¿Quién o qué soy yo? Muchas personas contestarían a esta pregunta con uno o dos nombres y apellidos, por tanto, con su identidad o su marca de personalidad. Un nombre y un apellido no son más que la fórmula, la manera exacta, el etiquetado que ponemos para reconocer a una persona. ¿Una persona es sólo ese nombre y apellidos? ¿Esa distinción entre “María Pérez” y “Paula Domínguez” es lo único que nos diferencia a unos de otros? Un nombre y unos apellidos son sólo una serie de letras que nos hacen pensar en una persona, aquellas palabras que usamos para que nuestras neuronas saquen a la luz el cajoncito donde está la información sobre “María Pérez” o “Paula Domínguez”; en este cajón guardamos imágenes suyas, su sonrisa, el color de sus ojos, su voz… Pero también su modo de actuar, la idea que tenemos sobre su manera de pensar, o los rasgos personales que la definen. Ahora pensemos en otro de los miles de cajones que en nuestro cerebro usamos para guardar cada dato que nos resultó interesante, cada lección de un examen, o cada olor de nuestra infancia. Hablo de un cajón mucho más personal, ése que se abre al pronunciar o pensar la palabra “Yo”. En el mío hay una etiqueta en la que pone Julia Rodríguez Amado, y dentro guardo dieciséis años, seis meses y dos días de historia. Respecto a lo que guardo y qué es mi cajón personal, creo que no lo tengo claro ni yo, ¿cada uno tenemos uno? Se podría decir que sí, aunque tal vez haya personas que tienen en su mente varios cajones con la etiqueta de “Yo”. Mi idea no es ésa. Creo en el Yo, comparándolo con ese cajón, como en la base sobre la que cada día se construye algo nuevo. Mi Yo es mi manera de pensar, de actuar, de mirar, de comer, de hablar, de reaccionar, de ver la vida, de pensar. ¿En qué baso todo esto? ¿De qué material está hecho mi cajón? No pienso que el mío esté hecho del mismo material que el de la persona que tengo al lado, ni siquiera del de mis padres o hermanos. Creo que hay un determinado momento en el que comenzamos a tener conciencia de que yo soy yo, no el niño que juega con una pelota a unos metros de mí, ni la señora que pasea con un carrito a tres calles de mi casa. Ése es el momento en el que, aunque inconscientemente, elegimos el material de nuestro cajón, la base sobre la que se basará cada decisión de nuestra vida. Con esto no quiero decir que antes de esta toma de conciencia no fuéramos ya de un determinado modo, que nuestro cajón no estaba construido, sino que ahora sí somos nosotros los que elegimos el material, antes estaba en cierto modo impuesto; soy de los que creen que hasta ese momento en general tenemos todos el mismo material de cajón; el material que nuestros padres y educadores han decidido que es la mejor base para la propia base. Tras este momento, determinado tipo de personas decidirán basar su vida en aquellos valores que creen más correctos, otros en agradar a las personas que quieren, otros en conseguir éxito o sabiduría, y otros (pocos y afortunados) basarán su vida y decisiones ni más ni menos que en conseguir su propia felicidad. Teniendo esa base clara, cada vivencia y recuerdo, cada palabra vista, leída, escuchada o escrita, se meterá al cajón del Yo. La interpretación y decisión de cómo y para qué usar estos datos dependerá del material, la base, elegida por cada persona para cimentar su manera de vivir. Es por ello que veo el Yo más que como a un sujeto o una imagen concreta de mí misma, y de los que me rodean y me han dejado entrever su Yo, como un programa, un guión, o unas instrucciones que al estar hechas a medida para cada uno son fáciles y agradables de seguir. Lo puedo ver así por mi experiencia, la vida (aunque soy novata en ella) me ha enseñado de qué manera las personas tienen tendencia a actuar de un modo u otro, dependiendo de su manera de ser. Y es que el Yo, aunque en general previsible, no puede determinar, y por ello hacernos adivinar, cómo actuar, siempre del mismo modo, ante determinadas situaciones. Su fuera así, algo escrito y a lo que estamos atados, no evolucionaríamos como personas. No soy idéntica a ayer, ni siquiera lo seré dentro de un rato a ahora. ¿Acaso madurar es cambiar el Yo? No lo creo. Por supuesto que ante las nuevas experiencias y según ampliamos nuestra visión del mundo, nuestro cajón personal se amplía, surgen nuevas preguntas y respuestas a dudas del pasado. Pero aquella base, el material del que decidimos en su día fabricar nuestro cajón sigue allí, definiéndonos como persona, apoyándonos para actuar de cierta manera, excusándonos en ocasiones por así hacerlo. ¿Es por tanto el Yo una opinión, una base, una idea sobre nosotros mismos, o la idea que mostramos a los demás? Podría decirse que no es ni más ni menos que una mezcla de todo aquello. ¿Por qué? El Yo tiene su parte de opinión e idea de nosotros mismos, vemos cómo nos podemos decepcionar, o sentir orgullosos, de nosotros, al actuar siguiendo aquello en lo que basamos nuestra vida, o haciendo un esfuerzo a sabiendas de actuar de un modo que nos es difícil al no ser el habitual. Somos por lo tanto conscientes de nosotros mismos, el grado en que nos engañemos o no es independiente. ¿Una base? Puede ser una buena manera de definirlo. Variamos con los años. Nuestros gustos, aficiones, maneras de pensar o de vivir varían. El Yo es esa parte que pese a los cambios, sigue haciendo que Paula Domínguez sea Paula Domínguez y María Pérez sea María Pérez. Va también muy unido a la imagen que tienen los demás de nosotros mismos. Esa imagen no hace otra cosa que convertirnos en personas. La sociedad y nuestra manera de vivir y aprender de ella es lo que nos hace seres humanos y, por tanto, que tengamos, o seamos, un Yo. Por eso, explico el Yo como la definición general de cada uno, “sin entrar en detalle”, un patrón, un mapa que, a la vez que nos diferencia de los demás, programa en cierto modo nuestras reacciones y respuestas que en la vida nos harán tomar unos caminos u otros. Siguiendo por lo tanto esta metáfora de caminos, es nuestra manera de conducir o de seguir nuestra ruta. Del mismo modo que un conductor decide seguir las normas de tráfico o no, escucha música mientras conduce, o da unos golpecitos al volante porque lo tiene por manía, cada persona afronta, ve, explora y por tanto actúa en consecuencia en su vida.