Algunas sospechas y conjeturas Hipólito G. Navarro Cuando Luis

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ENCUENTROS EN VERINES 2007
Casona de Verines. Pendueles (Asturias)
Algunas sospechas y conjeturas
Hipólito G. Navarro
Cuando Luis García Jambrina, el coordinador y director académico de los
encuentros, me animó a participar en la reunión de este año en la Casona de Verines,
bajo el epígrafe de “La recepción de las letras españolas actuales en Europa”, quise
inmediatamente declinar la invitación argumentando que son muy pocas, por no decir
ninguna, las noticias que tengo sobre el particular. Le comenté entonces que
escasamente puedo conocer cuál es la recepción de mi puñado de cuentos traducidos
y publicados en algunos países europeos, que podría hablar si acaso de mi propia
experiencia al respecto, bastante exigua de todas formas, y que todo lo que lograse
traspasar de ese escueto margen vendría a ser la suma de unas cuantas sospechas y
conjeturas, me temo que demasiado obvias y casi de tono humorístico por lo demás.
Como con eso al parecer podría valer —me convenció enseguida Jambrina—,
con contar brevemente esa experiencia personal en una mesa junto a otros colegas,
acepté entonces encantado, en la confianza de que el encuentro tendría ese tono
cercano, cómodo y amigable. No caí entonces en la cuenta, mecachis, de que debería
poner sin remedio y previamente por escrito las palabras con que pudiese llenar mi
intervención. Debo hacerlo ahora, demasiado tarde ya, a la desesperada, con cierta
vergüenza y con el envaramiento que me produce siempre esta labor, tan lejana de la
escritura de textos de ficción, que es la que prefiero. Me gusta hablar
improvisadamente, de la misma manera en que escribo y pienso. Creo firmemente
que lo más acertado para mí sería escribir siempre después de las reuniones, con más
conocimiento de causa. No siempre los participantes deben o pueden estar
completamente al tanto de un asunto. Es estupendo aprender de los colegas que lo
acompañan a uno, además.
Imagino, entre otras, dos líneas de interés por la literatura española en
Europa, como sucede a la viceversa, dos vías principales de acercamiento: una
meramente comercial, que sólo se interesa por traducir las obras que venden decenas
de miles de ejemplares en nuestro país, y que tiene que ver más con el amor por los
números que por el amor a las letras, y otra vía más secreta y minoritaria que transita
por los caminos de la generosidad editorial y el cariño por la literatura sin más
aditamentos.
Nada sé de la primera, como no sean cantidades, estadísticas y volúmenes de
negocio, que en muy poco me afectan. Tan sólo me apabullan las cifras de tirada de
las traducciones al inglés y al alemán de algunos de mis cuentos recogidos en los
libritos del premio Mario Vargas Llosa que la cadena de hoteles NH distribuye por
sus establecimientos europeos. Ignoro si la lectura de esos libros la acometen viajeros
exóticos, o sólo peregrinos españoles, ahora que todos viajamos tanto. La labor de
difusión de autores patrios de esa colección de libritos me parece sobradamente
importante, en cualquier caso.
De la segunda línea, sin embargo, me tocan mucho más cercanamente tres o
cuatro aventuras literarias, de menor vértigo pitagórico pero sin duda infinitamente
más ricas y estimulantes.
Una de ellas guarda relación con las posibilidades de promoción de autores y
letras españolas en Europa —y también en el mundo— a través de los actos que
tienen lugar en las diferentes sedes del Instituto Cervantes. El vivo interés que existe
por el castellano en Grecia, por poner un ejemplo que conozco bien gracias a un
colega que también hoy nos acompaña, se traduce en la existencia de alguna que otra
mediana editorial muy interesada por los autores españoles. Es el caso de la firma
ateniense Opera y su editor George Miressiotis, que ha publicado y publica obras que
están muy lejos de ser multitudinarios éxitos de ventas, pero de indiscutible calidad
literaria, como las primeras novelas de Javier Azpeitia, así la temática helena de
nuestro amigo también ayude lo suyo. Tengo pocas noticias de la repercusión de mis
cuentos vertidos al griego por Kostantinos Paleólogos, es bastante probable que
tengan muy poca o ninguna, pero confieso que me gustan especialmente, porque
puedo contemplarlos antes como dibujos que leerlos como escritura, y eso está bien.
Otra de esas aventuras que me interesa comentar es la buena recepción
alemana de la antología de relatos “Dos veces cuento”, preparada en 1998 por
Joseluís González para Ediciones Internacionales Universitarias y traducida en
Austria en 2005 por el sello editorial Fassbaender. Un cuento con la música como
argumento principal, traducido y publicado en Viena, fue mi mejor regalo para el año
Mozart. Conjeturo que será también bastante significativa la recepción que se pueda
obtener de nuestras letras gracias a publicaciones de índole universitaria, dirigidas a
estudiantes y profesores. La antología “Cuentos contemporáneos” preparada por Ana
Rodríguez Fischer en 2001 para la editorial SM se utiliza desde hace años como libro
de trabajo en la Victoria University de Wellington, en Nueva Zelanda.
Pero existe todavía otro episodio literario verdaderamente jugoso e
inolvidable para mí que no quiero dejar en el tintero: la puesta en marcha y el
mantenimiento, junto con un grupo de entusiastas autores portugueses, de una
publicación bilingüe que alcanzó a difundir en sus páginas los textos de más de
noventa autores en los seis números que alcanzó de vida. La revista, de cabecera
“Canal”, se editaba en Lisboa, dirigida por el aparentemente incombustible Augusto
Oliveira Mendes, con el apoyo de la Cámara Municipal de Abrantes, y dio a conocer
a un gran número de autores españoles en el país vecino. Sus traductores más
animosos y conspicuos fueron José Bento y José Colaço Barreiros. Me pareció
admirable entonces que un grupo de jóvenes autores y traductores lusos tuviese
tantísimo interés por una nómina de escritores españoles que ahora son muy
conocidos aquí pero que entonces, en los años 98-99, cuando se editaba “Canal”,
eran prácticamente invisibles. No era el caso desde luego de José Manuel Caballero
Bonald ni el de Guillermo Carnero o el de Antonio Pereira o Francisco Brines, pero
sí los de Harkaitz Cano, Antonio J. Desmonts, Karmelo Iribarren o quien esto firma.
Lástima que tuviera que sobrevenir tan pronto un final truculento a la
experiencia de Canal. Era tal el entusiasmo de Augusto Oliveira Mendes, su director,
que él mismo se encargaba del trasiego de textos y ejemplares —no eran aún los
tiempos fáciles de Internet y el correo electrónico— entre Lisboa, Sevilla y Lisboa.
El día que llegó con el número cinco recién impreso y la furgoneta a reventar de
revistas, atropelló desafortunadamente a una joven sevillana que circulaba en moto.
Meses después, cuando ya estaban en marcha los trámites judiciales del accidente y
las indemnizaciones por una tonta fractura de clavícula, Augusto llegó con el
cargamento de ejemplares del número 6, y se marchó enseguida, no sabría decir
ahora si huyendo del pleito o a la busca furiosa de más accidentes por venir.
Atravesaba muy de noche las montañas de la Sierra de Aracena y los Picos de
Aroche, enhebrando las curvas del norte onubense camino de la frontera, cuando en
uno de aquellos meandros de asfalto desportillado, en su traidor despeñadero,
quedaron clausuradas definitivamente y a un tiempo la humanidad grande de Oliveira
Mendes y aquella hermosa aventura de la revista Canal
Poco más puedo extraer de mi experiencia europea. Por cercanía tal vez, y a
través de los intercambios que propicia cada año la Fundación Caballero Bonald con
nuestros vecinos de África, tengo más referencias de la existencia de un verdadero
interés por las letras españolas en Marruecos. Y por la colaboración en muchas
antologías del género cuento, también en América, en la del Sur, la que es menos
Europa. No sé, en el último segundo redactando estas notas, me ha venido una fuerte
melancolía mexicana, argentina, chilena... y magrebí. Lo siento.
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