eltiempo.com / archivo Con Alpargatas y Trovas llegan hoy Los Arrieros Nunca les faltaba el carriel para cargar la camándula, un tabaco, la libra de panela que les daba calorías para aguantar el largo camino, un cristo y una libretica para las cuentas. Algunos llevaban la estampa de su devoción, un ungüento para curarse de las mordeduras de serpiente y una contra para las maldiciones de las brujas. Tampoco les podía faltar el escapulario en el pecho al que, en los malos ratos, se aferraban con gran devoción. Así comienza su relato doña Soledad Zuluaga, una mujer de 85 años que, en su casa de Medellín, cuenta con impresionante lucidez la historia de los arrieros que pasaron por su posada de Malabrigo, en Yarumal, al norte de Antioquia, cuando aún era un pueblo pequeño. En las noches – dice –, cuando se sentaban a charlar, contaban las apariciones de la Patasola, que convencía a los niños con el cuento de que era su mamá y se los llevaba lejos. También hablaban de El Sombrerón, un personaje que asustaba a los borrachos y a las mulas cuando iban cargadas, y de la Mujer Vestida de Blanco, que iluminaba el camino y se alejaba tal y como llegaba, sin hacer ningún mal. No había noche que faltara el rosario. Y el Padrenuestro se rezaba cuando las ánimas se aparecían, para que descansaran en paz. Luego trovaban hasta quedarse dormidos. Antes del merecido descanso, el arriero pagaba el mangaje, es decir, el costo de los potreros donde las mulas comían y descansaban. Esto le valía cinco riales, mientras la dormida, aparte de la comida, le costaba cincuenta. El arriero antioqueño era alegre y jovial. Se hacía amigo de la gente que conocía en las posadas y era, también, detallista, pues aunque venía de una cultura machista le gustaba regalarles cosas a quienes eran sus verdaderos amigos. Marcelo García, el arriero mayor, me llevaba pandequesos – sigue contando doña Soledad–. Llamaba a mi hija y le decía: Blanquita, aquí está su sobadita. La niña, tímidamente, salía a recibir el pandequeso. El era dicharachero, animado y risueño. Amanecía en la posada, extendía su enjalma en el corredor, junto a las de los otros arrieros, y se quedaba parlando hasta dormirse. Al otro día madrugaba a las 5 y empezaba el camino hasta Santa Rosa de Ososs. Doña Soledad se entusiasma al recordar las historias de los arrieros, los típicos personajes que recorrían los caminos reales, unas veces a pie limpio y otras en alpargatas. Era un estilo de vida que, en la Colonia, forjó la cultura paisa. Eh ¡avemaría! Cuenta que cuando el arriero llegaba a la posada en busca de mazamorra caliente, desmontaba los bultos de arroz, panela y fríjol que llevaba en las mulas, y la paruma, una especie de maleta donde cargaba mercancías de valor, entre ellas sedas, joyas y objetos frágiles. Ellos sí que sabían cocinar – dice –. Recuerdo cuando hacían sus sancochos. Eh ¡avemaría!, eso era mucha delicia! A mí me llevaban el primer plato, lleno y sustancioso. Eran excelentes sazonadores; uno se chupaba los dedos del gusto. Eran de muy buen comer, llevaban su fiambre casero con las dos arepas de pelao, su libra de panela y los frijoles con chicharrón. A veces cargaban mercado para hacer la comida en el camino. El chocolate y la mazamorra los conseguían en la posada, lugar de alquiler para el arriero con corredores amplios donde, los que no tenían suerte en hallar habitación, extendían en la noche sus enjalmas y se cobijaban con los costales, la ruana y el poncho. Ella atendía su propia fonda, por allá en el año de 1935, y recuerda cómo el arriero hacía sus sombreros blancos de iraca y andaba los caminos de herradura con su camisa blanca de cuello alto, su poncho al hombro, sobre la ruana, y las alpargatas de cuero atadas con látigos al tobillo. El arriero, en esta región, hizo historia en todos los puntos cardinales. En pueblos como Támesis, Bolívar, Amagá, Caldas y Concordia fueron ellos los que empedraron los caminos para facilitar el paso de las bestias. Las historias son evocadas hoy gracias a la tradición oral de la que da fe, también, Nevio Ospina, hijo de un arriero de Támesis. El sombrero de mi padre era de caña o aguadeño. Sus calzoncillos dice eran largos, y nunca le faltaba la mulera, una especie de poncho grueso que se engarzarba en las orejas de los burros para enceguecerlos cuando se cargaban . Siempre llevaban, a la izquierda de la cintura, la vaina con la peinilla o machete, y a la derecha, una navaja para errar las bestias, un cántaro con agua que junto con la panela raspada les daba fuerzas para aguantar jornadas de varios días de camino; una barra para salir de apuros cuando una pata de la mula se atascaba entre el barro o las piedras, y el zurriago, un palo con flecos de cuero para arriar al animal. Mi padre decía que cuando salían los espantos se encomendaban a la Virgen del Carmen comenta Nevio. Contaban historias como la de la Madre Monte, que se orinaba en las aguas y las envenenaba, y El Duende, un hombrecillo vestido de rojo y blanco y gorro alto también rojo, que se subía hasta las peñas y pegaba gritos que estremecían los caminos. Por las calles de Medellín, por estos días, los arrieros de carriel, zurriago y escapulario resucitan. Andan proponiéndole a la gente que siembre flores y se olvide de los pesares. Reportería: Lamice Mira R. Hoy, el regreso de los arrieros a Medellín De la tranquilidad del campo al bullicio de la ciudad, llegarán hoy los arrieros, personajes típicos de la cultura paisa, en el desfile organizado por el Comité Cívico de la Setenta, la zona rosa de Medellín. La caravana arrancará en la carrera Setenta con la calle Colombia, y concluirá en la Universidad Pontificia Bolivariana, entre las dos y las cinco de la tarde. Participarán 35 municipios, entre ellos Valparaíso, Aguadas, Cañasgordas, Angelópolis, Abejorral, San Jerónimo, Támesis, Montebello, Antioquia, Amagá, Nariño, Belmira, Girardota, Dabeiba, Versalles, Campamento, Argelia y Tarso, los cuales mostrarán la Antioquia de ayer, la tradicional montañera donde las leyendas eran pan de cada día y la tranquilidad permitía transitar sin temores por los campos. Las fondas, otra de las atracciones, presentarán las usanzas de cada región, adornadas con flores, fotos, almanaques de Pielroja sin filtro, la piedra de moler, la mazamorra, el pilón y las bancas donde departían los arrieros. Además, llegarán los bueyes que araban los cultivos en las fincas de los arrieros y permitían una mejor cosecha. Se premiará la creatividad y originalidad del arriero mejor ataviado, y que demuestre destreza en el manejo de las mulas y en el monte y desmonte de los bultos. Así mismo, la mejor fonda y la música más original, que revivirán las coplas y las canciones de carrilera. En las trovas se recordará a Ñito Restrepo, quien le cantó a arrieros famosos como Luciano Peláez, Joaquín Pareja, los Sierra, los Restrepo, los García, los Pérez, los Gutiérrez y los Correa, entre otros. Al ritmo sentimental de Anhelo infinito, Cenizas, El pescador, La cuchilla, La jarretona, se escucharán en las vitrolas de las fondas, como homenaje a esos hombres que abrieron los caminos de trocha, para mostrar que la tradición no se ha perdido y que hoy los arrieros con ruana, poncho y cotizas todavía recorren los caminos, conservando las costumbres, la valentía y caballerosidad heredadas de los abuelos. Publicación eltiempo.com Sección Información general Fecha de publicación 31 de julio de 1993 Autor Lamicé Mira Restrepo Eltiempo.com: COPYRIGHT © 2010 CEET Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin autorización escrita de su titular. Ver Términos y Condiciones. Miembro de GDA. Grupo de Diarios América