“Entrando en la ambivalencia: sosteniendo el odio” AUTORES: Elúa Samaniego, Ana (Psicóloga Clínica del Hospital U. Río Hortega); Vegazo Sánchez, Esmeralda (Psicóloga Clínica del CSM de Aranjuez) INTRODUCCIÓN: Winnicott nos señala como uno de los hitos en el desarrollo emocional del ser humano consiste en poder reconocer y ser conscientes de cómo nuestras relaciones se sustentan en la ambivalencia amor-odio. Ambivalencia que se sustenta a su vez en la paradoja dependencia-independencia de difícil resolución. En las consultas nos encontramos como los padres se desconciertan ante los ataques de sus hijos: “me dice que me odia”, “que no me quiere”, hasta en algunas ocasiones los pequeños agreden físicamente a sus progenitores como muestra de su enfado. Enfados que muchos padres no pueden concebir mentalmente: “con todo lo que hemos hecho por él”, “siempre le hemos dado lo que nos pedía”. Situándose los padres frente a un hijo que les “odia” y no reconociendo su propio odio hacia el pequeño en los momentos difíciles del proceso paternal. Encontrándonos compensaciones de los padres, fruto de una culpa inconsciente ante esos sentimientos hostiles, materializadas en actitudes sobreprotectoras que perpetúan las agresiones del pequeño al no encontrar una contención a sus pulsiones hostiles. EL ODIO EN EL NIÑO: Freud señala como con el nacimiento de la instancia súperyoica se instaura la integración de la hostilidad y la ternura, surgiendo con ello la culpa inconsciente ante la ambivalencia de las pulsiones eróticas y destructivas que permanecen en el interior del sujeto. Ambivalencia fácilmente representable, para el autor, por la antítesis amor-odio fruto de las pulsiones de autoconservación y sexuales. En el que el primitivo sentimiento de odio haría su entrada en la relación contra el mundo, ajeno al yo y portador de estímulos; el odio surge de la lucha del yo por su autoconservación y su supervivencia frente al exterior, ante la proyección de las sensaciones displacenteras al mundo externo. Percibiéndose el no-yo como hostil en contraposición a las sensaciones placenteras que el yo introyecta/incorpora como fuente de placer. Pero ya en esa incorporación del objeto amoroso se fusionan componentes sádicos con los eróticos. La autora que mejor teorizó sobre esta escisión entre los componentes sádicos y los eróticos fue M. Klein a través de su formulación de la posición esquizoparanoide (pecho bueno vs pecho malo); siendo la integración de lo bueno y lo malo, posición depresiva para la autora, la entrada en la ambivalencia entre la hostilidad y la ternura por la que se caracterizan nuestras relaciones. EL ODIO EN LA MADRE: Para que el bebé entre en dicha posición depresiva será necesario una madre real que contenga y soporte esos ataques iniciales de su hijo. Será Winnicott quién dote de realidad esa madre (función materna), que si bien en un principio ilusiona al niño, posteriormente le desilusionará con frustraciones progresivas, siendo la progenitora objeto de ataques y hostilidad. El éxito del sostén materno se medirá por la capacidad del niño para la ambivalencia; el niño tiene impulsos, ideas y sueños en los que se plantea un intolerable conflicto entre le amor y el odio, entre el deseo de preservar y el deseo de destruir el objeto. La madre tendrá que mostrarse comprensible y tolerante ante los ataques del niño para que la relación se vaya libidinalizando y no se sustente en la destrucción y en la hostilidad. Este mismo autor, a pesar de que valide el amor de madre, advierte como la madre odia al pequeño desde el nacimiento. El bebé real nacido no es la concepción mental de la madre mientras estaba embarazada, además de que constituye un peligro real para su cuerpo durante el embarazo y el parto; tras el nacimiento el bebé interfiere en la vida privada de la madre, es un reto, un incordio, le hace daño en los pezones al mamar, el bebé es cruel, la trata como escoria, como a una sirvienta gratuita y una esclava; sentimientos contradictorios ante su vástago que tendrá que elaborar y comprender, el bebé la excita pero la frustra. Una madre deberá ser capaz de tolerar el odio que su bebé le inspira sin hacer nada al respecto. En el niño, ante el sostén de la madre real, permanecerán fantasías en las que su madre podrá ser atacada y destruida, sobreviviendo en la realidad a los ataques del pequeño, madre superviviente real sobre la que podrá efectuar una reparación, transformándose la destructividad en constructividad, haciendo más soportable la ambivalencia. CONCLUSIONES: El no poder acceder y tolerar esta ambivalencia amor-odio, especialmente en las relaciones madre-bebé, conlleva en muchas ocasiones un tipo de relación sadomasoquista que se instaura como única forma de relación entre ambos, no siendo conscientes de sus sentimientos hostiles, la madre para sobrevivir y el hijo para reparar su destrucción. Siendo necesario empezar a elaborar resentimientos y hostilidades de los padres hacia su hijo y su vez, nosotros como terapeutas contenerlos para poder sostener su imagen de buenos padres y amorosos. Como bien aconseja Winnicott en su escrito “¿Qué es lo qué fastidia?” (1960): Creo que a las madres les ayuda poder expresar sus padecimientos en el momento en que los experimentan. El resentimiento contenido arruina el amor que está por detrás de todo. BIBLIOGRAFÍA: Dolto, F. La dificultad de vivir. Barcelona: Editorial Gedisa; 2005. Freud, S. Obras Completas. Madrid: Biblioteca Nueva; 2006. Pereña, F. Agresividad y cuerpo. México: Siglo XXI, 2011. Spitz, R. El primer año de vida del niño. México: Fondo de Cultura Económica; 2011. Winnicott, D. W. Obras escogidas. Barcelona: RBA, 2006.