Edad Contemporánea es el nombre con el que se designa el

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Tratado de Versalles y fracaso de la Sociedad de Naciones
El Tratado de Versalles (1919) y los demás negociados en la Conferencia de Paz de París tras el armisticio, no lo
fueron en pie de igualdad, sino desde la evidente derrota de los imperios centrales (Segundo Reich Alemán, Imperio
Austro-Húngaro e Imperio otomano), que de hecho habían desaparecido como tales entidades políticas. La reducción
al mínimo territorial de las nuevas repúblicas de Austria y Turquía imposibilitaba que hicieran frente a la exigencia de
responsabilidades (incluyendo fuertes indemnizaciones) que caracterizaba la postura de los vencedores (especialmente
la de Francia), con lo que la atribución de la culpa y por tanto de las indemnnizaciones recayó principalmente en
Alemania, que había sobrevivido como estado, a pesar de la pérdida de las colonias, el recorte territorial (pérdidas de
Alsacia y Lorena y Polonia, incluyendo el corredor de Danzig, que dejaba aislada Prusia oriental) y el estricto
desarme que se la exigía. La imposición fue percibida como un diktat (dictado), y sus durísimas condiciones
contribuyeron al caos económico y político de la recientemente creada República de Weimar.
Se pretendía haber hecho la guerra que acabaría con las guerras, creando un nuevo orden internacional basado en el
principio de nacionalidad (identificación de nación y estado), cuestión que debería resolverse con plebiscitos allí
donde esa identidad fuera cuestionable (lo que ocurría en la práctica totalidad de Europa, aunque sólo se aplicó en
pequeño número de casos fronterizos). Se pretendía que las nuevas naciones, al carecer de ambiciones territoriales,
renuncian a la guerra como método de resolución de conflictos.55 La paz se garantizaría por el principio de seguridad
colectiva, administrado por un organismo internacional: la Sociedad de Naciones, cuya sede se fijó en Ginebra. La
exclusión de Alemania y la Unión Soviética, más el rechazo del Congreso de los Estados Unidos a su inclusión, limitó
de forma grave su eficacia. Incluso entre sus propios miembros, la nula capacidad de hacer cumplir sus decisiones a
los estados que no lo hicieran voluntariamente (casos del Japón en Manchuria o de Italia en Abisinia) demostró su
práctica inoperancia en cuestiones graves, aunque en otros campos sí desarrolló funciones más o menos importantes
(Organización Internacional del Trabajo y otras agencias).
La diplomacia bilateral y multilateral continuó siendo el principal ámbito de las relaciones internacionales, aunque
ciertamente se vio influenciada, sobre todo inicialmente, por el nuevo clima de confianza. La proscripción de la
diplomacia secreta no tuvo en realidad cumplimento. El Tratado de Rapallo (1922), los Tratados de Locarno (1925) y
el Pacto Briand-Kellogg (1928) marcaron distintas conformaciones de alianzas o declaraciones de buenas intenciones
que no consiguieron disipar la desconfianza entre las potencias, incrementada dramáticamente a partir de la crisis de
1929 que proyectó las tensiones internas de cada país al terreno internacional. Su manifestación más grave fue el
expansionismo y rearme alemán (Anschluss -anexión de Austria, 1934-, crisis de Renania -1936-, crisis de los Sudetes
-1938-). El fracaso de la política de apaciguamiento (acuerdos de Múnich, 1938), más temerosa del peligro comunista
que del fascista (Eje Roma-Berlín, octubre de 1936) se repitió en el fracaso de la política de no intervención con que
se pretendía paliar los efectos de la Guerra Civil Española (1936-1939). Los definitivos virajes hacia la guerra se
hicieron inevitables cuando, a los pocos meses de terminar aquélla, Hitler y Stalin sellaron el Pacto GermanoSoviético (23 de agosto de 1939)
Surgimiento de los totalitarismos
La revolución de febrero de 1917 derrocó al gobierno zarista, cuya gestión de la guerra era catastrófica, y que había
perdido el prestigio místico con que el Zar se presentaba como padrecito del pueblo. Un conjunto de partidos
burgueses y socialdemócratas (mencheviques) liderados por Kerenski pretendió construir un estado democrático que
mantuviera el esfuerzo bélico junto a los aliados occidentales (Gobierno Provisional Ruso). La situación bélica,
económica y social no hizo más que empeorar en los siguientes meses. La rocambolesca llegada de Lenin inició la
estrategia insurreccional bolchevique que llegó al poder con la revolución de octubre (Asalto al Palacio de Invierno,
25 de octubre según el calendario ortodoxo). El poder soviético ignoraba la representación electoral y las libertades,
despreciadas por burguesas en beneficio de las asambleas de soldados y obreros que tomaban las fábricas y las
unidades militares.
El Tratado de Brest-Litovsk (3 de marzo de 1918) supuso el final de la guerra con Alemania y la renuncia a una gran
extensión de territorio (Polonia, Ucrania, Báltico), pero no trajo la paz, puesto que continuaron las hostilidades, ahora
como guerra civil rusa entre el ejército rojo, liderado por Trotski y el ejército blanco, controlado por oficiales zaristas
y financiado tras el final de la guerra por las potencias vencedores. Al mismo tiempo se fue implementando el
programa social y económico del comunismo de guerra, que suponía la colectivización de tierras y fábricas, que
pasaron a ser controladas por instituciones (cuyos nombres pasaron a convertirse en míticos para el imaginario obrero
de todo el mundo: soviet, koljós, sovjós, etc.) teóricamente asamblearias pero fuertemente controladas desde la cúspide
por el Partido (que pasará a llamarse comunista, y el estado Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). Al igual que
había ocurrido durante la fase más exaltada de la Revolución francesa, se produjeron matanzas masivas (por
ejecuciones o como consecuencia de las deportaciones) y la salida al extranjero de un gran número de exiliados.
La victoria del ejército rojo consiguió incluso la recuperación de buena parte del territorio cedido en Brest-Litovsk
(guerra Polaco-Soviética, 1919-1921). Con el asentamiento de las fronteras se inició una fase de moderación del
proceso revolucionario dirigida por el propio Lenin (Nueva Política Económica, NEP) en la que se consintió la
reconstrucción de empresas privadas y la recuperación de la figura del campesino enriquecido (kulak).
Las luchas de poder entre Trotski y Stalin, partidario el primero de la extensión del proceso revolucionario a otros
países (revolución permanente) y el segundo de la construcción del socialismo en un sólo país, comenzaron durante la
agonía de Lenin (1924) y terminaron cinco años después con la victoria de Stalin, que inició una época de purgas con
la eliminación de los trotskistas (XV congreso, 1929), en una intensificación de la represión política que acabó con
toda oposición o crítica a su poder personal (Bujarin, oposición de derecha), originando un verdadero culto a la
personalidad dentro de un sistema totalitario: el estalinismo. La colectivización recibió un impulso definitivo,
sustituyendo la liberalización de la NEP por los planes quinquenales a cargo de un GOSPLAN que centralizaba la
totalidad del proceso productivo sin intervención del mercado, decidiendo burocráticamente qué debía producirse,
dónde y por quién, y dónde y quién debía consumirlo. Se estimuló el trabajo voluntario a través de la emulación
(estajanovismo), aplazando cualquier reivindicación de mejora de condiciones de vida o trabajo para los obreros en
cuyo nombre se decía estar construyendo la sociedad comunista, y relegando la producción de bienes de consumo en
beneficio de la industria pesada. La Tercera Internacional (Komintern o internacional comunista, que se había creado
en 1919) utilizó la disciplinada labor de los partidos comunistas de todos los países del mundo en función de los
intereses del régimen soviético. Cualquier desviacionismo detectado, incluso el más inverosimil e imaginario (desde el
aburguesamiento a la traición), era advertido al propio afectado, que se veía obligado a ejercer sobre sí mismo la
autocrítica y a aceptar la sanción de la justicia revolucionaria.
Fascismos
Encuentro de Hitler y Mussolini, führer y duce (guías) de las dictaduras nazi y fascista, que planteaban como una
tercera vía contraria tanto al comunismo (la amenaza más visible a la estructuras capitalistas) como a la democracia
liberal, tildada de decadente. Establecieron una alianza denominada Eje Roma-Berlín, en cuya órbita figuraron Japón,
España, Hungría, Rumanía y los países ocupados durante la Segunda Guerra Mundial. El peculiar carisma de ambos
líderes, llevado hasta el histrionismo, fascinaba a las masas que les seguían.
En la mayor parte de los países, el desprestigio de la política liberal tradicional y el miedo al comunismo hizo surgir
movimientos políticos interclasistas y ultranacionalistas, caracterizados por un liderazgo carismático y algún tipo de
parafernalia simbólica agresiva o paramilitar (entre los que destacaba el uso de camisas de ciertos colores). Su
evidente similitud y la profundidad de los rasgos comunes con el fascismo italiano ha permitido a la historiografía
calificarlos de fascistas, a pesar de la diversidad de nombres y características locales. Únicamente en Alemania,
Europa meridional (Portugal, España, Grecia) y oriental (Rumanía, Hungría, Polonia, Báltico) se establecieron
endógenamente en los años veinte y treinta dictaduras que reciben comúnmente la denominación de regímenes
fascistas, o bien el calificativo de totalitarios (si consiguieron acabar con todo tipo de discrepancia) o autoritarios (si
permitieron un mínimo grado de pluralismo en su propio seno). Durante los años de la Segunda Guerra Mundial se
establecieron incluso en Europa occidental gobiernos colaboracionistas en los que la presencia de los fascistas locales
o la implantación de medidas políticas de tipo fascista era menos decisivo que el control militar alemán.
Italia fascista
En Italia, frustrada en sus ambiciones irredentistas por el Tratado de Versalles, el descontento fue encauzado por el
movimiento de los camisas negras de Mussolini (un antiguo socialista, que había evolucionado hacia un discurso
antiliberal, anticomunista, ultranacionalista, irracionalista y exaltador de la violencia) contra cualquier movimiento
prerrevolucionario o simplemente huelguístico o reivindicativo de los partidos y sindicatos de izquierda. Con la
marcha sobre Roma (1922) consiguió que el rey le diera el gobierno fuera de las vías parlamentarias, e inició una
dictadura de facto. Planteaba la superación de las divisiones políticas con un partido único y la lucha de clases
mediante una política económica corporativista. Consiguió el reconocimiento mutuo con el Papa en los Pactos de
Letrán. La necesidad de expansión exterior le llevó a aventuras coloniales en Etiopía y Albania, que le pusieron en
dificultades en la Sociedad de Naciones.
Alemania, tras la revolución espartaquista, había experimentado la construcción de un estado social de derecho con la
República de Weimar, pero la inestabilidad económica y social no permitió su consolidación. La radicalización de las
posturas más extremistas, enfrentadas violentamente, condujo a la temerosa y empobrecida clase media a optar por la
solución más opuesta a la revolución comunista.
Tras un frustrado golpe de estado (Putsch de Múnich, 1923) y su paso por la cárcel, donde desarrolló su programa en
Mein Kampf, Adolf Hitler consiguió llegar al poder por vía electoral (1933), al tiempo que el partido nazi, inicialmente
un partido minoritario caracterizado por sus enfrentamientos en la lucha callejera contra grupos izquierdistas, iba
ocupando cada vez más espacios públicos y privados, restringiendo las libertades y aniquilando toda oposición o
manifestación de pluralismo (incluido el de sus propias filas -noche de los cuchillos largos-). El objetivo de la
propaganda nazi, eficazmente utilizada por Goebbels (repite mil veces una mentira y acabará convirtiéndose en
verdad), se centró obsesivamente en responsabilizar a los judíos de todos los males de la gente común, que acabó
convenciéndose de pertenecer al grupo de verdaderos alemanes, los de raza aria, cuyos intereses particulares debían
supeditarse a la grandeza de Alemania. Tal grandeza debía recuperarse con la expansión a través de un espacio vital
que incluía no sólo las dispersas zonas habitadas por gentes de habla alemana, sino la Europa oriental habitada por los
eslavos, presentados como otra raza inferior.
La política de apaciguamiento que Francia e Inglaterra mantuvieron hasta los acuerdos de Múnich permitieron a Hitler
cumplir la parte inicial de su programa expansivo y rearmar una Gran Alemania, convertida en el Tercer Reich.
Franquismo
La Segunda República Española, un breve experimento de modernización a cargo de una minoría de intelectuales que
pretendían apoyarse en la amplia base del movimiento obrero, terminó trágicamente en una guerra civil durante la que
se produjo una revolución social en la retaguardia republicana. El apoyo de la Unión Soviética al gobierno republicano
del Frente Popular y el de las potencias fascistas a los militares sublevados contrastó con el mantenimiento de una
política de no intervención por las democracias occidentales. La victoria del bando sublevado estableció el régimen de
Franco (que incorporaba, además de los elementos similares al fascismo de Falange Española, otros tradicionalistas,
conservadores, militaristas y católicos -el nacionalcatolicismo-). De cara al inmediato futuro de Europa, esta primera
batalla de la Segunda Guerra Mundial estimuló los planes de Hitler, en un contexto ya claramente prebélico para
todas las naciones.
Crisis de 1929 y Estado del bienestar
Como una reacción a los cambios económicos y políticos en torno a la Primera Guerra Mundial, se sentaron las bases
del estado del bienestar. Durante el siglo XIX, el liberalismo económico había concebido al Estado como un mero
garante del orden público, sin legitimidad para intervenir en la actividad económica de la nación (estado mínimo). Sin
embargo, de manera progresiva, el Estado había tenido que intervenir en la regulación de las condiciones de trabajo, a
través de las leyes sociales, creando el moderno Derecho del Trabajo, como una manera de responder a los
apremiantes problemas derivados del industrialismo y desactivar la bomba de tiempo que representaban las
aspiraciones del movimiento obrero.
Sin embargo, fue después de la Primera Guerra Mundial cuando se produjo el cambio teórico fundamental. El
economista John Maynard Keynes observó que la oferta económica es reflejo de la demanda, y por ende, la manera de
levantar una economía deprimida (fase baja del ciclo económico cuya misma existencia era discutida por los teóricos
del libre mercado) era subsidiando la demanda a través de una fuerte intervención estatal. Consciente de las
consecuencias negativas de las cláusulas económicas del Tratado de Versalles, había predicho que los pagos a que se
obligaba a Alemania, junto con el endeudamiento (tanto de ésta como de las potencias vencedoras) con Estados
Unidos, provocaría un desorden financiero internacional con consecuencias funestas. No obstante, los años veinte
fueron los felices veinte, propicios a la especulación, la compra a crédito y el consumismo, al menos en Estados
Unidos (un pollo en cada cazuela y dos coches en cada garaje, era el slogan electoral de Herbert Hoover), que sólo
parecía deslucirse por la ley seca y el gansterismo. La crisis de posguerra, fruto de la desmovilización, no tuvo
consecuencias muy graves en las economías, a excepción de la alemana, sometida a una terrible hiperinflación. Los
consejos de Keynes fueron desoidos, y no se acogieron por parte de los gobiernos hasta después de que la Gran
Depresión posterior al crack de 1929 (momento en que estalló la burbuja de especulación financiera) literalmente
arrasó el mercado de valores, y tras él el sistema productivo y el mercado laboral generando un pavoroso paro masivo.
El recurso generalizado al proteccionismo deprimió aún mas el comercio internacional y acentuó la depresión
económica.
En la década de 1930, regímenes políticos muy diferentes entre sí emprendieron, como salida a la Gran Depresión,
políticas keynesianas, es decir, intervencionistas, de estímulo de la demanda a través de las obras públicas, subsidios
sociales y aumento extraordinario del gasto público, con abundante recurso a la deuda pública. La llegada a la
presidencia estadounidense del demócrata Franklin Delano Roosevelt emprendió esas medidas con la denominación
de New Deal (Nuevo acuerdo o Nuevo reparto de cartas). La economía dirigida del corporativismo fascista podía
considerarse hasta cierto punto similar, y concretamente el rearme alemán proporcionaba una solución tanto al ejército
de parados como a la industria pesada. La Unión Soviética de Stalin ya era una economía planificada desde el Estado,
y su sistema económico no capitalista, aislado del circuito financiero, la hacía inmune a los efectos del Crack de 1929.
Empequeñecimiento de Europa y protagonismo de nuevos espacios: Asia y América.
La adopción por parte del mundo extraeuropeo de ideas, tecnologías, sistemas políticos y socioeconómicos originados
en Europa, llevó a la paradoja de que la misma Europa se vio reducida en tamaño e importancia en el concierto
mundial. En adelante debió conformarse con ser un actor más en un escenario geopolítico que se había hecho mucho
más vasto.
El periodo final del Imperio Turco ya estaba gobernado por una élite occidentalizadora (los Jóvenes Turcos). La
disolución del imperio se fue diseñando en las conversaciones diplomáticas de la Conferencia de París (1919) que
culminaron en el tratado de Sèvres, en medio de un escenario estratégico que amenazaba incluso con hacer inviable la
continuidad de ninguna nación turca, o reconocer otros estados que finalmente no se consolidaron (Armenia
Wilsoniana, intento de definición de una nación armenia tras los traumáticos hechos que la diezmaron durante la
Primera Guerra Mundial, de denominación debatida -véase genocidio armenio-).
La reacción nacionalista liderada por Mustafá Kemal (denominado Atatürk o padre de los turcos) expandió
militarmente las fronteras del estado residual en que se había convertido la nueva república de Turquía (Guerra de
Independencia Turca). El programa occidentalizador que impulsó desde ese momento incluyó la sustitución del
alfabeto árabe por el latino y la del traje tradicional por una moda homologable a la que se veía en las calles de París o
Londres. Su sistema político (el kemalismo), que nunca dejó de ser autoritario, se construyó explícitamente a imitación
de los europeos en un eclecticismo que pretendía reunir elementos de tan distintas y opuestas procedencias como la
democracia liberal, el estado social y los totalitarismos fascista y soviético.
De la revolución Meiji al militarismo japonés
La posibilidad de que una civilización ajena al cristianismo y étnicamente no europea se desarrollara había sido
demostrada por la historia contemporánea de Japón desde la llamada Revolución Meiji. El Shogunato Tokugawa había
sido derrocado en 1868, y a partir de la Era Meiji los sucesivos emperadores impulsaron una profunda
occidentalización, que para 1905 había conseguido sobrepasar en eficacia al Imperio ruso (guerra ruso-japonesa). En
la Primera Guerra Mundial rentabilizaron su postura a favor de la Triple Entente apoderándose de varias colonias
alemanas en el Pacífico que retuvieron después del conflicto. A pesar de la experimentación de mecanismos propios
del liberalismo democrático (durante la Era Taisho, 1912-1926), la vida política, social y económica estaba dominada
por el denominado militarismo japonés, con unas fuerzas armadas construidas desde finales del siglo XIX bajo el
modelo prusiano. El expansionismo japonés se proyectó en China, no limitándose a las concesiones puntuales que
habían caracerizado la presencia occidental, sino mediante una presencia militar masiva y conquistas territoriales, que
desde Manchuria se extendieron al sur por China oriental (guerras chino-japonesas, la primera en 1894-95 y la
segunda desde 1937). La pretensión de desplazar a los blancos (ingleses, franceses, holandeses y estadounidenses)
como colonizadores de Asia se llegó a desarrollar ideológicamente, en una pretensión que parecía sólidamente
cimentada en un crecimiento económico sólo limitado por la escasez de materias primas que caracterizaba al suelo
japonés. La necesidad de ese espacio vital (en terminología nazi) empujó a Japón a la alianza con Alemania y le
conduciría a la Segunda Guerra Mundial en un escenario inédito en la historia bélica: la Guerra del Pacífico (19371945).
Revolución china: República de China (1912-1949)
La Dinastía Qing fue derrocada en 1911 después de un largo período de guerras civiles que significaron el fin de un
Imperio milenario. Sun Yat-Sen emprendió un proceso de modernización occidentalizadora de la República de China,
que se vio imposibilitado tanto por la intervención externa (principalmente la japonesa) como por fuertes divisiones
internas, con zonas enteras independizadas en la práctica y gobernadas por señores de la guerra locales, y la cada vez
mayor presencia comunista entre las masas urbanas y campesinas. La guerra civil china duró de 1927 hasta 1950,
incluyendo el periodo de la Segunda Guerra Mundial y la mítica Larga Marcha protagonizada por el líder comunista
Mao Tsé Tung, que terminó proclamando la República Popular China en 1949, mientras que el nacionalista Chiang
Kai-shek resistía en Taiwan protegido por la flota estadounidense.
El mundo anglosajón no europeo
Estados Unidos emergió como gran potencia mundial después de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, cuando
Woodrow Wilson remitió al Congreso la aprobación del ingreso en la Sociedad de Naciones (una de sus propias ideas
para la paz -catorce puntos de Wilson-), fue ampliamente rechazada, prefiriendo la clase política la tradicional política
de aislacionismo. No obstante, la íntima conexión del capitalismo industrial, comercial y financiero estadounidense
con el resto del mundo hizo imposible el mantenimiento de esa postura en los años cuarenta.
Segunda Guerra Mundial
Garantizada la colaboración de Stalin por el Pacto Germano-Soviético, Hitler se decidió (1 de septiembre de 1939) a la
incorporación de una de sus reivindicaciones expansionistas más delicadas: el pasillo de Danzing, que implicaba la
invasión de la mitad occidental de Polonia (la mitad oriental, junto con Estonia, Letonia y Lituania fue ocupada por la
Unión Soviética). Inglaterra y Francia declararon la guerra, que esperaban ser una repetición de la guerra de trincheras
para la que habían tomado toda clase de precauciones (Línea Maginot) que demostraron ser del todo inútiles. Las
maniobras espectaculares de la blitzkrieg (guerra relámpago) proporcionaron en pocos meses a Alemania el control de
Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica y la propia Francia, mientras el ejército británico escapaba in extremis en
Dunkerque. Prácticamente todo el continente europeo estaba ocupado por el ejército alemán o por sus aliados, entre
los que destacaba la Italia fascista, cuya aportación militar no fue muy significativa.
La batalla de Inglaterra, la primera completamente aérea de la historia, mantuvo durante el periodo siguiente la presión
sobre el nuevo gobierno de Winston Churchill, decidido a la resistencia (sangre, sudor y lágrimas) y que finalmente
venció, entre otras cosas gracias a una innovación tecnológica (el RADAR) y al decisivo apoyo estadounidense, que
negoció en varias entrevistas con Roosevelt (Carta del Atlántico, 14 de agosto de 1941).
En 1941 la necesidad estratégica de ocupar los campos petrolíferos del Cáucaso llevaron a la invasión alemana de la
Unión Soviética (operación Barbarroja), inicialmente exitosa, pero que se estancó en los sitios de Leningrado y
Stalingrado. Al mismo tiempo, los japoneses atacaron Pearl Harbor (7 de diciembre de 1941), provocando la entrada
de Estados Unidos en la guerra. En el norte de África, la batalla de El Alamein (1942) frenó el avance alemán desde
Libia hacia Egipto.
El periodo final de la guerra se caracterizó por las complejas operaciones necesarias para los desembarcos aliados en
Europa (Sicilia, septiembre de 1943, Anzio, enero de 1944, Normandía, junio de 1944) y el hundimiento del frente
oriental en el que se dieron las más masivas operaciones de tanques de la historia (Batalla de Projorovka, julio de
1943), mientras en el frente occidental los alemanes experimentaban armas tecnológicamente muy desarrolladas (V-1,
V-2), y soportaban bombardeos destructivos sobre sus ciudades a una escala nunca antes vista (Bombardeo de Dresde,
febrero de 1945). En la Guerra del Pacífico los estadounidenses tuvieron que desalojar isla a isla a los japoneses hasta
los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945.
A diferencia de la Primera Guerra Mundial, la rendición (tanto la japonesa como la alemana) se produjo por derrota
total, sin que fuera posible ningún tipo de negociación. Las conversaciones decisivas fueron las que plantearon la
división de Europa en zonas de influencia entre los aliados, y que se negociaron en sucesivas cumbres (Conferencia de
Teherán, 1 de diciembre de 1943, Conferencia de Yalta, febrero de 1945, Conferencia de Potsdam, julio de 1945).
La "historia inmediata" del "mundo actual": hacia la globalización
La historia del mundo actual o del tiempo presente tiene como origen el final de la Segunda Guerra Mundial, con el
espectacular inicio de la era atómica y la política de bloques de la guerra fría, fue considerado.
También son de uso denominaciones que se refieren a las transformaciones tecnológicas, energéticas y de los
materiales propias de la tercera revolución industrial; y que bautizan como era nuclear a la que sigue a la era de la
electricidad o era del petróleo. La era del plástico, se materializó efectivamente en sus décadas centrales (celofán,
plexiglás, nailon, etc.). La píldora anticonceptiva (1960) revolucionó la demografía y la sociedad.
Los límites al desarrollo y al consumismo aparecieron en forma de crisis energéticas y ambientales (contaminación de
suelos, aguas y atmósfera, adelgazamiento de la capa de ozono, calentamiento global), mientras la gestión de los
residuos se convertía en un problema grave y a los problemas sanitarios tradicionales, ligados al hambre y al bajo
nivel de vida. Los antibióticos se generalizaron desde los años cincuenta.
El mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial (1945-1973): El equilibrio del terror: la Guerra Fría
Luego de la Segunda Guerra Mundial, se definió un nuevo orden mundial en que las viejas potencias europeas
tuvieron que renunciar al mantenimiento de sus vastos imperios en los que se impuso la descolonización.
Sin embargo, este proceso no significó que los nuevos países adquirieran una independencia real, pudiéndose hablar
de un neocolonialismo; y una alineación general en dos bloques liderados cada uno por una superpotencia: Estados
Unidos y la Unión Soviética.
Su enfrentamiento no sólo se debió a sus opuestas estructuras económicas, sociales y políticas, y a su divergente
ideología y propaganda: Estados Unidos identificado con el liberalismo político y económico, que se autodefinía como
líder del mundo libre y campeón de la democracia; mientras que la Unión Soviética era presentada como la alternativa
totalitaria comunista (estalinismo, Pacto de Varsovia, Kominform, KGB), agresiva y expansionista, que imponía
regímenes de partido único sometidos al centralismo democrático y un rígido sistema económico negador de la
libertad económica.
Carrera espacial y carrera de armamentos
La rivalidad entre las superpotencias desató una carrera de armamentos centrada en la posesión del arma nuclear, que
los Estados Unidos desarrollaron en el último año de la Segunda Guerra Mundial (1945) y posteriormente
compartieron con los británicos (1952). El proyecto soviético de la bomba atómica culminó en 1949 (en parte gracias
al espionaje). Francia desarrolló su propia arma atómica en 1960 y China en 1964. La firma del tratado de no
proliferación nuclear en 1968 limitó la incorporación de nuevos miembros al selecto club nuclear, al que sólo se
añadieron, India en 1974 y Pakistán en 1998
La posesión de capacidad nuclear en ambos bloques así como de vectores eficaces para alcanzar casi instantáneamente
el corazón del territorio del enemigo (misil balístico, superbombardero y submarino nuclear) hacían imposible que ni
siquiera el agresor pudiera sobrevivir al primer ataque, supuesta la represalia automática. Simultáneamente, se
desarrolló la carrera espacial; en la que los iniciales éxitos soviéticos fueron contestados por un gigantesco esfuerzo
presupuestario estadounidense, cuya superioridad económica permitió ganar la apuesta de Kennedy: llevar un hombre
a la Luna antes de 1970.
Socialismo realmente existente, Plan Marshall.
Europa, dividida por el Telón de Acero en zonas de influencia mutuamente reconocidas de las dos superpotencias,
cumplió el papel de escaparate donde competían sus dos sistemas, antagónicos en todos los aspectos (ideológico,
político, social y económico). La reconstrucción de posguerra fue muy diferente en cada caso.
Los Estados Unidos lanzaron el Plan Marshall (1947-1951), un paquete económico de ayuda a la reconstrucción
europea que los países de la órbita soviética rechazaron, con el argumento de que supondría caer en la dependencia.
Como alternativa, fundaron el COMECON (Consejo de Ayuda Mutua Económica), que reguló los intercambios bajo
criterios de economía planificada y el liderazgo soviético.
Mercado Común y Unión Europea
La Unión Europea había tenido ya en 1949 el exitoso precedente del Benelux (unión comercial de Bélgica, Holanda y
Luxemburgo), modelo que se aplicó a la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), el Euratom y la
Comunidad Económica Europea del tratado de Roma de 1957 (esos tres pequeños países más tres grandes:, ampliada
sucesivamente a nueve (Reino Unido, Irlanda y Dinamarca, 1973), doce (Grecia, 1980, España y Portugal, 1982) y
quince países (Suecia, Austria y Finlandia, 1995). El espacio económico europeo se planteó como librecambista e
integrador hacia el interior, como la mejor manera de garantizar la convergencia de niveles de vida y la comunidad de
intereses que impidiera nuevas guerras, mientras que hacia el exterior era fuertemente proteccionista. El principal reto
económico del siglo XXI ha sido intensificar la integración, que incluyó la adopción del euro como moneda común; a
la que no todos los países se han sumado. Destacadamente, entre los más reticentes se encuentra el Reino Unido.
Las nuevas organizaciones internacionales
Ante el fracaso de la Sociedad de Naciones para evitar la Segunda Guerra Mundial, la Conferencia de San Francisco
(1945) reemplazó a este organismo por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que en 1948 proclamó la
Declaración Universal de los Derechos Humanos. El Derecho Internacional, fuertemente soberano, evolucionó para
recoger estas nuevas tendencias, que incluyen nociones como la justicia universal y el respeto a los derechos humanos
sobre las jurisdicciones nacionales. La ONU desarrolló una serie de organismos paralelos que tendieron a mejorar las
condiciones de vida en todo el mundo. A la ya fundada Organización Internacional del Trabajo (OIT), la Organización
Mundial de la Salud, etc.
Populismo latinoamericano y revolución cubana
Con la controvertida etiqueta de populismo se suelen designar diversos regímenes y partidos políticos
latinoamericanos de mediados del siglo XX (Juan Domingo Perón en Argentina, Getulio Vargas en Brasil, Carlos
Ibáñez en Chile, etc.) incluyendo el prolongado ejercicio del poder por el PRI mexicano. Más allá de ciertas
similitudes con rasgos de las ideologías más opuestas (fascismo y comunismo), difiere radicalmente de ellas por su
pragmatismo y su opción clara por el reformismo. Se han señalado como características propias su carácter de
movimiento nacionalista, la movilización popular, la desconfianza al sistema tradicional de partidos políticos, la
constitución de liderazgos carismáticos y el intervencionismo estatal, que intentaba superar la dependencia económica
mediante una industrialización acelerada.
Revolución cubana
Tras una guerra de guerrillas contra la dictadura de Batista, en 1959 llegó al poder en Cuba un grupo de
revolucionarios de confusa ideología, liderados por Fidel Castro y el internacionalista Ché Guevara. La política hostil
de Estados Unidos, vinculado económica y políticamente al anterior régimen y refugio de un cada vez mayor número
de exiliados cubanos, así como la propia dinámica interna del nuevo régimen, llevó a éste a un acercamiento cada vez
mayor a la Unión Soviética y a la definición de la revolución como marxista, dirigida por el P. Comunista de Cuba.
Aggiornamento de la Iglesia Católica (Concilio Vaticano II - Teología de la liberación)
Ni siquiera la Iglesia Católica permaneció ajena al aggiornamento (puesta al día) que demandaban las denominadas
comunidades cristianas quedaba evidenciada por la crisis de vocaciones, mientras una minoría creciente de
sacerdotes se acercaba a distintos movimientos de contestación de la autoridad, como los curas casados o los curas
obreros. El breve pontificado de Juan XXIII abrió la oportunidad de que la parte más aperturista de la jerarquía
eclesiástica, entre la que se contaba la Compañía de Jesús, impusiera sus tesis en el Concilio Vaticano II.
La sucesión de Pablo VI continuó con los mismos parámetros, pero limitó las expectativas de los grupos más radicales
al condenar el uso de los métodos anticonceptivos y no suavizar la moral sexual católica. Mientras una minoría de los
clérigos más tradicionalistas llegaba a amenazar con el cisma (Marcel Lefebvre), los teólogos progresistas como
Leonardo Boff profundizaron la implicación del pensamiento cristiano en la realidad. En América Latina la
denominada opción preferencial por los pobres de la Teología de la Liberación acercó a muchos clérigos a los
movimientos de izquierda, llegando a verse el caso de curas guerrilleros.
Crisis de 1973 y tercera revolución industrial
La crisis de 1973, desencadenada por la utilización del petróleo como arma política por la OPEP en el conflicto árabeisraelí, significó el comienzo de un ciclo de dificultades económicas para los países occidentales. La revolución
industrial había entrado en una tercera fase o revolución científico-técnica. La crisis evidenció la necesidad de
sustituirla por fuentes de energía alternativas, unas renovables y otras no renovables, como la energía nuclear.
Estados Unidos tras el Watergate
El mandato del demócrata Jimmy Carter (1977-1981) se caracterizó por sufrir los efectos más penosos de la crisis
iniciada en 1973, por un retroceso de la influencia en América Latina y otras zonas del Tercer Mundo y por
significativas humillaciones internacionales (crisis de los rehenes en Irán). Frente a lo que consideraban pérdida de
valores tradicionales, excesos de permisividad, se organizó un poderoso grupo de presión y la denominada mayoría
moral, que consiguió dos presidencias republicanas consecutivas (cuatro mandatos: los de Ronald Reagan, 1981-1989,
y George Bush padre, 1989-1996). Con una política abiertamente agresiva hacia la Unión Soviética, Reagan proponía
un final victorioso a la guerra fría mediante un enfriamiento de las relaciones bilaterales y el inicio de investigaciones
para un posible futuro establecimiento en el espacio exterior de un sistema de intercepción de misiles balísticos, la
llamada Iniciativa de Defensa Estratégica y un más concreto despliegue de misiles nucleares de alcance intermedio en
Europa, en una reactivación de la carrera nuclear que los soviéticos no estuvieron en condiciones de seguir.
Reacción conservadora católica
En la Iglesia católica se produjo un fortalecimiento de la tendencia conservadora a partir de Juan Pablo II, que revisó
los planteamientos más progresistas del Concilio Vaticano II y los pontificados anteriores (Juan XXIII, Pablo VI, y el
efímero de Juan Pablo I), reprimió la teología de la liberación y se apoyó en movimientos conservadores como el
Opus Dei.
Revolución islámica
A partir de la revolución iraní (derrocamiento del proamericano sha Reza Pahlevi, por el integrista Ayatola Jomeini,
1979) se produjo en todo el mundo islámico la revolución integrista. Los gobiernos y clases dominantes de los países
musulmanes hubieron de optar por tres posibles estrategias: frenar el movimiento (Argelia); coexistir en un
precario equilibrio (países moderados aliados de Estados Unidos: Arabia Saudí); o unirse a él (Sudán, 1983). La
clave del conflicto Islam - Occidente continuó siendo la persistencia del conflicto árabe-israelí, y la identificación de
EE.UU. como el principal apoyo de los judíos.
Glasnost y Perestroika
En 1985 Mijaíl Gorbachov fue nombrado Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética, en una
renovación generacional de la cúpula dirigente que llevó a la liquidación de la Guerra Fría y a reformas liberalizadoras
en el interior del régimen soviético, que recibieron los nombres de perestroika (reestructuración) y glásnost (apertura
o transparencia). El tratado de desarme de 1987 significó el final de la carrera armamentista.
Revolución de 1989
En 1989, la acumulación de energías llegó al punto necesario para el estallido revolucionario. En Alemania Oriental,
la evidente pérdida de apoyo soviético, les enfrentó a una movilización popular que no fue reprimida y que terminó en
los martillazos de la multitud derribando el Muro de Berlín. Los hechos violentes tuvieron lugar en Rumania, donde la
represión fue dura por la negativa a abandonar el poder por parte de Nicolae Ceausescu.
Disolución de la Unión Soviética
La Unión Soviética se encaminaba hacia su disolución. En agosto de 1991, durante un golpe de estado promovido
contra Gorbachov, un reformista radical, Borís Yeltsin, consiguió hacerse con el poder y promovió un hondo proceso
de reformas liberales, incluyendo la disolución del Partido Comunista de la Unión Soviética. Las repúblicas bálticas
ya habían conseguido la independencia de hecho; las demás se apresuraron a declararse independientes, pasando
varias de ellas a constituirse en precarias superpotencias nucleares. El régimen comunista terminó así de desplomarse
en medio de un caos económico en que la gran mayoría de la población caía en la pobreza y las propiedades y
empresas socializadas o construidas desde la Revolución se privatizaban. Muchos otros rasgos del pasado zarista que
el comunismo se había jactado de eliminar, como el nacionalismo y la religión ortodoxa, volvieron a desarrollarse.
Nuevo orden posterior a la caída del muro de Berlín
La caída del bloque comunista o del Este provocó un reorganización del sistema internacional. Dentro de su propio
ámbito, la rigidez del sistema político comunista y la interiorización de la represión había disimulado la persistencia
de problemas étnicos y religiosos, que a partir entonces se expresaron en toda su dimensión.
Guerras yugoslavas
Paradójicamente, fueron los estados menos vinculados a la Unión Soviética los que más violentamente sufrieron la
caída del muro. El sistema comunista más aislado del mundo, Albania, se desintegró en medio de la anarquía, mientras
que Yugoslavia, ignorando las poco decididas peticiones de mantenimiento de la unidad por parte de la comunidad
internacional, se fragmentó en las repúblicas que componían su confederación (el derecho a la secesión estaba
reconocido en su constitución). Las más decididamente separatistas fueron Eslovenia y Croacia, católicas y
declaradamente pro-occidentales, mientras que Serbia (ortodoxa y pro-rusa) pretendía la continuidad de una
República Federal de Yugoslavia (desde 1992). Los conflictos más graves surgieron en Bosnia-Herzegovina (de
composición étnica muy mezclada entre serbio-bosnios, bosnio-croatas y bosnio-musulmanes) y la provincia serbia de
Kosovo (mayoritariamente poblada por albaneses). La intervención internacional, liderada por los Estados Unidos,
sancionó la derrota serbia en ambos conflictos.
El despertar de China
El despertar de China se produjo hacia finales del siglo XX. Se produjo una apertura en el régimen comunista chino,
que bajo el liderazgo de Deng Xiaoping y su política de un país, dos sistemas, intentó la empresa de generar una
economía de mercado sin sacrificar el régimen político comunista. La recuperación de Hong Kong y Macao y el
crecimiento económico ha convertido a China en una potencia importancia.
Expansión y "decadencia" de Europa
La unificación de las dos Alemanias, la transformación de las Comunidades Europeas en la Unión Europea y su
expansión hacia los países del este en transición al capitalismo, convirtieron a Europa, ya sin el adjetivo de occidental,
en un "gigante económico", cuya divisa, el euro, equilibró eficazmente el anterior monopolio del dólar en los
mercados monetarios internacionales. No obstante, la incapacidad demostrada por los países miembros para
profundizar las partes no económicas de la unión, y la falta de coordinación exterior la dejaron como un "enano
político.
El "poder blando" de Estados Unidos
La victoria en la Guerra Fría dejó a Estados Unidos como única superpotencia, no sólo en lo militar, sino en el
denominado poder blando que se concreta en la difusión de sus productos culturales y tecnológicos (informática e
internet) y la universalización de la particular ideología, identificada con el american way of life que considera
indivisibles la libertad política y económica (capitalismo democrático). La presidencia pasó de los republicanos
(Reagan, 1981-89 y Bush padre, 1989-93) a los demócratas durante los mandatos de Bill Clinton (1993-2001), para
volver a los republicanos con Bush hijo (2001-2009).
A pesar de su continuidad indiscutida en la cúspide la interpretación del sistema internacional suele hablar de un
declive de los Estados Unidos, incluso de un fracaso en cuanto a la gestión de su liderazgo frente los problemas
mundiales: calentamiento global (negativa a firmar el protocolo de Kioto), proliferación nuclear70 (problemática
respuesta a los desafíos nucleares de Corea del Norte e Irán, tras la utilización del argumento de las armas de
destrucción masiva para justificar la guerra de Irak), terrorismo, incapacidad para responder a las crecientes demandas
de resolución de conflictos en estados fallidos o crisis humanitarias (Somalia ,1993; Ruanda, 1994; Darfur, 2003); y
un empeoramiento de su imagen internacional (antiamericanismo). Tales exigencias llevaron a una extremada
tecnologización de la guerra y a todo tipo de cautelas mediáticas (la Primera Guerra del Golfo -1991- fue retransmitida
en directo por la CNN prácticamente sin imágenes de heridos o cadáveres).
Democratización de América Latina
La desaparición de la Unión Soviética rompió toda posible vinculación entre los movimientos izquierdistas de
América Latina. Las últimas intervenciones norteamericanas, con utilización abierta de la fuerza, fueron la invasión de
Granada, 1983 y la de Panamá de 1989. Cuba estaba sometida a un riguroso bloqueo internacional, acentuado por un
embargo comercial que no consiguió debilitar al gobierno de Fidel Castro. En el cono sur (Brasil, Argentina, Chile,
Uruguay y Paraguay), se produjo la reconstrucción de los regímenes democráticos en los años noventa, no sin
dificultades, fundamentalmente por sucesivas crisis económicas que tensionaron las denominadas transiciones a la
democracia.
Globalización y antiglobalización
Los medios de comunicación de masas (prensa, cine, radio, televisión) habían permitido desde el inicio del siglo XX
la difusión mundial del poder blando de la cultura estadounidense en todos sus contenidos, tanto la ideología todo tipo
de información, cultural, anecdótica o embrutecedora. La revolución informática, la telefonía móvil e internet han
llevado el proceso a su extremo en la década final del siglo XX y la primera del siglo XXI (blogosfera, web 2.0, etc.).
La intensificación de los movimientos migratorios (cuya necesidad, represión o control es objeto de intensos debates),
la mejora tecnológica en el transporte de mercancías (logística, normalización de contenedores), la cada vez más libre
circulación de capitales y la caída o liberalización de las barreras comerciales por el fin de los bloques y las sucesivas
rondas del GATT y la Organización Mundial de Comercio; han llevado a la economía a un grado de integración
nunca antes conocido.
Los partidarios de la globalización argumentan que facilita el libre intercambio de ideas, la expresión individual y el
respeto por los derechos de las personas, además de ser inevitable, como lo es el progreso tecnológico. Sus detractores
denuncian que la globalización es unilateral y promueve el predominio de una cultura particular (la estadounidense)
que acabaría imponiéndose a todo el planeta acabando con las minorías culturales, lingüísticas y religiosas, y que los
defensores de la globalización en realidad defienden sus propios intereses económicos, como la sumisión de los
estados a una competencia suicida por la deslocalización, el dumping social y el dumping ecológico.
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