Guardiola en Sinaloa: Quesadillas, fútbol y narco corridos Antes de tocar el cielo en el banquillo del Barça, Pep Guardiola pasó por el infierno. Durante cuatro meses, hasta abril de 2006, agotó sus últimos tragos como futbolista en las filas del Dorados de Sinaloa, en la ciudad de Culiacán, epicentro del México narco, masacrada por los asesinatos, la droga y la corrupción, uno de los lugares más peligrosos de América. Apenas jugó 10 partidos, 793 minutos en total. Marcó un gol. Su equipo, entrenado por su amigo Juan Manuel Lillo, acabó en Segunda tras un rocambolesco y extraño culebrón. Esquire viajó hasta Culiacán para reconstruir la burbuja de Pep en la capital del narcotráfico. Vino tinto, guacamole, tesón, jamón serrano, frustración y aire acondicionado. ¡Ándale, Pep...! por Bernardo Gutiérrez ilustración ata 122 e s q u i r e m a r z o 2 0 1 0 123 H ace tiempo, pensaba que podía controlar mi destino, pero la vida te va llevando y llevando. ¿Cómo iba a imaginar que podría acabar jugando aquí?”. Pep Guardiola habla distendido con Deicy García, la periodista que ha conseguido la exclusiva del siglo: una entrevista en profundidad con Josep Guardiola i Sala (una de las poquísimas que ha concedido en los últimos años) para Tiempo Diario, una humilde publicación de Culiacán, capital del estado mexicano de Sinaloa. Corre la última semana de abril de 2006. El día 29, el Dorados de Sinaloa se la juega contra los Pumas de la Ciudad de México. Es el todo o la nada. Sólo la victoria garantiza la permanencia. Guardiola no sospecha que está a punto de sufrir una de las mayores decepciones de su vida deportiva. El partido del año (o del siglo, qué más da) acaba finalmente con empate a cero. El Dorados baja a Segunda División. Y no por deméritos propios. Aunque el Torneo de Clausura 2006 no ha sido tan malo (4 partidos ganados, 10 empatados y 3 perdidos), un enrevesado sistema de porcentajes –donde cuentan los años anteriores– les hunde. El diario El Debate, el más importante de Culiacán, mancha su portada ese 30 de abril de un rojo drama: “Se acabó el sueño dorado. El San Luis dio al final una dramática voltereta para vencer 2-1 al Atlas”. Un día después, 1 de mayo, Guardiola entona el tocata y fuga. Desaparece para siempre de Culiacán. Antes de irse, unas declaraciones contra la Liga Mexicana llenas de rabia: “Esto es una farsa. Hay muchos equipos que juegan por nada; saben que incluso perdiendo todos los partidos no van a bajar”. La portada de El Debate reserva un breve espacio al “doble descenso de Dorados” (el filial del equipo también baja de categoría), pero los titulares se reservan para un tema habitual por esos lares: la sangre. “Con 36 ejecuciones se cierra el recuento policíaco del mes de abril. Con esta cifra suman ya 170 homicidios de alto impacto los registrados durante los primeros cuatro meses del 2006”. Realidad pura y dura para el último día de Pep en Culiacán. Atziri Salazar Sandoval, una joven de 15 años, muerta en una casa abando- 1 124 e s q u i r e m a r z o 2 0 1 0 nada; José Hernán López, asesinado a balazos al tratar de frustrar un asalto en una farmacia de la colonia Humaya. Muerte a palo seco. Es el Culiacán way of life. Y entonces surge el asunto, la pregunta que nos ha traído hasta este rincón olvidado del planeta: ¿Qué destino ingobernable empujó a Guardiola hasta esta peligrosísima ciudad, cuna de los más míticos líderes de los cárteles mexicanos (Joaquín El Chapo Guzmán, cabeza del cartel de Sinaloa; el legendario Amado Carillo Fuentes, Señor de los Cielos, líder del de Ciudad Juárez; o Félix Arellano, número uno del de Tijuana)? ¿Por qué carajo el mejor entrenador del mundo pasó cuatro extraños meses detrás de una pelota [foto 1] en el mismo lugar donde arranca La Reina del Sur, la narconovela de Arturo Pérez Reverte? ¿Cómo demonios pasó Pep este breve tránsito por el infierno antes de tocar el cielo (y cantar el Viva la vida de Coldplay entre título y título) desde el banquillo azulgrana? Para eso hemos venido hasta aquí. Para intentar comprender. Tras las huellas de Pep. Quitémosle hierro al asunto. Bueeeno, vaaaale, aceptamos Culiacán como ciudad tropical a la verita del Pacífico. Finjamos que no tenemos ni idea de su lado oscuro. Vamos a creernos a pie juntillas lo que dice el folleto turístico. “Los ríos Humaya, Tamazula y Culiacán cruzan la ciudad 2 manteniendo un precioso entorno ecológico, razón por la cual Culiacán es conocida como La Ciudad Jardín de México”. ¡Hum, me gusta! Un mediodía tórrido al otro lado del cristal de la furgoneta, un trópico cuasiturístico. Pongámonos en marcha. Eliseo Martínez, El Chevo, fue el chófer personal de Pep Guardiola. En estos momentos, ocupa el asiento del conductor, me lleva al Estadio Banorte de los Dorados. Me ha prometido un tour Guardiola “completico”. Habla sin parar de él. Se deshace en elogios. –¡Era un tipazo! Muy humilde, trataba a todo el mundo igual. El Chevo, 42 años, fuerte acento, rechoncho, simpaticote, encarna todos los clichés sobre México. El humor de Cantinflas. Vicente Fernández entonando el “con dinero o sin dinero”. Tequila. Las tijeretas de Hugo Sánchez. No calla. –El Pep siempre me decía: “¡Qué onda pinche que tienes Chevo, yo quiero hablar como tú!”. Y yo le respondía: “¡Órale, ¿pero hablar cómo, guey?”. Intento imaginarme a Pep riendo, diciéndole entre bromas: “Así, pinche Chevo”. Mientras, sigo leyendo el folleto turístico. La ciudad, enigmática/caótica, tras el cristal: “Existe una gran variedad gastronómica, hermosas tradiciones y presas donde se puede practicar esquí acuático. Por esto, Culia- cán es El Edén del Turismo”. Creo que lo voy pillando. Una ciudad jardín (turística) que es todo un edén. Llegamos. El estadio Banorte, imponente, me sorprende. Chevo mejicanea, campechanísimo. –Este pinche estadio batió el récord de velocidad de construcción. ¡Lo levantaron solamente en dos meses, guey! Entramos a los vestuarios. Huele a sudor. A pies [foto 2]. Hay decenas de botas por el suelo. Paredes desconchadas. Y una esquina mega kitsch: cruces, un cuadro con una virgen, un cutre Cristo de escayola, una vela encendida... “Antes de los partidos, los jugadores se santiguan”, me dice El Chevo. ¿Se acordaría Guardiola del lujo del Camp Nou en este vestuario que se desmorona? Aparece entonces en escena otro personaje, Víctor Manuel Mesa, Gonzito, el “utilero”, como él mismo se define [foto 3]. Un tipo muy útil que igual limpia botas que lleva agua. Útil Gonzito –22 años, gorra azul, ojos apagados– guarda muy buen recuerdo de Pep. –Nos ayudaba mucho, era muy gentil. Chevo me explica que Pep se quedó chocado cuando supo que Gonzito, el utilero, dormía en el vestuario. Así, como suena, sobre una banqueta. Me explica que Guardiola le ayudó. Vamos hacia el césped. –Mira, guey, me pongo chinito (o sea, que se le erizan los pelos) al acordarme de Pep. Se abre el telón: césped niquelao, verdísimo bajo el ladrillazo de sol del trópico. –¡Cómo entrenaba el cabrón! Se pasaba horas corriendo –dice el Chevo apoyado en la portería [foto 4]. Guardiola, en Culiacán, es recordado como un deportista Robocop. Bienvenido Míster Pep, claro que sí. Y como un ser humano de primera. Todos-toditos-todos le quieren. Las frases de sus ex compañeros de cancha hablan por sí mismas: “Es impresionante como persona y la humildad que demostró, nos daba consejos 3 a los jóvenes”, (Carlos Hurtado). “Te podrías imaginar que fuera mala onda, pero todo lo contrario, era el más tranquilo”, (Bernardo Sáinz). “Fuera de la cancha se entregó al máximo desde la banca”, (Iván Guti Estrada). Creo que el cutre-vestuario ya ha descojonado la atmósfera del folleto turístico. Fingí ser una ovejita crédula. Pero era un truco narrativo. Soy periodista. Y antes escogí bien mis armas: la entrevista exclusiva, sin transcribir, que me pasó la periodista Deicy García; crónicas de la época; reportajes que he leído. Y un buen puñado de sospechas/dudas. ¿Por qué acusó Pep de corrupción a la Liga Mexicana? ¿De dónde salió la pasta para construir un estadiote en una ciudad donde el deporte rey es el béisbol? Una aclaración previa. Imagina un país donde los clubes son franquicias, donde los empresarios compran marcas/equipos, se los llevan a otras ciudades y les cambian el nombre. Imagina que alguien adquiere el F.C. Barcelona, se lo lleva a Madrid y lo rebautiza como Sporting de la Meseta. ¡Y a jugar! En México es así. La periodista Deicy García me explica el nacimiento del equipo de Culiacán, ese edén turístico. –El Dorados es una franquicia que se compró. Antes era el Zihuatlán de la Primera A. Eustaquio de Nicolás, dueño de la constructora Homex, y Valente Aguirre anunciaron la llegada de este equipo a Sinaloa. Se convocó un concurso para renombrar al Zihuatlán y se optó por los Dorados, peces del Pacífico que “pelean fuerte y se resisten a ser dominados; agresivos y voraces depredadores” (eso dice, al menos, la Wikipedia en su entrada sobre el equipo). El 9 de agosto de 2003, la ciudad que antes perdía el sueño por un equipo de béisbol –el Tomateros–, de golpe y porrazo, se hizo fan del balompié. Dorados ganó su primer partido en casa, por 4 a 2, Conseguimos hablar con El Chevo, quien fue chófer personal de Guardiola durante toda su estancia en Culiacán. “El Pep siempre me decía: ‘¡Qué onda pinche que tienes, Chevo, yo quiero hablar como tú’. ¡Era un tipazo! Muy humilde, nos trataba a todos por igual. Me pongo chinito al acordarme de él” El vestuario del Dorados huele a pies. Las paredes están desconchadas y hay una esquina mega kitsch con cruces, vírgenes, velas encendidas y un cutre-Cristo de escayola. Me dicen que el utillero, a veces, duerme ahí. Parecen las antípodas del lujo del Camp Nou 4 m a r z o 2 0 1 0 e s q u i r e 125 Culiacán es la cuna de los principales líderes de los cárteles mexicanos. Aquí es donde, por ejemplo, arranca La Reina del Sur, la ‘narco-novela’ de Pérez-Reverte. Un lugar donde los diarios hablan de ejecutados con bragas en la boca y cabezas cortadas dentro de cajas Guardiola vivió durante los cuatro meses que jugó en Sinaloa en una suite del ‘lujoso’ Hotel Lucerna (a 160 euros la noche). Tras llorar un poco, nos dejan verla. Nada del otro mundo. Grande, amplia, ventanales al río y, en una esquina, una bici estática 5 126 e s q u i r e m a r z o 2 0 1 0 a las Cobras de Ciudad Juárez. Sorprendentemente, un año después (15 de agosto de 2004), Dorados se estrenaba en la Primera División de México. ¿Y de dónde salió el dinero? Deicy García prefiere no hablar del tema. Lo narco (aunque sea mera sospecha) es tabú en Culiacán. El único que se pone el dedo en la llaga es Bernardino Chávez, experto en corrupción y fútbol. Hace unos meses afirmó a la revista Tiempo que la cantidad del fichaje de Guardiola nunca estuvo del todo claro. “Nadie sabe lo que pagaron por Guardiola ni de dónde salió la lana (dinero). Las condiciones eran desfavorables para Dorados, pero lo trajeron”. Homex, la constructora dueña de la franquicia/equipo, es un imperio. Podría bastarle con dinero legal. Esta empresa, según su web, es líder en México con presencia en 21 estados y 34 de las ciudades más importantes del país. Fundada hace 20 años en Culiacán, ha brindado hogares a más de un millón de mexicanos. Edson Velázquez, jefe de prensa de Dorados, pasa de mí cuando intento hablarle del tema. “¿Contrato, qué contrato?”. Alto en el camino. Este reportaje necesita ahora un flashforward. Es decir, un salto hacia el futuro. Tres meses después de realizar este Guardiola-tour en Culiacán, consigo una cita con Juan Manuel Lillo en el Polideportivo de la Elipa de Madrid. Lillo, actual técnico del Almería –y antes del Hércules, Zaragoza o Real Sociedad– tiene mucho que ver en esta historia. Él era quien entrenaba al Dorados en aquellos tiempos y él fue quien convenció a Guardiola para fichar por los de Sinaloa. Charla con entusiasmo de aquella época. Eso sí, de vez en cuando, insinúa que lo que dice es off the record. –Mira, la cantidad del fichaje no era para tanto. Pep vino a jugar por mí, no por dinero. Es cierto. Guardiola siempre ha declarado su admiración y amistad con el técnico vasco. –Él sabía que venía al fin del mundo, que no había vestuarios en el campo de entrenamiento... La llegada fue bastante dura. Ahora hablarán bien de nosotros, pero nos recibieron muy mal. El vasco recuerda que la prensa trató con indiferencia el aterrizaje de Pep. Ni una portada. Nada. –Al principio todo eran sospechas. Decían que venía por la pasta, que Sinaloa era como un cementerio de elefantes, como una jubilación de oro –comenta irónico. Pep llegó tocado. Tenía 35 años y una acusación italiana de dopaje (la prensa mexicana resucitó aquel escándalo, de 2001, cuando el hoy entrenador del Barça jugaba en las filas del Brescia). –A lo mejor fue por el hecho de ser extranjeros –matiza Lillo–. No sé, rápidamente vieron que Pep no venía en plan estrella y que como persona era espectacular. Después de esquivar la cifra de su contrato y la presunta sombra narco, Lillo despotrica contra la Liga Mexicana. Y mucho. –Misteriosamente, San Luis, nuestro rival, ganaba a América y Necaxa, siendo muy inferior. Ambos, dominados por Televisa… Lillo se calla. Aquí debería ir una frase bomba. Pero entiendo que es un off the record y prefiero apagar la grabadora. El técnico vasco recuerda perfectamente cuando el 29 de abril de 2006, tras empatar con Pumas, descendieron a Segunda. –Lloré mucho. Tras el mejor historial de Dorados, nos descendieron. Pep se indignó tanto que se fue. ¿Y cómo vivía Pep? Fin del flashforward. Volvemos a la ruta Guardiola, a la furgo del Chevo, a su verbo bailarín, guey. Ponemos rumbo al hotel Lucerna, hacia sus lujosas habitaciones. Allí fue donde Guardiola vivió esos cuatro meses. Mientras atravesamos el tráfico, ojeo el Lai, un diario popular de Culiacán. La historia de portada es la leche: “Masacre con AK-47 (o sea, Kalashnikov): acribillan a tres individuos frente a un centro comercial. Hasta cien casquillos se recogieron en el lugar de los hechos”. Mientras nos acercamos al hotel, repaso El fútbol y el narco en Sinaloa, el libro de Bernardino Chávez. Estoy en el papel de periodista tocapelotas, lo sé. Pero quiero saber por qué Pep Guardiola vivió cuatro meses en una de las ciudades más jodidas de México y de toda América. Uno de los capítulos arranca en los años sesenta, cuando se desarrolló un romance épico entre el narco y el fútbol. El libro habla de Félix Torres García, el primer narco que financió a un equipo local, el Unión Tierra Blanca (UTB). También recuerda un enfrentamiento, en mayo de 2006, el mes de la huída de Guardiola, en la colonia 21 de Marzo. Dos grupos de narcos se encontraron en la cancha mientras jugaban los equipos Establo Lechero y Deportivo Monzón. Los gatilleros se liaron en una balacera. ¿Y qué pensaba Guardiola de la violencia de la Culiacán narco? ¿Tenía miedo el de Noi de Santpedor? –No hablaba del tema –me dice El Chevo quitándole hierro al asunto–. Si no te metes en nada raro, aquí se vive bien. Además, esa época fue tranquilita... Y tiene razón. 36 ejecuciones en un mes (cifras de aquel abril 2006) es una niñería en Culiacán. En octubre de 2007, por ejemplo, murieron 76 personas ejecutadas. Algunos meses, cien. Más de 8.000 narco-asesinatos en las últimas tres décadas. En la era Guardiola, la ciudad bang-bang, la cuna de los narco-ídolos, no estaba tan desbocada como ahora. Desde mayo de 2008, el ejército ha tomado las calles de Culiacán como si fuera Irak. Guerra total al narco. La situación no deja de resultar algo surrealista. ¿Cómo encajaría un jugador con una Co- pa de Europa y seis Ligas (entre otras joyitas) a sus espaldas en un edén turístico donde aparecen muertos con bragas en la boca (de mujeres con dueño) y cabezas cortadas dentro de cajas? Juanma Lillo, en otro flashforward, nos lo deja claro: “La leyenda de Culiacán es cierta. Puede llegarte una bala en cualquier momento. Pero también puede ser un lugar tranquilo. No hay que exagerar”. OK. No estamos dentro de un folleto turístico. Pero tampoco en Gomorra. Entramos en el hotel Lucerna, la ex casa de Pep. En recepción, no quieren decirnos en qué habitación estuvo. Sólo lo harán si el gerente o el supra lo autoriza por escrito. Pongo el plan B en marcha y empiezo a pronunciar “zetas” (zapato, zócalo, zorro) a destajo. “Si es que vengo desde España, zabe ustez, zólo para ezto, zoroastro...”. Funciona. Al final, Célia Ávilez nos confiesa que estaba hospedado en una Junior Suite por 3.000 pesos diarios (unos 160 euros), nada del otro mundo. Unas “zetas” más adelante consigo que me enseñen la habitación de Pep [foto 5]. Grande, amplia, ventanales al río, bicicleta estática. El Chevo me dice que Pep “no salía del aire acondicionado”. Normal. En verano la media ronda los 35º y la máxima puede llegar hasta los 45º. El tour Guardiola continúa por un salón bonito con suelos de mármol. Ahí desayunaba Pep. Consigo hablar con Octavio Quiros Cárdenas, uno de los camareros habituales de Pep. Pocas sorpresas. Vida sana. Mucha fruta. Papaya con miel. Queso Cottage. –Dejaba muy buenas propinas, un caballero –matiza Octavio. El Chevo, ya en el coche, pone rumbo a La Cocinita del Medio, el restaurante favorito del azulgrana. –Nunca le faltaba el buen vino, y eso tan malo que os gusta a los españoles, jamón serrano [risas]. José Luis Bracamonte, dueño de La Cocinita del Medio, una fonda populachera, completa un retrato robot de futbolista de ineludible paladar mediterráneo: “Todas sus comidas eran con vino tinto”. Comía, eso sí, de todo. Quesadillas, tacos, guacamole... Antes de despedirnos, El Chevo me lleva a la antigua casa de Juan Manuel Lillo, en la calle Luis de la Torna, otro de los epicentros sociales de Pep en Sinaloa. –Se pasaban horas los dos viendo partidos de fútbol. También hablaban por Internet con gente de Europa. Me presentaban a Menotti, a Valdano, a Cruyff –dice el Chevo (quizá tirándose el pegote). Intento imaginarme el Corolla Sedán de Pep aparcado en la puerta y la troupé española (Lillo, Raúl Canela –el segundo entrenador– y Javier Gimeno –su fisioterapeuta–) reunida alrededor de un partido de fútbol, ignorando las balas de Culiacán. Y la familia de Pep, Cristina (su mujer), María y Marius (sus hijos), mientras tanto, en la burbuja de aire oxigenada de la casa-hotel. Café Miró. Culiacán la nuit. Taxi-excursión hasta la colonia Chapultepec, rincón pijo de la urbe. Todos los caminos me llevan a Rodolfo Giménez, dueño del Café Miró, uno de los pocos amigos que Pep hizo en Sinaloa. Culiacán, al otro lado de la ventana, me muestra su lado más opulento. Concesionarios de coches de lujo. Audi, Mercedes, Porsche. Y lujosas furgonetas Hummer por un tubo. Si quisiéramos seguir siendo malvaditos rescataríamos anécdotas de la narco vida de Culiacán, órale, limusinas blancas a media tarde, coches de carreras de la Nascar volando a velocidades supersónicas. Y por qué no, camino del Café Rodolfo Giménez es el propietario de Café Miró, uno de los restaurantes a los que solía ir Pep a cenar. “Hablábamos de todo menos de fútbol; arte, viajes, libros... Hasta me regaló un libro, Soldados de Salamina” Miró, sonaría un buen narcocorrido, como el diablo manda: “Señor Alfredo Beltrán/esperamos su regreso/el viento me huele a sangre/ va a correr mucha”. La Ciudad Gatillo, sus mil y una historias que no contaremos, amenazan la crónica. Por algo Pérez Reverte se inspiró en un caserón de la colonia Chapultepec (la misma donde Guardiola tomaba cafecitos) para ubicar a la despiadada Teresa Mendoza Chávez. Y es que algunas mansiones de este pijo-barrio están vacías (esto me lo cuenta Elmer Mendoza, el narco-escritor por excelencia, autor de Balas de plata), pero en realidad son usadas por los traficantes como centro de operaciones. Los narcos veneran en Culiacán a un santo ilegal, Malverde, una estatuilla bigotuda que la Iglesia Católica no reconoce. El batallón de infantería tiene requisadas cientos de pistolas con incrustaciones de oro y diamantes. Más madera que es la guerra. Menos balas, que era el fútbol, joder. Rodolfo Giménez me hace esperar. Ambiente cool. Paredes con cuadros. Aroma de café. Ahora sí, es la hora de Pep. –Hablaba de todo menos de fútbol. De libros, de arte, de viajes... Rodolfo es un cincuentón educado y amable. Recuerda que Pep, a quien le gustaba “el ambiente populachero pero tenía gustos refinados”, le regaló una novela española. Soldados de Salamina. Solían hablar largo y tendido. Confirmado: nada de violencia. Ni de narcos. –Sabía que estaba de paso. Sí despotricaba contra el sistema, contra la corrupción. No confiaba en la Liga Mexicana –matiza. Rodolfo habla “del sufrimiento” de Pep, de lo duro que era todo. –Aquí, hasta el sol de la playa es duro. La sociedad es dura. Los rivales hacían jugar a Dorados a las tres de la tarde, a 42ºC. A veces, Pep vomitaba. Recuerda el partido contra Jaguares de Chiapas. Fecha, 22 de abril de 2006. Tiro de hemeroteca. Minuto 6, Pep lanza un libre directo, Andrés Orozco engancha un cabezazo mortal. 0-1. Minuto 21, otro libre directo, Pep chuta y consigue su único gol en México. Jugaron, sufrieron, ganaron. Rodolfo se gira de repente. Y le pregunta a bocajarro a un joven de una mesa contigua. –¿A que en estas tierras, todo el mundo tiene un amigo o conocido narco? Se enzarzan en una charla amena. Hablan de la sierra de Sinaloa donde se empezó a plantar adormidera para producir opio para las tropas americanas durante la Segunda Guerra Mundial. Hay marihuana a mansalva. Charlan de la coca que llega de Colombia. Y de muertos, del terror diario. Ahora Rodolfo, mirándome, habla de la brusca historia de Sinaloa, de “tribus guerreras, bravas, que resistían tenazmente a los conquistadores”. Me redondea el perfil de Pep. Reservado. Tímido. De pocos amigos. Humilde. Atento. Culto. Familiar. Y poco más. Humano, demasiado humano. Tercera cerveza. Noche cerrada. Rodolfo se ofrece a llevarme a mi hotel. Dentro de la furgoneta, con Culiacán oscurecida/ dormida, habla con confianza. –Que nunca olvide que antes de ser entrenador del Barça pasó por estas tierras bárbaras. Algo aprendería. La crónica podría acabar aquí. O con otro flashforward, con Eva Montero, la psicóloga deportiva española, afirmando que el paso por Culiacán, seguramente, reforzó la mente de Pep: “Pudo haber aprendido a lidiar con la frustración. También cómo resolver problemas en relaciones de grupo”. También podríamos concluir con maldad, nocturnidad y alevosía, recordando los titulares policíacos del día del único gol de Pep: “Asaltante mata a joven que lo perseguía”. Pero practicaremos el fair play con el pasado, con Pep, aquel gentleman mediterráneo del México narco. Y le dejaremos hablar, en su única entrevista concedida para la prensa de Sinaloa, en el vestuario del purgatorio, mientras espanta moscas (literal) con la mano: –Me gusta planear la vida, pero ésta te sorprende, y te lleva a cosas que no esperas. Más adelante no sé qué va a pasar, no sé que voy a hacer en los próximos años. José Alfredo Jiménez “Rodar y rodar” m a r z o 2 0 1 0 e s q u i r e 127