Miércoles 8 de Agosto de 1900 Afio IiII JTúm. 18.018 mggmmi¡¡¡¡gl¡¡¡mmmm^>v¡n lJ.'J!MiH!!f!WJ!li PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN PUNTOS DE SUSCRIPCIÓN ADMINISTRACIÓN: CALLE DE LA LIBERTAD, 16 T IK LAS PHINCIPAUS LIBKÍKUS DS HADRID T PE0VWCU8 Paria.—MM. Boyveau et Chevillet, me do la Banquo, 22. Anuneloa espaüeles.—A 25 céntimos do pcsota linoa en cuarta plana. ' Mem extranjerea y peclamoBi & precios ccnYoncionales. Cada anuncio satisfará 10 cónümos da impuesto.— (Ley 14 OQÍubre%.) Direoción telagrifloa; ÉPOOA>—MADEID nmum i M A S «¡ IA TELÉFOHO KÚM. 89 APASTADO NÚM. 101 NO SE DEVUELVEN LOS ORIGINALES IARBÍ MADRID.—Un mo8, 4 pesetas; trimüstre, I2| some*» fre, &3f año, 48. PROVINCIAS.—Un mes, B ptos.; trimestre, IS|BO| semestre, S4f un afio, 4S« Unión poafalir—Cubaí Puerto Rico y Filiptnaa.—Un mos, 7 pesetas-, trimestre, 2 0 | semestreí 4 0 | un afio, 8 0 ero. Portugal^ Oibraltar y Marruecos, el mismo precio de provincias. ' Nimero d«l día, 15 céntimos.—Atrasado, 2B< La correspondencia de Administraciia & Um Fi^tM» olmoo Bofonmí- Bedaccióa y Administraeión: LIBEETAD, 16. CÁNOVAS DEL CASTILLO.- 8 de Agosto de 1897 Tercer aniversario La figura de ü, Antonio Cánovas del Castillo es de las que, como las de Cavour y Bismarck, crecen á medida que pasa el tiempo. Los que fueron sus adversarios políticos contribuyen á eso tanto como los que fueron amigos ó subordinados. Contribuyen también los sucesos acaecidos desde el día 8 de Agosto de 1897, tan grandes, tan funestos para nuestro país, que á cada momento se echa de menog al estadista que hubiese podido oponerse á tal corriente. El tercer aniversario del crimen villano de Santa Águeda llega en circunstancias particulares. Cuando ocurrió aquél, no faltó en la Prensa europea, no obstante lo hondo de la impresión, quien apuntase que el asesinato tenía, en algún modo, carácter de represalias, ni quien excitase á cierta blandura para con los anarquistas. Hoy, la tribuna inglesa y la italiana; lord Salisbury, jefe del Gobierno británico, y el Sr. Saracco, que lo os del de Víctor Manuel III, repiten que la opinión en Europa juzga con peligrosa benevolencia de las empresas anarquistas, y que el móvil que más contribuye á ellas es el afán de notoriedad de los afiliados en esa secta. Cayó bajo el revólver do uno de esos fanáticos Cánovas del Castillo por ser, una eminencia, una figura de importancia europea; por el ruido mismo que había de producir su caída: no porque fuese partidario do la represión á todo riesgo, ó indiferente á la condición y á la suerte de la clase popular, la más numerosa de la sociedad. Era hombre que, en su vida privada, como en la literaria y en la política, tributaba culto al sentimiento, anteponiéndolo alguna vez á la razón de Estado, como lo prueba el haber conservado hasta la vejez las amistades que trabó en la juventud. Y entre esos sentimientos, el de humanidad y la compasión hacia el desvalido ó hacia el perseguido con injusticia no podían faltar en su pecho. Sin odio fué asesinado por Angiolillo, como sin odio, por máximas de perversión y anhelo do insana notoriedad, había caído antes que él el Presidente Sadi Carnot y sucumbieron de^>ués la inocente Emperatriz Isabel y el cabaleroso Monarca Humberto L Precur.sor fué Cánovas del Castillo del actual Gobierno de España on las reformas sociales y en las leyes de trabajo, encaminadas á la defensa de la niñez y de la mujer empleados en las fábricas y en las minas, y á la del obrero mismo en su ancianidad. Había hecho un estudio profundo del socialismo en nuestros tiempos, como lo atestiguan sus Froblemas conte}nj)oráneos y el ensayo dedicado á La Internacional; y, ciertamente, que los medios que propone para atajar ese mal no consisten principalmente en el empleo del rigor y de la tuerza. Como pensador, la idea á que rindió más ferviente culto 1). Antonio Cánovas fué la de «Patria*. Facilísimo sería coleccionar párrafos de escritos ó períodos oratorios de Cánovas dedicados á definir, caracterizar ó sublimar la Patria, como se está liaciendo con otros del señor Castelar. A todo la antepuso aquél, distinguiéndola con gran acierto de «Pueblo» y < Nación», y juzgándola base de la existencia de la iiltima. Amaba tanto á la suya el Sr. Cánovas, que en ese cariño encontramos la mejor respuesta á los <iue le tachan de pesimista en historia y en política. Nunca desesperó del porvenir, ni creyó imposible la regeneración. Estudiaba la historia como ciencia experimental, bajo todos sus aspectos, la interna como la externa, la militar y la diplomática, la de las aftes y la de las ideas, buscando la realidad de las cosas y las 'eyea de los sucesos, por lo mismo que tenía presente su aplicación. No es de un pesimista la frase ^^venimos á continuar la historia do España», que pronunció á raíz de la f Bififl tüurflc i óii La obra política del Sr. Cánovas del Castillo, hemos dicho otras veces y repetimos en el tercer aniversario de su muerte, no ha desaparecido, como alguien ha dicho; subsiste en sus rasgos fundamentales. Ella ha influido no poco en que esta Nación salve sin luchas civiles, sin )reponderancia del elemento revolucionario, }a temible crisis de la guerra extranjera y de la de8meml)ración del territorio. La Monarquía liberal y popular; la política conservadora distinta y diferenciada do la reaccionaria; e! prestigio del Parlamento, ú pesar do las imperfecciones del sistema electoral; las relacionesdeconcordiaentrelos partidos monárquicos habilitados para turnar en el Poder; la desaparición ó desuso de la vieja teoría de los partidos ilegales, sustituida por la más prudente de no ser ilegales siAo las pociones; todo ese edificio nuevo, levantado en los primeros años do la Restauración conforme á la mente y al anhelo patriótico del Sr. Cánovas, secundado por el jefe del partido liberal, está ea pie hoy día; y contra sus cimientos se estrellan las embesti- \ das de los partidarios del pasado, como las de los que quieren la revolución. El Gobierno del Sr. Silvela, continuador de aqu.ella obra, y los grupos conservadores», resueltamente canovistas, pero que se mantienen respecto del primero en actitud independiente, debieran, á lo que creemos, tener presente lo qu« acabamos de expresar: aqu>'l, para pro. curar con toda eficacia y comofinprincipal de su política reintegrar el partido conservador en su primitiva unidad; éstos, para anteponer las ideas y los hechos á las personas y á los motivos personales, aun siendo legítimos. Hacerlo asi, sería mostrarse todos dignos de recoger la herencia y de proseguir la obra de don Antonio Cánovas d^l Castillo. '.. ———a—•»»—"• • - — La campaña anglQ-"boer„ C o m b a t e s e n e l T f i U s v a a l y Oransfé. Los últínios despachos recibidoá lifer en Londres conttrman que durante los días 5 y 6 han o?>írrldo varios combates al Oeste de Pretoria, en las márgCI}'''' del río Eland. No dan cuenta dichos telegramas del final de los oombates; pero se supone quo han dado por resultado que los generales Carrington y Ilamilton puedan socorrer á la guarnición de Rustenburg, sitiaría por los boerf, pues se sabe que diclia guarnición se ha retirado á Zfcerast. De Orange se ha tenido una noticia satisfactoria. La población da Harrismlth se ha rendido al general Macdonald. Este hecho ha permitido restablecer la comunicación ferroviaria con el Natal. CÁNOVAS ( F R A G M E N T O S DE UN ARTÍCULO) El carácter de Cánovas Cánovas ocupaba en la sociedad española un lugar aparte, una posición especial por lo preeminente. Desde la Restauración acá, sólo Castelar ha compartido con él esta hegemonía espiritual, esta autoridad moral que nada tiene que ver con la autoridad material del mando, ejercida en igual medida por otros hombres, ni con el prestigio pasajero de la popularidad quo tan rápidamente cambia de titulares. Uno y otro, Cánovas y Castelar, eran para los extranjeros las dos grandes figuras españolas de nuestra época, y lo mismo para sus compatricios, aunque entre éstos negase, á veces, la pasión política lo que el convencimiento íntimo de la generalidad afirmaba. Poco antes de la tragedia de Santa Águeda discutióse cierta alusión que un escritor francés hacía en una revista «al hombro quo en España conocía mejor su tiempo y los tiempos pasados, su país y los demás países». A nadie so le ocurrió quo el texto pudiara referirse sino á Casteiar ó á Cánovas, y hay que decir, en honor do la verdad, que primeramente se señaló á éste como la persona de tal manera designada. En ambos aparecen los talentos políticos y la pericia do gobernantes, realzados por el prestigio del saber y de la fama literaria. ¿Era Cánovas impopular, como se ha dicho? Lo era y no lo era, según la impopularidad se entienda. Si por pueblo 83 toma á la plebe y por popularidad el sentimiento que inspiran los ídolos populacheros de un día ó de una semana, no era popular ciertamente. Mas si por representación del pueblo tomamos á la masa do Dersonas desinteresadas de las luchas políticas, que irorma esa opinión neutr»!, tan numerosa en Eápafla, y por popularidad la eonñanza en las dotes y en la buena fe do un hombra pública, bien puede decirse que era popular Cát-ovas. En los m')raentoj de pesimismo respecto á la cuestión dé Oaba y la actitud do los Estados Unidos, era frecuente oir á personas imparciales: «¡Gracias quo está Cánovas! ¡Sólo ól puedo sacarnos de este, atolladero!» Era, sin embargo, más respetado que amado, aunque inspiraba viva afección á los que le trataron con alguna intimidad, y ejercía grandísimo ascendiente, verdadera seducción- -la seducción del genio—sobre cuanto^l,él se acercaban. Pero los que no le conocían," ó le conocían sólo superñclairuMiie, ae la figuraban muy otro de lo que era. Do ahí la leyenda de su soberbia, que interpretada caprichosamente por personas quo sólo conocían á Cánovas por las caricaturas y los chistes de los periódicos, hacía creer á muchos que D. Antonio ora un señor de muy mal genio, que miraba á todo el mundo por encima del hombro y que hablaba siempre con el entrecejo fruncido. No; no era soberbio Cánovof, on el sentido quo sB figuraba el vulgo. Tenía, sí, el noble orgullo del hombro que so lo debe todo á sí mismo; la plena conciencia de la dignidad debida á lo que era y representaba en España; pero esa altivez la ejercitó sólo con los grandes y poderosos, ante los cuales puede decirso que nunca cedió poco ni mucho, dando un ejemplo de decoro y de respeto á sí mismo por demás raro en estos tiempos de flexibles espinazos. Pero cualquiera de los personajes nulos á quienes hizo D. Antonio de la nada, en un momento de condescendencia disculpable en aquel hombro que lo podía todo, tiene más sobei'bia y se da más tono quo Cánovas, el cual se humanizaba con los humildes y no tenía á menos departir un rato con la Canuta del Retiro, ó tratar como á compañeros á los chicos de la Prensa que le esperaban eu las escaleras de la Presidencia. Mejor que nadie saben los periodistas que no era Cánovas el hombre intratable y endiosado por que se quería hacerlo pasar. Era do más fácil acceso y de trato más llano y afable que cualquiera de los infinitos ministros que han llegado á serlo en España sin haber debido pasar jamás de jefes de negociado do tercera clase. Esta justa altivez de Cánovas, tan desfigurada por la leyenda, era uno de los rasgos, eminente mente españoles, de su carácter. Era la altivez del QastdUmo leal que pinta en su maravilloso romance el duque de Rivas; la conciencia de la propia dignidad y del propio valor, sin la careta de la falsa modestia, que es ur a forma solapada y embustera del orgullo. Cánovas era un espíritu ominentomente aristocrático, que rendía culto á las más nobles aspiraciones intelectuales. Pero convencido de que pertenecía por derecho propio á la más elevada, más antigua y natural de las aristocracias, á la aristocracia del gonio, jamás quiso buscar en distinciones y títulos exteriores la consagración do su categoría. El, que después de la llesíauración recompensó con honores y títulos nobiliarios á sus auxiliaren, no quiso nunca llamarse más que D. Antonio Cánovas. Como Bismarck, ou:indo Guillermo II, al despedirle, le condecoró con un aparatoso ducado, podía decir que un título no le hubiera servido más que papa viajar do incógnito. lograda ni en camino de lograrse, la unidad penicsular quo parecía ser el término natural de la evolución histórica do los Estados regionales españoles. De ahí su deducción amarga, pero verdadera y de provechosa enseñanza, do quo debíamos liialtarnos á conservar nuestro patrimonio, si nos era posible, absteniéndonos de todo linaje de aventuras y do todo sueño do engrandecimiento. : Es de notar, y muestra cuan sólido era el juicio histórico do Cánovas y cómo no enturbiaban la claridad de su inteligencia esos vapores de 9Tgullo y endiosamiento de que tanto se ha hablado, que aquel hombre quo había sido uno de los principales factores do la historia do su tiempo y do BU Patrió, que hahia licñio la historia en algún momento, no se dejó arrastrar por la seducción de osa teoría aristocrática, según la cual la historia de los pueblos es, ea primer termino, creación y obra de los héroes, de loí! grandes hombres ú hombres providenciales. Lejos d¿ seguir esta doctrina histórica que viene á representar la etapa del pensamiento que, en el orden lógic^, inmediatamente signo á la interpretación teológica de la historia, y aun so confundo con ella presentando en cierto modo á los héroes ó personajes provideno|alos como sucesores de aquellos dioses y semidiosos ique, según las fábulas primitivas, fueron los instríiotores de la humanidad en artes, leyes y costumbres; lejos de esto, Cánovas entendía la historia á la njjBdtu'na, como resultado de muy complejos factoreí, pero principalmente de las condiciones naturales áe cada pueblo, así las tocantes al territorio como las referentes á la raza de sus pobladores. Es tanto más notable esta elevación del pensamiento de Cánovas como historiador, cuínto que en España los estudios históricos han teni«o modernamente muy escaso florecimiento. Con raras) excepciones, apenas hemos tenido otra cosa quo invfletigadoroB de segundo orden, de esos que pudieran, llamarse albañiles de la historia, á los cuales corresponde la indispensable pero no genial tarea do ir acopiando datos y materiales para el verdadero liistoriador. La historia no se reduce á eso, como la arquiteaíura no se reduce al acopio do piedras, ladrillos y argamasa, sino, que supone el plan inteligente del íirqui tacto y la disposición armónica y adecuada de los materiales, con arreglo á ese plan. No hay que decir lo mucho quo se destaca la figura de Cánovas histmiador (que era, siguiendo la comparación, arquitecto) de entre todos esos modestos operarios de la historia i-acional, rebuscadores más ó menos afortunados en archivos y bibliotecas, embebidos por lo común en la persecución de las migajas históricas que dejaron abancTonadas ú olvidadas sus predecesores, y co;isagrndo9 casi siempre á la averiguación do esos mermíios antecedentes y detalles más propios para satisfacer la curiosidad do los eruditos que para hacer variar el curso del pensamiento histórico, i)resentando bajo nueva faz y con nueva luz personajes y sucesos. La vida y la muerto- de Cánovas La-vi4« do CJ4nQy#ftfi3 arnioB\nr"> ^Rmpleta; envidiable, en cuanto so puede juzgar per ápviriencias. Uda de esas vidas que ofrecen la realización do las más altas aspiraciones del hombro. Llenó plenamente su misión en el mundo. Realizó cuantas ambiciones generosas pudo abrigar eu lo.^ días de su mocedad pobre y obscura. La gloria, el poder, la felicidad doméstica, cuantos fantasmas seductores pudieron cruzar por sus sueños de m-inccbo, lo acompañaron luego on su peregrinación por la vida. Hasta el amargo trance do la muerte, que á todos los hombres hace iguales, se revistió para él de formas trágicas y apartadas de lo vulgar, que provocaron general consternación y pusieron un coronamiento dramático á aquella noble y bella existencia. La muerte, mirada desde el lado humano y prescindiendo de la fe en otra vida mejor, es siempre un mal. Cuanto la anticipa es también un mal. El mismo Aquiles dice á Ulises que más vale ser humilde patán bajo la luz del sol, que Príucipe en la mansión de las sombras. Pero parece que á loa grandes hombres les disminuyen menos que la muerte natural estas muertes trágicas en que se cae en postura de combatiente. APÍ murió Cánovas: en la plenitudde su poder, esperanzado acaso con el triunfo, tras la áspera y penosa lucha de loa dos años últimos do su vida;como el general que recibe de improviso una bala, cuando la batalla está indecisa y las banderas ondean aún con promesas de victoria... E. GÓMEZ DE RAQUERO. (Madrid, Agosto 1897.—Do l.a España Motti^rtia.) TERCER iHiVEfiS&RIO DE U MUERTE DEL S E M CÁNOVAS m CASTILLO E]s| S A N T A ÁGUEDA Al cumplirse hoy el tercer aniversario del trágico drama que tuvo lugar en Santa Agtieda el 8 de Agosto de 1897, la opinión de todo el mundo se halla de nuevo penosamente impresionada por el doloroso y reciente efecto de otro drama no n^enos trágico y sensible: el del asesinato del Roy Humbsrto 1 de Italia, en Monza. . -i. j i Derivados de una misma causa agitadora, el anarquismo, estos sangrientos sucesos han veCánovas historiador nido á herir las sociedades y los gobiernos mejor constituidos, con una periodicidad faTenía en grado eminente las cualidades literarias tídica y con una frecuencia aterradora. Primeexigidas para el cultivo de la historia como arte. Poseía el don de evocar lo pasado en reprosonlacioues ro Sadi Carnot, ilustre y supreino magistrado do vivo colorido; su estilo clásico y mrijostuoso so de la República Francesa; después Cánovas del amoldaba á maravilla á la severidad de las relaciones Castillo, el insigne eslidista esp:iñol á quien históricas; sin incurrir en el arcaísmo exagerado de su patria debía tan beneméritos servicios, su tío el Solitario, pertenecía por su castizi estilo á la como á Bismarck Alemania, coiuo á (-avour familia de lus Molo y loa Hurtado de Mendoza, como Italia y como á Thiors l''raneia; tras Cánovas éstos á su vtz fueron, en algún modo, sucesores do Tácito, Tito Livio y Salustio. Y no eran menores en del Castillo, la inerme y triste Emperatriz IsaCánovas las dotes pertenecientes, no ya á la forma, bel de Austria, y frustrada la tentativa de hisino á lo interno de la historia, al esclarecimienio, inpido contra el Príncipe de Gales, ahora el terpretación y juicio de los sucesos. Rey Humberto de Italia, á quien, tanto por Historiador de sucfesos particulares en sus Editdios sus prendas personales como por su amplia sobre elreinmlo de Felipe IV; cultivador de la historia significación en el seno de las democracias anecdótica y blo^ráílci} en El Solitario, penetra, sin emancipadas, debía considerarse exento de esembargo. Cánovas en las profundidades de la hist irla tas terribles sentencias^ pragmática y filosófica. Su teoría de la parte de azar Cuando hace pocos días el telografo nos co; quo hubo eji el predominio de España en el siglo x vi; municaba la sangrienta tragedia de Monza, ni de la desviación caugada en el cauce natural de nuestra historia por el matrimonio do Doña Juana la uu momento titubeamos en protestar del criLoca, y de lo inestable y pasajero que había do sor men y en enviar á Italia la sincera y cordial forzosamente aquel período do grandeza, debida á asociación de nuestro duelo. Cuando ciertas eausas que no tenían por base las condiciones naturareprobas indulgencias comenzaron á atenuar les y ecOnóiiiicag del país, es do lo mas profundo que la responsabilidad del crimen, acudiendo á se ha pensado y dicho ttobra la historia do España, esas sensiblerías del corazón que equivalen á por eso quizás la ignorancia y la patriotería de oropel una encubierta condescendencia con el horror se cebaron con preferencia en sus ataquen a Cánovas, en estas verdades, máa útiles y patrióticas que h s ficdel hecho oriminoMO, salimos á la defensa de ciones de la historia, no ad usum delpMnis, sino peor, la augusta víctima, rectificando las imputaciopara uso y adulación del vulgo. nes malignas que con la pretendida miseria de Cánovas amaba la tradición española, pero no con Italia se echaba entre el acto delincuente y el pasliin itracjonül quo le cegara el entendimiento. nefando sacrificio. Y, ciertamonto, nos corresVeía, pues, el oaráci'er aüoidcatal do aquella grandeza, pondía esta conducta, quo no era una simple lograda por otros caminos .v en ciapíesus diferentes consecuencia de la lealfed do nuestros princida las que la naturaleza de las cosas p!ir.;cian haber pios, sino'un impulso que recibíamos de parta -«rCftdo Ú. Kspaílai oopteroplaba luego el desarrollo y de lá verdad y de la justicia. Pero al reccrdar. *"• ,„,.'*''*<i de Id ipovitable qooaqonüia, el afjotaaún abiertas las heridas auo han cortado al ^ í i n C l a Dérdiu: '*5l poderío, la daamombracion del Rey Humberto el hilo de ía existencia, aquee " Í S Í m ? e r t y tras laHÍ'^a Sftcriflclos y luchas, no llas otras imputaciones que sobre la víctima ilustre de Santa Águeda, cuyo luctuoso sacrificio hoy se conmemora, fraguaron otras malignas sugestiones y fueron admitidas hasta por los (lue por su posición en el mundo de la publicidad tenían el deber imperioso de ser prudentes y cautos, no podemos dejar de sentir una viva amargura, aunque creemos (jue es la ocasión de formular las defensas que á su tiempo impidió el tumulto de los sentimientos impresionados. Delante tenemos un haz de periódicos italianos de Agosto de 1897. Ninguno se salvó de la sugestión de aquellas condesoendencias, que hoy Italia consideraría como una ofensa si sobre el cuerpo ensangrentado del Rey Humberto en cualquier país amigo se adoptasen por regla de conducta. Todos cayeron en el lazo dp la malignidad, y, cuando aún se repasan aciueUos escritos, quo quedan vivos en las colecciones de los periódicos, como documentos del tiempo, se nota con tristeza que de sus últimas conclusiones en el drama de Santa Águeda, la virtud fué la del reo-, y que, para ellos, el reo verdadero fué la ilustre y sangrienta víctima. Acudamos al ejemplo, y puesto que ningún lector de LA ÉPOCA habrá que no entienda como de lengua propia treinta líneas escritas en italiano, reproduzcamos algunos párrafos como salieron en la Prensa de Italia. La Tribuna, de Roma, del 10 de Agosto de 1897, dos días después del asesinato de (Cánovas del Castillo, agí decía en su artículo titulado Gli attentati anarchici: EL INGENIO DE CÁNOVAS Comofilósofo,como orador, como hlstoi'iador, como crítico, sociólogo, poeta y bibliófilo, ha sido juzgado el insigne estadista cuya muerte lloratá siempre España; pero hay una fase de su espíritu que no ha sido especialmente objeto de estudio; nos referimos á Cánovas causeur, á Cánovas hombre de ingenio. Sus frases y sus agudezas corrieron en vida, como corren después de muerto, do boca en boca, ponderándose lo cáustico de algunos de sus dichos, celebrándose lo espontáneo de sua juicios satíricos, de los cuales conservarán, los que de olios- fueron objeto, recuerdos imborrables. Cánovas, tanto en sus discursos políticos ó académicos como en sua obras do historia, crítica ó filoso-, fía, refrenaba con mano dura todo lo que pudiera trascender á sátira, todo lo epigramático y festivo. liara vez escapábaaele en sus serenas glosas y reposadas páginas algo que pudiera herir ol amor propio de BUS adveraarios ó de aquellos que defendieran teorías con las cuales él no estuviese conforme. Su tolerancia llegaba hasta el respeto, y ni en las lidos apasionadas del Congreso, ni en los ceremoniosos certámenes do loa Ateneos y Academias, empleó máa que rarísima vez la ironía, y esta siempre contra las ideas, nunca contra las personas. El ingenio, el gracejo, el chiste y ol donaire reservábalos Cánovas para la conversación familiar. Este aspecto del gran estadista es el que ligeramente vamos á bosquejar en los presentes renglones. " No sabemos si por condición de nuestro espíritu grave y ceremonioso, 6 por cualidades étnicas que sería muy largo y difícil estudiar, ó acaso por la ampulosidad periódica de nuestro idioma, acontece entro nosotros que no hay más que dos maneras de estilo: ó el grave, circunspecto y grandilocuente, ó el bajo y »Tra i fatti apecifloi e contingenti che hanno dato e chocarrero; el estilo de Don Quijote ó el de Sancho; danno occasione alie imprese feroce dell' anarchismo, Fray Luis ó Queredo. Y esto que sucede en el lenguanoi poniamo primo di tutti 11 sistema cieco di ripresje escrito, aconteoe «nel lenguaje hablado. Aquí hay sioni che i Governi credono efflcaee ad impediré la oradores admirables y* oradores de chascarrilloa, rinnovazione di quelle imprese. Nessuna indulgenza abundantes en galos gordaB} lo que por regla general per il dolitto; su questo tutti gli uomini onesti sonó d' no abundan son verdaderos cavseurs, conversadores, accordo; ma nessuna concessione egualmente a quello gentes de esprit, arte en el que tan maestros suelen ser spirito di reazione, il quale allontana, per naturale ed loa franceses. ingénita tendenza, le masse dal reggitore della pubbliRUCosa. Algunas excepciones tiene esta regla, y de ellas forBJaron parte Miguel de los Santos Alvarez, .lo.séda »Ora questo masse sonó uno dai; ooefflcieníi piú poCastro y Serrano y Ramón Rodrigue* Correa, cuyas deros! doír opera tutolateioe dal Governol II loro frases han quedado estereotipadas eu cuantas personome é: opiniono publica, ne 1' oppione ptttolica acoomnas las oyeron. Ingenios agudísimos los tres, cuyas pagna i violenti, sopratutto cfUttiido m «fee piú utile ingeniosidades, esparcidas y derramadas como el dedolía violenza sarebbo 1' azione oducatóot dolía legge, rrochador arroja BU dinero, podrían llenar volúmenes la cui osservanza scrupulosa scenda dfgU' alto come enteros, y que tanto como sus libros (y alguno de olios, pioggia benéfica á letificare le popuilBloni, o ad inoonio Castro y Serrano, los escribió «xoelente.t) alcannamorarle dell' ordine. zaron justa y envidiable fama. Cánovas, á sus ex»Noi parliamo qni di un attentato feroce in Spagna. traordinarias dotes, reunía esta cualidad de que veniEbbone chi oi saprebbe diré qnanta parto, abbia avamos hablando. lo, quanta inlluenza abbia eaevcitato per determinare El (atento superior es un Proteo; varía do forma, quel delitto 1' opera del Governo ibérico di fronte agli conservando siempre en toda su integridad su fuerza, aíiaroMci di Moajaich? J. lettori ricordano la dMK5i*i-. i5noiH,í5, lj.alilando en familia y empleando «u privizioni orribili delle torture inflitte á costoro nelle caregiaoB Inteligencia en )á conversación, eía tan «n<lcere di Baroellona; ricordano il ribrozzo provato di nente éomo alzando su voz autorizada y elocuonto en tutta I* Europa bivilo per un processo militare che evo- . los Congresos, ó ilustrando los hechos de su I*atria en cava i tcmpi piú tristl doU' Inquisiziono; ricordano las permanentes hojas del libro. che parfino un ufflciale spagnuolo, il quale aveva proSu ingenio, como su talento, siempre fué oro de so parte como giudico in quel proceso, assalito dai pero él ni lo eslimaba, ni lo apreciaba, ni lo regarimorsi, fini per suicidarsi. Ebbeno, poste questo df>lo~ ley, teaba, ni lo economizaba. Dios so lo había dado como rose .inemorie, d risiiosto coi discorsi violenti promm- por añadidura á su talento, y él lo regalaba, ni más ni ciati d Pariyi, il ¡jitirno stesst ddl' assassiyiio di Cáno- menos que el que vende obsequia al comprador con vas del Casiillo, nessuna mera vigila che Vattentato tro- lo qua en tierras de Castilla llaman el nlm>. vi unn delle sue cause sjieciftche, come abbiamo detto, Para hacer un chiste no necesitaba Cánovas forzar nel método di repressione inumano ed ülogico che fu la máquina; puede decirse qua tenía siempre aparejaapplicato agli anarchici barcellonessi.^ da y apercibida la respuesta. Quienes conocían esta • . . • • * . * . . « asombrosa espontaneidad, más todavía que do sus rasgos de ingenio debían asombrarse dó la fuerza da «NeU'assassinio di Cánovas dol Castillo hanno dunvoluntad con que contenía el chiste en momentos que una i^ran parto di reponsabilitá gli stesai uomini en quo fácilmente, abriendo la válvula de su vena politici di Spagna.» satírica, hubiera podido alcanzar para él fáciles triunfos de amor propio. ¡Cuántas veces ól, hombro supeAl recordar estos párrafos de La Tribuna, rior en sujtrato con toda especie de personajes, damas, de Roma, de 1897, y otros de otros periódicas ministros. Reyes, habrá visto el lado cómico de situaciones, frases, errores y debilidades, lucrcoo doras italianos de ideas tan monárquicas como La quisa sátira acerada! Jamás en talos ocasiones Tribuna, no habíamos de pretender entrar en abusó, de ni aun uhó del cliiste. estos momentos de intenso dolor para Italia en Es esta propensión satírica tirano que á VPCOS aa una polémica, tardía ó inoportuna, con nues- impone hasta á los hombres de superior talento. Es tro colega de Roma, que hubiera do entenderse muy general el hombre de ingenio agudo sacrifipor algunos prestaba armas de justificación á que, a truequeque do hacer un chiste, á su propio padre. aquellos criminales, cuyos excesos hemos ana- Y esto, sin alevosía, cediendo aun impulso superior á tematizado siempre con todo nuestro espíritu. I la voluntad, como la avispa p'ca. De cierto personaje Ni siquiera podría tenor este recuerdo el me- '^ político 80 ha dicho que tiene el chiste irresptmsable. nor átomo de recriminación. Pero, al par que Y es cierto. Por decir una gracia perderá uu amigo, y ponderen su dlaléotien y su punzante el del dolor de Italia, hoy nos abruma otro re- con tal denoque so contendrá, aun á trueque de herir afoc^ cuerdo, que más de cerca nos toca, y que man* palabra, y amistades. tiene viva en nuestra alma la llaga de su per* lOsPor contrario. Cánovas -y esto quizá fuese uno dida sangrienta con la de los infortunios quo do sus eldefectos—defendía á sus amigos hasta cuando tras ella ha sentido la Patria. no tenían razón, los amparaba en sus yerros, como Toda Europa consintió en 1897 hacer sobra sostenía á los gobernadores en sus puestos aunque el cadáver del Sr. Cánovas del Castillo la pro- desatinasen. Sua chistes y frases nunca iban dirigidos contra lo» paganda de justificación de aquel crimen, que pequeflos; á la gente menuda la desdeñaba en los meetings de París, en los co'ngresos do enemigos soberanamente;.. Zurich y en el espíritu de toda la Prensa inDo la condesa de Campo do Alange, cuyo ingenio cauta, hasta de La Tribuna, de Boma, vino & ei-a asimismo notorio, se refiere que cuando alguien dar al reo del crimen de Santa Águeda cierta lo hablaba de los disgustos que sus chistes lo acarreainsensata disculpa que, ásu vez, se convertía ban ó podían acarrearlo, solía contestar: »Mi lengua mi guardia civil.» Con lo cual daba á entendw qna en el cargo de severa responsabilidad que La es del chiste como arma defensiva más bitin qp» Tribuna, de Roma, fulminaba contra- gli stessi usaba uomini politici di Spagna. Con esta responsa- ofensiva. CánoVaa tenia también contra el ingenio ajeno el bilidad quería atenuarse el infame asesinato bien templado, espada que ól manejabd con la del ilustre Cánovas. Aprovechemos hoy, en el suyo maestría de un excelente esgrimidor. H tercer aniversario de su sacrificio, el luctuoso drama de Italia, y en presencia del cadáver ensangrentado del Rey Humberto, proclamemos que en el asesinato vil del 8 de Agosto de 1897 en Santa Águeda el crimen que se perpetró no reconoció más causa que la terrible á incógnita sentencia que hirió ix)r el anarqiiismo, contra la sociedad viviente, & Sadi Carnet, á la Emperatriz Isabel, al Roy Humberto. Esta justificación ha ce.tres años la reclama desde su sepulcro nuestro insigne hombre de Estado Cánovas del Castillo. Ríndasela la primera la Italia del Rey Humberto, sumida hoy en las mismas lágrimas por la tragfdia de Monza que la España de Agosto de 1897 por la tragedia de Santa Águeda. ¡Nosotros no queremos para Italia la cadena de duras pruebas que sobre España ha pesado desde la fecha luctuosa que hoy por tercera vez conmemoramos! JUAN PÉREZ pío GÜZMÁN. La huelga de fogoneros en El Havre Comunican les telegramas dtl II^\'re«4ueJa huelga de fogoneros se ha hechín easi fioreral, uniéndose á la misTOfr el persor al de servicio á bordo. Kl Gobierno francés ha puesto al servicio de la Compañía Trasadfintica cierto nf^mero d« fogoneros de la M irina de gweyr», en su d seo de conjurar el con{licit>y de ategwrar el servicio da la Compafiíft Trasatlántica, per tratarse ^e un servicio {úbljco. Gracia) á esta Boluoidfl fia podido salir anocliQ el Bretaña. Este ingenio—ya lo hemos dicho—era constante, espontáneo ó inagotable. En los más azarosos (!fa« dei la política, después de hacer frotite á aniñas tliflcult!»des de gobierno, luego de haber dedicado odio h-uas á difíciles trabajos, de haber inspirado nu-diii docena de artículos do pericwiico, de haber celebrado vi inte conferencias, de haber preparado ó pronunciad»! na discurso, de haber quizá rebuaoado dato.'i, Doticia» históricas en viejos infolios, »a espíritu vi¡j;oro8o 6 incansable encontrábase tan ágil como si para él no existiese la fatiga ni el cansancio. Cuando daban las ocho y media de la noche, Cánovas, vestido de frac y rodeado do personas invitadas á su mesa, entro las cuales figuraban ilustres damas y hombres notables por su talento ó por BU posioión política y social, lejos do manifestar sombra siquiera da cansancio, sostenía verdaderos torneos, donde brillaba su imaginación mt-ridional y su palabra privilegiada, tan galante con laa sefloras como asfuda v onortuna con los hombrea. La controversia en la conversación, como laa inferrupoionea en el Parlamento, comunicábanlo nuevos bríos. Ponía singular empeño en vencer á su adversarlo y en apagar, por decirlo así, sus fuegos, y como entre las personas que asistían & m pasa abundaban las de talento, no pasaba noche sin que el comedor del ilüfitre.estadista fueso teatro de interesantes y amenas discusiones, dignas da ser recogidas por la taguigr^ía. Veriflcábaae una «oche (<i« esto hace ya algnntis ai\oi,\ una comida on la »lluorta». Asistían, entre otros distinguidos oonv'drtdofl, el general Riva Palacio, ya difunto, O'i'én aquel verano había hecho un viají^ por •*?*'ária9."El representante de Méjico habló con gran entusiasmo de la patria do l'elayo, haciéndose lenguas de lo pintoresco do los valles asturianos, do lo hermoso de sua montañas, y sobre todo da la majestad imponente da la cueva m Covadonija.