1.33 Entrada en Jerusalén

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Kapitel09
10.01.2007
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Entrada en Jerusalén
Lucas 19:28-44 / Juan 12:12-19
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El Señor Jesús quería celebrar la fiesta de Pascua con sus discípulos en Jerusalén. Entró en la ciudad montado en un burro prestado. La multitud le recibió con gran alegría, agitando ramas de palmera. Muchos tenían la esperanza, que los liberara de la
dominación romana. Sin embargo, los fariseos y los escribas contemplaban estos sucesos con desagrado. Después de su entrada
triunfal, Jesucristo se dirigió al templo, la muchedumbre se desilusionó mucho porque no se cumplió lo que esperaban.
Los niños reconocen en Jesucristo a un rey, cuyo reino no es de este mundo. Jesucristo es un
enviado de Dios para impartirnos enseñanzas sobre la manera de llegar al reino celestial.
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ado que faltaba poco para que comenzaran las
grandes celebraciones de Pascua, el Señor Jesús y sus discípulos se pusieron en camino hacia Jerusalén. Poco antes de
llegar a la ciudad, llamó a dos de ellos y les dijo: «Adelantaos
hasta el siguiente pueblo, al entrar en él hallaréis un burro
joven en el que hasta ahora no ha montado nadie. Soltadlo y
traédmelo». «¿Y qué hacemos si no nos quieren dar el burro?»,
contestaron los discípulos.
«Entonces, responded simplemente: El Señor lo necesita pero
hará que lo devuelvan».
Ambos discípulos se dirigieron al lugar y todo aconteció como Jesús les había dicho antes.
Estaban sorprendidos porque Jesucristo había podido predecir todo tan exactamente y le llevaron rápidamente el joven
animal.
Benjamín, un niño de doce años, también se encontraba en
camino a Jerusalén con sus padres. Su padre le explicaba por
qué tantos judíos viajaban todos los años a la gran fiesta de
Pascua en Jerusalén: «Hace muchos años atrás, nuestro pueblo tuvo que vivir en un país extraño, donde los israelitas
fueron tratados muy mal. Cierto día, sin embargo, tuvieron la
oportunidad de partir con la ayuda de Dios. ¡Ésa fue una
gran alegría! La fiesta de Pascua nos recuerda todos los años
este gran suceso. Festejamos esta fecha en la ciudad de Jerusalén para dar las gracias a Dios en el templo».
A Benjamín le gustaba escuchar a su padre, pero también le
agradaba el largo camino hacia Jerusalén, porque había mucho que ver en el viaje. Venían viajeros de todos los pueblos.
Por fin, Benjamín divisó Jerusalén a lo lejos, con sus palacios
y el gran muro que la rodeaba, pero no había nada más impresionante, que la casa de Dios: el templo. La gigantesca
construcción superaba en altura a toda la ciudad. El oro del
techo del templo y de los pórticos relucía bajo el sol.
La familia de Benjamín acampó, como otros tantos ante la
ciudad. Dentro de la ciudad no era posible alojar a todos los
peregrinos.
De pronto, Benjamín escuchó jolgorio en la calle. Rápidamente corrió en esa dirección, donde la gente aplaudía. Algunas personas agitaban ramas que habían arrancado de las
palmeras; otras cantaban a viva voz.
«¿Quién habrá llegado?», se preguntaba Benjamín.
«¡Hosanna, Señor ayúdanos! ¡Dios te ha enviado a nosotros!
¡Te saludamos, oh, gran rey! ¡Hosanna!», vitoreaba la gente.
Benjamín avanzó a empujones entre la gente y llegó a ver cómo algunas personas colocaban su ropa a modo de alfombra
ante el burro.
«Un rey no debe pisar sobre el suelo polvoriento», exclamó
con alegría una mujer.
Ahí venía el rey.
Benjamín estaba muy sorprendido, pues se imaginaba un rey
de otro modo.
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Pero entonces, Benjamín observó el rostro de este rey. Le
miró a los ojos y sintió lo bueno y amable que era ese
hombre que iba en el burro.
Benjamín por fin lo reconoció: «¡Ése no es otro que Jesús de
Nazaret! ¡Aquél que sanó a la mujer enferma en nuestro pueblo! ¡Qué extraño!», pensó Benjamín, «¿por qué tiene esa expresión de tristeza en la cara en medio de una multitud tan
feliz? ¿Qué le ocurre?»
El señor Jesús dijo algo, pero Benjamín no lo pudo oír entre
el alboroto de la gente.
La peregrinación se puso de nuevo en marcha.
La gente saludaba con la mano, aplaudía y exclamaba de
nuevo: «Él es el gran Salvador. Él ahuyentará a los romanos.
¡Te saludamos, Jesús, grandioso rey!»
Benjamín corrió a la ciudad mezclándose con la multitud que
vitoreaba. Ante la casa de Dios, el templo, el Señor Jesús bajó
del burro, ordenó que devolvieran el animal y entró.
La gente estaba muy desilusionada.
En la entrada del templo, Benjamín se percató de algunos
hombres malhumorados. Eran los fariseos, a quienes se oía
decir al pasar: «¡Esto no debe seguir así con Jesús!»
Inmediatamente, el niño regresó atemorizado por el camino.
¿Encontraría de nuevo la tienda de sus padres?
Se sintió contento cuando vio a su padre esperando bajo el
pórtico de la ciudad. Corrió velozmente a su encuentro para
contarle todo lo que había vivido.
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Jesucristo entró en Jerusalén y fue
recibido con alegría.
1 Contemplamos la ilustración y hablamos brevemente sobre la importancia de esta ciudad. Regresamos a la
narración con la siguiente frase: Hoy queremos oír qué le ocurrió al Señor Jesús cuando entró en esa ciudad.
2 Dejamos que los niños cuenten qué distingue a un rey y comparamos sus comentarios con la ilustración.
El Señor Jesús no es un rey de un reino terrenal. Pero es un rey celestial y también quiere reinar en nuestro
corazón.
3 Tratamos de descubrir qué ha entristecido al Señor Jesús.
(Lamenta que los hombres no le saluden como Hijo de Dios, sino que a cambio esperen de Él una recompensa terrenal y que a la ciudad de Jerusalén le espere un futuro oscuro de guerra y destrucción.)
4 La muchedumbre estaba desilusionada porque lo que esperaba no se cumplió. ¿Qué esperamos nosotros del
Señor Jesús?
(Nosotros esperamos que cumpla con su promesa y nos lleve pronto a su reino; con esta esperanza nuestros
deseos no se verán defraudados.)
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