Archivo - El Intransigente

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Los alimentos del faraón
La momia del nonagenario Ramsés II, contaminada por más de 80 tipos de
hongos, viajó a Francia para ser saneada. En 1976, una avioneta especial
que sobrevoló simbólicamente sobre El Cairo para que “el más grande
gobernador del mundo” contemplara la ciudad lo condujo hasta París. El
faraón fue recibido con honores de alto dignatario y hospitalizado. Allá,
doscientos científicos egipcios y franceses lo examinaron. El tratamiento
consistió en un complejo examen médico, tratado con rayos gamma de
cobalto 60 y sometido a radiología, bacteriología, endoscopía y
paleobotánica entre otros estudios que detectaron los hongos tóxicos.
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El ególatra Ramsés II, con su poder y delirios de grandeza, logró a través
de sus monumentos permanecer en la tierra desde hace tres milenios. Su
exilio sanitario duró 40 años y se conoció el misterio de su muerte debida
a una intoxicación en la sangre por un acceso purulento. Recuperada su
salud momificada, en un ataúd de cristal climatizado, regresó a Egipto y
está en la Sala de las Momias reales del Museo del Cairo, su país natal.
Mientras la esperanza de vida en Egipto era de 35 años, Ramsés II pasó los
90. Era un hombre muy alto y fuerte. Tanta fue su fortaleza que se convirtió
en un titán de la construcción. Su alimentación debió influir en su salud.
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Durante su gobierno, las comidas no eran sólo necesidades biológicas,
sino que tenían valor gastronómico. Las ofrendas funerarias de alimentos
para el viaje hacia el más allá, depositadas junto a las riquezas en su
tumba, dan datos para saber de qué se alimentaba. Se recaban los
conocimientos a través de la información que guardan las pinturas murales
y maquetas en madera que reproducen escenas vida cotidiana. Colaboran
las estatuillas representando sirvientes en diferentes fases de la preparación
de alimentos. Además es importante el registro de ellos en los templos y
el análisis de las herramientas y cerámicas para prepararlos.
Los papiros agregan datos que detallan recetas culinarias pasadas de
generación en generación, sujetas a modas y tendencias llegadas del
exterior.
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Para conocer la alimentación del faraón es necesario saber qué vegetales
se cultivaban en Egipto. Un inventario señala el consumo de pepinos,
lechuga, puerros, trigo, cebada, palma, ajo y cebollas. Del loto
se
consumía todo: raíz, hojas, pétalos, flores y semillas. Del papiro, la raíz
más la parte superior del tallo y apreciaban el corazón de la palmera
datilera similar a nuestros palmitos.
En las cocinas del palacio se preparaban ensaladas y guisos con legumbres
y hortalizas: habas, garbanzos y lentejas. Cultivaban avena, trigo, cebada y
sorgo.
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En la dieta del faraón no faltaban los huevos de patas y de avestruz, los
quesos y la leche. Usaban los huevos de mújol (caviar) secos y
comprimidos.
Las frutas eran valoradas aunque no había mucha variedad: higos, dátiles,
granadas, melones, sandías y algarroba. No abundaban y eran destinadas a
los nobles. Las colocaban en forma piramidal en fruteras y las consumían
en diferentes momentos.
Preparaban varias clases de aves salvajes o domesticadas como ocas y
patos. De los gansos cebados, a los que sobrealimentaban y lograban los
hígados hiper atrofiados, obtenían un delicioso paté.
Criaban ratas y como a los gansos, las cebaban. De los erizos, envueltos
en barro, al cocinarlos se abrían y quedaban las púas en el recipiente
dejando libre la deliciosa carne.
Asaban las carnes de buey, cerdo, vaca, ovejas, cabras y carneros. Estos
alimentos eran sólo para el faraón, los sacerdotes y los nobles. De los
animales sacrificados en los templos se repartía la carne al pueblo egipcio.
La panadería elaboraba panes con harina de trigo rellenos con semillas,
pasas, higos y dátiles endulzados con miel producida en colmenas de
terracota. Además preparaban pasteles con dátiles machacados y otras
variedades de panecillos dulces.
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El consumo de los peces se extendía hacia toda la población teniendo en
cuenta los problemas que causaban las dañinas clarias o peces gatos. Esta
especie de más de un metro respira fuera de agua y depreda el área que
habita. Las clarias ocultas y tranquilas permanecen en el lodo y resucitan
con la lluvia. El pueblo y los esclavos tenían libertad para pescar porque
era necesario reducir el número de especies invasoras como los lates. Hay
grabados donde varios hombres sostienen a este voraz pez de dos metros
de largo. Su carne se salaba y secaba al sol. Otros peces enriquecían las
dietas, de los nobles entre ellos percas, siluros y mórmidos, esas criaturas
elefantes de agua dulce de las que había varias especies.
Rica, variada
y bien presentada, las comidas de Ramsés II eran
acompañadas por músicos mientras sus esclavos comían pan con cebolla y
permanecían hambrientos.
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