SALUDO RECEPCIÓN EN PALACIO FEDERACIÓN CASAS REGIONALES En estos campos de la tierra mía Y extranjero en los campos de mi tierra Yo tuve patria por donde corre el Duero Por entre grises peñas, Y fantasmas de viejos encinares, Allá en Castilla, mística y guerrera, Castilla la gentil, humilde y brava, Castilla del desdén y de la fuerza. No me hubiera importado haber sacado de mis entrañas estos versos de Machado, porque proyectan en el panel invisible de mis anhelos los sentimientos más profundos que permanecen grabados a fuego en uno de los rincones más cálidos de mi memoria. Cuando era niño, o incluso en mi juventud, nunca hubiera pensado que pudiese tener la oportunidad de estar a los pies de un trono insigne de la historia de España para desgranar desde mis labios la gran proeza de haber nacido en la tierra mística, guerrera, humilde y brava a la que cantó Machado con sus versos. Y ahora, desde este estrado privilegiado, como si fuera el balcón de los páramos que se asoman a los valles del pueblo que me vio nacer, tengo la oportunidad de lucir la capa de orgullo de haber nacido en Castilla y el traje de gala de haberme fundido con otra tierra, la tierra Navarra, para rendir un sentido homenaje a quienes, como yo, han sido frutos de un crisol que ha mezclado los sentimientos de las tierras de España. Desde las áridas tierras castellanas y leonesas, aún se oye con el viento del cierzo el gemido de las voces que labraron sus campos, aún se palpan las huellas del sudor en los terruños que pisaron las cansinas botas del motril de siembra, aún se huele el orgullo de quienes no se rindieron ni en el bendito trabajo o las malditas guerras. Entre vientos de escasez, de hambre o miseria, estas tierras teñidas de historia, que no hace mucho parecían lejanas, se hermanan para acoger a sus hijos predilectos y dejan abiertas sus puertas para evitar que el frío invierno deje sin cobijo a quienes reclaman calor y refugio. Bravos aquellos que nos dieron las lecciones de hermandad y que unieron las tierras de Castilla, León y Navarra en las suelas de sus botas. Bravos aquellos que olvidaron las tristezas de los siglos pasados y sólo echaron la vista al cielo para buscar un rayo de esperanza. Bravos aquellos que decidieron que su destino estaba en la tierra que les podía proporcionar pan y calor para ver crecer a sus hijos. Bravos todos ellos, porque lo hicieron sin rencores al mirar atrás y sin temores al mirar al frente. Se han hecho muchos caminos. Se han quitado sus abrojos. Se han allanado senderos y se han pulido las piedras que delimitan las etapas que recorren soldados o peregrinos. Y así, se han abierto nuevas vías para todos, como si pudieran verse desde cualquier punto en sintonía con la estrella polar y el norte. Y ahora nos queda brindar, mirando muy alto, con la cabeza erguida, con el corazón en la mano, con el orgullo a la vista. Brindar porque no hay fronteras, porque se han cerrado heridas, porque hay una tierra entera que siempre tiene cabida. Brindar mirando a una saeta que une los cielos de las tierras de España, - Andalucía, Extremadura, Valencia, Aragón, Asturias, Galicia, Cantabria, Castilla, León - como si pudiéramos extender sus alas y recoger entre sus plumas cualquier rincón de sus tierras rojizas, grises, ocres, blanquecinas o negras. Gracias, Navarra. Gracias por haber sido la nodriza que ha mimado nuestro esfuerzo por querer fundirnos con una nueva identidad sin tener que renunciar a lo que somos. Gracias por haber dado a todas las personas que aquí nos reunimos desde diferentes puntos de nuestra patria la oportunidad de beber de tus aguas y de refrescarnos en las fuentes de tu hospitalidad. Volveré a mirar al cielo y pisaré bien fuerte la tierra que me sustenta para no dejar que las esencias que han cultivado mi vida se difuminen en la sombra, para despertar cada mañana sabiendo que la prosa y la poesía de mi vida se funden en la realidad de haber nacido en una tierra y de haber acostumbrado a mi corazón a llamarse castellano y navarro como si se tratara de dos árboles al lado de un río que sólo necesitan una raíz. Y así podré mirar a los ojos de mis hijos, de mis parientes, de mis amigos, o de cualquier rostro anónimo que se cruza en la calle, sin sentirme un extraño o un olvidado en tierra de nadie. Y podré hablar, estrechar la mano o abrazar a quienes forman parte de una sociedad que busca armonía y comprensión, como si se tratara de hacer explotar una primavera de fraternidad entre los que perseguimos un mundo más justo y más cercano. Jaime Valdeolmillos Marcos Pamplona, 1 de octubre de 2011