CENTRO DE ESPIRITUALIDAD PAULINA – MÉXICO FUNDAMENTOS Y NATURALEZA DE LA VOCACIÓN SACERDOTAL EL AÑO SACERDOTAL El Centro de Espiritualidad Paulina de la Provincia de México, con motivo del Año Sacerdotal abierto el 19 de Junio por nuestro amado Papa Benedicto XVI, para celebrar el 150 aniversario de San Juan María Bautista Vianney, el Santo Cura de Ars, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús y de la Jornada para la santificación de los Sacerdotes; invita a toda la Familia Paulina a empeñarnos con fervor, determinación y profundidad, a fin de que sea un año ampliamente celebrado en todo el mundo. Este año debe ser un año en oración de los sacerdotes, con los sacerdotes y por los sacerdotes; un año de renovación de su espiritualidad, identidad y sentido extraordinario de su vocación y misión en la Iglesia y en la sociedad. Por ello también queremos dedicar nuestras pautas de Retiro Mensual, las cuales al igual que en sintonía con nuestro amado Papa Benedicto XVI, se quiere “favorecer a los Sacerdotes hacia la perfección espiritual de la cual depende, sobre todo, la eficacia de su ministerio”. INTRODUCCIÓN Estas pautas de retiro aunque parecieran estar dirigidas sólo a nuestros hermanos que ejercen el Ministerio Ordenado, quieren llegar a cada uno de los integrantes de la Familia Paulina como subsidio de reflexión y profundización mensual, teniendo en cuenta que cada uno de nosotros por el Bautismo somos y ejercemos nuestro sacerdocio común, además es importante que volvamos a repasar nuestra motivación vocacional y beber de la fuente, agradecer al Señor que Maestro y Pastor en quien se tiene fundamento toda vocación y quien lleva a buen termino la obra iniciada. CONTEXTO La Exhortación Apostólica Pastores dabo vobis, en el n. 42, reconoce la raíz de la vocación sacerdotal en el diálogo entre Jesús y Pedro (Cf. Jn 21); “Formarse para el sacerdocio es aprender a dar una respuesta personal a la pregunta fundamental de Cristo: ‘¿Me amas?’ Para el futuro sacerdote, la respuesta no puede ser sino el don total de su vida”. Antes de adentrarme en lo que fundamenta el llamado sacerdotal quisiera hacer una premisa de carácter metodológico y semántico, sobre el empleo del término: “vocación”. Mi impresión es que, ahora, es muy utilizado este término para indicar no tanto una específica llamada del Señor, tanto, cuanto las elecciones de vida que los hombres autónomamente cumplen; la consecuencia es que cualquier profesión, trabajo, condición o estado de vida, se transforma en una presunta vocación. Presentar todo como “vocación” sin las necesarias distinciones, conlleva el riesgo de generalizar, de un horizontalismo y “normalización” de la vocación, que sería el resultado de una mera elección humana. Personalmente creo que se requiere una aclaración que nos permita distinguir con gran claridad, entre “vocación natural” y “vocación sobrenatural”, reservando, sólo a esta última, en sentido estrecho, el significado auténtico de vocación. En este sentido, por ejemplo, el matrimonio es, y permanece, una hermosa realidad, al que cada hombre, sanamente orientado, está naturalmente llamado; por lo tanto, específicamente, no tendría sentido hablar de “vocación” matrimonial, a no ser que se aclare que se trata, más que de una “vocación”, de una “natural inclinación”. Será, luego, el matrimonio cristiano sacramental que podrá ser descripto con “acentos vocacionales”, porque esta institución natural ha sido elevado, por Nuestro Señor, a la dignidad de sacramento (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica n. 1601). Pero, ciertamente, no todos los movimientos del ánimo humano pueden ser de origen sobrenatural: si fuese así, podríamos imaginarnos lo que ocurriría si cada “inclinación” de los hombres fuera canonizada en una presunta “vocación” divina. Es claro, como un tal enfoque, no resista el impacto de verificación con la realidad y, sobre todo, el análisis del drama universal del pecado, del que no es nunca lícito atribuirle a Dios alguna responsabilidad. Entonces, cuando se habla de “vocación”, es necesario recuperar el auténtico significado de los términos, reconociendo ciertamente que ya ella proviene de una vivencia cristiana y es una auténtica vocación sobrenatural, pero reservando, luego, el término a aquellas que, clásicamente, han sido siempre consideradas vocaciones, (sacerdotales, a la vida consagrada). Si es cierto que no se nace cristianos – a no ser, en cierto sentido, culturalmente - pero se deviene, a través del acontecimiento del encuentro con Cristo, que da a la vida un nuevo horizonte (Cf. Deus caritas est, 1) es igualmente verdadero e irrenunciable, que la vocación sacerdotal no es una elección humana sino una llamada divina. ¡Es la entrada sobrenatural de Dios en la existencia humana! Un Dios que llama a seguirlo radicalmente, totalmente, renunciando a todo aquello que es humanamente bueno y lícito, para ser, para Él y para el mundo, la “tierra prometida” a la tribu de Levi, quien, por el culto al Señor, no poseía tierra en este mundo. Recordemos el Salmo: “El Señor es mi parte de herencia y mi cáliz” (Sal 16,5). La vocación sacerdotal es, por lo tanto, un acontecimiento sobrenatural de Gracia, una intervención libre y soberana del Señor que “Llamó a los que él quiso y se reunieron con él. Así constituyó a los Doce para que estuvieran con él y para mandarlos” (Mc 3,13; Cf. Pastores dabo vobis n. 65). A este acontecimiento sobrenatural responde la libertad humana, adhiriendo a la divina voluntad y conformándose a ella progresivamente. Volviendo, entonces, a lo que al inicio veíamos de la Exhortación Apostólica Pastores dabo vobis 42, podríamos decir que, en el fundamento de la vocación sacerdotal, existe la relación de amor intenso, apasionado, ardiente, exclusivo y totalizador entre Cristo Señor y el llamado. Sin esta experiencia “arrasadora”, que cambia, y en cierto sentido desconcierta la vida, no existe una auténtica vocación, una verdadera comprensión del actuar poderoso de Dios, en el acontecimiento histórico de cada uno. Este amor, que obviamente tiene origen divino, realmente envuelve el corazón humano, la inteligencia, la libertad, la voluntad y la afectividad del llamado, ya que, en razón de la profunda unidad del hombre, todas las dimensiones del yo son como “secuestradas” e intensamente plasmadas por la llamada del Señor. Este amor por el Señor, único real fundamento de la Vocación, se documenta en un aspecto, hoy lamentablemente no suficientemente subrayado, pero absolutamente central, de la vida del Sacerdote, y antes del seminarista: el amor por la divina Presencia de Cristo Resucitado en la Eucaristía. Creo que la adoración eucarística debería convertirse en una práctica cotidiana y prolongada, a tal punto que caracterice ya sea la formación inicial que permanente. Cuántas, cuántas cosas maduran bajo el Sol eucarístico. Y si se broncea la piel por exposición a los rayos del sol astronómico, ¿cuál proceso de crecimiento, de “cristificación” sucederá estando bajo los rayos del Sol eucarístico? La vocación nace, crece, se desarrolla, se mantiene fiel y fecunda, sólo en la intensa relación con Cristo. Aquí tenemos que hacer énfasis en la herencia carismática que nos donó nuestro fundador el Beato Santiago Alberione: “Ustedes han nacido de la Eucaristía” No lo olviden (AD 15). ¡Un sacerdote que tenga esta conciencia de la Presencia real de Cristo, será un hombre de Dios, casto, obediente, desapegado completamente de sí mismo, por lo tanto, libre! PARA REFLEXIONAR 1. Sintiéndome partícipe del sacerdocio común de Cristo, ¿Cómo creo que puedo ayudar para que en este año sacerdotal para que los ministros ordenados sientan mi cercanía y mi apoyo? Has una lista de propósitos. 2. “El amor de Cristo nos apremia” (2Cor 5, 14). Repasa tu llamado vocacional y eleva una oración por todos aquellos sacerdotes que han contribuido para seguir respondiendo con generosidad a tu llamado. De preferencia escríbela para que día con día puedas repetirla en tu oración. 3. Trae a tu memoria aquellos sacerdotes con los cuales consideras que tuviste dificultades. En oración: Repasa la situación acontecida y ofrécele tu perdón.