37) Colección de Estudios bíblicos sobre temas doctrinales básicos

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ESTUDIOS SOBRE TEMAS DOCTRINALES BÁSICOS.
por Alejandra Montamat.
Alejandra Lovecchio de Montamat, es médica endocrinóloga y docente. Miembro de la Iglesia Evangélica Bautista de
Once en Buenos Aires donde participa del ministerio de enseñanza con una clase de Escuela Bíblica Dominical. Casada
con Daniel Montamat, madre de Gustavo y Giselle
La autoridad de la Biblia: Nuevo Testamento.
"Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir,
para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado
para toda buena obra" 2ª Timoteo 3:16,17
Introducción
¿Cómo se llegó a un canon neotestamentario de 27 libros? ¿Qué criterios se siguieron
para seleccionar y considerar inspirados los documentos? ¿Cuándo la iglesia cristiana
contó con un canon definitivo?
El Antiguo Testamento era la Biblia de los primeros creyentes. Los primeros
evangelizadores (Pedro, Esteban, Felipe) interpretaron la economía de la salvación
desde un punto de vista veterotestamentario y vieron el cumplimiento de los escritos
antiguos en la persona y obra de Jesucristo.
Pero, conforme pasaba el tiempo y los apóstoles fueron muriendo, se hizo necesario
para los cristianos contar con un documento autoritativo que fijara la doctrina y práctica
de la iglesia en el mundo.
Los escritos de la era cristiana
Es muy posible que el primer documento escrito haya sido la epístola de Santiago (hacia
fines de la década del cuarenta) mientras que el último fuera el Apocalipsis de Juan
(hacia el año 95).
La predicación evangélica se inició en forma oral a través de los apóstoles y sus
discípulos; el mensaje centrado en la vida y obra de Jesús fue conformando esquemas
fijos de presentación que luego se verían reflejados en los evangelios conocidos como
sinópticos (Marcos, Lucas y Juan); de allí la semejanza de los mismos.
Muchos eruditos consideran a Marcos como el primer evangelio escrito y base para los
otros dos; tenemos a favor una reciente identificación de un papiro antiguo hallado en
Qumran (7Q5) que corresponde a la porción de Mr.6:52-53 y que estaría datado hacia
finales de la tercera década. El recurso fundamental de este escritor fue el mismo Pedro,
testimoniado por Papías (discípulo de Juan) en la Historia Eclesiástica de Eusebio.
El evangelio de Mateo fue compilado y conservado por la comunidad judeocristiana de
Jerusalén. Lucas, autor de los Hechos apostólicos y del evangelio que lleva su nombre
fue un médico griego y discípulo de Pablo; en su caso, la dedicatoria del libro (Lc 1:1-4)
nos muestra la tarea de compilación de este erudito y el rigor de sus investigaciones.
Este evangelio y los Hechos fueron muy probablemente escritos en Roma en la década
del sesenta. El cuarto evangelio llegó al final de los otros de manos de un testigo ocular
de los hechos acerca de Jesús, quien dijo ser "el discípulo amado que da testimonio de
estas cosas" (Jn 21:24); fue Ireneo (discípulo de Policarpo quién a su vez lo fue de Juan)
quien confirmó la autoría de Juan y es citado por Eusebio en Historia Eclesiástica. El
primer paso hacia la formación de un canon los constituyó este "Evangelio" que incluía
estos cuatro relatos de la vida y obra de Cristo y que comenzaron a circular como
colección unitaria.
Las cartas paulinas fueron escritas entre los años 48 y 60; en éstas el apóstol desarrolla y
explicita las doctrinas y prácticas del Evangelio a lo que agrega información adicional
acerca de los testigos oculares del Señor resucitado. Pablo escribió generalmente para
hacer frente a problemas específicos en ciertas localidades y aconsejando a los líderes
de las nuevas congregaciones cristianas; sin embargo, al mismo tiempo fomentaba la
distribución de sus cartas, como es evidente por su pedido de que los colosenses y los
laodicenses intercambiasen sus cartas. Puede asegurarse que antes de que su carta
pasara a otra congregación, por lo general la iglesia que la tenía hacía copia de ella.
Las cartas de Pablo fueron quizá las que primero se copiaron, y esa colección de copias
creció. Que esta colección ya existía en los días apostólicos puede deducirse por lo que
dice Pedro (2 Pedro 3:15-16), alrededor tal vez del año 65 d. C.
Pedro dirigió su primera carta a los cristianos de cinco provincias del Asia Menor,
dándole así claramente el carácter de una carta circular. Santiago tuvo el mismo
propósito cuando dirigió su epístola "a las doce tribus que están en la dispersión". Juan
dirigió el Apocalipsis a las siete iglesias de la provincia romana de Asia y afirmó
específicamente que tenía la inspiración divina en lo que escribía (Apocalipsis 1: 1-3;
22:18-19).
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Es razonable entonces concluir que estos libros rápidamente alcanzaron una amplia
circulación.
El recurso al códice o libro manuscrito (en sustitución del rollo) facilitó enormemente el
agrupamiento de los documentos neotestamentarios. En los papiros de Chester Beatty,
de principios del siglo III, ya encontramos reunidos los cuatro evangelios y los Hechos de
los Apóstoles y en otra porción del mismo codice, las epístolas paulinas.
El canon del Nuevo Testamento
La necesidad de confeccionar un canon de libros inspirados se agudizó en la iglesia
primitiva por causa de la obra de un hereje del siglo II llamado Marción, un consumado
antisemita que sostenía que el Jehová del Antiguo Testamento, el Dios judaico de ira y
justicia, no tenía nada en común con el Dios cristiano de amor.
Marción sostenía que era un fiel intérprete de la teología cristiana de Pablo, y como era
un excelente organizador fijó, para su propia iglesia sectaria, un canon bíblico de
acuerdo con sus ideas. Eliminó todo el Antiguo Testamento y también algunos libros de
la era apostólica. Su Biblia consistía, por lo tanto, sólo del Evangelio de Lucas, los
escritos del apóstol Pablo y un libro llamado Antíthesis, en el cual presentaba sus
argumentos para rechazar el Antiguo Testamento. Su colección de las epístolas de
Pablo, llamada Apostólikon, consistía de diez cartas de Pablo ya que rechazó 1 y 2
Timoteo, Tito y Hebreos, y también alteró el texto de los libros que aceptó para que
concordaran con su teología. La obra de Marción obligó a la iglesia a definirse respecto a
los libros que con justicia podrían ser considerados como parte de las Escrituras.
Es entonces que, a partir del siglo II la línea que separaba los escritos inspirados de los
apócrifos empieza a delimitarse con claridad, ejemplo tenemos en los escritos de Ireneo
y Tertuliano en defensa de los primeros.
Otro factor decisivo fue el decreto del emperador Dioclesiano del año 303 que ordenaba
quemar todos los libros religiosos, eso hizo que la iglesia mostrara cuidado muy especial
en preservar aquellos considerados inspirados.
La selección final de los 27 libros que constituyen el Nuevo Testamento no se debió a
decreto alguno de los primeros concilios. Ni el de Nicea ni Laodicea hicieron
pronunciamiento alguno sobre los libros del canon. En el tercer concilio de Cartago
(397) se especifica que por Escritura divina ha de entenderse solamente la colección de
libros canónicos (los únicos que deben leerse en la iglesia), y se enumera a continuación
los 27 libros del Nuevo Testamento. Anteriormente Atanasio había dado esta misma
lista y posteriormente la confirmarían Jerónimo y Agustín.
La norma más importante que se aplicó para determinar qué libros eran canónicos y
cuáles no era su apostolocidad, tenían que haber sido escritos por un apóstol o por
alguien muy cercano a ellos. Por ello la decisión sobre Hebreos, Santiago, 2 Pedro, 3
Juan, Judas y Apocalipsis se demoró (se los colocó como antilegómenos), ya que existían
dudas sobre su autoría apostólica.
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Por otro lado la epístola de Bernabé, el Pastor de Hermas, Sabiduría de Salomón y otros
fueron rechazados por su falta de conexión con los apóstoles.
La actitud de la iglesia apostólica hacia los documentos canónicos fue la misma
observada hacia los escritos del Antiguo Testamento: inspirados por el Espíritu Santo y
con el mismo grado de autoridad; para ello tomaron el ejemplo del apóstol Pedro quién
colocó los escritos paulinos al mismo nivel de las otras escrituras.
Por supuesto que los apóstoles y padres de la iglesia primitiva debieron defender la
autoridad de estos escritos contra los falsos enseñadores que, en palabras de Pedro
"tuercen las epístolas paulinas y las otras Escrituras para propia perdición".
Hubieron por cierto, textos adulterados y mutilados que debieron ser expuestos por las
autoridades reconocidas de la iglesia, por ejemplo: Policarpo, discípulo de Juan; Ireneo
en Aedversus haereses o Tetuliano en Praescriptione haereticorum. Incluso, alguno de
ellos agregaban una exhortación a los futuros copistas a considerar seriamente su
trabajo de transcripción poniendo por delante el juicio del propio Señor Jesús.
Los manuscritos del Nuevo Testamento
El número de manuscritos griegos, contabilizados al presente, sobrepasa los 5000 (para
comparar: de Guerra de las Galias de Julio César, escrita entre 58 y 50aC se conservan
alrededor de 9 o 10 manuscritos de valor textual).
Lamentablemente, los errores, omisiones y añadidos de copistas y compiladores, han
dejado huellas especialmente en las variantes griegas. Pero, por mano del Señor, no hay
otro libro antiguo que posea tantos documentos acreditativos de su autenticidad e
integridad.
Los libros del Nuevo Testamento fueron escritos unos 14 siglos antes de que se
inventara la imprenta en el mundo occidental. El único método de reproducir la Biblia
fue, durante largos siglos, copiar su texto a mano. Todos los manuscritos originales de
las Escrituras se han perdido, por lo tanto, el Nuevo Testamento que ahora tenemos es
hecho a base de copias.
La exactitud de las obras impresas se puede comprobar si se dispone de los manuscritos
originales del autor, pero el proceso es diferente cuando se trata de obras que durante
siglos han sido escritas a mano y no tenemos los manuscritos originales. En este caso se
necesita, con frecuencia, una laboriosa comparación científica antes de que el erudito
pueda pensar que probablemente han llegado al texto original de cada pasaje.
Por lo tanto, al erudito bíblico le corresponde la tarea de estudiar cuidadosamente los
manuscritos neotestamentarios, a fin de restablecer un texto que esté tan cerca del
original como sea humanamente posible.
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Mediante un proceso de diligente estudio crítico, la crítica textual se esfuerza por
descubrir y eliminar errores de copistas para llegar a un texto bíblico que, en todo lo
posible, sea el mismo que salió de las manos de los escritores originales.
Muchos de los manuscritos bíblicos no fueron preparados por escribas profesionales,
sino por cristianos de escasa educación (especialmente en los primeros siglos). La
caligrafía deficiente, las muchas faltas de ortografía y otros errores de copia debidos a la
poca preparación en el arte de escribir, muestran que así fue.
Los manuscritos más antiguos del Nuevo Testamento se escribieron sólo con
mayúsculas, sin espacios entre las palabras, sin signos de puntuación y sin acentos; por
lo tanto, era fácil que el ojo inexperto leyera mal ciertas palabras. Además de todas las
variantes involuntarias ocasionadas por imperfecciones humanas, aparecen otros
cambios en algunos manuscritos posteriores que revelan un esfuerzo intencionado por
mejorar el texto. A fin de reconstruir un texto que sea lo más idéntico posible al original,
el investigador debe clasificar esas variantes y escoger entre ellas.
Esto implica una ardua labor crítica hecha científicamente. Se sabe que hay más de
5.200 manuscritos del Nuevo Testamento griego, esta gran cantidad aumenta la obra
del especialista en crítica textual; sin embargo, esto es lo que le permite conseguir
resultados más fidedignos y satisfactorios que los que hubiera obtenido si sólo tuviera a
su disposición unos pocos textos antiguos para sus comparaciones En primer lugar, debe
tenerse en cuenta cada manuscrito bíblico existente.
Esos manuscritos deben ser estudiados y reproducidos mediante copias fotográficas.
Estos textos quedan así al alcance de los eruditos en general, y no únicamente como
exclusividad de unos pocos doctos en la materia que quizá vivan cerca de donde se
conservan esos manuscritos. Este proceso es especialmente necesario en el caso de los
manuscritos más antiguos, pues generalmente son los más valiosos para los estudios
textuales.
Los evangelios apócrifos
El término apócrifo fue adoptado por la Iglesia para designar los libros cuyo autor era
desconocido y que desarrollaban temas ambiguos, los cuales en su mayoría fueron
escritos después del siglo II de nuestra era y rechazados por la Iglesia por contener
material contrario a la fe, esencialmente de carácter gnóstico o doscetista.
Podemos decir que existen más de 64 escritos, entre fragmentos y obras completas, la
mayoría de ellos designados por sus autores como "evangelios" con el fin de ganar
popularidad, así fueron propuestos como escritos por alguno de los apóstoles e incluso
por la misma madre de Jesús.
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Se pude decir que los apócrifos más antiguos, los que eran realmente de carácter
tendencioso, han desaparecido, siendo remplazados en su mayoría, por escritos
modificados que presentan una idea más ortodoxa. La mayoría de ellos se encuentran
en la lengua original (principalmente griega, copta o siríaca).
Todos estos escritos extra canónicos pasaron a llamarse apócrifos (de misterio u
ocultos) cuando irrumpen fuertemente las corrientes gnósticas y maniqueas de los
siglos II y III que intentaban transmitir sus revelaciones secretas a audiencias
relativamente pequeñas.
Este tipo de literatura proliferó en cuanto al tema de los evangelios pero luego saltó a
géneros relacionados con los apóstoles en el plano histórico, epistolar y apocalíptico.
Tampoco quedó reducida esta proliferación al sector heterodoxo, como el de los
gnósticos o maniqueos, ya que con el intento de aclarar ciertos puntos oscuros en la
tradición evangélica (por ejemplo, el que se refiere a la virginidad de María y a los
«hermanos» de Jesús), y de satisfacer la curiosidad general por conocer más detalles
acerca de la infancia de éste, surgió ya a fines del siglo II bajo el título de Historia de
Santiago uno de los apócrifos que han ejercido mayor influencia en la posteridad, el
llamado «Protoevangelio de Santiago».
No sólo fue en su tiempo un verdadero best-seller, como lo acredita la cantidad inmensa
de manuscritos en que ha llegado hasta nosotros (tanto en su original griego como en
sus múltiples versiones antiguas), sino que dio origen a muchas otras narraciones
apócrifas inspiradas en él.
Conclusión
La historia de la transmisión de los documentos del Nuevo Testamento nos muestra un
proceso sin paralelo con ningún otro libro antiguo.
La abundancia de manuscritos, su antigüedad y fiabilidad constituyen una base sólida
por la que podemos estar seguros que el Espíritu Santo guió el proceso de canonicidad.
De esta manera no sólo tenemos una prueba externa en la preservación de los
documentos a través de siglos y la afirmación de su autoridad por apóstoles y obispos
primitivos sino una prueba interna en el corazón de cada creyente al obrar una firme
persuasión de fe en sus contenidos revelados.
Vivimos en una época en que las iglesias buscan un avivamiento, para algunas éste
consiste en un cambio externo de formas que consideran anticuadas y la adopción de
nuevas que pasan a tomar el lugar principal.
Si consideramos la Biblia y la historia observaremos que toda reforma tuvo como causa
principal la Palabra de Dios y la oración.
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Quiera Dios persuadir a cada creyente por medio del Espíritu Santo a persistir en la
lectura y la práctica de las ordenanzas y exhortaciones bíblicas.
Así, junto con el profeta Habacuc oramos: "he oído tu palabra y temí. Oh Jehová, aviva
tu obra en medio de los tiempos". Amén
Bibliografía:
¿Cómo llegó la Biblia hasta nosotros? Compilado por Pedro Pugivert. Editorial Clíe. 1999
Historia de la iglesia primitiva (AD 1-787) Harry Boer. Editorial Unilit. 2001
https://sites.google.com/site/textobiblico
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