Política, democracia y pragmatismo en la filosofía de John Dewey Lic. Gonzalo García Vilá Política, democracia y pragmatismo en la filosofía de John Dewey por Gonzalo García Vilá* “He soñado que esta era la nueva ciudad de los amigos” Walt Whitman (1819 – 1892) poeta estadounidense i. Apreciaciones preliminares En primer lugar, conviene colocarnos en la situación en que vamos a “estudiar” a un filósofo. En segundo lugar es necesario colocar nuestra lectura en un horizonte de interpretación a la tradición intelectual de la cual éste es un eminente representante: el pragmatismo o el movimiento pragmatista, como lo llamó el propio William James. En tercer lugar, que su intento se alzó a releer y criticar a la filosofía tradicional, al escolasticismo y también pretendió superar al debate racionalismo vs. empirismo que venía desarrollándose desde la Revolución científica del siglo XVII. Por esa razón podemos bien decir que el intento de nuestro autor no fue, solamente, denunciar las falacias y las mitologías de John Locke (del cual sostenía que era el representante de una filosofía contestataria más que constructiva) y la epistemología idealista de Inmanuel Kant, sino que además pretendió construir una nueva filosofía, basada en criterios de verdad que no exijan serios compromisos metafísicos, supongan meras tautologías y –al decir de James– presupongan “soluciones” verbales. Quién nos convoca, entonces, es John Dewey (1859-1952) Sin dudas que podemos pensar también a un Dewey como un filósofo estadounidense, cuyo mundo histórico fue finales de siglo XIX y la primera mitad del XX. Podríamos sugerir una interpretación y decir a la vez que esto significa que la parte de la historia que Dewey produjo su pensamiento, corresponde a una sociedad que se va * UM (Arg.) garciavila@hotmail.com corporativizando conforme las transformaciones del sistema capitalista: el modelo individualista, de libre empresa, es decir, el siglo XIX, daba sus síntomas de fin de época conforme avanzaba un capitalismo organizado y monopolista. Dewey estuvo allí dentro. Este Dewey producto de la sociedad y su tiempo, es un Dewey –como dice Jürgen Habermas– “esterilizado” por una “acrobacia” hermenéutica. Sin dudas que es una parte a tener en cuenta: compartir determinados valores con la sociedad de nuestro tiempo, nos define más que cualquier cosa que hallamos escrito o testimoniado. Todo lo que pueda ser pensado tiene su sentido con una época. Esta es una posición holista y estructural. Por ello, supongamos más la idea de que la historicidad del discurso filosófico de Dewey funciona en nuestro trabajo como un condicionante (en vez de un determinismo más audaz e impropio) de su obra intelectual. Lo interesante de este filósofo, en particular, no es tanto su historicidad (sin dudas importantes en la valoración general) sino cómo se pronunció sobre algunos tópicos filosóficos. En este trabajo tratamos de dar razones de ello –de esa importancia– mostrando una interpretación de la obra de John Dewey desde su epistemología y desde sus opiniones sobre filosofía social. Tomamos como premisa que la filosofía social es la opinión del Filósofo sobre los sistemas (los objetos) y su comportamiento en la realidad social. Esto es muy importante. Ello se debe a que este punto se refiere a cómo me acerco a qué y cómo lo hago. La teoría social y una correspondiente teoría del conocimiento son hermenuticamente hablando, in-escindibles. Dewey es un filósofo original porque, en vista de lo dicho, (a) pretendemos dar cuenta de esa originalidad en una interpretación sobre aspectos que –precisamente– consideramos novedades filosóficas en la Historia de la Filosofía; que (b) su pretensión se inscribe en una tradición intelectual, el pragmatismo –fundado por C. B, Peirce y el citado James–, y no podemos sustraer nuestra valoración del mundo de ideas en el cual Dewey escribe; y (c) el intento de nuestro autor en superar a la dialéctica 2 empirismo/racionalismo, colocando la discusión en otros términos, los del naturalismo empírico1, una nueva filosofía cuya labor sea reconstructiva. Es importante aclarar esto por una razón central: desde la Antigüedad la filosofía ha intentado justificar el conocimiento mediante el control de la “teoría” del conocimiento. Desde que se institucionalizó la autoridad de las ciencias naturales en la Modernidad, la filosofía tuvo que ceder el dominio sobre mundo de “lo observable”, para usar un lugar común de los positivismos. No obstante, la filosofía persiguió ser la garantía del conocimiento y el siglo XX se reconoció en una disciplina, como epistemología a partir del positivismo. La fundamentación del conocimiento hizo de la filosofía, como dice Richard Rorty, el “espejo de la naturaleza”. Ese espejo refleja el mundo, porque se supone que la realidad pueda ser representada en la Mente. Este reflejo es el de una realidad reproducida por el pensamiento. De esta fundamentación filosófica del conocimiento es receptor John Dewey y de allí que su interés en el pragmatismo como solución a las contradicciones de las pretensiones especulares de otras filosofías: “las teorías empíricas del conocimiento aunque rechazaban la posición de la escuela racionalista actuaban de acuerdo con lo que creían que era una facultad necesaria y suficiente del conocimiento a creencias previamente formadas sobre la «percepción de los sentidos», en lugar de extraer su criterio sobre la percepción sensorial de lo que ocurre en la realización científica2. Así John Dewey va a impregnar su reflexión filosófica asumiendo que “la teoría es una cosa sumamente práctica en el mundo” y que “la ciencia es una persecución de lo inmutable, no una toma de posesión”. La filosofía se había preocupado habitualmente en investigar lo inmutable, lo que es; y ya desde Platón había sido fuerte el desdén (o falta de interés, o sub-valoración) por lo temporal y lo espacial. Ese desprecio por lo contingente, por el mundo sometido al cambio, al caos que presupone lo indecidible. Este visiones monistas del mundo –que obviamente son interpretaciones– se vieron 1 El mismo Dewey llamaba a su filosofía de ese modo, aunque otros la denominaran instrumentalismo. En tal caso, consideremos que tanto el naturalismo empírico como cuando decimos instrumentalismo o instrumental a la vez que nos referimos a la filosofía de Dewey. 2 Dewey, J. (1986) La reconstrucción de la filosofía, Planeta-Agostini, Barcelona, 13 p. (las cursivas son mías). 3 amenazado por los métodos de la ciencia moderna donde lo único «universal» es el proceso y no las entidades inmutables de las concepciones monistas. La inmutabilidad de la ciencia puede ser entendida como una certeza en la cual fundamos, por razones filosóficas, nuestras nociones fundamentales sobre lo que consideramos como cierto. Para Dewey, lo verdadero tenía que ver con lo que está justificado creer. Sin duda el criterio de Dewey es un correlato de una visión de los que podríamos llamar una tradición anglosajona, iniciada por William James y continuada, a nuestro modo de ver, en Richard Rorty y Thomas Kuhn. Esta tradición considera que «lo verdadero» se circunscribe, en última instancia, con un sistema de creencias y supuestos que confirman de algún modo aceptable la verdad (como término indefinido y autoevidente) de algo. Aquí está Dewey. Dentro de una reflexión en la cual no debemos tengamos que asumir grandes compromisos metafísicos. Para ello Dewey presentó su proyecto de filosofía instrumental: por un lado se definió pluralista (que en el sentido político significa apertura, cierta predisposición a la independencia del criterio) y reformista en el sentido su interés por “reconstruir” la filosofía, no desde la especulación ni la contemplación, sino desde la comprobación y, esencialmente, de la práctica cognitiva. O dicho por el mismo Dewey: “las cosas son lo que se puede hacer con ellas y lo que con ellas puede hacerse: es decir, las cosas que pueden descubrirse por el ensayo deliberado”. La primacía de la acción, la praxis jamesiana, una idea de experiencia asociada a la interacción de los seres inteligentes y el mundo y un empirismo sosegado, consiente de su falibilidad, marcan in extenso a la obra deweyana. No resulta extraño que sus visión sobre la política se halle especialmente ligada a la participación del hombre en su comunidad y su filosofía moral se encuentre a «contramano» del universalismo kantiano. La reflexión filosófica sobre la polis y la moral en Dewey es un epifenómeno de su reflexión epistemológica; una epistemología que no permanece circunscripta a la filosofía de la ciencia sino más bien orientada a cómo conoce el hombre (en nuestro caso a la política y al deber) el mundo que tiene alrededor. Si John Dewey creía que la filosofía debía reconstruirse sin «fundacionismos» de ningún tipo, es natural que en los 4 problemas de la filosofía social evite el riesgo de caer en los viejos problemas de los sistemas filosóficos y sus reduccionismos elementales. Debemos alertar al lector que cuando nos referimos a fundacionismo hacemos referencia a la concepción que la manifestación de lo que sucede en el mundo responde a causas elementales, básicas, «fundamentales». Así como Marx creía que el movimiento de la humanidad se desarrollaba en la lucha de clases, o Hegel en la lucha por el reconocimiento, o Agustín de Hipona en la teofanía cristiana, el fundacionismo corresponde a una concepción de la vida como consecuencia de fuerzas trascendentes, en las que se reduce la existencia. Dewey se opone a tal fundacionismo y presenta una filosofía alternativa y original que trataremos de desarrollar en algunos puntos sobresalientes en este trabajo. De esta alternativa se puede dar cuenta con una perspectiva pragmática. ii. La sociedad como actividad ¿Qué es la sociedad? Lejos de una solución verbal, de definiciones complejas o de abstracciones elementales, nuestro autor define a la sociedad como una práctica humana intersubjetiva que consiste en asociarse. Aquí la propiedad emergente de esa actividad viene a configurar un sistema de relaciones humanas que pueden llamarse ‘sociedad’. La sociedad para Dewey es una colección de actividades individuales coordinadas en el intento de organizar la vida en comunidad. En La Reconstrucción de la Filosofía sostiene que “la sociedad es un vocablo, pero un vocablo que abarca una cantidad casi infinita de cosas. Debajo del mismo caen todos los modos que tiene los hombres de compartir sus experiencias y de crear sus intereses y finalidades comunes mediante su mutua asociación”3. Así este compartir supone “reunirse en un intercambio y en una acción conjunta para la mejor realización de cualquiera de las formas de la experiencia, porque esta se 3 Dewey, J. (1986) op.cit. 205 p. 5 acrecienta y fortalece cuando es compartida. Por consecuencia, existen tantas asociaciones como bienes pueden ser realizados por la mutua comunicación y participación en ellos”4 Los bienes sociales nunca pueden ser definidos para Dewey por proposiciones metafísicas o lógicas (à la Platón o à la Kant), sino desde una perspectiva práctica. Estos bienes pueden ser universales e intrínsecamente benéficos en relación a “su comunicación (…) y participación conjunta”5. El bien social, el sentido teleológico de la actividad social es, entonces, en palabras de nuestro autor, una situación pública social. Aquí no caben roles paternalistas de reyes-filósofos ni imperativos categóricos, sino que la misma comunicación y participación en el bien colectivo debe ser entendido –de manera análoga a Robert Dahl6– como un proceso y una entidad sustantiva pragmáticamente definida. En este sentido, el bien común es una universalización de la actividad de compartir aquello que es bueno para todos los miembros de una sociedad: “la universalización significa socialización, extensión del ámbito y del alcance de quienes participan de ese bien”. El modelo moral de una sociedad, entonces, debería atender a un deseo de que las experiencias de vida, las ideas, las emociones y los valores sociales sean transmitidos (comunicados) y pasen a ser comunes, es decir, aporten a cada uno de acuerdo a un criterio participativo. La sociedad (y sus instituciones) permite a los individuos elevarse por sobre las bestias cuando le permite llevar a cabo sus capacidades. “Solo dentro de su asociación con otros –dice Dewey– (el individuo) se convierte en un centro consciente de la existencia”. iii. La Democracia como experiencia de la libertad 4 op.cit. 210 p. Ibid. 6 Dahl, R. (1992) La democracia y sus críticos, Paidós, Barcelona. 5 6 Es de esperar que un filósofo que entienda a la sociedad como la práctica de asociarse, más que cómo un contrato social (idea que Dewey enfatizó como falaz) o un organismo vivo, un cuerpo social –tal como la imaginaron Hobbes y Durkheim–, sostenga que las instituciones emergentes de esa práctica respondan al patrón de asociación. O dicho de otra forma: que las instituciones de una sociedad surjan de la calidad de los arreglos y acuerdos que se dan entre los agentes sociales. Esta es la noción que Dewey tiene sobre la democracia. En un interesante pasaje de Libertad y cultura, un libro de que Dewey escribió en 1939, sostenía, para ilustrar nuestra afirmación, que “(l)a grave amenaza a nuestra democracia no está en la existencia de estados totalitarios, sino (…) en las propias actitudes personales dentro de las (…) instituciones; de condiciones semejantes a las que en otros países (…) han dado la victoria a la autoridad extrema, a la disciplina, a la uniformidad y a la sujeción al líder. En consecuencia el campo de batalla está también dentro de nosotros mismos y de nuestras instituciones”7. La idea de que un régimen político está basado en su legitimidad ha sido una idea de muchos pensadores, pero la impronta particular de Dewey refiere a que esa legitimación procede de un proceso de ensayo y error; de una acción resultante de los ajustes entre las pretensiones de las personas y las instituciones existentes. En el caso de un régimen democrático, este persiste en tanto que permite verdaderamente lograr la autonomía personal dentro de un contexto social. Pero dicho así podría parecer una simple oda al buen gobierno; sin despojarse del recurso romántico idealista y sin explicar los mecanismos reales para que todas estas bonitas frases se materialicen en las propias instituciones políticas. La forma que Dewey encuentra para que este proceso se realice es la adaptación entre la acción social e individual y las instituciones en tanto identificación de los individuos con otros individuos; o dicho de otro modo, la participación en las empresas de identificación. Las instituciones son en consecuencia las mencionadas empresas de identificación. Y esta actividad de adaptación hace que la cooperación sea un medio práctico hacia la solidaridad y la participación pública sea una garantía para asegurar la 7 Dewey, J. (1965) Libertad y cultura, UTEHA, México, 48-49 p. 7 libertad, la cual de ninguna manera podría ser vista como una condición dada como sostenía la metafísica liberal en algunas versiones del contractualismo (v.g. Rousseau y Locke). Para Dewey no hay un hombre bueno ni un hombre malo por naturaleza. Esto es un tipo de fundamentalismo inadmisible para los filósofos pragmatistas. Solo hay hombres que se desarrollan en las sociedades de su tiempo y ese desarrollo se da en un contexto donde la bondad o maldad de las acciones están moralmente definidas. Esa moral tampoco puede ser tenida por algún fundamento último de la acción, sino más bien como motivos, predisposiciones y creencias a actuar de acuerdo a lo que el conjunto de individuos consideran como bueno o malo. El liberalismo deweyano consiste en liberar al hombre de las restricciones doctrinarias, aquellas que desde principios elementales derivan la bondad o maldad de la acción como teoremas matemáticos. En materia de acción pública, dice Dewey, “la moral no es un catálogo de actos ni un conjunto de reglas (...) como una receta de cocina”, de manera que el acto de libertad debería expresar la autonomía personal en el obrar bien sin fundamentos extra-personales. “La subordinación de todos los fines a la consecución de uno solo lleva al fanatismo”, lo que en vez de invitar a la reflexión racional sobre la validez ética de la acción, de investigar las dificultades y de evitar lo malo, se transforma en una renuncia, en una clausura de la autonomía. Visto así, la práctica de la libertad es subordinar la ley al logro humano, en lugar de subordinar lo humano a la ley externa. Las instituciones, en última instancia, son hechas por y para el hombre, y no al revés. Este instrumentalismo moral presente en John Dewey no lo lleva necesariamente a considerar fórmulas eleáticas –como en Jeremy Bentham– tales como la mayor felicidad para el mayor número. Más bien coloca a la moral en un lugar privilegiado para la construcción de un hombre, en última instancia, feliz: nacemos ignorantes y sin práctica –sostiene Dewey–, en un estado de «dependencia social». La construcción del hombre y de su propia autonomía resulta la empresa moral, pragmáticamente hablando, más excitante. 8 Aquí las instituciones de gobierno cobran un finalidad central: “liberar y desarrollar las capacidades de los individuos” sin distinción8. La evidente referencia jeffesoniana nos hace pensar que tanto las instituciones sociales (la doctrina moral, la costumbre) o políticas deberían llevar a la plenitud a ese individuo imaginado por Dewey. De manera que si hay una política de reconocimiento, para decirlo hegelianamente, esta tendría que superar las contradicciones a esta plenitud como autonomía. Tenemos entonces, que la democracia para Dewey podría ser entendida como la «práctica de la libertad». Esta práctica define a un hombre vivo, actuante, dessacralizado, fuera de los grandes relatos fundacionistas. Al fin y al cabo “la democracia tiene muchos significados, pero si tiene un significado moral, lo encontraremos en que establece que la prueba suprema de todas las instituciones políticas (...) está en la contribución de cada una de ellas al desarrollo acabado de cada uno de sus miembros”9. La democracia como práctica de la libertad es una continuación de la naturaleza de la sociedad definida como actividad. Esta democracia, si persigue los bienes morales que Dewey considera como autonomía, desarrollo, plenitud, podemos definirla como un bien social, una herramienta práctica para el logro de los fines más elevados de los hombres consientes de forjar su propio destino. iv. Una filosofía social que supere los viejos dilemas Como hemos advertido antes, la Reconstrucción de la filosofía no es para J. Dewey una «refundación». Es necesario topar con este punto para dar cuenta de por qué la intención de analizar los problemas habituales de la filosofía (social, en este caso) no equivale a brindar bases y puntos de partida, para usar la frese alberdiana, de una buena sociedad. El criterio pragmático supone, por el contrario, el análisis y la comunicación pluralista de imágenes del mundo que no marchen desde la fundamentación metafísica. John Rawls ha sido en nuestra opinión el filósofo más elegante al usar la pragmática del pluralismo. Rawls definió a una sociedad bien ordenada como el producto de 8 9 Dewey, J. (1986) op.cit. 193 p. Ibid. 9 consensos entrecruzados con la finalidad de producir una comunidad de intereses y valores donde un clivaje social (y su doctrina) no pueda sistemáticamente eliminar al “otro” social10. El pluralismo político de Rawls es, ante todo, una definición de justicia política; en tanto ello, significa que tal criterio de pluralismo político intenta justificar la manera más igualitaria de aceptar la imposición política de una fórmula de lo que está bien y lo que no. En este sentido, John Rawls es un heredero del pluralismo deweyano. Como dijimos, el anti-fundacionismo del pragmatismo (como corriente filosófica) y en John Dewey en particular, desconfía de un criterio único e infalible para el ejercicio del poder en su mejor forma. William James sostenía que la verdad es «lo que es bueno creer» y Dewey que es «aquella cosa que se garantiza como cierta». Como se ve, es imposible conciliar la concepción del pragmatismo con la unicidad e infalibilidad del criterio (o la vara) con que se miden las cosas. Esto en filosofía política es una novedad: las tradiciones del iluminismo se formaron en las idea de libertad e igualdad como basamento nómico de la práctica política. El pragmatismo es novedoso en la teoría política porque intenta llegar a criterios de justificación distintos a decisiones substanciales. Esto trae algunos riesgos: o se puede caer en un nihilismo depresor de la filosofía, o bien en el relativismo, so pretexto de inconmensurabilidad de las doctrinas. También puede alegarse el fundamento de la indecibilidad. Una proposición es indecidible cuando no puede argumentarse a favor ni de su verdad ni de su falsedad. Esta posición provoca gran conmoción entre los filósofos porque demuestra cierta debilidad básica de la razón. Sin embargo, el pragmatismo se niega a escandalizarse por alguna de estas cosas. Opta por una posición menos exigente y des-comprometida. El pragmatismo en política funciona por «adaptación» a las circunstancias de la realidad. Es una «especie» filosófica que trata de ajustar su discurso a las condiciones que se pretenden conocer. Dewey en la Reconstrucción... sostiene que es necesario “abandonar los viejos 10 Rawls, J. , El liberalismo político, 1996 y La justicia como equidad, 2004. 10 problemas metafísicos y epistemológicos” porque ellos están cargados con discusiones definidas en los juegos del lenguaje. ¿Y que rol juegan los problemas políticos en el intento de reconstruir la filosofía? Conviene señalar que, en efecto, el mundo social no está fuera de las generales de la ley. El camino que Dewey va a seguir es un empirismo donde la idea de experiencia no se limite a los «informes» de los sentidos a la mente, sino más bien un intercambio pragmático entre el acto de conocer y el mundo. El conocimiento es contemplar, percibir, asociar... pero sobre todo es un intercambio con el mundo. El ensayo y error juega, en la filosofía de Dewey, el rol central en el conocimiento. Saber en la práctica lo que no es, aporta mucho más que adecuar el entendimiento a la cosa. (infra § i) Desembarazarse de los viejos problemas opera en el conocimiento del mundo como una superación, una Aufheben dialéctica. A la misma vez exige nuevas respuestas y presta una fuerte disposición a investigar de nuevo. El problema político aparece entonces renovado, necesitado de respuestas. En la Reconstrucción... Dewey enfatiza que “las fuerzas más progresivas de la vida son ideas del pasado liberadas de sus limitaciones locales y parciales y empujadas a la plena expresión de su destino“. Solo así es posible repensar un criterio de justicia, de buen gobierno, de bien común. v. Una deontología democrática y pragmatista El pragmatismo, tal como sostiene Richard Rorty es una filosofía naturalista, desconfía de las “oposiciones binarias” de la metafísica (como la teoría de los mundos de Platón). Esta posición anti-metafísica se auto-fundamenta en la asunción que es innecesaria “lo que (Jacques) Derrida llama «una presencia que está más allá del juego», y rechaza (...) los varios reemplazantes de Dios que han sido propuestos para el papel de esa completa presencia. Lo que es depende de lo que es en relación con (o, si se quiere, en diferencia con)”11. 11 Rorty, R. (1998) “Notas sobre desconstrucción y pragmatismo” en Mouffe, Chantal (comp.) Desconstrucción y pragmatismo, Paidós, Buenos Aires 40 p. 11 Esta posición teórica hace del pragmatismo una filosofía anti-fundacionista. El antifundacionismo es claramente epistemológico, pero también –y esto no es menor– éticopolítco. En Dewey esta perspectiva se organiza en una crítica al racionalismo: “La doctrina ética empezó entre los griegos como un intento de encontrar una normación de la conducta que tuviese una base y un designio racional, en lugar de derivarse de la costumbre. Pero en su condición de sustituto de la costumbre, la razón se hallaba obligada a proporcionar objetos y leyes tan fijas como lo habían sido las de aquélla. Desde entonces la ética ha vivido extrañamente hipnotizada por la noción de que su tarea consiste en descubrir alguna finalidad o algún bien último, o alguna ley suprema y última”12 El mismo Dewey presenta a estas visiones metafísicas como fundacionistas en el sentido de que son teorías de los “fines fijos”. Así, el correlato pragmático del comportamiento moral puesto en acto se comprende como un teorema de esos fines inmóviles. Pero para nuestro filósofo esto no puede ser así, dado que esto generaría un automatismo moral que no exigiría el uso de una inteligencia práctica. Y esta aciticidad (si se me permite la expresión) conduce, por su inmovilismo, a una sola consecución: el fanatismo. Para Dewey “los bienes y los fines morales existen únicamente cuando es preciso hacer algo” por lo que el valor puesto en juego –en el razonamiento moral– es intelectual y analítico13. En consecuencia, la Ética se traslada a una filosofía de la acción y el resultado. “Esto es así –dice Aranguren– porque la verdad no es ya una adaequatio (...) sino una invención”14. Es una hipótesis que da resultados justificadamente creíbles de tal manera que “la importancia pragmática de la lógica de las situaciones individualizadas (antítesis de la finalística racionalista), cada una de las cuales tiene su propio bien y principio irreemplazables, estriba en trasladar la atención de la doctrina, desde el preocuparse de los conceptos generales, hasta el problema de desarrollar métodos eficaces para la investigación”15 12 Dewey, J. (1986) op. cit. 173 p. Ibid. 179 p. 14 Aranguren, J. L. (1979) Ética, Alianza Universidad, Madrid, 67 p. 15 Dewey, J (1986) op.cit. 180 p. 13 12 Así entendido una moral pública, una deontología política plausible debería estribar en aquellos principios pragmáticos donde el conflicto político (Dewey no ignora la agonalidad de la política) precisa de criterios que lleven a la resolución del mismo. Una ética de la cooperación parece proporcionar las bases más sólidas de la base éticopolítica del buen gobierno. No hay un criterio unificante, totalizador; una fórmula política más allá de la esencia de lo político. Por esa razón creemos que Chantal Mouffe se equivoca al calificar a Dewey como un pensador limitado al “ser incapaz de acceder a las implicancias del valor del pluralismo y aceptar que el conflicto entre valores fundamentales no puede resolverse jamás”16. ¡Todo lo contrario!. Creemos –junto a Ramón del Castillo– que “(en términos políticos) la cuestión no es aproximarse a ciertos ideales, sino desarrollar hipótesis de trabajo que operen dentro del complejo de fuerzas sociales al que se aplican”, donde las hipótesis pueden leerse como programas políticos, programas para la acción pública, y las fuerzas sociales –se sobreentiende– no son meras corrientes de opinión, sino que (sobre todo en los años de Dewey) suponían colectivos sociales autofundados en visiones del mundo totalizantes y contradictorias entre si17. Del Castillo sostiene con razón –y en oposición a Chantal Mouffe– que Dewey “admitía que el conflicto es esencial a las relaciones sociales, pero para él admitir la inevitable subordinación de la razón al poder era como dar por supuesto que, en última instancia, todas las posturas políticas eran igual de arbitrarias, que la razón era esclava de las pasiones y que el mundo era un campo de batalla, una creencia que, de hecho, en la práctica (...) realmente servía para obstruir más la discusión y la deliberación racional”18. Es decir, Dewey si reconocía el valor intrínseco del pluralismo como una ideología más. Todo esto, al fin de cuentas, configura una deontología democrática capaz de resolver el problema de la carencia de soluciones kantianas a la vida social. Reconociendo a la política en su lugar; donde se expresan las acciones más nobles y las más oscuras. Pero la posibilidad de construir una buena sociedad tiene su momento deweyano en entender 16 Mouffe, C. (1998) “Desconstrucción, pragmatismo y la política de la democracia” en Mouffe, C. op.cit. 23-24 p. 17 del Castillo, R. (2003) “El amigo americano” en Dewey, J. (2003) op.cit. 27 p. 18 Ibid. 37 p. 13 ese proceso de construcción como un experimento moral, un ensayo deliberado en torno a valores mutuamente beneficiosos. Valores tales como la colaboración, la solidaridad, la cooperación; que no son finalísticos sino prácticas concretas, acciones intersubjetivas. vi. Comentarios finales Quizás el legado fundamental de John Dewey a la filosofía política tenga que ver con una justificación pragmática del orden político. Esta fundamentación comienza y culmina en la satisfacción de un individuo en una sociedad que no diluya su singularidad y le restituya su calidad de dignidad humana. El gobierno, como buen liberal de izquierda, debe actuar de acuerdo a criterios que profundicen la autonomía humana individual incluso, si es necesario, utilizando los medios tradicionalmente colectivistas. Dewey sostiene la tesis que el gobierno puede (y en tal caso, debe) formular y promover respuestas a esos individuos que, por el paso de un capitalismo individualista a uno corporativo, han quedado rezagados de la modernización. En este sentido podemos hablar de un Dewey políticamente reformista. La planificación, la previsión y la actividad gubernamental son instrumentos para poner en el centro de la escena al hombre; ese hombre que ha perdido el reconocimiento con su sociedad. La democracia qua experiencia de la libertad expresa en todos los sentidos un orden político donde se pone, precisamente, a ese hombre en el centro de la escena. “Los individuos no se reencontrarán consigo mismos hasta que sus ideas e ideales no se armonicen con la realidad de la época en que viven”19 parece explicar con precisión ese reconocimiento necesario entre el yo y su mundo de vida. En este sentido, la filosofía social de John Dewey se inscribe en la tradición de Aristóteles y Hegel, donde la plenitud humana se produce en el encuentro del individuo con su comunidad política. Si en Aristóteles ese reconocimiento se da en polis y en Hegel en el Estado nacional, en Dewey se hace patente ese mismo significado en la sociedad democrática. 19 Dewey, J. (2003) 99 p. 14 La experiencia de desazón que vive el individuo escindido de tal reconocimiento, unido a los males endémicos del capitalismo tardío construyen esa inseguridad y fortalecen las dependencias individuales con respecto a los vaivenes de una sociedad que ha impuesto una ética darwianiana. “El miedo a perder el trabajo y la amenaza de la edad van minando la autoestima que afecta a la dignidad personal”; todo esto ocurre al compás de las “orgías” (sic) bursátiles.20 En síntesis, la propuesta deweyana no consiste en modo alguno en restaurar un paraíso perdido; en esa utopía liberal de los años ’20 (los dorados veinte) cuya lógica era recomponer el liberalismo decimonónico. Para Dewey el problema de una filosofía social progresista tiene que ver fundamentalmente con caminar hacia adelante, mirando hacia adelante. “Todo análisis encierra un aspecto profético: solo podemos percibir lo que existe cuando prevemos las consecuencias que conlleva (...) El análisis implica de por sí una elección”. El viejo individualismo decimonónico (de beneficio privado y exclusivo, hedonista y utilitario) no pudo asegurar la igualdad de oportunidades. La nueva sociedad deberá organizar los medios para cumplir con los fines más altos de la civilización liberal: la cultura libre de sus miembros. Como sostuvimos en el presente artículo, creemos que para John Dewey la filosofía social cumple un rol educativo en la elucidación sobre los aspectos más relevantes en lo que refiere a experiencia de la libertad. Para Dewey esto es posible al librarse de las ataduras políticas e ideológicas; de los prejuicios dogmáticos y las instituciones represivas. La filosofía tiene una función estrictamente pragmática: iluminar la acción del hombre. Así entendido la filosofía tiene un presupuesto y un objetivo que se compromete en el análisis del mundo que tenemos alrededor. La dialéctica que se da entre nuestro pensamiento y ese mundo se inscribe en la actividad humana que persigue los fines más altos de los que a filosofía pretende dar cuenta. “Todos coincidimos en que queremos una buena vida, y que una buena vida 20 op.cit. 88 p. 15 comprende libertad y un juicio formado para saber apreciar lo honroso, lo verdadero y lo bello (...) y que sin un análisis no es posible establecer una conexión con la situación actual ni una verdadera relación con las condiciones que permiten la realización de los ideales”. Pero “los ideales expresan posibilidades; pero solo serán ideales genuinos en tanto sigan siendo posibilidades de lo que está sucediendo hoy”21. Lo que podríamos confirmar como un idealismo político auténticamente pragmático. * * * Finalmente queda una observación menos descriptiva y algo más valorativa de John Dewey y su filosofía social: sin dudas el autor (quién es objeto de nuestra hermenéutica) apuntala todo su edificio teórico desde un individualismo puro y duro. Pero no es un individualismo posesivo ni fundamentalista. No es el tipo de individualismo definido como mera tautología. Recordemos que este individualismo es defendido por lo que se comprende como anarco-liberalismo, donde la noción de individualismo es ontológico, metodológico y moral, y por lo tanto es más ideológico que analíticamente relevante. Este tipo de individualismo fue defendido por los clásicos liberales en oposición a la visión corporativa de la sociedad; pero ha sido llevado a la apoteosis por los la filosofía liberal neoclásica. James Buchanan, por ejemplo, justificó en Una teoría individualista del proceso político al declararse “heredero de la tradición occidental” y al considerar al individuo como la “entidad filosófica básica”. El individualismo de Dewey, en cambio, obedece a una pauta más realista: el individuo es quien construye la sociedad en unión a los demás, y lo hace creando instituciones políticas que incluso lo pueden disolver en su singularidad. El individualismo para Dewey no es un dato, sino una condición de los agentes sociales más elementales del análisis filosófico. Este individualismo es una ideología en torno a una individualidad. En The Ethics of Democracy, Dewey sostiene que el individuo y la sociedad forman un todo, analíticamente abstraídos pero in-escindibles en el mundo real. Como dice del 21 Dewey, J. (2003) 158 p. 16 Castillo, “el verdadero fin era poner al alcance del individuo hechos concretos que le permitieran dirigirse por sí mismo”22. El fin, entonces, un fin el cual que está justificado creer por medio del razonamiento moral, es un individuo autónomo en sí mismo como meta socialmente deseable. El individualismo no es para Dewey un punto de salida, sino un objetivo deseable, practicable; un punto de llegada. La conformación de “un tipo de individuo cuyos esquemas de pensamiento y deseo estén marcados permanentemente por el consenso con los demás y para el cual la socialidad sea sinónimo de cooperación con todas las asociaciones humanas regulares”, es lo que construye una sociedad igualitaria23. Y esta in-escindibilidad entre ‘individuo’ y ‘sociedad’ hace que toda vez que el cambio se produce un cambio en “la estructura mental y moral de los individuos, así como los modelos de sus deseos e intenciones, cambian junto con los grandes cambios en loa estructura social”24 Sin dudas no es posible hablar de un individuo sin pensar en aquello que si puede ser divisible. La sociedad es la colección de actividades que se producen entre los individuos, y por lo tanto podemos hablar del Todo y la Parte en este caso. Pero hay entre el uno y la otra una relación de mutua necesidad: no hay uno sin la otra. Lo indivisible (el individuo) tiene esa propiedad de acuerdo a su relación con la sociedad. Lo que es divisible, la sociedad, solo puede ser entendida como una totalidad definida en términos de mutua asociación. Esta versión de individualismo intenta recuperar al zoon politikon aristotélico, colocando en este caso a la polis al servicio del polites. Se sigue de ello que las instituciones políticas pueden llegar a complacer a una buena sociedad en tanto acondicionen –y creo que acondicionar es la mejor manera de expresarlo– el mundo social sin proceder con algún tipo de absolutismo moral John Dewey era lo que podríamos llamar un liberal sensato. Un liberal que no se acomplejaba de sostener los valores de la libertad individual y los derechos de las personas sin algún tipo de fictio iuris; sin estados de naturaleza, ni manos invisibles, ni 22 del Castillo, R. (2003) op.cit. 27 Dewey, J. (2003) op.cit. 111 p. 24 Ibid. 109 p. 23 17 fantasías «políticamente correctas». Para Dewey la política se definía por el conflicto. Pero el conflicto es una condición más real que cualquier ficción de estas y es la consecuencia natural de la interacción social: no hay en tal sentido autorregulación ni homeostasis. Ante ello se impone, sin embargo, la elección moral de una sociedad donde el interés social sea comprendido como un valor independiente de las ecuaciones entre las preferencias individuales de diversas clases. El Bien Común que desaparece habitualmente del discurso filosófico del liberalismo renace con Dewey de una forma justificada y practicable con la fuerza de quien tiene la razón porque para ello da las razones. Bibliografía Aranguren, J. L. (1979) Ética, Alianza Universidad, Madrid. Del Castillo, Ramón (2003) “El amigo americano” en Dewey, J. (2003) Viejo y nuevo individualismo, Paidós, Barcelona. Dewey, John (1965) Libertad y cultura, UTEHA, México Dewey, John (1986) La Reconstrucción de la Filosofía, Planeta-Agostini, Barcelona. Dewey, John (2003) Viejo y nuevo individualismo, Paidós, Barcelona. Dahl, Robert (1992) La democracia y sus críticos, Paidós, Barcelona. Rawls, John (1996) El liberalismo político, Crítica, Barcelona. Rawls, John (1996) La justicia como equidad, Paidós, Buenos Aires. Rorty, Richard (1998) “Notas sobre desconstrucción y pragmatismo” en Mouffe, C. (comp.) Desconstrucción y pragmatismo, Paidós, Buenos Aires. Resumen El propósito general de este trabajo es presentar breve y sinópticamente el pensamiento de John Dewey sobre aspectos clave de su filosofía política y moral. Para ello creí conveniente hacer una pequeña digresión sobre sus posiciones epistemológicas y hacer de su reflexión ético-política una consecuencia de aquellas. Presento a Dewey como un filósofo original que advierte uno de los problemas más delicados de la época de este autor (el período de entreguerras): cómo y por qué defender la democracia desde una perspectiva progresista. Por ello exponemos las temáticas que a nuestro juicio representan de mejor manera sus posiciones: el problema de la práctica y los valores democráticos. 18 Palabras clave Dewey – filosofía social – democracia – sociedad – moral – individualismo Pragmatismo – libertad – política 19