“Hacemos lo que otros no hacen, ni quieren hacer: el rescate de los archivos públicos y la memoria histórica de Culiacán”. Adrián García Cortés Aguilar Barraza No. 62 Pte. Col. Almada Tel. 7126102 www.lacronica.culiacan.gob.mx Lacronicadeculiacan@gmail.com Adrián García Cortés Miguel Ángel González Córdova Director-Cronista Oficial Editor Responsable Gladys Aydeé Gálvez Rivas Diseño Culiacán Rosales, Sinaloa Miércoles 4 de Febrero de 2009 No. 201 Temploaquellos! de San Sebastián, joya arquitectónica ¡Qué tiempos No hubo cursos de medicina por la escasez de cadáveres Los estudios profesionales que debían impartirse en el Colegio Rosales correspondían a las siguientes carreras: pedagogo, tenedor de libros, corredor de número, agrimensor, ingeniero mecánico, ingeniero civil, ensayador, metalurgista, apartador, ingeniero de minas, agricultor, abogado, escribano, flebotomiano, dentista, partera, farmacéutico y médico. Cabe señalar que flebotomiano era aquel que practicaba sangrías a los pacientes, y que hubo carreras que no llegaron a impartirse en aquella primera etapa del plantel, tal fue el caso de Medicina, cuyos estudios no fueron impartidos debido según referencia posterior- a que no se contaba con el número mínimo de cadáveres requerido para las prácticas de los estudiantes. Al poco tiempo empezaron a funcionar las llamadas “clases de artes” sobre tipografía, telegrafía y música, para lo cual se contaba previamente con los útiles, aparatos e instrumentos necesarios. En el Culiacán de entonces había un Seminario Conciliar sostenido por el clero, con 46 alumnos,, pero no había en todo el estado ni biblioteca pública, ni museo, ni una escuela para sordo mudos o para ciegos. Portada del libro: la casa en Levidi Portada del libro: la casa en Levidi Enaltecedor reporte de la actividad docente en 1888 Liceo Rosales: parto romántico de una realización en desarrollo *De enero a enero se escribieron los orígenes de la UAS *Motivación patriótica definió la fecha de su nacimiento Nadie como Enrique “El Guacho” Félix ha sintetizado en un párrafo la esencia emotiva que fluye por las venas de la Universidad Autónoma de Sinaloa, y que se significa como un envío hecho emblema: La Universidad de Sinaloa es un parto romántico de 1873. Nació en la boca de los fusiles urgidos de inmortalidad, al cruzarse la inquietud madura de Eustaquio Buelna y la victoria polvosa y sangrante del apónimo Antonio Rosales, surgió de la blanca matriz de la Reforma. Se metió en el pensamiento de Benito Juárez y se formó en la entraña de la patria amanecida también de la inmortalidad. En la historia de la Universidad Autónoma de Sinaloa cobran especial relevancia dos hechos registrados durante el mes de enero, como el que recientemente cursó el calendario del presente 2009. Tales hechos se refieren a la instalación de las dos Juntas Directivas de Estudios que marcaron, una primera, el inicio de las actividades de esa institución, como “Liceo Rosales”, en Mazatlán, el 14 de enero de 1873, y la segunda, el 14 de enero de 1874 en su ciudad sede definitiva, Culiacán, donde su primera denominación fue la de “Colegio Rosales”. A partir de esas referencias se deriva una serie de sucesos que marcan la trayectoria de la UAS, y que los investigadores universitarios Ricardo Mimiaga y Tomás H. Aragón resumieron en su obra “Historia documental de la Universidad Autónoma de Sinaloa 1873-1918”, y a cuyas páginas pertenecen los datos que se reproducen en este espacio. La Junta Directiva de Estudios del Liceo Rosales fue designada por la Legislatura del Estado el 14 de enero de 1873, y quedó integrada en el siguiente orden: licenciado Francisco Gómez Flores, presidente y primer rector; licenciado Jesús Betancourt, vicepresidente; doctor Domingo Valencia, secretario, y doctor Mariano Zúñiga, prosecretario. Dicho organismo quedó instalado en sesión celebrada en el puerto de Mazatlán, entonces capital de Sinaloa, y uno de sus primeros acuerdos consistió en solicitar al Ayuntamiento los muebles y útiles que pertenecían al extinto Colegio Náutico. En sesión celebrada el 2 de mayo de 1873 el licenciado Gómez Flores, presidente de la junta, propuso que la inauguración del “Liceo Rosales fuera el 5 de mayo, para coincidir conmemorativamente con el décimo primer aniversario de la gloriosa batalla de Puebla. Se rendía así homenaje a dos personajes paradigmáticos en la gesta defensiva de la soberanía nacional, como son Antonio Rosales e Ignacio Zaragoza, con lo cual el nacimiento de la hoy Universidad Autónoma de Sinaloa revistió esa connotación patriótica que consignó Enrique Félix Castro. En esa misma reunión se aprobó el nombramiento del ingeniero Luís G. Orozco para impartir la materia de Matemáticas, y del señor Honorato Díaz Peña, para Inglés y Contabilidad, y el 23 de mayo el doctor Ramón Ponce de León fue designado como profesor de física, química e historia natural. La primera base estudiantil fue integrada por once alumnos, antecesores de la actual población universitaria, y ellos fueron: Carlos Salazar, Ignacio Barraza, Antonio Neda, Federico Gómez Flores, Mateo Magaña, Manuel Gómez Flores, Carlos Ferrer y Crespo, Federico Pardo, Andrés Vasavilvazo, José Siordia e Ignacio Guerrero. El Liceo Rosales ocupó inicialmente la finca que fue de la Tesorería del Estado en Mazatlán, propiedad de la Casa Echeguren, frente a Olas Altas, entre las calles Ceres y Recreo (hoy Mariano Escobedo y Constitución), donde actualmente se levanta un moderno edificio del Banco de México en uno de cuyos muros conserva la placa conmemorativa por el centenario de la UAS. Durante la gestión rectoral del ingeniero Francisco Sosa y Ávila (1887-1888) el coronel Juan Manuel Gómez, el teniente coronel Luís G. Bringas y el doctor Paulo M. Parra, del Quinto Regimiento en Culiacán, enviaron al señor Francisco Gómez Flores, director del periódico “El Estado de Sinaloa” una carta en la que expresaban sus impresiones después de una visita al Colegio Rosales, y cuya publicación solicitaban. Entre otros párrafos, los remitentes escribieron lo siguiente: “La reglamentación de los estudios se observa semejante a la de las escuelas nacionales superiores de la Capital de la República, lo mismo que el sistema filosófico bajo el cual se siguen dichos estudios. Los cursos correspondientes a las carreras de abogado e ingeniero se hacen con la mayor perfección posible, así como los preparatorios”. Y señalaban: “Todas las cátedras están servidas por un grupo de profesores idóneos y sumamente dedicados, cuyos esfuerzos y buena voluntad cooperan en sumo grado a llevar a feliz término el ideal del señor Sosa y Ávila, pues hay profesores, y entre ellos el mismo señor Sosa, que sirven tres o cuatro clases sin recibir más retribución que la correspondiente a una”. En otra parte de su carta los visitantes visualizaron: “Nuestros deseos son que el impulso benéfico que ha recibido este plantel, al entrar en una era de verdadero progreso se multiplique indefinidamente para que llegue a ser un establecimiento modelo”. Con antecedentes como estos, es indudable que la historia de la Universidad Autónoma de Sinaloa es una fuente de ejemplos en materia de entrega, desprendimiento y de todos esos valores que debieran permanecer incólumes cuando entrañan en la noble actividad de la enseñanza Primeros avatares de un peregrinaje que se prolongó más de veinte años El 9 de agosto de ese mismo año, el licenciado Francisco Gómez Flores, rector de la naciente institución, informó a la Junta Directiva de Estudios que el señor Echeguren había solicitado la desocupación y entrega del local. Las gestiones en busca de un desistimiento fueron inútiles ante la intransigencia del propietario, y la finca fue desocupada el 15 de agosto. El segundo local del Liceo Rosales, en Mazatlán, fue la casa propiedad de la señora Estéfana Galindo, ubicada en la contra esquina de la plazuela Juan Nepomuceno Machado. En ese edificio el Liceo tuvo vida formal del 16 de agosto a diciembre de 1873, pues, con motivo del traslado de los Poderes del Estado a la ciudad de Culiacán, el gobierno suspendió el servicio educativo. Fue así como, con una planta docente formada por tres maestros, con una oferta académica compuesta por seis materias para once jóvenes pioneros, y con un incierto alojamiento, se habrían de escribir las primeras páginas de una historia que, a 136 años de distancia ha acumulado trascendentes capítulos de lucha por la superación. Eustaquio Buelna, el pilar Las casas de la UAS en su ruta al Edificio Central El 20 de septiembre de 1873 la ciudad de Culiacán fue declarada capital del Estado, y ese cambio determinó también el del Liceo Rosales de Mazatlán que, a partir del 13 de enero de 1874, se constituyó como Colegio Rosales, con domicilio en la antigua Casa de Moneda, en la esquina de Calle Real y Callejón del Oro (actualmente Rosales y Rubí), donde se ubican las oficinas de Correos, donde la renaciente institución se instaló provisionalmente hasta el 2 de marzo de aquel año. La segunda casa del Colegio Rosales, en Culiacán, fue en la esquina sureste del crucero formado por las calles Ángel Flores y Morelos, donde actualmente se localiza un conjunto comercial denominado “Latino´s”. Con una nueva denominación: “Colegio Nacional Rosales”, la Universidad ocupó después la planta alta del edificio que hoy aloja al Archivo Histórico General del Estado de Sinaloa, conocido originalmente como la “Casa de la Tercena” por ser depósito de las existencias del gobierno colonial en vinos, tabacos y naipes, cuyo comercio le era exclusivo. Originalmente de adobe, esta construcción fue regenerada, y en 1873 se concluyó la planta alta que habría de ocupar el Colegio Nacional Rosales, mientras que la planta baja se reservó para habitaciones. Por decreto del 23 de junio de 1885, el entonces gobernador, Francisco Cañedo, fue autorizado para destinar el mencionado edificio como residencia de los Poderes del Estado y, asimismo, a adquirir otro local para el Colegio Nacional Rosales, cuya siguiente casa fue la conocida como el “Mesón del Refugio”, en la esquina noroeste de las calles Hidalgo y Juan Carrasco, llamadas entonces Calle del Refugio y Callejón del Beso. De ese sitio, la casa de estudios se cambió al “Mesón de San Carlos”, que era la mejor finca a todo lo largo de la calle de La Libertad (hoy Rafael Buelna), en la esquina con Jesús G. Andrade, entonces Calle del Águila. Esta construcción, que siempre fue de dos pisos, es la que actualmente reconstruye el Instituto de Cultura Sinaloense (antes Difocur). Ese inmueble fue comprado por el gobernador Cañedo, en ocho mil pesos, para destinarlo al Colegio Nacional Rosales. El plantel retomó el nombre de “Colegio Rosales” el 22 de abril de 1895, cuando tenía por director al doctor Ruperto L. Paliza, y se expidieron las escrituras públicas de compra-venta de la construcción que actualmente ocupa el Edificio Central de la Universidad Autónoma de Sinaloa, frente a la plazuela Rosales. En principio existía en ese lugar un asentamiento de viviendas enclavadas en montículos de tierra en una superficie de cuatro mil metros cuadrados que fue adquirida por el gobernador Francisco Cañedo con el propósito de construir su casa. Sin embargo, cambió de opinión y estableció su residencia en el edificio que después ocupó el Internado Infantil del Estado, y eso permitió que el Colegio Rosales se asentara en la que habría de ser su casa definitiva. En 1902, debido al incremento de la población estudiantil, la Casa Rosalina fue ampliada mediante obras que tuvieron un costo de 40 mil pesos. A principio del siglo veinte las instalaciones del plantel abarcaban, además de los espacios para oficinas y aulas, un observatorio meteorológico, comedor, cocina, enfermería, área de castigo y un gimnasio. Con las ampliaciones, en 1911 el avalúo total del Colegio era de 150 mil pesos. Finalmente, después de un peregrinar que se inició el 5 de mayo de 1873, en Mazatlán, la UAS encontró, en 1895, el espacio definitivo que, sin ser hoy el único, es el recinto universitario emblemático en Sinaloa.