el hito literario se sumaba a la tradición
casi en la lectura ninguna de su estructura temática, pues como
fenómeno literario sólo era asumido cual “amoroso milagro”. Milagro
que en cabeza de los hijos de las antiguas colonias no habría de ser
considerado original o propio, milagro donde el crisol de la lectura
comparada desdibujaría los elementos diferenciales que significaban,
justificaban, explicaban, el relato desde las periferias.
Los narradores desde las colonias se asumirían como síntomas
de la grandeza de los dominantes al ser reclamados en condición de
hijos de antiquísimas estirpes, vistos como indicios del éxito de las
empresas civilizatorias, asumidos como constructores de versiones
bizarras de las grandes obras del canon, entendidos como sofisticados
ladrones de los argumentos pertenecientes a una tradición superior a
sus talentos.
Baldomero Sanín Cano (1987) se deja ganar por aquel determinante,
lo hace al considerar fundamental para la ponderación de la obra la
descripción que hace de su biblioteca Efraín a Carlos:
Lo lleva a su cuarto a enseñarle su biblioteca. Allí estaban
representados la Biblia, Chateaubriand, Shakespeare, Blair, Calderón,
Cervantes y Hernán Cortés. Toda la lira de las innovaciones que
trajo el romanticismo la hacen sonar estos nombres. La suplantación
de la mitología clásica por las divinidades hebraica y cristiana, la
preocupación de analizar el propio “yo” y manifestarlo a las gentes
ya disecado en formas rígidas, ya campante por sus respetos; la
universalidad de la observación y el predominio del sentimiento
sobre las reglas; el regreso a la naturaleza con el retórico comentador
de Ossian; otra vez la invocación del sentimiento como supremo
dispensador de las riquezas poéticas; Don Quijote que antepone la
imaginación al razonamiento ni más ni menos que la señora Staël;
Hernán Cortés que suministra el anjeo para volver a la naturaleza
con los héroes de Chateaubriand. En verdad no hubo lista de libros
mejor calificada para poner de relieve las proclividades literarias de
un novelista o un poeta. Habría sido demasiado candor incluir en esa
enumeración la novela de Bernardin de Saint –Pierre. No debemos
reñirle al autor por esta omisión: los hechos hablan muy claro (p. 191).
Juego de confusiones habituales donde se intenta ver las
motivaciones del personaje como las mismas motivaciones del autor.
180
Ethan Frank Tejeda Quintero
Los eurocentrismos hacen que imaginemos a un Isaacs gritando:
¡estos son mis referentes!; por eso es justo entender que escapar de la
imposición referencial nos permite adivinar una voluntad de autor que
devela los orígenes de las sugestiones de su personaje.
La aproximación a nuestros hitos expresivos desde estos tenores
de sanción, nos da la opción de advertir cómo la obra se nos enseñó
urgente sólo en las clasificaciones elaboradas en relación con
fenómenos dictados en la previa por los que hicieron de los códices una
versión más de los grilletes. Desmontar la supuesta inocencia de las
lecturas habituales nos regala la posibilidad de ver cómo ante nuestros
gestos creativos, se dispararon los mecanismos regularizadores que
aún perturban a los entendimientos. Hoy el canon es el requerimiento
de los marcos de legitimidad que buscan certificar patente para sí de
todos los fenómenos expresivos. Ante el corpus enciclopedante actúan
tanto los informados como los incautos, basados en indicios que se
pretenden preclaros.
Salvador Bueno (1980) propone desmontar aquella predisposición
comparativa y resalta los tenores diferenciales entre el supuesto
referente y la obra del escritor colombiano: “Lo que en Atala y en Paul
et Virginia es evasión y escapismo hacia paisajes exóticos, en esta
novela latinoamericana ocurre lo contrario, es el acercamiento a lo
propio, es la aproximación sensible y poética a un paisaje inmediato,
no desconocido sino muy próximo” (p. 5).
Saber colectado, advertencia ya hecha, fuente en la que aún muchos
se niegan a beber: en medio de lo propio, nuestra relación con las
poblaciones provenientes de África; entre lo inmediato y lo mediato,
el desarrollo de nuestras propias maneras de vivir la dominación.
Relación que se da más allá de las circunstancias de la limitación,
lugar ganado para la encriptación de nuestras versiones de un mundo
sobre el que no tenemos las angustias características de los afanes
de propiedad, espacio en luces y sombras donde no nos alcanzan los
esfuerzos y los recursos para jugar a la imitación de lo que no nos
enseñaron como la miserable expansión.
Neruda (2002), en el poema “Los libros”, califica de mentirosa
al azúcar con que bañaron a María, en un ejercicio donde nuestras
inocencias se adivinan como parte de la pureza aplicada cual mazmorra:
María leída a la luz del incendio
181
Oh, María de Jorge Isaacs,
beso blanco en el día rojo
de las haciendas celestes
que allí se inmovilizaron
con el azúcar mentiroso
que nos hizo llorar de puros.
La lectura diferencial de María nos ubica de frente a la construcción
de una adolescencia que dejaría de ser sustentable, pero que pervive
porque se teme que en el despertar los hijos de la sujeción se encuentren
adosados con todas las acciones que trepidan; se teme desde el
centro que administra el sentido que la ruptura de la placidez atávica
desencadene coros de reclamantes, de demandantes, de delirantes que
corran tras la cortina de pólvora que antecede a la calma que se da en
el sincerarse de la historia.
Pedro Lastra (2002) hace un análisis más que sugestivo del poema
“Los libros”, pues no se limita a ver en la composición lírica un
homenaje asociado a la conexión romántica de su autor con la tradición
de un pueblo del que se reclaman adeptos:
Se trata en este contexto de una significativa y meditada selección
de indicios en la cual la figura emblemática de María adquiere singular
relevancia al estar situada al término de la enumeración: he aquí una
historia, dice el hablante, “que nos hizo llorar de puros”. Y uno se
siente inclinado a decir algo más: que acaso contribuyó a cristalizar en
él esa condición que Amado Alonso reconoció más tarde en su poesía:
“romántica por la exacerbación del sentimiento” (p. 30).
Cabe aclarar que el sentimiento no necesariamente significa
sensiblería, que lo romántico lejos está de significar alejamiento o
distracción de lo real. Lo romántico no es la carga principal de las
culpas melosas que han apagado al interés por la obra. María no
es copia al dedillo de “las obras principales” de una escuela ni esa
escuela es necesariamente una sempiterna aliada de los escapismos.
Baldomero Sanín Cano (1987) particulariza la novela de Isaacs en
tanto a la tradición que le asocian:
Sería un error y una injusticia dar por sentado que el romanticismo
182
Ethan Frank Tejeda Quintero
de María se cierne sobre las realidades de la vida, lejos de ella
y extraño a los intereses inmediatos, como es el caso en muchas
creaciones de esa escuela. Isaacs no se aparta sino ocasionalmente de
la realidad: fuerza en ocasiones la nota azucarada como al poner a la
prometida en la tarea ingrata, equívoca y por fortuna manifiestamente
mal imaginada, de deshojar rosas en el remanso donde iba a bañarse
Efraín. Pero fuera de estas ligeras desviaciones del gusto firme y
exigente del autor, la novela conserva desde la primera línea hasta
la última página un vivo contacto con la realidad palpitante. Se ha
querido representar como canon de la escuela romántica del divorcio
entre la ficción y la vida, porque mirando a Rolla, a Los Miserables
y la obra novelesca de Lamartine una generación entera quiso sacar
de estos engendros híbridos toda la preceptiva de un género. Eso, sin
embargo, no fue el romanticismo. Esa visión del mundo no era una
reacción contra la realidad de las cosas, ni trataba de oscurecer con un
velo equívoco las semblanzas del conflicto vital (p. 193).
¿Por qué intentar disimular ese contacto con la realidad en el uso
práctico de un rótulo? ¿Por qué reivindicar una sola sanción adjetiva en
la lectura que dictan las hegemonías? Mentira, inmovilidad, educación
para el lamento, inocencia que es una marca de hierro, cristal de azúcar
que soportó al goteo constante de sudor y de sangre, mientras todos los
rastros quisieron disimularse en la laceración que semeja una sonrisa
bobalicona.
Sanín Cano nos permite establecer que el fastidio que se siente
ante el tono romántico es inferior al que despertaban entre los autores
del sentir exacerbado las criaturas artificiales de las obras neoclásicas;
nos muestra el crítico colombiano cómo aquellas maneras, que hoy tal
vez encontramos sin significación, buscaron nuevos caminos hacia lo
real: “los románticos regresaban a la naturaleza y describían o trataban
de describir al hombre verdadero a quien buscaban o en las selvas
de América o en las oscuridades de la Edad Media o en las ciudades
populosas de su mundo contemporáneo” (Sanín Cano, 1987, p. 193).
Las condiciones de realidad del sujeto sólo se trazaron en las
condiciones autobiográficas de la novela, pretendiendo a Feliciana,
Estefana, Lorenzo, Tránsito, Braulio, Cortico, Laureán, Remigia y
Juan como estampas de utilería en un mundo sumergido en la ficción
histórica sustentada en la emisión de documentos edulcorados; las
María leída a la luz del incendio
183
poblaciones en María fueron asumidas como elementos falaces o
como giros estilísticos nacidos exclusivamente en la imaginación del
autor. Colección de motivaciones que se silenciaron ante el afán de
encontrar características hebraicas, rasgos orientalistas o imitaciones
que se consideran, en tanto a tradición, de mayor proporción. Lecturas
que ratifican las maneras habituales del ser letrado como el sujeto astral
en un mundo que no olvida la molesta costumbre de hacer inventario
de ontologías en relación con edades o con metales.
…el temor a lo informe y desconocido que hemos señalado en
Efraín se traduce en un paisaje oculto y temido, y por ello innombrado:
otra vez del Dagua, las selvas del Pacífico colombiano con sus afrodescendientes libres desde décadas atrás, conocidas por Isaacs e
imposibles en el jardín de la novela: comunidades conformadas a
través de lógicas independientes de las letradas de la época y ajenas al
discurso de Efraín. El jardín se deshace en el Dagua, y esa disolución
tal vez apunta al carácter contingente, y siempre negado, de los
proyectos letrados”
(1987, p. 45).
Voces y fuegos habitan nuestra América aún ajena, levantándose
en destellos que generan contenidos que en mucho se diferencian de
las maneras europeas. Uno de los elementos vitales de María es la
africanía que no se disimuló, que fue ignorada y escondida tras velos
perfumados a rosas, tras mortajas que pretendieron momificar un
relato que no se agota en las valencias dictadas a látigo o tiza por el
centro. La historia de la novela es una gran acumulación de traiciones
al sentido de la misma, es una historia donde el autor sacrificado por
la automaticidad de los orgullos ve la vida de sus letras mientras sus
ideas se ahogan en mazmorras.
Isaacs nos grita un yo sé, yo sé del negro, como el yo sé que elevó
José Martí (1979) antes que a América le acallaran los teluros:
Yo sé de Egipto y de Nigricia,
Y de Persia y Xenophonte;
Y prefiero la caricia
Del aire fresco del monte.
184
Ethan Frank Tejeda Quintero
Yo sé las historias viejas
Del hombre y de sus rencillas;
Y prefiero las abejas
Volando en las campanillas.
Yo sé del canto del viento
En las ramas vocingleras:
Nadie me diga que miento,
Que lo prefiero de veras.
Yo sé de un gamo aterrado
Que vuelve al redil, y expiraY de un corazón cansado
Que muere oscuro y sin lira.
Aquella conciencia también habita en Isaacs. La elaboración de
la remembranza del continente negro por parte de una desarraigada
cumple la función de acercamiento a las otras versiones del sometido.
En el universo isaacsiano, gana gran dimensión tanto lo expreso
como el silencio, pues el testimonio dado y la lectura no hecha se
nos muestran como el reto por ser asumido. Lo no advertido se nos
muestra como el resquicio donde se arruman las voces de soporte para
la intención del autor crítico que busca lograr elevar nuevos lugares
comunes en torno a María.87
Efraín hace el homenaje del recuerdo ajeno de su aya asumiéndole
como a una cuestión de lo propio, como a una parte de la intimidad
de su historia, mientras el registro mediático adivina a los periodistas
británicos, contemporáneos de Isaacs, avanzando por África con un
látigo en la mano para azotar con renovada energía al que se desmanda,
al que se desmarca, al que se desmadra, al que se determina.
Juan Cabal (1970), quien reseña como a un héroe a H.M Stanley,
dice ya entrada la segunda mitad del SXX: “No hay mejor compañía,
en medio de la selva africana, que la de un rifle y el revólver, con el
aditamento de un buen zurriago” (p. 33).
El trabajo de Carmiña Navia (2005) resulta fundamental para elaborar nuevos universos de
sanción e interpretación entre las figuras de Nay y María. El trabajo de la profesora Navia brinda
valiosas luces para comprender esos perfiles femeninos cual dispositivos simbólicos.
87
María leída a la luz del incendio
185
5.2. África en Isaacs, mucho más que un recurso narrativo
En los capítulos que Isaacs le dedica al origen de Feliciana, se
niega el hábito de mostrar al África despoblada, aislada y por inventar.
El caucano muestra las disputas que se han desencadenado por los
avances del comercio, por la defensa de los territorios y por las
empresas pertenecientes a la institucionalización de la fe.
La apuesta ideológica de Isaacs nos sirve de mano que corre los
velos de la representación-obligación dictada por el políptico de una
Europa en eterna expansión y nos ayuda a entender uno de los pilares
de la no indignación generalizada por la miseria sembrada en nuestras
historias compartidas: la fábula diseñada para relatar a las tierras por
conquistar, desprovistas de características propias, de historias de la
adaptación, cundidas de demoniacos riesgos, es un elemento más del
aplazamiento de las culpas.
En María leída desde el incendio, nos encontramos de frente a
la historias de las violencias, nos topamos con las preguntas que el
inmerso en sugestiones, entrenado para creer, no quiso asumir cual
reclamos: ¿cómo una cultura sustentada en la concepción del pecado
pudo desencadenar tanta violencia sobre las distintas maneras como
el mundo expresó la relación del sujeto humano, los fenómenos y
el paisaje? ¿Por qué se sostuvo durante tanto tiempo la sanción de
culpable sobre los que se expresaron desde la particularidad? ¿Por
qué el registro histórico conserva como indicios de piedad a aquellas
empresas criminales? Las respuestas requieren del comprender
los marcos de legitimidad en que se movieron las acciones de la
regularización del mundo, pues tras los discursos hipnóticos se
estableció el ardid que consideraba la captura como a un acto afecto y
se desdibujaron las responsabilidades tras la idea de creer a la totalidad
de los humanos como esclavos de la voluntad de Dios.
David Brion Davis (1968) nos cuenta cómo se cimenta la idea de
los sometidos como los hijos preferidos del creador:
En el antiguo testamento se la asociaba con la humildad y la
renunciación religiosas, y así Abraham, Lot, Moisés, Job, David
eran calificados de esclavos del señor. Los hebreos fueron quizás el
primer pueblo que pensó en Dios como en un noble amo a quien podía
persuadirse a ayudar y guiar a su bajo esclavo (p. 67).
186
Ethan Frank Tejeda Quintero
Isaacs es consciente del ardid de los reyes como esclavos de Dios
y de los proclamados “prestigios espirituales” para los esclavos al
servicio del rey; el caucano en condición de principal conoce el goce
y el abuso de las altas prendas en el paraíso para los nacidos en la
resignación, pues ha crecido en medio de las figuras que fortalecen
la concepción de la potestad-majestad que sería fundamental para las
futuras colonizaciones y se ha formado en medio de los cultores de
la abnegación que resultaría primordial para las sofisticaciones de
la dominación que se disimulan tras la falsedad de las filantropías.
Cantú como fuente le ubica entre desconfianzas y transformaciones, le
muestra las costuras de la relación decisión-acción diseñada desde los
concilios, los espacios de encuentro de las cortes, los círculos donde
se da el contacto entre los poderes económicos, los aparatos militares
y las instituciones de la fe. Isaacs está informado del cómo se dictaban
los lugares comunes que harían posible la perpetuidad de una Europa
en expansión.
Isaacs se informó, tanto en Cesar Cantú como en Alonso de
Sandoval, del políptico que destinó a África cual laboratorio de aquellas
ofensivas dictadas por el discurso aletargante de la resignación.
Isaacs bebe de un África que se ha asumido desde los dispositivos
genéricos, que se ha vendido como relato homogéneo, que se ha
convertido en el pretexto para ratificar la fiabilidad de los relatos de
los libros sagrados. El novelista sentimental ha comparado la versión
de la resignación y del “rescate” con la versión de la tierra arrasada
contada por los esclavos de la hacienda vallecaucana, ha develado las
manos que convirtieron la madre-origen en la madre-escena, por eso
comprende cómo África terminó convertida en el teatro para el castigo
del pecado de origen (paraíso, mundo e infierno al tiempo) o en la
verificación de la efectividad del fulgurante designio divino sobre la
figura humana (Cam, la desnudez y la desobediencia del mandato que
se convierte en mácula o en la sobredimensión de las partes del cuerpo
asociadas al pecado).
África desdibujada es un continente asumido como motivación
temática de un caucano que no se vence en la imposibilidad del
contacto directo con sus territorios; que asume una empresa narrativa
que no debe calificarse como mero giro creativo, pues Isaacs
María leída a la luz del incendio
187
comprende a África como símbolo y como teatro ideológico; sabe
que es un escenario relatado superficialmente, en la fascinación de
lo inconmensurable, donde se evidencia un correlato de la trata en
su dimensión de simulacro que oculta la disputa por la fe asumida en
el disimulo de los mestizajes en suelo propio de los que bañaron de
pólvora al canto de sus purezas.
Isaacs entiende a África como un escenario donde los espíritus de
la figura del héroe significan la derrota ante la verdad de quienes se
asumen vencedores.
El correlato de Isaacs se alimenta de la muerte de los dioses, de
los semidioses, de los hijos de los dioses, se nutre de la máquina
aniquiladora del símbolo que avanzó sobre discursos de la dominancia,
mientras en lo concreto y sobre el polvo levantado por los apropiadores
se aprendía como la indicación de perseguir a los que se tildarían de
estirpes del demonio.
Isaacs estaba informado de cómo el tufillo de honorabilidad
vinculado a la noción del héroe occidental, construido desde las
entelequias de la valentía, el arrojo, la fidelidad y la entrega de
corazón, estaba al tanto del susurro casto que silenció en camuflajes
a las verdaderas voces de los afanes expansionistas de las diferentes
culturas que asumieron la explicación del mundo a través de una sola
figura divina. El novelista caucano conocía de las tensiones entre el
África del norte y el África negra, sabía de las poblaciones esclavizadas
por culturas tan dispuestas a matar por fe como los sajones, los latinos,
los indostaníes, los griegos, los romanos, se informó de las cortes
árabes tan dispuestas al crimen sistemático del otro como todos los
pueblos que han detentado, o pretendido detentar, la administración
adjetiva del mundo, aprendió, en la anécdota de los Berberiscos leída
en la enciclopedia de Cantú, cómo el ardid de la inferioridad de los
supuestos hijos de Cam se vencía en la efectividad de aparatos militares
que podían hacer morder a los cristianos la rudeza de la invención de
la sanción que les prometía ser eternos administradores de la versión
única del mundo.
Isaacs leyó cómo la solemnidad nos desdibujó las violencias, los
himnos nos maquillaron los rastros de los grilletes, los discursos
edificaron los detonantes de la mortandad como designio de los
188
Ethan Frank Tejeda Quintero
superiores. No podemos soportar ni un segundo más la imagen de un
escritor caucano asociado al milagro de la representación, liado a la
imitación de los autores del romanticismo; es necesario reivindicar
a un autor informado, asociado a una apuesta ideológica de la
representación de una historia en lo propio desatada por violencias
ajenas (violencias replicadas en modelos que convirtieron en cuestión
de orgullos a las rebatiñas). Isaacs no es sólo un sujeto que dispone
un universo idílico, es un autor informado sobre los discursos que
habitan el espíritu de una época, es un constructor de fascinaciones
al que se le pueden adivinar pensamientos de avanzada en medio de
las limitaciones que le imponen los aislamientos de la provincia del
Cauca.
Brion Davis (1968) cita al autor de Los nueve libros de la historia,
para aclarar cómo la legitimidad de la esclavitud era un elemento de
negociación tras las confrontaciones:
Según Herodoto, cuando un comandante persa dijo a dos valientes
espartacos que podían esperar grandes recompensas si se sometían
a Jerjes, ambos replicaron desafiantemente: “entiendes la vida del
esclavo, pero si uno nunca saboreó la libertad no puede decir si es o
no dulce” (p. 69).
Solemnidad que nos hizo suspirar las atmósferas, mientras los
dolores se nos negociaban en resignación. Captura que era abalorio
de los sucesos, de las victorias y de los “derechos” del brazo en alto y
la sandalia al cuello de los enemigos. Hombres convertidos en trofeos
que se disimularon tras la silueta recortada al sol del héroe; la falta
de claridad en los rasgos no nos permite ver que su pie victorioso
no presiona tierra desnuda. Disimulo del crimen que requiere de una
retaliación simbólica, disimulo que obra de la misma manera como en
Efraín la figura del enamorado esconde al pusilánime, camufla a aquel
que no ha de servir ni para evitar las quiebras ni para dictar los relevos
de intención en la administración de sus entornos.
Isaacs muestra la incapacidad de las principalías de su universo de
sentido para asumirse hermanados con los africanos en el compartir
la condición de esclavos naturales de la voluntad del padre: Dios, la
iglesia, el centro, el políptico europeo, el censorium sacramental:
María leída a la luz del incendio
189
—Hace cuatro días que recibí una carta del señor de M***
pidiéndome la mano de María para su hijo Carlos.
No pude ocultar la sorpresa que me causaron estas palabras. Mi
padre se sonrió imperceptiblemente antes de agregar:
—El señor de M*** da quince días de término para aceptar o no su
propuesta, durante los cuales vendrán a hacernos una visita que antes
me tenían prometida. Todo te será fácil después de lo pactado entre
nosotros (Isaacs, 1986, p. 53).
Honorabilidad maquilada. Hastío del autor. Velada mímesis.
Solemnidad de la obligación. Disimulo de los cautiverios. Argumento
que también se expresa en la compra piadosa de Nay por parte del padre
de Efraín, pues tras aquel gesto de honor se ocultan los tráficos, las
rupturas de la ley, la ausencia de control sobre las periferias que sumó
al arquetipo del hacendado a los inventarios de las rutinas subrepticias
del contrabando de sangre que se daba en la selva chocoana.
Isaacs atenta a las mentiras que se ocultan tras las fachadas
de nuestros honores. Sin embargo, la credulidad vence los plazos
donde los afectos y los abusos se convierten en la letra menuda de
los acuerdos casi contractuales del honor. Juego de los recovecos que
ocultan la intención de la perpetuada dominación ante el corazón de
los sugestionables, captura velada que se expresa en la nuez de la
hacienda: “—Pues bien, continuó, puesto que esa noble resolución te
anima, sí convendrás conmigo en que antes de cinco años no podrás
ser esposo de María” (Isaacs, 1910, p. 52).
Juego de honorables escénicos que se mimetizan en medio de
la selva del Chocó:
Mi padre allanó todo con dinero. Firmado por el norteamericano
el nuevo documento de venta con todas las formalidades apetecibles,
mi padre escribió a continuación una nota en él, y pasó el pliego a
Gabriela para que Nay las oyese leer. En esas líneas renunciaba al
derecho de propiedad que pudiera tener sobre ella y su hijo (p. 230).
Que se replica en la versión evocada de África: “Días y días
corrieron, y Sinar esperaba, porque en su esclavitud era feliz” (p. 209).
Isaacs lleva la voz de la violencia oculta tras la entelequia del amor
que serpentea en su novela hasta África, recorre los paraísos que son los
190
Ethan Frank Tejeda Quintero
velos de la injusticia de diversos cautiverios y resuelve a los principales
de su universo idílico como beneficiarios de las explotaciones auríferas;
Isaacs hace el inventario de las tierras disputadas entre la extracción y
la futura instauración de los monocultivos.
Más que un relato de mieles, es María la historia fragmentaria de un
proyecto de la dominación del hombre por el hombre; proyecto que se
completa cuando las geografías vencen sus gigantes a las maquinarias
regularizadoras y la educación sentimental genera placidez tras los
empobrecimientos colectivos; detrimentos correlacionados con la
riqueza sin límites de las instituciones que se rotan la administración
de la sanción sobre el mundo.
Brion Davis (1968) nos muestra cómo el afecto era una arista
más del desdibujarse paulatino del individuo, un viso incandescente
donde los rangos sociales, las clasificaciones de la dominación que se
asumieron cual naturaleza, fueron el alimento de los apologistas de la
esclavitud:
El esclavo natural carecía de libertad moral e intelectual para
tomar decisiones a la luz de un juicio razonado. Pero así como más
adelante los calvinistas negarían que el pecador fuera capaz de un
acto justo, y admitían sin embargo que ciertas gracias restringidas
le permitían acercarse a la virtud, Aristóteles admitía que el esclavo
tenía un alma parcial y podía, al menos, participar de la razón. El
esclavo era inclusive capaz de una forma inferior de virtud moral, que
surgía del desempeño adecuado de su función. Aristóteles no tenía
simpatía por la opinión de Platón de que los amos sólo debían ordenar
a sus esclavos y no conversar nunca con ellos de modo amistoso;
claramente, la relación debía ser de beneficio mutuo. Y sin embargo,
la verdadera amistad era imposible, pues el esclavo era incapaz de
devolver la auténtica buena voluntad o benevolencia del amo. Sus
verdaderos intereses no podían ser distintos de los del amo. Por cierto,
apenas se puede hablar que tuviera intereses, puesto que, como una
herramienta o posesión, no era más que una extensión de la naturaleza
física de su amo. Al parecer, el mejor esclavo era aquél que más había
conseguido borrar su humanidad (p. 72).
Compromisos, afectos, pasiones, vocaciones que son distintas
máscaras de la misma sujeción. Isaacs, enfrentado al mundo de
interpretación de sentido que significó el siglo XIX, es testigo de cómo
María leída a la luz del incendio
191
tras centurias de dominación las poblaciones se acostumbraron al
olvido de la ponderación del vínculo, ha visto a los hombres vencidos
que pasaron de deberse a las costumbres dictadas por la pervivencia
en el entorno y a los calendarios de beneficio a relacionarse con el
mundo a través de un sujeto etéreo. Isaacs ha sido sujeto de excepción
en ese panorama donde los sometidos se obligaron a responder a la
personificación de la divinidad que significa el amo, los emergentes
se resignaron a seguir los dictámenes de los aprendizajes técnicos,
los relatores se apuraron a cumplir los reglamentos de una escuela de
pensamiento o de una empresa, los esperanzados aprendieron a correr
tras la entelequia del éxito y los inconformes se abocaron a hincar
la rodilla en un mundo que parece no dejar caminos diferentes a los
dibujados por los tráficos y por las burocracias.
Las lecturas posibles de María son una cuestión de rostros y de
momentos. La condición de víctima luce generalizada, los hijos de
los europeos, los que se envilecieron en la defensa de su principalía
de periferia, también son absorbidos por los estigmas de la sujeción
y son considerados esclavos naturales de sus padres; en ellos los
grilletes se disfrazaron de “voluntad” o de “voz mayor”; por eso, la
voz alzada de América aprendió a moverse entre el ocultamiento y la
codificación, perviviendo bajo la idea de un lector futuro. En la voz
de los esclavos y en el desencanto del silencio centenario de los hijos
de los amos, Isaacs conoció los cómos del disenso velado que se vio
forzado a reinventarse constantemente en medio de la variabilidad de
las imposiciones.
¿Es María una obra de dicho disenso amortajado, de la inquietud
que se nos vistió de momia para supervivir a los regularizadores del
mundo? Isaacs refleja la confusión que se presenta en un mundo que
viaja de una legitimidad a otra, donde lo idílico aprende de condiciones
de sinceridad sólo si bebe de sus fuentes africanas. Isaacs se inscribe
en la literatura del compromiso, al mostrar la baja calidad moral de los
sempiternos administradores del mundo, mientras los susurros de una
línea de tercería nos sugieren edificar la completitud de los proyectos
cercenados por la dominación.
Ángel Rama (1982), en Transculturación y género narrativo,
nos habla del sistema narrativo en alusión a la construcción de la
192
Ethan Frank Tejeda Quintero
persona; citando a Guimarães Rosa nos muestra cómo esa elaboración
que significa la atención-intención del narrador es un elemento
de resistencia, de pervivencias que bien se pueden identificar en
María en el choque modernizador con una sociedad rural que aún
no ha aprendido a comprender sus contornos, en el impacto entre
las distintas lógicas de apropiación del territorio, en el imperio de
la resignación y la obediencia donde no es posible que se presente
variación, simultaneidad o alteridad de los discursos.
Isaacs entiende la voz de su narrador como un posible síntoma
de sus sugestiones pasadas, como un testimonio de las inocencias
bordadas por la reverencia a la figura astral del padre que condensa las
claves de la expansión de Europa, asidas por la pulsión cosmopolita
y vencidas por la conciencia de las nuevas maneras del dominio de la
geografías; dicha conciencia nos prenda con la posibilidad de ver el
relevo entre los soles en aquel cuadro sistémico que el mismo autor
reconoce como su galaxia de captura, por eso es urgente reconocerle
la condición de testigo significado ante el enroque entre la casa de
hacienda y las sedes industriales de los ingenios azucareros.
Efraín es una escenificación antónima de Isaacs, donde el autor
muestra a través de las inocencias de su narrador los desmontes de lo que
sólo ha de pervivir en lo codificado. Las lecturas habituales siguieron
exclusivamente la inocencia de Efraín e ignoraron la propuesta de
Isaacs. A los lectores de las monumentalidades para ser suspiradas
les determinó la búsqueda para disponer tinglados, teatros, retablos,
donde los sentires de excepción de Isaacs se adivinan homólogos a
la tradición impuesta por los modelos literarios burgueses; la lectura
con resaltador de elementos homogéneos a las utilerías románticas le
negó la ambigüedad a la novela, le cortó de raíz las apuestas irónicas
y elaboró el servicio de la obra a una de las farsas mejor edificadas:
los orgullos regionales. Retablo de suspirantes donde no se pondera la
burla al amor cobarde, a la relación maldición-linaje-enfermedad, a las
maneras de los acuerdos tecnocráticos, a la caducidad de los prestigios
impuestos, a la voz hipnótica del padre.
María ha sido leída en la piel, tal vez en la voluptuosidad de su
frugal pulpa, pero a su nuez se le ha cortado la opción de prosperar
como semilla. El ethos de su lectura es una especie de castillo de
María leída a la luz del incendio
193
dulce, donde la bruja no pretende engordarnos para alimentarse, pues
se la juega por atraparnos en condición infante para el deleite de
aquellos que cobran por nuestra conversión en sujetos ornamentales.
Tramoya del escenario único, donde cualquier pretexto es bueno para
renovarnos la marca de carimba, para pintarnos de rosa el distintivo
de esclavos, para sumergirnos en la inacción del atrapado entre aguas
perfumadas. Trucaje de lo sugerido y de lo expuesto que hace se pueda
aplicar sobre la literatura la imagen de la piel sobre piel, de las capas
y de las máscaras de bailes de coreografías exactas, de los disimulos
que se pretenden la eternidad.
Brion Davis (1968) nos entrega una frase que es fundamental para
comprender la intención de eternidad de las lógicas de sujeción: “La
promesa de Dios, que se revelaba a sí mismo a la humanidad a través
de un pueblo elegido, se asociaba con la emancipación de la esclavitud
física y la aceptación voluntaria de una forma más alta de servicio” (p.
67). Voluntad de servicio que fortalece la institucionalidad mientras
sacrifica las angustias particulares; resignación que se pretende como
única moneda para pagar la afrenta a la sonrisa, mientras se considera
al silencio como el estado máximo de pureza y de compromiso.
¿Ante aquel desasosiego es urgente leer a María en clave incendiaria?
Sólo en el vencimiento del melodrama de los amos. Una de las
herencias de la colonia fue el entrenamiento para devorar simulacros,
para cargar con lo falaz de los orgullos. Aquellas condiciones de la
pureza insostenible se expresan en Isaacs, en la inclusión de elementos
donde se revelan las africanías, las utilerías hebraicas, las atmósferas
orientalistas, los universos del tránsito que dictan las condiciones del
ser americano. Valías de la obra que se han ido acumulando a paso
lento, pues la aproximación dictada por los cánones europeos, más
que develar, fortalece a los disimulos, pues sólo la mentira justifica
la reivindicación orgullosa por la historia que Europa dibujó sobre el
mundo. Mentira pragmática, mentira sempiterna, mentira para hacer
verdades de la sugestión. Ejemplo claro de ello, la ofensiva árabe
sobre territorio europeo, avanzada que está más que documentada,
pero que sustentada se encuentra en el gesto de convertir en una mera
anécdota de imitaciones folclóricas los mil años de dominación del
mediterráneo por parte de las culturas de oriente; ignorancia de la
194
Ethan Frank Tejeda Quintero
historia múltiple del origen que se apaga tras figuras de plañideras que
olvidaron su oficio, mientras el andar del insostenible desentendido se
mueve a placer transformando en una gran colección de textos para
todos los soportes narrativos, todos los tiempos, todos los géneros que
devienen en formatos, la derrota persa a manos de los soldados de
Salamina.
Isaacs desde el incendio sostenido y pintado de rosa nos grita: La
verdad de nuestras purezas es una gran mentira. Falacia que hoy se
debe a proporciones y obedece a espectros de divulgación, donde nos
es importante, para la caducidad utópica de la dominación, entender
quién porta la pluma; pues nos es urgente comprender quiénes
administran las claves de lectura. Quiénes nos dosifican la fiabilidad,
los entendimientos y las incertidumbres ante los acumulados, quién
financia la sofisticación del “rotundo saber” que llena de luces la
enciclopedia, mientras adosa de bostezos a las versiones ampliadas.
Le invito, lector de ideales, a imaginar el hoy de nuestros
entendimientos si la versión de América que nos gritan los libros de
texto fuese la de Alonso de Sandoval:
Es la América casi tan grande como las otras tres partes del
mundo juntas, y así la dividieron los geógrafos en otras tres partes
que llamaron mejicana, peruana y magallánica. En la parte peruana
han querido decir algunos que hay naciones de negros tan incultas
y remotas, que no han venido a nuestra noticia. Fúndanse en que
Juan Ochoa de Salde, en la primera mitad de su Carolea, folio 74, en
el descubrimiento que Vasco Núñez de Balboa hizo del mar del Sur,
cuenta que en la tierra firme del puerto de Cartagena, subiendo por el
río Darién adelante, y de la provincia de Urabá con ciento y noventa
soldados, en primero de septiembre de 1513, y llegando a Quereca,
tierra de un indio llamado Tereca, halló que servían a este cacique
negros que fueron, dice, los primeros que los nuestros vieron en las
indias. Lo mismo dice Juan Botero, que prueba ser naturales de la
tierra, y que solamente habitaban en un lugar llamado Quereca. Y en
la vida del beato Padre fray Luis Beltrán, de la sagrada orden de los
predicadores, se dice que en esta Provincia de Cartagena, donde fue
siete años doctrinero el Santo, halló en el discurso de su peregrinación
una isla, donde los más eran negros, aunque había entre ellos algunos
blancos (1987, p. 11).
María leída a la luz del incendio
195
Se notaría lo disimulado, se convertirían en discutibles las certezas,
se vencerían los pretextos para los orgullos atávicos. Qué sería si nos
enseñan versiones desprovistas de la enfermedad de lo genérico, si
nos prendaran con relatos surgidos en una administración adjetiva no
motivada por el desprecio; qué sería si nos muestran cómo vencer a
los condicionantes institucionales de los replicantes-autores de aquello
que nos enseñaron bajo el tenor de verdad. Qué sería si desde pequeños
nos enseñan a leer María en una clave distinta a la clave del amo.
No es nada nuevo expresar que la historia que se teje de anécdotas
es una construcción ficcional sustentada por el simulacro, es una
pira en torno a la cual bailan los adoradores de un pequeño dato
historiográfico que es el soporte de los defensores de la poética de
las purezas, que es el sol de los perpetuadores de un indicio nimio,
que es el pretexto de los elegidos por el no intercambio que funda las
supremacías como el detonante de las rebatiñas.
5.3. La inclusión de los capítulos del melodrama africano: ¿lección
no aprendida?
El hábito de no asumir los procesos de intercambio se mantendrá,
mientras le siga exhibiendo practicidades la frecuente negación del
sur de España y sus maneras de expresarse nacidas en el vínculo, en la
conquista no relatada, en el mestizaje asumido vergonzante. Supervivirá
el afán de ignorarnos mientras les funcionen los adjetivos construidos
para fortalecer la referencialidad de Europa en tanto a las identidades
que hicieron del mundo una cuestión de lo vertical, donde a los que
no somos hijos del centro se nos piensa cual maromeros ansiosos que
luchan por superar edades.
Nuestra existencia en el efecto de la no existencia, nuestra
reivindicación en el camino que va de la insistencia a la resistencia nos
lucirá única, mientras se reparten los rótulos creados por los bautistas a
beneficio de los prestigios que se colectan en los recipientes de los que
pretendieron reclamar para sí el título de fundadores del mundo, nuestra
supuesta condición subalterna les ha de urgir para que la rueda de los
desprecios nunca se detenga.
Reconocernos en la calamitosa hermandad lucirá un imposible
mientras a los que cambian de aperos su condición de amos les funcione
196
Ethan Frank Tejeda Quintero
el discurso vencido y pútrido que justificó los rescates. No pararán de
sofisticarse las sujeciones mientras se confundan las alteridades con
metáforas de las pobrezas y las enciclopedias otras se administren con
la desconfianza con que se guardan los fetiches en un baúl destinado a
áticos, reservas, cavas malditas o al cuarto de los trebejos. Se mantendrá
la negación del intercambio en la pulsión genérica que no considera
la existencia de tránsitos que escaparon a los intereses institucionales,
mientras nos terminamos de acostumbrar a devorar los silencios nutricios
de la nada por la nada. La plácida ignorancia de nuestras condiciones,
de nuestras versiones, de los porqués de nuestros textos, ha de pervivir
en la no comprensión del otro más allá de los gestos lastimeros o de las
sorpresas maquilladas en una falsa fascinación.
Reivindicación en medio de la condición de espectadores y de
espectados, de sujetos conscientes de la sujeción, es la que propone, tras
un intra-epígrafe de Ezra Pound, José Luís Díaz Granados (1967):
Entre el humo veo a Dios: una criatura
Con manos mutiladas esculpida,
Aborto de la nada y del silencio,
Rey cóncavo y convexo, mar que brilla,
Tempestad vacilante en el vacío
Terrestre, dulzura casi escondida,
Un poeta invisible, sin aroma,
Un ídolo criollo, un barro chibcha,
Un continente arcano sin linderos,
Una palmera inmensa en una isla,
Dios es el aire, el agua, las sabanas,
El jaguar, el color, la tierra misma,
Las montañas de América, las piedras,
La paloma, el espacio, las orquídeas,
Es algo grande y a la vez pequeño,
Es la espuma del mar de las Antillas,
El átomo más simple de la pampa,
La cima de la cordillera andina,
Es mi amigo de todos los instantes,
Mi palabra, mi flor, mi poesía,
Y sobre todo es el excelso astro
Que le dio luz mortal a mi semilla… (1967, p. 49)88
88
Revista Letras nacionales, número 14, mayo –junio 1967.
María leída a la luz del incendio
197
Ha de seguir corriendo la ruleta que salva o condena, girará en las
historias condensadas que se convirtieron en los adjetivos que hoy
nos resignamos a asociar con el orgullo, ha de revivificarse en la idea
de lo documentable asociado a al espectáculo de excepción y no a la
cotidianidad que se expresa en el derecho a ser sin la intervención de
censoriums que ejerzan sobre ellos las acostumbradas administraciones
adjetivas. El hábito de la sub-ponderación de lo nuestro, de lo que
constituye el concepto de lo nos-otro, ha de fortalecerse mientras se le
encuentre practicidad al no relato de la figura del indiano que soporta
el tránsito de bagatelas en una España que no produce y se desmorona
entre vanidades que se convierten en el boquete de las despensas. La
cartilla que nos enseñó a ningunearnos ha de aplicarse con violencia,
mientras le provean uso a la estampa simpática del extrañado que se
sumerge en elixires que resuelven los misterios de las lenguas, ha de
arder como distintivo de los mal llamados caminos seguros, mientras
aparecen los uniformes de mudanzas simbólicas que le busquen
acomodo a nuestros dramas entre la legitimidad de los lectos que
hoy caracteriza a la voz de los hombres distinguidos por galones, por
títulos o por ribetes de legitimación.
Nuestra rodilla en tierra no habrá de ponderarse, ante las derrotas
de las motivaciones que dependen del entrenamiento para lo sensible,
por encima del entrenamiento para la burla o del entrenamiento para
el creer. La inocencia impuesta ha de servir de estímulo a nuestras
bajas estimas, en tanto le sigan bordando a las banderas los bocaditos
de la sanción que si bien no son gratuitos sí obedecen a la ubicación
ponderativa-comparativa de los ethos de las historias de nación.
El incendio panfletario, que hace posible como tono a este
libro, existe en la no advertencia de la apuestas ideológicas de la
reivindicación de condiciones particulares en medio de la literatura
del siglo XIX en la tierra rebautizada como América; el gesto del
libelo-repetición se hace necesario en la geografía liada a la idea de
lo latino, que se supuso a ultranza, donde la versión descarnada no
se da en autorías que, en tanto a la estética del texto, nos insinuaron
no han vivido el proceso requerido para reclamar su propio rostro.
Facilidad nominal, casi imposibilidad de apropiación conceptual:
tri-etnia, multiculturalidad, crisoles artesonados, multiplicidad
198
Ethan Frank Tejeda Quintero
falsamente asumida que nos lleva a la anulación de las certezas y a
la neutralización de las indignaciones, los duelos y las voracidades
memoriosas.
Alejo Carpentier (1953) nos hace testigos de un sujeto que abre
los ojos en su particular caverna, nos conduce hacia una de las
claustrofobias posibles entre aquellos que han engordado como a
pavos sus miedos al afuera, nos cuenta la urgencia de comprender el
valor de la literatura de la inmersión en uno que en medio de la presión
simbólica y la presión institucional recibe un baño de autoconciencia
que establece los derroteros de sus futuros Pasos perdidos.
Tres artistas jóvenes habían llegado de la capital un momento
antes, huyendo, como nosotros, de un toque de queda que les obligaba
a encerrarse en sus casas desde el crepúsculo. El músico era tan
blanco, tan indio el poeta, tan negro el pintor, que no pude menos
que pensar en los Reyes Magos al verles rodear la hamaca en que
Mounche, perezosamente recostada, respondía a las preguntas que le
hacían como prestándose a una suerte de adoración. El tema era uno
solo: París (p. 78).
Clave de incendio que hace sea posible concebir al afuera en
condición de adentro, clave de luces irregulares donde el viaje hacia
lo temido atenta a la distribución entre los orgullos y las vergüenzas;
circunstancia, más no efecto, en la que aquello que se nos vistió
de monstruosidad, de relegamiento, se nos enseña como urgente
certidumbre; clave de conflagración donde lo primero que se convierte
en ceniza son los grilletes de las vanidades impuestas.
Los veía yo enflaquecer y empalidecer en sus estudios sin lumbre
—oliváceo el indio, perdida la risa el negro, maleado el blanco—, cada
vez más olvidados del sol dejado atrás, tratando desesperadamente de
hacer lo que bajo la red se hacía por derecho propio. Al cabo de los
años, luego de haber perdido la juventud en la empresa, regresarían a
sus países con la mirada vacía, los arrestos quebrados, sin ánimo para
emprender la única tarea que me pareciera oportuna en el medio que
ahora me iba revelando lentamente la índole de sus valores: la idea de
Adán poniendo nombre a las cosas (Carpentier, 1953, p. 80).
María leída a la luz del incendio
199
Incendio directo en la voz del acusado de mil cargos (entre ellos
el de la maravilla asumida cual aretes de lo real) que se sumó a la
lista de los regularizados por las inquinas, que se escribió rutilante
en la lista de las víctimas de los odios por parte de quienes no gustan
de ser desnudados; incendio desde la voz de uno sancionado por las
econometrías aplicadas al lenguaje en un mundo que ha olvidado que
la palabra es gratis.
Por su parte, Isaacs logró camuflar entre suspiros los elementos
atentatorios de su novela, esquivando a los cazadores de chilindrinas89
y a los edificadores de ethos que servirían a los escapistas de lo
asumido sin ser aprendido. La relectura de Isaacs en clave incendiaria
nos permitiría contar las veras, desentrañar en lo que se escuchó en
la distancia como silbo sinsentido, esculcar los baúles, los aperos, los
cuartos donde se refundió lo que se nos enseñó cual vergüenza, pero
que no nos atrevimos a desechar totalmente; esa clave de lectura nos
permite buscar tras las vanidades que se pretenden máscaras de hierro
que nos niegan el rostro de nuestros fetiches, de nuestras hechicerías,
de las aprendidas supercherías; la luz del incendio que pretendieron
edulcorarnos nos permite hacer acopios sin pretensión de inventarios
de lo que quedó del nosotros en todas las geografías después de aquel
cruento exorcismo de siglos.
En la obra de Isaacs se oculta la conciencia negada de la
imposibilidad de las purezas que desmontaría en dos movimientos
súbitos, casi de tronar de dedos, el imperio de los cánones europeos.
La lectura de María a la luz sincera de aquel incendio, nos prendaría
con el esclarecimiento de los orígenes que mostraría las falacias
de esa apuesta regularizadora que determinó el pensamiento de los
intelectuales católicos adscritos a la restauración; nos legaría el
golpe de conciencia que enfrentaría a la caducidad los argumentos
de los que nunca se cansaron de reivindicar los valores de América
exclusivamente en las influencias de un mundo considerado prístino.
Dicho mundo existe sólo en el desequilibrio de lo contado, en el
ignorar lo que se ha dado a llamar las escrituras afectivas, en negarse
a escuchar las diferentes motivaciones de las voces.
89
Expresión usada para significar a la caza mal intencionada de gazapos a la que fueron
sometidas las obras que atentaron los establecimientos tanto simbólicos como políticos.
200
Ethan Frank Tejeda Quintero
El novelista caucano hace un gran esfuerzo para la afinación de
un oído que puede ser víctima de la costumbre de sólo escuchar las
solemnidades de los amos, se detiene en la condición de un sujeto en el
que otros sólo adivinarían pobrezas: Bibiano; se esfuerza en reconocer
las delicias de un relato con utilerías que le resultan ajenas: la historia
de Nay; se propone expresar lo que se esconde tras la temperancia de las
poblaciones que los frescos y los cuadros de costumbres condenarían a
ser meros aditamentos de los tránsitos: Laureán y Cortico.
Isaacs atenta el imperio de lo único, muestra los aportes negros en
las mesas, en las prácticas, en las musicalidades y en nuestros modelos
de composición futura, pero sus intenciones son regularizadas en la
sanción reiterada de lo romántico por lo romántico, son neutralizadas
en la administración adjetiva que intenta no ver la captura del sujeto
en tanto a su entorno aspirado, recordado y vivido.
Al respecto de los fragmentos dispersos, que son constituyentes de
lo que Salvador Bueno llama el paisaje humano, Isaacs es uno más en
aquel paisaje y está sujeto no de la condensación ni del apocamiento
sino de la significación del todo en la particularidad; Isaacs es quien
pasa de la estancia de los amos a compartir las dinámicas de los
campamentos, es aquel que se ve obligado a conocer las historias de
los tambos y a devorar los relatos de los entraderos, de las madres
de aguas, de los bastones de poder. Isaacs conoce las celebraciones
que se sustentan en la solemnidad de las chichas, los saucos y los
pildés, escucha los cuentos del amor posible tras la ingesta de la flor
del Quereme, conoce la vida que hay en las preparaciones que burlan
aquella cascada constante y sin montaña que es la lluvia en el Pacífico
colombiano.
La sugestión en Isaacs es de un orden que escapa a la referencialidad
de lo letrado, ante ella se debe el compromiso de reconstruir la idea
del afecto por lo popular y el homenaje inmenso a los que escapan de
la cárcel de la idea de honorable impuesta tras tantos cautiverios. La
lectura de lo múltiple en María requiere del desmonte de tramas y de
sub-tramas, requiere de aplicar luces sobre sombras que hacen de la
mímesis en la novela un aspecto que invita a la creación, donde las
tesis que alimentan nuevas miradas requieren, más que certezas como
cimientos de los argumentos, gracia en el estilo, gracia para reconocer
María leída a la luz del incendio
201
que pasar por alto es una culpa a la que nos enfrentaremos todos los
que nos detengamos a leer María tanto en la yarda como en la micra.
Manuel Zapata Olivella (1967), en María testimonio del
romanticismo, se bebe los camuflajes de lo mito-poético y llega a
considerar ignorado por parte del autor aquello que pervive gracias a
las claves de la encriptación:
Isaacs elude en María totalmente el tema del indio muy conocido
por él. No olvidemos que su pasión por la antropología lo llevó a
estudiar a lomo de mula, a los indios chimilas, arhuacos y motilones
del Magdalena. Aislado o no, el indígena está presente en el Valle del
Cauca. De desear introducirlo en su novela, habría podido hacerlo sin
violentar el argumento o la geografía. Es posible su propósito de no
incurrir en un tema que hubiera aumentado similitudes con las novelas
exóticas de los románticos franceses (p. 23).
El indígena no es ignorado por Isaacs, es incluido en tanto al
vínculo, en esos espacios donde su dimensión mítica habita la estampa
del negro en el Pacífico, en los gestos que obedecen a una poética de lo
oculto donde los perseguidos se ratifican y reivindican.
María nos permite adivinar a la discusión sobre las razas como
una cuestión caduca, pues nos dispone ante un panorama donde los
choques, los encuentros y las tensiones han fundado la legitimidad
de un ser que se da más allá de las imposiciones. De tal manera, ante
el concepto de paisaje humano, es necesario ver en la novela no sólo
lo que aflora, es urgente rescatar lo que fantasmea, destacar aquello
que fue ignorado por las administraciones adjetivas del texto que se
limitaron a encontrar odios o simpatías por las poblaciones vistas
como subalternas en la obra sentimental.
Zapata Olivella se esfuerza en trazar los afectos por los negros
que el perfil de Efraín significa en la enunciación como parte de su
educación relacional: “Pude notar que mi padre, sin dejar de ser amo,
daba trato cariñoso a sus esclavos, se mostraba celoso por la buena
conducta de sus esposas y acariciaba a los niños” (Zapata Olivella,
1967, p. 24, ref. Isaacs, p. 9).
En esa lectura del afecto, Zapata Olivella enfrenta a Isaacs a los
riesgos de la caducidad del indicio, riesgos donde lo que se ha visto
202
Ethan Frank Tejeda Quintero
desde el cariz del aprecio se ha de leer como la prueba de la simpatía
de parte del autor de María por las dinámicas de sujeción que eran
los amarres del universo idílico de la hacienda vallecaucana. Afectoefecto, desprecio-efecto, que pueden empobrecer las posibilidades
de aprecio de la obra entre las generaciones futuras; desafectadas
miradas que pueden minar la ponderación de María, por eso es una
obligación crítica llevar las nuevas lecturas más allá del intentar ubicar
antonimias entre las sanciones del perfil protagónico y las de los
sujetos no excepcionales que en la novela se constituyen cual indicios
del espíritu de una época determinada por los amarres de la majestadpotestad.
Las futuras miradas no deben ser presas del juego de perfiles
antagónicos entre Carlos y Efraín que Zapata Olivella refuerza
para intentar establecer a beneficio la conmensura del héroe que
simbólicamente determina al sujeto enamorado en un mundo movido
por el desprecio. Carlos habla de la friega que resulta racionar a los
negros en los días de matanza, mientras Efraín ofrece a la figura de su
padre y a su familia ante la orfandad del hijo de una esclava. Gestos
y acciones, estampas que vistas hoy establecen la confusión entre el
ardid del afecto para la sujeción y la excepción del afecto en medio de
la sub-ponderación del otro; elementos del relato que ven fenecer las
posibles sorpresas de nuevas lecturas, cuando se les reduce a anécdotas
y no se les considera en la continuidad o discontinuidad con el paisaje
humano representado en la novela.
La instrumentalización del otro, que es balanza entre inocencias y
brutalidades, es otro elemento rescatado por Zapata Olivella que puede
ubicar a María a mitad de camino de lo destacable y de la condena.
…A poco se presentó un negrito medio desnudo, pasa monas, con
un brazo seco y lleno de cicatrices.
—Lleva a la canoa ese caballo y límpiame el potro alazán.
Y volviéndose a mí, después de haberse fijado en mi cabalgadura,
añadió:
—¡Carrizo con le retinto!
—¿Cómo se averió así el brazo ese muchacho? —pregunté.
Metiendo caña al trapiche: ¡son tan brutos estos! No sirve ya sino
para cuidar los caballos (Zapata Olivella, 1967, p. 24, ref. Isaacs p. 57).
María leída a la luz del incendio
203
Es urgente salvar las obras de la veleta adjetiva que se establece
entre los tiempos, pues la sanción y la motivación de la acción para
los personajes no pueden ser leídas desconociendo el paisaje humano
al que obedecen o atentan.
El paisaje humano es el espacio de sentido que supera a la
anécdota, a los protagonismos totales, que exige disposición profunda
en la lectura. Lectura que aún no se cansa de aplazarse, mientras la
premura signa a los testigos que no se lastiman por la pérdida de lo
invisibilizado. Nos faltan duelos, nos sobran mausoleos marmóreos a
la memoria de los prestigios que degollaron a quienes no se dejaron
confundir; circunstancia de desigualdades en la proporción del relato
que obedece a nuestra mejilla en tierra por una sola versión del héroe.
Esta lectura, en tiempos donde Isaacs es cargado de nuevas culpas,
se vivifica en el imaginar pretextos para las loas, que no deben ser
confundidas con los orgullos automáticos que nos dictaron las leyendas
de un Valle del Cauca susceptible a las estrategias de marca región.
Zapata Olivella (1967), al destacar elementos diferenciales de la
obra, sin duda, ha de ser el pretexto de futuras condenas a Isaacs, no
obstante se le debe agradecer una reivindicación valiente de la obra:
Si observamos los trazos que hace Isaacs de esclavos, manumisos y
mulatos, su situación social en un momento en que no quedan precisados
los límites de la esclavitud y la servidumbre que trajo la ley bolivariana
de libertad de los esclavos, encontramos que la “María” es la primera
novela con temática negra que se escribe en tierra firme (p. 23).
Sin pretender llegar primero, Isaacs es el relator de la maravilla, es
el testigo de un telón de fondo que se escapa a las pretensiones de la
vanidosa página que adivina la tradición literaria como fuente única.
La novela de Isaacs es el primer paso —hoy advertido— para el futuro
equilibrio en lo contado donde los negros dejan, paulatinamente, las
sujeciones para convertirse en los verdaderos amarres de un universo
idílico que se adivinará imposible por fuera del asumir las exuberancias
y la multiplicidad de orígenes de nuestros relatos.
María es la ratificación de que el equilibrio de lo relatado es un
reloj de arena con un lado cojo de granos, donde la multitud de voces
y los suspiros seriales intentan acallar a los que no necesitan del
204
Ethan Frank Tejeda Quintero
grito para hacerse escuchar. María no es una novela para los puros,
no es un mero pretexto para lo cándido. Isaacs no negocia fácil las
inocencias y establece un escenario donde la candidez se funde, entre
fuegos, aguaceros, desbordes y estancias abandonadas-tomadas, con
el sacrificio; Isaacs se mueve en un entre telones donde se expresa
la conciencia del ardid para alguien converso a fuerza de moneda y
de espada: la pureza heredada es una de las más grandes mentiras de
aquellos que hicieron de sus poblaciones una sumatoria de crédulos.
Cada que una rodilla muerda el suelo de Europa, cada que el viento
peine el camino de Compostela, cada que Dios escuche que le llaman
con el susurro de un Ojalá, se dará el testimonio del triunfo de oriente
sobre el territorio expandido del continente europeo. De tal forma,
una tradición cristianizada que avanza cazando infieles, que confunde
los términos evangelización y civilización, que siembra la espada
sobre territorios no leídos desde las prácticas, no ofrece más que una
versión tal vez no esperada del triunfo del proyecto de oriente sobre la
tierra. En otras palabras, el triunfo de Europa es la derrota de Europa,
es la pre-valencia de un concepto impuesto por encima de todas las
conciencias (del sí, del nosotros, del otro): el monoteísmo.
En María, la condena tras la conversión se nos presenta como el
teatro de los aletargados: Nay es una africana conversa, Sinar es aquel
que escucha la capacidad sincrética del discurso cristiano que convierte
el sacrificio de un hombre en la resignación por la aniquilación de
miles. Isaacs establece un mundo, establece al amor en ese mundo,
profundiza los perfiles y elabora la honorabilidad de la muerte, su
intención parece ser la de ratificar a la persona africana más allá de
las lecturas exóticas del contexto; después atenta dicho mundo en el
contacto con los proyectos europeos, pues el universo de pugnas entre
los propios de África no desencadena la extinción del sentido de los
pueblos; habitualmente, el relato de la sujeción se pierde en un lugar
donde la hermandad entre las víctimas es cosa simulada o es cuestión
ganada en la solidaridad que exigía el compartir entre las fauces de las
naos negreras. En ese sentido, María aporta cuestiones de excepción
en la comprensión de lo escénico del proceso propio interrumpido:
la caída del universo de la reconciliación africana, representado en la
escena del perdón y la trasmutación del victimario en figura paterna, se
María leída a la luz del incendio
205
anticipa en los silencios prolongados de Sinar; lo no propicio de aquel
sueño de Nay se devela en los ensimismamientos, en el desdibujar los
proyectos comunes de un idilio que ha nacido en las mordidas que la
lanza de un soldado desconocido dejó en el cuerpo de un príncipe.
En el instante de la publicación de María, los intervencionismos
sobre el suelo de África se han transformado, requieren el rostro de
la reivindicación del sujeto cautivo, tras la inefectividad del ardid
piadoso, para sustentar la ofensiva por la instauración de los negocios
en torno a los recursos naturales. África provee los materiales de las
futuras ostentaciones, en un panorama de inestabilidades políticas
donde la regencia ha saltado de las manos de las instituciones de la fe
a las de las grandes fuerzas económicas que, en medio de camuflajes,
determinan la influencia de las coronas europeas sobre los poderes
ejecutivos de las nuevas patrias. Cuestión de poderíos militares y de
presencia en aguas internacionales de aparatos estratégicos, teatros
operativos, que determinan acuerdos cojos entre prohibiciones y
reivindicaciones, universo de asociaciones convertidas en la leña de
los contrabandos relatados por Isaacs en su novela.
El novelista caucano habla de una época en la que se disponen los
maquillajes que han de convertir la transformación de la máscara de los
colonialismos en la pretensión del desmonte de los mismos. Margarita
Gonzáles (2005), en sus Ensayos de historia colonial colombiana,
nos da claridades sobre aquel panorama de reordenamiento de lo
geopolítico, nos habla de aquel instante de preparación de los poderes
en lo que significaría el paulatino desmonte de la economía sustentada
en las tratas, proceso que contó con la principal regencia de los
ingleses:
El antiesclavismo inglés coincide con la entrada del capital
inglés al continente africano. “Pero al margen de los movimientos
antiesclavistas, de los tratados y declaraciones internacionales, había
otras presiones que fueron absolutamente determinantes, las que
iban aniquilando la esclavitud africana como un mal que era preciso
eliminar de raíz. Aunque parezca paradójico, estos motivos de fondo
eran esencialmente colonialistas…”. De entre todas las potencias
europeas, Inglaterra fue la primera en dar el paso indicado en África.
Su desarrollo económico industrial se lo permitía, y no solo esto, sino
206
Ethan Frank Tejeda Quintero
que le daba, inicialmente, la primacía en el liderazgo colonialista.
Durante las guerras napoleónicas, el liderazgo inglés en materia
de colonización sobre el resto de países europeos, y por supuesto
el liderazgo en materia comercial había prosperado enormemente.
Inglaterra gozaba todavía de lo que se puede concebir desde un
monopolio de las ventajas aportadas por la mecanización, y en lo que
fueron sus guerras navales con los países de la Europa continental
logró desplazar de los mares a las flotas mercantes de sus rivales (p.
185).
Podemos asegurar que Isaacs, según la develación de sus fuentes,
es consciente de las desconfianzas asociadas a la participación del
proyecto británico en los avances humanísticos y filantrópicos que
derivan en la abolición de la trata.
En la enciclopedia de Cantú (1869), Época XVI, capítulo XI,
podemos encontrar el testimonio del viraje políptico de una potencia
que ha asegurado el dominio tanto de las técnicas, que organizarán
la pirámide del mundo en relación con el concepto de progreso,
como de las rutinas de ultramar; el enciclopedista chileno nos ubica
ante el instante donde la dominación sigue la ruta propuesta por sus
sofisticaciones:
No dejó nunca Inglaterra de emplear los medios que reputaba
más oportunos para la abolición de la trata; pero la constante
propensión de esta nación a ser dominadora de las demás con artes de
incomprensible política, hizo dudar si en esta noble empresa atendería
más a su engrandecimiento que a la filantropía, y si con el derecho de
visita aspiraba a detener las naves de sus émulos, al mismo tiempo que
con la abolición de la trata procuraba asegurar el incremento de sus
colonias en la India, sostenidas, aunque no por negros, por otro tipo
de esclavos (p. 713).
El mismo Cantú en el tomo VI, Época XVIII, capítulo XVII, habla
de los resquemores de las potencias en torno al cambio de actitud
tanto de la Iglesia como de la Corona británica, habla de las distancias
que hacen naufrague el pacto de abolición que a punto estuvo de
ser firmado por los reyes de Europa en el encuentro de poderes de
1817, de la atmósfera de posible transformación que significó el
María leída a la luz del incendio
207
acuerdo de prohibición de la trata, firmado por Francia, Austria, Gran
Bretaña y Rusia, tras el congreso de Viena de 1840; concertación
de los dominadores que se da como reacción a la redistribución de
fuerzas urgentes en un mundo donde ya han dado frutos aislados las
independencias. Desde su enciclopedia, Cantú informa a Isaacs de la
distancia existente entre los discursos y la acción, le hace consciente
de las condiciones que determinan el surgimiento de “las buenas
voluntades de papel”; de tal manera, nos encontramos con un Isaacs
con los ojos abiertos en aquel instante donde se fundan lo que hoy
asumimos como falsos altruismos.
De la enciclopedia citada por el escritor extraemos fragmentos
contrastantes. En el tomo IV, capítulo VI, Época XIV:
Desde 1789 a 1819, los ingleses llevaron a Cuba trecientos mil
(esclavos), de los cuales murieron cincuenta mil en el camino. En la
Jamaica, a principios de este siglo (XIX) había noventa mil esclavos
y veinticinco mil blancos. Se calcula que de los negros mueren cada
año el cinco por ciento, de modo que se renuevan cada veinte años.
Suponiendo que en las dos Américas haya tres millones de personas,
sin contar las que hayan perecido en el camino (pp. 710-711).
Del tomo VI, Época XVIII, capitulo XVII:
Inglaterra, que en 1817 impuso pena de muerte a los que se
ocuparan en él (en la trata negrera), estableció un crucero de buques
en las costas africanas que se apoderase de los negreros, cualquiera
que fuese su bandera, y los sometiese a juicio. De aquí se derivó
inevitablemente el derecho de visita; pero las demás naciones, viendo
en él una supremacía usurpada por aquella potencia, se opusieron a
esta medida con todo su poder. Los Estados Unidos, celosos de su
independencia, se evadieron siempre de someterse a las órdenes y a
la visita de los ingleses, y las formas jurídicas hacen que aquel tráfico
continúe, aunque condenado como piratería (pp. 574-575).
No es gratuito que Nay llegue a América por la ruta descrita en
María, no es un dato menor que lo haga en un barco que se identifica con
los tráficos de los tratantes ingleses; vistos desde el tenor revelador e
incendiario, resultan sugestivos los posibles destinos dispuestos por el
208
Ethan Frank Tejeda Quintero
autor para un personaje sujeto al más dramático acumulado de abusos
e ilegalidades. El derrotero de la captura y la sumisión de Nay hoy nos
luce exacto; en tanto a aquel escenario geoeconómico, nos muestra a
un Isaacs informado, provisto de herramientas y de materiales ajenos
a la casualidad: los pueblos africanos son víctimas de la sugestión
propia de las empresas de la fe, vencidos por iguales que olvidaron
la hermandad ante los tufillos a pólvora, transportados por piratas
ingleses hasta un caribe arrebatado por nuevos dueños, introducidos
en puertos de lo paralelo para ser vendidos a los sujetos símbolos de
la expansión agrícola norteamericana, descendidos al universo fósil
de la hacienda caucana. Romanticismos panfletarios que dejaron el
testimonio camuflado de los protocolos de dominación, concepto-luz
que permite ver el rostro de María vivificado en otro cariz: dando
cuenta de aquel momento donde la discusión sobre la trata no es la
misma que la discusión sobre la esclavitud.
Margarita González (2005), al citar a José Blanco White, nos
muestra cómo se da el fenómeno de la pretensión del desmonte de la
trata en el concierto internacional, cómo las alianzas y las desconfianzas
entre las potencias construyeron una dimensión de lo pretendido que
disimulaba el dramático fortalecimiento de la esclavitud continental;
el desmonte del comercio en ultramar no significaba la abolición de
las maneras esclavistas, las cartas de excepción, las contravenciones,
el manejo de los cautivos bajo la lógica de cría y levante, muestran
al abolicionismo nacido del ajedrez de las relaciones internacionales
como la fachada del perfeccionamiento y sofisticación de la sujeción.
González nos indica la pervivencia de la sub-ponderación del otro
que hace del humanismo de aquella época un humanismo de papel,
redactado sobre monedas de cambio que circulan por tendidos
milimétricamente dispuestos:
La libertad de la población de negros en varias de las provincias
americanas puede traer consecuencias funestas. El hombre en todo
tiempo puede reasumir su libertad natural, esto es aquella libertad
que se considera en abstracto independiente de toda relación social:
la libertad de un salvaje en el bosque. Pero la libertad tiene diversos
grados, y necesita cierta disposición en las que la han de disfrutar (p.
206).
María leída a la luz del incendio
209
Isaacs muestra las maneras cómo se expresa la libertad en
el aislamiento. Sin metáforas lastimeras, la representación de la
particularidad del ser afroamericano se da en la administración de sí
mismo de un anciano que pervivió al borrador del ser de las violencias
esclavistas, que prevalece al ninguneo que va de la carimba a la
escritura que pretende respaldar lo que por naturaleza es un derecho.
Isaacs, ante Bibiano, exhibe una profunda conciencia de autor que no
se vence ante señoreos, constatable en la versión diferencial del perfil
del regente y en la apropiación de un entorno asumido como campo
para la transformación de las míticas, la edificación de las leyendas y
el surgimiento de una concepción propia de la distancia existente entre
lo concreto y lo fantástico.
María no es un campo sembrado de estampas enanas que crean el
efecto de la gran magnitud del héroe occidental; la imberbe condición
del testigo, el distraimiento del mismo, se constituye en una invitación
a comprender la caducidad de las vanidades de los apropiadores, en
un llamado de alerta a leer las costuras, los amarres y los groseros
empalmes de los teatros colonizadores.
Ponderemos el dispositivo simbólico, en la novela, de la génesis
de la sujeción: el misionero francés domina las lenguas, conoce
los símbolos y ha aprendido los puntos de encuentro entre la fe
del africano y sus relatos del Dios único. Sinar es una presa de la
evangelización: es un príncipe descastado y un guerrero destacado.
Las heridas del príncipe-esclavo son convertidas por el misionero en
las heridas del Cristo, al tiempo que la imagen de Nay se transforma
en las ponderaciones simbólicas; pasa a convertirse el amor en un
amor posible sólo después del sacramento, la unión se sella con el
adormecimiento posterior a la conversión, ese pueblo regularizado
se dispone a desaparecer. Después de negociar la mítica, llega el
empacho, la no capacidad de reacción, la plácida caída de los que han
dejado de portar sus historias propias, el momento de la quietud que
se pretende la promesa de la eternidad ganada en la pobreza, la derrota
primera que les llevará al plan culminado de las versiones dictadas
por roles de molde: historia de lo ya contado que se cercena y de lo
por contar donde los príncipes africanos sólo caben en condición de
esclavos.
210
Ethan Frank Tejeda Quintero
El segmento de Nay y Sinar es mucho más que un melodrama,
es la tragedia impuesta en un juego del ego de los conquistadores
que pretendieron uniformar, universalizar, volver indiscutibles, sus
versiones del dolor.
En María se leen tanto las cuestiones expresas, las voces de la ironía
de la pusilanimidad de los héroes sugestionados por el honor, como las
anécdotas de la alteridad que se refundirían entre las miradas fáciles.
En medio de las crecientes sensibilidades del latino-americanismo, del
vencimiento paulatino del sentir de orfandad de las colonias, en el
desarrollo de los proyectos de nación, la novela habría de contar con un
innegable suceso entre los nuevos públicos lectores, constituyéndose
en una dinámica de revelación y de representación de los pueblos
cautivos escasa en estudios; después llegarían los cosecheros del no
entenderse, arribarían portando tijeras afiladas en los dispositivos de
las costumbres ante el texto, recortando con violencia una serie de
figurillas y de bordoncillos que harían de la obra un síntoma de la edad
de merecer que reivindica la condición generativa de las influencias
europeas. La noveleta intercalada fue presa de los cercenadores, de
los cernidores y de las zarandas, el segmento del cañón del río Dagua
sería leído en la desesperación por el fenecer del tránsito que construyó
el efecto del desprecio por la inmensidad; efecto que desdibujó
el reconocimiento que hace Isaacs del ser afroamericano, guiño
consolidado en el homenaje que el caucano realiza a las solemnidades
propias nacidas en el escape o en la burla a las disposiciones de los
prestigios reconocidos por el centro.
Isaacs burla las costumbres de aproximación a las tierras de
conquista, pues su novela no cuenta con aquello que se puede
denominar La sola voz.
El caucano dispuso una obra que no se agota en la ligereza de sus
lecturas, que no se limita a ser un testimonio de las credulidades en
nuestra historia; la discusión sobre la polifonía o la poli-lógica de
María quizá resulte inútil por la segura derrota ante el pabellón de
los enciclopedistas, pero el vencimiento de La sola voz en Isaacs nos
permite fortalecer la reivindicación de la poli-referencialidad de la
totalidad de la obra del caucano.
María leída a la luz del incendio
211
La sola voz ha pretendido una sola lectura, es la predisposición
que malea las formas de un mundo relatado, de un universo de sentido
que es más que un inventario de utilerías nacidas en las imposiciones
a nuestros conceptos de lo memorable, a los contornos de nuestras
fantasías, a las fortalezas que nos invitan a imaginarnos como los
arietes que rompen desde adentro. La sola voz es el aleccionamiento
para las histerias, el acicate para los aletargamientos ante las
interpretaciones del saber que se creyeron absolutas certezas, que
se vistieron de monumentos en medio del sempiterno entrenamiento
para el creer que nos determinó como pueblos de la sujeción. Isaacs
niega esa imposición al violentar las puertas de las fábulas de los
territorios de conquista, al no beberse la fábula de América como
un edén carcelario donde las emociones de los intrusos caen en
el embudo del deseo de regreso a un origen civilizado cada vez
más lejano. Actúa negando a la mass-mediática fábula africana,
colección de relatos que se alimentó exclusivamente de los textos
de la aventura o de la supuesta piedad; colección que ha hecho se
pierda de vista la posibilidad de asumir a una historia no soportada
en las distancias, no elevada en los retablos de los exotismos ni en las
maneras sumarias del cómo de lo contado por y para los proyectos de
construcción de identidad de los continentes.
¿Pero por qué Isaacs se ha convertido en un pretexto más de los
orgullos de aquello que precisamente atentaba? Tras la exclusiva
lectura del melodrama, se ha perdido la trama de una historia que
va más allá de las geografías; la silueta del escritor ha perdido la
angustia del rostro en las escuelas sustentadas en los infantilizantes
libros de texto; el cuerpo combativo del caucano ha sido cercenado y
repartido entre los atlas empolvados, se ha burlado su pensamiento, al
orlarle como anécdota con los aditamentos admitidos por la voz de las
instituciones del saber que hoy conocemos.
Isaacs se ha perdido en la avanzada de lo único. Se desdibujó como
un estadio de la representación que grita nuevas disposiciones ante la
mesa de los banquetes que se pretenden historia: Europa, América y
África son hermanas, sometidas de distintas maneras por los embates
que hicieron de la noción de herejía el pretexto para aniquilar las
culturas que contaban con un Dios para cada fenómeno.
212
Ethan Frank Tejeda Quintero
No hay paternidades que sean libres de sospechas, incólumes de
culpas en el desmonte de la diversidad de intereses por los distintos
fenómenos expresivos; se nos impuso una máscara de placidez
suspirante, se nos acostumbró a ser testigos de un rostro que pretendió
la juventud sempiterna en los que fueron negados en su ancianidad; nos
enseñaron cómo interpretar desde una tribuna de sanción plagada de
rictus mayores y envilecidos, de muecas que asumían a los fenómenos
de las distintas geografías como el indicio de la ubicación en una
verticalidad donde el ascenso es desespero y condena.
Isaacs está más allá de las premáticas que decretaban la ignorancia
de nosotros mismos, se ubicó en medio de los susurros y de los
símbolos, de los juegos de representación que cifraron el saber que
garantizó el amarre entre las generaciones y la supervivencia de las
distintas claves para edificar los gestos múltiples en la interpretación
del mundo; su novela está construida en los fenómenos sobre los
fenómenos, asumidos no sólo desde las posiciones del testigo que
se agota en los naturalismos. María se borda en indicios, hitos,
expresiones, elementos socioculturales, psicosociales, filológicos
y “filo-políticos” tales como la seducción y el conocimiento, las
disputas y el perdón, la medida del ser y los reconocimientos, la plaga,
la enfermedad y la cura.
Sin importar el designio de las lecturas ligeras, Isaacs es el
vencimiento del monólogo del castigador. Sin importar el proyecto de
su voluntad de autor, las lecturas habituales son la revivificación de
la victoria sostenida de la sujeción. Entre tanto silenciamiento, dicho
triunfo del monólogo del castigador supremo hoy luce inadvertido,
pero los roles se ven peligrosamente sencillos de organizar: Europa
fue la espada, África la mano de obra y América la nueva despensa.
5.4. La mirada americana de África. Isaacs, ¿culpable de
inocencias?
La visión de Isaacs de África en María, según la edición crítica de
María Teresa Cristina (2005), está contaminada de los determinantes
orientalistas. Quizá se puede asociar esa mirada a las condiciones
locativas y sustantivas del contexto relatado: en una línea, la
abundancia, la riqueza hídrica, el esplendor natural; en la otra, las
María leída a la luz del incendio
213
cortes y sus lujos, lo palaciego, los excesos, las conquistas y las
poblaciones cautivas.
Isaacs es un testigo en la distancia, sin embargo construye teatros
para las condiciones de lo melodramático que en el detalle se nota
escapan a la genérico; como autor se encuentra limitado en tanto a la
posible apropiación de utilerías, pero vivencia una libertad conceptual
extraña para su época y se da licencias que activan las inquietudes de
aquellos que hoy hablamos desde lo que él tal vez consideró la futura
mirada.
La apuesta ideológica incluyente de Isaacs desencadena la
seducción que significan las suposiciones y las intuiciones que hacen
de la crítica un filón de lo creativo. Rafael Pombo, por su relación con
la trasposición de textos, posee la capacidad de advertir los elementos
otros que habitan el alma de María y se atreve a destacar los aspectos
diferenciales que adosan a la totalidad de la obra poética, científica y
social del escritor caucano. Aura Rosa Cortés nos recuerda el poema
“A Jorge Isaacs, idilio póstumo”, donde la reiteración del valor de
aquello que fantasmea ofrece la posibilidad de leer correlatos no
advertidos:
¿Cómo puede estar muerto el que da vida:
El que agitando el alma entumecida
Nos fuerza a ver, amar, gozar, gemir;
Su sangre inyecta en nuestra vieja herida
Y hace hasta nuestros muertos revivir?
Tal vez se nos duplica y transfigura
Su idolatrada, y de acento al son
Y en torno de su cándida figura
Enciéndese otro fondo, en que murmura
Otro árbol, otro nido, otra canción (2005, p. 17).
¿Consciencia de lo otro? Asumo el riesgo de leer lo literal a placer,
pero sin el atrevimiento de asumir al otro fondo, el otro árbol, el otro
nido y a la otra canción como a indicios o pruebas; no obstante, admito
lo sugestivo que resulta pensar en esos elementos como símbolos de lo
que constituyó la apuesta ideológica de Isaacs: el otro fondo asociado
a una enciclopedia alejada de los discursos que determinaban la
construcción de patria que sufrió el poeta, el otro árbol identificable con
214
Ethan Frank Tejeda Quintero
la inscripción en una raíz mítica diferente, el otro nido como el espacio
para aprender las claves de una narración que escapa a la tradición
hispánica y la otra canción como la condensación de una educación
sentimental que particulariza a Isaacs como autor romántico.
Ante el afán de lo constatable, la posibilidad de ver agotadas
las opciones de bordar leyendas alternativas al universo isaacsiano,
leyendas puestas al servicio del comprendernos y de las voces
que claman pues no son caducos los deseos de reivindicación, de
reconocimiento de derechos a aquellos que nunca pudieron superar la
condición de utilería en los intereses de los relatos hegemónicos.
Este texto no busca la ratificación heroica de un novelista, no
obstante se inquieta por los sismos sembrados por los desentendidos
que pueden exigir pruebas; como crítico no gusto de la imagen del
sabueso, no pretendo ser un eficiente pescador de indicios, no creo que
el juicio absoluto sea el único sendero para el investigador, consciente
soy de los agujeros que sobre el papel apolillado puede dejar la
constancia de una lupa al sol, por eso me venzo en la incapacidad de
proponer un brecha certera al espíritu principal de ninguna obra, por
ser lo certero sospechosamente parecido a lo único y por gustar del
sucumbir a la coquetería de las hijas de Aquelaos que cantan desde los
atajos de lo supuesto, actúo con la irresponsabilidad del que imagina,
sin incurrir en la exageración que hace se confunda la propuesta de
nuevas lecturas con los gestos propios del actuar a capricho.
¿La ruta a lo fijo es necesariamente un estero pintado por el
barbasco? ¿El traje del aplicado es un abalorio que no termina de
ajustar a ninguna talla? Desandar las lecturas que Isaacs adelantó antes
de las cosechas de sus sugestiones es una labor para investigadores
dispuestos a dejarse devorar por ácaros. Imaginar las motivaciones
que tocaron al caucano en esos instantes donde el soporte de la
palabra fue el viento es una delicia para quienes deseamos acercar el
ensayo a su origen creativo, pensar a María desde el balcón de otras
seducciones es dejarse devorar por ideas que generan sanciones que
escapan a lo constatable; sanciones argumentables, perlas y comidillas
del imperio retórico, que nos llevan a incurrir en el atrevimiento que
emociona más que la frialdad del enarbolar una tesis constatable: la
inocencia de Isaacs en la versión de África sólo se da en las pieles del
María leída a la luz del incendio
215
contexto y se expresa vestida de farsa en el pie de página que deja ver
las costuras de su elaboración romántica. No obstante, Isaacs hace un
gran esfuerzo por construir un mundo relacional intrincado, con sus
propias monumentalidades y con cronogramas específicos en tanto al
sacrificio y a la celebración. Esa idea de Isaacs de África niega la
bandera de los altruismos tardíos: la de un continente por inventar. En
Isaacs se ve el rostro de algo que fue y hubo de ser destruido ante la
vanidad de quienes se titularon el mundo.
La visión dominante de África niega esas maneras que resultaría
maniqueo catalogar como únicas en tanto a pretensiones románticas.
Lo romántico no es regla fiable en un camino de pulgarcitos guiados por
suspiros, se agota por fuera del sendero donde existe la predisposición
a reconocer una dispar condición profunda de las claves de lo humano,
por fuera de las miradas que se escapan a “las correctas maneras”90
dictadas por los sospechosos enunciados de un humanismo que Europa
no tuvo la voluntad de aplicar ni siquiera sobre las periferias de sus
propios territorios.
Isaacs se mueve entre claves de apropiación y desarrollo de
conceptos contra las(os) que se usó cualquier tipo de pretextos en
eso de negarlas a las poblaciones sometidas. Desde el hábito, las
utilerías del afuera se relatan bajo el riesgo del testigo devorado por
exotismos, desde las premuras de quien registra y enuncia guiado por
el temor propio del susceptible a la sorpresa. En el seno de los relatos
hegemónicos que Isaacs violenta, los sacrificios y las prácticas se
asumen bajo la fachada de las antropofagias, las relaciones de género
se leen en la sanción de “brutalidad” y los constructos políticos se
confunden con la violencia de los instintos desatados.
En María las miradas tardías hoy fundan los rituales de la culpa
disimulada, bajo el fenómeno de lo que bien podemos nominar
como las “inclusiones de tarima”, que nos convierten en banquetes
dispuestos ante aplausos dentados. En la no comprensión de la apuesta
ideológica del romanticismo americano, en la sub-ponderación de sus
90
Cuestión que obedece más al ethos de lo civilizado que a la aplicación práctica del
comprender la versión múltiple y el derecho de los pueblos a decidir sobre su historia. Aún
hoy los indicadores y las matrices son elaborados por los países tecnificados y con economías
fortalecidas, estableciendo teatros de sanción sobre los que caben las metáforas escolares de
perder el año, mal comportamiento e inmadurez política.
216
Ethan Frank Tejeda Quintero
formas, la poética del entretenimiento hace del reconocimiento un
filón más de la regularización. Avanzan los constructores de orgullos
entre espectáculos, de-significan o desprecian, bajo los pretextos del
suceso o el beneficio de los públicos, de las ideas en torno a la relación
entre el individuo ponderado y las pauperizadas versiones del destino.
María a la luz del incendio escapa a los shows que fortalecen la
ponderación de los gestos, mientras aplazan el duelo por la extinción
de los discursos, esquiva las invitaciones al desprecio de lo propio
que se visten de inaplazables en medio de luces de artificio que hacen
admisible al “ser” sustentado en el disimulo de la negación-legación
de la voz.
María no se detiene en la piel de los espectáculos, no se limita al
efecto de las sombras, no se detiene en las siluetas y en los sujetos
perlados que son el dulce que distrae a las intenciones de revisar las
violencias que duermen en la estancia amoblada por las distintas
fachas, fichas y fechas, que conforman el rostro del concepto de Élite.
Isaacs, al legar la voz al recuerdo de su aya, a la memoria de un cuerpo
que significa la imposibilidad de los retornos, permite se dé el habla
desde la historia propia, en un segmento donde el señoreo exhibe las
costuras de las sugestiones posibles sobre las mentalidades infantes;
de tal manera, no dispone de los habituales trucajes que establecen la
gigantea del sujeto principal, pues no busca demostrar la sinceridad
del dolor por la pérdida de un ser querido desde la lógica occidental de
la ausencia, mientras se decide por atentar la unicidad del significado
de las utilerías judeocristianas de la muerte, pues insinúa lo falaz de
los camuflajes que se expresan en lo solemne.
Isaacs reconoce a los hijos del vínculo-obligación-captura en sus
pervivencias, lo hace al captar las resistencias que fantasmean en los
cortejos. La antonimia del autor y el personaje muestra una exactitud
que sorprende: Efraín exhibe la escasa piedad de aquel que no se duele
con el deceso de la prestadora de servicios, mientras no se decide a
expresar, más allá de las sospechas de excepción, su sorpresa ante las
cadencias de un ritual que no termina de reconocer como propio.
De principio a fin, el relato isaacsiano de África no es ni un simple
homenaje ni un gratuito agradecimiento a la negra Feliciana, pues
parece obedecer a clarificar el origen de la educación sentimental de
María leída a la luz del incendio
217
los partícipes del melodrama americano. La noveleta intercalada se
constituye en la nuez de la novela, es la semilla de la narración de una
anécdota que en su extensión devora la pusilanimidad y el distraimiento
de un enunciador casi imberbe, testigo que habrá de negociar por dolor
sus inocencias mientras acude a la caducidad de sus vanidades.
Isaacs nos enseña el derrotero del sentir de la extinción en marcha,
imponderable que triunfa sobre las promesas del progreso hechas a un
paisaje poblado por distraídos, cuyos regentes no están preparados para
asumir los deícticos exigidos por un mundo que se resiste a aprender
de post-colonialismos. Isaacs dispone un teatro de nautas en medio de
la obligación, cuenta al amo que en su adustez busca ignorar su lugar
entre las emergencias de un mundo de desprecios y de genealogías que
hacen de los apellidos unas suertes de phylums prestigiantes, retrata a
los conversos que hacen de la piedad la más grande impostación de
la purga de una historia donde la sangre es reniego, baño, bálsamo y
bebida, describe a los hijos de una nueva tierra que no han aprendido
a olvidar las vergüenzas por la frugalidad de lo propio, coquetea con
las descalzas de pantorrillas desnudas que en la seguridad de su cuerpo
no se resignan a que la ubicación en la escala social sea leída como
una cuestión de espíritu, representa a los labriegos que han de ocupar
un territorio donde las prendas de lo identitario se administrarán por
tesón y esfuerzo, considera a los hijos de la formación técnica que
ven el paisaje como a un gran calabozo que debe ser desmontado
en el avance de artefactos o de estructuras que no cesen de exhalar
humo, plasma a los distraídos en la evocación cuyos sentimientos
son devorados por el rentismo que se esconde tras la voluntad del
padre, asume a los cautivos y a sus hijos contados desde el ardid de
una orfandad maquilada donde el cadáver insepulto del padre es la
caducidad obligada de los símbolos de sus prestigios o temores y el
cortejo fúnebre de la madre es la resignación a un universo donde el
afecto del amo no logra el efecto del olvido de su condición de fichitas
para el sacrifico.
Isaacs escapa de la culpa del señoreo en aquel espacio dispuesto
para el juego entre el racionar o la friega, donde la piedad presumidaresumida en el rostro de los principales no logra disimular la violencia
de los desafectos que posibilitaron a las capturas y a los desarraigos.
218
Ethan Frank Tejeda Quintero
El fantasma de María es más que el fantasma de una niña enamorada,
su sombra se alarga sobre la negación, nos mira tras las cortinas de
pólvora y de los velos de la desigualdad en el intercambio, se lastima por
la veda de la historia completa y diferencial de las etapas de desarrollo
de los pueblos, reza desde la trastienda de las edificaciones míticas de
las distintas culturas maquilladas para ser peldaños en la escala del
desprecio, nos susurra la claves del no entendimiento administrado al
amaño de las escuelas europeas, abre las páginas de los libros donde
se nos dice que el rostro del padre y el cuerpo suspendido han sido el
acicate de las avanzadas del llamado “deber” civilizador; el mismo
que sirve para establecer la carta de clases que contaminó de adjetivos
la condición del ser que desencadenó las tratas, las sujeciones, los
tráficos humanos.
María corpórea, hecha músculo ideológico, nos muestra cómo la
idea del avance es la entelequia del deber civilizador que asegura las
regencias del mundo de frente al llamado desarrollo, cómo el afecto
del rescate es una mentira disfrazada de piedad y cómo los tempranos
perfiles del humanismo obedecen a apuestas que el tiempo nos enseñará
asociadas con las econometrías. María es una pequeña que nos muestra
la enormidad de la conversión total como una mentira de los que resisten,
como una supuesta cuenta saldada en los planes de regularización, pero
que en lo efectivo es una cuestión venturosamente incompleta tras
los protectorados que resuelven, en adustos rostros de patricios, a las
angustias de independencia administrativa de los pueblos.
Una María vista tras las tramas de los posibles compromisos
ideológicos de Isaacs muestra las células de dicha mentira en pilares
dorados que, sin la generalización de los maniqueísmos, se adivina
como la continuidad de las ofensivas uniformadoras. Isaacs burla a
los gestos seguidos casi bajo libreto por los obligados de los discursos
monolíticos propios de la hacienda vallecaucana, hace un velado
revisionismo de las maneras de la sujeción ante un censorium sociomoral que se mueve entre la costumbre inalterable, la historia de
pretensiones prístinas y el protocolo dictado por un testigo universal,
omnipotente y fisgón.
Los perfiles escénicos de María burlan, desde un falseada
ratificación, las condiciones de su espacio-tiempo, mientras construyen
María leída a la luz del incendio
219
en sus gestos la sensación del vencimiento propio de la idea de un
antes que se desnuda en sus violencias simbólicas y que hoy, ante
las violencias concretas, se adivina o luce un siempre estructural. El
génesis de aquel libreto del gesto en el tenor del desprecio es difícil
de establecer en hitos fundantes que nos libren de resignarnos en la
idea de la inherencia del odio, pero, como principal preceptor, se
identifica el juego de las valencias elementales que es el uso político
del pensamiento aristotélico, discurso que veía la historia del blanco
ligada al vientre frío y propicio del cisne y a la del hombre negro
asociada a la culpa del calor del vientre del cuervo. El aristotelismo
transmitido al cristianismo se convierte en el punto de explosión de
las dominaciones, pues se crea la abusiva doctrina de la esclavitud por
naturaleza, donde barbarizar era apuesta principal, pues no se tiembla
al expresar: “a estos bárbaros poco les sirve la razón para gobernarse
a sí mismos” (Fernández, 1995). Bajo aquel pretexto retórico, los
regularizadores del mundo asumieron sus “misiones” construyendo
la leyenda de la relación del hombre africano con Cam, hijo de Noé,
condenado a ser el primer siervo y esclavo.
En medio de la generalización y la lógica de las estirpes, de la
sanción por la ausencia de las formas que Europa reconoció como
propias y la presencia de técnicas que aún no ha desenmarañado,91 ha
sido sembrado el gesto de imaginar al continente negro como tierra
arrasada, como el escenario para las desesperanzas, casi como un
teatro apocalíptico del desabastecimiento, sin ver que las prácticas
devastadoras para la obtención de lo requerido por el hombre blanco
se establecieron sin preguntar a los africanos cuál era su relación con
el equilibrio.
Es sugestivo pensar los desequilibrios como una cuestión ligada a
la construcción sociocultural del dominio territorial, a las regencias y a
las ideas de las principalías derivadas de las pugnas, de los teatros del
resquemor surgidos de la instrumentalización política de los contenidos
91
Hoy ya es casi generalizada la indignación ante la mirada central que ha hecho de las
arquitecturas de Egipto, de México antiguo y del Perú una cosa que no obedece a los desarrollos
de lo humano, gesto grosero que sitúa la explicación de los síntomas de la grandeza de los
aniquilados en el intercambio con civilizaciones extraterrestres. Parece, para el centro, más
fácil de negociar el valor en el otro con una presencia intuida que reconocer el error ante las
cercenadas historias en lo concreto.
220
Ethan Frank Tejeda Quintero
míticos. Isaacs habla del vínculo entre los pueblos de Nay y Sinar, se
detiene para beber de las míticas del río y de los espejos de agua, reconoce
un acervo en las exactitudes ritualistas y en las confusiones que sobre el
proceder se siembran de la mano de las vanidades de los poderes bélicopolíticos. Isaacs reconoce un acumulado que los cronistas británicos
han intentado negar en la sanción de salvajes a las poblaciones que
obedecen a otras utilerías; no se vence ante las escatologías dominantes
o las fascinaciones exotistas, no es devorado por la administración de la
sanción que tanto satisface a los intereses del centro.
En Isaacs no se dan las denominadas letras de molde que hacen
de los párrafos una cuestión de réplicas modelares. Para entender lo
que el novelista caucano atenta, hay que traer a cuenta los ejemplos
del hábito: Juan Cabal relata un fragmento extraído de las crónicas
periodísticas de H. M. Stanley a orillas del lago Victoria, replica la
voz sajona y habla en desconfianzas de los nativos: “…se resistieron
a embarcar. El agua les infunde verdadero pavor, que aquí estaría
justificado por los hipopótamos y cocodrilos que infestan las orillas.
Pero no son estos animales, sino el agua por sí misma, lo que les hace
temblar” (Cabal, 1970, p. 36).
En María, en la recreación del origen que les fue cercenado a
los esclavos, la voz de Nay arranca ecos de territorios de tránsito
convertidos en lugares para misterios atávicos, para la remembranza
de los ancestros perdidos, para la muerte de la divinidad que funda
los nuevos tiempos. El correlato de Nay nos habla de los silencios
funerarios y de la posibilidad de leer en las geografías las historias
que han vencido al olvido. Nay es una mujer achanti, sus recuerdos
son los de una mujer achanti y están determinados por las rutinas de
las guerras, de las traiciones y de los desplazamientos. El suyo es el
recuerdo de la hija de un gran guerrero que sólo concibe el futuro en
un sentimiento que derrota los deseos de los vengadores. Su memoria
hace superviva una patria en la conciencia de la misma: “aquella mujer
iba a morir lejos de su patria, aquella mujer que tan dulce afecto me
había tenido desde que fue a nuestra casa”92 (Isaacs, 1986, p. 175).
92
“Fue” que parece disimular la participación del padre tanto en la trata como en el tráfico
de humanos.
María leída a la luz del incendio
221
Ante Nay, el escritor caucano nos ubica el potente torrente de
un vivificador efecto de la palabra. Escucha, partícipe y juez, es el
infante Efraín, receptor de los susurros de una que teme haber perdido
la atención de su amado; de tal manera, los miedos de Feliciana se
siembran en el joven hacendado vallecaucano, en el hombre que teme
al desafecto, que en cada gesto de María habrá de querer adivinar
el alejamiento de los favores de la amada. Efraín no gana la lección
completa, pues no ve a su aya como el testimonio-síntoma de una
versión alternativa de la relación del hombre, la mujer y el entorno.
El joven se debe en las prácticas y rutinas, de lo concreto y de lo
simbólico, al contexto de los padres, cronotopo donde la voluntad
está limitada y las decisiones se deben a cuestiones de prestigio o a
bienestar económico.
Las prácticas del “yo en el mundo” de Nay, que se ven interrumpidas
por el arribo de dos extranjeros, cúmulo de gestos y procederes, son
relatadas por Isaacs en un juego de desencadenantes que anticipan
la extinción tanto de las míticas como del derecho de los pueblos
de dictar las maneras de sus asociaciones o confrontaciones. El
novelista caucano desdibuja la relación aristotélica de principio y
fin que determinó la miradas que se pretendieron fundantes, lo hace
en la focalización que permite asumir la fatalidad en el arribo de los
extraños, la atenta en la llegada de los que consideran el vínculo sólo en
la dimensión que obliga, la significa en réplicas por el contacto de las
avanzadas de la fe con los protocolos de la dominación nacidos de los
discursos institucionales de una Europa enferma de expansión. Isaacs
desviste la intención de los discursos clasificatorios por la naturaleza
del ser en la inclusión de otra versión del ave negra que aparece
en escena recortada sobre el borde de una canoa; la muestra con la
exactitud de la captura que el rictus de la tragedia, de una comparsa
harapienta que de antemano se adivina habitada por un testimonio de
muerte, asegura sobre los pueblos sugestionables por los sentires de
la piedad:
…en ella venían dos europeos, el uno se puso trabajosamente en
tierra, y arrodillándose sobre la playa oró por algunos momentos:
los pálidos rayos del sol moribundo, atravesando los follajes, le
iluminaron la faz tostada por los soles y orlada de una espesa barba,
222
Ethan Frank Tejeda Quintero
casi blanca… Tenía un vestido talar negro, enlodado y hecho jirones,
y le brillaba sobre el pecho un crucifijo de cobre (Isaacs, 1987, AÑO,
p. 182).
El relato del arribo de los evangelizadores a las orillas del Gambia
tiene un antes y un después. La madre de Nay había sido sacrificada
por su padre, se había convertido en cadáver aleccionador tras la
presencia de un amante extranjero que logró su conversión a otra fe.
Nay es la vivencia de la ira relatada en la sublimación de la pérdida,
es la antonimia dramática: el futuro con Sinar requeriría de la extinción
de la ferocidad del guerrero, de la ira contenida que se somete a los
decálogos de comportamiento que los conquistadores pregonaron,
pero que jamás tuvieron la intención de aplicar (falaz condición de
la piedad). Isaacs nos muestra, en la dimensión buja de su escénica,
cómo la piedad de los colonizadores sólo fue un narcótico para el
entrenamiento en la resignación. A orillas del río Gambia, la futura
Feliciana escuchará por primera vez el mito de la creación de origen
judeocristiano. La declaración del amor entre la pareja ha dejado de
ser la de un amor africano, se ha viciado de una dimensión del deber
distinta a las obligaciones que habían aprendido en la relación del
príncipe-esclavo, la mujer-razón y la diada vengador-piadosa: “Eso
me ha dicho el extranjero para que yo te lo enseñe: su Dios debe ser
nuestro Dios”. (p.187)
La pedagogía de la cristianización hace uso del paisaje, se camufla
entre los rituales de los negros para disimular la obligatoriedad de
la nueva fe: “…el Dios que os he hecho amar, el Dios que adorarán
vuestros hijos, no desdeña por templo los pabellones de palmeras
que nos ocultan; y en este instante os está viendo. Pidámosle que os
bendiga” (Isaacs, 1986, p. 186).
Para ellos Dios no volverá a estar en la cosas, se habrá de
ubicar por encima de ellas, se convertirá en un fantasma de rostro
indeterminado. Los profundos significados que la evangelización ha
usado como utilerías han de supervivir en la memoria profunda de los
desarraigados, de los nuevos obligados, de los futuros esclavos; las
claves de intimidad de las culturas han de pervivir como símbolos de la
captura, se adivinarán como utilerías de la evocación que se convierte
María leída a la luz del incendio
223
en detonante resignado de la apropiación de los nuevos territorios;
entre aquellos elementos de la piel de los contextos se cuentan el
río, el mar y las montañas, elementos que son asumidos por Isaacs
desde la mirada del hijo de la hacienda sobre el cual los esclavos han
sembrado el sentir de los hijos de la orfandad de la tragedia africana;
informado es el autor de las distintas versiones del amor que van de la
renuncia-fascinación a la resistencia-obligación. Por eso la exactitud
de su voluntad de edificar el bajo sospecha de los afectos pregonados
por los uniformadores del mundo. La disputa entre el amor de Nay y
el amor a Cristo se puede asumir como una pugna entre dogmas, pues
la lógica del amor impuesta a las poblaciones de las colonias obedece
a la categoría medieval del mismo. Categoría de la que se expresa
Esteban Tollinchi (1989) en los siguientes términos:
Del amor medieval hay muchos aspectos que parecen sugerir
y afectar el amor romántico. En primer lugar, es perfectamente
comprensible que el romanticismo haya descubierto su afinidad con
una sensibilidad que no puede separar sus correspondencias con el
amor divino. Esto se puede palpar en el hecho de que el amor courtois93
se centra en la inferioridad del amante, concibe el amor como servicio
de humildad y la humildad es virtud tanto cristiana como erótica, pues
se hace claro que lo que se impone es más la obediencia ciega, sin
condiciones, que la elucidación racional de una situación emocional.
Y, mejor aún, puede verse en el hecho mismo de que el amor se
convierte en una religión con su liturgia y sus rituales. Aunque esto es
difícil aceptarlo literalmente en todas sus consecuencias, no se puede
perder de vista ni la atención ni la facilidad con que se pasa del amor
natural al divino, con que se confunde el eros con el ágape y la caritas,
el amor dei con el amor dominae (p. 340).
El amor de Nay era la subversión94 de la típica noción del débil, era
93
Versión del amor que en palabras de Tollinchi fusiona la religión, el heroísmo, la pasión
y el entusiasmo.
94
Se puede establecer una relación complementaria entre los amores subversivos de María
por Efraín y Nay por Sinar, Tollinchi define la categoría de amor subversivo de la siguiente
manera: “No se doblega ante las convenciones sociales, las diferencias de clase, las conveniencias
familiares y que en todo momento no sólo las raíces cristianas de la sociedad, sino también
la misma moralidad burguesa”. A pesar de los condicionantes dispersos entre el melodrama
africano y el melodrama americano, en tanto al avance de las claves cristianas y a las maneras
burguesas, hay que encontrar el vínculo en la voz del narrador. Un Isaacs que ha asumido y
sufrido los fracasos del mundo prometido para él como una cuestión ligada a las genealogías, las
224
Ethan Frank Tejeda Quintero
la contraorden a las fronteras del sentir establecidas por las cárceles
de los géneros. De tal manera, entra en confrontación directa con
la versión del amor divino occidental. En el melodrama africano
enunciado en María, la inferioridad del amante se da en el perfil
masculino de la historia; sin embargo, esa inferioridad se desmonta
en la eliminación de las desigualdades propuesta por Nay, al pasar,
por un sentir distinto a la piedad, de ser servida a ofrecerse como
servidora. Gesto que no responde a la humildad por la humildad,
pues la obediencia ciega a los deseos de la hija de parte del guerrero
responde, casi de forma exclusiva, al valor de Nay como dispositivo
simbólico de la reconciliación entre los pueblos.
El amor propuesto por la dimensión argumental de la figura de
Nay debe ser atentado, regularizado, cristianizado, pues violenta a los
derroteros impuestos por un centro que se alimenta con la cosecha
de los resquemores y de los odios que conforman los protocolos de
intervención. El triunfo imposible de la lógica de Nay significaría la
derrota de los modelos del colonialismo. La reconciliación entre los
pueblos habría significado la posibilidad que en cada geografía se
edificaran polípticos propios armonizados con las vocaciones de los
territorios cifradas entre relatos míticos.
La derrota de la futura Feliciana llegará en la dimensión evocada
de Sinar, donde se nos presenta al amante con la pusilanimidad de un
príncipe que se vence, que hinca las rodillas ante el reconocimiento
de algunos referentes leídos en su cuerpo por el sacerdote europeo.
Para el desmonte de la dimensión sentimental de Nay, los misioneros
crearon el ardid de la catedral a cielo abierto. Tras aquellas pirotecnias,
en medio de los abalorios de relatos diseñados para sincretizar, entre
humos donde los únicos que no se convierten en siluetas son los
hombres blancos, los relatos de los sacrificios por la fe han ganado
las atenciones y vencido a la argumentación de los africanos sobre sí
mismos.
Las voces de la sangre bendita de los intervencionistas han
asegurado la derrota de la gente del continente negro y son la lanza
simbólica que exhibe sus eficacias justo antes de la ofensiva militar
potestades y las majestades; Efraín que asiste a las caducidades de las claves del honor que su
universo le prometió usando pieles de idilio.
María leída a la luz del incendio
225
que le arranca a los africanos el entorno, justo antes del sofoco entre
cadenas hechas más de miedo y de ambiciones que de metales nobles;
los pregones de lo único en la imposición son el arma de destrucción
masiva de símbolos que actúa en el instante previo de la sujeción que
se completa en la marca de carimba, en el mordisco de metal al cuello,
en el siempre de la historia prescrita que les sumirá en mazmorras,
corrales o reducciones.
Isaacs parece concebir el alma-símbolo de su obra en dispositivos
que obedecen a las lógicas circulares, donde lo argumental que escapa
a las violencias se camufla en la pervivencia de sentires míticos
que portan el traje de sugestiones distintas a las de su origen; de tal
manera, la fascinación de Efraín por el río significa una de las trazas
de africanía legadas por la esencia de Nay que ha aprendido a hacerse
escuchar tras el parapeto de la resignación que le provee el nombre de
Feliciana.
Es el relato del río un elemento propio de la fascinación de la
versión africana del amor, pues lo vital del relato de África gravita, en
gran medida, en el dominio de las aguas, en la cercanía a las palabras
que habitan los vientos del Gambia y en los rituales para aplacar la
ira del río Tando, enojo de un Dios en lo específico que ha derivado
en la mala fortuna del guerrero Magmahú. Por eso, no luce gratuito
el relato que hace Isaacs del hombre negro en el dominio de su ser
americano. Sin enamoramientos de más, describe al negro en América
en distintas proporciones que podemos asumir ajenas a la sencillez
de las simpatías, le cuenta como al gran domador de caudales,
como al jinete de corrientes, como al hombre en su elemento, pues
el boga acaricia con la acción aquello que le ha sido arrancado en la
significación ancestral a sus padres.
Esas son las claves de supervivencia del amor africano, que en su
homenaje desde el oficio del testigo entre los tiempos hace la novela
vallecaucana a la figura del padre insepulto. Mircea Eliade (1968),
en Mito y realidad, nos recuerda el valor que tiene el sacrificio para
la transformación de la piel de la mítica; valía que podemos utilizar
para ponderar el testimonio desde la piel que habita a Sinar, si se le
reconoce al príncipe achimi como a un receptor de la divinidad de su
vencida cultura:
226
Ethan Frank Tejeda Quintero
Asesinada en illo tempore, la divinidad sobrevive en los ritos
mediante los cuales el crimen se reactualiza periódicamente; en otros
casos, sobrevive especialmente en formas vivas (animales, plantas)
que han surgido de su cuerpo.
La divinidad asesinada no se olvida jamás, aunque puedan
olvidarse algunos detalles del mito. Menos aún se puede olvidar que es
especialmente después de su muerte cuando se hace indispensable a los
humanos. Veremos en seguida que en numerosos casos está presente en
el propio cuerpo del hombre, sobre todo por los alimentos que consume.
Mejor dicho: la muerte de la divinidad cambia radicalmente el modo de
ser del hombre. En ciertos mitos, el hombre pasa a ser también mortal
y sexuado. En otros mitos, el asesinato inspira el escenario de un ritual
iniciático, es decir, de la ceremonia que transforma al hombre “natural”
(el niño) en hombre cultural (p. 106).
La divinidad africana muere sobre la piel de Sinar. ¿Su estampa
desaparecida contiene en la previa a la tumba de la versión de la
divinidad que significa su pueblo?, ¿los discursos cristianos han
convertido la serpiente sobre sus hombros en una escenificación
de la metáfora gastada del pecado? La resistencia se expresa en las
solemnidades que perviven en torno a un símbolo que ha mutado en su
significación, que se deja leer en misterios, más allá de la claridad o de
la desnudez de las trazas de sentido-legación que representa.
El relato del río se da en dos orillas distantes pero no opuestas,
donde la diferencia entre seres se hace de la apropiación de los relatos
que cuentan las claves de adaptación al entorno. En la exuberancia y
la naturalidad del negro en medio de los caudales, supervive la idea
de que África no es un territorio maldito de origen por la escasez, se
denuncia que la tierra es una geografía pauperizada por la intervención
simbólica del hombre blanco, se clarifica que el aletargamiento propio
de lo resignado es otro de los síntomas del afán de establecer una rutina
monológica de la interpretación del mundo;95 rutina donde cumple
una función exacta la máscara del padre-amo que en la obligación de
aprender la versión única del mundo deriva en las cenizas de los más
intrincados acumulados de prácticas.
95
Resignación no tragada como cuento en su totalidad que hizo del negro un sujeto
“sospechoso” por su alegría.
María leída a la luz del incendio
227
El río y la serpiente lejos están de ser un aprendizaje americano del
hombre cultural que se representa en el negro. En tanto a los contenidos
de los africanos, el relato del hábito nos enseñó a mirarlos como a
trazas de lo extinto. Tras las columnas de un incendio que no cesa, se
impuso el rostro adusto del que se pretendió un remedo de la fachada
del amigo; mientras, en medio de las riquezas, los de los discursos
austeros sometieron a una muerte sostenida a aquellos que de rodillas
veían cómo cambiaban de dueños sus recursos: “En América, donde
los esclavos vieron refugio los españoles sólo adivinaron madera; en
África, donde los propios veían lo divino los extrañados pusieron en
juego su antigua colección de demonios”. Frase que nos ubica ante
una de las principales poéticas de los amos: el derribe. La tierra en
sus formas generativas, el relieve vestido, la geografía con una
historia ya contada de la adaptación, se convirtió en un refugio para
las resistencias y en un objetivo militar para los que creyeron que era
posible agarrar a la naturaleza por el gaznate.
Isaacs es un autor romántico en lo que refiere a una apuesta
estética-política, lo es en el asumir como tradición el registro de la
exuberancia que elaboró el romanticismo, registro que en el caso de
María se borda de elementos claros de resistencia, expresos en el
testimonio de un entorno capturado en los pasos sostenidos que sobre
él da un relator que se lastima por las pérdidas propias del desmonte
en múltiples niveles sufrido en suelo americano; detrimento que aún
no se ha adivinado dramático, en medio del congelamiento a fuerza de
gélidos suspiros de los textos con un trasfondo comprometido.
¿En María ha muerto el paisaje junto a la heroína? Lo propicio y
la promisión se han ocultado entre el temor de una nueva generación
que no se atreve a refundar su mundo. Esteban Tollinchi (1989) nos
presenta una nueva versión de aquel paisajismo, considerándole no
como una apuesta única, pero sí reconociéndole un trasfondo de aporte
tanto circunstancial como ideológico:
Las escenas naturales del Nuevo mundo señalaron la contribución
mayor de la literatura americana romántica y a la vez la separación
creciente de los modelos hispánicos —cosa que parecerá llegar a
su culminación en la era del modernismo—. De estas escenas las
más grandiosas —y las que constituyen el principal mérito de la
228
Ethan Frank Tejeda Quintero
literatura de esta época— son las que refieren a la naturaleza tropical,
y es factible pensar en la presencia de Alejandro Von Humboldt en
América del sur (1789-1804) fue otro de los factores determinantes
en la valoración del paisaje tropical que se lleva a cabo más tarde. De
hecho, Humboldt (y más tarde los pintores Johann Moritz Rugendas
o Ferdinand Bellermann) había demostrado que América Hispana
era una tierra quizá más exótica, más extraña que la América de
Chateaubriand. Y la literatura hispanoamericana de mediados de siglo
convirtió el paisaje grandioso y espectacular del trópico en su tema
preferido.96 Entre esas escenas descuellan las del Valle del Cauca
o de la selva de la Magdalena en María (1867) de Jorge Isaacs, las
montañas y las selvas ecuatoriales de Cumandá (1879) de Juan León
Mera. En este siglo sucede que la selva o los llanos casi se apoderan
de la novela como se apodera de los personajes que penetran en ellos
y se convierte en una ingente fuerza telúrica (p. 541).
Isaacs nos cuenta la selva americana cabalgada por la presteza y
la capacidad de adaptación del negro, nos habla de un espacio-tiempo
donde la poética de la resistencia pasiva permite que el entorno se
proteja en sus misterios o tesoros.
En relación con el hombre determinado por las tradiciones europeas
la cuestión resulta diferente: las praderas masticadas por la especies
mayores eran el modelo de quienes cargaron con sus gustos a las
nuevas tierras. El sobrepastoreo peinó el mundo, uniformó su rostro,
en medio del desmonte de las diversas memorias que la tierra había
desarrollado para sí de acuerdo a la variabilidad de los territorios.
La veneración del negro del entorno está ligada a distintas
circunstancias:
• El agradecimiento del refugio que la selva brindaba en el escape de
los reales de minas y de las haciendas.
• La re-escenificación de las voces mayores que les legaban la
memoria de la dimensión mítica de los recursos naturales.
• El animismo que fue el puente entre los hombres que provenían
96
La comprensión de un valor mayor de esta apuesta estética del fenómeno romántico
requiere de asumir el valor documental de dichos textos en tanto a la transformación del entorno;
para establecer los duelos necesarios por las grandezas perdidas, se requiere no perder de vista
la licencia de leer las descripciones naturales en su dimensión testimonial e ideológica. Esteban
Tollinchi apunta en tanto al tema: “El paisaje americano, cuando se funde con el entusiasmo
nacionalista, puede dar lugar a una verdadera exaltación del continente americano”.
María leída a la luz del incendio
229
de orígenes dispersos y que necesitaron de la elaboración de
nuevos relatos de leyenda para construir las claves de lo que hoy se
denomina la familia extensa.
Isaacs nos cuenta al negro en condición de nativo americano, no
como el sujeto incómodo por el entorno, lo relata como el administrador
de sus secretos. En su obra, se presenta un efecto más que interesante:
se deja atrás la idea del propio en tanto al lugar común del buen
salvaje y se construye una versión negra del llamado Hombre natural
propuesto desde el romanticismo, perfil asociado a la reivindicación
de las poblaciones en sus particularidades.
Esteban Tollinchi (1989), en sus Ideas fundamentales de la cultura
del siglo XIX, nos habla del valor simbólico de aquel sujeto atmósferaentorno:
El culto a la naturaleza tuvo por consecuencia inmediata el culto
a la vida en la naturaleza, o sea, la búsqueda de la naturalidad. Esto
parece fenómeno común de todos los períodos de la historia de gran
efervescencia cultural o tecnológica. De repente, parece sobrevivir
un escrúpulo ante la civilización (ocasionado quizás por las grandes
esperanzas que en ella se cifraron y la consiguiente desilusión al
no verlas realizadas), un sentimiento de culpa ante la complicación
creciente de la vida civilizada, ante la degeneración creciente del
hombre. El individuo se siente agobiado por la organización social,
por las imposiciones del estado y de la ley, por los escrúpulos de la
moral, por el exceso de convencionalismos, por los refinamientos de la
razón, por la necesidad del trabajo, etc. Y el agobio y la degeneración
se explican por referencia a una naturaleza que se ha erigido como
norma e ideal de la condición humana. El hombre natural se convierte
en el paradigma y el guía de la nueva existencia (p. 478).
Los bogas del cañón del río Dagua son los guías de Efraín en el
regreso a su entorno enfermo de caducidades, los negros son la tea
en el tránsito hacia un panorama donde las lógicas del sujeto que ha
entrado en contacto con la inmensidad se han visto desplazadas por
las maneras de un hombre cargado de pragmatismos, han terminado
devoradas por la maquinación de un homus-rentus que lee a su contexto
natural desde las angustias carcelarias. Efraín atraviesa el paraíso, pero
no termina de significarlo, no lo asume en majestades por el dolor de
230
Ethan Frank Tejeda Quintero
su retorno imposible a lo que identifica como el universo idílico. Los
negros han burlado los cánones del blanco, le llevan a la frustración de
un futuro que no deja de ser cuestión quimérica, mientras le asumen
en la tristeza de la trashumancia sobre su imperio de la apropiación del
contexto en lo concreto.
Esa administración del entorno sólo se verá amenazada con el
avance del concepto de desarrollo que pauperizó a los caudales. Los
afanes del hombre blanco vendieron la imagen de la selva como una
enemiga mortal. La ofensiva de la expansión fundó las laboriosidades
del desmonte, lógica que fue perfeccionándose, en dirección al error,
para encontrar casi la culminación en la contemporánea versión del
colono. De tal forma, la relación entre población y entorno, llevada de
la mano por la explotación y la extracción, se convirtió en una cuestión
de altas o bajas estimas de los territorios en tanto a las denominadas
transferencias de tecnologías.
El afán por la apropiación de las tecnologías, y la asociación de su
aplicación con el desarrollo, convirtió la poética de la rebatiña en una
cuestión de falseadas naturalidades que salta entre las poblaciones,
las generaciones y las culturas, cuestión de aptos para el oportunismo
que devino en un atavismo brutal que se mueve a placer en un mundo
enfermo por el concepto del rendimiento.
Después de Isaacs, es posible ser testigo de la representación de
dicho asunto en el relevo narrativo de las obras periodísticas que
cuentan la versión contemporánea del colono, donde se repiten las
dinámicas apropiadoras de las empresas colonizadoras europeas:
• No reconocer el saber de las poblaciones de origen en las geografías
por colonizar.
• Asegurar como cuestión legada desde ‘la adultez del conquistador’
al acervo de la adaptación al entorno.
• Hacer invisibles por completo a las acumulaciones previas al arribo
del hombre blanco.
Un ejemplo de aquella situación, que no sería un error catalogar de
dramático, lo brinda el reportaje personal de Germán Castro Caicedo
(1986), La conquista del Darién, escrito a orillas del río Tumaradocito
el 2 de julio de 1972 y publicado en el libro Colombia Amarga:
María leída a la luz del incendio
231
Actualmente, centenares de familias campesina procedentes de
regiones de latifundio —en la cuales han perdido toda esperanza de
ser propietarias— están entrando en nuestras selvas, donde cada día se
inicia una nueva lucha a muerte.
En su obsesión por tener tierra propia, el colono sólo cuenta con
sus brazos y con los de sus hijos, un hacha, un machete y una vieja
escopeta olvidada.
Especialmente en las últimas tres décadas, los colonos se han
agrupado en dos clases definidas: una vanguardia que con sus
manos convierte a la manigua en campos abiertos para el cultivo, y
un segundo grupo que viene tras ellos comprándoles las mejoras, o
simplemente atropellándolos para quitárselas. Habitualmente los
campesinos desconocen los trámites legales para ampliar su posesión,
o el gobierno no ha establecido en aquellas zonas el sistema de
titulación de baldíos97 (p. 41).
Después, Castro Caicedo cuenta cómo los colonos han ido
descubriendo “por sí solos” los secretos de la supervivencia en
la manigua, ignorando el saber de las poblaciones de negros
libres que durante la colonia llegaron al territorio en condición de
cimarrones, pasando por alto el asentamiento histórico en la región
de las comunidades indígenas embera y embera chamí; ese gesto en la
representación de las poblaciones no contaminó a Isaacs como autor, a
pesar de la maquinación de una condición imberbe de su enunciador,
la misma que sirve para establecer las distancias del novelista con las
lógicas dominantes del universo de sentido de la hacienda vallecaucana.
Los nuevos colonos sólo repitieron el modelo que les llegó en la
cartilla de los expansionismos europeos, maneras incluidas en el correlato
de María, protocolos de eficiencias donde el derribe se confundió con
los orgullos por las sofisticaciones. De tal manera que no se le niega la
razón a quienes afirmaron que sobre nuestros territorios avanzaron, y
siguen avanzando, muchas más bocas que cabezas, más zapas y trampas
que sembradores de prospectivas y colectores de la maravilla.
El proyecto expansionista se ha prendado con una larga historia
de recursos perdidos, de posibilidades que no se adivinaron como
Relato que tal vez sin pensarlo demasiado se pone al servicio de la versión en simpatías
en torno a la figura del colono, versión que no nos ha permitido establecer un fluido proceso de
administración de las culpas en el acumulado histórico.
97
232
Ethan Frank Tejeda Quintero
tal. El imberbe-joya propuesto en la novela de Isaacs significa el
vencimiento de las vanidades de las lógicas expansionistas, cúmulo
de consecuencias ninguneadas que una vez en marcha pretendieron la
eternidad y se enseñaron como resignación; principalía vencida ante
el temor por lo plagado y lo inexorable que habita tanto al caprichoambición como a la enfermedad-herencia.
La conciencia de autor de Isaacs se expresa a nivel simbólico,
construyendo sugestiones ante la belleza de su narración que obedecen
a las maneras de los relatos atávicos, su sujeción a la dimensión
sentimental se ratifica en la cosificación de una educación para el
relato que es africana. Isaacs dispone un panorama de ponderación
del entorno que escapa a las voluptuosidades consideradas cual
ruido a las voluntades supremas, que va más allá de la asociación de
la abundancia con el pecado y de la pobreza con la resignación. El
novelista sentimental caucano es un autor que propone en su apuesta
ideológica una administración adjetiva alternativa del mundo, lo hace
en el juego de antonimia y complemento que se da entre la mirada del
mundo desde la entelequia del hombre blanco enfermo de principalías
y la del ratificado y resistente ser africano.
La víbora, que los negros de Isaacs enfrentan desde el temor
reverencial, en los aperos de los colonizadores recibe el trato de las
plagas. El silbido de la rapaz, entre los negros, es un pretexto para que
la marimba suene antes de que el sol dibuje las formas en el interior del
catedralicio98 universo de la selva. La relación del ajeno al territorio,
aquel que se presume hecho de copos de algodón, se ubicaría ante la
mítica verrugosa en la necesidad de la extinción de la misma.
Isaacs es consciente de la antonimia entre la lectura del honor y la
lectura del pecado sobre el símbolo de la serpiente; gracias al cuerpo
insepulto del padre portador de la versión distintiva de la víbora, se
reconoce la mutación del significado que, a pesar de sembrar otras
temeridades, no representa la completitud de la extinción del relato
mítico, pues la desaparición del cuerpo de Sinar establece otras
monumentalidades, otras obligaciones al testigo entre los tiempos que
es el escritor americano (otro fondo, otro nido, otra sombra).
98
El concepto les ha sido impuesto, pero el negro americano ha encontrado las maneras de
reinventarlo.
María leída a la luz del incendio
233
En la conexión entre la noveleta intercalada y los capítulos del
cañón del río Dagua, se adivina un autor informado de lo que significó
la condena totalitaria a los distintivos africanos, consciente de su
relación con el desmonte y con el progresivo empobrecimiento de los
territorios. El caucano luce al tanto de la cadena hecha de las distintas
versiones del pecado, enterado de las transformaciones donde no se
vencieron los sistemas de tradiciones milenarias que vieron convertirse
en polvo de retorno ajeno a la historia de sus cómos99 o pervivieron
en la transferencia de sugestiones que determina nuevas identidades.
Los símbolos inmersos en María, la resolución de los mismos,
nos brindan la opción de establecer la medida de los atrevimientos
hipotéticos que muestran a un Isaacs que desnuda el origen de la
cultura del río en la sociedad vallecaucana, enseñándola como una
traza de africanía que en la novela pasa de las aguas del Tando a los
torrentes que prueban los heroísmos de un enamorado que se atreve
ante el paisaje y medra de frente la voluntad del padre, llevándola
del río por donde ha de arribar la sujeción a la serpiente de aguas que
es el río Dagua (torrente cuyos lomos conducen a un universo donde
la ruina comienza en las tumbas sin testimonio de las conversas),
transmitiéndola del juramento por el amor elevado ante un paisaje
que aún no ha aprendido a convertirse en catedral ante los testimonios
afectos que viajan sobre aguas tocadas por lo floral.
5.5. Cristianización del paisaje, paleta de color para el desandar lo
que duerme en la palabra negada
En la cristianización de los territorios se la jugó occidente por
la apuesta de la devastación. El políptico expansionista apostó todo
por la misión de “normalizar” las geografías, de arrebatarles las
voluptuosidades para liberarle de los secretos que bien podían esconder
lo que sus preceptos condenaban.
El desmonte, que permitía el dominio desde las tierras altas, contó
99
La recuperación del saber, el ejercicio de los compiladores y los trabajos de reescenificación de lo casi perdido que se convierte en proyectos sobre distintos soportes que no
gratifican las fuentes de partida o se usan como insumos de las industrias del entretenimiento,
donde es frecuente que las poblaciones negociadas como públicos se sensibilicen ante aquello que
regresó en el porte de la ficción y no asuman lo que en su entorno se mantiene profundizándose
cual problemática.
234
Ethan Frank Tejeda Quintero
con distintos mecanismos dentados. Isaacs no mimetiza la mirada
desde los balcones que aseguraba a los principales el replicar las
maneras de lo que ellos concebían como la mirada de Dios. No se
consume María en la asociación designio-política que derivó en un
deterioro de la percepción del mundo. La novela de Isaacs relata una
geografía vestida, no velada, mientras ante las lecturas habituales
del avance heroico del hombre blanco el universo relatado, tanto en
América como en África, se convierte en el mundo vencido y desnudo
que debe resignarse con la embriaguez y con el sopor.
Isaacs es el testigo de múltiples presencias ante la derrota que
muestra el relevo, tras el culminado abordaje, entre las musicalidades
de la resistencia y las organologías de la componenda expansionista:
“si por momentos cesaban las músicas marciales, eran reemplazadas
por la blanda y voluptuosa de las liras. Los convidados apuraban con
exceso caros y enervantes licores; y todos habían ido rindiéndose
lentamente al sueño” (Isaacs, 1986).
Sanción de la inmovilidad que no deja ver el aletargamiento que
signa a una población que se confunde en el qué celebrar, que nos
cubre una historia que se pierde en el abrogo colectivo de una fe que
requiere que se embriaguen los disensos. En la noveleta intercalada
de Nay, Isaacs muestra a los pueblos africanos en el olvido de la
focalización sobre sí mismos. En la figura de Sinar lo propio se condena
por comenzar a ser leído como impropio, en Nay la maternidad se
convierte en una misión de sustituciones, en los reyes y generales
negros la solemnidad se cuenta en clave de imitación.
Ante la intención de Isaacs de contar a África en la distancia,
se puede asumir lo poco que se leen en el relato hegemónico las
sinceridades del origen de aquel maquilado deterioro de la percepción
de los sometidos, se nota lo poco que se habla del olvido milimétrico
en nuestros textos de registro, se hace latente la tristeza de la ausencia
de duelos desde los centros de poder por la extinción del relato de
nuestras particularidades como proceso. Isaacs, sin los fulgores de
lo directo, habla de las múltiples dimensiones del ser obligado, de la
función estratégico-económica de la sujeción de las poblaciones a una
escala de valores ajena y adaptable a la luz de los temores que habitan
a los mitemas de la versión única del mundo.
María leída a la luz del incendio
235
Isaacs en prudencias cuenta cómo la universalizante construcción
del canon es el gesto político que habita la exageración de los lugares
comunes impuestos, los mismos que justifican los aplazamientos de la
inquietud de comprender al continente origen, al continente destino,
a las tierras del tránsito en el caribe, más allá del ethos genésico de
Europa. Leído en su dimensión atentatoria de las versiones habituales,
nos sitúa ante el incendio de la máscara de las versiones occidentales,
nos llama a despertar en tanto al proyecto expansionista desbordado
sobre los territorios negros: África ha sido un teatro para el saqueo,
para la explotación ilimitada, temido por incomprendido, donde el
fin de la obtención de los recursos justificó todos los medios ligados
a la aniquilación. El correlato de la versión de Nay nos permite
ubicarnos ante un África arrasada, cargada de culpas por supuestos
vacíos (de presteza, de conocimiento, de arrojo, de ciencia, de versión
propia). Isaacs nos muestra las costuras de una historia que, en su
labor uniformadora, la Iglesia promocionó como el relato de una tierra
salvada de sus “salvajismos de origen”, mientras, en lo práctico, el
discurso cándido de la hermandad de los pueblos, bajo la entelequia
de la fe única, desembocó en la acción a muerte de las rendiciones:
Sinar luchó hasta el fin defendiendo cuerpo a cuerpo a Nay y
su vida, hasta que un capitán de los cambez, de cuya diestra pendía
sangrienta la cabeza del misionero francés, le gritó: -ríndete y te
concederé la vida. Nay presentó las manos para que las atase aquel
hombre… (Isaacs, 1986, p. 189).
A cada uno de los enamorados la orilla que le habría de corresponder
en la misma sujeción. Mientras Isaacs entrega la voz a la memoria del
relato africano, los textos de aventuras disimulan la nueva etapa de la
tragedia conquistadora, disimulan el panorama de muerte que significa
el plan de inversión de los polípticos económicos, de las nuevas
ofensivas desencadenadas tras la llamada transferencia de tecnología;
Isaacs escribe desde el términus donde Inglaterra se asegura el cabo
de la administración de la ciencia; España y Francia se confunden en
el rehacerse de los choques generados entre sus sentires de imperio
en decadencia o en redificación; Estados unidos se concentra en un
crecimiento interno sustentado en el convertirse en un reducto gigante
236
Ethan Frank Tejeda Quintero
de las maneras esclavistas y los pueblos de América se apresuran a un
endeudamiento asociado a fulgores vivificados con sangre.
En aquel mundo que en la búsqueda del desmonte uniformador
camina hacia la falsedad del fenecer de los aislamientos, en aquel
remedo de cartografías que se aprende mundo, escribe Isaacs a María;
ejerce autorías en medio del escenario que derivará en la segura
continuidad de la transnacionalización de los recursos hallados en
las tierras tocadas por el coloniaje; estadio histórico donde se bordan
nuevas banderas con telas que se suponen lustro y orgullo, pero sólo
son el telón que niega la condición necesaria de testigo pleno frente a
un teatro donde las ideas de minorías de edad han encontrado discursos
más violentos y eficientes.
Isaacs sabe de la pluma y el botón al alcance exclusivo de la
mano del amo, del señor que ha cambiado de ternos y ha dispuesto
utilerías que hacen más dramáticos los cinismos; a través de Cantú,
Isaacs tiene contacto con los discursos de las cortes de Cádiz, con
las alianzas derivadas de las pugnas por el dominio de ultramar,
con la vocación dictada en tanto a la producción de materia prima
a los dominados por la deuda o por los aparatos militares, con la
tecnificación concentrada en las cercanías al poder que asegura el
juego de recepción-transformación-retorno-sobrecosto-dependencia
que habrá de dictaminar nuestras futuras tragedias sociales. Isaacs
comprende la cristianización de los territorios en asocio con el diseño
de lógicas onerosas para la investigación que nos condenarán a la mera
aplicación y/o a la demanda de la maravilla convertida en insumo
uniformado, cuestión última que se expresa en la mirada desconfiada
de Efraín hacia la silueta del ingenio azucarero que se recorta contra
un cielo que no se lastimará por la extinción de sus arreboles.
La tragedia africana es una siamesa de la tragedia americana,
Isaacs nos da indicios que parecen bichitos de luz sobre los susurros
de lo no relatado, o lo relatado convertido en distraimiento. María
atenta las formas de nuestra controlada pauperización, circunstancia
desencadenada en medio de la mirada en el obviar que tiene su origen en
la vanidad remedada a los amos, en la mentira elevada a los criollos de
poseer la voz que inaugura el mundo, en la promesa a las emergencias
de encontrar simulacros que les permitan escapar de sus orígenes.
María leída a la luz del incendio
237
El África no relatada es la misma donde Alonso de Sandoval (1987)
nomina, en la generalización, la condición de africano:100
Habiendo de tratar de negros y de etíopes en todo este libro, parece
conveniente tratar en primer lugar y ante todas cosas su nombre y su
naturaleza. En lo que toca al nombre, graves doctores antiguamente
llamaron a Etiopía Ethera, esfera, cielo o elemento de fuego. Iosepho
y el Tostado, sobre el génesis, dicen que la sagrada escritura, según el
texto original del hebreo, llama a la Abasia, Chusia; y a los abisinos
sus naturales, chuscos, tomando la derivación del nombre Chus, hijo
de Cham, que la pobló, porque lo mismo es entre los hebreos Chus,
que etíopes entre nosotros. Plinio, en el libro sexto, capítulo treinta y
seis, dice que tomó la denominación de etíope, hijo de Vulcano, que
presidió en aquellas partes. Otros, que viene del verbo cremo, que
significa quemar, y así tanto monta decir etíopes que hombres de rostro
quemado. Por las cuales razones conviene nombremos a todas las
naciones de color negro como etíopes, fuera de otras particularidades
que cada una de ellas tiene, como son guineos, caravalies, ardas,
lucumies, congos, engolas, cafres, macuas y otros” (p. 10).
Doctores tiene la santa madre Iglesia, lugar común no analizado
lo suficiente. El proyecto unificador devoró los universos semánticos,
las etimologías absolutas fueron el escudo postrero de la apropiación,
pervirtiendo en la primera mirada lo que terminaría totalizado. Mientras
las palabras que habían alcanzado la significación por vericuetos
distintos a los que se pretendieron imperio fueron confundidas con
voces animales, las más pobres versiones de una tradición impuesta
nos veían como a simpáticas estampitas de una escala evolutiva, como
a figurillas hechas de trapos y de fierros sembradores tanto de las
rutinas como de los fuegos.
Isaacs escapa a la deshumanización de las historias, a la acos­
tumbrada bestialización del cautivo que avanzó aniquilando las
tradiciones en relación con las ciencias otras que terminaron por
vestirse de metafísica y/o fetiche. Rehúye a las dominancias de la
representación, pues en el relato de los saberes específicos del negro
en el Pacífico violenta las versiones del fenómeno que requirieron de
100
El ejercicio descriptivo no pasa de fachadas, de considerar a la población como utilerías
o sujetos animales del teatro de la dominación.
238
Ethan Frank Tejeda Quintero
distintos caminos para llegar al bajo sospecha, mientras los autores de
la referencialidad única de Europa ganaron la condena a las certezas
que se contaban en las maneras diferenciales de ser para y en el mundo.
De tal manera, nos muestra el novelista sentimental la brutalidad del
África vista en la ausencia del saber, nos la presenta víctima en su
dimensión de proyecto posible para los intereses de los castradores
sólo en el olvido de las culturas derrotadas por la vanidad de los amos.
En María encontramos a la madre-origen atrapada en la condición
de laboratorio de las prácticas de conquista. Leer lo no relatado en
el romanticismo americano, leer lo que fantasmea tras los señoreos,
nos permite aprender un África que fue el territorio de prueba para
las guerras, que fue la tienta para los artistas del crimen; tanto María
como Sab, de Gertrudis Gómez de Avellaneda (1841), nos muestran,
desde la reinterpretación de sus atmósferas, el crimen sostenido que
se aprendió a maquillar con los héroes y sus simpatías ignorantes. Las
pistolas en manos de Sinar representan la versión del mejoramiento
tecnológico del África concebida por los futuros y sempiternos
administradores de las colonias, los discursos del esclavo enamorado
son la anticipación de la condena de las poblaciones que abocadas
quedan a los golpes de suerte. La idea del matrimonio entre príncipes
replicada como promesa entre los principales de las colonias se ve
burlada en la imposibilidad de la felicidad en el desmonte del universo
idílico, en su revelación cual falacia, en el incumplimiento de la
completitud de la belleza que es venganza efectiva por la intervención
que interrumpió la alianza entre las cortes africanas como punto de
partida para el diseño de polípticos propios.
Isaacs y Gómez de Avellaneda nos muestran la condena a la que se
someten los pueblos que construyeron sus versiones del afecto como
una cuestión piramidal, justificada en ponderaciones del ser que se
limitaron a lo estético; los autores del romanticismo americano nos
muestran la relación existente entre la falaz fascinación del cuento de
hadas y los aparatos ideológicos de los poderes expansionistas.
En medio de suspiros, dejamos ser el avance de los Homos
polvareades101 que pensaron era posible sólo la transferencia que
101
Parodia de la evolución, obedece a la idea de la evolución del hombre en el instrumento,
en su capacidad de cosificar sus desafueros.
María leída a la luz del incendio
239
ayudara a desencadenar con mayor presteza y efectividad las pugnas
entre las poblaciones originales. Isaacs sabe que en esas dinámicas, de
lo dividido y de lo por dividir, jugaron un papel principal los rastros
de pólvora sobre la sotana, cuestión que se hace evidente cuando
escribe a su amigo Luciano Rivera una carta donde le habla de sus
proyectos ulteriores: “La libertad enemiga del cristianismo… ¡Cristo
abominando su obra! ¡Iniquidad humana! ¡Fariseísmo total!” (Cortés
Amador, 2005, p. 81).
Las avanzadas de las empresas evangelizadoras ayudaron a
caracterizar dichas pugnas y a radicalizar el sentir de deudas mutuas
que se profundizó tras la traición a las diferencias; Isaacs provee una
narración del ser africano que, a pesar del condicionante de la distancia,
escapa de las generalizaciones; Isaacs hace lucir de piedra mal pulida
a las versiones empobrecidas, a los relatos y a las lecturas que fueron
las máquinas de moler los acumulados de las culturas asentadas en las
tierras pensadas para el incendio.
Alonso de Sandoval (1987), en Tractatus de instauranda aethiopum
salute, hace una descripción que no se podría llamar detallada de
los pueblos africanos. El siguiente es tan sólo un fragmento de su
caracterización:
…dicen que viven junto a Egipto una nación llamados adrimachidas,
que tienen las costumbres de los egipcios y no comen carne. Luego le
siguen los penos por la parte del poniente, los cuales ocupan muchas y
diversas regiones de África y son grandes criadores de ganado vacuno.
Los masagetas se van continuando por el mar egipcíaco, los cuales
tienen las mujeres comunes y son grandes hechiceros y adivinos. De
aquí van corriendo hacia el poniente los macas y los guidanes, que
traen coronas abiertas como clérigos. Los machiles viven junto a la
laguna tritonida; estos dejan crecer el cabello desde la mitad de la
cabeza hasta la cintura, de modo que les cubre todas las espaldas. Del
otro lado de la laguna viven los auses, que se raen el cabello de la
cabeza y sólo lo dejan crecer por delante, tanto que les cubre el rostro.
Los afros ordinariamente se sustentan de fieras, de animales silvestres
y leche; dejan caer el cabello de la parte derecha de la cabeza y cortan
el de la izquierda. Los maxies son en todo semejantes a los afros, sólo
que andan embijados, esto es, pintados de colores. Los zabicas, que
confinan con estos maxies, son muy esforzados y dados a la milicia
y ejercicios de la caza, y las mujeres a sembrar y cultivar las tierras.
240
Ethan Frank Tejeda Quintero
Los zingantes viven en el interior y el centro de la tierra de África,
donde hay mucha miel, ordinario mantenimiento suyo; estos también
se pintan y embijan. Viven de ordinario todas estas naciones como
salvajes por las selvas, sin uso de agricultura, sin orden de república,
sin leyes ni algún humano trato, habitando en las cavernas y cuevas
de la tierra, sustentándose de las raíces de las hierbas, de las frutas
silvestres, de las carnes y las sangre de las fieras… (p. 13).
En el relato de Sandoval se clarifican usos, maneras, prácticas,
que no permiten asumir el continente negro como a un territorio sin
fundar. No obstante, las relaciones de los pueblos y la adaptación a las
geografías habrían de ser información usada de forma exclusiva por las
avanzadas militares, en un juego de asociaciones y batallas construidas
bajo una gran carga escénica. Isaacs desmonta el performance al
asociar la evangelización con una de las etapas de la ulterior derrota
militar de las cortes africanas, los iluminismos le permiten asumir a
las tierras de conquista sometidas a la eterna intención de las llamadas
domesticaciones, ante sus ojos las luces han tornado en fuego, lo que
arde le permite ver las siluetas de los pueblos que, tras milimétricas
pugnas por la de-significación del saber, son arrebatados de sí por la
referencialidad de una cultura que pretende únicas a sus prácticas y
técnicas.
Ignorar las domesticaciones propias de los pueblos africanos,
en tanto a los recursos naturales, establecería el lugar común de la
trashumancia no asociada a ciclos productivos, sino a la ubicación de
dichos pueblos en una etapa anterior a la invención de la agricultura.
Carga imaginada que haría del ser africano otro tipo de fiera salvaje
por derrotar, apresar y criar. El conocimiento del negro se convirtió
en una suerte de observación que no obedecía a lo etnográfico sino a
lo zoológico. En África, la expresión sangre y fuego se aplicó en la
totalidad de sus efectividades. África ardió. África hoy nos quema.
África, en palabras de Darío Henao Restrepo (2002), está aquí,
incendiando el ánimo cuando descubrimos que una de las prácticas
de los europeos fue la quema de las espesuras, está aquí hoy que no
soportamos el desborde de las llanuras máculas ante el caballero de
las lágrimas que se nos hace de otras carnes, está aquí hoy que se
obligan los desbordes que nieguen a la contenida resignación por ser
María leída a la luz del incendio
241
testigos del relato des-encriptado de aquella devastadora estrategia del
detrimento, y de sus distintos niveles contaminados de eficiencia, que
fue-es-será la metrópoli que se expande por vanidades.
Isaacs nos muestra varios elementos de los derroteros de la
dominación aplicados a manera de plantilla sobre las distintas
geografías: el desplazamiento de las poblaciones que facilitaba las
capturas, la pérdida de los suministros que debilitaba a los combativos,
el desmonte de las riquezas del suelo que aceleraba el atraso, pues era
parte del plan ubicar a los cobrizos en una etapa histórica previa a la
del surgimiento de las técnicas (era una apuesta principal el ubicar a las
poblaciones de las tierras arrebatadas en terrenos de la no apropiación
del entorno que las sometieran a las dependencias absolutas).
Isaacs sabe de aquella macabra estrategia de refundar, desde el
deterioro, al universo africano, conoce de la intención de direccionar
la mirada mutua de los hijos en distintas geografías de la dominación
sólo desde la impuesta maldición de la carencia. El escritor caucano
cuenta cómo los odios obligan a las familias a viajar en busca de
protección y cómo aquellos protectores son vencidos por otros con
odios mejor armados. Relata el novelista sentimental cómo la empresa
de la trata negrera echó mano de las divisiones para nutrirse de las
llamadas piezas de indias: “no mates a Sinar; yo soy tu esclava”
(Isaacs, 1986, p. 190).
El tránsito también está plasmado en María, se encuentra en el arribo
de los esclavos a una tierra de conquista bastante más nueva donde las
dinámicas de contrabando aún están en proceso de construcción. El
padre de Efraín ha llegado a una de las estaciones de su viaje, Nay
comparte la circunstancia, los traficantes de madera y de castellanos
de oro tienen en sus manos el destino suyo y el de su hijo, las opciones
para la princesa vencida son pocas: viajar en condición de concubina
hacia el caribe, de esclava total hacia el norte de América o convertida
en aya hacia el corazón de un sur que aún no se adivina como tal.
África combativa elige la opción del suicidio, África domesticada
habrá de enseñarnos lo que serán nuestros paladares futuros, asociados
al prevalecer, a la reinvención, al camuflarse que requieren los gustos
para perpetuar su condición de amarre de los pueblos.
242
Ethan Frank Tejeda Quintero
Isaacs, en la totalidad de su obra, hace fantasmear a una historia del
gusto más allá de lo que no cabe en la emoción no extinta del llamado
atávico. En la versión americana del negro, nos cuenta las bebidas y
preparaciones, la rotación del licor que calienta, las piedras hirvientes
de un tapado que garantiza la cocción en medio de la humedad de la
manigua. Fuego telúrico, símil de la historia del mundo que se ha ido
incinerando sin prisas. El fuego en los ojos, el triunfo de los invasores
salta de la geografía a los imaginarios: el detrimento del territorio es
el desmonte de la noción de abundancia de dichas latitudes; tierras
arrasadas, esperanzas vencidas e incomunicación son parte del plan de
sostenimiento de la dominación como política.
Tras la pobreza instaurada en la mente del propio y del incauto
listos están los imperios a cobrar todas las riquezas. Sin embargo, el
sentido resiste en los espacios de lo doméstico donde lo negro se nos
convirtió en traza de identidad; la riqueza de la legación africana se
expresa en la reinterpretación que hicieron los negros en el Pacífico de
los insumos americanos, en la historia de la apropiación de nuestros
condimentos, en el relato de la mezcla de sabores que fue evocación y
que hoy es el deseo de ratificación en un nosotros que susceptible fue
a todas las violencias.
En Isaacs, el tema de la representación del “alma negra” no es
gratuito, obedece a matrículas ideológicas y a voluntades exactas; la
inquietud por la distancia conceptual entre abolición de la trata y el fin
de la esclavitud le ha llevado, en medio de la impotencia, a interesarse
por los hijos de África desde una mirada cultural.
Trazando las palabras del mismo autor, entregadas por Aura Rosa
Cortés Afanador (2005), en su libro Facetas desconocidas de Jorge
Isaacs el humanista polémico, podemos establecer su intención de
perfeccionar al romanticismo americano en la representación del ser
africano:
Dominado por estas convicciones [el dolor por la violencia
desatada por la evangelización], personificando (fácil labor), estas
ideas, poniendo en relieve fatales errores, escribo a “Fania”, cuya
acción empieza en 1822, aunque un bello episodio me hace retroceder
hasta 1808, y a las campañas de José María Cabal, otros detalles
“Alma Negra” (lo que usted denomina “Camilo”) debe seguir a
María leída a la luz del incendio
243
“Fania”. Retocando el primitivo plan de la obra se convierte en dos
libros: el último, “Alma Negra”, aparecería fragmentario sin el otro.
En ese trabajo puesta toda mi atención, mis facultades todas y confío
ya plenamente en que el resultado satisfará a mis amigos (p. 81).
El anterior texto pertenece a las epístolas escritas por el novelista
a su amigo Luciano Rivera, el mismo que había hablado de Camilo
de la siguiente manera: “…Se afirma que en ese libro trató Isaacs con
mucho acierto el pavoroso tema histórico de la esclavitud en el Valle
del Cauca” (Cortés Amador, 2005, p. 80).
La esclavitud es un tema que el autor ha asumido desde la juventud,
que ha esperado a acumular el número suficiente de vivencias para
hacer de su voz una cuestión mayor en compromisos.
Isaacs ha madurado su voz en los kilómetros consumidos para
abordar el tema de manera directa y sin el uso de sugestiones que
sirvan de camuflaje a su apuesta ideológica; ante aquella conciencia,
la desaparición casi total de los textos “Fania” y “Alma Negra”
construye nuevas dimensiones a la leyenda de Isaacs, sugestiva imagen
del invisibilizado por los regularizadores, idea del doblegado por la
desafección del poder, pero no vencido en su inquietud escritural,
que remata uno de su poemas del compromiso con el siguiente verso:
“¡Morir puedes luchando; vivir esclavo, no!”.102 (Isaacs, 2006)
¿Cuáles son las condiciones de la captura de aquella “Alma negra”?
El censor de la lectura habitual habrá de considerar la expresión negra
en relación con la administración adjetiva que le asocia a la idea
de maldad, pero Isaacs demuestra que su avanzar sobre la cuestión
africana es una cuestión de espíritu para quien le reconoce a los
cautivos la educación sentimental que le habita.
Isaacs significa las utilerías del mundo de la negredumbre, se detiene
en las maneras del ser afrocolombiano, relata las particularidades
culinarias, los secretos de los procesos de fermentación, la microincineración o la pudrición controlada de lo preservado; técnicas y
prácticas que hacen del banquete una cuestión tanto de repetición
como de novedad. La captura en las viandas de lo que es un paisaje
significado para las demandas de los nuevos paladares, en un espacio
102
Poema “La Tierra de Córdoba”, dedicado a la tierra de Antioquia.
244
Ethan Frank Tejeda Quintero
de gratificaciones tocado por el intercambio con los acervos indígenas,
se dispone ante la mirada de un Isaacs determinado por los tránsitos,
por la condición itinerante de quien ha regresado a su tierra para poder
recordarse y hacer inventario de sus fortunas.
Sometido a la catástrofe de compartir una educación sentimental
no susceptible a la completitud con quienes le enseñaron a contar,
recorre Efraín la muerte en la imposición de la voluntad del padre,
asiste al declive de las utilerías del honor y a la derrota de la exactitud
de su universo frente a la premuras de las emergencias, prisas que
se expresan en la castración que existe entre el hombre natural y el
hombre cultural entre unas élites que aprenden a beber del desprecio
hacia sus propias historias.
En María el mundo de lo pretendido es devorado por el mundo de lo
concreto, en un concierto relacional donde se dictan las nuevas maneras
de nuestras futuras pobrezas: nuevos trajes para las dependencias,
nordomanías, exacerbación de las prestezas rentistas. De tal manera,
la novela sentimental americana es un testimonio de la resistencia
vestida, camuflada, de lo frugal. Cuestión no advertida por pensadores
como Eduardo Pastrana Rodríguez103 que considera a la generalidad
de los cultos de la Colombia del Siglo XIX sumida en una plácida
ignorancia, a la espera de condensaciones de sentido que requerían del
detonante exclusivo de la euro-referencialidad, ignorando los posibles
vínculos con el mundo de las familias vallecaucanas, como la del
mismo Isaacs, a través de las rutas de mercado del Caribe:
Los intelectuales colombianos del siglo antepasado, no conocieron
el socialismo científico, además, de muy poco les hubiera servido,
atrapados como estaban en un laberinto de formas económicas que no
entendieron jamás. Para ellos, sobre todo por quienes se consideraban
progresistas, las buenas ideas estaban en los libros escritos por los
pensadores liberales europeos. Al principio, porque en las últimas
décadas del siglo, la mayoría de ellos modificó viejas posturas y no
pocos cayeron en lamentable misticismo (p. 46).
Pastrana Rodríguez desconoce la opción seguida por los inte­
lectuales americanos de identificar los pensamientos liberales
103
Referencia extraída del libro Faceta desconocidas de Jorge Isaacs el humanista polémico.
María leída a la luz del incendio
245
circulantes y vestirlos de nueva piel, de una piel de las abundancias y
de la voluptuosidad natural no sancionada cual pecado o desperdicio.
Relación vivencia pensamiento que es fundante del proceso de
representación de lo propio. En María las mesas sencillas, pero
desbordadas en delicias, son una constante entre los hijos de los
libres y entre las poblaciones de las nuevas colonizaciones; se deleita
el hambriento cazador de isotopías en las menciones que se mueven
entre la cabuya y el mameyal, el barro y los xuxús; descripciones
que no se pueden confundir con meros cuadros de costumbres y que
son el vínculo que se da con el universo africano susceptible a la
abundancia.
El vínculo identificado por Isaacs va más allá de las utilerías y de
las anécdotas de las mesas, pues se da en medio de las labores, los
roles y las preparaciones nacidas en las diferentes maneras de obtener
los recursos alimenticios: extracción, casa y pesca; producción,
siembra y cría.104 En María el paladar obedece a dinámicas asociadas
con el secreto, el embrujo y la seducción; el deleite es el renglón para
que se expresen las relaciones que ganan en dimensiones cuando
no se pretenden directas o escapan a las maneras dictadas por el
reconocimiento de la institución.
La victoria de los dominadores se hace de elementos de prestigio
que se agotan en cada vuelta de tuerca, mientras los triunfos parciales
de lo nos-otro se hacen de las utilerías del vínculo que garantizan
las pervivencias de arraigos en los tiempos dramáticos de la
internacionalización, pauperización, desacralización de los sentidos
expresos en lo diverso.
Lo que resistió es aquello que nos salva de convertirnos en el sujeto
tipo, en el ser genérico, en el sujeto plácido que hizo de la misma
piel un estadio del uniforme. Para comprender esas resistencias, es
necesario rehacer la historia del contacto, re-imaginarla desde los
hitos expresivos que hemos empobrecido en la lectura, hallarla en los
misterios que no se detienen en las listas de indicios, es urgente partir
de los romanceros reinterpretados por quienes escapaban en cantos
a una María del señoreo que reconoce sus inutilidades, por aquellos
104
En tanto al tema resulta esclarecedor y gratificante el texto Fogón de negros, escrito por
el historiador Germán Patino Ossa.
246
Ethan Frank Tejeda Quintero
que huyen de las versiones del negro falseado en el copleo, por los
que acudieron a la plaza que cunde de las voces identificadas con los
realismos sociales que nos advirtieron que es más efectivo, para la
reivindicación, el incendio de miradas que el de plantaciones.
En el reconocer la constancia de un incendio que nos fantasmea, es
urgente, con nuevas lecturas, ir de María a Sab, de Gertrudis Gómez
de Avellaneda, de Beloved a Las estrellas son negras, de Arnoldo
Palacios, de la noveleta intercalada de Nay y Sinar a la obra de Amalia
Lu Posso, ir del negro referido y leído como utilería al negro autorelatado como ser cultural de intrincadas pervivencias. Es urgente
beber de la negra asumida como camuflada madre en el relato a las
mujeres del Pacífico hablando abiertamente de su susuné, de la mujer
que no considera sospechosas sus alegrías al jugar a mostrar perilla
mientras baila frente al fantasma de tunununú,105 de la negra que
muere de angustia por saberse un bocado de quien es habitado por las
menos justas de las hambres, de la princesa africana que viaja hacia el
sepulcro en medio del teatro de sus falseadas conversiones.
5.6. El relevo narrativo, estética transfigurada
Arnoldo Palacios forma parte de aquellos intelectuales afroamericanos que nos invitan a establecer vínculos directos entre los
dos continentes, nos mueve a rehacer el contacto para comprender
e imaginar nuestras claves culturales; habla de edificar los puentes
necesarios, urgentes, para desmontar la versión de nuestras miserias
indiscutibles, para encontrar los lazos entre pueblos, para identificar
las hermandades que no se limitan al efecto del color de la piel.
El chocoano, desde las formas propuestas por el realismo de los
compromisos, nos habla de las riquezas que habitan aquellos escenarios
vistos desde el sempiterno cargo de las miserias, nos lleva a un lugar
del vínculo que escapa a los visajes donde las figuras de excepción
significan resistencias que hermanan a las distancias, nos muestra, en
su texto Buscando mi madredediós, la ocultación de una dimensión
mítica que bien pudiese encontrar en el referente de Isaacs una etapa
de la historia de sus prevalencias, que nos pudiese regalar la imagen
105
Cuadro de danza callejera que se escenifica en los desfiles de San Pacho en QuibdóChocó, puerto sobre el río Atrato en el Pacífico norte de Colombia.
María leída a la luz del incendio
247
de un autor que viaja de las teas relatadas por Cantú a las condiciones
particulares de la princesa cautiva que es Nay; figura astral de la
divinidad femenina que tras la ruptura de las cadenas derivará, por el
continuo de maestrías legadas, en la reina de cabildo afroamericano
que se relata a través del recuerdo de una libre llamada Mama Fide.
Resalto la suerte de camuflaje de los mitemas africanos que se
expresan en una escena a orillas de un río crecido.
“En el tiempo de antes se metía allí la yesca; por eso se ñama
yesquero; la yesca era un trocito chiquito de baso seco, seco, que
sacaba candela… Hoy, con la civilización, no hay yesca… Y con lo
caros que etan lo jójoro y que se escasean…”
La interrumpí:
“Por eso é que cada cual prende su candelita…”
Mi Mama Fide dio un sobresalto:
“¡Ay, m´hijo, no diga candelita! Eso es pecado, cosa der diablo”
—me reprendió.
“Yo creía que no se podía decir era velita”.
Mi Mama Fide se santiguó:
“No vuelva a decir eso tampoco. Eso llama a la muerte… Persinese,
m´hijo” (p. 82).
De la misma manera que Isaacs nos insta a ser testigos del cambio
de políptico, Palacios nos invita a saltarnos el filtro de Europa, a
escapar al visaje del centro, a crear las rutinas que nos fortalezcan la
conciencia de la cercanía de nuestras orillas; contornos a los que la
mayoría de hijos del distraimiento no reconocen bañados por el mismo
océano: “la costa del Brasil sobre el Atlántico está más cerca de África
que de Europa, no podemos seguir permitiendo que para ir de América
a África primero tengamos que volar a Europa”.106 Cuestión que no es
descubrimiento alguno, pero que en la mirada de muchos se comporta
como lo hace la ya argumental-genérica cuestión del encubrimiento.
Las maneras y las rutinas del mundo nos fueron impuestas, las
lecturas empobrecidas cumplieron su parte; obraron los cultores de
las vergüenzas llenando de culpas al texto, mientras el sujeto a la
Programa piloto de la experiencia Conversan-dos, proyecto conjunto entre Telepacífico
y la Decanatura de humanidades de la Universidad del Valle. Financiado en el año 2010 por el
fondo para el desarrollo de la televisión de la comisión nacional de televisión.
106
248
Ethan Frank Tejeda Quintero
fascinación incorporaba, más allá de lo consciente, un inventario de
lo negado que, entre fantasmas con campanas al cuello, encontraba
opciones para escapar de las empobrecidas formas de los orgullos
(acentos, sabores en tanto a saberes, deidades que no fenecen tomando
por asalto a los cuerpos suspendidos, maleadas versiones de la santidad
y del heroísmo). Por eso, es nuestra obligación transmitir el cronotopo
de lo no advertido.
El camino que lleva desde las primeras expresiones del negro
americano para la literatura colombiana, presentes en Isaacs, al
retorno de quien colecta los pasos que se resistieron a convertirse en
olvido, está hecho del trepidar que fluye, es bordado por el encuentro
con la mirada de Cortico que lee la furia de un brazo de agua que
pierde sus contornos por las explotaciones auríferas y madereras, se
edifica por la significación del grito de Benkos Biojó en las noches
de una Cartagena donde los fantasmas se incomodan por las luces de
vodevil, se entiende cual poética por la rabia, más que diagnosticada,
decretada en una mujer hecha de la piel de la luna y vestida con
una educación africana. Dicho sendero de construcción de opciones
para la interpretación de nuestros acumulados se perfecciona en la
legación de la voz que hace posible la obra de autores como Roberto
Burgos Cantor, Óscar Collazos, Amalia Lú Posso, Lucrecia Panchano,
Édgar Collazos, Candelario Obeso, David Sánchez Juliao, Umberto
Valverde, Medardo Arias, Helcías Martán Góngora y especialmente
Arnoldo Palacios.
En el hoy en que escribo somos testigos de la sofisticación de
la apuesta ideológica de la representación del negro, fundada en
Isaacs, fenómeno que captura a las coreografías establecidas en torno
al canalón para la extracción del oro y del platino, que es avivada
por la reverencia de los bogas al fuego y la mítica de las trazas de
africanía que se expresan en la figura del palo de candela, símbolo de
la vitalidad, en medio de los pueblos de agua que nunca escucharon
hablar de prometeos.
Entre Isaacs y Palacios aprendemos a no leer el tema de la inclusión
del negro en la literatura colombiana como a una cuestión que se
agota en el concepto del estado del arte o estado de la cuestión, pues
dicha inclusión es un aspecto que crece cuando se asume como el
María leída a la luz del incendio
249
resultado de legaciones en lo encriptado, no en la intención desnuda
de misterios, donde cada hito expresivo es a la vez puerto de partida
o puerto de eterno retorno; referencialidad que los imperios de las
vergüenzas quieren adivinar como acumulación de lo no resuelto y que
desde los resquemores es visto como esencia que no requiere atravesar
los umbrales positivos propios de lo que cabe en la clasificación de lo
aprendido.
Hemos probado que somos, no necesitamos probar desde cuándo,
somos conscientes del acto creativo que nos permite el movimiento
entre historicismos. En medio del ruido de la mandíbula de mula del
rostro fantasma del antiguo trapiche, nos hemos dado grandes bocados
de silente ratificación, de plácido escape; en el banquete de lo no
dicho a boca llena, cansina asistencia a la repetición del tres golpes,
festiva participación de la excepción que en medio de un batallón de
vergüenzas no corre el riesgo de convertirse en orgía.
Isaacs y Palacios comparten otra isotopía principal: las prácticas de
lo mínimo en la preparación de los condumios propios de universos
que no se pueden leer desde la exclusiva advertencia de las pobrezas.
Isaacs cuenta las preparaciones de los tránsitos por el río Dagua,
cocciones del enterramiento asociadas a las maneras de las llamadas
ollas podridas, Palacios cuenta las preparaciones que se aprenden
desde las inocencias y que son vitales para la supervivencia en medio
del aislamiento.
Ana Beiba y Elba pusieron el caldero al fogón, echaron la manteca,
picaron la cebolla con el pedazo del machete; cuando ya la manteca
se había derretido y calentado echaron la cebolla, removiéndola
incesantemente con una cuchara de mate; cuando ya empezaba a
medio dorarse la cebolla vaciaron el arroz, que hizo chispear grasa con
un ruido; revolvían sin descanso el arroz con la cebolla; al notarlo frito,
dorado, le pusieron el agua en cantidad doble del espacio ocupado
por el arroz. Avivamos el fuego, empezó a hervir y le añadimos sal.
Mientras hervía a borbollones, los tizones incandescentes se iban
partiendo en brasas que nosotros agrupábamos formando otra hoguera.
Desollamos los plátanos; los metimos a asar parados, recostados a
los maderos, sobre las brasas; de vez en cambio les cambiábamos la
punta de arriba para abajo o se les daba una vueltecita, de suerte que
la cocción fuese uniforme. Evaporada casi el agua de arroz, viéndose
250
Ethan Frank Tejeda Quintero
en la superficie unas burbujas, lo tapábamos con pedazos de grandes
hojas de catuga, semejantes a las del plátano, resistentes incluso
al fuego vivo, dúctiles hasta el punto de reemplazar el papel, entre
nosotros: poco después, volteamos el arroz, operación consistente en
lograr, mediante una cuchara grande mate, poner la parte de arriba en
el fondo y viceversa, no fuera a quedar cruda la mitad; lo tapamos de
nuevo y a partir de ese momento lo dejamos a fuego lento; el arroz fue
volteado tres veces, con la precaución de que la punta de la cuchara
no lastimara en el fondo la costra frita, tostada, o sea, el pegado. Los
plátanos se asaron, unos doraditos, otros con manchas negruzcas,
el efecto de haber estado a punto de quemarse, pues, a pesar de la
vigilancia, en un abrir y cerrar de ojos, el plátano se quema; ocurre
también que, si al principio se deja en mucha candela, se chamusca; si
no se mantiene el fuego fuerte, se pasma, de ninguna manera se asa,
queda incomible. Las hojas transpiraban: sudor de arroz. “Ya está” —
constatamos. Bajamos la olla (Palacios, 2009, p. 81).
Es enorme el placer de leer en extenso lo que sólo el desafecto o
la premura pueden dictar como simple, la posibilidad de encontrar un
relevo entre voces que se da desde el que cuenta con naturalidad lo
que está dispuesto para su bienestar de trashumante y el que se asume
como testimonio de lo que resiste.
En Isaacs, el niño que se recuerda, el amo que se aprendió niño en
medio de los campamentos de la vía al mar, la sensación de requerir
de ambos para comprender que las asociaciones en la lectura de lo que
luce inconexo son las garantes del prevalecer. En Palacios, la mirada
fascinada que aún no se ha infestado por las poéticas del escape en la
lactificación.
Los paladares nos brindan la opción de desandar los caminos, de
establecer los nexos entre los Muntus.107 Es hora de buscar el sendero
107
Alfonso Múnera en su ensayo “Manuel Zapata y la nación inclusiva”, nos recuerda el
preciso instante en que el autor, nacido en Lorica Córdoba, introduce el concepto de Muntú: “En
el contexto de la tradición oral, transmitido en su propia lengua o a través de la impuesta por el
colonizador, el concepto de “persona” integrado al ámbito de la “familia” y al medio ambiente,
expresado en la palabra “muntú” de los bantú, jugó indudablemente el papel de cohesionador de
los pueblos dispersos en América. Este término es intraducible a los idiomas extraños al África,
porque su semántica está estrechamente ligada a un modo peculiar de sus culturas. El “muntú”
concibe la familia como la suma de los difuntos (ancestros) y los vivos, unidos por las palabras a
los animales, a los árboles, a los minerales (tierra, agua, fuego, estrellas) y a las herramientas, en
un nudo indisoluble. Esta es la concepción de la humanidad que los pueblos más explotados del
mundo, los africanos, devuelven a sus colonizadores europeos sin amarguras ni resentimientos.
María leída a la luz del incendio
251
de regreso, llegó el tiempo de permitir que vengan desde África a ver
qué hicimos de ellos, qué quedó de sus legados, qué fue de los escapes,
qué fue de los resignados. Ante la distancia de un Isaacs que incluye
al negro a conciencia de su importancia y un Palacios que desanda
la memoria de su particularidad, se eleva, sin pretenderse vestida de
lanzas, la pregunta que nos ubica frente al inventario de inocencias
que responden a un tenor distinto al sembrado por los apropiadores:
¿cuáles son las opciones de rehacer nuestras genealogías, cuidándolas
de no contaminarse con el sentir de la impostación propia de las élites,
alejándoles del capricho de ponderaciones o de sub-ponderaciones por
cuestiones de estirpes?
Ya es hora que los pueblos de las periferias nos reconozcamos en la
hermandad de las carencias, sin perder de vista el cuidar las acciones
conjuntas de enfermar de nuevas fiebres por las purezas; es hora de
leer las mesas de María con la intención de quien quiere devorar
más que utilerías, es el momento de aprender a leer a las posteriores
mesas negras de nuestra literatura como a los diferentes estadios de
los mismos afectos expresados en la novela sentimental; es el tiempo
de actuar libres del indicio, de reiterar la necesidad de escapar de los
efectos de los denominados estados de la cuestión.
Tras la conciencia de aplicar distintas velocidades sobre el registro
de las rutinas, de los rituales que conforman las historias de nuestras
adaptaciones, llegó el momento de recolectar los fantasmas, de gritar
las conmensuras de nuestros holocaustos, de pedir la rectificación
de las versiones contadas al vuelo y vestidas de los linos propios de
las llamadas estampas de bienestar. Llegó el tiempo de establecer
las,culpas de los traidores y de cincelar los nombres de los pueblos
de origen sobre los sepulcros en blanco de las víctimas, es el instante
de caminar sobre los banquetes de fiesta, de dejar huellas y leer las
de quienes entre dos manchas de sangre sembraron una de bija.
Es el espacio-tiempo de escribir, sobre los troncos de los samanes,
los amores negros que niegan la pobre versión de los corazones
atravesados por las flechas del amor de los amos; es el momento de
los manifiestos, de exigir la lectura de la poesía de los malungos, de
una filosofía vital de amor, alegría y paz entre los hombres y el mundo que los nutre”.
252
Ethan Frank Tejeda Quintero
rescatar nuestras músicas del empobrecimiento que sobre ellas han
fundido las industrias culturales; es el tiempo de dejar que las voces
del batey se alarguen sobre las aguas y toquen el cuerpo embarazado
del continente que más se cuenta en la captura que en el dolor del
imposible retorno. De tal manera, es el instante de leer a María
como el drama, nunca el melodrama, del escindido; de reaprender
la novela, no como la voz del enunciador imberbe que bebe en sí
las imposiciones de las escuelas románticas europeas, sino como
el que aprende de su pequeñez las claves necesarias para futuras
pervivencias.
Es el momento de releer a María a cincel y con porra, para
escenificar la vieja necesidad de inhalar el polvo de lo ignorado, la
urgencia de leer las tensiones que pueden denunciar los argumentos
como telón de boca que disimula los incendios; telón de boca que
debe ser corrido tanto por la garra como por la mano angélica para
que las poblaciones se enfrenten a sus inocencias y a sus culpas,
para que las gentes crezcan mientras comprenden que deben escapar
del riesgo de considerar la inocencia de Efraín como única y a sus
culpas, en la lectura sólo de lo empobrecido, como un efecto de
imitación ajeno a la dimensión ideológica de Isaacs.
Es el momento de obedecer la non-santa costumbre de desconfiar
a María, de hallar en la novela los porqués para repetirse en esa
práctica antigua de aprovechar las convulsiones, las pugnas internas,
las divisiones, la confusión, para sembrar los reclamos que atentan a
los aletargamientos que se pretenden estructura; urge leer en María
el cuantum del desmonte de mundos que los poderes requirieron
para acelerar la transnacionalización de los recursos y que, a pesar
del distraimiento emocional de Efraín, se ve reflejado en tráficos y
contrabandos.
En la novela, en tierra africana, se escenifica la maquinación de
la pugna en el suministro de armas que los ingleses le aseguran a
los pueblos en discordia, mientras en tierra americana administran
las rutas para la evasión de la ley. La lectura en detalle de esas
correlaciones entre las principalías nos las devela como perpetuadoras
de las violencias, al tiempo que nos ubica, en un panorama que escapa
a la insinceridad de las enciclopedias, en un cubil de interpretación
María leída a la luz del incendio
253
que desconfía de las versiones hegemónicas que la hacen carne de
héroe de las anécdotas donde es la traición la que decide quién gana.
María, en clave de sujeción, cuenta cómo los cuerpos son vencidos
en el antes, en el durante y en el después, mientras el siempre se
aprende como una cuestión administrada por una sola mano.
Sin la desnudez del panfleto, María nos reubica ante la creciente
conciencia de los denominados protocolos de la dominación donde la
piel que brota en la marca de carimba se pretendió una flor de afecto.
Dinámicas de tamizaje edulcorante de la brutalidad que, tanto en
África como en América, siguieron rutinas exactas:
• Asociación combativa, practicada para que la red cayera sobre el
cuerpo del que se ha olvidado como hermano.
• Lectura escatológica de los rituales mito-poéticos de los pueblos,
interpretación práctica en el avance de las demonizaciones.
• Repetición tanto de los discursos como de los teatros donde se
aseguraba la muerte de las deidades que serían leídas como prendas
de los tiempos de equívoco.
• Constancia en el esparcir los fragmentos del denominado cadáver
lección, semilla del miedo que aseguraba el futuro éxito del cuerpo
suspendido que fue prenda del avance de la versión única del
mundo.
• Desintegración de las principalías propias, dinámica donde las
masacres y los crímenes selectivos aniquilaron al símbolo, pues la
esclavitud de los reyes tenía un profundo valor simbólico en tanto
a la vulnerabilidad de los pueblos.
Leer a María como testimonio de las violencias nos deja de frente
a la profunda tristeza de las historias interrumpidas por los afanes
expansionistas, de frente al desespero por las reivindicaciones no
exigidas: Nay es la hija de un general en el exilio; Sinar es el hijo de
un rey que ha protegido su sangre en la confusión entre los hombres
que surge de la fragilidad. Confusión al extremo, donde “comunes”
y “principales” han visto cómo arden las distancias que les separan;
seducción para la traición, hombres que, a través de los discursos de la
resignación, optan por vencer las espadas sin desenfundarlas, mientras
los sacerdotes y los mercenarios pretenden no contar la sincronía de
sus historias. Coordinación coreográfica que Isaacs comprendía con
254
Ethan Frank Tejeda Quintero
profundidad; sin embargo, hoy casi no se le reconoce dicha conciencia,
pues la imagen del inspirado devoró en él a la presencia del hombre
informado.
Retumban las palabras de José María Vargas Vila (2005):
Este gran cantor fue un gran luchador.
Jorge Isaacs que es el primero de los poetas de la patria, fue
también uno de los primeros caracteres de la República. Tuvo algo tan
austero como su musa. Su virtud. La casita de sus creaciones poéticas,
no es más blanca que las de sus acciones públicas.
La América no lo conoce así. Admira al poeta, ignora al político.
La mitad de esta gran personalidad ha quedado en la sombra (p. 52).
Isaacs es un devorador de cinismos a quien el contacto directo con
el país le brindó la opción de desvirtuar las versiones de lo falaz, el
contacto directo con las poblaciones le dio la prenda de entender la
palabra minga en boca del negro y la palabra cagüinga en boca del
chimila.
5.7. Sombras, ¿fundidas o confundidas?
En la versión sincera a los piadosos y a los verdugos se les puede
ver partiendo del mismo puerto, siendo la evangelización una fase más
del entrenamiento belicista propuesto por una Europa que, a pesar de
la fragmentación cultural, ideológicamente se adivina única en lo que
corresponde al concepto de expansión.
En la regularización del mundo dos manos poderosas aseguraron
el triunfo de su corazón políptico: la piratería y el ultraje. El honorable
avance no es más que una charada disimulada tras poemas épicos,
donde la brutalidad se vistió de designios que se pretendieron divinos,
convirtiendo la aniquilación del otro en una cuestión que ante las
grandes armadas es tradición y pretexto para el orgullo de los reinos,
las naciones o las patrias. Tras la cruz arribó la espada; tras los telones
de las voces afectas entraron a escena los artefactos de guerra; tras el
triunfo de la sugestión, que asoció al pecado con el símbolo del contacto
total con la tierra, llegaron las herramientas que cambiaron las rutinas,
las historias de la adaptación y los relatos origen-particularidad de los
universos productivos.
María leída a la luz del incendio
255
En las tierras de conquista se adelantó la siembra de paquetes
tecnológicos que convirtieron a los pueblos en dependientes de aperos
y genéticas, cuestión que mutó a los conquistadores, probándoles todo
tipo de máscaras, hasta convertirlos en los eternos dueños de lo que
va desde la implementación hasta el mejoramiento. Panorama donde
las dietas propias son señaladas de todas las carencias, donde las
preparaciones de origen se olvidan, en un proceso de aleccionamiento
que genera versiones bizarras de los platos de los colonizadores en las
diversas geografías.
Isaacs, en su relato desde las periferias, anticipa la imposibilidad
de crear las condiciones de siembra para el recurso propio, para
comprender la explotación de lo silvestre a consecuencia del entorno;
el caucano escribe en los años de la guerra entre las provincias,
confrontación que deja, en los espacios que quedan entre las lanzas
y los cañones, pocas posibilidades de advertir la disputa entre lo
introducido, lo exótico y la endemia.
Comprende Isaacs aquella cartilla de la imposición, propia de la
versión única del mundo, sabe que se vence en el conocimiento que
reinterpretan las negras de lo que la población originaria de América
provee como la dimensión mágica de los condimentos. El autor de
María comprende que la obligación por las purezas caduca en la
confianza de poder decir que la delicia se obtiene gracias al auxilio
de los ayudaos. Isaacs es testigo de cómo la pétrea imposición se
desmorona en el juego de las combinaciones de color que rompen las
monotonías de los límpidos platos que se creyeron parte del cuerpo
suspendido que ya advertimos cual estandarte o cual condena. El
caucano nos narra cómo la africanía se “cifra” en las maneras de
cocción ya referidas por aparente simpleza, nos muestra el alma
negra en los rituales de consumo que hacen de los gestos comunes
una cosa de misterios que no responden a la pretensión de uniforme
empobrecido con que hemos condenado a esta tierra, nos significa las
prisas y los silencios en lamentos, evocaciones, esperanzas y temores.
María está cargada de esos elementos de la ratificación en la
resistencia, más allá de la no inclusión de detalles absolutos de las
preparaciones, perviven los perfiles de la excepción: los negros del río,
los condumios que brotan de los fogones de María, la voluptuosidad
256
Ethan Frank Tejeda Quintero
de las comunidades de sentido que se disimulan ante la mirada
regularizadora del amo, las cartas dispuestas que protegen de la
sofisticación por la sofisticación a los camuflajes de aquello que los
pueblos no negocian.
Isaacs siembra en María la intención-atención que servirá de
material generativo a escritores como Arnoldo Palacios. La práctica
en lo específico es relatada con el mismo compromiso en Isaacs y en
Palacios, la distancia la marca la estética de épocas diferentes y las
máscaras de sus valentías para enfrentar a los discursos dominantes.
Tanto el autor romántico como el hijo de los hitos del arte que devela
sus compromisos, aprendieron a asumir dichos discursos dominantes
como cobijo, nunca como asfixia. Palacios es el relevo de Isaacs, el
paso dado desde el negro referido para el reconocer hacia el negro
contado para vencer el olvido, es el avance de la inclusión de la
mirada que caracteriza a la narración en primera persona de quien se
sabe resistencia entre tantas negociaciones; relevo entre voces que
comparten apuestas ideológicas, la primera ignorada por las lecturas
melosas, la segunda recibida con la frialdad que pasma al plátano y
echa a perder el queso.
Procuramos abrir campo a las brasas finas, en el corazón del
fogón, apartando la ceniza; pusimos a asar el pedazo de queso; difícil,
porque a pesar de ser una calidad de queso consistente, en un prisprás, se carboniza por encima, formándose una capa, que ni siquiera
se puede raspar. Quien no sepa asar ese queso debe comérselo crudo;
de lo contrario lo pierde. De disponer de manteca suficiente, se frita
quedado como una empanada (Palacios, 2009, p. 81).
En María, en Sab, en los banquetes de las obras nacidas sobre la
huella caribeña, en las novelas sobre bazares, en las elegías de las casas
grandes, en las tragedias en medio de los socavones, en los relatos
que crecen entre palafitos, en las novelas de las hambres diversas, en
los textos de quienes se matricularon en los abolicionismos, en los
corpus por establecer, en los acumulados que no se dejan empobrecer
en recortes vanidosos, está la omnisciente estampa de los cautiverios
que se vencen en la bija que arranca las sonrisas del negro que es
consciente de sus orígenes.
6. ARTEFACTOS. ARTE DE LOS QUE HICIERON EL
VIAJE HACIA EL OTRO NAVEGANDO SOBRE EL DEFECTO
La transferencia de tecnología sólo al nivel de los artefactos
que son los juguetes de la aniquilación se mantiene como apuesta
principal de la transformación del políptico de la Iglesia al políptico
de la inversión requerida en la explotación de los recursos naturales
de los territorios de conquista; la tecnificación se cuidó de que aquella
milimétrica apuesta por la brutalidad no escapara a lo encubierto bajo
los estandartes de lo administrado desde el centro. De tal manera, la
implementación de los desarrollos técnicos se dio en el comprender
velado que se detiene en la cosificación de la ciencia y en la operación
de la misma. Los territorios de conquista no participaron de los
beneficios que significaron los grandes desarrollos más allá de rutinas
que aseguraran los endeudamientos.
Hasta hoy en los territorios que se han dado a llamar en desarrollo
se pueden ver las máquinas de matar más sofisticadas, mientras a los
que los habitamos se nos niega el acceso a los verdaderos acumulados
de la investigación aplicada. La riqueza ha degenerado en dramáticas
miserias, hemos sido testigos, después de los “descubrimientos del siglo
XV”, de un mapa al que le han sembrado los más diversos problemas
sociales para asegurar en la ilegalidad los recursos requeridos para que
el tráfico variopinto se financie.
Mientras el ethos moral del mundo se levanta sobre cartas de
honestidades pretendidas, estamos cercados por una colección de
prohibiciones que nos regalan el tufillo a pólvora que perfuma
los espacios que el mundo centralizado, y de la versión única, aún
considera como remotos. El endeude y los tráficos sólo han cambiado
de máscaras y se han eternizado como rutinas. María relata la
relación entre el honor y los tráficos en el espacio-tiempo de su autor;
Isaacs cuenta, tras los camuflajes de lo romántico, la génesis de las
condiciones de futuras pauperizaciones, mientras relata las riquezas
expresas en el hombre-mujer cultural que pervive a las dominaciones.
Leer María como un estadio de las violencias, nos devela la no
sostenible mentira-fábula del tráfico por el tráfico que estableció sus
teatros en medio de la selva, que bordó sus tinglados en laboratorios
258
Ethan Frank Tejeda Quintero
de la violencia y en ciencias aplicadas en lo artesanal que no llegan a
ser un remedo de las posibilidades de la ciencia llevada hasta el final
de la cadena de valor en los laboratorios de la asepsia del llamado
primer mundo. Los visillos de nuestros paquetes tecnológicos no son
espacios de la verdadera transformación, no son estadios del avance
donde la prospectiva salta entre los tiempos llevando el saber de la
intimidad de las culturas al acumulado universal de las luchas contra
la enfermedad, la angustia o la soledad.
En el caso colombiano, la transformación de un recurso natural, si
no obedece a la operación de los poderes económicos transnacionales,
siempre está problematizada. En María es posible leer la conciencia
de Isaacs de la relación del declarado bienestar de los denominados
renglones de las economías propias en el ocultamiento de tranzas que
significan las verdaderas dinámicas de la acumulación-concentración
de las riquezas; la quiebra del padre de Efraín se da tras el fracaso de
una empresa inconfesable, tras la confianza depositada en un sujeto sin
nombre que representa los intereses ocultos del hombre principal del
señoreo de la hacienda. Ese aspecto es retomado por el texto audiovisual
Pura sangre, del director Luis Ospina, donde quien administra los
destinos económicos de las castas vallecaucanas es asociado con
los tráficos de la frontera oriente y con las mafias marimberas de
finales de los setenta. Dicho texto audiovisual ubica al principal en
un panorama de sacrificio representado en el crimen sostenido de
infantes cuya sangre es suministrada a la figura astral de la economía
cañera y en el fallido intento de suicidio de quien sucumbe a la presión
de las emergencias. Impavidez que es simbólicamente asociable al
estado de postración del padre de Efraín ante la acumulación de sus
culpas. Aquel panorama de lo insincero, asumido por la condición
de autor desde la época de Isaacs, fortalecido en relatos posteriores,
permite comprender la dificultad del desarrollo de apuestas que luzcan
interesantes como posibles purgas o reivindicaciones de lo falseado
tras las dinámicas de lo ilícito.
Isaacs indica el camino trazable hacia las medicinas tradicionales
representadas en los negros del río, la lectura en detalle nos lleva a la
advertencia de recursos, como el sauco, confundidos, por la ignorancia
de Efraín, con indicios de superchería; recursos que ante miradas mejor
María leída a la luz del incendio
259
dispuestas, que renuncien a los habituales desprecios, se convierten
en las verdaderas posibilidades de transformación de un proyecto de
nación sustentado en la ponderación de las ventajas comparativas más
que en los entrenamientos competitivos.
El matiz de lo simulado se sufre en pieles que no permiten la
relación con la verdadera nuez de los problemas:108 la ignorancia de lo
nos-otro. En un país que casi no tiene historia de productos llevados
hasta el final de la cadena de valor, es más que sospechoso que el
único paquete tecnológico que sabe de estandarización esté sometido
a la ilegalidad y actúe como sustento-discurso-acción del descuido de
la administración sobre los territorios; ese descuido que empieza a
relatarse en María a través de los tráficos y de la liviandad de la ley en
los teatros profundos de la provincia del Cauca.
Isaacs, gracias a los viajes derivados de su dimensión antropológica,
es un posible testigo para la acción-sugestión del aplazado
sinceramiento que era necesario para la resolución o la castración
de las miserias. Él conoce la aplicación políptica-estratégica de los
aislamientos y de las condenas derivadas de la idea de tatuar sobre
geografías la sanción de periferias; por eso es posible considerarlo
en la conciencia de las consecuencias del correlato de su novela, es
tentador imaginarlo sembrando futuras claridades entre suspiros
automáticos; una de esas claridades es de dimensiones rayanas con
el perfil del sátiro desafinando la lira: la confusión se siembra en la
geografías donde el desangre de los recursos ha sido sostenido.
Isaacs habla a la sugestión de los jóvenes, de la misma manera
como los negros aprovecharon su fascinación para sembrar una
sensibilidad otra. El caucano fue víctima del desprecio en medio de
los beneficiados de las tranzas, de los simbolismos puristas y de las
maneras conservadoras, al tiempo que era amado por los pensamientos
jóvenes. Posteriormente, la pulsión de las miradas renovadoras por
Isaacs se neutralizó tras la cosecha de inquinas de oído que hicieron
de María una suerte de dulce sin espíritu, mientras los pensamientos
108
En nuestro país, en tanto al problema del narcotráfico, se desarrollan proyectos de
intervención que se limitan a la visualización exclusiva de los síntomas del problema; la
narcotización de la interpretación de la problemática se da como principal acicate de las nuevas
hordas apropiadoras de los territorios, fenómeno donde la resolución se aplaza tras las cortinas
dispuestas por lo policivo.
260
Ethan Frank Tejeda Quintero
anquilosados devoraron los velos de la obra como si se tratase de
algodón de azúcar.
Vargas Vila (Cortés Afanador, 2005) refiere el final de las sesiones
de la Cámara de Representantes en una de tantas tardes colombianas
donde el crimen pretende resolver lo aplazado:
Jorge Isaacs por su elocuencia y la actitud de aquel día estaba
marcado para la víctima de aquella multitud, ebria de licor y sedienta
de sangre.
La juventud corrió a rodearlo. Era su poeta querido, su orador
predilecto.
Como las olas conmovidas, las turbas sobre él, lo silbaban, lo
insultaban, lo apedreaban.
Rodeado de un grupo de jóvenes, revólver en mano disputando su
vida a la multitud y a la soldadesca logró ganar su casa (p. 53).
Después la patria del honor pretendido optó por un crimen mayor
que el asesinato directo: la caricaturización de la intención de Isaacs
como autor. Por eso él, visto en los detalles de lo ignorado, nos significa
la caducidad de lo honorable, el vencimiento de aquella pretensión
nacida de la necesidad de las poblaciones de reinventarse frente a la
operación del ilícito, donde la ley no es tea o candil sino una metáfora
de la persecución de las complicidades derivadas del acumulado falaz
de las sujeciones.
En la champa que rompe el Dagua, el silencio es catarsis de lo mutuo
en la burla a los patrullajes, es la ratificación de la complicidad entre
aquel que aún no desaprende su condición de joya y los negros que
aún no han asumido la conciencia total de su libertad. La complicidadreconocimiento se da más allá de contar con distintas educaciones para
lo sensible, formaciones para la sanción que les ubican en condición
de interpretación antónima de una misma motivación.109
Aquella conciencia en el antes nos brinda la posibilidad de asumir
los elementos fársicos de los ejercicios de la ley del hoy, donde la
acción presta de la legitimidad uniformada se da bajo la idea de los
positivos, de los enfrentamientos, de las bajas y de las capturas. En
109
La administración adjetiva del mundo entre Efraín y los bogas del río Dagua es claramente
antónima.
María leída a la luz del incendio
261
los barridos que adelanta la mirada central sobre los territorios, se
realiza una suerte de inventario de las desgracias; en las ofensivas, el
brazo de la legitimidad peina con pólvora los nombres de los pueblos,
de las veredas y de los corregimientos, mientras se aplaza el arribo
de la verdadera voluntad de inclusión o de reconocimiento de las
particularidades de los diferentes seres culturales de las regiones. Las
motivaciones para el conflicto se sofistican, enturbiando o enmalezando
las sendas que llevan a las reconciliaciones, convirtiendo en carne
de anécdotas, gustosas de saltar al olvido, al dolor desencadenado
en el choque entre regularizaciones y resistencias. De tal manera, el
sistema represivo se regodea en efectividades, mientras los sistemas
de la justicia social, la ponderación cultural, la caracterización de los
patrimonios inmateriales, disimulan su paquidérmico andar.
La disputa entre la autoridad y los levantamientos alimenta un
teatro cargado de actores del conflicto en medio de una guerra que
tiene mucho de cruento acto performático. Sin ser María un texto
sobre el imperio de la ley, en sus páginas se puede leer la relación
entre el ardid, la captura y los aplazamientos de las culpas. Isaacs nos
muestra cómo, al igual que en la tragedia africana, en Colombia el
conflicto disimula los verdaderos rostros de las colonizaciones y de
las maneras de la concentración de las riquezas; formas que requieren
de una máscara de pan sacramental para el sospechoso ejercicio de la
piedad y de otra de bronce sin profundidad en el relato que reivindique
los positivos de la legitimidad-institucionalidad. Como ejemplo, salta,
entre Nay y Sinar, lo controlado que era el acto de entregar los juguetes
de la muerte para que las historias africanas se aniquilaran entre sí;
Isaacs nos cuenta cómo se aprovechaban las tensiones del aislamiento
para sembrar enojo en el correr de un brazo de agua que es leído
como renglón de históricas tensiones axiológicas por el propio de un
territorio y como lomo de los rescates por parte del que administra la
pauperización que determina las nuevas configuraciones relacionales,
cartográficas y ontológicas.
Sin medrar, entre los retablos de la muerte asistida a quienes
lejos están de agonizar, reitero, ni como indicio ni como anécdota, la
descripción donde Nay cuenta que Sinar porta un sable turco y dos
pistolas. Sinar es un príncipe-esclavo, un hombre armado en medio de
262
Ethan Frank Tejeda Quintero
la corte de aquellos que le arrancaron los prestigios, símbolo de la sed
de venganza que en sus posibles efectividades hace de los territorios
un dulce fácil y al alcance de los que mosquean sobre las riquezas. La
venganza se pretende universal, mientras a la intimidad de los pueblos
se les negará el derecho al perdón, pues la retaliación forma parte del
destino, se constituye en un elemento de sangre del denominado mito
del eterno retorno desarrollado por Mircea Eliade (1951), donde la
trascendencia del honor justifica las ofensivas sobre pueblos con los
que se comparten las miserias del conflicto.
Europa asumió la linealidad de su historia, al tiempo que nos
condenaba a la idea de la repetición ligada a lo inconmensurable y a lo
inexorable, legándonos la concepción del perdón posible sólo ante el
sacrificio; de tal manera, nuestra historia plagada de tonos, de cuadros
argumentales de resolución fija, de gestos ponderados por una carta
estática de lo adjetivo, nos permite comprender a los distraimientos y
las resignaciones que dificultan el rehacerse de las versiones propiasdiferenciales que imposibilitan la reacción masiva ante las llamadas
catástrofes históricas.
En medio del despertar de las inocencias insoportables, en medio
de la desazón legítima del intervalo dejado por las sugestiones del
olvido al sofisticarse, Mircea Eliade nos prenda la claridad de una
pregunta hecha a nuestros tiempos:
¿Cómo podrá el hombre soportar las catástrofes y los horrores
de la historia —desde las deportaciones y los asesinatos colectivos
hasta el bombardeo atómico— si, por otro lado, no se presiente ningún
signo, ninguna intención trans-histórica, si tales horrores son sólo el
juego ciego de fuerzas económicas, sociales o políticas o, aún peor,
el resultado de las “libertades” que una minoría se toma y ejerce
directamente en la escena de la historia universal? (1951, p. 139).
Los distraimientos de la solemnidad y del honor, que podemos
leer en María representados en la astralidad del padre y la megareferencialidad del paisaje, no son más que una etapa de aquel juego
políptico. En las promesas frustradas del melodrama africano, Isaacs
se detiene para dar una versión alternativa de los procederes asumidos
en los reconocimientos e imposibilidades que nacen de la guerra; en
María leída a la luz del incendio
263
el sacrificio de María, se asiste a la caducidad de las trascendencias
aletargantes que significa el universo de la hacienda vallecaucana. En
la dimensión trágica de la obra, los honores y las purezas arden ante la
apuesta ideológica del caucano.
Es clara la caducidad de la trascendencia- sugestión del héroe: el
amado africano es un caído en combate, es el sujeto-símbolo de una
clase que no nació para la batalla sino para los gestos aspirados y el
amado americano es un pusilánime que no se atreve a contradecir la
voluntad del padre ni a relatar de manera directa el cómo se desmorona
el pretexto del honor.
Isaacs deja entrever lo fallidos que resultan la administración
masculina del mundo y el “pétreo” diseño de los perfiles relatados
desde lo romántico; actúa tendiendo nuevos puentes argumentales
entre el temor, la sabiduría y el respeto, vínculos que atentan a la
tradición de la sugestión impuesta por Europa: la valentía no está en
el sujeto armado, se encuentra en el perfil femenino, en el dispositivo
simbólico de una principal que ofrece opciones a las maneras del
sacrificio impuestas por el mito del eterno retorno: ser la presa de la
retaliación o ser la purga del odio entre los pueblos.
Isaacs, en la noveleta intercalada, prenda de una historicidad lineal
propia a un continente condenado por los dominadores a los ciclos
dictados por sus escatologías; plantea la muerte, en las violencias de
las tratas negreras, de la posibilidad de significar el suceso, el hecho
o el dato; muestra el deceso de la posibilidad de edificar una “manera
particular” que nos permitiera ver a los pueblos subyugados en la
administración de su propia historia. Así, pues, aquello que muchos han
querido adivinar como un simple giro estilístico, gana una dimensión
simbólica sublime: Nay curando a Sinar representa a África sanando
sus propias heridas. Nay es la mujer metáfora, viva sin la angustia de
ser típica o arquetípica, detonante en una reconciliación que alcanzará
la condición de promesa idílica. Nay es la figura principal que en sus
afanes lleva un proyecto realizable antes de que la evangelización
convierta al perdón entre las etnias en una empresa de lo imposible.
Sinar es la representación de lo falaz del honor como detonante
de la retaliación, por eso cabe afirmar que el valor total de la imagen
del hombre armado rendido a los pies del amor está lejos de ser una
264
Ethan Frank Tejeda Quintero
reelaboración de lo romántico. Aquel que precia más allá de los
orgullos y los gestos, aquel que termina vencido en un momento donde
pudo tanto obligar como vengar, es la concepción de un proyecto al
que Europa plagará de ruidos.
El amor es posible en lo íntimo, es posible en el reconocerse, en
el moverse en el valor de la diferencia y en la igualdad en tanto a los
derechos. África podía amar a África, Europa no amó a África, ni a
América, como Sinar amó a Nay. De haber sido así, tendríamos una
historia un poco menos poluta de falsos heroísmos.
África era la mujer para ser tomada, violentada, para ser vendida
cual culpable de sus seducciones propias. África es la princesa reducida
por las seducciones de la obligación diseñadas por los polípticos
europeos. El hábito del relato construyó un marco de identidad que
ligó la abundancia a la idea del pecado, que subsumió lo bello en lo
múltiple bajo una carta de transposiciones donde la tierra arrasada se
disimula tras las maquiladas sensaciones que genera una piel lustrosa.
Incluso el mismo Isaacs, en las descripciones de las mulatas, ratifica
la versión frecuente de la mujer negra, cautiva de sí misma, como
culpable de sus voluptuosidades; corriente administración adjetiva
del mundo, en una extensión de los juicios a los que se sometió su
continente de origen.
6.1. Libertad y desarrollo. Libertad y género (accidentadas lecturas)
¿Los pueblos africanos eran libres de muchas de nuestras ataduras?
La respuesta parece obvia. Sin embargo, para establecerlo en lo
particular habría de requerir de historiografías más exactas. Más allá
del lugar común de la alegría sospechosa del negro, asumida como
carne del diagnóstico hecho por parte de los intelectuales del proyecto
de nación colombiano después del desmonte de la economía de la trata,
Isaacs parece querer ver el prevalecer de un ser cultural no sustentado
en las resignaciones, sino en la re-significación del territorio; cúmulo
de interpretaciones posibles en las maneras del aislamiento como
seguranza de la libertad y en el aprendizaje de prácticas asociadas
a relatos míticos americanos interpretados a la luz de las trazas de
africanía (la legitimidad de la acción de sus caracteres es la regla que
sirve para establecer la dimensión de los afectos, de las posibilidades
María leída a la luz del incendio
265
de pervivencia ante las ferocidades y de la caducidad de las sugestiones
que les justifican).
Isaacs atenta los elementos de lo cíclico y de lo escatológico que
posee el modelo del “amor porque sí”, versión del afecto que avanza
condenando a la no completitud a los sentimientos que escapan de
las maneras institucionales de lo hegemónico. La valentía requerida
para negociar la educación sentimental impuesta se ve reflejada en
la figura de Nay, sujeto símbolo que sirve al caucano para mostrar a
África como un territorio dispuesto a negociar de mejor manera sus
absolutos, como a un universo de la acción determinado por pulsiones
individuales110 aperadas de resistencias, simbólicas y concretas, ante
lo instaurado.
Isaacs nos muestra al corazón de África habitado por subjetividades
fortalecidas por la sensación de cansancio propia de las violencias
que empiezan a aprenderse accesorias, poblado por gente a punto
de ser derrotada por el despertar atronador de los odios derivados
de las diferencias exacerbadas y abonadas con pólvora. Isaacs se
esfuerza por contar a África como un territorio que brinda mayores
posibilidades a la autodeterminación, devorado por la regularización,
la desertización, la ostentación y la negociación de las glorias de lo
propio por las vergüenzas dispuestas como ardides de la dominación.
Su novela sentimental muestra como elemento principal de la sujeción
al diseño de la relación posible-imposible, admisible-honorable,
ponderable-atrevido. Es tentador asumir dicha dimensión de la obra
en la conciencia de Isaacs de vincular la acción al símbolo y el verbo a
la medida de sus personajes. Como autor concentra su esfuerzo en un
cúmulo de besos simbólicos entre Nay y Sinar, besos que son negados
entre María y Efraín. En la pareja de africanos el sujeto besa al sujeto,
mientras en la pareja de criollos de indias el sujeto besa al objeto en
un juego de representaciones y de castidades, de castraciones y de
imposiciones morales.
La diada Nay y Sinar es el proyecto del amor cercenado por la
intervención violenta del proyecto europeo. El amor entre Efraín y
María es imposibilitado por la apropiación afecta del mismo juego
110
Liderazgos que pueden derivar en acciones colectivas.
266
Ethan Frank Tejeda Quintero
políptico que alcanza plenitud al ser leído como tradición y/o
correcta manera. Frente a aquel panorama de la imposibilidad de la
autodeterminación del sentir, sólo queda la opción de escape a las
imposiciones del amor en lo extenso que significa la, por edificar,
educación sentimental del liberto en el aislamiento.
Entre los negros del río el sentir es cosa de la compañía en lo
concreto de la diferencial vivencia adjetiva: el negro del río adosa
de gestos al recuerdo, ama el paisaje que en su exuberancia parece
incólume de regularizaciones, lee el enojo del entorno tras un cariz de lo
femenino donde resiste su antigua concepción de la deidad en relación
con la mítica propia de aquel territorio de arribo. El amor de uno de
los bogas tiene la bendición de la solidaridad entre lo que la mirada
del extraño asume como mínimo; la preocupación por el bienestar del
enamorado es cuestión pública, el negro andariego no está velado por
las obligaciones del entorno, más allá del temor derivado de posibles
distraimientos que tienden a convertirse en condena de frente a las
exigencias de su oficio. El relato de la pareja está determinado por
la simpleza y es una cuestión donde el paisaje se pretende prenda de
la dama amada bajo una cadencia distinta. Ellos, los negros del río,
cantan a un amor diferente, a un amor que es la posibilidad de la fuga,
a un amor en el que resumen todos los amores posibles, a un amor en
el modelo de composición de las jugas y los bundes.
Remá, remá.
¿Qué hará mi negra tan sola?
Llorá, llorá.
Me coge tu noche oscura,
San Juan, San Juan.
Escura como mi negra,
Ni má, ni má.
La lú de s”ojo mío.
Der má. Der má.
Lo relámpago parecen,
Bogá, bogá.111 (Isaacs, 1986, p.297).
111
En relación con este canto referido por Isaacs, Rogerio Velásquez (2010) en su texto La
esclavitud en la María de Jorge Isaacs, con la belleza de la pluma de su trabajo sociológico, dice:
“El negro está formado de música y de danza. Coplero, positivista, quimérico, ama la tonada que
no se desvirtúa jamás. La miseria y el hambre, el miedo al más allá y los vicios que lo circuyen,
María leída a la luz del incendio
267
Lo único fijo en la letra de su canción es la inmensidad. Los demás
elementos están sujetos al movimiento, mientras se presenta una
discusión sobre la alegría o la tristeza de las maneras del canto, más
allá del ánimo de quien va en procura de la desgracia ya acaecida:
“Aquel cantar armonizaba dolorosamente con la naturaleza que nos
rodeaba: los tardos ecos de esas selvas inmensas repetían sus acentos
quejumbrosos, profundos y lentos” (Isaacs, 1986, p. 298).
A pesar de reconocerle al negro una dimensión sentimental, el
autor de María no luce absolutamente incólume de las cadenas que
su tradición le ha legado. Expresa en guiños uno de los elementos que
determinó los relatos de aquellos mundos entrados en dinámicas autojustificantes de sus barbaries: la noción del esclavo feliz. (A manera de
ejemplo de dichos mundos: la hacienda caucana, la elegía bíblica y la
imposición bélica entre los reinos africanos).
La de El esclavo feliz es una imagen metafórica muerta en el uso
y alimentada en lo político, una estampa que el establecimiento no
se cansa de contar en “la torpeza” de los subalternos. En María se
escenifica la imprudencia o celeridad asociable a la denominada
edad de las inocencias; la sanción adjetiva del enunciador se da a
contra-contexto del gesto, la actividad sobre el Dagua es vista con
las violencias propias del cariño por parte del amo. Se repite sobre
la piel de la enunciación la dinámica que establece una lógica de
sempiterna superioridad del extraño, en medio de una acumulación de
reconocimientos que aunque amable nada tiene de cándida.
No obstante, Isaacs camina cuidadosamente los linderos de la
caricatura del otro, pues parece advertir que, ante la representación
de lo nos-otro, la caricatura del otro es una apuesta ideológica que
amenaza con eternizarse en medio del entrenamiento para la burla
nacido del entrenamiento para creer del políptico europeo. Isaacs
la mujer y los hijos, la infancia desventurada, los deseos de riqueza y salud, la injusticia social
que lo convierte en esclavo de clases, el amor y la muerte, son sus temas preferidos. Parte de esto
fue lo escuchado por Isaacs, en las orillas del Dagua”. En tanto a la pluma de Velázquez, Germán
Patiño Ossa (2010) dice: “Velázquez se inclina por escribir este tipo de ensayos, en los que se
mezclan la elegancia de la prosa con los datos científicos, no sólo por su tendencia personal hacia
la literatura, sino también por influencia de algunos autores de su tiempo que se caracterizaron
por buscar una expresión estética en sus textos de historia, entre ellos Germán Arciniegas y
Abelardo Forero Benavidez”.
268
Ethan Frank Tejeda Quintero
reconoce que el relato del hombre salvaje no es ni inclusión del ser ni
homenaje desde el supuesto sujeto afecto, por eso anticipa maneras de
la descripción etnográfica que superan los hábitos de las intercaladas
descripciones costumbristas de las obras románticas.
La enunciación imberbe de María se da en el ya advertido
vencimiento de las vanidades del amo, sustentada en una suma de
efectos que subvierten la condición de la edad de la inocencia:
• La voz del blanco se supone más potente que la misma voz del río.
• El blanco es quien dicta las posibilidades para lo alegre o lo triste.
• El atrevimiento del negro es pagado con un mandato por el silencio
de parte de uno igual a él.
El relato corre en una administración diferencial de la relación
prudencia-imprudencia, pues se construye el vínculo secretoprevalencia que será el soporte del silencio en la resistencia del liberto.
Isaacs niega, reconstruyendo, las maneras de la violenta repre­
sentación del otro que se asocian con los exotismos, las niega en la
milimétrica exactitud de la relación del negro con el entorno del río
Dagua. En el consumo de los referentes románticos conoce los cómos
de la sub-ponderación, ha sido testigo informado de las violencias
literarias sobre las poblaciones dominadas, al tiempo que el contacto
directo con los territorios le permite advertir cómo las culturas que no
cuentan con la primacía en la administración del referente han sido
marcadas con una presupuesta imprudencia, cómo han sido imaginadas
al amaño de la voz potente de lo identitario dispuesto por las escuelas
europeas y cómo son sometidas por los denominados rigores sociales
que mucho le deben a la jerarquización del mundo.
Isaacs ha entrado en contacto directo con aquellos panoramas
donde la expresión de lo propio se ha usado a manera de indicio de
lo que el amo lee como la condición infante en el manejo del sentido:
—No más bunde, dije a los negros aprovechándome de la última
pausa.
—¿Le parece a su merced mal cantao?, preguntó Gregorio, que era
el más comunicativo.
—No, hombre, muy triste.
—¿la juga?
—Lo que sea.
María leída a la luz del incendio
269
—¡Alabao! Si cuando me cantan bien una juga y la baila con
ese negro Mariugenia… créame su merced lo que le digo: hasta los
ángeles del cielo zapatean con gana de bailala.
—Abra el ojo y cierre el pico, compae, dijo Laureán; ¿ya oyó?
—¿Acaso soy sordo?
—Bueno pué.
—Vamo a velo, señó (Isaacs, 1986, p. 298).
Para ponderar la apuesta del caucano, es necesario pre-leer el
desafecto por la condición imberbe de Efraín; de tal manera, resulta
urgente ubicarse ante la conciencia del autor de la caducidad de los
honores de la vencida vanidad del amo. Isaacs muestra su personaje,
en el retorno, absolutamente imbuido en el uso del adjetivo que su
lugar de formación le ha tatuado. Al hablar de las prácticas, utiliza
frecuentemente vocablos de la sub-ponderación: burdo, salvaje,
brusco. El panorama que construye en el viaje a través del río Dagua
es el de un entorno obligado con el hombre blanco, ardid que tiene
mucho de aquello que en medio del universo de la hacienda puede ser
leído como la conversión en joya de los primogénitos a través de la
vivencia del riesgo.
La mirada del señoreo de Efraín determina las conmensuras y la
voz es legada en cuestiones que por momentos parecen no tener nada
que ver con encontrar la versión negra del entorno ni de sus sujetos.
Más adelante, las interacciones de los mestizos con el joven blanco en
la serpiente para ser caminada por las recuas, ratifican el aprecio que se
supone obligado ante la superioridad. En todos los espacios, es el hijo
del hacendado una prenda que debe ser llevada casi en andas, es el perfil
del recomendado, el sujeto para ser merecido o aspirado. No obstante,
en medio del azar de un viaje hacia lo póstumo, la preocupación de
Efraín por la enfermedad de María no niega la posibilidad de expresar
una voluntad de cronista por parte del enunciador en la sorpresa
(primer paso del despertar que habrá de terminar con la dimensión
modelar del Efraín en la obligación). El viaje de la enunciación en
María se da al tiempo en el retorno y en el desmonte de un universo
que la fusión-confusión entre la educación sentimental africana y la
educación sentimental del señoreo ha determinado como particular y
único. Los vínculos entre las imposiciones y la libertad natural han
270
Ethan Frank Tejeda Quintero
de mostrar al universo caucano como a un tinglado de lo falaz que
ha empezado a arder ante nuevas legitimidades. La tristeza de Efraín,
que viaja hacia la muerte de su perfil, construye una relación más que
interesante con los detalles, lectura posible donde las jornadas sobre
la corriente son casi una metáfora del existir más allá de la obligación,
juego de imagen y representación que resultaría injusto confundir con
las jornadas de un héroe griego sobre los lomos del Aqueronte.
7. CONCLUSIONES.
SINCRONÍA, OPUESTOS Y COMPLETITUD
En María, la sincronía del relato sobre el negro en África y el
hombre negro en América es un espacio de estudio donde quedan
por hacer grandes hallazgos en aspectos como la transformación del
carácter y el rasgo identitario de las músicas. Isaacs nos muestra la
voluntad expresiva a través de las sonoridades en sus aplicaciones a
las rutinas y a lo ritual; nos ubica la diferencia del Bambuk para lo
sublime, las coplas para los caminos y el bunde para distraer o conjurar
los peligros de un viaje que devora tanto al experto como al novato.
Isaacs dispone un macro-relato para la escucha: el del hombre y
su entorno que se cuenta en la exuberancia de lo expuesto y en la
seducción de lo que se asume cual motivación en la distancia.
Efraín intenta administrar adjetivamente un paisaje sonoro, sin
importar si realmente aquel entorno es el que aprendió de sus padres a
leer en asocio al concepto del temor que significa la idea de la verdad.
La sub-ponderación de lo que el hábito enseña como ajeno no llega
al dramático límite de silenciar las voces de su entorno. En María
no es susceptible el enunciador a las demonizaciones que derivan en
lo admisible del placer sólo en su asocio con la poética de lo único.
Isaacs dispone ante la mirada de Efraín un universo alternativo para el
ratificarse, mientras muestra cómo el ardid de la ratificación-burla puede
ser cuestión administrada por el prevalecer del hombre afroamericano
en la búsqueda del hacerse vital en las geografías, en la naturalidad
del aprendizaje de las supervivencias que a los negros situados en
las periferias les hace urgente la asociación con el hombre blanco,
en la particularidad de la magia con que el negro viste, entre riesgos
y peligros que reconectan a los viajantes con su fragilidad, el vínculo
necesario con el sujeto que pasará de amo a convertirse en el futuro
acicate de la prestación de servicios112 (sin olvidar las pretensiones de
principalía, los hijos de la racialización habrán de aprender que las
112
Isaacs F. Holton (1970) contará en el siglo XIX las maneras de los bogas del río Dagua,
sujetas al peaje y al cobro por sus servicios. El viajero extranjero cuenta que el importe por el
viaje tenía un costo diferente en la orilla que a bordo; el importe variaba cuando las julianas se
estrellaban contra los rápidos del río.
272
Ethan Frank Tejeda Quintero
voluntades se convertirían en una cuestión de pago y de gratitudes
ahí donde los compromisos dependen de comportamientos dictados al
amaño de lo prestacional).
Isaacs muestra al negro en el proceso de asumirse vital, le reconoce
el saber específico que le transforma en urgente para los tránsitos
previos a la construcción del ferrocarril del Pacífico y de la carretera
Cali-Buenaventura. El negro americano, por fuera de las dinámicas de
hacienda, cobra valor, pues encuentra dimensiones de lo ponderado
en la comparación de sus prestezas con la inutilidad de los señoríos
blancos. Las nuevas circunstancias de la expansión valúan sus
presencias en la especificidad de saberes en relación con las cobardías
de los nautas en recuas.
El proyecto de representación propuesto por Isaacs es violentado
y naufraga en el mar de los desprecios. El valor que Isaacs le da a los
acumulados del ser afroamericano se ha de negar en la construcción de
un imaginario que liga al negro con las perezas. Violencia como semilla
de una traza de identidad que bebió de todos los vicios-dinámicas de
las forzadas versiones únicas; juego de efectos-desafectos que aprende
de dramatismos y de estampas para las simpatías sub-ponderativas,
mirada moldeada que avanza en la violencia de nuevas lecturas para el
hábito, mientras se ahondan las sanciones racistas que alejan al negro
del seno de las aguas. Imagen impuesta, marca de hierro de parte de
los que no se iban a dejar arrancar la condición de administradores del
mundo, lugar común para pauperizar que fue la leña de la sanción de
lo sucio que cae sobre los nietos de África.
Isaacs muestra al sujeto en su reinvención antes del establecimiento
de las lógicas del denominado triángulo de oro de la economía
colombiana, lo muestra para el registro documental, para el
destacamento del ser en relación con su particularidad, pues la carretera
y su avance, sumado al silbante serpenteo del ferrocarril del Pacífico,
convertirá al oficio de boga en cosa del olvido. De tal manera, una
ficción novelar aleja el saber específico del negro del riesgo de ser
catalogado como una cuestión de mera leyenda.
A pesar de la vergonzante lógica de nuestras imágenes de región,
violentadas por Isaacs más allá que las mismas le utilicen como
pretexto, los relatos de las canoas-ranchás, de los potrillos, de los
María leída a la luz del incendio
273
canaletes, supervivirán en las versiones musicales de los negros
rioseños, de los que resisten en medio de las profundidades, de los
que son conocidos por el apelativo de tatabros y de los que no se
extrañan cuando les llaman montunos; viajarán sus saberes, como piel,
contenido y amarre entre generaciones; en coplas y cantos, continuarán
su marcha hacia un destino natural; fluirán por un sendero distinto al
asfalto de la carretera que pasa con premura por encima de lo que no
sea ni tienta ni puerto; caminarán las composiciones de las veras del
camino para alcanzar una ciudad negra y capital, impactarán la carta
de orgullos de una población que, poco a poco, mastica las vergüenzas
que no le permiten identificar los valores de las trazas que saltaron de
cununao en cununao, de bordón a requinta, de platonera a platonera,
de pregonero a pregonero, de labriego liberto a ciudadano obligado
por los artefactos que siguen escupiendo fuego.
7.1. Pluma sujeta, libertad que se leería con el pasar de los años
¡Libertad! Voz de género femenino que ha sido poco del porte de
la mujer. En María nos encontramos un interesante paralelo entre
dos miradas a la mujer y dos miradas desde la mujer (aclarando
que no resultan absolutas-complementarias en lo que se refiere al
contenido). Las dos figuras —María y Nay— obedecen a las reglas
de mundos construidos sobre lógicas masculinas. Las distancias están
determinadas por el gesto y por el atrevimiento ante la acción. ¡Libre
y Cautiva! Cuestión de conciencia y de arrojos. María está presa
de sus obligaciones, de sus orígenes, de su cultura asumida, de su
enfermedad, de su fe aprendida, de la confusión de no ser considerada
en plenitud ni como hija adoptiva ni como prima. Nay está cautiva
de sus sentimientos por un esclavo; sin embargo, es libre de elegirlo
como el detonante de sus afectos. Ella es la seducción de la razón ante
un padre gastado en la guerra. En su relato africano, la resolución del
amor prohibido no es la misma que se asume en la tradición occidental,
es aquella que derrota las circunstancias, es el afecto del vencedor que
sólo necesita de sí para legitimarse. El proyecto de Nay es un proyecto
africano, a pesar del uso del argumento gastado por el romanticismo
europeo de la transformación del descastado en príncipe.
La valentía de Nay es un salto al rostro de la actitud pusilánime de
274
Ethan Frank Tejeda Quintero
los perfiles masculinos de la novela. La princesa africana es cautiva
de la guerra y sus avatares, pero tiene el arrojo suficiente, el saber
requerido, para embrujar a su amante e intentar salvarlo hasta de sus
propios ímpetus. El sentir entre Nay y Sinar es el amor que se puede
mirar como propuesta política de la hermandad entre los pueblos. La
hija del guerrero falla en su empresa, el afán de venganza hace uso de
mejores artificios de seducción. Sinar pide participar en la reyerta y
merecer el honor de devorar corazones de hombres blancos, pero será
el hombre blanco quien devoré su corazón susceptible a la sugestión.
Nay es una perseguida por la derrota, la traición no es en ella, pero
es en derredor. Esa circunstancia dictamina la opción de medir la
catadura de sus afectos: como figura principal en un mundo construido
por belicismos de distinto porte, sustentado sobre el honor y la
victoria, no arredra por la parcial invalidez en que la batalla sume a
Sinar. Nay es la pareja que no entiende de limitaciones y es protectora
en la conciencia de su superioridad.
La supremacía femenina determina una de las poéticas románticas
de la obra de Isaacs: la enfermedad no es una razón para el desprecio,
es uno de los pilares del afecto y de la esperanza.113
Por su parte, María está presa del silencio. Cautiverio que ella
violenta con el gesto, con las escenificaciones florales de un amor
que es devastador en la domesticación y en la captura del paisaje. La
conversa es el símbolo del sentir vivificador, amor modelar que se
expresa en la dimensión habitual de la cura o el placebo. En ella la
resignación se da de acuerdo con las dimensiones que exige el contexto;
como obligada ante la administración masculina del mundo, se acepta
bajo la promesa de lo casto, se expresa en las fronteras de género que
dicta la casa de hacienda, se asume en la maquilada pretensión de lo
virginal que se viste de exotismos en el paralelismo de su frugalidad y
la exuberancia de su entorno.
En María se expresan las versiones de maquila dispuestas para el
113
Cuestión bastante bien relatada, desde la ironía, por Benito Pérez Galdós (1878) en su
pequeña novela Marianela, donde la enfermedad hace que un amor olvide sus condiciones
platónicas, promesa que se incumple cuando la luz se ubica sobre la estampa negada por la
oscuridad, en la violencia de un mundo del vínculo estereotipado que no se mide en actos cuando
se trata de decir “las cosas son así”.
María leída a la luz del incendio
275
futuro perfil de la mujer vallecaucana: los recorridos narrados con
exactitud bajo techo, los espacios en la periferia de la estancia que
no terminan de ser una extensión del hogar. Mientras tanto, se da, en
la pusilanimidad de Efraín, el proyecto del hombre que no se asume
presa de las sofisticaciones de la dominación; para él, la sugestión que
deviene de la interpretación trascendental del mundo, el distraimiento
y el aletargamiento disimulado en las misiones, las pruebas, los trofeos
y los retos de honor.
El imberbe Efraín no cuenta más que con la posibilidad de enfrentarse
a lo súbito en el cumplimiento de las obligaciones, mientras María
recibe las licencias del ocultamiento de sus dimensiones particulares
tras los velos de un silencio prudente. El escape a las imposiciones
se da en el espacio para la sedición que significa el río. El correr de
aguas, la gran serpiente de caudales, es el renglón de lo vedado.
Aquel que para Nay es consejero, para María es mensajero. Cabe
recordar que las lecturas que le han ubicado una condición erótica a
la novela se basan, en gran medida, en esa burla simbólica que hace
María de las prudencias, de las correctas maneras que se identifican
con la figura del hada pura (expresión usada por Virginia Woolf (1929)
y retomada por Rosario Castellanos (2009) en el texto Mujer que sabe
latín…) que corresponde a las muchachas cristianas.
El baño y su relación con las flores, las flores y sus acepciones
pasionales, las florescencias y el testimonio de voluptuosidad, fueron
las primeras carnes de la sospecha de la distancia de Isaacs del concepto
de la inocencia por la inocencia. Hoy es posible adivinar en la obra de
Isaacs un proyecto de representación de la figura de mujer que no se
completó por la acumulación de ignorancias diversas.
Aura Rosa Afanador (2005) nos cita a Carlos E. Restrepo, en
la conmemoración del centenario del poeta, cuando afirma: “Para
asegurarnos que el nombre de Jorge Isaacs no será alimento del voraz
olvido, me basta recordar que él fue el creador de una mujer, de un
tipo de mujer eterna, que habrá de durar lo que dure entre nosotros el
eterno femenino” (p. 17).
Mujer escénica que no corresponde sólo a María, sino que
se expresa en Nay, mujer que en cada generación va ganando
atrevimientos en medio de la obligación que significa América. Nay
276
Ethan Frank Tejeda Quintero
y María son relatadas a través de un entramado de relaciones que hoy
luce imposible considerar gratuitas: Nay se cuenta desde la resolución
y la valentía que es sometida por la brutalidad de los tratantes; María es
determinada por el encriptar de sus deseos, en condición de conversa
y adoptiva, ante la prohibición implícita, se decide por convertir sus
sentimientos en dinámicas lúdicas que hacen posibles las palpitaciones
por el origen que no se vencen en distraimientos.
En la correlación Nay-María es posible ver a un Isaacs consciente de
la relación de los perfiles de mujer y de las lecturas al nivel del símbolo
de los continentes: la madurez de Nay asociada a la antigüedad de la
tierra del primer hombre, la adolescencia de María como distintivo de
un mundo que se ha hecho llamar viejo y que actúa a capricho y con
la torpeza propia de quien apenas ha empezado a contarse a la luz de
los centrismos.
Isaacs no sólo relata las fachadas de los perfiles de mujer, dicha
sanción se da en las lecturas poco informadas de su dimensión
discursiva. Presuponer la superficialidad de la apuesta del caucano,
en lo que respecta al género, significa profundos riesgos ante el
hábito-desentendimiento, pues Isaacs exhibe en su voluntad de autor
elementos precisos: la coquetería leída como único elemento del
carácter de María es un atentado constante a los diversos valores de la
novela, pues no permite encontrar el tenor de frescura y de inocencia
de la niña-prometida, rasgo característico que es posible como relato
por la frugalidad de una joven criada en un contexto vinculado a la
ruralidad, pero que se puede intuir como dispositivo de camuflaje
de una joven que, en medio de las imposiciones de la formación
sentimental, encuentra senderos para la autodeterminación.
María representa a su contexto en la alegría negada por el mal que
le mora, esa enfermedad que avanza más allá de los afectos, que ha de
significar el desprecio de parte de la ciudad letrada.114 El país rentista,
representado en Carlos, no se ve seducido por la figura de María más
allá de la obligación ante la palabra del padre y de las transacciones
114
Algunos autores han visto en la economía y la fe los únicos vínculos de las provincias con
la metrópoli, economía de la explotación y fe en la decisión central. De ahí el chascarrillo propio
de las mentes esnobistas que creen que la máquina del tiempo es posible con sólo abandonar los
linderos demarcados por calles y carreras: “El mundo cambió, hay que aprovechar que en las
provincias no han tenido el tiempo de enterarse”.
María leída a la luz del incendio
277
familiares que mucho tienen de trampas o componendas comerciales.
El país sentido desde la tradición, representado por Efraín, cae
seducido a los pies de María, pues los atrevimientos de esta nunca
dejan de ser una cuestión doméstica.
Por su parte, Sinar es un perfil diferencial, pues la sofisticación
de sus paradigmas está en el hallazgo de un padre en el perdón; la
venganza como motivación es sometida a la obsolescencia que
no termina por sellarse ante las cartas de culpas que acompañan la
intervención del hombre blanco.
El señalamiento y la ponderación cambian dramáticamente de un
territorio dominado a otro: María es la voluntad del ser construido
para el disfrute exclusivo de la pareja, Nay es la razón motivadora de
la voluntad de la pareja.
Isaacs muestra la imposibilidad de la ratificación particular, por
encima del ellos y del ellas, en medio de la imposición de la idea
de la versión única de Dios. La cárcel de los perfiles en María es la
noción de la versión única del mundo, la carta plena de la dominación
que termina por imponerse. Nay y María se encuentran en las
circunstancias, en la conversión, en la legación del rol, en el presunto
silenciamiento de pulsiones; como perfiles y proyectos cercenados,
son en la renuncia que se expresa en la conversa-criolla como cuestión
sostenida y en la conversa-cautiva como elemento de lo presto.
Nay y María como proyectos se vencen en la divinización del ser
que busca convertirles en objetos de la veneración. Nay deja su historia,
su verdadera historia ya fue vivida, ante lo impuesto se convierte en
otra; al pasar a ser Feliciana es “salvada” de una existencia como
concubina, pero se le niega la determinación de liberar su estirpe de la
obligación del servicio. En la transformación, la negra juega un papel
fundamental para que María sea, calcándose en ella, contándose en
medio del silencio de una vida larga y en el sepelio solitario bajo el
amparo de un samán; árbol más allá de lo genérico, árbol que será
representación y metáfora del gigante que sostiene las ramas de su
pueblo, de sus cortes, de sus guerreros y de sus sacrificios.
Las correlaciones entre Nay y María se dan desde las primeras
líneas dispuestas para sus perfiles hasta las sombras que proyectan las
no presencias de sus fantasmas; el paralelismo de sus cortejos fúnebres
278
Ethan Frank Tejeda Quintero
es evidente, construye la relación entre madre-hermanas, cuestión
sugestiva a la luz de lo que significan las educaciones sentimentales de
dos conversas que resisten en la profundidad de sus memorias, que se
transforman en la motivación para el sentir y para el relato del sujeto
que ha de ocupar el sitial astral en el universo simbólico de la hacienda
vallecaucana.
En la ratificación de los patetismos ideológicos de la novela, la
diferencia entre los perfiles femeninos genésicos y protagonistas se
marca en lo que les supervive: de Nay un hijo que ha de enfrentarse
a la confusión de sentirse solo ante las decisiones de su voluntad de
ser;115 de María queda un fragmento de cabello que no alcanzará a
servir de amarre de un mundo que aparenta derrumbarse.
En vida, Feliciana es en el afecto; la negra es en los juegos que
María le propone a Juan, hermano menor de Efraín. Esa es la dimensión
que conoce la niña de la maternidad: la compañía, el miñoco, el juego
cómplice, el riesgo de la pérdida del afecto que se negocia en los
besos que restituyen al mundo y a sus claves. María y Nay son ayas,
diferentes en el origen, iguales en la práctica. No luce gratuito que el
hijo de Feliciana y el hijo desde el simbolismo de María compartan el
nombre.
Regresemos a dos perfiles que no se pueden apocar en Paúl y en
los perfiles masculinos relatados en Atala, retomemos las sombras de
Sinar y Efraín. Como caracteres poseen un elemento que es rasgo de
identidad: la relación con la figura del padre. El uno con el ausente que
obliga y otro con el presente que dictamina. La culpa ante los entes
paternos tendrá su lugar y momento. En Sinar será asumido desde
el silencio ante la memoria recuperada y el relevo que se da de la
figura de autoridad que se expresa en Cristo. En Efraín se expresa en
el no reproche a las decisiones del padre, rector del destino que se
asume como culpable de la muerte de María, pues se considera artífice
del silencio, sostenido epistolarmente ante los ojos de Efraín, de la
enfermedad que aqueja a la amada.
Perfil que se hace mayor en la figura del esclavo del texto Camilo (Isaacs, 2007) que
convierte a su antiguo amo en su patria. Reinvención de la sujeción, juego del honor que sabe
construirse nuevos rostros y pretextos.
115
María leída a la luz del incendio
279
Sinar soñará con reconstruir su pueblo, la oportunidad le será, más
que negada, cercenada. Efraín no tendrá momento para el reclamo, su
afán será por desandar el amor que ya no es posible; las dos historias de
la versión propia castrada se glorifican en los lamentos por el vínculo
imposible de los hacendados que se ve desplazado por el matrimonio
naciente de los colonos montañeros: Braulio y Tránsito.
Nay y María pertenecen a dos dimensiones opuestas del viaje
hacia el universo idílico de la hacienda vallecaucana, obligadas bajo
distintos tenores realizan la inmersión en la provincia del honor fósil:
una, en la renuncia de la fe de su sangre, necesaria para convertirse
en un remedo de principalía donde la dote no eclipsa a la condición
de subalterna; la otra, en la derrota de sus prestigios, convertida en la
vencida parcial que juega a los camuflajes bajo una sumisión simulada
que no extingue el deseo por el retorno y no alcanza los ímpetus
necesarios para desencadenar las venganzas.
7.2. Consideraciones finales. Nay, los derroteros de una invisible
imposible
Los detalles del transcurrir de Nay se cuentan en diferentes
escenarios, la relación con la geografía de los pueblos africanos
relatados está delimitada por los nombres de los ríos y de los
territorios de acuerdo al dominio de las etnias. Es posible establecer
coordenadas que nos llevarían a significar estudios muy interesantes
de ver en tanto a costumbres y a cosmogonías. En la figura de Nay hay
indicios de más (todos identificables con el vehículo de la oralidad de
los desarraigados):
• El sacrificio de los esclavos para satisfacer las demandas del río.
Administración institucional de la violencia que establece una
axiología entre el honor y el delito.
• Las pugnas entre los clanes que obedecen a historicidades
trazables. Disputas territoriales, tensiones de referencia que sirven
para desmontar los acumulados que visten de lógica a los odios
diversos.
• Las asociaciones entre los pueblos, derivadas de los relatos míticos
que les obligaban al vínculo. La hermandad que obedece a un
sustrato mito poético.
280
Ethan Frank Tejeda Quintero
• La figura ritual del árbol del Baobab, que no debe ser aprendido
como una mera utilería de los exotismos ni como un aditamento de
lo relatado sin comprensión.
• Los celos entre los nobles que siguen claves escénicas particulares
y que se cuentan en rituales que evidencian orígenes, gestos
específicos y tradiciones.
• Las estampas militares como síntoma de los modelos económicos
que determinan a la región, que asumidos cual tendencias nos
brindan un espacio-tiempo hecho de rostros y de fachadas.
• Las claves de un mercado sustentado en el canje, la extracción y
el comercio de esclavos. La milimétrica lectura de la captura nos
prenda con la opción de la historia de los artefactos como certeza
en el inmenso relato de la historia de los desafectos.
• El símbolo de la serpiente y sus valores distintivos ante las miradas
polutas por las lógicas de las cortes.
Planteamos la cuestión de las diversas opciones de caracterización
de las poblaciones relatadas, pero no la desarrollamos por considerar
que es velada a nuestros acervos temáticos. De tal manera, desviamos
nuestra atención por cercanías, pues nos seduce el retrato general que
el autor hace de las rutinas del mercado esclavista que corresponden
a nuestras latitudes, puerto de arribo y puerta de entrada al teatro de
la explotación: Cuba, el Chocó, el Gran Cauca. Fases de un viaje que
tienen que ver con el desarrollo de las economías: la de arribo, la
minera y la agropecuaria.
Isaacs nos muestra un panorama determinado por las rutas y las
dinámicas del contrabando, la relatividad de la ley y la ambición.116
En la disputa que hace el padre de Efraín al norteamericano por la
potestad y el dominio de la negra, se encuentran dos dimensiones de la
comprensión del mundo: el construido desde lo prestacional y el que
se debe a la legitimidad del derecho; el prestacional que deshumaniza
a aquel que no tenga con que granjearse el respeto y el asociado al
discurso axiológico del ser ligado a la ley que depende de la voluntad
de las autoridades trasformada en presencia y en acción.
En la tensión entre estos mundos del símbolo y de lo concreto,
116
Leer María de Jorge Isaacs: La otra geografía, incluido en la revista Poligramas en su
edición número 25.
María leída a la luz del incendio
281
reitero un aspecto que construye el ethos de honestidad del señor
que se debe a la tierra, que edifica el concepto de justicia como traje
de prestigio de aquel que busca ratificar su conversión: el gesto de
entregar la carta de libertad a la futura Feliciana. El padre de Efraín
restituye la voluntad de la ley, mientras el hombre movido por el deseo,
el marchante, ha de verse como un elemento propio de las nuevas
avanzadas sobre el territorio norteamericano, símbolo-referente del
desarrollo político de los nuevos poderes expansionistas, correlato
de las ofensivas sustentadas en la especulación, en la expansión de
fronteras y en la licencia de la violencia plena que ha de orlar a la
figura del peregrino.
La prenda de la libertad llega de la mano de una pequeña, la
conversa Esther reclama con afecto a Nay para el mundo que les
ha de ser impuesto: el doméstico. Esa presencia del infante es muy
importante para la historia, pues la mirada que da Isaacs de África es
en gran medida la que se hace desde un niño interior.
El relator, Efraín, ha conocido las historias de lejanías siendo un
infante proclive a la fascinación y a la sugestión, dispuesto a enamorarse
de la voluntad de contar de aquella que está para su servicio y se
presenta en condición de antigua princesa. Isaacs es el niño dispuesto
a vestirse de suspiro al frente de esa que habla de mundos sustentados
en el lujo de una cultura mayor, es el pequeño que confiesa haberse
sorprendido hecho de sueños en medio de un universo que no conoce
de lo mínimo, es el sujeto de la ensoñación que se reconoce caminando
un mundo imaginado de la mano de la exageración propia de las
abundancias presupuestas, es la sugestión infante que se recuerda ante
cuentos de cuna que hacen reñir al inocente interior con la vanidad
posible de su tiempo de la enunciación, es el autor sentimental que
actúa desestabilizando al imperio de la exclusiva valía de las riquezas
objetivas.
Isaacs dispone una narración donde los lectores aprenden al amo
como a un ser que es incólume a las sugestiones como proyecto
político asociado a la reivindicación de los sometidos. La autoría del
caucano se construye bajo un tono de lo superpuesto donde las claves
no advertidas más allá de la fachada de la narración, para el principal,
deben resultar, más que simples, inocentes, por la imposibilidad de los
282
Ethan Frank Tejeda Quintero
afanes restaurativos y justicieros sembrados en el alma de la novela. Se
borda gran parte de aquella fachada del relato de exotismos, de aperos
y atavíos, que no son definidos por las culpabilidades habituales; se
hace la piel de la novela de una mirada que se deja rebosar por la
fascinación nacida de la magia de los espacios de lo desconocido y
por la acción salvaje de una geografía determinada por la convulsión
de la guerra.
El espacio relatado al oído del pequeño Efraín es un universo de lo
idílico castrado donde en medio de las agresiones entre los pueblos es
posible el compartir de ilusiones. Efraín aprende algunas de las claves
del amor en aquel relato de la negra, en aquellas re-elaboraciones que
se construyen de la consagración y de la añoranza por la pareja; por
eso, es inexacto legar la totalidad de la voluntad expresiva de Isaacs a
la conciencia de las formas de la escuela estética del romanticismo. La
historia de amor con que se regala Efraín tiene mucho de la derrota de
los imposibles aprendida de la esclava africana. La distribución de los
roles y de los momentos, en lo que a lo aspirado se refiere, son fáciles
de organizar: Nay es la educación sentimental; María es el examen de
lo aprendido. Una mujer cumple la función constitutiva, la otra ratifica
el carácter de lo que se construyó no exclusivamente bajo la influencia
del padre.
Nay nunca dejó de ser, simplemente se camufló en una construcción
llamada Feliciana, cuyo nombre resulta más que sugestivo, pues es
bien conocida la obligación de la felicidad resignada, la misma que
posee mucho de simulacro, si se mira desde la perspectiva del sujeto
consciente de que la palabra es resistencia. Nay se escondió bajo techos
que no reconocía como suyos, se encargó de las rutinas propias del ver
crecer, se hincó ante la domesticación para apropiarse de la voz junto
a la cuna. En cantos, en fábulas, en recuerdos puros, ganó el espacio
que le permitiría volver a ser a placer en el imaginario de un niño. Nay,
en descripciones exactas, se divinizó, construyó panteones de leyenda
a los cuerpos insepultos de sus afectos y de sus divinidades, talló sus
pervivencias sobre la gran capacidad de sublimar con la que cuenta un
hombre sensible.
Nay y María no se conciben hoy con las distancias que hay
físicamente entre el balcón de la madre y el lecho sencillo en la agonía;
María leída a la luz del incendio
283
sus figuras se funden en las oposiciones: una fue princesa; otra no
alcanzó a serlo.
María era la voz para establecer la medida de Efraín; Nay, el
arrullo, la vianda, la compañía que le hizo posible. Feliciana lleva de
la mano a Efraín hasta en la extensión de su ser: Juan. Ella, en la voz
de su hijo, guarda la esperanza del retorno que se expresa en el pedido
a Efraín para que le lleve en el viaje con él; María es la mano afecta
sobre la cabeza de quien asegura la continuidad de las estirpes, de
quien refuerza la moldura angélica que sirvió de parapeto del afecto a
los principales: Juan.
María y Nay, a ellas un entierro solitario. En el sepelio de Nay, la
tumba a la memoria de África; en el cortejo de María, el incendio final
del universo idílico de la hacienda vallecaucana. El punto de retorno
es compartido, a pesar de poseer tan distante referencialidad de sus
geografías de partida: Nay fenece donde María nace. Nay es aquella
que aprende la infancia de los blancos en esa pequeña que porta su carta
de libertad, mientras María es esa madre aya que hubo de aprender una
colección de mundos que no necesitó comprender ajenos.
La inspiración de la novela es la inquietud para revivir en el recuerdo,
la pulsión por volver a ser, volver a dictarse desde los enamorados
optimismos de un abrazo previo a la noche eterna edificada por los
relatos de la lejana África, por el hijo del captor que es cautivo en
los sueños de palacios de oro adosados con músicas deliciosas. El ser
o deber ser de la novela, tras la conciencia del agotamiento de las
lecturas habituales, renace en una noche que niega las sombras como
las concebimos tras las imposiciones europeas, pues el ave negra sobre
sus letras desplegó con naturalidad las alas.
284
Ethan Frank Tejeda Quintero
BIBLIOGRAFÍA
AA.VV. (1967). Letras nacionales #14. Bogotá: Letras nacionales.
AA.VV. (1984). María, más allá del paraíso. Santiago de Cali: Alonso
Quijada Editores.
AA.VV. (1995). Las mujeres en la historia de Colombia. Bogotá: Editorial
Norma S.A.
AA.VV. (2008). Historia general de África. Ministerio de Educación Brasil.
Unesco.
AA.VV. (2005). Jorge Isaacs el creador en todas sus facetas. Memorias primer
simposio internacional Jorge Isaacs. Darío Henao Restrepo (Compilador).
Programa Editorial Universidad del Valle.
Abadía Morales, Guillermo. (1977). Compendio general de folklore
colombiano. Bogotá: Instituto colombiano de cultura.
Arciniegas, Germán. (1999). Genio y figura de Jorge Isaacs. Buenos Aires:
Editorial universitaria.
Benjamin, Walter. (1967). Ensayos escogidos. Buenos Aires: Editorial Sur
S.A.
Boadas, Aura Marina & Mireya Fernández Merino. (1999). La huella étnica
en la narrativa caribeña. Caracas: Fundación Celarg.
Bueno, Salvador. (1980). El negro en la novela sentimental María. Bogotá:
Instituto Caro y Cuervo.
Brion Davis, David. (1968). El problema de la esclavitud en la cultura
occidental. Buenos Aires: Editorial Paidos.
Brushwood, John S. (1993). La barbarie elegante. México: Fondo de cultura
económica de México.
Cantú, Cesar. (1869). Historia universal por Cesar Cantú. Tomos IV-VI.
Paris: Librería de Garnier hermanos.
Carrizosa Argáez, Enrique. (1992). Geografía humana de Colombia. Bogotá:
Instituto colombiano de cultura hispánica.
Carvajal, Mario. (1937). Vida y pasión de Jorge Isaacs. Manizales: Editorial
Zapata.
Carvajal & CIA. (1970). Viajeros extranjeros en Colombia Siglo XIX.
Santiago de Cali: Carvajal & CIA.
Carvajal, Mario. (1973). Romancero colonial de Santiago de Cali. Santiago
de Cali: Carvajal & CIA.
Castro Caicedo, Germán. (1986). Colombia Amarga. Bogotá: Editorial
Planeta Colombiana.
Cortés Amador, Aura Rosa. (2005). Facetas desconocidas de Jorge Isaacs el
humanista polémico. Santiago de Cali: Fundación de poetas vallecaucanos.
De Friedemann, Nina S. (2009). Cronista de disidencias y resistencias.
Bogotá: Colección CES.
María leída a la luz del incendio
285
De Friedemann, Nina S. & Jaime Arocha. (1985). Herederos de la Anaconda
y el Jaguar. Bogotá: Editorial Nomos.
De Friedemann, Nina S. & Jaime Arocha. (1986). De sol a sol, génesis,
transformación y presencia de los negros en Colombia. Bogotá: Editorial
Planeta.
De Sandoval, Alonso. (1987). Un tratado sobre la esclavitud. Madrid: Alianza
editorial.
Eliade, Mircea. (1951). El mito del eterno retorno. Madrid: Alianza editorial.
Eliade, Mircea. (1968). Mito y realidad. Barcelona: Labor/Punto Omega.
Escuela de estudios literarios. (2004). Poligramas 22. Santiago de Cali:
Universidad del Valle.
Escuela de estudios literarios. (2005). Poligramas 23. El mundo de Nay y
Esther. Darío Henao Restrepo. Santiago de Cali: Universidad del Valle.
Escuela de estudios literarios. (2006). Poligramas 25. Santiago de Cali:
Universidad del Valle.
Escuela de estudios literarios. (2007). Poligramas 28. Santiago de Cali:
Universidad del Valle.
Escuela de estudios literarios. (2008). Poligramas 29. Santiago de Cali:
Universidad del Valle.
Fernández Buey, Francisco. (1995). La gran perturbación. Barcelona: El viejo
topo.
Freyre, Gilberto. (1985). Casa-grande y Senzala. España: Biblioteca Ayacucho.
González Margarita. (2005). Ensayos de historia colonial colombiana. Bogotá:
Ancora editores.
Guerra, Ramiro. (1998). Calibán danzante. Caracas: Monte Ávila editores
Latinoamericana.
Guillen, Nicolás. (1984). Las grandes elegías y otros poemas. Barcelona:
Biblioteca Ayacucho.
Isaacs, Jorge. (1910). María. Madrid: Casa editorial Maucci.
Isaacs, Jorge. (1986). María. Madrid: Cátedra.
Isaacs, Jorge. (2005). Obras completas. Vol. I. María. Bogotá: Universidad
externado de Colombia. Universidad del Valle.
Isaacs, Jorge. (2006). Obras completas, volumen II. Poesía tomo I. Bogotá:
Universidad externado de Colombia. Universidad del Valle.
Isaacs, Jorge. (2006). Obras completas, volumen III. Poesía tomo II. Bogotá:
Universidad externado de Colombia. Universidad del Valle.
Isaacs, Jorge. (2007). Obras completas, volumen IV. Escritos varios. Bogotá:
Universidad externado de Colombia. Universidad del Valle.
Lander, Edgardo. (2000). La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias
sociales. Perspectivas latinoamericanas. Buenos Aires: Clacso.
Levi-strauss, Claude. (1979). Antropología estructural. México: Siglo veintiuno
editores.
286
Ethan Frank Tejeda Quintero
Maach Wounaan/Sepien Khiir Jug. (2005). Interpretando desde el sentimiento.
Docordó-Chocó: Proyecto PAC-Chocó-Camawa.
Martán Góngora, Helcías. (2008). Poesía afrocolombiana. Santiago de Cali:
Feriva S.A.
Martí, José. (1979). Obras escogidas. La Habana: Editora Política.
Obeso, Candelario. (1877). Cantos populares de mi tierra. Bogotá: Imprenta
de Borda.
Ortiz, Fernando. (1978). Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. Caracas:
Biblioteca Ayacucho.
Otero Álvarez, Joel. (1995). María en la transferencia. Santiago de Cali:
Gobernación del Valle del Cauca.
Palacios, Arnoldo. (2009). Buscando mi madredediós. Santiago de Cali:
Universidad del Valle. Ministerio de cultura de Colombia.
Perus, Francoise. (1998). De selvas y selváticos, ficción autobiográfica y
poética narrativa en Jorge Isaacs y José Eustasio Rivera. Bogotá: Plaza
& Janes.
Pirenne, Henri. (1986). Historia económica y social de la Edad Media.
México: Fondo de cultura económica de México.
Porras Collantes, Ernesto. (1976). Paralelismo y oposición en la estructura de
María. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.
Rama, Ángel. (1982). Transculturación narrativa en América latina. México:
Siglo veintiuno editores.
Sanín Cano, Baldomero. (1987). El oficio del lector. Caracas: Biblioteca
Ayacucho.
Tollinchi, Esteban. (1989). Romanticismo y Modernidad, Ideas fundamentales
de la cultura del Siglo XIX. República Dominicana: Editorial de la
Universidad de Puerto Rico.
Triana y Antorveza, Humberto. (1997). Léxico documentado para la historia
del negro en América (S. XV- XIX). Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.
Velasco Madriñán, Luis Carlos. (1987). El caballero de las lágrimas. Santiago
de Cali: Litocencoa.
Vezga, Florentino. (1971). La expedición botánica. Santiago de Cali: Carvajal
& CIA.
María leída a la luz del incendio
Este libro se terminó de imprimir
en el mes de septiembre de 2012
en la Unidad Gráfica
de la Facultad de Humanidades
de la Universidad del Valle
287
Descargar