La prevención efectiva: aprendiendo de nuestras

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Artículo publicado en la revista LiberAddictus.
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La prevención efectiva:
aprendiendo de nuestras vivencias
Manuel Velasco Vázquez1
Resumen
Ensayo que intenta generar una reflexión en los actores que intervienen
en el ámbito de la prevención, partiendo del supuesto de que en algún
momento de nuestra vida, todos hemos realizado prevención con buenos
resultados, y analizando algunos de los elementos que pueden favorecer o
limitar la eficiencia de nuestro trabajo.
Palabras clave: Prevención, eficiencia, construcción de la seguridad,
representación social
Introducción
Muchas veces nos preguntamos por qué las experiencias y trabajos de
prevención que realizamos las organizaciones sociales no son efectivas,
por qué no dan el resultado esperado: aunque realizamos una serie de
acciones encaminadas a evitar las situaciones de sufrimiento social, éstas
se siguen presentando. Otras preguntas que nos vienen a la mente son las
siguientes: ¿Por qué en algunas acciones tenemos éxito y en otras no? ¿Por
qué en el nivel de intervención personal somos más efectivos?
Si pensamos en nuestras experiencias personales, podemos darnos cuenta
de que, en realidad, todas las personas hemos construido, practicado y
experimentado acciones preventivas efectivas a partir de hechos cotidianos
o extraordinarios de nuestra vida. De ahí la importancia de detenerse a
analizar este hecho y compararlo después con el trabajo que se realiza en
la dimensión del ámbito social.
Desarrollo
Partimos de la afirmación de que, en el ámbito personal, todos hemos
realizado acciones de prevención efectiva en algún momento de nuestra
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vida. Es suficiente recordar momentos en los que hemos estado en
situaciones desagradables, incómodas, amenazantes o que se convierten
en situaciones no deseables, a partir de las que asumimos la tarea de no
repetir tales acontecimientos, porque no tenemos el deseo ni la tolerancia
de repetirlos, ya que en ellos puede haber una parte que amenaza nuestra
condición física, pero también hay una parte emocional que contribuye
a construir un estado de conciencia sobre la necesidad de no repetir ni
experimentar la misma situación o, por lo menos, no de la misma manera
ni con la misma intensidad, etcétera.
La reacción ante estos sucesos amenazantes nos hace responder,
según he podido observar, de dos maneras, básicamente: la primera
nos predispone para evadir cualquier situación similar, de tal manera
que las personas construyen estrategias para evitar, en la medida de lo
posible, lo grueso del evento. En este caso, se trata de “cortar de tajo”,
según cada persona, la posibilidad de repetirlo. Por ejemplo, no pasar
por el lugar donde sucedió el hecho, sentir aversión por un animal, evitar
cierto tipo de personas, no volver a manejar, nunca más comprar el
mismo artículo, etcétera. Respuestas acordes con la experiencia previa
y que tienden a nulificarla. Se trata de una construcción similar a una
discapacidad, en la lógica de estar discapacitados para vivir nuevamente
esa situación.
La segunda reacción la podemos calificar como una respuesta más
sana, ya que la persona entra en un proceso de revisión y análisis del
hecho amenazante, no deseado, y, como resultado de ello, construye una
estrategia más o menos estructurada acerca de los mecanismos, procedimientos y herramientas que la persona va a utilizar, preparándose para
volver a vivir la experiencia, enfrentarla evitando o controlando la situación
amenazante o traumática de esta nueva vivencia.
Se puede apreciar la diferencia entre ambas respuestas si se observa
que las personas se detienen a reflexionar, generando mayor claridad sobre
lo que le sucedió, entendiendo y conociendo las condiciones específicas del
suceso, por ejemplo: reconocer el contexto, los elementos relacionados, las
circunstancias exactas por las que este hecho amenazante lo rebasa y le
hizo perder su seguridad.
En este ejercicio, la persona da lectura a cada uno de los elementos en
forma procesal, hasta tener claro los movimientos implicados, semejante
a pasar una película en cámara lenta, de manera que se tiene el tiempo
suficiente para reconocer el o los momentos y elementos que originaron el
riesgo, ayudando a su vez a considerar y construir los pasos y elementos
que se tienen que modificar para construir seguridad, aun repitiendo un
hecho que antes fue amenazante.
Una vez con este reconocimiento, el sujeto adquiere capacidad para
dominar las situaciones que se puedan presentar. Se puede hablar de una
experiencia superada para la que, aunque se tenga que vivir nuevamente,
mediante el análisis, se ha construido una serie de respuestas que van a
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contrarrestar y controlar las situaciones no deseadas, dando una solución
al problema y a la necesidad de construir seguridad.
Como ejemplo veamos un hecho sucedido a doña María, una alumna
de un curso sobre prevención,2 quien relata: “Un día, cuando regresaba a
mi casa, junto con mis cuatro hijos, estábamos en la parada del autobús.
Resulta que, al subirnos al camión, uno de mis hijos me dijo que faltaba el
más pequeño. El camión ya había comenzado a caminar y sentí que perdía
el piso; me fijé en los niños y me di cuenta de que así era: había dejado
al pequeño en la parada. Recuperé al niño, pero desde entonces, antes de
subir al camión, siempre acomodo a los niños, los cuento y veo que suban,
incluso todavía adentro, los sigo con la mirada para ver que estén conmigo.
Me sentí muy mal y pensé cómo pasaron las cosas, porque ahora esto no
me ha vuelto a pasar y no me volverá a pasar”.
En el relato se describe cómo después de la experiencia, ante la amenaza
tan grande que experimentó y la necesidad de seguir usando el transporte
en condiciones similares, enfrentó la situación y generó las condiciones y
mecanismos para que no se repitiera.
Observemos con detenimiento el proceso interno seguido por la madre. El
hecho de la información sobre la ausencia de su hijo menor en el camión, le
provocó un estado emocional de culpa, miedo, etcétera, que, a su vez, activó
un estado de conciencia sobre la necesidad de conocer y controlar de manera
inmediata la situación amenazante: la pérdida de su hijo. La madre repasó,
entonces, cada movimiento y situación por los que pasó; identificando los
elementos y situaciones que ocasionaron la pérdida de su hijo; los clasificó
y construyó la nueva forma en que va a enfrentar condiciones similares, es
decir, desarrolló una estrategia, de tal forma que ahora tiene controlada la
situación. Podemos decir que ha construido una estrategia de prevención
efectiva, sobre el análisis del hecho ocurrido. También recuerdo que uno de
sus compañeros en el grupo pensó incluso que la respuesta era exagerada y
muy rígida; sin embargo, yo la considero adecuada y efectiva para doña María,
quien le respondió: “Esto no me vuelve a pasar”.
Observando estos pequeños ejemplos, podemos decir que una tarea
fundamental y cotidiana de todo ser humano es la prevención.
En este sentido, podemos afirmar que la prevención está ligada a la
capacidad de todas las personas de construir seguridad, y asimismo podemos
fundamentar esta afirmación en frases ya conocidas acerca de que la sociedad
debe subsistir, vivir, persistir, perdurar, trascender, sobrevivir, etcétera.
Para entender la lógica de la prevención es importante observar, por lo
menos en forma general, a las personas y los grupos sociales; reflexionar
en torno a cómo se organizan para controlar las diversas situaciones a
las que se enfrentan. En esta lógica, es necesario, primero, reconocer los
hechos que anteceden, las situaciones de sufrimiento social sobre las que
trabajamos y que hacen, a su vez, necesaria la prevención.
En este sentido hay que reconocer que a lo largo de la historia y por
el hecho de que las personas coexisten y se relacionan con su contexto,
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se encuentran en una diversidad de situaciones que según el tiempo y el
lugar, salen de su control y repercuten inevitablemente en ellas. Entonces,
observamos que ante la complejidad de la vida, la mayor preocupación se
centra en la necesidad de controlar aquello para lo que no se está preparado,
o para lo que se ha perdido la capacidad de controlar.
La necesidad de cumplir el objetivo básico de la persistencia, nos pone en
la necesidad de enfrentar las diversas situaciones de la vida, reconocerlas,
clasificarlas y construir propuestas de soluciones.
Una primera reacción de las personas es la necesidad de conocer y
reconocer los hechos, de tal forma que disminuya la angustia de enfrentarse
a lo desconocido; es un dato de la psicología social el hecho de que no
soportamos entrar en situaciones que, por desconocidas, se convierten
en altamente amenazantes. De esta manera, nos damos a la tarea de
clasificarlas, para así construirnos seguridad. Según nuestra experiencia,
generalmente, representamos estas vivencias como un recurso o una
amenaza, es decir que podemos observar en ellas una posibilidad de
mantenernos seguros y perdurar en nuestra intención básica de vivir y
subsistir o, por el contrario, encontrar condiciones que nos pongan en
riesgo y amenacen alguna parte de nuestra existencia y desestabilicen la
seguridad.
Sin embargo, esta misma necesidad, en ocasiones, nos lleva a realizar
ejercicios de simplificación de tal realidad. Es decir que ante la confusión y
la amenaza, estos ejercicios consisten en catalogar la experiencia usando
elementos de experiencias y aprendizajes previos, hasta llegar a una
respuesta que dé idea de la situación a la que la persona se está enfrentando.
En forma más detallada nos podemos referir a los conceptos de anclaje y
objetivación,3 conceptos de la psicología social que se refieren a la manera
en que se introyecta la realidad por medio de operaciones emotivas y de
conocimiento. Se compara con el ejercicio de revisar y pasar fotografías
e imágenes, de hechos y aprendizajes pasados ya clasificados, es decir,
usar imágenes de la mente perfectamente comparables–identificables
con situaciones relacionadas con un juicio de valor, dos aspectos que nos
ayudan a identificar lo que creemos el tipo exacto de la situación enfrentada
y, por tanto, lo que nos da respuesta en esta necesidad de seguridad.
Podemos decir que entonces respon-demos construyendo estrategias que
consideramos acordes para la prevención de las situaciones amenazantes.
Sin embargo, es importante decir que, en realidad, sólo construimos
una falsa seguridad, pues usamos mecanismos para manipular la memoria,
conocer mediante lo ya conocido. Sin embargo, este proceso puede ser
muy peligroso, pues en el fondo nos acercamos mucho a la negación del
verdadero conocimiento, relegando el verdadero ejercicio de conocer.
Conclusiones
Esto es, en gran parte, lo que nos sucede en las organizaciones que
intervenimos en el ámbito social, tratando de hacer prevención: organizamos
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nuestras respuestas en función de la representación de la realidad, más
que de la propia realidad; volviendo a la metáfora, más en función de las
fotografías, que en función de revisar toda la película en cámara lenta. En
ocasiones, la necesidad de construir y lograr seguridad, genera mecanismos
que nos hacen construir una ilusión de prevención. Entonces podemos
decir que, entre otras cosas, hacer prevención sobre la representación
social (imagen y valor) de una manera simplificada, provoca que nuestras
intervenciones no sean efectivas. En la difícil tarea de la prevención, mirar
los fenómenos sociales en la diversidad y complejidad de situaciones que
los cruzan es una tarea indispensable. No podemos quedarnos sólo con una
parte de la realidad en la que existimos.
Notas
1
Coordinador académico del Centro Cáritas de Formación para la Atención
de las Farmacodependencias y Situaciones Críticas Asociadas A.C. (en
adelante citado como Centro Cáritas de Formación), y director del Centro
de Formación Familiar “María Dolores Leal” I.A.P.
2
Se trata de una experiencia relatada por una persona que participó en
un curso sobre prevención dentro del modelo ECO2, en Ciudad Juárez.
Diplomado para Promotores en la Atención de Farmacodependencias y
Situaciones Críticas asociadas. Mayo de 2004.
3
Serge Moscovici et al., Psicología social. Tomo II, Barcelona, Paidós,
1993.
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