LORD BYRON . - Dirección General de Bibliotecas

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FOLLETIN DE "EL NACIONAL."
/
LORD BYRON .
•• •
ARREGLADO PARA "EL NACIONAL';'
MÉXICO.
'l'IPOGRAFÍA DE GONZALO A. ESTEVA,
Oalle d6 San Juand8 Letran núm, 6•.
1880.
LORD BYRON .
...
Despues de sesenta años que han pasado ya desde
su muerte, Lord Byron espera en vano un homenaje
de éhs compatriotas, á. quienes el odio ciégo se los
ha rehusado por tanto tiempo. Sin embargo, ya
hemos dicho que hoy, olvidando las duras verdades
que este gran poeta. les ha dicho, los ingleses piensan
elevarle un monumento.
Encontramos en las Memorias de Alejandro Dumas,
muy olvidadas por ,la actual generacion, un pasaje
bastante curioso de lord Byron, que contiene detalles
muy exactos y poco conocidos de su vida en Venecia
y de sus últimos momentos en Missolonghi. Hélo
aquí:
Fué en Venecia donde se desarrolló el verdadero
.nance de su vida. Allí vivió un instante entre tres
;,.:0res, que representaban las tres clases de la socie::ld veneciana: Margarita, Mariana, y ..... ¡ay! la más
iufiel de las tres: la que no nom1?ro fué la gran señora.
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Fué á la que más amó tal vez; más que á Miss Ohaworth, más que á Oarolina Lamb.
Esta mujer, cosa singular, es aún hoy, treinta años
despues de 1n. época que citamos, una mujer encantadora.
La he conocido en Roma· en todo el brillo de su
belleza, y entónces, tambien ella estaba maravillada
de su pasado. Vivía, en realidad, del recuerdo del
gran poeta que había amado. Diríase que el tiempo
que duró aquel amor, fué la sola parte luminosa de
su vida, y que al ver hacia el pasado, desdeñaba la
oscuridad del resto de su existencia.
Si yo hubiese hablado entónces de ella, la habría.
nombrado, habría contado nuestros paseos, á la luz de
la luna, al Forum y al Ooliseo: habría repetido lo que
me decía á la sombra de aquellas inmensas ruinas
donde no hablaba de otra cosa que del ilustre muerto que con ella, había pisado las mismas piedms que
pisábamos, que con ella, se había sentado donde nos
sentábamos.
¡Oh! ¡señora! ¡señora! ¿por qué habeis sido infiel á la
memoria del poeta, cuando el recuerdo, creciendo, con
la ayuda de la muerte, podría hacer del amante un Dios?
Decidme, haber sido la querida de Byron, ¿no era un
título tan bello, como el título cualquiera que un nuevo esposo podía daros? .
¡Oh! Si me atreviese á decir lo que Dejazet dedar
un dia á Georges á propósito de Napoleon!
Verdad es, que Byron, con todas sus fantasías, con
todas su excentricidades, con todas sus manías, no debía ser un amante muy agradable. Pero entónces era á
Byron vivo á quien era preciso ser infiel y no á Byron
muerto.
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A Josefina emperatriz, se le han perdonado sus infidelidades en las TullerÍas: no se ha perdonado á Ma.ría Luisa, viuda, su infidelidad en Parma.
No hablemos más, señora, y no recordemos más
que de lo que Byron escribía en Venecia.
Allí compuso Marino Faliero, l08 dos J!Qscm'i" Bardanápalo, Cain, la Projecía del Dante y el terceto y
cuarto canto de Don Juan.
Él estaba allí en 1820 y 1821, cuando Nápoles se
sublevó, y escribió á los napolitanos ofreCiliendole al
gobierno su bolsa y su espada.
ASl, pue"s, cuando llegó la reaccion, cuando por segl1nda vez Fernando volvió á Sicilia, cuando las listas
de proscripcion recorrían toda la Italia, se temi6 que
Byron fuese desterrado tambien.
Entónces, los pobres de Ravena, dirigieron una peticion al Cardenal, para que le fuese permitido quedarse.
Es que, aquel hombre que, con alta voz y en pleno
día ofrecía milluises á los napolitanos, era para los
pobres de Venecia y de sus alrededores, una "fuente
inagotable de piedad. Jamas tendía un pobre la mano
hacia él retirándola vacía, áun en los momentos de
las más grandes estrecheces, y más de una vez, pidió
dinero prestado para dar.
Sabía bien lo que decía cuando dijo:
"Los que por tanto tiempo y con tanta crueldad me
han perseguido, triunfarán, y se me hará justicia cuando esta mano esté tan fria como sus corazones."
Ta1p.bien, por donde él pasaba, dejaba la huella del
fuego; deslumbraba, calentaba ó quemaba.
En 1821 Byron salió de Venecia. Venecia, en cuyas
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calles nadie le había visto andar: el Brenta, sobre cuyas riberas nadie le había visto pasear: aquella plaza de
San Márcos, cuyas maravillas, dicen, contempló desde 10 alto de una ventana: tanto así temía revelar á las
bellas venecianas la ligera deformidad de su pierna,
que no _podía disimular con su pantalon ancho.
De Venecia fué á Pisa. Allí le esperaban dos nuevos dolores. La muerte de una hija natural que tuvo
de una inglesa y cuyo cuerpo envió á Inglaterra, y la
muerte de su amigo Shelly, que se ahogó yendo de
Liorna á Lerici.
A fin de evitar al cadáver las discusiones que no
habrían dejado de surgir con los sacerdotes italiano!,!,
se resolvió quemarlo á la usanza antigua.
Trelauney, el atrevido pirata, estaba allí. Cuenta
aquellos extra~os funerales como puede contar su
caza de leones, su combate con el príncipe malayo.
Digno compañero del noble poeta, y poeta él mismo"
su libro es un manantial de cuadros tanto más maravillosos, cuanto que son verdaderos aunque parecen
increibles.
"Estábamos sobre la ribera, dice Trelauney: ante
nosotros teníamos el mar con sus islas, detras, los
Apeninos y á los costados ima inmensa hoguera,
cuyas Hamas, azotadas por el viento, tomaban mil
formas á cual más fantásticas. El tiempo estaba hermoso, las agrupadas olas del Mediterráneo bañaban
suavemente la ribera: la arena, de un amarillo de oro,
contrasta,ba con el profundo azul del cielo: las montañas elevaban hasta las nubes sus cimas cubiertas de
nieve y la llama de la -hoguera continuaba subiendo
atrevidamente en los aires •• _. "
De Pisa, Byran fué á Ginebra. En esta ciudad, rei-
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na. caida del Mediterráneo, fué donde concibió la idea
de ir á Grecia y hacer por aquella Niole de las naciones, como él la llamaba, lo que Nápoles no había sido
digna de que él hiciese. Ha,ta entónces, Byron no se
había ligado más que á individuos; faltáhale ligarse á
un pueblo.
En el mes de Ab~il de 1823, entró en comunicaciones
con el comité griego y hacia el fin de Julio dejó la Italia.
Su reputacion había crecido de un modo inmenso,
no sólo en FranCIa y Alemania; sino áun en Inglaterra.
Un hecho sólo, dará idea. de la altura á que esa reputacion había llegado.
Había estallado una sedicion en Escocia, en el condado donde estaba situado el vínculo de la madre del
poeta. Los rebeldes tenían que atravesar por las propiedades de lady Byron para llegar al término de su
expedicion. En el límite de estas, propiedades convini€- .
ron pasar uno á uno á fin de no pisar la yerba más
que en el espacio estrecho de una vereda.
Esta precaucion contrasta singularmente con su
condu~ta para con las propiedades vecinas, que habían
devastado completamente.
Byron citaba á menudo este rasgo, lleno de orgullo:
"Hé ahí, decía, lo que me venga del oalo de mis
enemigos."
Ántes de salir de Italia, escribió en el márgen d~
,un libro que le habían prestado:
"Si todo lo que se dice de mí fuese cierto, sería indigno de volver á Yer á Inglaterra: si todo lo que se
dice de mí es falso, la Inglaterra no es digna de volverme á ver."
Sus presentimientos le decían que la había dejado
para siempre y lady Blessington me ha conta.do que
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encontrándose en Génova con Byron, que se embarcaba al otro dia, Byron le había dicho:
"Hénos aquí reunidos, verdad es; pero mañana vamos á separarnos y quién sabe por cuánto tiempo;,.
.En cuanto á mí, tengo alguna cosa aquí, y llev6 la.
mano al corazon, que me dice que nos vemos por la.
última vez. Voy á Grecia, de donde no volveré jamas."
Hacia el fin de Diciembre, Byron desembal'có en
Morea y algunos di as des pues, á pesar de la flota turca que sitiaba á Missolonghi, entró á la plaza en medio de los gritos entusiastas de lá poblacion que lo
condujo en triunfo á la casl:!, que le habían preparado.
Una vez allí, Byran sólo tuvo una esperanza. Ver
triunfar la causa á que se había consagrado, ó morir
defendiendo las nuevas Termópilas.
Ni el uno ni el otro de estos favores debía serIe concedido.
El 15 de Febrero de 1824 le atacó un acceso de fiebre, que aunque desapareció. con rapidez, le hizo sufrir cruelmente y le debilitó mucho.
U na vez sano, continuó sus paseos á caballo, que
eran su gran distraccion diaria.
El 9 de Abril, haciendo su paseo, le sorprendió la
lluvia, y aunque al llegar á su habitacion sé mudó de
traje, sintióse indispuesto en esa noche: la fiebre vol-'
vió á acometerle: á las diez de la mañana se quejó de
sufrir un fuerte dolor de cabeza, de los .braz'os y de
las piernas.
En la tarde dió, á pesar de esto, su paseo á caballo .
Su viejo criado, Fletcher, que nos ha dado estos Últicl
mos detalles, le esperaba: al llegar le preguntó cómo
.
se sentía. Byron contestó:
..
-La silla en que he montado está húmeda, temo
que esto me haga mal.
En efecto, al otro día la indisposicion tomaba un
carácter serio. Byron había tenido fiebre toda la
noche.
Fletcher le preparó un poco de sagú, del cual tomó
dos ó tres cucharadas, y devolviendo la taza á su
viejo servidor:
-Está excelente, le dijo, pero no puedo beber más.
Al tercer dia, Fletcher empezó á inquietarse: jamas
en los anteriores resfriados que había tenido Byron,
perdió el sueño, y en esta vez no podía dormir.
Llamó, pues, á los dos médicos de la ciudad, los Doctores Bruno y Millingen; y les puso al tanto de la enfermedad de su señor.
Ambos aseguraron al viejo senidor que su amo
no corría peligro alguno: que era cosa de dos ó tres
dias de cuidarse del aire, yeso bastaba.
Esto pasaba el dia 13.
El 14, á pesar de 10 asegurado por los doctores,
viendo que la fiebre po se le quitaba á su amo y que
el enfermo no dormía, Fletcher suplicó á Byron que
enviase á llamar al doctor Thomas, de Zante.
-Consultad sobre eso á los dos doctores, respondió el enfermo, y haced 10 que ellos os digan.
Fletcher obedeció. Los doctores respondieron que
el llamar un tercer médico les parecía inútil. Fletcher
comunicó esta decision á su amo, que sacudió la cabe~a y dijo:
-Temo mucho que ellos no entiendan nada de mi
\ lfermedad. _
-En ese caso, insistió Fletcher, haced venir otro
médico, milord.
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-Me dicen, continuó Byron sin responde~ directamente á Fletcher, que sólo tengo un catarro igual á
los que ya he tenido.
-y yo, respondió el camarista, estoy seguro, milord,
que nunca habeis tenido uno tan serio, ni tan fuerte.
-Creo lo mismo, dijo Byron.
y cayó en un desvario tal, que nada pudo sacarle
de él.
El 15, Fletcher, que tenia el presentimiento que da
el afecto, adivinó el estado de su n-mo, hizo de nuevo
instancias para que le permitiesen llamar al doctor
Moore; pero los inédicos de Missolonghi continuaron
afirmando que nada había que temer.
Hasta aquel instante habían estado aplicando al
enfermo purgantes que parecían tanto más inútiles y
peligrosos á la vez, cuanto que Byron, que no había
tomado otro alimento hacía ocho di as que una Ó dos
tazas de caldo, no devolvía nada. Los esfuerzos y la
fatiga eran, pues, exkemos, y redoblaban la -debilida<.l
que lleva en sí la. privacion del sueño.
El 15 en la tarde, empezaron á inquietarse los médicos; se habló de sangrar al enfermo, pero él se opuso vigorosamente y preguntó al doctor Milligton si
creía urgente la. sangría. Contestó el doctor que creía
poder esperar sin inconveniente al otro dia; en consecuencia, hasta el dia 16 en la tarde cuando Byron
fué sangrado en el brazo derecho.
Se le saca.ron diez y seis onzas de sangre.
La sangre estaba muy irritada. Al verla el doctor
Bruno, movió la cabeza.
-Le había dicho que había necesiaad de sangra-lse,
murmuró; pero no quiso que se hiciese.
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Entónces hubo una gran disputa entre los médicos
respecto del tiempo perdido.
Fletcher propuso de nuevo enviar á Zante por el
doctor Thomas; pero los médicos le respondieron:
-Es inútil: ántes de su llegada tu amo estará fuera
de peligro ó no existirá.
El mal aumentaba. El doctor Bruno fué de opinion
de practicar una nueva sangría.
Fletcher se encargó de decir á su amo que los dos
médicos veían aquella sangría como una cosa indispensable.
Esta vez Byron no opuso resistencia alguna: tendió
.
el brazo y dijo:
-lié aquí mi brazo: que hagan lo que quieran.
Despues añadió:
-¿No te decía yo, Fletcher, que no entendían nada
de mi enfermedad?
Byron fué debilitándose cada dia más y más. El 17,
por la mañana, se le sangró por la segunda vez: el
mismo dia, en la tarde, se repitió la operacion otras
dos veces.
Cada sangría fué seguida de un desmayo.
Aquel di a, Byron empezó á perder toda espel·anza.
-No puedo dormir, dijo á Fletcher, y sabes que hace una semana que no duermo: bien sabido es qu~ no
~ puede estar sin dor¡pir más que un cierto tiempo,
pasado éste, viene la locura sin que se pueda evitar.
Prefiero diez veces levantarme la tapa de los sesos á
volverme loco:
•
No temo la muerte, la veré venir con más calIlla de
lo que pueden cr~er..
i2
Byron tuvo completa certidumbre de su próximo
fin, el día 18.
-Temo, le dijo á. Fletchar, que caigais enfermos,
Tita y tú, con el estropeo de cuidarm~ día y noche.
Ambos rehusaron abandonar un solo instante al
enfermo,
El 16, viendo Fletcher que la fiebre de su amo le
hacía continuamente delirar, tuvo el cuidado de poner léjos del alcance del enfermo su sable y sus
pistolas.
El 181'epitió muchas veces que, los médicos de Mis-.
solonghi no conocían su enfermedad.
-Entónces, dijo Fletcher por la décima vez, permitídme que vaya á buscar al doctor ThoJUas, á Zante.
-No, no vayais, enviad por él, pero pronto.
Fletcher no perdió un segundo: envió un mensajero,
y cuando éste hubo partido, anunció á los dos médicos
.que acababa de enviar en busca del doctor Thomas.
Habeis hecho muy bien, dijeron éstos, porque ya
empezamos á. inquietarnos.
Pletcher antró'u,l aposento de su amo.
-¿Y bien, preguntó éste, habeis enviado?
--"7Sí, milor.
-¡Mejor! deseo saber qué es lo que tengo.
Pocos momentos despues tuvo un nuevo acceso de~
delirio.
Al concluir los accesos, cuando volvió en sí:
-Empiezo á creer, dijo, que estoy gravemente enfermo. Por si muriese más pronto de lo que creo, deseo daros algunas instrucciones.. Hareis que sean ejecutadas, ¿no es verdad?
-¡Oh! milord, podeis estar seguro de mi adhesion,
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respondió Fletcher; pero vivireis bastante, 10 espero,
para ejecutar vos mismo vuestras voluntades.
-No, dijo ByroD, meneando la cabeza, no; esto es
un hecho. . .. Es, pues, preciso que os diga todo,
Fletcher, y esto sin perder un instante.
-Milord, preguntó el servidor, ¿quereis que traiga
pluma, tinta y papel?
-¡Oh! no; perderemos mucho tiempo, y no hay
tiempo que perder. Poned atellcion.
-Escucho, milord.
-Vuestra sueste está asegumda.
~¡Ah! milor, exclamó el pobre criado anegado eIi
lágrimas, os suplico que os ocupeis de cosas más im:
portantes.
-¡Oh! mi hija, murmur6 el moribundo, mi querida.
hija, mi pobre Ada, si pudiese verla! Vos le llevareis
mi bendicioD, Fletcher: la llevareis tambien á mi hermana Augusta y á sus hijos. . .. Ireis igualmente á la
casa de lady Byron . . .. decidle.... decidle todo .. ; .
Vos estais bien con ella, ...
La voz faltó al enfermo. Aunque hizo esfuerzos
para hablar el pobre de Fletcher no pudo hacer otra
cosa que cojer palabras sueltas en medio de las cua"
les con gran trabajo coordinó esto:
-Fletcher! .... si no ejecutais .... las órdenes qlie
os doy. . os atormentaré .... si Dios me lo permite.
-Pero, monseñor! exclamó él lleno de desesperacion, no he entendido una palabra de los que me ha·
beis dicho.
-¡Oh, Dios mio! Dios mio! dijo entónces; pero es
muy tarde ahora .... ¿Es posible que no me hayais
entendido?
BYRON.-2.
-No, milord, pero, probad otra vez, hacedme conocer vuestras voluntades.
-Imposible .... imposible, murmuró el enfermo:
es ya muy tarde .••• todo ha concluido •••• y sin ém ..
bargo. . .. acercaos.... acercaos... Fletcher .•••
voy á probar ....
y redobló sus esfuerzos, pero todo fué inútil, sólo
pronunció palabras cortadas como: "Mi mujer ..... mi
hija .... mi hermana .... vos conoceis mis deseos'l ... .
Lo demas era inintelegible.
Era el. dia 18 á medio dio,. Los médicos tuvieron
una nueva consulta: decidieron dar al enfermo la quinquina en vino.
Desde hacía ocho dias, ya he dicho, que sólo había
tomado dos tazas de caldo y dos cucharadas de sagú.
Tomó su quinquina y manifest6 por señas el deseo
d.e dormir. No volvió á hablar más sin ser interrogado
-¿Quereis que vaya á buscar á Mr. Parry? le preguntó Fletcher.
-Si, idlo á traer, le respondi6.
Algunos instantes despues, el criado entraba con él
Mr. Parry, se aproxim6 á su cama. Byron le recoMció y quiso incorporarse.
-Tranquilizaoa, le dijo Mr. Parry.
El enfermo derram6 algunas lágrimas y se quedó
como dormido.
Era el principio de un letargo que duró cerca dé
veinticuatro horas.
Hacia á las ocho de la noche, estuvo agitado: Fletcher oyó estas palabras, las últimas que pronunció
Byron.
-y ahora, es preciso dormir ....
Despues, su cabeza cay6 inm6vil sobre la almohada.
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l>urante veinticuatro horas no hizo un solo movimiento: sólo de vez en cuando tuvo una especie de
sofocacion, y de estertor.
. Fletcner llamó entónces á Tita para qlle le ayudase
ti levantar la cabeza del enfermo que parecía enteramente entorpecida: cad~ vez que volvía el estertor,
los dos servidores le levantaban la. cabeza.
Esto continuó así hasta el 19 á las seis de la tarde.
A esa hora, Byron abrió y cerró 10~ ojos sin ningun
síntoma de dolor y sin hacer el más mínimo n1ovimiento las otras partes de su cuerpo.'
-¡Ah, Dios mio! exclamó Fletcher, creo que milord
acaba de exhalar el último suspiro.
Acercáronse los médicos: le tomaro'n el pulso y dijeron:
-Teneis razon: ¡ha muerto!
El 22 de Abril, los restos de Byron fueron llevados
á la iglesia donde l'aposa Márcos Botzaris y el general
Normand.
. El cuerpo fué encerrado en una caja ordinaria de
madera: un manto negro la cubría y sobre el manto
iban colooados un casco, una espada y una corona de
aureles.
Byron había manifestado el deseo de que su cuerpo
fuese conducido á Inglaterra; pero los griegos solicitaron guardar su corazon, y aquellos que vivo lo hab(an hecho sangrar, le abandonaron muerto.
FIN.
CARTA llE TI JOAQUÍN GARGÍA ICAZBALCETA.
(A esta ca rta sigueu los doeumeutos prineipa
les publicados en EL UNIVERSAL acerca de la
aparición de In Virgen de Gundalupe.
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