Relación de la Psicología y la Psiquiatría ante el pulso actual

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Relación de la Psicología y la Psiquiatría ante el pulso actual.
Lo que debemos explicarnos de una relación quizá peligrosa.
*Licda. Carolina Rizo
carolinarizov@gmail.com
conversatorioconcarolinarizo.wikispaces.com
Para iniciar, debo reconstruir algo de esa historia registrada desde la academia
y no oficializada.
El primer dato registrado en Costa Rica, en cuanto a la existencia de un
profesional en Psicología, indica que en 1957, por primera vez, un psicólogo
doctorado en los Estados Unidos se incorporó de forma permanente al plantel
del Hospital Chapui (ahora Hospital Psiquiátrico). Según las fuentes
consultadas, dicho profesional estuvo inicialmente supeditado a los médicos
psiquiatras.
Por su parte, la Universidad de Costa Rica crea, en 1966, la Sección de
Ciencias del Hombre, conformada por las cátedras de Antropología,
Sociología y Psicología. Ya para 1972, se abre el programa de Licenciatura
en Psicología.
Es en la década de los setenta cuando la inserción de los psicólogos en
diversas áreas de trabajo empieza a acelerarse. En el año 1972, se crea en el
Hospital Nacional de Niños la Unidad de Psicología Clínica Infantil y se inicia
a su vez la residencia en Psicología Clínica.
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Por su parte, el Ministerio de Salud contrata varios psicólogos y el Instituto
Nacional sobre Alcoholismo y Farmacodependencia –actualmente conocido
como IAFA- crea el Programa de Psicodiagnóstico y Psicoterapia.
Progresivamente, ingresan a laborar psicólogos en el Patronato Nacional de la
Infancia y en el Sistema Penitenciario y de Adaptación Social.
Dicho esto, y tomando como base el artículo que publiqué anteriormente,
denominado “Algunas consecuencias de la integralidad”, no es complicado
atar cabos respecto a la afirmación de que la Psicología es Ciencia Social, sin
que ello implique reñir con el hecho histórico de cómo ha devenido en una
disciplina que participa, junto con otras, en el estudio y la comprensión del
sujeto humano en el ámbito Clínico.
Es indudable que la Psicología, en Costa Rica, ha logrado incursionar
exitosamente en el campo clínico por los esfuerzos individuales que en
principio han llevado a cabo los colegas pioneros y, sobre todo, porque estos
venían practicando una psicología bien dotada de marcos conceptuales y
metodológicos. Este punto en particular está haciendo resonancia en algunos
colegas recientemente por esta especie de „limpieza y purificación‟ que
intentan algunos grupos desde la psiquiatría “devolviendo” a los psicólogos
clínicos a otro lugar que no es precisamente el de la clínica porque esta –según
ellos- es monopolio médico.
Ello podría tener algo de cierto, en tanto, en la clínica psicológica se aplique el
modelo psiquiátrico. Modelo que continúa teniendo muchas adiciones desde
la psicología. ¿Por qué?
Así las cosas, es necesario apuntar que la relación entre profesionales de la
Psicología y de la Psiquiatría ha sido hasta ahora sumamente favorable para la
sociedad costarricense, en la medida en que ambos, desde nuestras respectivas
disciplinas, hemos entregado grandes esfuerzos, sostenidos por años, en dar
alivio y cura a una población afectada por enfermedades muy complejas y
difíciles de tratar. Ambos hemos puesto tiempo y dedicación a dicha labor,
comprometiendo, incluso, nuestra propia salud.
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Es claro, sin embargo, que mínimo nuestro abordaje es distinto al de la
Psiquiatría, porque la formación médica de los psiquiatras, a diferencia de la
formación que recibe un profesional en Psicología, es predominantemente
médica, en términos de abordar la enfermedad y no al sujeto enfermo. Dicho
de otro modo, enfoca sus esfuerzos en combatir los síntomas, pero no se ocupa
del contexto que enferma al sujeto. No obstante, es indudable que el empeño
de los psiquiatras en tratar los síntomas ha permitido una amplia descripción y
categorización de los mismos, de lo cual nos hemos valido también los
psicólogos.
Las categorías clínicas que se utilizan comúnmente son un vivo ejemplo de lo
anterior; cuántos de nosotros, por ejemplo, hemos dicho en algún momento:
“Es que como es tan obsesivo se complica demasiado con los detalles; es
sobre-estructurado, y eso le impide manejar lo no planeado; se descompensa
ante lo casual o accidental”. Es posible ir más allá, y fundamentar con
argumentos puntuales cómo esta categorización preestablecida favorece a la
psicometría y a las técnicas empleadas en reclutamiento y selección de
personal. Lo anterior, en la medida de que nos permite ubicar a ese sujeto
neurótico obsesivo en un puesto donde sus cualidades personales y
características clínicas tengan más armonía con los objetivos de la empresa, de
forma tal que pueda convertirse en un colaborador productivo.
Quiero decir con esto que ha existido complacencia de algunos colegas en esto
compartido y que la famosa anti psiquiatría de la década de los años 70‟, se
disipó ante nuestros ojos.
A pesar de ello, y muy a pesar de los colegas con ese interés de permanecer en
el modelo psiquiátrico, la diferencia entre las disciplinas se sigue marcando al
menos en el hecho que a mi criterio es trascendental, aquello que hace que
algunos psicólogos y psicólogas que practican la clínica sean capaces de
escuchar a ese sujeto y, con base en ello, lo someta a un tratamiento que lo
curará, con el mejor pronóstico. Dicha curación implica utilizar el verbo, la
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palabra, la introspección, el análisis; estableciendo primero una relación
terapéutica de forma paulatina, respetuosa, paciente, y, paradójicamente,
manejando cualquier situación que pueda favorecer una dependencia hacia él.
El psiquiatra, por su parte, trabajará primordialmente desde su formación
médica, utilizando medicamentos farmacológicos que en la mayoría de los
casos corresponden a los llamados psicofármacos o psicotrópicos. El
psiquiatra privilegiará esto a cualquier intento de tratar al sujeto en su
integralidad. Así las cosas, no es extraño encontrar pacientes que son
atendidos de forma interdisciplinaria por un psiquiatra y un psicólogo, quienes
llegan, de manera exitosa, a excelentes resultados. Esto, sin lugar a dudas,
representa una clara evidencia del respeto mutuo por el quehacer profesional
del otro.
A la luz de lo anterior, es preciso subrayar que psiquiatras y psicólogos (as) no
sólo transitamos el mismo camino para curar a nuestros pacientes, sino que
debemos cumplir con las exigencias de nuestras respectivas disciplinas con
ética profesional y calidad técnica, con el fin de trabajar por la salud de
nuestra sociedad costarricense en los avatares actuales. Esto, lo que se refiere
a la salud, tiene un alto riesgo que debe evidenciarse.
Lo cual nos lleva a referirse a las recurrentes prácticas en ambos campos que
han sido herramientas claves de dominio y sujeción sobre los miembros de
determinadas sociedades; en tanto han estado al servicio del poder.
La cualidad del accionar como aparato ideológico, constructores de
normalidad desde la ciencia ha favorecido con clara intención la
discriminación sobre sectores de la sociedad que han interpelado a la
diversidad como derecho a la inclusión.
Por tanto, cabría preguntarse en qué consiste este nuevo recelo y amago de
confrontación entre La Psicología y La Psiquiatría en un escenario reciente
donde se les convoca desde los mass medias nacionales a intervenir como
técnicos de la salud a categorizar idoneidades. Al respecto, el trabajo de
Ignacio Dobles Oropeza presentado en el VII CONGRESO DE NACIONAL
PSICOLOGIA –efectuado en Mayo, 2010-, es fundamental para la reflexión al
interior de los profesionales en Psicología.
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En lo que respecta a la opinión pública, por ahora bastara anunciar que no
existe consenso alguno, aunque se pretenda desde instituciones gremiales, sino
únicamente aparece un incipiente espacio-invitación (el cual es adjunto pero
no la propuesta abierta y permanente del oficialismo gremial) a la reflexión
ante el activismo oportunista o pleno de buena voluntad, al que nos lleva
acudir con urgencia ante los fenómenos de violencia y los “comportamientos
irracionales” de los ciudadanos reflejados en las tragedias cotidianas.
Más allá de los espacios laborales “cerrados” que se encuentran los colegas
recién graduados hay que preguntarse desde las academias hacia donde van y
para qué. Cuál es la sociedad a la que van a dirigirse a mejorar, hacia qué
dirección. Las interrogantes son permanentes en la formación del ser humano
en cualquier disciplina.
Esa mística formativa no puede quedar en el abandono.
De nuevo los paradigmas están estremecidos por la realidad social imperante.
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