Entrar Junto a Jesús a Jerusalén

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Entrar Junto a Jesús a Jerusalén
El próximo Domingo comenzamos la Semana Santa, “Semana de Turismo”, “Semana de la
cerveza” (para nuestro calendario secularizado en el Uruguay) y allí una vez más el Señor nos
invita a acercarnos a Él con sencillez y abrir el corazón a las gracias que quiera regalarnos. El
desafío será el de “acompañarlo”, estar cerca de Él y dejarnos “mirar” en su itinerario
hacia la muerte y resurrección. En efecto, la “mirada del Señor” derrama misericordia en
abundancia y puede limpiar nuestras miradas de tantas oscuridades que nos nublan el
corazón y ensombrecen el rostro.
Podemos sin embargo “desviar la mirada”, llenar nuestro corazón de consumo y
superficialidad, embriagarnos de nuestro yo autosuficiente y perdernos la oportunidad de
conversión que el Señor regala en su camino de cruz y resurrección. ¿Cómo deseamos vivir
esta Semana Santa?
El desafío para cada uno de nosotros será el de “entrar junto al Señor a Jerusalén”, allí se
juega su suerte y los invito a pedir la gracia de saberlo acompañar en sus momentos de mayor
soledad y abandono. El Señor entra a Jerusalén aclamado por el pueblo sencillo que reconoce
en El a un profeta. En su corazón se entremezclan sentimientos (sabe que va camino al
sufrimiento y el abandono, pero se alegra del gozo del pueblo sencillo).
Al comenzar esta Semana Santa nos puede ayudar ubicarnos con la vista imaginativa
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nosotros a la puerta de Jerusalén, allí como los discípulos y la multitud, en la entrada del Señor
a la ciudad para ir a la cruz y dejarnos preguntar por el Señor: ¿Venís conmigo? ¿Entrás
conmigo en la Pasión?
“Cuando llegó el tiempo de su partida de este mundo, Jesús tomó la decisión de ir a
Jerusalén” (Lc 9, 51-52). Es interesante porque en la versión griega para decir que “tomó la
decisión” dice que Jesús endureció el rostro y se encaminó. Hay decisiones y pasos en la vida
de todo hombre, y también de Cristo, que hay que darlos así, endureciendo el rostro, apretando
las mandíbulas y “encarando”.
Hasta ahora los discípulos venían siguiendo a un hombre fascinante, un hombre capaz de
pronunciar palabras encantadoras de bondad, de misericordia, de humildad, de sanación.
Ahora el seguimiento (si se mantienen en la decisión de hacerlo), va a tomar la forma del
despojo. ¿Mi ser cristiano conoce el valor del despojo? ¿Deseo la gracia de seguir a Jesús
aun cuando me visiten contradicciones o mi cristianismo pasa sólo por algunas prácticas que
no arriban al corazón?
En ese camino que va desde la puerta de la ciudad (Domingo de ramos) hasta el Gólgota (el
viernes santo) y el sepulcro abierto (domingo de Resurrección) hay un lugar que el Señor se
reserva para mí, hay un momento dentro de la pasión que es para mí y el desafío, si decido
entrar con todo el corazón a la pasión, es encontrarlo. No entramos a la pasión con nuestra
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voluntad y por ser fuertes en el seguimiento, se trata de humildemente pedir la gracia de
acompañar al Señor, de caminar tras de Él.
El Señor que mirándome me pregunta: ¿Cuál es la gracia que estoy necesitando recibir?
Para algunos será el recuperar la paz interior, para otros retornar al camino de la alegría y la
esperanza, otros necesitarán integrar una pérdida, muchos deberán liberar sus ojos para ver la
realidad transfigurada, otros necesitarán recuperar la confianza en sí mismos y en Dios. Para
cada uno Dios tiene una pedagogía especial y nos ama de manera individual, respetanto
nuestra historia personal.
En esta línea el Cardenal Van Thuan (fallecido hace unos años, preso en Vietnam por el
régimen comunista) nos invitaba a rezar: “Ven, Señor Jesús, busca a tu oveja extenuada. Ven
Buen Pastor. Tu oveja ha andado errante mientras tú tardabas, mientras tú te entretenías por
los montes. Deja tus noventa y nueve ovejas y ven a buscar ésta. Ven sin perros. Ven sin rudos
asalariados. Ven sin el mercenario, que no sabe pasar por la puerta. Ven sin ayudante, sin
intermediarios, que ya desde hace tiempo estoy esperando tu venida. Sé que estás a punto de
llegar. Ven Señor Jesús. Búscame, rodéame, encuéntrame, levántame, llévame”.
En la Semana Santa tendremos la posibilidad de sentarnos a la Mesa junto a los nuestros,
compartir el pan y volver a realizar el memorial de nuestra salvación. Allí en la Ultima Cena se
nos regala el Pan que nos da la vida en abundancia, se sella definitivamente una alianza
de Amor y el Señor se nos dona hasta el extremo.
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Tendremos la oportunidad de “dejarnos lavar los pies” por el Señor (símbolo por
excelencia del abajamiento y la entrega). Ese Dios que se “abaja” por amor a nosotros y nos
invita a vivir todas nuestras capacidades y poderes en la dinámica del servicio. Si nos
animamos a “dejarnos curar las heridas” por el Señor podremos ser “sanadores heridos” que
trabajen en el mundo por la fraternidad y la justicia.
Van Der Meer en su diario “Nostalgia de Dios”, hablando de su conversión que fue un Viernes
Santo frente a la cruz en Notredame dice: “El viernes santo, entre las doce del mediodía y las
tres de la tarde encontré las respuestas a todas las grandes preguntas de mi vida”.
Entrar de corazón a la Pasión, en esta entrada a Jerusalén, es ponerse así frente al
Señor despojados, sin condiciones, sin protocolos ni maquillajes para encontrarnos ahí
donde nos espera, para escuchar la palabra que tiene para cada uno de nosotros.
Sabiendo que el Señor no nos defrauda, que no se deja ganar en generosidad.
Caminemos por tanto tras el Señor que carga con nuestros pecados, levantémonos una
y otra vez junto a El de nuestras caídas y animémonos a estar al pie de la cruz junto a
María y algunas mujeres. Allí se nos regalará a nuestra Madre “Mujer ahí tienes a tu Hijo”, allí
el Señor nos dirá que tiene “Sed” de cada uno de nosotros; allí el Señor dirá que “Todo está
cumplido” y nos revelará qué sentido tiene en la vida el dolor y el sufrimiento humano. Los
invito y me invito a “estar junto a Él”, saber recoger su cuerpo entregado y avizorar el sábado
la esperanza de la resurrección. En efecto sólo quienes saben de acompañar el dolor del
crucificado experimentarán la alegría y el gozo de la Resurrección.
Deseemos por tanto vivir una Semana Santa en la cercanía del Señor, con profundidad y
hondura, con silencio y contemplación. Ojalá que podamos sentir que este “dolor” de la
entrega del Señor nos concierne y la alegría que emerge de la Pascua tiene poder para
transformar nuestras vidas pequeñas en oasis de gozo y felicidad. Como cristianos tenemos
el enorme desafío de testimoniar esta alegría a nuestro mundo, pero créanme que será
imposible vivirla si antes no atravesamos el sendero estrecho de la pasión donde se nos
redime de nuestras flaquezas.
El Señor pone su mirada en tu historia y te pregunta: ¿Te animas a entrar junto a mí a
Jerusalén? ¿Te animas a caminar conmigo por el camino de la Cruz? ¿Te animas a
consolar a mis hermanos? Ojalá que podamos dejarnos mirar por el Señor y recibir la gracia
que Él tiene reservada para cada uno de nosotros.
Fabián Antúnez SJ
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