Galería de Dictadores (III). Pol Pot, la muerte con chanclas - Ricardo Rodríguez En nuestro particular viaje por los aspectos más sombríos del ejercicio del poder no podemos pasar de largo de una de las categorías de dictadores más al uso en tiempos recientes. Una vez analizado al dictador ilustrado y al chiflado impenitente, hoy les voy a presentar a un alegre miembro de la familia dictatorial, como es el dictador genocida. Muchos pensaréis que os traeré la manida figura del cerúleo y caucasiano Stalin, o del iracundo y al borde del síncope Hitler, o incluso al cortijero Franco, ejemplo de dictador low cost de andar por casa. Lejos estará el siempre calentorro Mussolini, más dado a aumentar la población que a disminuirla y aún más lejos el intelectual Salazar, siempre entre números o incluso Mao, que aún teniendo un currículum más que respetable, no tenía el exterminio de sus semejantes entre su programa de gobierno. El personaje que les voy a presentar es, ni más ni menos, el celebérrimo Pol Pot, que, a pesar de haber liquidado “sólo” a cerca de dos millones de sus compatriotas (cifra más que modesta, que lo sitúa en mitad de la tabla, cual Levante de las ejecuciones) destacó por una fidelidad perruna a sus convicciones perjeñadas en su exilio parisino, muriendo con las botas puestas (aunque él era más de chanclas). Pol Pot, cuyo verdadero nombre era Saloth Sar, vino al mundo en 1925 en un lugar de la Camboya (sin premio) colonizada por Francia llamado Prek Svaub. No era Sar un pobre campesino acosado por la difteria en pleno arrozal, sino que, como buen futuro líder comunista, pertenecía a una familia jemer de rancio abolengo, propietaria de plantaciones y emparentada con los Norodom, la dinastía real local. Su posición privilegiada le iba a permitir estudiar en los colegios católicos franceses de la colonia y recibir una educación cortesana, de la que haría gala el resto de su larga vida. Apadrinado por el rey Norodom Sihanouk, Sar viajó a Francia con otros nobles camboyanos para formarse en la Sorbona a fines de los años 40. Por aquel entonces era un joven nacionalista furibundo, si bien no con respecto a Francia, sino contra las aspiraciones que el líder vietnamita del Partido Comunista Indochino, Ho Chi Minh, tenía de crear un Estado comunista que agrupase toda la Indochina Francesa. Porque una cosa era ser el lacayo de Francia y otra muy distinta el servidor de un vietnamita apestoso. Poco a poco, se fue interesando por la ideología comunista, fundando el Grupo de Estudios de París, junto con otros universitarios camboyanos, bajo la batuta del Partido Comunista Francés, bien organizado y con gran prestigio en los años inmediatos al fin de la II Guerra Mundial. A su vuelta a Camboya a mediados de los 50 su ideario estaba ya casi conformado: eliminación de la monarquía y comunismo nacional libre de la influencia extranjera (es decir, vietnamita). Con el paso del tiempo, Sar conseguirá, junto con su grupo parisino, dominar al Partido Comunista Revolucionario de Kampuchea, una de los tres partidos resultantes de la escisión del antiguo Partido Comunista Indochino, merced a intrigas y alguna que otra muerte oportuna. La Guerra de Vietnam iba a proporcionar a Sar su gran oportunidad. EE UU acusó al príncipe Sihanouk de falsa neutralidad y lo derrocó financiando un golpe de Estado (y van ya unos cuantos) a cargo del general Lon Nol (otro candidato a la galería), que combatió al lado estadounidense y survietnamita desde 1970. Los comunistas, agrupados en el ahora llamado Partido Obrero de Camboya, organizaron guerrillas cerca de la frontera vietnamita, pero evitando la injerencia del Vietminh o del Vietcong en sus operaciones. Será en esta época cuando el común les comience a llamar por el nombre que les haría famosos, los Jemeres Rojos y cuando, debido a su estancia entre tribus de montañeses de vida más que espartana, Sar adopte la idea de que ese estilo de vida primitivo y frugal era el verdadero comunismo. Luchando contra las fuerzas de Lon Nol (teóricamente en nombre del príncipe Sihanouk), los Jemeres Rojos acabaron controlando todo el país, apoyados por una población que estaba siendo diezmada por los bombardeos norteamericanos sobre la Ruta Ho Chi Minh. El 17 de abril de 1975 los Jemeres entraban en Pnohm Pehn, capital del país, ante el alborozo de los dos millones de refugiados presentes en la misma. No sabían lo que se les venía encima. En primer lugar, se recluyó a Sihanouk en palacio y se evacuaron las ciudades, obligando a todos los habitantes de las mismas a residir en el campo para su re-educación. Sar, adoptando el sobrenombre Pol Pot se erigió en presidente del nuevo Estado de Kampuchea Democrática, aunque su identidad siempre fue mantenida en secreto y nadie, aparte de sus colaboradores y ministros sabían quién era en realidad. Entonces puso en práctica su plan de purificación nacional: destruyó las ciudades y obligó a la población urbana a reciclarse en campesinos que llevaban una vida de práctica subsistencia. Eliminó la comunicación con el exterior y se dedicó a una campaña agresiva contra la injerencia vietnamita, acercándose a China y empleando a los guerrilleros del Jemer Rojo para la depuración de los supuestos disidentes, apegados a los hábitos de vida anteriores al triunfo de la Revolución. Asimismo se emprendieron una serie de reformas tendentes a que la población adoptase un modo de vida nuevo basado, como dijimos, en el de los montañeses del norte del país. La moneda, la religión de cualquier credo y los modos de vida “decadentes” fueron eliminados, al tiempo que la población fue reubicada en disitintos centros del país, a los que accedían andando en marchas de varios meses. Cualquier contratiempo en la reeducación era solucionado con ejecuciones arbitrarias casi diarias. En la típica manía persecutoria asociada al poder absoluto, se llevó a cabo la construcción de múltiples cárceles de alta seguridad, verdaderas antesalas de la muerte, en las que se internaba a los individuos especialmente problemáticos. Allí eran torturados y obligados a delatar a amigos o parientes. Uno de esos centros, la S21, se hizo célebre posteriormente y se conserva hoy día como recuerdo de las barbaridades cometidas por los Jemeres Rojos, que hicieron retroceder al país casi hasta el Neolítico. Con un estado permanenete de hambrunas y su rechazo a todo tipo de tecnología o saber moderno, se multiplicaron las epidemias produciéndose un rápido descenso de la población debido al empeoramiento generalizado de las condiciones de vida. A esto iba a unirse una censura absoluta en lo referente tanto a las noticias externas como internas, de modo que durante los años que los Jemeres Rojos estuvieron en el poder (1975-79) nadie en el extranjero sabía a ciencia cierta lo que estaba pasando en la Kampuchea Democrática. Las ciudades, abandonadas, acabaron arruinándose por falta de mantenimiento, lo mismo que las conducciones de agua, electricidad y gas, cuyo uso estaba prohibido al pueblo. Incluso la medicina moderna fue eliminada, sustituida por las prácticas ancestrales que propiciaron un repunte de la mortalidad, sobre todo infantil y de las mujeres durante el parto. Mientras, en las comunas agrícolas, los antiguos funcionarios, médicos, abogados etc. eran sometidos a trabajos forzados para purgar sus actuaciones previas a la Revolución. Las cifras finales oscilan entre los 800000 y los 2 millones de muertos, aunque normalmente se establece como cifra de consenso en torno a 1,3 ó 1,5 millones, lo que se correspondería con algo más del 30 % de la población. El régimen, enclaustrado en sí mismo cada vez más llevó a cabo una política de acercamiento a China y de enfrentamiento con Vietnam, al que acusaban de minar el país con cientos de miles de espías (convenientemente ejecutados). Resueltos a ocupar áreas de Vietnam pobladas por camboyanos, los guerrilleros Jemeres Rojos desataron campañas en las fronteras hasta que Vietnam no tuvo sino que invadir Kampuchea en 1978-79, instalando un régimen provietnamita. Pol Pot y los suyos se lanzaron a una guerra de guerrillas desde las selvas y los macizos montañosos camboyanos. Desde fines de los años 80 y principios de los 90 una guerra de todos contra todos azotó el país, con un Pol Pot cada vez más cuestionado, y que acabó siendo destituido y apresado por su propio movimiento, siendo juzgado por asesinatos de camaradas cometidos en las luchas por el poder. Saloth Sar moriría en 1998 en lo más profundo de la jungla. Su cuerpo fue incinerado en una pira fabricada con restos de coches. Los Jemeres Rojos fueron desarticulados, aunque algunas de sus células continúan existiendo hoy día vagando por las selvas. En cuanto a la personalidad del fundador, en una entrevista realizada poco antes de morir, explicó que los desmanes del régimen se debieron a la bisoñez del movimiento para los asuntos de gobierno y para implantar la Revolución de un modo eficaz y duradero. En cuanto a su apariencia personal, Pol Pot era un hombre generalmente pulcro, que hablaba con corrección y tenía modales delicados, como correspondía a un miembro de la nobleza de la época. Asimismo tenía vastos conocimientos culturales y conocía el francés a la perfección. Siempre se mostraba amable y se comportaba como un buen anfitrión con las legaciones extranjeras y periodistas que alcanzaban el país con cuentagotas, mostrando si cabe, un aspecto mucho más inquietante que si se hubiese tratado de un vociferante iracundo como el ya citado Hitler o un camorrista de la talla de Mussolini. Sin embargo, un tercio de su población pereció, sumiendo al país en una crisis crónica de la que se empezaban a recuperar en 2007, cuando dio inicio la actual coyuntura de crisis mundial. Numerosos memoriales se erigen hoy día recordando el genocidio camboyano. El irónico final de esta historia es que Sihanouk, un rey que convivió con un régimen comunista y vivió exiliado en la China de Mao, sobevivió a los Jemeres Rojos, falleciendo en Pekín, en 2012 a los 89 años de edad. Ricardo Rodríguez (@ricardofacts)