Un nuevo amigo Autor: Josué David Cubero Herrera Escuela: Elías Jiménez Castro Docente: Jenny Barrantes Duarte Bibliotecóloga: Ana Cecilia Pizarro Pizarro Era el mes de julio y todos regresamos a la escuela después de vacaciones. Ya quería volver a ver a mis compañeros y compañeras y por su puesto a mi maestra. Ella era la niña Jenny, a la que quiero mucho y es muy buena con todos. Cuando entramos al aula nos llevamos una sorpresa, había alguien nuevo con la maestra. Era un niño pequeño, de piel muy morena y ojos café. Su cabello era negro y muy lacio, y llevaba un collar con una plumita roja en su cuello. Todos lo veían y hablaban sobre el nuevo niño. La maestra nos pidió que hiciéramos silencio y pasó al niño al frente: “Buenos días niños, él es su nuevo compañero. Se llama Pedro y viene desde Talamanca”, nos dijo. El niño estaba muy serio y no dijo nada. La maestra nos explicó que él era un niño indígena, de la tribu Cabécar en Talamanca. Su papá consiguió trabajo en San José y ahora estará con nosotros. También nos dijo que hablaba muy poco español, y que debíamos ayudarlo en la escuela. El niño sólo nos miró un momento y se fue a sentar cerca del escritorio de la maestra. Mis compañeros se pusieron a verlo y hablaban de su cara, su pelo y su collar. A mi me pareció un niño agradable y tenía ganas de hablarle. El niño sólo dibujaba en una hoja. Durante varios días lo observé en el recreo. Se sentaba en los jardines de la escuela y jugaba con las mariposas y gusanitos que había ahí. A veces lo veía traer agua en un vasito y ponerle a las flores del jardín. Nunca jugaba con nadie y todos los niños lo veían como un extraño. Un día me decidí y me acerqué a Pedro. Yo le dije: “¡Hola!” Y él me respondió: “jiá”. Yo le pregunté qué significaba eso y dijo: “Jiá es hola en mi lengua”. Me pareció muy interesante y le dije que me gustaría aprender más palabras. A partir de ese momento nos sentábamos en los recreos cerca de las flores y el me enseñaba palabras en cabécar y yo le enseñaba español. Una tarde invité a Pedro a jugar a mi casa. Fuimos al patio y cuando vio a mi perro le dijo: “chichi”, yo le dije que se llamaba Oso y el me dijo que así se dice perro en cabécar. Así fue como me enseñó que gato se decía “wiska” y rana “kolbi”. Mi mamá nos hizo empanadas de queso y Pedro me dijo que en su familia se comía mucho plátano y pejibaye. Ellos lo cultivaban en su patio, pero ahora en San José tienen que comprar todas las verduras. Pedro me contó muchas cosas que su familia, en Talamanca, acostumbraba hacer, y yo le conté todo lo que hacemos en San José. Esa tarde la pasamos muy bien y ambos aprendimos mucho. Cuando la mamá de Pedro lo llegó a recoger me dijo: “Westebra”, y me dio un collar con una pluma como el de Pedro. Mi nuevo amigo me dijo que el collar era un símbolo de amistad y que “Westebra” era gracias en cabécar. Le pregunte a la mamá de Pedro que si le daba permiso de quedarse en mi casa todo el fin de semana, pero ella me dijo que ellos tenían que viajar a Talamanca a visitar a su familia. Hablé con mi mamá y decidimos acompañar a Pedro a Talamanca. Él y yo estábamos muy emocionados. El viaje era muy largo y cansado. Mi papá nos llevó en su carro y manejó más de seis horas. El pueblo de Pedro estaba en las montañas y para llegar ahí nos tocó caminar una hora en medio de senderos llenos de árboles y animales. Durante todo el recorrido Pedro y su familia nos mostraron su forma de vivir en ese lugar. Las casas o chozas eran muy humildes, hechas de madera, troncos y paja, pero me gustó ver que formaban un círculo y compartían un patio grande entre todos. Los familiares de Pedro nos atendieron muy bien y prepararon comidas a base de verduras. Ese fin de semana fue muy especial, pude ver como todos vivían en armonía unos con otros y con la naturaleza. Después de eso emprendimos el regreso a casa. Al día siguiente, cuando llegué a la escuela mis compañeros se pusieron a reír cuando me vieron el collar. Decían que ahora tenían dos compañeros indígenas en el aula. Eso hizo que Pedro se sintiera muy mal y se quería ir de la escuela. Yo me levanté y les dije a mis compañeros que no era bueno lo que habían hecho con Pedro. Les conté a ellos y a la niña Jenny todo lo que viví el fin de semana con su familia y todas las cosas que aprendí en Talamanca. Pedro era un buen niño y les dije que ellos también podían aprender de él. La maestra me felicitó por lo que había hecho y mis compañeros le pidieron una disculpa a Pedro. A partir de ese momento, Pedro se convirtió en un maestro más, ya que todos querían hablar cabécar. Ahora me siento muy contento porque Pedro seguirá en la escuela y estamos aprendiendo muchas cosas de su familia. La mamá de Pedro nos visitó el 12 de octubre y nos enseñó cantos en cabécar. Gracias a Pedro y a su familia entendimos que no podemos rechazar a nadie por ser diferente y que debemos respetar a los que nos rodean sin importar de donde vienen y como son. Y ahora yo soy muy feliz con mi nuevo amigo indígena.