5) Los mecanismos de defensa del ego

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SEMINARIO “VIDA AFECTIVA”
Quinto Encuentro
Tema:
Los mecanismos de defensa del Ego – Escondrijos humanos
Muchas veces para poder “sobrevivir” utilizamos una serie de roles y juegos. Tales
formas de reaccionar son compensaciones que practicamos para contrarrestar y camuflar algo que
hay en nosotros y que consideramos un defecto o “handicap”.
Esto se denomina comúnmente “formación reactiva”. Es una hipercompensación que se
realiza a base de exagerar o desarrollar en exceso determinadas tendencias conscientes, como
defensa contra otras tendencias (estas de carácter inconsciente, opuestas a las anteriores y
reprobables) que amenazan con forzar su reconocimiento constante. La persona extremadamente
dogmática, que está absolutamente segura de todo, cultiva conscientemente esta postura de
seguridad a causa de las desmoralizadoras dudas que habitan en su subconsciente. La imagen que
tiene de sí mismo no es lo bastante sólida para vivir con tales dudas.
De las personas superafectivas o exageradamente sentimentales suele sospecharse que
adoptan tal actitud para compensar severas y crueles tendencias que han sido reprimidas en su
subconsciente.
La mojigatería, en su forma más extrema, suele ser una hipercompensación de unos
deseos sexuales perfectamente normales, pero reprimidos, con los que el mojigato no puede vivir
a gusto. Y la persona que parece mostrar un exagerado interés por la salud de su anciano
progenitor, probablemente lo hace para compensar su deseo subconsciente de que muera éste
para verse libre de responsabilidades.
Obsérvese, con todo, que no podemos sospechar que toda buena inclinación sea una
“tapadera” de una inclinación contraria. Lo que ocurre con la “formación reactiva” es que
siempre una hiper compensación, es una reacción exagerada. Las actitudes compensatorias son
algo así como echar el cuerpo hacia atrás para evitar caer hacia adelante. Pero este tipo de
compensación, una vez iniciado, conduce casi siempre a la exageración, a la extremosidad.
Consiguientemente, sólo una actitud exagerada, del tipo que sea, es sospechosa de ser una
“formación reactiva” compensatoria. El dogmático no se equivoca nunca. El mojigato es supercasto. El reformador, propenso a sermonear y santurrón, odia tanto el pecado como al pecador, y
no admite en absoluto la normal flaqueza humana.
La conclusión es que la “conducta exagerada” de una persona suele significar justamente
lo contrario de lo que da a entender. Muy frecuentemente acusamos al dogmático de orgulloso y
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nos sentimos “llamados” a ayudarle a que aprenda a ser manso y humilde. De hecho, él no está
seguro de sí en absoluto y, cuanto más nos esforcemos en derrotarle, en sembrar dudas en su
ánimo y en hacerle ver sus errores, tanto más tendrá él que compensar, y probablemente su
dogmatismo se haga aun más extremo y detestable.
Desplazamiento
Un segundo mecanismo de defensa del Ego es el llamado “desplazamiento”, que suele
referirse a la expresión indirecta de un impulso que la conciencia censora (el Super-ego
freudiano) nos prohíbe expresar directamente. Un niño, por ejemplo, puede desarrollar una
actitud de furiosa hostilidad hacia sus padres. De manera que el niño en cuestión, para dar salida
a la hostilidad que ha tenido que reprimir, hará cosas como destruir la propiedad pública y otras
tonteras por el estilo. Y el aficionado al boxeo con mentalidad homicida que, de pie junto al
cuadrilátero, vocifera sin parar: “¡Mátalo, acaba con él!”, mientras un indefenso boxeador se
derrumba a los pies del otro, evidentemente alberga en su interior alguna hostilidad inconsciente
que tiene que reprimir, porque no puede vivir con ella ni expresarla. Una forma frecuente de
“desplazamiento” es el empleo de una “víctima propiciatoria”. Reaccionamos con una gratuita e
injustificada violencia cuando alguien nos mira de reojo, porque hay en nosotros una hostilidad
que no podemos expresar directamente: por la razón que sea, la persona a la que querríamos
expresar nuestra hostilidad nos impone demasiado. El hombre que muestra un temperamento
violento en la oficina puede perfectamente estar expresando la hostilidad que siente hacia su
mujer o hacia sí mismo pero que no puede expresarla en su casa. O el hombre que ha sido
injustamente reprendido por su jefe (al que teme, porque de él depende su trabajo) puede que, al
llegar a su casa, descargue su hostilidad sobre su mujer y sus hijos. La mojigata, que es incapaz
de admitir abiertamente su sexualidad, puede fácilmente interesarse muchísimo por “escándalos
sexuales”. La persona aislada y solitaria, incapaz de reconocer francamente su necesidad de amor
y de afecto, afirmará estar “locamente enamorada” de alguna persona (a la que en realidad no
ama en absoluto).
Una segunda forma de desplazamiento consiste en “disfrazar” ciertas realidades
desagradables que no podemos reconocer (y que por eso reprimimos) a base de acentuar
conscientemente alguna otra cosa que no resulte tan molesta y tan violenta. Afirmamos, por
ejemplo, estar preocupados por cualquier trivialidad para ocultar algún temor que somos
incapaces de confesar sinceramente. O supongamos que estoy celoso de ti, pero soy incapaz de
admitirlo realmente, ni siquiera para mi fuero interno; entonces me fijo en cualquier motivo
trivial de enojo, como puede ser el tono de tu voz que me parece chillona. El marido y la mujer
que han llegado a despreciarse mutuamente, pero que no pueden admitir abiertamente las causas
reales de su mutua aflicción, suelen fácilmente reñir con gran vehemencia por auténticas
trivialidades.
Proyección
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Otro mecanismo de defensa del Ego es la llamada “proyección”. Todos tendemos a
rechazar nuestras propias negatividades y a “proyectarlas” en otros. Tratamos de librarnos de
nuestras propias limitaciones atribuyéndoselas a cualquier otro. También es proyección el
pretender culpar de nuestros fallos a las circunstancias: los medios que tiene uno para trabajar, la
posición de las estrellas... Cuando tropezamos con alguien fácilmente le recriminamos: “¡A ver si
mira Ud. por donde va!”
Es una frecuente inclinación (proyección) humana detestar especialmente en los demás lo
que no podemos aceptar en nosotros mismos. El auténtico enigma de esta proyección es
precisamente ése: que no reconocemos tales cosas en nosotros (porque están reprimidas) y que,
sin embargo, somos capaces de condenar sin paliativos en los demás lo que no podemos admitir
en nosotros mismos. Pues bien, cuanto más intensa y, exageradamente se manifieste nuestra
aversión hacia algo, tanto más deberíamos sospechar que se trata de una “proyección”.
Cuando alguien no deja de condenar la “hipocresía”, por ejemplo, y afirma a todas horas
que es un defecto general de la raza humana, lo más probable es que esté reprimiendo el
reconocimiento consciente por su parte de que el mismo es un hipócrita. El hombre vanidoso, y
que no es capaz de reconocer su propia tendencia a la vanidad, sospecha que todo el mundo no
desea más que llamar la atención y hacerse publicidad. La persona ambiciosa e incapaz de
reconocer honradamente su ambición (y que por eso la reprime) suele pensar que “todo el mundo
se busca a sí mismo”, “y que lo que la mayoría de la gente desea es dinero y celebridad. Tenemos
también el caso del paranoide (víctima de una manía persecutoria) que proyecta en los demás la
aversión que siente hacia sí mismo, y piensa que los demás no le quieren. La mojigata cree que
todo hombre atractivo la mira con deseos deshonestos: proyecta en todo macho atractivo sus
propios anhelos encubiertos (reprimidos). La persona que no tiene la conciencia tranquila piensa
que los demás sospechan de ella y la observan. También es muy frecuente que, cuando alguien
pone el dedo en la llaga de nuestra debilidad, haciéndonos ver, por ejemplo, que somos
demasiado temperamentales, contraatacamos diciendo: “¡Mira quién fue a hablar...! ¡Tú sí que
eres temperamental!”
Introyección
Es el mecanismo de defensa del Ego por el que atribuimos a nosotros mismos las buenas
cualidades de los demás. La introyección desempeña un papel importante en lo que se ha dado en
llamar el “culto al héroe”. Nos identificamos con nuestros héroes, del mismo modo que lo
hacemos con nuestras posesiones. Nos sentimos muy orgullosos cuando alguien elogia nuestra
casa, o nos creemos especiales por el hecho de haber nacido en determinada ciudad, o por haber
viajado a muchos lugares. Este tipo de identificación permite fácilmente acceder a un mundo de
fantasía y proporciona un cierto romanticismo a nuestras vidas, aunque las consecuencias de este
mecanismo de defensa no sean precisamente beneficiosas ni reconfortantes.
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Racionalización
La forma más habitual de mecanismo de defensa del Ego es la “racionalización”, que
resulta bastante difícil de mejorar como técnica de autojustificación. Consiste, esencialmente, en
hallar alguna razón que justifique nuestra acción o nuestra conducta, para lo cual pensamos
(racionalizamos) nuestra manera de llegar a una conclusión previamente establecida. Muy
frecuentemente existen dos razones para cualquier cosa que hagamos: la supuesta buena razón y
la razón real. La racionalización no sólo es una forma buena de autoengaño, sino que, con el
tiempo, acaba corrompiendo todo sentido de integridad (totalidad). Racionalizamos nuestros
fallos; hallamos justificación para nuestras acciones; conciliamos nuestros ideales y nuestras
obras; convertimos nuestras preferencias emocionales en nuestras conclusiones racionales.
Afirmo que bebo cerveza porque contiene malta, cuando la verdadera razón es que la cerveza me
gusta, porque me ayuda a desinhibirme y a sentirme seguro con los demás.
Como sucede con todos los mecanismos de defensa del Ego, también en este caso hay
algo en mí que no puedo admitir, o algo que me gustaría hacer pero que me parece incorrecto, o
algo que me haría sentirme mejor si creyera en ello. La racionalización es el “puente” que
convierte mis deseos en realidades. Es el uso de la inteligencia para negar la verdad, lo cual nos
hace insinceros con nosotros mismos (y si no podemos ser sinceros con nosotros mismos
tampoco podremos serlo con nadie más) y, consiguientemente, saboteamos toda autenticidad
humana, desintegrando y fragmentando la personalidad.
En cuanto estado de ánimo interior, la insinceridad es una imposibilidad psicológica. Yo
no puedo decirme a mí mismo que creo y que no creo al mismo tiempo. También el elegir el mal
por el mal es psicológicamente imposible, porque la voluntad sólo puede elegir el bien.
Consiguientemente, para negar la verdad que no puedo admitir y para realizar la acción que no
puedo aprobar, debo necesariamente racionalizar hasta que la verdad deje de ser verdadera y el
mal se convierta en un bien.
¿Se han preguntado alguna vez cómo es posible escoger el mal, cómo es posible cometer
pecado? Por su propia naturaleza, la voluntad sólo puede escoger lo que es bueno. Personalmente
yo creo que el ejercicio o el uso del libre albedrío en una situación concreta de culpa consiste en
que la voluntad, deseosa de un determinado mal que tiene aspectos buenos (si te robo tu dinero
yo seré rico), obliga al intelecto a centrarse en el bien que puede conseguirse en el acto malo y a
renunciar a reconocer el mal. Ello, a su vez, obliga al propio intelecto a racionalizar aquello que
en principio se reconocía como malo. Mientras estoy haciendo algo incorrecto (en el momento de
hacerlo), no puedo afrontar abiertamente su aspecto malo, sino que tengo que pensar que es
bueno y correcto. En consecuencia, el libre albedrío probablemente se ejerce en el acto de obligar
al intelecto a racionalizar, más que en la realización del acto mismo.
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Importante de tener en cuenta
Obsérvese que en todos estos mecanismos de defensa del Ego hay algo que la persona
que utiliza el mecanismo ha sentido la necesidad de reprimir. Esa persona ha caído en la cuenta
de algo que no puede soportar; sea por lo que sea, conserva intactas todas sus piezas
psicológicas, gracias a que se ha engañado a sí misma de algún modo; lo que ocurre simplemente
es que no puede soportar fácilmente la verdad y, por eso, la ha reprimido.
Así, pues –y esto es sumamente importante– la vocación de “poner derechas” a las
personas, de arrancarles sus máscaras, de obligarlas a hacer frente a la verdad reprimida, es una
vocación altamente peligrosa y destructiva. Es importante no “desilusionar” muy rápidamente a
las personas, con respecto a sus “juegos”: puede que sencillamente, no lo soporten. Habían
escogido un “rol”, habían comenzado a jugar un determinado juego y a llevar una determinada
vida más vivible y tolerable...
Por eso debemos ser muy cuidadosos –extremadamente cuidadosos, de hecho– y no
asumir la vocación de hacer ver a los demás, de hacer pedazos sus defensas y dejarlos desnudos y
perplejos bajo la implacable luz de nuestros focos. El resultado podría ser trágico.
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Algunos juegos y roles que utilizamos para “sobrevivir”
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El favor más grande: la verdad
Todo cuanto hemos intercambiado parecería urgirnos a ser abiertos y veraces acerca de
nosotros mismos, de nuestros pensamientos y emociones. De hecho, nos ha urgido a ser sinceros
con nosotros mismos y con los demás. Y no vamos a desdecirnos aquí de nada lo dicho. Pero es
absolutamente necesario caer en la cuenta de que no hay nada que me incite o me dé motivos
para erigirme en juez de los demás. Yo puedo decirte quién soy y referirte con toda franqueza y
sinceridad mis emociones, y éste es el mayor favor que puedo hacerme a mí mismo y a ti. Aun
cuando mis pensamientos y emociones no sean de tu agrado, el revelarme abiertamente y con
sinceridad sigue siendo el más grande de los favores. En la medida de mis posibilidades,
intentaré ser sincero conmigo mismo y comunicarme sinceramente a ti.
Otra cosa sería que me erigiera en juez de tus errores. Eso sería jugar a ser Dios. Yo no
tengo por qué intentar ser el garante de tu integridad y sinceridad: eso es cosa tuya. Lo único que
puedo hacer es esperar que mi sinceridad para conmigo mismo y acerca de mí te permita y te
ayude a ti a ser sincero contigo mismo y acerca de ti. Si yo puedo reconocer y declararte mis
defectos y mis vanidades, mis hostilidades y mis temores, mis secretos y mis vergüenzas, tal vez
seas capaz de reconocer los tuyos y confiármelos, si así lo deseas.
“Cuesta tanto llegar a ser plenamente humano que son muy pocos los que poseen el
esclarecimiento o el valor necesarios para pagar el precio requerido...
Para ello hay que abandonar totalmente la búsqueda de seguridad y asumir con los
brazos abiertos el riesgo de vivir. Hay que abrazar el mundo como un amante, sin esperar
una fácil retribución de ese amor. Hay que aceptar el dolor como condición de la
existencia. Hay que admitir la duda y la oscuridad como precio del conocimiento. Hay
que tener una voluntad obstinada en el conflicto, pero siempre dispuesta a la aceptación
total de todas las consecuencias de vivir y morir.”
MORRIS L. WEST, Las sandalias del pescador
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