MANOS QUE MATAN - MANOS QUE CURAN Roberto Beltrán Universidad Privada Cayetano Heredia (2001) El homo faber evolucionó hasta llegar a ser homo sapiens gracias a la relación con sus semejantes y al trabajo de sus manos. Fue así como se generó la maravilla que es nuestro cerebro con su capacidad de razonar; lo que este ser construyó o destruyó con sus manos lo distinguió del resto de los animales, lo hizo capaz de pensar antes de hacer y después de haber hecho. Desde entonces las manos del hombre han servido para destruir, pero también para construir, para matar, pero también para curar, para maldecir, pero también para bendecir. Hemos presenciado con incredulidad y horror la destrucción de obras de alta ingeniería... hechura de tantas manos, y la destrucción del prodigio de una larga y compleja ingeniería biológica y psíquica... hechura de manos divinas: la vida de miles de seres humanos. Las manos que mataron y se calcinaron a sí mismas fueron también manos de hombres. Y aquí la paradoja aparece con toda su enormidad, y nos aterra: el cerebro, producto del trabajo de las manos, y de la relación entre semejantes se convierte en la voz que les ordena destruir la obra del hombre y al hombre mismo. Quienes escogimos una profesión de servicio hemos educado nuestro cerebro y adiestrado nuestras manos para curar - que es dar, que es amar - no podemos presenciar lo ocurrido -repetición interminable de la tragedia de Caín y Abel- sin reflexionar sobre el papel que nos toca desempeñar como hombres y mujeres de paz. Porque nuestra vocación es hacer el bien. Nos corresponde prodigar esa paz que devuelven nuestras manos cuando curan, esa paz que retorna cuando el dolor y la enfermedad cesan. Y, no obstante, en nuestro caso, ¿cómo devolver la paz a nuestra conciencia profesional cuando vemos a millones de seres como nosotros sufrir por dolencias que sabemos prevenir o curar y que sin embargo están lejos, fuera de nuestro alcance? Porque la distancia social o geográfica, pero principalmente económica, hace que nuestra preparación no llegue a los millones que necesitan de nuestra ayuda. Es que como individuos aislados poco podemos hacer para salvar esas distancias. En cambio, como grupo, como gremio, como clase, como ciudadanos al lado de otros ciudadanos de buena voluntad, sí es posible que se extiendan nuestras manos para alcanzar a quienes nos necesitan. Las manos que curan, son nuestras manos... que no queden ociosas. Nos toca actuar con la inteligencia de nuestra mente y la grandeza de nuestro corazón para que las desigualdades y las inequidades, que destruyen cuerpos y corroen almas, vayan desapareciendo de nuestro mundo. Si cada cual puede hacer algo, muchos pueden hacer mucho, todos podemos hacerlo todo. Para ello es preciso llegar a ser más que sólo dentistas... asumir a plenitud nuestro papel para que su dimensión profesional se transforne en dimensión social... de ciudadanos plenos junto a los demás hombres de paz. Porque el tiempo apremia. Pues la locura crece por doquier, la codicia se extiende por el orbe, el egoísmo cunde, la ira nos contamina, globalizadamente. La soberbia se hunde en las profundidades donde la obscuridad ciega en fanatismo sin medida... y, hay fanatismo en muchos lados. El tiempo que se acorta nos conmina inexorable. No sea que nos encontremos dentro de poco con que no quede herencia que dejar a la generación futura, o sólo quede una generación sin futuro... sólo quede un futuro sin hombres sobre el planeta. Y quizá no sea una exageración... 11 de octubre del 2001