El lugar del escepticismo en la filosofía contemporánea Daniel ofrece en su trabajo una interpretación de los argumentos anti-escépticos de Peirce, Wittgenstein y Davidson, según la cual el eje fundamental sobre el que recae la fuerza de los mismos tiene que ver con la noción de autocontradicción “performativa”. Yo quisiera, sin apartarme demasiado de esa lectura, pensarlos como conteniendo un supuesto filosófico de fondo que excede a estos tres filósofos, y que tiene que ver con el modo de hacer filosofía propio de la superación de una concepción moderna de la misma. Me propongo sencillamente mostrar que, por detrás de su interpretación puede encontrarse un problema fundamental sobre el que ya han llamado la atención autores como Rorty, Habermas, Apel, Charles Taylor y el mismo Heidegger, que es el del lugar que puede tener el escepticismo luego de la Modernidad. Mientras que las respuestas modernas al escepticismo parecen estar vinculadas al problema de cómo alcanzar la certeza necesaria para derrotar al escéptico, pareciera que en las corrientes filosóficas contemporáneas, las respuestas al problema escéptico están vinculadas a las condiciones del sentido de lo que hacemos y decimos. Dicho de otra manera, la solución al escepticismo ya no tiene que ver con brindar una teoría del conocimiento adecuada, sino con explicitar que en la posibilidad misma del sentido hay ya un componente externo. Asimismo, intentaré argumentar a favor de la interpretación que Daniel hace de estos argumentos anti-escépticos, y en contra de la pertinencia que puede tener el interpretarlos como “argumentos epistémicos”. Aclararé qué quiero decir con “argumento epistémico”. Alguien ofrece un “argumento epistémico” cuando intenta responder al problema escéptico desde la formulación de una teoría del conocimiento, sin tener en cuenta la posición que se tenga respecto de otras cuestiones filosóficas fundamentales. Por ejemplo, se da cuenta del concepto de conocimiento, en parte a través de la noción de justificación, y se da cuenta de cómo éste excluye al escepticismo. Los ejemplos abundan: pienso en las salidas externistas, fundacionistas y contextualistas, entre otras. Creo, entonces, que interpretar los argumentos de Peirce, Wittgenstein y Davidson epistémicamente es olvidar el hecho fundamental de que son autores cuyo proyecto filosófico es radicalmente diferente de aquel que supone la modernidad. Mostraré el punto con el caso de Wittgenstein, pero corre del mismo modo para Peirce y Davidson. -¿Por qué –podría preguntarse- es necesario pensar al argumento wittgensteiniano de la manera en que lo hace Daniel? ¿Por qué no entender los parágrafos de Sobre la Certeza como formando un argumento epistémico? Parecería que responder al problema escéptico involucrando sólo supuestos epistémicos es no sólo lo más pertinente, sino también el tipo de argumento más promisorio si de consenso o aceptación se habla. No es necesario aceptar la posición general filosófica de Wittgenstein o, dicho de manera más contundente: “comprar todo el paquete”, sino meramente lo que concierne al conocimiento. Las observaciones de Wittgenstein en Sobre la Certeza vinculadas al escepticismo radical podrían sintetizarse del siguiente modo: No es posible dudar de todo, en la medida en que allí, en ese lugar de duda radical, ella no tiene sentido. Para dudar, hay que tener razones concretas, y, aún más importante, donde se duda sobre una creencia propia, debe poder concebirse qué es lo que debería suceder para que yo pueda notar mi error. Así, los conceptos de error y duda están íntimamente relacionados, en la medida en que uno puede servirnos para dar cuenta de los límites de la otra. Hay un trasfondo de certeza, en el cual está anclado el resto de mis creencias, y sin el cual no podría dudar ni aseverar nada. Así, la duda presupone la certeza, de modo que no es posible dudar de todas mis creencias a la vez. La interpretación “epistemológica” de estas observaciones podría correr del siguiente modo: “Hay ciertas creencias que, aunque no pueden, por principio, estar justificadas son condición de posibilidad de la justificación de otras. Ellas, por tanto, ocupan un lugar especial en nuestro sistema de creencias, al punto de que están presupuestas como condición de posibilidad de justificar. A su vez, la duda (como estado epistémicamente relevante) presupone que es posible -hablo aquí de posibilidad lógica- conocer aquello de lo que dudo. Pero, dado que el conocimiento involucra justificación, estas creencias especiales no pueden adquirir nunca, por principio, el estatus de conocimiento. Por tanto, tampoco se puede dudar de ellas. Así, dudar de todo a la vez no sería posible, hay ciertas creencias que no son objeto de duda. A favor de esto pueden tomarse ciertos parágrafos como el §121: “¿Se puede decir, :<<Dónde no hay duda tampoco hay saber>>?” o el §192: “Por supuesto, hay justificación. Pero la justificación tiene un límite.“ o en el §211: “Pero también es posible que desde tiempos inmemoriales [estas creencias] pertenezcan al andamiaje de todas nuestras consideraciones” o, por último, el §95: “Se trata del trasfondo que me viene dado y sobre el que distingo entre lo verdadero y lo falso” Ahora bien, ¿es realmente un argumento fuerte, entendido de esta manera? ¿Por qué pensar así a nuestro sistema de creencias y no de otra forma? ¿Por qué del hecho de que el yo empírico no pueda dudar de todo un conjunto de creencias a la vez, se sigue que no pueda plantearse como hipótesis el escenario escéptico? Parece que la fuerza del argumento de Wittgenstein reside en la idea de que la duda escéptica carece de sentido, que no es posible admitirla como duda real, pero esto no queda claro si se piensa al argumento como un argumento epistémico. Interpretarlo como lo hace Daniel, esto es, como un argumento semántico-pragmático muestra sus beneficios en este punto. La duda escéptica carece de sentido porque no es posible, dentro del marco general de la teoría wittgensteiniana, suponer un lugar que se encuentre por fuera de todo juego de lenguaje, desde el que pueda plantearse siquiera la hipótesis del escenario escéptico. No es posible dudar de todo, porque la duda presupone la creencia en el sentido de que todo acto -incluso el de dudar- presupone un cúmulo de creencias en el sentido de “reglas de acción”, dudar con sentido presupone criterios de validación, de coherencia, y he aquí lo que considero fundamental: de inteligibilidad. Aunque, como ya he dicho, Daniel hace hincapié en el concepto de “autocontradicción performativa”, por lo que está presupuesto en el dudar como “acto”, creo que hay un punto muy importante, que tiene que ver con lo que implica plantear la duda escéptica con sentido. En Wittgenstein esto se ve claramente porque el sentido está dado por el uso, y el uso está siempre restringido a un juego de lenguaje, la posibilidad de hablar (y pensar) con sentido está indisociablemente ligada a una práctica comunitaria, y la idea de situarse por fuera de todo juego y concebir la posibilidad escéptica queda eliminada de lleno por no poder plantearla, justamente, con sentido. Dicho de otro modo, o se plantea desde dentro de un juego comunitario y, por tanto, no se plantea genuinamente en la medida en que plantearla presupone ya la asunción de reglas para la acción, y creencias involucradas con las mismas, o se plantea desde fuera, pero esto es imposible porque no hay juego de lenguaje, y sin juego, no hay sentido, la pregunta escéptica no puede realizarse inteligiblemente. No es posible tener un leguaje privado. Hasta aquí he puesto en consideración la posibilidad de entender a Wittgenstein como dando un argumento epistémico, y he intentado mostrar que la fuerza de su argumento reside en no interpretarlo de esa manera. Ahora quisiera plantear algo que mencioné al principio de mi comentario, y que tiene que ver con la pertinencia de brindar un argumento epistémico desde la filosofía contemporánea. Creo encontrar en el trabajo de Daniel la clave para pensar esto. Hacia el final de su trabajo, observa: “Pensar implica asumir que las cosas son de un modo u otro (…) Si digo que dudo de ciertas proposiciones, debo saber qué es dudar (…). Asimismo, debo conocer los significados a través de los cuales discurre el pensamiento, pues de otro modo, la ininteligibilidad se hace presente inevitablemente. Es por eso que la duda no puede extenderse en demasía sino que, necesariamente, ha de suponer un conjunto de creencias o un juego de lenguaje. La verdad de algunas de nuestras creencias no es lógicamente independiente del hecho de tenerlas.(..) es el olvido de la dimensión práctica del lenguaje y de la existencia humana lo que convierte al escepticismo en un sinsentido. En este punto se pone de manifiesto la deuda del escepticismo radical con la epistemología moderna. Como se ha destacado en varias ocasiones, el paradigma gnoseológico de la Modernidad supone que nuestra relación primaria con el mundo es una relación epistémica que nos enfrenta como sujetos cognoscentes a un mundo poblado de objetos.” Creo que aquí se pone de manifiesto en el trabajo una cuestión que, desde mi punto de vista, vale la pena pensar, ya sea para discutirla como para fundamentarla, al tratar el tema del escepticismo en la actualidad. La forma de encarar el proyecto de la filosofía se ha modificado desde la Modernidad hasta ahora, entre otras cosas, en el siguiente sentido: Esa dicotomía sujeto-mundo se ha fusionado. En la constitución del sujeto mismo ya está inserto lo Otro. La filosofía debe dar cuenta, en el comienzo del proyecto, no del vínculo epistémico entre sujeto-mundo, sino de un sujeto ya inmerso en una práctica social, en el mundo a-la-mano, para usar la terminología de Heidegger, en un juego de lenguaje, etc. Y en la medida en que es también el sentido, entendido más estricta o laxamente, aquello que se constituye necesariamente con la presencia de eso otro distinto del sujeto, ya él mismo posee un componente externo como condición de posibilidad. ¿Cabe, entonces, ubicarse en un lugar de superación del paradigma gnoseológico moderno, y ofrecer a la vez argumentos puramente epistémicos en contra del escepticismo? Ofrecer una teoría del conocimiento no es el punto del que parte la filosofía contemporánea, sino el dar cuenta de una facticidad en la que el sujeto se halla inmerso. Creo que insertarse en este proyecto filosófico y a la vez intentar responderle al escéptico desde la epistemología no es viable o, más bien, es redundante, en la medida en que el proyecto que propone la filosofía contemporánea ya responde al escéptico mucho más originariamente. ¿Cómo, entonces, salvar al escepticismo? ¿Cómo puede el escéptico plantear, pensar siquiera inteligiblemente su duda, sin invocar en su mismo planteamiento otra cosa distinta de sí? ¿Hay algún modo de aggiornar al escepticismo? Pienso en la versión escéptica de los cerebros en cubetas, y creo que fracasa en la medida en que sigue suponiendo la concepción moderna de la filosofía. Tal vez, pueda pensarse que en algunas posiciones extremamente externistas, pueda plantearse el problema escéptico en términos de autoconocimiento, pero definitivamente no es un problema que recorra a todas las corrientes filosóficas, tal como lo hace el escepticismo hijo de la Modernidad. Todo lo que pretendo aquí es poner un llamado de atención en lo que implica tratar de discutir, desde los presupuestos de la filosofía contemporánea, al escepticismo desde posiciones epistemológicas pretendidamente independientes, sin observar con detenimiento cuáles son nuestros presupuestos filosóficos generales, metodológicos, metafísicos, semánticos, y el orden que entre ellos se da como consecuencia de la concepción del proyecto filosófico. Creo que el trabajo de Daniel da cuenta con mucha claridad de este problema.