MANOS ESCONDIDAS Seudónimo: Ricardo - A cuánto me vendes esa muñeca - Está muñeca no la vendo, me la regaló mi mami. Esta historia cuenta el milagro del día a día, es simplemente un retrato de los ganas por vivir... Mientras escucho a Natalí Rimachi Callacná, me pregunto cómo puede hablar tan rápido. Me dice "hijo, no te vallas", supongo que para que yo no crea que se ha olvidado de mí cuando se distrae con cada alma que pasa por su lado. Habíamos charlado ya varias veces desde que nos conocimos tomando notas en una clase y fumando un poco de aire frío, pero recién esa tarde de regreso a nuestros hogares me habló de su niñez. La primera vez que escuché su historia me pareció excelente, la segunda, genial, la tercera, increíble. Y lo más sorprendente era saber que la persona que tenía al frente pudo no haber existido. "¡Buena tontería! Todos estamos de alguna manera en esa situación", pienso a veces, solo a veces. Ella lo tiene presente cada día. Marzo, 1989. En aquellos días las cosas no iban bien. Bertha Mercedes Callacná Custodio ya había perdido un hijo hacía un año, y la noticia de un nuevo embarazo de riesgo trajo tanta alegría como miedo. El médico le había dicho que debía cuidarse y que aunque las esperanzas eran pocas, se iba a hacer lo posible para salvar a su bebé. En los análisis, el médico había encontrado que el feto tenía malformaciones en los brazos y una cabeza muy grande. Se diagnosticó que podía padecer de hidrocefalia. Esto significaba que la niña moriría inevitablemente. Ahora la medicina puede tratar una enfermedad como la hidrocefalia con tan sólo una válvula; hace casi dos décadas eso no era tan sencillo, menos en la situación de Natalí, donde se sumaban las malformaciones en sus extremidades superiores. "Siempre escucho que la gente dice 'a mí no me va a pasar eso'; yo sé que pude no haber nacido; jamás digo que algo no me puede pasar`. Natalí corre al cruzar la pista y se detiene para esperarme. La avenida Las Palmeras es un poco peligrosa, ella siempre camina por allí de mañana, tarde y noche. Es de Chiclayo, pero desde hace dos años estudia Comunicación aquí en Piura; por suerte la casa de su tía, donde se hospeda, queda a unas cuadras de la universidad. Me cuenta que le encanta coleccionar objetos y que tiene álbumes completos con las figuritas de sus dibujos de infancia. "A mí me gustaba mucho Meteoro porque era como la vida, como esa carrera que uno debe seguir para llegar a sus objetivos". Me cuenta muy emocionada que este fin de semana llega su mamá de visita. Nos despedimos en una esquina y acordamos vemos en un par de días. Por alguna razón me temía que no iba a ser así. Semanas después surgieron nuevas complicaciones. El útero de Bertha se contraía poco a poco, por lo que la niña podía morir allí dentro. La solución era realizar una operación. Entonces se practicaría una cesárea justo en el sétimo mes de embarazo, cuando parecía una completa utopía que la niña naciera con vida. Si se tenía en cuenta las malformaciones congénitas de la niña y la difícil situación física por la que pasaba Bertha, traer al mundo una vida era una posibilidad que tenía a los números en contra. Para mí no hay límites", dice cuando una llamada la interrumpe. Está buscando un profesor de matemáticas porque no es buena con los números, parece que nunca se llevó con ellos. Ha pasado más de una semana, y después de dos intentos fallidos por charlar con ella nos hemos encontrado en el edificio principal de la universidad. Durante aquellos días en que nuestras citas se vieron frustradas por la impuntualidad, me dediqué a buscar información sobre su caso. De hecho, cientos de links saltaron a mi monitor cuando describí su situación. Desde portales que brindaban asesoramiento legal para realizar un aborto terapéutico hasta los que describían situaciones lamentables por tratar de salvar una vida. Millones de bytes coreaban a un solo link: aborto terapéutico. Y no era extraño ver cómo se jactan de defender valores como la libertad o el respeto a la mujer. No se lo he contado a Natalí. Contárselo sería como recordarle que hay gente que hubiera luchado porque ella no esté aquí. Me ha pedido que la acompañe a la Facultad de Educación y me confiesa que le gustaría enseñar en inicial. "Me sentiría extraña siendo profesora de alumnos de universidad porque pensaría que ellos me pueden enseñar más cosas de las que yo podría enseñarles". Se sienta junto a un gran jardín y me muestra sus zapatillas. Son verdes, deportivas, y tienen varios arreglos improvisados. Octubre, 1989. Las fiebres y escalofríos seguían aumentando. Durante las tardes, fuertes dolores la aquejaban. Una comisión de médicos de Trujillo llegó a la ciudad de Chiclayo para un congreso y el caso de Bertha llamó mucho su atención. Lo estudiaron y diagnosticaron que había una grave infección interna, lo que no podía ser tratado sólo con antibióticos. La situación ameritaba una nueva operación, así que los médicos concertaron que abrirían nuevamente la herida para limpiarla y detener la infección. Durante la espera, su madre la acompañó sentada al borde de la cama. Había pasado una semana desde la cesárea. La mala esterilización de los instrumentos quirúrgicos había causado la infección del útero. Natalí sigue preocupada porque no encuentra quien le explique matemáticas; llevarnos casi una hora hablando. "El miedo frustra, por eso no hay que tener miedo; yo no soy partidaria del miedo", dice como para darse ánimo y mientras tanto pienso si será posible volverla a encontrar para seguir conversando. Su voz es segura. He escuchado variaciones que van desde la niña mimada hasta la de candidata presidencial. Pero ella siempre suena segura de lo que piensa. Escucharla decir que le gusta dar ánimo porque no le agrada que la gente se ahogue en sus problemas me recuerda las decenas de historias que leí sobre madres que sufrían a causa de haber sacado sus embarazos no deseados adelante. El caso de Natalí pudo terminar en un aborto terapéutico, permitido en nuestro país desde 1924. Ahora hay movimientos feministas "defensores de los derechos humanos" que proclaman que matar a un niño puede salvar una vida. "Yo estoy en deuda con Dios, me siento muy ligada a la gente humilde, siento que mi cariño les recompensa" continúa diciendo mientras pienso en cuántas Natalís habrán dejado de existir. La operación salió como se había planeado. La infección que estaba generando las fiebres y escalofríos se detuvo. Bertha sólo tenía que guardar reposo un par de días para volver a su vida normal. En otra sala, su hija Natalí era tratada. Aunque fue difícil dar a luz a una niña sietemesina, valió la pena. En la toma inicial que hizo el médico, Natalí aparecía con una enorme cabeza y con malformaciones en sus brazos. Tal fue el asombro del médico que no dudó en asegurar que la niña iba a morir en el vientre o después del parto. La ciencia se equivocó. Natalí había tomado su cabeza con las manos. Hoy las ecografías son muy nítidas y no caben imprecisiones de esa magnitud, pero caen en errores más graves. A veces la técnica gana en precisión, pero pierde en moral. Asegura que es hiperactiva, y de hecho lo parece. Se ha levantado y sentado varias veces desde que llegamos al edificio de Educación. Siempre quiere tener algo en las manos. Ahora juega con su IPOD, y comenta que le encantaría practicar teatro. Se ríe. Se ha hecho tarde y tiene que repasar matemáticas. Se recoge el cabello con una cola simple y vamos de salida del edificio. En su mochila hay bastantes adornos. "Hay una carita de felicidad que siempre llevo al lado izquierdo", escucho y me voy convenciendo de que estoy frente a un milagro cotidiano. Sus manos fueron la clave, era una persona muerta para la ciencia simplemente por tomarse la cabeza con las manos. "Pesé kilo ochocientos", me confiesa como si nada y quedo completamente sorprendido porque pesó la mitad de lo que pesó mi hermano. Tuvo que estar dos meses en la incubadora. Los médicos apostaban a que la niña no iba a soportar estar fuera del vientre y que inevitablemente iba a morir; pero cuando escucharon su llanto todos corrieron para colocarla en una incubadora. No había duda, era un milagro. Por eso su madre no dudó en bautizarla en la capilla del hospital Almanzor Alinaga Asenjo con el nombre Natalí del Milagro. "Natalí del Milagro Corazón del Socorro" se bromea. Y no se cansa de repetir lo comprometida que se siente con los demás, "no busco riquezas, sino hacer cosas para los demás. Uno está aquí de paso, no sabe lo que va a pasar mañana, por eso debe dar lo mejor". Me gusta cuando se despide porque me promete que va a orar por mí, no sé exactamente para qué, pero ya tengo una oración más, una oración que no existiría si no existiera Natalí.