Fuente: CIMAC Noticias El “crimen pasional”, justifica y oculta la violencia masculina “¿Por qué es tan difícil amarse sin miedos, sin gritos?” Carta de Ana a Misael, días antes de que éste la asesinara. Por María Guadalupe Gómez Q. México DF, 14 feb 08 (CIMAC).- El llamado “crimen pasional”, epílogo de muchas relaciones de pareja, es el homicidio cometido en la abrumadora mayoría de las veces por un hombre en contra de su pareja femenina, bajo la falsa idea de que es un acto imprevisible e incontrolable, orillado por fuerzas ocultas, y no el desenlace de una vida de violencia, construida desde la estructura de la sociedad. Los medios de comunicación reportan con frecuencia estos homicidios que, al ser catalogados como “pasionales” por las autoridades judiciales, eclesiásticas o por la sociedad en su conjunto, dejan entendido que todo está suficientemente claro, explícito y que nada más hay que investigar. Excesivo amor, dicen poetizando el crimen, y sirve de atenuante para la culpabilidad, explica Myriam Jimeno, en su texto Crimen pasional: con el corazón en tinieblas, publicado por el Centro de Estudios Sociales de la Universidad Nacional de Colombia, en 2001. Se justifica la saña con que se comete, lo inerme de la víctima, pues se cree que algo dentro del homicida lo orilló a cometer el crimen. Se piensa que no representa ningún peligro social y se le debe considerar de manera benigna, casi como si fuera la víctima. Es, dice Myriam Jimeno, como si en el interior del criminal habitaran las fuerzas oscuras del miedo, la cólera y la pasión. Y entre la fuerza incontenible de esas emociones aconteciera el crimen. Y se cree también que esa fuerza tenebrosa, esas tinieblas en el corazón, fueran un atributo de la condición humana, un siniestro encargo, el lado oscuro de la personalidad cuya fuerza orilla al homicidio. Cualquiera podría así ser asaltado por esas fuerzas y, por tanto, sobre todo si el criminal es hombre, merece una comprensión particular de parte de la sociedad. 2 De hecho así sucede: dentro de todos los crímenes que se cometen, el “pasional” merece la justificación más amplia, no sólo porque el homicida “estaba fuera de sí”, “perdió el control” o estaba “loco de celos”, sino también porque detrás de su acto existía una razón esencial: la mujer provocó el ataque, fue el detonante, que lo hizo perder la cordura. Pero no es así. El llamado “crimen pasional” es una construcción social, aunque se presente como si obedeciera a una propensión o inclinación natural, ocultando sus resortes culturales. La acción violenta humana no es una simple función de un acto instrumental, dicen los expertos, sino que expresa y delinea diferencias sociales tales como las étnicas, las de identidad y las de género. Y construye ideas, por ejemplo, sobre la sexualidad. El acto violento es un acto expresivo que sobrepasa la situación particular en que ocurre y comunica sentidos. No se trata de patologías individuales o a la condición de “barbarie” de pueblos o personas. Por eso ocurre en todo el mundo, en todas las clases sociales, entre jóvenes o viejos, bajo la condición de la inequidad. LAS EMOCIONES Apenas en las décadas de los 80 y 90 del siglo pasado, dice Jimeno en su texto, la antropología explicó las emociones como expresiones sociales modeladas por el ambiente específico sociocultural y atravesadas por las condiciones de la estructura de cada sociedad. Y el crimen pasional empezó a comprenderse como un hecho social y no como un inevitable destino. Los aspectos emocionales dejaron de verse entonces como instintivos y se empezaron a comprender en su modelaje ambiental y en los aprendizajes. Muchos trabajos etnográficos se interrogan hoy sobre la vida sentimental de distintos pueblos y sobre el carácter de las expresiones emocionales. Estos nos recuerdan, dice Myriam Jimeno, que si queremos avanzar en la comprensión de acciones sociales, como los crímenes llamados “pasionales”, debemos dejar de tomar como universal lo que es un producto históricoestructural-cultural. LOCO DE CELOS Un ejemplo claro de lo anterior es el caso de Misael, de 33 años, asesino de Ana. Él narró a Myriam Jimeno, desde su prisión en Brasil, cómo y por qué la mató. Perteneciente a la clase media urbana, sus padres se divorciaron cuando él tenía 3 once años y entonces “vino mucho descontrol”, pues empezó a tener relaciones con una y otra mujer. Inició su relación con Ana cuando ella tenía 18 ó 17 años y él 25. Tuvieron un hijo, pero se separaron porque él tuvo que ir a trabajar en otra ciudad. Le contaron que “ella salía a bailar” y cortaron la relación. Se buscó otra novia y comenzó a consumir cocaína. Regresó a la ciudad donde ella y su hijo estaban, pero fue hasta que el niño tenía tres años que los volvió a ver y registró a su hijo. La pareja “regresó” y “empezaron los problemas”. Él tenía aparte una novia, quien le dijo que Ana lo engañaba con otro. “Esa muchacha me colocó esa cosa en la cabeza y ahí comencé a perseguirla (a Ana) para descubrirla, hasta que la descubrí”. Dijo que vio a un hombre saltando el muro de la casa de Ana. “No tenía intención de matarla”, dijo. Pero volvió más tarde y la invitó a salir. En una finca bebieron vino y le dijo que asumiera su error “y se fuera de mi vida”. Ella negó todo. “Yo estaba armado y totalmente descontrolado, estaba con el revólver engatillado (…) jalé y disparé tres veces. Dejé dos balas para mí”, pero el arrepentimiento “llegó en ese momento” y al jalar el gatillo sobre su corazón varias veces, el arma no disparó y entonces fue a darle un tiro más a ella. “No creí que hubiera hecho aquello”, relata Misael. Tomó su carro y fue a casa de un amigo, a quien le contó todo. Tomó190 comprimidos con alcohol, se colgó de una cuerda, pero se desmayó y despertó vomitando las pastillas. Se fue a un hotel. La policía ya lo buscaba. Compró cocaína para inyectársela, pero la aguja no entraba y desistió del suicidio. “¿Por qué lo hizo?”, le preguntó Jimeno. “La quería demasiado, fue un momento de emoción”, respondió Misael. Hizo después varias llamadas anónimas a la policía y encontraron a Ana tres días después del homicidio. En su reporte, los policías dijeron que Misael había empleado su arma de fuego “poseído por los celos”. Él se entregó a la policía por consejo de su madre, aunque su padre le aconsejó que huyera a Argentina. PERTURBACIÓN MENTAL A Misael lo enjuiciaron por la muerte de Ana. Dijo el juez que actuó con dolo extremo, que tuvo la inequívoca voluntad de matar a su víctima. “El reo revela pésima conducta social” y “en reiteradas ocasiones había golpeado a la víctima. Tiene una evidente personalidad volcada a las actividades ilícitas. El motivo del crimen fueron los celos, motivo fútil e injustificado”. 4 Sin embargo, cuando el caso pasó al Consejo de Sentencia, que es un tribunal popular, donde había 4 mujeres entre los 7 integrantes, determinaron que tenía una “perturbación de la salud mental” y no poseía plena capacidad para entender el carácter ilícito del acto. No era del todo responsable. El hermano de Ana dijo en su testimonio que Misael siempre tuvo un comportamiento agresivo con ella e inclusive ya la había amenazado de muerte. También a un ex novio de ella. Y ocultaba a su familia que él la golpeaba. Misael, por su parte, dijo que quería dejarla, pero le gustaba mucho, tenía esperanza de que ella cambiara, “creo que ya tenía una obsesión por ella”. Aseguró que también influyeron los chismes que le contaban sobre ella y su consumo de coca. Además, ella había aceptado su relación con otra persona, lo que provocó que “estuviera muy nervioso, inclusive alucinado y fuera de sí”. El fiscal no aceptó la semi inimputabilidad que le atribuyó al asesino el jurado popular, pero su defensor, apoyado en algunos libros, argumentó que no era responsable, pues era un enfermo mental, psicótico por el consumo de cocaína. Y le dieron 10 años de sentencia, sólo un tercio de ellos encarcelado. Era, en todo caso, también víctima. AMOR Y VIOLENCIA “MASCULINAS” “Cree usted que el hombre usa más la violencia que la mujer”, le preguntó Myriam Jimeno a Misael. “Sin duda”, le respondió, “porque el hombre quiere siempre mostrar que es mejor que el otro”. Es el orgullo, el hombre es más brutal pues no quiere llevar ofensa a casa, nosotros queremos mostrar que somos mejores. Este aspecto que Misael pone de manifiesto, dice Jimeno, la importancia de la violencia frente a la necesidad masculina de “mostrarse como el mejor”, queda subsumido y es dominado por un discurso que psicologiza el uso de la violencia en la relación amorosa. Se cree entonces que el violento es o está “como loco”, pues lo controlan sus pasiones. Ese discurso lleva también a desestimar el conjunto de conflictos en la historia de la relación a favor del instante en que ocurre el crimen. Las evidencias sobre la preparación del crimen, del arma, del lugar, de coartadas, son cuidadosamente registradas desde el punto de vista técnico, pero luego aparecen como poco relevantes para considerar la plena responsabilidad del criminal. El caso de Misael, continúa Jimeno, muestra la relación entre las representaciones sobre la violencia en pareja y el juicio que la ley y la sociedad hacen de su uso. Tanto en Brasil como en Colombia, la gravedad de este acto violento se atenúa 5 por la ley, frente a un público ávido, entre escandalizado y conmovido. Por ello la retórica de los defensores en Colombia es similar a la brasileña. Dice un expediente de “crimen pasional” en Colombia: “El homicidio pasional se diferencia de aquel donde se mata para obtener un provecho… El móvil que encontramos en este horripilante acto es el amor, pro amor, por exceso de amor se comete delito y por eso hay que mirarlo con el alma… el hombre no ha sabido comportase como hombre por sus pasiones”. Así se justifica. JERARQUÍA DE GÉNERO En Latinoamérica, dice Jimeno, se entiende la pasión como una expresión sentimental particular salida de la esfera recóndita de las emociones. Se silencia el tejido de relaciones, conflictos y confrontaciones en medio de las cuales transcurre la relación amorosa y su ruptura. El sentimiento denominado “pasional” se entiende como una entidad independiente del pensamiento, con fuerza y voluntad propias, que actúa desprendido de la red de interacciones humanas. Por ello, cuando la “pasión” se desenvuelve en un acto criminal, éste no parece un desenlace, sino un acto repentino e imprevisible. Queda oculto el sentimiento de miedo, miedo a ser traicionado y a ser abandonado, a verse disminuido en la identidad social adulta, en la dignidad, por la pérdida o traición de la pareja. También queda oculto que estos sentimientos están asociados estrechamente a los pensamientos y creencias aprendidos cotidianamente sobre lo que es un hombre o una mujer socialmente valorados. Porque hombres y mujeres no piensan ni disienten de la misma forma, lo que se refleja en sus distintas formas de actuar. Que los crímenes pasionales sean cometidos en Brasil como en Colombia, en su abrumadora mayoría por hombres contra mujeres, señala que esta acción tiene que ver con las jerarquías de género, explica Jimeno. En particular, con el papel del uso de la fuerza en la construcción de la identidad masculina. Culpar a la pasión del acto violento es un mecanismo de ocultamiento de los pensamientos y sentimientos socialmente aprendidos que llevan al uso de la violencia. Y el resultado es que, ya en los procesos judiciales por crímenes pasionales, al hombre se le reconoce con mayor facilidad que a la mujer la influencia de las circunstancias o situaciones en que actúa “emocionalmente”. La mujer tiene una mayor dificultad cuando se la juzga por acciones violentas, pues parece quebrar con ello una regla de su naturaleza femenina (pasiva y 6 sumisa, tranquila), al hombre se le aceptan sus condiciones y circunstancias subjetivas como atenuantes de su acción. Dicen los asesinos de mujeres que no tenían intención de matar o maltratar a su pareja, pero que actuaron “enceguecidos” o “trastornados” por la emoción pasional, porque recibieron una ofensa. Y tanto jueces, como medios de comunicación, así lo asumen, atenuando su responsabilidad ante un homicidio contra quien dijeron alguna vez amar o amar en exceso. 08/GG * * *