UP THE HILL Hay una colina, allá en lo alto, donde se pueden ver las luces de la ciudad, titilando y temblando como las llamas naciendo de las velas. La gente está fuera, viviendo sus vidas, caminando por las calles hacia a su destino con ritmo de reloj. Mientras, tú estás sentado aquí, en este banco, observando. Sintiéndote lejos de todo, a salvo. Ves el césped verde, más oscuro ahora con las sombras de la noche dibujando siluetas y trazos a través del campo, y los edificios casi de maqueta, y el bosque que se alinea como una fortaleza salvaje, y entonces el cielo. Sin estrellas, sólo un océano de pálida luz. Y te sientes libre, como si nada importase... hasta que bajas de nuevo esa colina, hacia la realidad. Todo era mucho más sencillo allá arriba. Te gustaría poder mantener esa sensación en el cuerpo, sin dejarla marcharse, sin ser desplazada de nuevo por el resto de inseguridades, incesantes teclas de piano marcando un ritmo desacompasadamente estático. Recuerdas por qué subiste allí, por qué necesitaste alejarte como en una cápsula del tiempo. Sentiste un estertor de ansiedad en el pecho, hundiéndose como una metálica perforadora de petróleo, como una mano sobre la boca que no te deja espirar. Así que los pasos van sin rumbo hacia el norte, y empiezas a subir aquella colina, con los pies siguiéndose el uno al otro muy deprisa, tienes que llegar arriba. No te pares, no mires atrás. Te falta el aire, no aguantas dentro de tu cuerpo, tienes que salir, tienes que volar, tienes que marcharte de allí. Te paras un segundo, mirando a ese enorme mundo que entonces parecía tan pequeño. Observas la vista, cierras los ojos. Te quedas de pie, como una peonza que no se mueve. Y abres los ojos. Arriba esta aquel banco de madera, te tumbas para poder mandar de viaje a tu mirada, y piensas qué hermosos eran los planetas aquella tarde. Miras el paisaje, la libertad y la inmensidad. Aquella carretera que llevaba lejos de allí, cruzando todos esos caminos que en aquel momento decidiste ibas a recorrer. Giras la cabeza y lees aquel 1979 lacerado en la madera, por aquél entonces no eras ni un proyecto, pero ya tenías ganas de vivir. ¿Quién no? Cuánto habían cambiado las cosas entonces, y que distintas son ahora. Hay tanto silencio que gritar resulta fácil, y reírte, y pensar que el eje ha ido más lento, que algo del tiempo que has gastado se ha quedado parado, como un regalo para el corazón, para que pueda ir más lento, aunque la sangre siga corriendo enloquecida por las venas. Todo era mucho más sencillo allá arriba. Lo notas mientras vas bajando, mientras el ruido supera a la música y la música al silencio. Mientras aparece gente y ya no estás solo. Mientras el mundo vuelve a correr, y tú tienes que convertirte en piloto de carreras. Todo cambia, y gira y se retuerce, la realidad te ha tomado de la mano y no piensa soltarte. Carlota M.S