Diario Perfil, Cultura. 21/12/2008. http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0323/articulo.php?art=11734&ed=0323 El lado oscuro El lunes pasado tenía una tarea imposible: me encontré en la posición de un buzo al que se le pide que toque el piano. La historia es así. Daniel Guebel acaba de publicar su último libro, una colección de relatos que lleva el título Los padres de Sherezade, y los responsables del lanzamiento me pidieron que lo presentara. Por Quintín El lunes pasado tenía una tarea imposible: me encontré en la posición de un buzo al que se le pide que toque el piano. La historia es así. Daniel Guebel acaba de publicar su último libro, una colección de relatos que lleva el título Los padres de Sherezade, y los responsables del lanzamiento me pidieron que lo presentara. Accedí con mucho placer ya que Guebel es un amigo además de un excelente escritor. Pero tras aceptar el encargo, descubrí que venía con premio, porque no hay un último libro de Guebel sino dos. El segundo se llama Tres obras para desesperar y es teatro. La misión imposible incluía los dos libros. Entré en pánico, y no era para menos: odio el teatro y la última vez que vi una obra fue hace cuarenta años. Me dicen que es un arte maravilloso y que, en los últimos años, la producción argentina está a la vanguardia mundial. Pero a mí la voz de Alfredo Alcón haciendo Las brujas de Salem me persigue desde la infancia y no he podido superar el trauma. Cuando hace unos meses Guebel me invitó a ver la trilogía en vivo, huí despavorido hacia San Clemente, donde sé que la temporada teatral se reduce a una noche con Jorge Corona. De todos modos, mi conciencia me obligó a leer las obras que, afortunadamente, ocupan apenas unas cien páginas. No festejo su brevedad porque me parezcan malas (al contrario, sospecho que son excelentes) sino justamente porque cumplen con lo que promete su título: son obras tremebundas que me sumergieron en una profunda angustia. En cada momento de Tres obras para desesperar hay dos personajes en escena. En la primera, Matrimonio, son el marido y la mujer, aunque en un acto intermedio aparecen la mujer y el hijo. La indicación escénica dice: “Sobre sus rodillas, con cofia de bebé, chupete colgando sobre el pecho y mantilla que lo envuelve, está su criatura. Es el actor que en el primer acto hacía de hombre”. Sólo imaginar la escena me sumergió en el más profundo espanto, pero las cosas se pusieron peor más tarde, ya que en la segunda obra, Pobre Cristo, los personajes son Cristo y una rata que amenaza todo el tiempo con comérselo. La última parte se llama Dos cirujas y la interpretan dos personajes rotosos, Loro y Toto, que viven rodeados de mugre. De entrada nomás, se lee: “Tocame un poquito. ¿Dónde? (...) Toto trata de apoyarle la verga en la mano”. Ay. Yo sé que Beckett... y también sé que en la primera obra se discute el amor contemporáneo, en la segunda se habla de teología y en la tercera de no sé qué cosa importante. También pude comprobar que el autor hace un increíble despliegue de humor y de imaginación, que da rienda suelta a sus más oscuras obsesiones (el sexo como pesadilla, el canibalismo, la muerte, el arte) y que es un mago del lenguaje. Pero no veo por qué esas cosas tremendas deben ocurrir tan promiscuamente (me refiero a que la cercanía entre actores y espectadores es menor de un kilómetro) y uno no puede escapar de ellas si ve la obra pero tampoco puede escapar de imaginárselas si la lee. Sé que el teatro es eso, gente de carne y hueso hablando fuerte frente a uno, pero preferiría que fuera otra cosa. Hay, sin embargo, un pasaje del magma teatral guebeliano que arroja luz sobre todo el asunto. Dice así: “Sí, sí que entendí. Sé lo que digo. Quiero decir que el arte está en lo no dicho, lo silenciado. Aquello de lo cual lo dicho es el negativo, aún más, el sobrante”. Y por eso quiero recomendarles calurosamente la lectura de Los padres de Sherezade, que es un gran libro en el que se aprecia cuán apolínea, elegante y luminosa puede ser la prosa de Guebel. Pero también, de acuerdo a la clave que él mismo nos proporciona, uno se debe dar una vuelta por el yan de ese yin, por la contratara tenebrosa de esa escritura feliz y leer también su negativo, las Tres obras para desesperar. Bueno, no sé si es tan necesario y no sé si volvería a acompañarlos, pero el autor así lo cree y por algo debe ser.