Federico García Lorca, el sur del sur Verte desnuda es recordar la tierra Con el poeta y dramaturgo Federico García Lorca (1898 – 1936) nos situamos plenamente en el sur del sur. Un sur mítico y arquetípico. Su obra está anclada en una geografía y hasta en una geología; su poesía nace y crece de una estrecha relación emocional y simbólica con su tierra, Andalucía. Se da una búsqueda constante de profundidad, de raíces, que toma forma en los temas fundamentales de la poética lorquiana: la evocación de la infancia y de la naturaleza, el carácter mítico de la cultura gitana y el misterio de la noche. Son lo primario y lo primitivo, lo desnudo, lo más cercano a la tierra. La poesía de Lorca es expresión de la hondura de un paisaje y ahí reside su universalidad; en esta hondura nos encontramos todos. Para él la tierra es una fuerza oscura y misteriosa que afecta directamente el destino del hombre y sus pasiones, que también lo son: el amor oscuro, la pena negra y la vida que transcurre a la sombra de la muerte. Ante el destino trágico de la existencia, el paisaje se conmueve y adquiere resonancias musicales. Frunce su rumor el mar, Los olivos palidecen. Cantan las flautas de umbría y el liso gong de la nieve. La tierra entra en la poesía de Lorca a través de la música y le acompaña en todo su andar poético. Creció con las canciones populares que su madre le cantaba y el sonido de las guitarras de sus tíos. Tuvo una formación pianística clásica, compuso melodías para sus propios poemas y quiso ser músico antes que literato. La música está omnipresente en la totalidad de su obra: en el marcado ritmo de su poesía, en el contenido, las imágenes y metáforas musicales de sus versos, en los títulos de sus poemas y libros; en los temas de sus conferencias sobre el duende, el cante jondo o las nanas infantiles y en su interés por los géneros musicales de las ciudades y países que visitó, el jazz en Nueva York, el son en Cuba y el tango en Argentina. En 1931 García Lorca armonizó una colección de canciones populares españolas que había recopilado en sus viajes. Las grabó junto a la bailaora y cantaora Encarnación López Júlvez, La Argentinita. Ella puso la voz y el poeta la acompañó al piano. Para Lorca, la música popular, a menudo no escrita, era la expresión artística más viva y espontánea. En los libros de su primera etapa (1920-28) -Suites, Canciones, Poema del Cante Jondo y Romancero Gitano- está visiblemente presente su amor por la música y el esfuerzo por llegar a unir poesía y música. En este esfuerzo la influencia del compositor Manuel de Falla fue capital: le enseñó a introducir la tradición en su poesía. Le introdujo a la música de compositores de vanguardia como Stravinsky, Debussy, Ravel o las producciones de los Ballets Russes como ejemplos de la manera de incorporar el arte tradicional a una poesía de vanguardia. Según Falla, había que evocar sin imitar, saber mezclar sabiamente instinto e inteligencia y evitar culaquier tipo de folclorismo romántico. Entre 1920 y 1922 organizaron juntos un concurso de cante jondo, para dar a conocer el valor artístico de esta música, de la cual el flamenco moderno no era más que un reflejo superficial. García Lorca acompañó a Falla por el Sacromonte y los pueblos granadinos buscando a los cantaores y tocaores que habían sabido conservar la pureza del género. Su música, trágica y sombría, era “la expresión más profunda del alma andaluza” y en ella se oía “la aguda elegía de los siglos desaparecidos”. Es un silencio ondulado, un silencio, donde resbalan valles y ecos Con Poeta en Nueva York hay una renovación de la poética lorquiana que se vuelve mucho más hermética, expresionista y surrealista. La estancia en Nueva York (1929-1930) debía ayudar a Lorca a superar una profunda crisis de identidad provocada por un desengaño amoroso, una frustración literaria y el intento de reconciliación con su homosexualidad. El libro expone una doble crisis: una privada y otra social. La desmesurada ciudad de los rascacielos que “luchan con el cielo”, ciudad sin raíces, se convierte en símbolo de la crisis de la sociedad capitalista, injusta e inhumana. Es también una oda a la oprimida minoría negra que, como el pueblo gitano, solo encuentra en la música y la danza la posibilidad de expresar su dolor y anhelo de libertad. Se trata de una poesía radical, de revuelta y de protesta, reflexión sobre el compromiso social del artista. Una angustia terrible recorre todas las poesías del libro. Porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja, pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado. La presencia más profunda de la música en la poesía de Lorca está en la poesía dicha. Como la música, la poesía recitada es flujo, nace y muere a cada instante, en el acto creativo mismo. Para Lorca, el placer poético es un placer verbal y vivo, ritmo de la voz y ritmo del cuerpo. Recitar es rito atávico, es música y danza: decir un verso es un ejercicio respiratorio, unión del cuerpo con los ritmos de la tierra. Para alcanzar esta unión, el poeta, como el músico, en el acto creativo, debe estar poseído por una emoción profunda y una fuerza misteriosa que le conmuevan enteramente: el duende. Tener duende, expresión que Lorca tomó del vocabulario flamenco, no es cuestión de técnica o profesionalidad. Duende es emoción corporal, física e intuitiva, un poder interior que viene de la tierra, que “sube por dentro desde la planta de los pies” y pone al artista en el estado supremo de creatividad. Pero Lorca también advierte también que el “duende solo llega si ve la posibilidad de la muerte”, es decir, el arte debe ser siempre una toma de riesgo, una lucha a vida o muerte, una lucha del artista consigo mismo y con el público. El artista siempre debe andar sobre una cuerda floja. Solo así hay comunicación y participación posible, solo así puede darse la experiencia poética. Lorca fue fusilado en 1936, al principio de la Guerra Civil española, por las fuerzas franquistas. El arte y la cultura, sinónimos de libertad, siempre han sido la mayor amenaza para los régimenes totalitarios. Anna López Pujal