GESTIÓN DEL PLURALISMO RELIGIOSO: PLANTEAMIENTOS GENERALES Afrontar la temática de la diversidad religiosa en los países del mediterráneo nos sitúa ante una realidad muy concreta y específica, próxima temporalmente con la actualidad. Parecería que el pluralismo religioso es algo del momento actual y que está conectado con el fenómeno de la inmigración. Sin embargo, la inmigración lo que ha hecho es ponernos sobre una realidad que ya existía, aunque de manera "invisible" en muchas de estas sociedades. Hablar de pluralismo y con él de diversidad religiosa nos enfrenta con cuestiones como son las relativas al concepto de minoría religiosa, por un lado, y al de religión o/y confesión, por otro. Y en relación con ambas, introducir la temática de cuál es la función que corresponde a los poderes públicos a tal efecto, y cuál al espacio público; y más en concreto, la gestión de la diversidad religiosa por parte de los poderes público en ese espacio público. Por otro lado, la conexión entre religión e inmigración obliga no sólo a afrontar la cuestión de las posibles relaciones interculturales, sino también a reflexionar sobre el papel de la religión como factor de cohesión social, sobre todo por lo que respecta a las personas de religión islámica o musulmana para las cuales la religión no sólo forma parte de su cultura, sino que informa y conforma la propia cultura, y todo ello en el contexto de una sociedad plural y abierta. Así pues, los fenómenos migratorios se constituyen en un factor de complejidad añadido a la construcción de la identidad y la gestión de la convivencia. La respuesta a estas cuestiones vendrá determinada por cuál sea la posición del Estado en sus relaciones con las personas y los grupos religiosos donde éstas se integran. Pero incluso esa posición está sufriendo transformaciones importantes, porque no puede obviarse que una cosa es la posición que los poderes públicos otorguen a las confesiones religiosas y otra muy distinta es la posición que las propias confesiones quieren tener en esas sociedades, y que en muchos casos no resultan coincidentes. Analizar las nuevas presencias religiosas está obligando a las sociedades europeas y del Magreb a abordar la función de la religión en las mismas, sobre todo en relación al proceso de secularización característico de la modernidad. La cuestión, entonces, será determinar si estamos o no en presencia de dos procesos contrapuestos, esto es, el de la secularización y el de la diversificación religiosa coincidiendo temporalmente en un mismo contexto social, lo que está llevando a que ese espacio social común se esté "territorializando de nuevo" ante estas nuevas presencias, ya sea en forma de nuevos rostros, de nuevas prácticas o de nuevos espacios comunitarios. En ese proceso de transformación o de nueva "territorialización" del espacio público hay quien no duda en considerarlo como un territorio de proselitismo, a través de la inclusión dentro del mismo de presencias, prácticas e indicaciones de otros cultos diferentes a los instituidos previamente por este territorio, dando lugar a lo que se ha llamado el "mercado de lo religioso". Ello conlleva y ha llevado, desde una revisión crítica del clásico paradigma de la secularización, a plantearse una reinterpretación de este proceso, no tanto con la desaparición sino con la transformación y la metamorfosis de la referencia de la religión en las sociedades modernas. En este sentido, CASANOVA ha propuesto la tesis de la "desprivatización" de la religión en el mundo moderno, ante el hecho de que "las tradiciones religiosas de todo el mundo se niegan a aceptar el papel marginal y privatizado que les han reservado las teorías de la modernidad y las teorías de la secularización". De esta manera, "las instituciones y organizaciones religiosas -sigue manifestando este autor- se niegan a limitarse al cuidado pastoral de las almas y no dejan de suscitar cuestiones relativas a las conexiones entre la moralidad pública y la privada"[1]. Ante esta nueva perspectiva, lo que debe sin duda plantearse y de lo que se debe hablar es, en primer lugar, de nuevas expresiones de identidad y religiosidad, que acaban generando renovadas pertenencias individuales y colectivas; en segundo lugar, de nuevas estrategias desarrolladas por parte de actores religiosos, tanto presentes como emergentes, de cara a emplazar sus discursos con connotaciones religiosas en un contexto referencial plural y abierto; y, en tercer lugar, de un nuevo panorama religioso en las sociedades modernas, donde formalmente ya no existe una única concepción espiritual -a pesar incluso de la preeminencia social que una o unas puedan seguir atesorando frente a otras- y, por tanto, los límites de la plausibilidad y de la legitimidad se amplían y se hacen extensivos a nuevas experiencias de religiosidad y de espiritualidad, adquieran éstos o no mayor o menor grado de institucionalización. Junto a ello, debe señalarse igualmente que el debate sobre el pluralismo religioso parece acompañar otros debates, como el del establecimiento de la identidad nacional sobre caracteres más unidos a la lealtad a las instituciones políticas y la observancia de la ley, que a factores étnico-religiosos; el desarrollo y extensión del principio de ciudadanía más allá de la condición nacional, y con él la temática del acceso al derecho al voto por parte de los inmigrantes, o los proyectos de creación de un marco ético y moral común y compartido entre los distintos colectivos que formen parte de una sociedad. Así pues, si una sociedad se define como plural, no lo ha de hacer en virtud de una simple descripción externa de la misma, sino a partir del reconocimiento de la pluralidad como norma que garantice no sólo la coexistencia, sino la convivencia de diferentes opciones y puntos de vista en su interior. Todas aquellas sociedades que rechacen la diversidad, al configurarla como contingencia externa y no como patrimonio interior, difícilmente podrán negociar los desencuentros que genere esta pluralidad sin pasar previamente por el conflicto. Por tanto, debemos proponer y realizar dinámicas conducentes al reconocimiento y encuentro de esta diversidad a fin de que el conflicto se convierta en factor positivo de cohesión social. Todo ello obliga a afrontar una serie de cuestiones básicas como son, en primer lugar, el marco normativo en el que se encuadra el hecho religioso, y en concreto el derecho a la libertad de conciencia y religiosa; en segundo lugar, aproximarnos al plano sociológico de la nueva pluralidad religiosa existente en cada uno e los países; en tercer lugar, la conexión existente entre religión e identidad, y de ellos dos con el sentimiento de pertenencia tanto individual como colectiva; en cuarto lugar, plantear la laicidad como marco para la convivencia, donde la diversidad religiosa participe en el espacio público; y, en quinto lugar, abordar la cuestión de la gestión de la diversidad religiosa no sólo desde el plano de las políticas de integración, sino también de las políticas de pertenencia. Todo ello permitirá llegar a un conjunto de conclusiones respecto de cada una de las temáticas abordadas, así como la realización de planes de acción que permitan una mayor y mejor cohesión social entre los diferentes grupos. José Mª Contreras Subdirector General de Relaciones con las Confesiones Ministerio de Justicia