la cultura en MEXICO en la cultura 26 de Marzo i m re! 1987 Su emento .,.NO.1303 MexlcoD.f. 2 HOMENAJES' AL FLACO. t· 2 TAIBO 11 : Stan laurel en Parral -~ -e- - OSVALDO SORIANO: - - -- -. , "- -1- ... .... ~ lo - .r --.- • ~ - ... Ante la tumba de Stan ~ • De una vez y para siempre Electricistas ! Una novela policiaca corta de LA HISTORIA . QUE MANUEL VAZQUEZ MONTALBAN: "23 de Febrero" '( En dos partes) Emiliano Pérez Cruz: NUNCA EXISTIO El cine según Televisa Tirso Ríos Fitoquímico .. ss Con la historia que a continuación van a leer se inicia la novela Cuatro manos, un proyecto conjunto de PIT Il y el novelista policiaco uruguayo Daniel Chavarría. Publicamos sólo el primer capitulo, porque el segundo nos llevaría muy lejos de Parral el día que mataron a Villa,.nosl1evaría a una oscura oficina en Langley, Virginia, sede de la CIA, donde funciona el "shit department". ¿Qué sigue después? Por ahora, conformémonos con este homenaje al Flaco. 119 de julio de 1923, a las cinco y media de la tarde, el hombre avanzó sobre el puente internacional que separaba El Paso, Texas, de Ciudad Juárez, Chihuahua. Comenzaba a hacer calor. Unas carretas que transportaban alambre de púas hacia México habían llenado el aire de tierra suelta. El aduanero mexicano, desde la garita, contempló superficialmente al hombre flaco, vestido de gris, con un bombín y una astrosa maleta negra, que avanzaba hacia él. Luego volvió la vista hacia los papeles que tenía enfrente. . El flaco desgarbado, caminando entre nubes de algodón, llegó hasta el escritorio del aduanero mexicano y depositó la maleta frente a él. El aduanero, que había tenido una monumental bronca con su mujer aquella mañana, no andaba de humor, y alzó la vista para observar al gringo. El rostro le resultaba conocido. ¿Alguien que pasaba la frontera con frecuencia? No, no era eso. Cara pálida, orejas separadas, boca que pedía a gritos una sonrisa que no salía, ojos pequeños. El gringo flaco ni siquiera lo miró. El aduanero abrió la maleta: ocho botellas de ginebra holandesa prolijamente acomodadas; nada más; ni calzoncillos, ni un vil par de calcetines. El pinche gringo loco ese se iba a poner un buen pedo. ¿Por qué no se lo ponía en su casa el muy culero? El aduanero de repente descubrió en el gringo a un colega en el mal de amores. Otro güey al que traía pendejo su vieja, y sintió crecer dentro de él una amplia y desbordante solidaridad. Cerró la maleta y marcó en ella con tiza la señal de paso libre. El gringo, tomó la maleta y entró en México sin haber pronunciado una sola palabra. El aduanero lo vio alejarse por las polvorientas calles de Ciudad ]uárez. Repentinamente le vino a la cabeza el nombre: Stan Laurel, el que salía en las películas, el comediante. Stan vagó por la ciudad erráticamente hasta ir a dar a la estación del tren. -¿Adónde?- preguntó el vendedor de boletos. -Seutl., anywhere. -¿Qué tan al sur lo quiere, amigo? Stan alzó los hombros. Stan alzó nuevamente los hombros. -Sale usted a las ocho de la noche y llega a las siete de la mañana. Stan se dejó caer con el boleto en la mano en una banca de metal pintada de verde en las afueras de la estación de Ciudad Juárez y se quedó mirando hacia dentro de sí mismo. Las cosas con Mae no podían seguir así. Se estaban destruyendo. Un poco cada día. Cada hora se hacían pequeñas heridas y hurgaban en ellas para producir dolor. No demasiado, no para matar de un golpe. Un poco, el suficiente. Mae piensa que la estás tirando por la borda, dejando atrás .para seguir tu carrera. Veinticinco películas de un rollo en un año. Después de tantas horas huyendo de conserjes de hoteles que reclaman el pago, noches de sJ..leño con el estómago vacío, borracheras tristes y fracasos, la huida, cada cual a su suerte. Pero no es eso. John tiene E Stan Laurel en Parral Paco Ignacio Taibo II razón. Ella es una actriz de carácter, no una comediante, y no puedes seguir empujándola en tu camino, ella tiene que encoqtrar el suyo, o los dos se van a hundir, volver ~ nuevo a las giras teatrales en pueblos perdidos del medio oeste. Stan llora. No sabe si es por el polvo que lo ro· dea o por Mae Dahlberg, esa mujer de la que está y no está enamorado, cantante, bailarina, trapecista aficionada de circo, australiana, con la que se casó hace cuatro años en Nueva York. A las siete y media de la mañana del 20 de julio de 1923 Stan Laurel cruzó la Plaza ]uárez de Parral y entró al Hotel Neptuno. Consiguió por' dos pesos una habitación. Entró al cuarto: una cama con cabecera de hierro, un escritorio mi· núsculo contra la ventana, una alfombra raída en el suelo. Colocó su maleta sobre el escritorio y la abrió. El sol entraba por la ventana. Tomó las botellas de Bohls y las dispuso en una ordenada fila. Abrió la primera. Bajo la ventana un hom· bre se secaba el sudor con un paliacate, una y otra vez. Era un extraño gesto, más bien una señal. Stan llevó la botella a los labios y de un sólo trago se bebió la cuarta parte del contenido. Sao cudió la cabeza, carraspeó. Un reflejo metálico del sol al final de la calle lo distrajo. Observó con cuidado. La calle que pasaba frente al hotel ter· minaba en dos casas apoyadas co tra el río. De ahí venía el reflejo. ¿Un fusil? Varios. Había hombres armados en las ventanas de esas casas. ¿Qué estaba pasando? Un automóvil dodge brothers en el que viajan siete hombres, pasó ante la puerta del hotel. La señal del hombre del paliacate rojo fue vista por los nueve emboscados que se encuentran cubiertos tras las puertas y ventanas de las casas números 7 y 9 de la calle Cabino Barreda. Los hombres estaban armados con rifles 30-30, 30-40 y winchesters, automáticos, y con pistolas calibre 45. Cuando el auto llegó a unos 20 metros de las casas, las puertas y ventanas se abrieron y comenzó a llover plomo. La primera descarga de balas explosivas destrozó el parabrisas y mató instantáneamente a Rosalío, quien viajaba fuera del automovil colgando de la ventana; el coronel Trillo, sentado al lado del chofer, se retorció horriblemente y quedó con el cuerpo colgando. Los emboscados descargaron sus rifles. El chofer herido por múltiples balazos soltó el volante y el automóvil fue a estrellarse contra un árbol a escasos metros de la casa desde la que hacían fuego. Cuando descargaron los rifles, continuaron disparando con las pistolas. Desde el asiento trasero del automóvil se respondió timidamente el fuego, uno de los emboscados cayó muerto desde una ventana. Dos de los hombres que viajaban en el asiento trasero lograron huir en medio de la granizada de balas, ambos iban heridos, uno moriría una semana más tarde, el otro perdería el brazo. En menos de un minuto sobre el automóvil habían sido disparadas 200 balas. De repente, el silencio. Nadie se movió en el interior del carro. Tres de los emboscados se acercaron y descargaron sus automáticas contra los cuerpos inertes. Los asesinos, sin prisa, sacaron sus caballos y montaron. Un hombre se acercó y les entregó 300 pesos por cabeza. Abandonarían Parral tranquilamente. Stan, desde la ven~ los ojos inmensamente abiertos y enrojecidos, no pudo moverse. Un niño se acercó al automóvil y contempló a los muertos. • -¡Mataron a Pancho Villal- gritó. Stan llevó la botella de ginebra a la boca y bebió, bebió hasta dejarla vacía. Eran las ocho y dos minutos de la mañana del 20 de julio de 1923. Ante la tumba deStanley Hasta los 21 años. Osvaldo Soriano no había leído ningún libro. El primero que cayó a sus manos, casualmente, como producto del préstamó del novio de una prima, 'fue Soy leyenda, de Richard Matheson. Quedó tan deslumbrado con su lectura que, tras devorarlo, fue a solicitar otros títulos. Los que sig~ieron: Hacedor de estrellas, de Olaf Stapleton y Manuscrito encontrado en Zaragoza, de Jan Potocki. Nueve años después, cuando ya contaba con una apreciable trayectoria periodística, se lanzó al ruedo editorial con su novela Triste, solitario y final. Tenía treinta años. Aquella obra, originaria de 1973, habría de contar hasta el presente con gran número de traducciones -entre ellas, por citar sólo algunas, al polaco, portugués, alemán, francés e italiano-, y ha recibido auspiciosa acogida en cada uno de los países en que se editó. Curiosa, extraña, sugestiva, con un ritmo realmente apasionante y aprisionante, la novela de Soriano se constituye en un cálido y emotivo homenaje a la novela negra y, por otra parte, en una irónica reflexión sobre los mitos del cine. Todo ello en una excepcional mezcla en cuyo relato se dan simbólicamente la mano el Cordo y el Flaco con el detective Philip Marlowe, de Raymond Chandler. Raymond Chandler ha sido, precisamente, una de las influencias confesadas por este escritor argentino. Junto a él, el Cortázar de Historias de cronopios, el Bioy Casares de Perjuro de la nieve, Edgar Allan Poe y Guy de Maupassant. A todos ellos les debe, según manifestó en alguna oportunidad, parte de la orientación de su quehacer literario. Un quehacer que no se ha detenido en su título inicial, la reconfortante muestra imaginativa contenida en Triste, solitario y final, sino que se ha ido ampliando a partir de mediados de la década de los 70 (justamente cuando debió exiliarse en Bruselas y París, en los años de dictadura militar argentina), merced al lanzamiento de No habrá más penas ni olvido y Cuarteles de invierno, mismas que han sido trasladadas al campo cinematográfico. Hacia finales de 1986, la lista de sus novelas se ha visto ampliada con la aparición en su país natal de A sus plantas rendido un león, rápidamente ubicado en los primeros lugares de venta. A más de trece años de su aparición en la capital sudamericana, ofrecemos un texto poco divulgado y que lleva la firma del mismo Soriano. Dado a conocer en la desaparecida revista Cuestionario, en su número 19 de noviembre de 1974, su contenido guarda relación con el viaje que el mismo escritor efectuara a la ciudad de Los Angeles con el exclusivo propósito de visitar las tumbas de Stan Laurel y Oliver Hardy, protagonistas y parte sustancial de la trama de su primer libro. Con esa misma carga contenida en la novela -por un lado, el bando de Phillip Marlowe, el propio Soriano, El Gordo y El Flaco, unidos para luchar contra John Wayne, Chaplin y el establishment norteamericano-, el escritor despliega su oficio periodístico para relatar aquella experiencia y, por otra parte, recrear una de las escenas más bellas y tiernas del libro: el momento en que Soriano -en su doble calidad de autor y personaje- visita la tumba del mismo Stan Laurel. El texto de Soriano sirve para constatar la duplicación de una escena que ya había vivido en su Mauricio Ciechanower. propia ficción. Osvaldo Soriano ra de noche cuando el Jumbo empezó a sobrevolar el aeropuerto de Los Angeles, en California. La máquina parecía acariciar el pisó de luces de la ciudad más extensa del mundo. Hacía casi veinte horas que volábamos y yo no había podido dormir ni ~n solo minuto; sin embargo, creo que nunca estuve más despierto. Era demasiada la ansiedad que se concentraba en mis ojos, desesperados por asegurarse de que eso que brillaba allí abajo era LOs Angeles. Fue hace un año, pero nunca voy a despren- _ derme de algunas sensaciones, imposibles de narrar ante una máquina de escribir. Hacía cuatro meses que se había publicado en- Buenos Aires Triste, solitario y final, cuya acción transcurría en esa tierra que yo sólo había conocido a través de las novelas de Raymond Chandler y de los filmes de Laurel y Hardy. El diario donde trabajaba entonces, me había enviado a Turquía e Italia y de regreso quise conocer los boulevares de Hollywood, saber si eran como los había imaginado, entre las cuatro paredes de un departamento de la calle Mario Bravo, en Buenos Aires. Allí estaba, mirando por la ventanilla mientras el Jet de Panarnerican carreteaba por la pista. 4a noche cerrada..me impedía ver más que algunós carteles luminosos, al fondo del aeropuerto. No' tenía la menor idea 'de cómo moverme en los Estados Unidos sin hablar una palabra de inglés. Junto a mí venía un señor demasiado norteamericano, que hablaba un español bastante bueno y al que había dado algunas clases de lunfardo argentino durante el largo viaje, a cambio de que él le explicara a cada rato a la azafata que yo quería una almohada o pollo con arroz. "Así que usted escribió una novela", me decía el señor, casi asombrado de que en la Argentina se hiciera literatura. Le dije al taxista que me llevara al DOwntown (centro de la ciudad) a un hotel que me recomendaron los muchachos de Aerolíneas Argentinas. Era un tipo joven, rubio, que habló durante todo el trayecto sin hacer caso cuando yo le repetía que no entendía ni medio de lo que decía. Mientras él largaba su monólogo, yo miraba ávidamente por la ventanilla. Dentro mío luchaba el tipo deslumbrado por una ciudad en la que habían caminado Rodolfo Valentino, Chaplin, Dashiell Hammett, y el otro, cuyo desprecio por esa sociedad era tan fuerte como el amor por sus mitos. Cuando llegué al hotel y me desparramé sobre una enorme cama, frente a dos televisores que irradiaban color, pensé en lo que vería cuando al día siguiente la luz me descubriera la ciudad. Tenía el teléfono de un amigo argentino. Intenté llamar pero no entendía cómo cuernos funcionaba ese aparato, pese a que el botones colombiano me había explicado apresuradamente. Lo dejé para la mañana. Me comuniqué con Andrés. Mandó a un amigo chileno a buscarme. Andrés iIttJ ve, su mujer, vivían en un hermoso chalet elrtas colinas de San Fernando. Mientras el Chevrolet subía y bajaba entre un bosque verde, por una carretera que de pronto se enfrentaba abruptamente con un mar casi verde, el tono cantarín de mi compañero chileno sonaba como impostado. "Santa Mónica", me dijo. Ví, de pronto, el Ocean Hotel, donde Laurel había pasado los últimos días de su vida y una emoción digna de una abuela impresionable me dejó la lengua frenada. Empecé a revivir su vieja cara llena de arrugas, su traje barato, su mirada apagada por las luces de Hollywood. Decidí que iría a visitar su tumba. Secretamente, desde que salí de Buenos Aires, pensaba acercarme al viejo Stan. Pero tenía miedo;no estaba seguro de que élcorres¡50ndiera ami amor, no sabía si la historia había ido demasiado E lejos enturbiada por un detective duro y solitario. Por la tarde comenzó a llover. Andrés miró por la ventana y se acordó de que en varios pasajes de mi novela también llovía. Sabía que Laurel estaba sepultado en el Forest Lawn Memorial Park, pero me sorprendí al enterarme de que allí había tres cementerios. ¿Cómo saber dónde encontrar al Flaco? Andrés me dijo que preguntara a la telefonista. Simplemente que marcara el ocho y hablara en español. Tengo mi idea sobre el eficientismo capitalista. Marqué el ocho y le disparé a la mujer que atendió una pregunta tan insólita como "¿podría decirme dónde queda la tumba de Stan Laurel?" En dos minutos me lo averiguó y hasta me díjo con quién debía encontrarme antes, pues estaba prohibidOo dar información sobre el lugar donde se halla la sepultura. Me quedé tan sorprendido como un chico frente a un juguete nuevo. "El servicio cuesta sesenta dólares, así que debe ser bueno", me dijo Andrés. Dije que sí, pero me quedé con ganas de llamar otra vez y preguntar dónde podía comprar un elefante amarillo. Lloviznaba cuando Ive me llevó hasta el ce- . menterio. Antes pasamos por las desoladas calles de Bel Air y Beverly Hills. Frente a una mansión amarilla esperaba un Rolls Royce, más espléndido por las gotas que caían sobre su pintura gris. Tuve la sensación de que en algún momento aparecerían James Stewart o Cary Grant, pero el silencio no se quebró nunca. Atravesamos una bóveda de árboles viejos, que seguramente habrán visto otros esplendores y salimos a una carretera elevada; las nubes parecían pintadas por un utilero de mal gusto. Cuando nos detuvimos frente a la estatua de Washington, yo sabía que debía subir una escalinata, caminar por un sendero de mosaicos hacia la derecha y no distraerme. Forest Lawn, en Glendale, es un enorme parque, frío y desolado. El césped ondula sobre las faldas de las C8linas, quebrarlo por calles donde de vez en cuando pasan autoS' lentos y curiosos. No hay allí tumbas al estilo de las que nosotros conocemos. El lugar donde descansa cada muerto está señalado simplemente por un número. Eso sí: había un mar de pequeñas banderas norteamericanas, de esas que los chicos llevan en sus manos durante los festejos del 4 de julio. Nada de flores, sólo banderas. Pensé que allí estaban enterrados todos los héroes que alguna vez glorificaron John Ford y John Wayne; pero no: sólo algunos generales y después muchos números acompañados de barras y estrellas. Pensé que si Stan tenía sobre él una bandera norteamericana, yo lo libraría de ella. Tenía- un tallo de rosas vivas, entrelazadas a una enredadera que trepaba por una pared, alrededor de la placa que le había dejado Dick van Dyke; sobre el césped, quizá exactamente a la altura de su cara, florecían dos margaritas africanas. Más allá, el número de la sepultura: el 12. Me paré frente a Stan. La lluvia se hacía más empecinada y las colinas desaparecían entre la niebla. Estuve allí dos horas o más. No podría contar ahora, un año después de ese encuentro, todo lo que pasó dentro de mí. Le dejé mi libro junto a las flores. El agua empezó a mojarlo enseguida. Sentí que ningún otro acto me había acercado más intensamente a ese hombre al que tanto admiro. Hubiera querido que aún viviera para poder abrazarlo. Lamenté haber llegado tarde, o que nuestras generaciones fueran tan desgraciadamente dispares. Nadie supo decirme dónde estaba sepultado el gordo Ollie. Ni la telefonista. Algunos conjeturaron que descansaba en Georgia, donde había nacido. Poco después regresé a Buenos Aires. Aquellos días en Los Angeles fueron los más hermosos de mi Vida. 3, LA MARCHA t ELECTRICISTA, MUCHAS MARCHAS Cerardo de la Torre ntre los grupos electricistas que se reunieron el 3 de marzo en el Monumento a la Revolución, abundaban las camisas rojas, los pantalones negros, colores no sólo de las banderas de huelga que desde días antes adornaban las instalaciones de la empresa, sino también del escudo del Sindicato Mexicano de Electricistas. Desde poco antes de la hora señalada fluía la gente hacia la explanada y a las cuatro en punto ya se había congregado una multitud. Obreras y obreros de rostros adustos. Vecinos de colonias distantes y miserables que arrastraban a sus hijos. Estudiantes, ceuistas de rostros alegres que, con mantas y pancartas, desembarcaban de autobuses tomados. Solitarios que curioseaban o, mostrando desconcierto, buscaban dónde ubicarse. Fotógrafos, reporteros garabateando notas, agentes policiacos que a pesar de las sonrisas de plástico no lograban ocultar su condición. La huelga -el 23 % de aumento salarial de emergencia- en juegohabíaestalladoel viernes 27 de febrero a las doce del día, dos horas después de que el gobierno impusiera la requisa de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro. Ese mismo día se convocó a la marcha. Poco después de las cuatro los grupos comenzaron a avanzar hacia el Zócalo, encabezados por decenas de miles de trabajadores electricistas entre los que se mezclaban ralos contingentes de colonos, damnificados del temblor y sindicatos pequeños. "Este puño sí se veles el puño del SME". En las banquetas, a lo largo de avenida Juárez y la calle de Madero -tiempo de la memoria: en esa calle, en e161, durante una de las marchas en defensa de la Revolución Cubana, nos encerraron, nos atacaron con los potentes chorros de las mangueras contra incendio, nos gasearon, fuimos tundidos por las macanas y los garrotes de la policía-, señpras y señores, jóvenes y viejos, contemplaban el paso de los manifestantes. Sin entusiasmo al principio, después alzando tímidamente escasos puños y al final con euforia, sumándose a las consignas coreadas a pulmón pleno. En el cruce con Isabel la Católica, una rubia cuarentona -güera de rancho, dijo Bianca Susana-, suéter morado, elevaba una pancarta: "Las amas de casa del primer cuadro estamos con ustedes". . Los primeros grupos comenzaron a ingresar al E 38 Zócalo a eso de las cinco. En la desembocadura de MaderQ.los recibía una manta de los trabajadores democráticos del Metro y un grito que se repetía al paso de cada contingente: "SME, escucha, el Metro está en tu lucha". Los electricistas que llegaban fueron arrimándose al costado derecho de la plaza. Allí, desde un templete, se daba noticia de las organizaciones que participaban y se leían telegramas solidarios. tiempo de la memoria: el 58, el 59. A los mítines y manifestaciones de los ferrocarrileros vallejistas se sumaban choferes de autobúses, telegrafistas, maestros, petroleros y una presencia mínima de los estudiantes. Hubo que esperar casi diez años. Pero se rememoraba ahora la batalla del Caballito -piedras contra gases lacrimógenos- en el cruce de Juárez, Bucareli, Rosales, Paseo de la Reforma, y la estratégica retirada por la antigua avenida del Ejido. -¡Culeeerosl ¡Culeeerosl El grito banda se había colado en la manifestación y Bianca no entendía a quién iba dirigido. -A los que nomás estamos aquj de mirones. A quién ha de ser. A las seis de la tarde se encendió el alumbrado público -Huelga con requisa no es huelga. ¡Pinche huelgal-. Seguían llegando electricistas a la Plaza de la Constitución, que para entonces se hallaba llena a medias. Camisas rojas, pantalones negros. Una manta definitoria: "No a la deuda externa. Sí a una política económica para la clase jodida". Eso de clase jodida sonaba a disparate, y aquí los marxistas puros -no los puros marxistas- se arracimaron en torno al concepto de clase. El proletariado es clase, pero no lo es el campesinado, y erróneo es hablar de clases medias. ¿La jodidez expresa una condición de clase? ¿Podríamos elevarla a categoria marxista? Pues a saber si es clase, y allí se la hallen con sus categorías, pero lo que no tiene pierde es que de un lado estamos los jodidos y del otro los que joden. ¿Y dónde vamos a colocar a los que ni joden ni están jodidos? O se los dejamos al tiempo o a su decisión, pero lo más seguro es que se acerquen a la jodidez. A menos que le peguen a los pronósticos. . Uno de suéter azul, trepado en el semáforo allí en la desembocadura, echaba miradas a la plaza y, según lo que veía, indicaba a los encargados del tráfico, unos cuantos comisionados de orden, hacia dónde debían dirigir a los contingentes. Ahora por el centro, ahora hacia el costado izquierdo. Y los comisionados empujaban y sudaban para abrir esa masa compacta que taponaba la entrada al Zócalo. En esos vaivenes, Bianca Susana sintió que una mano cavernaria se le posaba en las nalgas y liberó un par..~e taconazos. -No hay que ser. Hasta)lJas manifestaciones hay que traer calzones de fterro. Seguro que son americanistas. tiempo de la memoria: igual llenábamos el Zócalo en el 68. Una masa poderosa de estudiantes se desplazaba entonces por estas calles. Y entre ellos, almas perdidas, erraban algunos ferrocarrileros, telefonistas, vendedores ambulantes y aquel medio millar de petroleros de la última manifestación, un 13 de septiembre. Después de . los discursos -y desde antes, desde que tanta palabra comenzaba a hostigar-, los muchachos se sentaban en círculos en la plaza y allí mismo comenzaba ll\ cariñosa indagación. Y tú, ¿de qué escuela eres? Politécnico, chapinguero, universitario, normalista, y uno que sin achicarse decía estudio en la Ibero. Y en ocasiones esas miradas feas porque no se tenía tipo de estudiante y se recelaba del posible guarura. ¿Y ustedes qué? Ps so- mos petroleros, de la refi, y aquí andamos nomás, PQrque ps son chingaderas, ¿no? Vinieron después las concentraciones en Tlatelolco. -(Camínenlel ¡Rapiditol -los comisionados usaban el gañote, y con ademanes en los que asomaba la gana de empujar, apresuraban a los ma-· nifestantes, porque todavía viene mucha gente, la cola de la columna ni siquiera ha llegado a la Alameda. Faltaba un cuarto para las siete cuando entraron las últimas partidas electricistas. "El switch abajol en defensa del trabajo' . Tras ellos aparecieron, con mantas espectaculares, los trabajadores de la Casa de Moneda. Y en seguidita el Sindicato 19 de Septiembre. -¡Las costurerasl Desfilaban aquell.as hermosas mujere.<> _on los puños en alto, los niños de brazos, los chamacos que portaban pancartas en solidaridad con la requisada huelga electricista. Venía después un grupo pobre de damnificados que, en vez de manta, elevaba una lámina, muro arrancado a las espantosas viviendas de emergencia. Siteuno, bajo cuyo estandarte marchaban periodistas del Uno y jornaleros. Detrás un nutrido grupo de gente del petr6leo, la Sección 34, sin Chimales, olvidados del azcapozalquense paro ·del 68, que aprovechando la ausencia de la Quina, se permitían exigir democracia sindical. -¡SUS cuernosl -dijo un viejo que en seguida se alejó echando mentadas de madre. Comentó Bianca que debía de ser uno de esos petroleros jubilados, adalides de la Expropiación, que se sabían traicionados y no acababan de tragarse la amargura. Pasaron los trabajadores universitarios: "SMEI Stunam, unidos vencerán". Pero ya no se les creía porque no mostraban convicción. Fue el Stunam el más fuerte sindicato armado por la izquierda partidista en los últimos lustros, pero su credibilidad se perdió en la negociación, en el tejemaneje cotidiano que, sin llevarlos al Congreso del Trabajo, los castró. Pero detrás venían los muchachos. Se habían quedado rezagados unos cincuenta metros, y desde allí arrancaron en estampi<1a. Otra vez decenas de miles de muchachos que tomaban el Zócalo, que azotaban el piso y el aire y los corazones de toda la gente allí reunida. Esos muchachos locos que al fin, tras tantos años de derrota y decepción, nos habían regalado una victoria. -¡Ceul ¡Ceul ¡Ceul ¡Ceul ¡Ceul Pasaban con los puños en alto repitiendo sin pausa el monosílabo. Pero no fueron los puños ni los gritos los que resucitaron la emoción, sino ese paso firme, bien plantado, esos rostros que reflejaban la posibilidad del triQMo y que obligaron a toda aquella masa que los esPeraba a levantar los puños y a gritar, repetidamente, sin descanso, ¡Ceul ¡Ceul ¡Ceul ¡Ceul "Electricista, tu hijo está en el Ceu". Estos muchachos que ahora ocupaban, una vez más, la Plaza de la Constitución, no eran distintos, ni siquiera eran otrós, de aquellos que en septiembre del 85, en las labores de rescate y salvamento, se ganaran los calificativos de heroicos y generosos. Eran son los mismos, y de pronto, semanas antes de la marcfia, durante la huelga estudiantil universitaria, recibieron y asumieron los más infamantes adjetivos. Ocupaban de nuevo el Zócalo, y su generosidad, en mal momento despreciada por los envejecidos jóvenes del 58, del 61, del 68, se expresaba en una frase contundente: "A la solidaridad, respondemos con soli- daridad". Solidaridad con la clase jodida. Y nada más. Eran las siete y media de la noche cuando se escuchó música y canto. El Sutin, los nucleares, que entraron entonando la Internacional. tiempo de la memoria: la marcha del Suterm, Galván y los electricistas democráticos. La vuelta a la Alameda y el regreso al Monumento a la Revolución -entonces el Zócalo era inaccesible-, y allí, la internacional, ese himno que llama a los pobreS aluchar por los pobres del mundo. Por la clase jodida, pues. La marcha concluyó con la llegada de los partidos políticos. PST, Co~iéión"de'Izquierda, que engloba {llos que ya sabemós. Un escritor de cine miraba a todos lados y parecía decirle a su compañera que de todo eso habría que hacer un buen guión. Seguro que las emociones no se recogen tan fácilmente. Nunca se llenó el Zócalo, porque había que irse a Río de la Loza, a la sede de la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje, a apoyar a los compañeros que discutían, que negociaban. Bianca Susana estaba ronca de tanto gritar y dijo que se le antojah¡(una cerveza, helada, como cachete de muerto. No muy lejos, en Venustiano Carranza y Gante, se halla La Luz, cantina así bautizada en los años treinta porque se hallaba frente al viejo 1 dificio -hoy Somex- de la Compañía de Luz. Allí en La Luz, a la luz de unas cervezas, se dijo: . -En el 58 andábamos los obreros, en el 68 los estudiantes. Pero ahora sí como que ya entendimos. Estamos todos junti~os. Y eso tiene, o debe tener, más importancia que la declaración de inextstencia de la huelgá electricista que al día siguiente hicieron las autoridades. -Hasta tengo ganas de tomarme un tequila, Bianca. 39 Manuel Vázquez Montalbán Manuel Vázquez Montalbán, creador de la nueva novela policiaca española con Tatuaje en 1974, ha recorrido un largo camino tomado de la mano de Pepe Carvalho, su personaje favorito. A La soledad del manager, Los mares del sur, Asesinato en el Comité Central, Los pájaros de Isangkok, La Rosa de Alejandría y El balneario, han seguido una serie de novelas cortas que fueron publicadas con gran éxito en España como suplemento veraniego de una revista nacional. Aquel 23 de febrero, con la tremenda resonancia del fallido golpe del corone! Tejero en el título, fue una de estas novelas. Una novela corta 23 DE FEBRERO Primera de dos Partes -Estamos investigando un caso que se las trae. Los franceses han robado los planos secretos de la Olimpiada de Barcelona y el alcalde nos ha pedido ayuda, desesperadamente. Mi jefe se pasa el día de reunión en reunión con jerifaltes... ¡Hombre, jefel De usted estaba hablando con es· ta señorita. Carvalho suele mirar a las mujeres de arriba abajo, a medio camino entre la moral igualitaria de la juventud que le obligaba a mirarlas a la cara de tú a tú y de las concesiones machistas que se ha ido haciendo a sí mismo a medida que envejecía. Pero esta mujer sin duda merece una mirada de abajo arriba. -¿Es tu prima, Biscuter? -¿Mi prima? ¿Desde cu'ndo tengo yo una prima? La mujer sonríe como un boxeador que espera a su adversario en el tercer asalto como un golpe definitivo. Obedece dócilmente cuando Carvalho le incita a sentarse y fuerza a Bisc,uter a irse camino de la cocina. -Usted dirá. Pero si no dice nada me es igual. Yo estoy bien así. Se desconoce a sí mismo. Hacía tiempo que I iscuter subía trabajosamente las escaleras que conducían al despacho de su patrón el detective Carvalho. Mucha cesta para tan. poco cuerpo fetoide y de pronto una mano que se va del asa de la cesta para irse hacia la frente y golpearla tras un: ¡Mecachisl de evidencia. -¡Me he olvidado los puerrosl . y sigue subiendo la escale~a ~n 'Biscuter refunfuñante. -Hasta la sal de apio he comprado y luego me dejo los puerros. ¿Cómo se puede hacer u~a vichysois sin puerros? Y es que no se puede tener tantas cosas en la cabeza. . La cabeza de Biscuter era un elemento esencial en el afanoso subir de la escalera, como un adelantado y balanceante vigía del cuerpecillo y fue ese vigía quien primero advirtió el formidable par de piernas femeninas cruzadas bajo la cúpula de una breve minifalda y adheridas a un cuerpo de muchacha sentada en los escalones. La mujer contempla a Biscuter con curiosidad. -¿Carvalho? -No. Biscuter. El jefe no tardará en llegar. Yo B 40 he ido a hacer la compra. -¿Es usted su mayordomo? Biscuter carraspea y culmina la ascensión a una mayor velocidad, como si la cesta le pe sara menos. -Soy, digámoslo así, su hombre de confianza. La muchacha se mira a Biscuter de arriba abajo y dice como para sí: -Debe ser un hombre muy confiado. Biscuter no tiene manos para seguir llevando lo que lleva, abrir la puerta y ofrecer galantemente la primera plaza a la dama. ~in saber cómo, en cuestión de segundos, las bolsas han pasado a las manos de la muchacha, él está abriendo la puerta desde la sensación de que algo que está ocurriendo no debería ocurrir y finalmente entra él primero seguido de ella que apenas puede con todo lo que lleva a cuestas. -Si me ayuda todo irá mejor. Biscuter por fin ha comprendido la razón de su secreta inquietud y vuelve a no tener ni manos ni palabras suficientes para disculparse y al mismo tiempo liberar de la pesada carga a la desconocida. No tarda el fetillo en recuperar el sentido de la orientación y con él, maneras de secretario general de aquel reino. Comprensivo con las necesi· dades de tiempo libre de la mujer, se ofrece para anotar su caso. La llegada de Carvalho es imprevisible. El jefe tuvo ayer un día infernal. una mujer no le provocaba una congestión pulmonar. -No quisiera entretenerle. Le supongo m~y ,atareado tratando de recuperar los planos de los fIlanceses. ,~¿Biscuter le ha contado lo de los franceses? H¡:,. tenido usted suerte. Ultimamente ha renovado el repertorio de encargos imaginarios. Unas veces cuenta lo de los planos olímpicos y otra lo de las joyas de Isabel Preysler. -Esta segunda no me la sé. -Según Biscuter, Isabel Preysler ha sido objeto de robo de sus joyas y me ha encargado que las busque. ¿Qué se le ha perdido a usted? -Mi abuelo. Lo ha dicho de sopetón llevada por el tono frívolo y jugetón del diálogo pero inmediatamente se arrepiente, baja la cabeza, reconstruye el dramatismo interior de su vivencia. -Mi abuelo ha muerto. -Le acompaño en el sentimiento. ¿De qué? - De un ataque eardiaco. Según el forense. II nte dos tazas de suizo y un impOrtante repertorio de croissants y magdalenas, un hombre y una mujer llegan fácilmente a intimar, aunque probablemente el suizo no sea un alimento afrodisiaco y los croissants sugieren excesivamente la imagen lúdica de infancia y domingos por la mañana. -Si el forense ha dicho que era un ataque cardíaco, no hay duda. Carvalho hablaba sin mirar el rostro de la muchacha, pero sí miraba las piernas escapadas como tentáculos de la breve falda de napa plateada. Prefería las piernas. La cara parecía pintada al óleo, tal vez para cubrir la desarmada inocencia de unas facciones de niña. -Sí, es lógico. Mi abuelo ha sufrido mucho en la vida. Era militar republicano. Se exilió en 1939 y dejó a mi abuela con dos hijos. Volvió clandestinamente en 1946 y vivió escondido hasta que se entregó en 1952 creyendo que no le pasaría nada. Salío de la cárcel en 1960. En fin. Una vida deshecha. Mi abuela murió sin verle en libertad. Sus hijos nunca se lo han perdonado. Siempre le han acusado de haber preferido sus A ideas políticas a sus obligaciones familiares. Pero no era un viejo triste. Era un viejo que amaba la vida y tenía el corazón de un toro. -Los toros también mueren de ataques cardíacos. -Hay cosas que no encajan, señor Carvalho. Yo solía visitarle con frecuencia y cuando no podía porque estaba de viaje le telefoneaba. Aunque fuera de Bangok O Beyrut. -¿Se dedica usted al tráfico de drogas o al de blancas? -Soy agente de tour operatur. -¿Qué cosas no encajan? -Curiosamente esto ha sucedido coincidiendo con un viaje mío más largo que los habituales.. Estamos preparando una oferta turística muy importante desde el norte de Australia, un lugar maravilloso y casi desconocido. He estado un mes fuera de Espama y a mi vuelta encuentro a mi abuelo muerto. Llamé dos veces por teléfono desde Camberra, puedo demostrarlo con las facturas del hotel y se me contestó que no podía ponerse. Una vez porque estaba fuera, en una finca de mi tía Jacinta. La otra porque estaba enfermo. -Dos circunstancias muy verosímiles en un hombre de casi ochenta años. - Nada verosímiles. Mi tía Jacinta no le traga y sólo se toma la molestia de invitarle a la comida de Navidad porque invita a toda la familia. En cuanto a lo de no poderse poner porque está enfermo. .. ¿Quién no puede hablar por teléfono cuando está enfermo? Y más llamándole desde la otra parte del mundo. -Quería usted mucho a su abuelo. -Es uno de los pocos hombres a los que he admirado. -¿Separada del marido? -Virgen. -Vamos, es usted feminista. -Quizá. En cualquier caso he tenido la desgracia de ser hija de un imbécil acobardado y nieta de hombre maravilloso. -¿Su padre vive? -Vegeta. -¿Qué dice de la muerte de su abuelo? -Lo mismo que mi tía Jacinta. Son tal para cual. -Pero aparte de las débiles suspicacias por lo de la invitación de su tía y por no ponerse al teléfono. ¿Qué otras pruebas hay? -Esto. La muchacha le tendió un .reloj de bolsillo de oro sobre el que parecía haber caído toda la vejez del tiempo. Carvalho lo ab y sobre la esfera apareció un papelito doblado. -Lea lo que pone ahí. Carvalho desplegó el papelillo y se acercó a los ojos de una breve escritura convulsa. ~Esta vez podrán conmigo, Teresa. Pero tú podrás con ellos. La Historia te ~rtenece•. -Teresa soy yo. -Lo tengo presente. -Mi abuelo siempre me había prometido este reloj, entre otras cosas, joyas buenas de la abuela y todo eso. Yo sólo he reclamado el reloj y me lo han dado. Lo he abierto y ha aparecido esto. -No es un papel tan viejo como el reloj, sino relativamente nuevo. -¿Lo ve? -¿Qué interpretación hace usted del texto? -Habla de algo que le amenaza. Puede ser una amenaza familiar o política. Lo digo por la última frase. -Supongo que su abuelo no estaba metido en política. -Hasta el gorro. Pertenecía a un partido de esos que aún quieren proclamar la República. -¿Tenía dinero? -El no. Pero mi abuela era muy rica y aún queda bastante. Ahora heredarán mi tía y mi padre. Buena falta les hace. Mi padre ya no tiene ni para renovar la cuota del Golf del Prat. -Un padre golfista, qué interesante. -No veo qué interés puede tener el golf. A mí me aburre. soberanamente. -Sólo el golf puede aburrir soberanamente. Ahí está el secreto encanto de este deporte. III o peor que le puede ocurrir a un ser humano es ir por la vida pensando que no ha reunido méritos suficientes para ser socio de un club de golf. En el caso de Carvalho, junto a la sospecha de que jamás le dajarían entrar en un club de golf, alimentaba también la de que nunca podría atravesar el dintel de la puerta del club de tenis. Tal vez por eso exageró la rudeza con la que exigió ser conducido inmediatamente ante Don Felipe Alvarez de Enterria. El recep- L 41 -¿Vive su hermana siempre en el campo? -No. Pero consideramos que mi padre, con su bronquitis y lo que cuelga, donde estaba mejor era en el campo. Es una casa muy bien acondicionada situada en San Miguel de Croilles, en el Ampurdán. - ¿Podría verla? -¿Por gusto o por obligaci6n? La cólera de Don Felipe le hacía contemplar la cabeza de Carvalho como si fuera una pelota de golf. "Hay que adjuntar alguna fotografía", le coment6 Carvalho amablemente a manera de despedida. -Comprenda que he de realizar un informe completo, lo más completo posible. -A mí me la trae floja su informe. El tono de la voz ha sido educado en esta ocasi6n, hay que reconocerlo. -Pero quizás no los beneficios que puedan derivarse de la póliza suscrita por su padre. -¿Cuánto? -Veinticinco millones. El palo de golf detiene su caída vertiginosa y se queda a un palmo de la pelota. Es el momento justo para que Don Felipe levante la cabeza y trate de construir una frase que disimule el nerviosismo de la voz. cionista le recorri6 con una mirada valorativa y el resultado del examen no fue bueno. Carvalho no llevaba corbata, ni fuIard y evidentemente la chaqueta marr6n no casaba con el pantal6n marengo, no demasiado bien planchado. No obstante el recepcionista era un profesional y localiz6 en el plano a Don Felipe. -Está jugando en la pista A Oeste. Puede ir caminando,- pero si quiere le transportaremos en un carrito. En situaciones normales, Carvalho habría apostado decididamente por sus propias piernas, pero esta vez pidi6 el carrito, lamentándolo en cuanto el artefacto se puso en marcha conducido por un jovenzuelo vestido de verde, para hacer juego con el césped. Carvalho, durante todo el recorrido tuvo la sensaci6n de ir montado en un auto de atracciones de Disneylandia y descendi6 del bólido en inferioridad de copdiciones ante la estatura displicente y dubitativa de Don Felipe. - Vengo por el asunto de su padre. Ya se lo comenté por teléfono. -No veo ninguna necesidad de investigar. Mi padre está muerto y enterrado. -Digamos que investigo porque su padre tenía una póliza de seguros y hay que hacer una investigaci6n protocolaria. Adjuntar fotografías, informes, una lata. Don Felipe, como le llamaba el cadeie cada vez que le daba la pelota o el palo, seguía con la atenci6n fija en la lunita erosionada y amarilla que estaba a punto de lanzar a un tonto vuelo sobre el océano verde. -Mi hermana. Mi hermana. Eso mi hermana. Don Felipe parecía Luis XX en el caso de que hubiera habido un Luis XX reinante en Francia. Carvalho resisti6 cuatro hoyos de monosílabos e impaciencias porque la bola y el palo no tenían su dia, no estaban a la altura de las esperanzas de Don Felipe. Aprovech6 un descanso para beberse un «destomillador. y pasarse un pañuelo reparador de sudores. -Hay algo que no nos convence en esa muerte. Parte del «destornillador. estuvo a punto de salir por las narinas del curtido golfista. -¿Qué qUiere decir con eso de que no les convence? ¿Hay muertes que convencen y otras que no convencen? -Parece ser que su padre muri6 fuera de la ciudad, en una casa de campo. -En la casa de mi hermana Jacinta. Ya no tenía edad para vivir solo y Dolores, la asistenta, es casi tan vieja como él. Retiramos a Dolores.. Está viviendo como una señora en una residencia de ancianos y nos llevamos a mi padre a casa de Jacinta. -A mí el dinero no me interesa. Hable con mi hermana. Es ella la que sabe lo que hay que hacer. IV abía visto mujeres así en aquella ola de películas alemanas que empez6 a llegar a España en los años cincuenta. Solían parecer mujeres entre los cincuenta y los sesenta, dueñas de su casa y de algunas casas y vidas ajenas, cúbicas, siempre vestidas para recibir al burgomaestre y con el morro endurecido por los afeitados de cincuenta años de coquetería y lleno de verrugas. Doña Jacinta examin6 a Carvalho clasificándole en la categoría de electricistas o fontaneros redimidos por el Bachillerato Superior, pero que nunda tendrían la distinci6n necesaria para que ella los pudiera recibir como iguales. -No me entretenga mucho porque tengo un montón de cosas que haalI'. -En la Compañía me llaman Pepe el rápido. Lamento las molestias que les estoy causando. Procuraré ser lo mú breve posible. -Si usted DO .lo procura, .lo prOf;:wué)JO. No se preocupe. Yo no tengo pelos en la lengua. Tampoco Doña Jacinta Alvarez de Enterrias tenía la amabilidad como cualidad predominan- H - •s ---!!!ii'!'! • -!!Q("_~ - . . . __lÜ' Please note: An unrelated section of four colored pages was not scanned. Although there is a break in pagination, no text is missing. Atención: Una sección adicional de cuatro páginas de publicidad en colores no ha sido escaneada. Aunque hay un lapso en la paginación, no falta ningún texto. te. Durante toda la entrevista, Carvalho intuyó se jugaba la orden de ser arrojado a la calle por los lacayos, aunque presumía que el único lacayo al alcance de Doña Jacinta era la casi niña filipina que le había abierto la Puerta e introducido en un salón lleno de cuadros de Ramón Casas, dos pianos de cola y frascos con lo que a Carvalho le parecieron trufas en aguardiante y que al parecer eran cálculos renales que el abuelo de Doña Jacinta había extraído de los riñones más ilustres del país, -Ese-de ahí era el presidente Maciá, cuando aún no era separatista, cuando aún era coronel. Mi abuelo no se metía en política. Era más responsable que mi padre. Este comentario pertenecía a la fase amable de la conversación. Luego, cuando Carvalho empezó a poner en duda las circunstancias de la muerte del anciano militar republicano, Doña Jacinta se convirtió en una airada tiple cómica de zar· zuela con los brazos en jarras. ¿Extraño, eh? ¿Con que el viejo aún va a fastidiamos después de muerto? ¿No ha podido ni siquiera morirse normalmente? Hermanos coléricos, pensó Car· valho mientras cabeceaba pesaroso por las molestias que estaba causando. Pero cuando decidió que la cólera de Doña Jacinta excedía los límites de lo tolerable, pegó un puñetazo en el brazo del sillón. -Bueno, corte el rollo. O investigo o no hay seguro. Con que menos oratoria y al grano. Quiero entrar en los lugares donde vivía su padre y sobre todo en el lugar que murió. Si no le gusta se diri tas señas, pregunta por este señor y le <!rce prefiere perder los millones de pesetas y r en paz la memoria de su padre. -No se ponga así. Hablemos como personas. Mi hermano me ha avisado sObre la póliza de se- guro, la he buscado por todas partes y no la he encontrado. -Busque bien. -¿Usted no trae consigo un resguardo o una copia? - Yo trabajo en un servicio paralelo de la Compañía. Las pó~ las llevan los agentes. Uame 'usted a la central. -¿Cómo se llama la compañía? -Aseguradora Universal S.A. Carvalho necesitaba dos días de tiempo antes dE; que se descubriera la superchería. Un ami· go de Teresa h"bía quedadO al pie de un teléfono dispuesto a dejarse matar ~tes de aceptar que no era el recepcionista de Aseguradora Universal S.A. e imbuido de que el número de la póliza suscrita por el señor Alvarez de Enterrias era el cincuenta y cuatro mil doscientos sesenta y tres. La póliza tendría quP. cofPOreizarse en un momento y otro, pero para entonces las brevas ya podrían estar maduras o bien la higera se caería con todo su peso sobre las espaldas de Carvalho. -Quien a buen árbol se arrima, buen árbol le cae encima. Era el refrán más sabio que había conseguido memorizar. v leva ya una hora Biscuter en su minúscula cocina laboratorio, dispuesto a terminar el guiso antes de que Car;valho levante el vuelo con unas alas que esta mañana parecen más jóvenes que otras veces. Biscuter ha acabado por distinguir entre las investigaciones profesionales y rutinarias, de aquellas en que Carvalho pone parte de su piel y si es necesario su sangre. A Carvalho le excitan los casos de ancianos. se trata quizá de una solidaridad preventiva o de una premonición de estado. Además, ha charlado por teléfono con Teresa y hay una cita pendiente en el estudio del falso recepcionista de Aseguradora Universal S.A. -Si denuncian la superchería, su amigo lo va a pasar muy mal. -No se preocupe. El estudio es de su padre, un señor muy importante de esta ciudad. De esos a los que nunca les pasa nada. Y el teléfono va a su nombre. sobre Carvalho consulta una guía de la ciu la mesa de su despacho. Hasta al1f le llega. grito de Biscuter desde la cocina situada a camino entre el despacho y el water: -Por fin, jefe. La vichysois. Cuando no me.olvido los puerros me olvido la sal de apio. Apan!"e Biseuter triunfal. ron un ~ ~ lleno de la sopa blanca. -Bien fresquita y con el perejil recién cortado. L Carvalho parece ensimismado, pero reacciona .al tiempo que dice: -Lo siento, Biscuter, pero tengo que salir. -Pero si está en su punto. Carvalho olisquea la sopa. La prueba con una cuchara de madera que-le tiende Biscuter. -Le falta pimienta blanca. Se lleva Biscuter las manos a la cabeza. -¡Ya decía yol ¿Tardará mucho, jefe? -Me voy de monjas. No olvides la pimienta blanca. Pero antes de las monjas está la cita con Teresa y el cómplice, un jovenzuelo delgado y azulado que respira, y sin duda alguna vive, con dificultad, pero que desempeña entusiasmado su papel conspiratorio. -Primero ha llamado la tía y he recitado la comedia tal como habíamos convenido. Luego ha llamado el abogado y le he pasado a Teresa, como si fuera la secretaria del gerente. -y yo le he dicho que el señor gerente no podrá recibirle hasta dentro de tres días porque está en Suiza negociando unos avales. ¿He hecho bien? -Excelente la elección de Suiza. Es uno de los países más seguros del mundo. -Si quiere le cuento una anécdQta suiza. " -Son mis preferidas. -Yo viví un tiempo en Ginebra cuando salí del internado. Trabajaba como intérprete y traauctora en las oficinas de la Unesco. Cada mañana sacaba mi bolsa de la basura y poco a poco me fui dando cuenta de que los vecinos me miraban con un cierto disguto. No creo que mi basura sea más olorosa que la de ellos y sus bolsas también estaban al1f a la espera del servicio de. recogida. 47 Hasta que un día me harté y me encaré con mi vecina. ¿Qué pasa contigo.. tía? Resulta que estaban molestas porque todas sus bolsas eran negras y la mía granate. ¿Increíble, no? Tampoco me había salido de la regla del todo. En Suiza sólo fabrican bolsas de basura en dos colores, negro y ~anate. Carvalho le propuso continuar explicando historias suizas en el transcurso del almuerzo, pero ella opuso un compromiso previo con el telefonista. El muchacho tragó saliva aliviado y Carvalho dej6 a Teresa en sus manos temblorosas de enfermo. VI or el claustro monacal avanza a pasos cortos una monja que se adivina joven a medida que se acerca a Carvalho. La monja queda en silencio ante Carvalho y el detective se le ocurre un... -Ave María Purísima. ...que pone desconcierto en los ojos hermosos y plácidos de la religiosa. Desconcierto y silencio. -En mis tiempos se saludaba así a las monjas y ellas contestaban Sin pecado concebida. A la monja le viene la risa y se tapa la boca con una mano. Se le corta la lógica y lanza al vuelo la mirada para no tener que aguantar la de Carvalho. -Perdone, pero me ha sorprendido. Ya no se usa. . Carvalho se encoge de hombros, como aceptando la fatalidad del paso del tiempo. La monja da media vuelta y Carvalho la sigue por el claustro. Saca la muchacha un pesado llavero de algún pliegue de sus faldones y abre un port6n que les conduce a un sal6n lleno de nada y algunos cuadros viejos y otro port6n a otro salón con el casi nada de una austera larga mesa y otro port6n a un salón no menos desnudo. Y mientras abre paso al detective, la monja le insta: -No la canse. Dolores es muy viejecita y ya le quedan pocas palabras. Sólo oye lo que quiere y pocas veces contesta. Y Dolores está allí, en una silla de ruedas que parece un pequeño insecto impotente en el centro de un sal6n a todas luces excesivo. Es una viejecilla con poco y blanco cabello, semiderrumbada en la silla, pero que aún aguantauna mirada viva y nerviosa como sus labios temblorosos e iluminados por una saliva incontenible. -La vienen a ver, señora Dolores. ¿Ve que bueno es este señor? Se encog~ de hombros Dolores. -¿Y qué bueno -es Dios Nuestro Señor que se acuerda de usted y le envía visitas? P 48 Vuelve a encogerse de hombros la vieja que-observa con sus ojillos a Carvalho. -Le viene a hablar de Don Ricardo, que Dios tenga en su gloria, de su señor. Los ojos de Dolores se agudizan, son estiletes clavados en la cara del detective, pero sus hombl'Os se encogen, porque han de encogerse, porque no tiene una ya edad para expresar de otra manera que todo le importa un caraja, piensa Carvalho, al que se le escapa una sonrisa de ~mplicidad con la vieja. Y ella se sabe protagonista, cierra l.9s ojillos, finge dormir. -Es más pilla. Ahora hace ver que duerme, pero ¿verdad que no duerme señora Dolores? Y la monja le hace cosquillas y la señora Dolores se ríe como una niña, pero sin abrir los ojos. La monja le hace un gesto de impotencia cómplire a Carvalho. -La conozco. No tiene el dfa. No quiere decir nada. CarvaIbo se inclina, su rostro está a la altura del de la vieja durmiente. -¿No me quiere decir nada de Don Ricardo? Y ahora Dolores lloriquea y le dice a la monja: - Yo soy buena, hermanita. Yo me porto bien. No quiero que me hagan nada. -¿Y quién le va a hacer algo, mujer? ¡Qué cosas tienel De nuevo hay astucia en el rostro de la vieja. Carvalho le susurra: -Don Ricardo. La vieja contesta. -Un santo.· Carvalho vuelve a susurrar. -Sus hijos. Doña Jacinta. Y la vieja sin pensárselo dos veces contesta. -Una mala puta. Y da por terminada la audiencia porque finge dormir y hasta ronca. La monja se ha llevado una mano a la cara. -¡Que mal habladal La voy a castigar, señora Dolores. No le daré la ensaimada que le he prometido. Y la vieja durmiente se encoge de hombros sin dejar de dormir. La monja invita a Carvalho a salir, le da la espalda, le marca el camino de regreso mientras primero comenta: -Es una ingrata. Con el bien que le han hecho Doña Jacinta y su hermano. Es la edad. Dicen lo primero que les viene a la cabeza. Luego, en la penúltima vuelta, arrugado el joven entrecejo: -Me ha dicho la superiora que le pidiera que recordara a Doña Jacinta que hace tres meses que no envía la pensión de la señora Dolores. No es la cultura en MEXICO en la cultura Suplenlcnto de Sienlpre! , Dir«tor GenertJl: J05é Pagés Llergo. Dirmor: Paco Ignacio Taibo n Jefe th retlacrlón: Geranio de la Torre Dúeño: Beatriz Mira Redacrión: Francisco Pérez Arce. Mauricio Ciechanower. Rogelio Vizcaíno. Emitiano PéIft Cruz. Luis Hernández. Cosme Omelas. Jorge Belarmino Fernández Tomás. Jesús Anaya Rosique, Andrés Ruiz. Orlando Ortiz. Víctor Ronquillo. Juan Manuel Payán. Héctor R. de la Vega. Carlos Puig. Angel Vahierra. Pilar Vázquez. Armando Castellanos. que vayamos a echarla. Pero los tratos son los tratos. VII uena el despertador y el brazo desnudo de Carvalho sale de entre las mantas en busca de su garganta estridente. Más que apretar el botón de paro, la mano parece querer ~tran­ gular el despertador. ¿Qué hora es? Pregunta una voz femenina de entre las sábanas. -Las ocho. -¿Las ocho? Hay indignación y brusca alzada en el cuerpo de Charo que emerge desnudo hasta la cintura. -¿Tú crees que son horas de ir por el mundo? -Me voy de excursión. Hay indignación, perplejidad, desorientación en la cara amanecida y en las tetas igualmente amanecidas de Charo. -No estoy en mi casa. -No. Estás en la mía. Dice Carvalho camino de la ducha. -Nos metemos en la cama a las cuatro y te levantas a las ocho. Estás loco. Se zambulle Charo entre las sábanas. Al rato asoma un ojo y grita: -No olvides la cantimplora. Los hermanos Alvarez de Enterría le esperaban delante de la Pedrera. Carvalho les vio discutir a lo lejos y pasó por alto la cara de perro indignado consigo mismo con que le recibieron. Había sido imposición de ellos hacer en un mismo día la visita del piso urbano de Don Ricardo y de la residencia campestre donde había muerto. Don Felipe no podía perderse un torneo internacional que empezaba al día siguiente en el club de golf de Sant Cugat y Doña Jacinta pretextó ocupaciones metaftsicas sobre cuya concreción Carvalho no se atrevió a indagar. El piso urbano de Don Ricardo estaba en la Rambla de Catalunya, en una escalera importante donde el modernismo había dejado una joven diosa con la cabellera floral sirviendo de marco a los escalones que llevaban a un ascensor, diríase que hecho en ocasión de alguna visita del zar de todas las Rusias a Barcelona. El ascensor subía corresponsable con su antigüedad y les llevó a un piso donde podían vivir cómodamente dos familias, con un tanto por ciento estadístico muy bajo de posibilidades de encontrarse una vez al año en el vestíbulo. Pero sólo eran habitables tres o cuatro habitaciones, las que daban a un patio interior de Ensanche, característico horizonte de trastiendas de familias respetables, retícula de celosías, cenadores, invernaderos acristalados. macetones de azulejos al servicio de palmas de un verde interiorizado, rejerías historiadas fingiendo ser balcón o límite entre patios y vegetaciones de inmenso jardín colectivo, romántico, abandonado, aislado en una ciudad que ya no era lo que había sido. Estaban impacientes los hermanos ante el entregado contemplar de Carvalho y como los S madre y Carvalho merodeó el piso, abrió cajones, puertas, hasta revisó el sostenedor del papel higiéníco de un baño de paredes altas y tragaluz abierto a la inmutabUidad de una arenosa fachada de patio interior. -¿Han retirado alguna cosa? -No. Ni la ropa siquiera. La habrá visto usted colgada. Apenas si se hizo ropa. Era muy pulcro y conservaba trajes de antes de la guerra, como hasta 1939 siempre fue vestido de militar. Don Felipe quiso ponerse nostálgico. -Tenía muy buena planta. -Para lo que le sirvió. Por lo que parece, usted señora, considera que las guerras siempre hay que ganarlas. -Al menos no hay que perderlas. y echó la cabeza atrás retadora, una cabeza patatal llena de verrugas desorientadoras de l. orografía del rostro. carraspeos no les sirvieron, lue Dofta Jacinta la que preguntó por su parálisis. -Siempre me conmueve el espectáculo de estos interiores de las manzanas del Ensanche. -Conmuévase otro día, que hoy tenemos una agenda muy apretada. -¿Por qué eligió su padre vivir en la zona que daba al patio interior? - y yo qué sé. Tal vez porque era más tranquila y no le llegaba el ruido de la calle. O igual se sentía seguro, mú escondido. Era un viejo muerto de miedo. Una de tres: o a Dofta Jacinta no le gustaban los viejos o no le gustaban los viejos con miedo o no le gustaba ningún otro poblador del universo que no fuera ella. Carvalho se inclinó por la tercera posibUidad y recorrió seguido por Dofta Jacinta las tres habitaciones que habían presenciado los últimos años del etopo». Un dormitorio con una cama de matrimonio art decó y un armario inglés sobrio como un coclctaU party presbiteriano. Un estudio donde sólo había libros y una ancha pero liviana mesa de pino sobre los trípodes sin pintar ni barnizar, el cuarto de baño envejecido y súbitamente sucio de tristeza y olvido, una cocina en la que se había cocinado poco en los últimos diez años, el que había sido cuarto de Dolores, no mucho mejor que el que le correspondería en el convento. La biblioteca reunía ejemplares en su mayor parte encuadernados, sin más concesiones a la modernidad que los fUósofos de entreguerras, Ortega y Gasset y Bertrand Russell incluidos. Cuatro o cinco trajes en los armarios. Viejas camisas en los cajones. Media docena de calcetines largos, de liguero. Corbatas anchas. Tres pares de tirantes. -Perdió la vida y la vista entre tanto libro. - Tenía la cabeza llena de letras. -Menos leer y más vivir. -La pobr~ mamá fue una márfu. -Hasta sabía hablar en latín y leía libros en griego. Los dos hermanos se despachaban a su gusto, en un doble soliloquio que recordaba los cantos cruzados de los distintos pelSon.jes de las-óperas" y las zarzuelas. A Carvalho le molestaban aquellos ruidos de fondo, empeftado en meterse en lo que quedaba de la atmósfera residual pero íntima de Ricardo Alvarez de Enterrias. -¿Esto es cuanto dejó? -También había un reloj que se empeftó en que fuera a parar a mi sobrina. -¿Tienen ustedes una sobrina? -Este tiene una hija. De lo que no estoy tan segura es de que sea sobrina mía. -Realmente no era un potentado. -A pesar de ser un hombre de posibles, vivia muy modestamente. Eso hay que reconocérselo. -Mejor para los herederos. -Si mi madre hubiera vivido más tiempo, más habríamos heredado. Ella sí valía. -Mamá era un lince. -Una ardUla. Dejó que los dos hermanos se pusieran de acuerdo sobre la clase de animal que era la VIII ran dos lerdos impacientes, inútilmente impacientes. Carvalho no se explicaba l. sensación de prisa que comunicaban, la prisa por la prisa, la ansiedad por comprobar que no tenían nada qué hacer, nada qué pensar, nada qué imaginar. Emitieron toda clase de indirectas para que Carvalho acabara cuanto antes de su inspección y cuando se convencieron de que eran inútUes se desentendieron de él. Ella sacó una baraja española de un excesivo bolso de excesiva piel de cocodrUo y se puso a hacer solitarios. El conectó un viejo televisor en blanco y negro que estaba en la cocina y se sentó para contemplar alelado el hormigueo de las líneas y los puntos luminosos, empefiados en encontrar una imposible salida más allá de los límites de la pantalla. Carvalho recorrió las habitaciones vacías. En una de ellas aún pendían algunas fotografías amarillas enganchadas con chichetas sobre el revestimiento de papel: una foto del entierro de Franco, Einstein, Roosevelt con su mujer, Manuel Azañ. en un mitín en una plaza de toros de Valencia, ~ gún contaba en el dorso. Ni un rincón sin examinar, ni una huella sugerente. Se imponía la lectura global de una vida destinada al goce de las mejores arqueologías de una juventud: los recuerdos de la esperanza republicana y de la guerra civU los más importantes. Cuando Carvalho volvió a la zona habitada, Don Felipe se había dormido en su silla y la mujer componía el gesto precipitadamente, como si continuara entregada a sus solitarios. Carvalho había advertido un seguimiento constante, saftudo, como la sombra del ama de llaves de- Rebeca sobre-lo& pa6S de-" pobre- Joan Fontaine. -Por mí podemos marcharnos. - Ya era hora. De aquí a San Miguel de Cruilles al menos tenemos una hora y media de E ~ Hobo un breve forcejeo sobre el coche a emplear para el traslado a San Miguel de Cruilles. Carvalho impuso su coche para estar en condiciones de elegir restaurante y no someterse al previsible mal gusto de los dos hermanos. -Podríamos pararnos a comer en la autopista. - ¿Se alimenta usted acaso con gasolina? -No. Pero me da igual comer cualquier cosa. - Y a mí también. - Pueden comer unos hermosos bocadillos de pan con pan y una película de jamón que sabe a pienso compuesto. Los hacen muy buenos en las cafeterías de las autopistas. Yo comeré tranquUamente en La Marqueta de La Bisbal: caracoles con cabra y bacalao al Roquefort. -¿Qué porquerías son ésas? ¿Caracol con cabra? -La cabra es una especie de centollo casi vacío que en la costa del Ampurdán se emplea para dar sabor. -¿Bacalao al Roq"úefort? ¿Tiene gusanos el bacalao? -Es una buena idea, se la sugeriré a Savalls, el propietario del restaurant. Es un hombre imaginativo. -¡Qué horrorl ¿Bacalao al Roquefort? Dejó a los hermanos aparcados ante una copa de Drambuie la una y un carajillo de ron al otro, para irse a comer al figón de Savalls. Media hora después salió de La Marqueta reconfortado de alma y. de cuerpo y bien informado sobre la leyenda de Doña Jacinta y su difunto esposo, juez de anodina memoria que no tuvo tiempo de restaurar la vieja masía de San Miguel para gozarla, ni . siquiera in articulo mortis, porque murió atropellado por una Ducati 750 ce cuando cruzaba la calle hacia el ejemplar de El Correo' Catalán de todas las mañanas. Objetivo desgraciado porque El- Correo Catalán de aquel· día, veinte de noviembre de 1975, salió a la calle sin enterarse de que Franco ya había muerto, siendo el único diario del mundo que no dio la noticia a su hora. -Pobrecito. Lo había oído por la radio y quiso asegurarse. Explicó Doña Jacinta, al tiempo que el coche de Carvalho se detenía ante el portalón de metal verde de la finca. Abrió Don Felipe entre jadeos borbónicos y Carvalho metió el coche por un senderillo de piedras planas emergentes de un alfombrado prado bien recortado. El senderillo le llevó ante la puerta de una masía evidentemente restaurada, con la faz semicubierta por una poderosa bungavilla en hibernación. Una vez dentro, Carvalho recorrió la casa mortificada por una restauración que había colocado living donde había cuadra y estudio para estudiar nada en el aftilIo de la paja. Don Nicolás había muerto sobre aquella cama Thonet y tal vez su última mirada se posó sobre un musiquero que servía de estantería para escasos libros, sin duda compradQS a peso en una liquidación verg.onzante de El Corte Inglés. -¿Qué hay detrás? - Una pequefta habitación que mi marido hizo construir disimulada por el armario. Allí guardábamos los electrodomésticos qu.e nos pueden robar o los cuadros cuando termina la temporada de veraneo. La casa queda muy solitaria y la mujer de la limpieza. durante el año sólo viene dos días por semana desde el pueblo de alIado. Apartó Carvalhe, el armario y se hizo abrir la puerta de la habitación por un molesto Luis XX. arruinado por la digestión de un bocadUlo de salclÍichón gran liquidación de fin de temporada. Una pequeiía estancia sin ventanas Uuminada por una bombilla cenital. Carvalho recorrió la pared maquinalmente con la yema de los dedos y de pronto sus ojos cayeron sobre una inscripción 1,lecha con 1tDa punta. met6lica, tal vez con 11'1 punta de un llavín. «Esta vez podrán conmigo»- I ¡ CULMINARA LA PROXIMA SEMANA 49 EL CINE SEGUN TELEVISA trella ascendente de Televicine es un hecho irreversible. Tres de sus ocho producciones fueron los fenómenos de taquilla. Dos se ubican en el esquema juvenil (Fiebre de amor y Estos locos, locos estudiantes); la otra recupera el género de barrio (Adiós ....guni11a, adiós). Jóvenes y superproducciones El Eterno Retorno fl la Pantalla Chica pacidad del cine estatal para volver a ofrecer un proyecto generacional y ante las crónicas infamias fílmicas de las "familias sagradas", Televicine se convirtió en una propuesta recuperable para los padres de familia. Además, aprovechó una coyuntura favorable cuando estalló la moda de los niños cantantes y/o cómicos. Televicine recogió los frutos que Televisa sembró y "lo juvenil" -una temática abandonada desde las épocas de gloria de César Costa, Angélica María, Alberto Vázquez y Enrique Guzmán- resurgió como Ave Fénix. Gerardo Salcedo Romero elevisa incursionó en el terreno fílmico cuando se inició el reflujo y el estancemiento de la producción estatal. Entre 1978 y 1981, la empresa televisiva organiza sus dos brazos armados en el cine. En el campo de la .producción nace Televicine y posteriormente aparece Videocine, que aglutina los trabajos de la distribución. Su pequeña y constante labor obtuvo un fruto definitivo en 1986: sus peliculas fueron las más taquilleras y se convierte en la empresa que mayor número de cintas estrenó, casi ellO por ciento. T TRADICIONES La entrada de Televisa no significó una ruptura, su presencia sirvió para reforzar la existencia del cine "familiar" y de los géneros preferidos se-gún el comportamiento de la taquilla. Tenía a los cómicos -los había formado-, quienes sólo alargaron a una hora media sus peculiares esfuerzos; se recuperó el cine de barrio; las tímidas propuestas de "avanzada" se convirtieron en trabajos artesanales de suspenso; yen menor medida se continúa impulsando a la tragedia ranchera. Televicine se encontraba lejos de encargarle a una generación joven la realización de sus proyectos, no se preocupaba por el cine de autor y sí promovía sus creaciones como el Chavo del ocho, Cepillín y Lucia Méndez. La nueva empresa contaba con un enorme aparato publicitario, habia amalgamado a un público cautivo de la programación televisiva y, sobre todo, las "estrellas" se construían (y se sIgnen fabricando) en los estudios de Chapultepec o de San Angel. El proyecto cinematográfico no difiere del proyecto televisivo. Son hermanos siameses. La consolidación de la empresa, bajo las manos de Fernando de Fuentes hijo, aprovechó la avalancha feroz de ficheras, cantinas, burdeles y la progresiva degradación de la calidad formal del trabajo narrativo. También influyó la inca- y SO 1986 La moda de Lucerito, Luis Miguel, Tatiana, etc., encontró ub rápido y popular eco entre el público que se desmaya en el foro donde se maquila Siempre en Domingo. Y un programa de la televisión se transformó en la piedra angular de la emergente ··cultura juvenil": Cachún-cachúnra-ra. Como premio a su rating, Televicine, produjo una costosa cinta con el elenco de los cachunes. La exhibición de 1986 amplió su abanico temático con el éxito de El rey de la vecindad y Adiós Lagunilla, adiós y lo cerró con Maleficios, Enviados del infierno y Encuentros con la muerte. Esas fueron las líneas básicas de una propuesta hecha para la taquilla. Películas mú taquilleras en el DF y área metro potitana en 1986 • Películas Millones de pesos Fiebre de amor Los verduleros El día de los albañiles 11 Adiós Lagunilla, adiós &tos locos, locos estudiantes. Cachún-cachún-ra-ra 254.5 235.0 234.6 225.2 174.8 La película extranjera más taquillera fue Rocky IV (537 millones de pesos). De las diez películas -extranjeras y mexicanas- más taquilleras de 1986, seis fueron distribuidas por Videocine. Fuente: Departamento de Estadística de la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica. Con esos antecedentes, el esfuerzo de Televicine llevaba las de ganar. La TV y sus secuelas cinematográficas se habían impuesto al grueso del público. Los datos de 1986 confirman que la 0\'$-; El cine de Televicine que se exhibió en 1986 confirma las constantes de su proyecto inicial: calidad formal superior al resto del cine comercial, el aprovechamiento total del cine para ··familias" y la invención -vía TV- de una serie de cantantes que irrumpen en la pantalla grande dentro de una avalancha publicitaria. El cine es el último eslabón de una cadena que enlaza a la industria discográfica, la radio y la televisión. La calidad formal de Televicine en la confección de las películas no es un alivio para el degradado cine nacional. La temática de las cintas juveniles es pobre, son viejas historias de amor condimentadas con cinco o seis canciones de éxito. Fiebre de amor puede funcionar como el modelo de las vivencias juveniles según Televicine. Lucerito y Luis Miguel se conocen, se enamoran, después de experimentar algunos sinsabores logran realizar su amor, en el momento máximo de la felicidad sentimental Lucerito se enferma y sufre una prolongada agonía. ¿Se acuerdan de Love Story? El otro rasgo fundamental de Televicine se encuentra en su concepción de la superproducción. La primera escena de Estos locos, locos, estudiantes es una coreografía faraónica que ocupa el estacionamiento de los Estudios Churubusco. Para filmar El Maleficio 11, Raúl Araiza, el equipo de filmación y Ernesto Alonso se pasearon por Venecia y Nueva York. En el caso de los proyectos modestos, el presupuesto lo consume el salario de las "estrellas" contratadas. De hecho, el eje fundamental de las cintas reside en las cartas fuertes que entrañan los actores con prestigio. Las superproducciones son un hecho raro en la industria filmica mexicana y no aseguran mejores resultados. Como siempre, las limitaciones del guión (y la concepción misma del quehacer cinematográfico) impiden un resultado digno e inteli· gente. Los locos estudiantes se disuelve narrativamente en la estructura de los sketches. El Maleficio jamás lograba representar visualmente la sordidez mencionada en los diálogos; al estilo de las telenovelas, tqdo se resuelve de un modo platicado. En Televicine la realización es el eterno retorno al medio que originó al proyecto: la tele- . visión. En el cine de barrio -Lagunillas y vecindades- todo es viejo, los méritos de Alejandro Calindo no han sido rebasados. En este género encontramos la petrificación de los personajes, el mismo lenguaje y los mismos dilemas morales que Calindo retr~taba en la ··edad de oro". Esos melodramas son la tradición y Televicine, por supuesto, la respeta. Infiltraciones El éxito de Televicine comienza a ser el marco de referencia de las otras casas productoras. Chiquidrácula y Pedrito Fernández fueron contratados por otros productores privados, para aprovechar su impacto comercial y la recurrencia del fenómeno comienza a repetirse cotidianamente. 1986 fue el año de ·relevisa. Su discurso camienza a ser hegemónico en el ambiente fílmico; con el paso del tiempo todo el cine comercial se definirá en función de los proyectos de Televicineo Una nueva tradición fílmica marca nuestro porvenir inminente y el panorama no es alentador. (Próxima entrega La búsqueda). El cuadro que hay que ver Tirso Ríos, Fitoquímico RETRATO HABLADO Sealtiel Alatriste EL DESENCANTO Y LA LOCURA or su rostro transcurre la desilusi6n, pero aún asf, uno intuye que, por primera vez, ella está descubriendo la rea1Jdad. Curioso destino, saber, al momento del abandono, toda la fuerza y sentido de la hiatorla; saber, en ese instante, que se ha vivido en la mentira. La pin~ura nos muestra a Carlota, la Emperatriz Mexicana, muy prob.blemente al momento de dejar el pala. ¿En dónde ha vivido todos estos aAos? ¿Qué es México, quiénes los Mexicanos?, ¿Qué jugarreta le depar6 el destino y por qué ella se ha prestado al enjuague de Napoleón I1I? Las respuestas están ahf, pasan por sus OjOl, y al espectador que la contempla en e! Castlllo de Chapultepec, le rorprende igualmente encontrarse oon esta Carlota, envejecida, desencantada, y, sin embarlO, bella; e! medio cuerpo, er¡uldo, habla de su orgullo de eut&; la mirada entrecerrada, la firmeza oon la que rostiene la maleta, el gorrito de viaje que cubre su cabello, de la nostalgia que la abate; parece que a1¡ulen la ha llamaJo OOn un ¡rito, PU88 te vuelve robre el hombro para encontrarse precisamente oon aquello de lo que ClICapa: Se está acabando la aventura dCllCabellada de querer conquistar a un pueblo, y al mismo tiempo, entre 101 eIOOIDbroc del auefto de Carlota, eltt naciendo e! primer proYecto nacional mexicano. ¿Qué es lo que ~ oon tal desencanto que no acluye el coraje? Para el pintor, 88 evidente que la Emperatriz es e! centro de su atenci6n, pero para el espectador, oonvertido inesperada. mente en creador de las intenciones que se adivinan en 101 ojOl de Carlota, la ateDcl6n se enfoca al dilema de la historia; un verde pistache, que atesora todo e! fondo de la pintura, en e! que se mitiga e! desencanto y la locura, parece Ier el ÚJÚOO punto donde se unen pintor y espectador. No deja de ser rorpreoclente que en una exposición ooncebida para mostrar el esplendor del Palacio de Chapultepec y su hiatorIa, esta pintura DOS da a entender e! desencanto a esta historia y ese esplendor: viejo, ariat6cralf, a oontra pelo OOn nuestra pobre. za padecida. Ante _ rostro abatido por la tristeza, todo -planos, armu, otru pinturu, uniformes, la exhibici6n enter&- lan¡uldece, y el espectador no tiene más que solidarizarte oon Carlota, si por IOlidaridad se entiende comprensl6n, deslumbram1ento, seduccl60 ante el reboltijo emocional que envuelve todo el cuadro. CurlOllUDeDte, la pintura no está firmada -uno tendería a pensar que es de Germán Cedovius, o de uno de sus d1sclpulol-; más curlOIO aúo 88 que no est6iDc1ulda en el Caülogo de la exposlci6n; moobldmo más curioso es que, en la vitrina que esti enfrente, se encuentra un pequelio daguerrotipo del que la pintura está tomada. Entre ambu Carlotas, la de la pintura y la del da¡uerrotipo, hay un parenteloo de ligno emocional pero iDvertido: lo que en el retrato es asombro, en la pintura es desconcierto, lo que en e! retrato es miedo, en la pintura es descubrlmiento; el pintor, sea quien sea, se ha apoderado de una Carlota a rajatabla, la ha desnudado de infantilismo, y nOlla entrega cruda, delc:>lada, sin mAs opci6n que la demencia, pues ahf, cuando sabe que la realidad la ha vencido, a Carlota no le quedará mAs alternativa que e! escape a la locura. De no saber que es Carlota, el espectador podrfa pensar que se trata de Ana lCarenlna, ~n el andén, sabiendo que en un Instan· te se suic dará en lu ruedu del ferrocarril. TodOllOllignOl uociados a su rostro -la maleta, el abanico, el chal para roportar el frfo- hablan del adiós; e! Instante en que es captado su rostro, nos dicen de la sorpresa, del hallazgo, del asalto de la realidad. Adiós y sobresalto se hermanan en un sl¡no: el del ensueft.o derrotado, todo, entonces, una vez comprendido -asociado a Carlota o a lCarenina- murmurará de! desconcierto, de la .inraz6n,de la derrota. ¿Cómo acudir a la vida, si de ésta ya no queda mis que un Incendio, si sus ulderos han sido debutados por una histQria de violencia, horror y muerte? El Impacto es tan fuerte, tan Inten· sa la emoci6n de la que la mujer es poselda, que es In~tf1 tratar de evocar en ella algún rostro que mitigue la tristeza. PerD nuimporta, en realidad, de quién se trate, pues e! retrato et su propio mi· to: la mujer ilusionada con la fantasla; es, vista asl, una versión de IElgenia, en Aullde, ante la hoguera. ¿Qué tendrá la ilusi6n p4ensa uno, que en pos de ella tanto se embarga? ¿Qué tendrá la realí· dad para esta mujer, que ante 10 imperio DO hay ale¡rfa que pero viva? El verde del fondo, entonces, del que parecla emanar la •• peranza, muestra el verdadero dilema del mito: la ilusión slemp~ es arrasada por la soberbia del propio Conquistador; IfipniA muere por e! envalentonamiento de su padre; Carlota huirá hada la locura por e! abandono de Napoleón m, y el obstinadO patriotismo de los Juarlstas. En ellas -Carlota, Ifigenla, KareDÍna- DO quedará mis que la resi¡naclón al sacrlficlo. La Emperatriz se vuelve y, en su adiós, comprende la violen· cla de México, su ma¡la, su bechiceria, y para ella, lO1a, la maldad de toda realidad. Al espectador le rorprende -DO puede dejar de sorprenderle- que él, en ese momento, esté ocupando e! lugar de la violeocla, la fuente del desencanto; que sea él en quien esos ojOl -mitad furia, mitad desih&Si6n se ~ 00Il reuaJ. P Retrato an6nimo de Carlota, en el Cutillo de Chapultepec, dentro de la exposici6n "Historia de UD CutiUo" Emiliano Pérez Cruz o es que deseáramos salir: ¿para qué enseñarle los dientes al viento helado de la noche? Además, elementos de la policía montada efectuaban su rondfn -pasaron por Filomeno Mata hacia Tacuba. frente al Café París-o Pero faltaban escasos minutos para alcanzar la última corrida del metro. Ni modo: a la calle, a la mala onda gélida, a los desmontados apañando mencanos achispados que bajaban de Garibaldi hacia el metro Bellas Artes. lA correrl Quemando llantas al parejo del doctor Tirso Ríos Castillo traspusimos el torniquete y abordamos el tren. IVaaámonosl Tirso Ríos nació en la ciudad de México en 1930 y es doctor en Qtúmica; obtuvo el grado en la respectiva facultad de la UNAM en 1964 y desde 1967 es investigador titular de tiempo completo en el Instituto de Qtúmica de la misma institución; pertenece al Sistema Nacional de Investigadores de más alta calificación. Por él. especialista en Fitoqtúmica, nos enteramos que esta rama de la qtúmica orgánica estudia las plantas: sus propiedades, desarrollo, la importancia de su aprovechamiento en la industria quúnico farmacéutica... N ,'L a naturaleza, en el hombre, se expande y se retracta. El hombre, este simio desnaturalizado...", escribió el biólogo francés Jean Rostand. Fugaz. pasa el recuerdo de la policÚl. Luego, en la soledad del trayecto Pino Suárez-Pantitlán. uno evoca el diálogo sostenido con el doctor Ríos: entusiasta animador -a costa de su bolsillo- de aquella Revista mexicana de Química (1970-1972); director de casi un centenar de tesis; distinguido con premios nacionales e internacionales (el premio a su tesis de licenciatura, elegida la mejor en 1956). y de la evocación resulta que la Fitoquúnica -ligada a la genética, a la botánica, a la bioIog{a y la ecología, entre otras ramas cientffica5- apenas si tiene en nuestro país poco más de centenar y medio de es'peclalistas en activo (otros hMlen babajo de gabinete, planifican...). La Asociación Latinoamericana de Fi- '. toquímica cuenta con cien miem- bros. Bueno, si, pero ¿qué importancia tiene esta especialidad para el d~ sarrollo del país, con ese nombre tan raro? El doctor Tirso Ríos al habla: "La Fitoqufmica y sus practicantes hacen que México tenga un mayor conocimiento de sus recursos naturales; en lo que a las plantas se refiere, claro. Del estudio de sus caracteristicas y propiedades quúnicas podemos pasar al desarrollo de nuevas especies, de nuevos procesos qufmicos; al aprovechamiento industrial de las sustancias que de ella se obtengan". En cuanto a plantas, dijo este hombre que se cala los anteojos para ver de cerca como si se enfrentara a una obra de arte, México es excepcional: "El país contiene una gran variedad de climas y regiones, con gran diversidad de especies de la familia botánica: tenemos plantas del desierto, bosques, selvas, plantas de las llanuras costeras... Cada una de ellas brinda elementos cuya composición diversifica su utilidad". En algunos plÚSes las plantas que tienen propiedades curativas para los males que aquejan al hombre, son producidas para el comercio; en otras crecen silvestres. Pero en nuestros p.afses latinoamericanos -anotó el doctor Ríos Castillo-, hay quienes las compran en bruto, más o menos las limpian y expenden al consumidor para que ingiera su dosis. En México casi ni eso hemos podido hacer; de ahí la importancia de que los especialistas conozcamos las propiedades de las plantas y determinemos su utilización. ero el Fondo Monetario Internacional y el pago de la deu externa. y la depauperización de grandes capas de la población lMtinoamericana. entre otras pestes que azotan al continente, ¿aún dejan algo para que los fitoqtúmicos laboren, se dediquen a la necesaria investigación? "En América Latina pasamos una malfsima época", acepta Tirso Ríos (quien ha publicado más de cien trabajos en revistas mexicanas y del extranjero). y añade: "A la crisis económit'.P agregamos nuestra dependencia fecftOlógiea e inteleettarl, la fuga de cerebros... ' Los paises pequeños alguna ayuda ruciben de instituciones internacionaJes, de uni51 P versidades extranjeras que patrocinan el desarrollo de programas de investigación científica. Claro que no en todos". Ennumera: Bolivia, por ejemplo, está terriblemente mal en la investigaci6n fitoquímica, que ell Perú es elemental, casi tan inexistente como en Ecuador. En Centroamérica, la problemática socioecon6mica y la guerra hacen difícil la investigaci6n científica. en Costa Rica algunos fitoquímicos aún pueden trabajar porque reciben apoyo de entidades norteamericanas y europeas interesadas en algunas especies de la regi6n comercialmente explotables. Pese a las dificultades financieras, Venezuela, Argentina, Colombia, Chile, Brasil y México "ponen su granito de arena dando a conocer la composici6n y utilizaci6n de sus riquezas vegetales", se alegra Tirso. La cercanía con Estados Unidos algo deja. ligados científica y tecnológicamente a ate país, los científicos mexicanos aún tienen acceso a sustancias, procesos y aparatos sofisticados que se reflejan en el desarrollo de la fitoquímica nacional. Algunos estudiantes logran obtener becas para especializarse en el extranjero y al volver a su país, por lo general, permanecen ligados a sus centros de formaci6n o desarrollan programas ligados a los planes de desarrollo del país donde se especializaron; desapegados de la situaci6n econ6mica, poütica y social; acostumbrados a trabajar en condiciones infinitamente superiores a las que en su país privan, continúan estrechamente unidos a la investigaci6n de los países desarrollados donde se educaron. ¿Podía ser de otra manera; existe un mercado de trabajo para los egresados de 1.a ....~ialidad en Fitoquímica? La respuesta de Tirso es: no. "En México, donde escasea el trabajo normal, no hay posibilidades -en general- de er.1pleo para quienes (a simple vista) practican investigaciones 'sofisticadas' que parecieran no importar para el desarrollo del país -aunque sabemos que la investigaci6n científica incrementa las posibilidades de desarrollo industrial y comercial". tros fueron los dias -Iay Perogrullol- en los que Tirso Ríos estudió: a los 17 años egres6 de la Escuela Nacional Preparatoria; le gustaban las canciones de los tríos de moda; la juventud bailó bIues, swing y el mambo de Dámaso Pérez Prado fue el ritmo estudiantil por excelencia -recuerda el doctor miembro de la Asociaci6n Latinoamericana de Fitoquímica- "y aunque no lo practiqué ¡cómo lo gocél" En Ciencias Químicas los estudiantes organizaban marimbeadas y todo mundo podía llegar a bailar -dos, tres horas- al influjo de las maderas que cantan con voz de mujer. Testigo de la aparición del chachachá del maestro Enrique Jorrín y de la evoluci6n del rock, Tirso se declara fanático de la música afroantillana, "que como dijera Pancho Cataneo, también es cultura". Es cultura. ¡Es-cul-tu-ral Una soberbia rubia ,acapara las miradas en el Café París. Y da pie a la pregunta y Ríos Castillo corrobora: "También como estudiante las mujeres eran la gran tentaci6n". Luego se hizo ciné-filo de hueso colorado, actividad que alternaba con los estudios y el trabajo. -Supongo que antes, como ahora, eran contados los estudiantes de Química y más aún de la especialidad en Fitoquímica, que coadyuvan a un mayor y racional aprovechamiento de nuestros recursos vegetales. -En todo el país -calcula Tirso Ríos-, no creo que lleguen a 50 los estudiantes de Fitoquímica. Esto significa que al no tener gente preparada, no podemos esperar muchos cambios, mejoría, desarrollo en general. Los egresados pueden ingresar a las agroindustrias, a la extracci6n de aceites esenciales, de celulosa, a la química farmacéutica; pero el campo laboral es muy cerrado puesto que las trasnacionales recurren a sus casas matrices para la elaboración de nuevos productos, para la mejoría de éstos; el egresado, ante la carencia de ofertas de trabajo, se dedica a la docencia tanto en provincia como en el defe; esto no es malo: ayudará a formar otros elementos, hasta que se O sature la masa crítica: qUlza para cuando eso suceda haya fuentes de trabajo donde participen a plenitud. Las recientes movilizaciones estudiantiles nos mostraron a estudiantes de la Facultad de Ciencias altamente politizados, conocedores de nuestra problemática social. Tirso Ríos considera que debe haber un equilibrio entre la actividad poütica y la científica: "Que la primera no entorpezca la preparaci6n del estudiante y que ésta no le reste sensibilidad para ver los problemas que aquejan a los mexicanos. Amante de la literatura -amigo de escritores-, le citamos un párrafo de Alfonso Reyes y lo hace suyo: "Mientras mejores sean las obras, tanto mejor para México. El verdadero problema es de calidad, porque la- calidad sólo es voluntaria hasta cierto punto. Muen ese cierto punto en donde tenemos que apurar..... -Tenemos que elevar -el nivel académico en la UNAM, en la Facultad de Química; siento que ha quedado un poco de lado la profundizaci6n en el conocimiento científico; hay que revisar los planes de estudio, porque no basta con incorporarse a la industria s610 con la licenciatura: hacen falta maestrías y doctorados; qué bueno que los estudiantes del CEU estén preparados. sí como hay especies animales en extinción, así la llamada civilizaci6n ha devastado zonas cuya flora hubiera rendido más frut.os si hubiesen sido explotados racionalmente. Pero, advierte Tirso Ríos, "hay que considerar quiénes y cómo están devastando selvas y bosques: si hacemos un juicio ligero, culpamos al campesino que recurri6 a un árbol para hacer leña, venderla y sobrevivir; pero olvidamos que hay talamontes que llegan con máquinas y rapan un cerro, se llevan la riqueza maderera, exterminan especies visibles que la naturaleza tard6 miles de años en desarrollar. "Entonces tenemos que, por el escaso número de especialistas en Fitoquímica, y a pesar de los avances en el estudio de los vegetales, desaparecen esos laboratorios vivientes y A no los estudiamos, no los clasificamos, no aprovechamos las sustancias que contenían. Tenemos el caso de la región del Amazonas, pulm6n del mundo que está siendo destruido, y en México tenemos que después de la desecaci6n de los lagos el clima de la capital se alter6, desaparecieron especies vegetales, y aún nos falta llegar a un conocimiento total de las plantas que hay en el país. Hace falta mayor responsabilidad, concientización. "Porque las especies animales son más visibles se protesta -enhorabuena- por la agresi6n de que son objeto, pero con una planta (y qué bueno que ya hay grupos ecologistas aquí) todo mundo abusa: trozan las ramas de los árboles, los queman, pisotean las yerbas". Tirso Ríos se· congratula de que en la UNAM ya existan proyectos interdisciplinarios, para evitar duplicidad en la investigaci6n científica: "Si las instituciones nacionales e internacionales que apoyan el desarrollo de la ciencia están en crisis, no hay dinero para financiar proyectos, pues no es justo que los escasos recursos lleguen a desperdiciarse por la falta de interrelaci6n, de comunicación. No es justo, y menos en un país subdesarrollado como el nuestro. Lajnterdisciplinariedad ayuda, por el simple hecho de que ocho, diez ojos, ven mejor que dos". ¡A Yojitos pajaritosl Estación terminal Pantitlán. Tirso Ríos ya debe haber llegado a Taxqueña, confundido entre la muchedumbre que retoma a su hogar, porque el estereotipo, la caricatura que del científico nos hemos hecho, no va con la personalidad de Tirso, quien dijo: "A lOs científicos nos han puesto calvos, con anteojos de fondo de botella, olvidadizos, sin mujer ni hijos ni necesidades económicas, siempre con bata blanca y"'rodeados por instrumentos de loquera; el estereotipo no concibe que gustemos de una copa de vino o de un café con los cuates; ya se sabe que hay quienes se van detrás de unas piernas bonitas por todo el mundo. Tomarle gusto a la vida no hace menos científico ál que lo es"· Una historia de la Ibero: LAS QUE NO SALEN·' EN VOGUE eis de marzo. A menos de 48 horas del Día Internacional de la Mujer, sindicalizadas y sindicalistas de los sectores administrativo, académico y de servicio de la Universidad Iberoamericana, se reunieron a platicar de esas cosas de ser mujer, ser empleada ocho horas al dia con horario discontinuo, algunos hijos, un compañero, la ciudad de México, la Universidad que se va de sur a poniente en unos meses. S María: Las mujeres venimos a trabajar aquí a la Universidad como cualquier hombre. Como que olvidamos que muchas de nosotras tenemos también obligaciones domésticas, que la mayoría de las veces no compartimos con ellos. Todas tenemos familia y casa. Y sin embargo, al llegar al trabajo parece que lo ocultamos y lo negamos. Desde el Comité Ejecutivo del Sindicato vemos, por ejemplo, que prácticamente no hay solución a problemas que usualmente tenemos que resolver las mujeres, como el de quién cuida de nuestros hijos cuando venimos a trabajar. Apenas hoy empieza a preocupar el hecho de que no tenemos guardería. Ha tenido que ocurrir la vfspera del cambio de instalaciones hasta Santa Fe para que esto suceda. Luz: Las mujeres no estamos habituadas a hacer frente común. El que dentro de unos meses vayamos a tener que ir a trabajar a Santa Fe es una coyuntura interesante para empezar a tener una voz colectiva. Nosotras podemos decidir el tipo de atención que querramos para los niños, las características de su acceso. Marta: Yo recuerdo cuando entré a trabajar a esta Universidad, que entre los trámites que tema que real.izar estaba el de entrevistarme con una psicóloga. Entonces mis tres hijos estaban chiquitos: el mayor tenia cuatro años y el rÍtenor unos ocho meses. La psicóloga me preguntó si no tenia problemas (emocionales o algo asi, supongo), por dejar a mis hijos y venir a trabajar. Yo respondf que por supuesto que no, aunque evidentemente los tenía. (No iba a correr el riesgo de que no me contrataran) . María: Si nos fijamos, el mercado de trabajo de esta sociedad está pensado para tiempos completos, y generalmente horarios discontinuos; para quien no tiene problemas en términos de hijos o en el ámbito doméstico. Está pensado para un ser asexuado, sin familia, que pueda dar todo su tiempo a la institución. En este sentido, la institución ve como una amenaza la maternidad. Erika: Algunas de nosotras vemos el trabajo como una evasión de nuestros problemas familiares. No es que ocultemos lo que nos pasa; es que mientras estamos trabajando no queremos acordamos de las desveladas por el hijo que todavía se despierta en la noche, o de la ropa que hay que lavar. Tere: Tenemos una desventaja laboral seria. Muchas veces, cuando hay una candidatura para algún puesto, prefieren a los hombres aunque una tenga igual o mayor capacidad y experiencia. Luz: En una escuela donde daba yo clases una compañera se embarazó y no la dejaron seguir dando clases, que porque era un mal ejemplo para las alumnas. ¡Un mal ejemplol ¡Imagfnensel Marta: También hay una presión social para los hombres que quieren, porque se dan cuenta de.,t que es importante, compartir responsabilidades • en casa. Cuando una se pone de acuerdo con "Su pareja para dividirse el trabajo doméstico, tesulta que se ve mal que el hombre falte a su trabajo por cuidar a un hijo enfermo, sobre todo si tiene una mujer. Gabriela: Yo he tenido problemas con mi esposo porque a veces le da porque no quiere que yo vaya a trabajar. Creo que muchas veces las mujeres educan mal a sus hijos. Todo se los dan en la mano. Ellos crecen y no buscan una esposa, sino una sirvienta. Mi papá, con un chiflido ordenaba a mi mamá que le llevara la toalla, las pantuflas, la camiseta. Yo criticaba mucho que mi mamá se dejara tratar así. Pero me casé y empecé a hacer lo mismo: mi esposo se aqostumbró a que yo le boleara los zapatos y cuando 10 dejé de hacer se enojó mucho. Carla: Mi papá llegaba a la casa y ordenaba comida... y comida especial, y allí estaba mamá en friega, prepara y prepara para los chilpayates y para mi papá. Sin embargo, mi mamá nunca se atrevió a hablar de lo cansada que estaba de su situación, yo creo que ni siquiera se le ocurrió. Por cierto, hoy en la tarde estaba con una chava que hablaba por teléfono para pedir permiso al marido para quedarse al festejo, y el marido que no la deja. Cuelga y nos pregunta a las que estábamos alli: -¿Ustedes no tienen marido? -No. -¡Felicidadesl Gabriela: Bueno, yo estoy aqui porque mi marido no está ahora en México. Si no, no habria podido venir. María: En mi departamento hacemos trabajo promocional con un grupo de mujeres que están organizadas desde hace muchos años en un movimiento popular. Ellas tienen asamblea todas las semanas y trabajan mucho en este movimiento. Y sin embargo, yo las he oido decir orgullosas: -A mí no tienen nada que reclamarme mi marido y mis hijos. Siempre, antes de salir, hago la casa y la comida para todos. Cocinamos para el galán, nos arreglamos para el galán. Sólo en el trabajo fuera de casa aprendemos a hacer cosas para nosotras mismas. Vivimos en función de otros. El trabajo fuera de casa, parece mentira, nos permite cierta independencia. Incluso podemos ocultar que nos subieron el sueldo. Gabriela: Al principio, cuando dejé de bolearle los zapatos a mi marido, tenía miedo de que todos pensaran que no cumpHa con mis obligaciones. Yo empecé a boleárselos por gusto. A veces uno hace casas porque tiene tiempo, o por gusto, o por amor, y luego resulta que eso se vuelve obligación. María: No hay que olvidar que las mujeres, al hacer las pequeñas acciones cotidianas, adquirimos mucho control sobre ellas, es decir, poder. Hay mujeres que no quieren dejar su papel y compartirlo porque no quieren perder poder. No quieren dejar de ser las amas, aunque sea de casa. Me pregunto cómo pasar del chisme y el cotorreo privado a la acción colectiva, al frente camún. También estaba pensando que es diferente el caso de las trabajadoras administrativas. El espacio secretarial, especialmente, es un espacio hoy ocupado por mujeres. Por cierto, el año pasado, precisamente al organizar el Dia de la Mujer, preguntábamos a las compañeras (luego hicimos una exposición con sus respuestas) qué les gustaría en la vida. Una de ellas respondió: -Dictarle una carta a mi jefe. Erika: Las mujeres generalmente actuamos en función de otro. Como que tenemos mucho esa idea de que el sentido de nuestra vida es el hombre. Queta: Hace unas semanas decidf arreglar mi departamento. Y les conté a unos amigos que habia puesto alfombra. ¡Creyeron que me iba a casarl -No, no, no me voy a casar -¿Entonces por qué alfombras? -Porque tengo ganas de tener mi casa bonita. Maricruz: . Cuando una tiene una pareja, es importante compartir los trabajos domésticos y el cuidado de los hijos. Yo, afortunadamente, puedo decir que mi esposo me ayuda mucho y los dos compartimos el cuidado de las niñas, el sueldo, el trabajo en casa. Pero no puedo hablar de eso en mi trabajo con las compañeras, porque les da envidia y se burlan. Sofía: Es distinto compartir que ayudar. Como están las cosas, es importante que por lo menos ayude el compañero, pero si nos quedamos allfo .. A mi esa palabra ayudar me molesta mucho, porque la casa y los hijos son de los dos. Si los trastes están sucios, alli están, Y yo no le voy a decir a mi compañero que tiene que lavar los trastes. Yo estoy cambiando pañales. Alguien tiene que lavar los trastes... A él le toca. Creo que el problema es que debemos aprender a respetamos a nosotras mismas. El hombre no es tan tirano, pero tiene resuelta su existencia en casa. Si planteas y haces patentes los problemas domésticos en lo cotidiano, muy bien. Si lo regañas, ya la amolaste. Creo que las mujeres tenemos sobre los hombres la ventaja de que tenemos posibilidades de. viYil:. más cosas; que somos más fuertes, que tenemos más pequeños afectos. Hay que aprender a compartir también eso con ellos. Y de buena forma, porque si no, se van. Rosana: Yo me pregunto hasta dónde vale la pena el sacrificio de las mujeres. Que te mates' por él y le des todo, y luego te cambie por una más joven. María: ¿Cómo aprender a respetarse? Socialmente somos un sexo débil. Y las hijas y los hijos ven que sus madres somos vituperadas constantemente. Desde el "manejas como vieja" hasta las formas de lenguaje que nos excluyen o nos agreden. Un cambio entonces, un cambio verdadero, tiene que ser colectivo: de ambos sexos; de hijos, hijas y padres. Porque no se trata de peleamos con los hombres y quedarnos solas, sino de vivir nuestras relaciones de pareja, nuestra maternidad, nuestro cuerpo, de distinta forma. Y eso se dice fácil pero.... 53 KESEY SIGUE SIENDO KE SEY bién vocal de la Iniciativa pro Mariguana de Oregón, una propuesta al congreso local que si obtiene la mayoría en noviembre de este año, legalizaría los plantíos personales de mariguana. - Todo este movimiento antidroga es parte del intento de hacernos a todos calcadamente iguales de costa a costa -dice Kesey-. Por su naturaleza el fascismo se opone a la diferencia. Y cuanto más popular es la administración Reagan, más fascista se vuelve. Odia lo que ve como una transformación en las El sicodélico autobús pintado de arcoiris, que actitudes norteamericanas de tolerancia y comel novelistay una_cohorte de tragadores de ácido .prensió~que marcaron los años 60. (los Meny Prank~ters) utilizaron para recorrer la ~ ~ . --El pueblo norteamericano ha perdido el sen~ta oeste de los Estados Unidos hace dos déca- ._ "'~'¿~:-"::':":'~ --;--:' _ tido de justicia, que solía tener -se lamenta das, aún se encuentra al lado del establo. Sí el' ~ Kesey-. Realmente, más que haberlo perdido, . Instituto Smithsoniano ha estado llamando a KeMarc Cooper sey dos veces por semana, rogándole que done la se lo ha quitado el gran-gobierno, los grandescamioneta al museo más importante de los Estanegocios, la gran-iglesia y un nuevo factor, las dos Unidos. Pero, no, Kesey no se ha retirado, ni grandes-cadenas-de-comunicación. Miren nada el patio del granero: ranas, gatos, tortugas, patos más el caso Khadafy. Ha sido vendido al público nada por el estilo. Tomando las palabras de los y cuatro llamas. peruanas que comen hierba-. Y norteamericano de la misma manera que se venposters que presentan su ambulante show de los escritores sienten muchas veces, y tienen rade la cocacola. La diferencia es que se supone multimedia, lectura y concierto, Kesey todavía es que la cocacola te tiene que gustar y los libios no. zón, que su trabajo es retocado para ser llevado a "Kesey:·declamando, recitando, rocanroleando y Tienes que odiar todo lo que sea diferente. la pantalla, es como un hijo capado. De manera leyendo". Este áspero y polémico personaje, también que eso me hizo pensar: ¿Por qué no ir directaConsiderado alguna vez como el hippie númemente a las fuentes y escribir un libro que SEA un aspecto poco conocido de actividades lotiene ro uno de los Estados Unidos, sus dos novelas esuna película, no un libro que se CONVIERTA en cales. Ayuda a manejar una lechería que ha sido critas en los años 60, Alguien voló sobre el nido una película? de su familia durante años. Se ha heel negocio de Cucú ya vece. una gran úka, inspiraron a una Como un paso más hacia esa meta, Kesey está cho un traje blanco y comprado un sombrero Pageneración completa y vendieron más de 60 mifilmando en video sus giras a lo largo de toda la namá del mismo color para dar un discurso en la llones de ejemplares a lo largo del planeta. Con nación leyendo fragmentos de Caja de Demoescuela pública de Eugene donde ha pedido una ellas se hicieron películas de éxito que fueron visnios. Sus extravagantes actuaciones se desarroovación para los maestros. Vive con su esposa de tas por millones. Y ahora, tras 22 años de ausenllan ante enormes audiencias y son apoyadas por 30 años, su hijo de 25 Zane, y su hermana Sunshicia en el mundo literario, Kesey ha irrumpido músicos, efectos de sonido, cambios de vestuario ne, una profesora asistente en la Universidad de ruidosamente en la escena con su tercera obra, y la utilización de un insólito aparato llamado: Oregón. Caja d~demonios. Y también ha regresado el Ke"la máqftina de los truenos", que podrá haber siKesey se vio profundamente afectado por la sey alu~inante, irreverente. y rebelde ("loco", sedo robado del Mago de Oz y que parece ser parte muerte de su hijo de 21 años, Jed, en un accidengún las palabras del propio Kesey), que fue celede una motocicleta cruzada con un órgano, sin te en 1984, cuando el autobús en el que viajaba brado y ~etratado en la novela-documento de ser nada de eso. para asistir con el equipo de lucha de la universiTom Wolfe, Gaseosa de ácido eléctrico aúcarElaborada a partir de la carrocería de un thun- , dad a un encuentro, chocó. Tras enterrar a su hi1972). derbird 1962 y pintada con el estilo familiar del jo el"! una pequeña colina tras el hogar familiar, Estoy ardiendo con ideas nuevas -dice Kesey de cuerdas de arpa, camioncito Day-glo, erizada Kesey escribió un enfurecipo y catártico ensayo sobre los graznidos de un gigantesco loro, en su claxons de bicicleta, trompetas, sintetizadores en el que fustigaba a la administración Reagan sala cocina-o Y obtengo tantas respuestas nega"la máquina del trueno" humea, topor gastar millones de dólares en la carrera arelectrónicos, tivas que sé que estoy en lo justo. Sé que estoy mamentista mientras recortaba programas eduse, escupe y se convierte en el centro melódico de acercándome a algo. las lecturas de Kesey. cativos y de seguridad en las carreteras. Por la En lo que anda Kesey, lo que reconoce le obsede naKesey parece seguir obteniendo placer memoria de un hijo que vio morir en el altar de siona, es su concepto de una videonovela. Aclara: dar contra la corriente. En el mismo momento las prioridades nacionales abandonadas, Kesey se -Greo profundamente en la literatura, pero que la administración Reagan declara la guerra a adhirió a un tipo de activismo más allá de sus ¿quién dice que la literatura es sólo palabra imla droga, Kesey, que solía regalar LSD antes de escritos. Y el autor está haciendo buena su propresa? Mi siguiente "libro" va a ser un videotape, que fuera prohibida (y que aún habla de ella comesa: porque tienes que encontrar a los lectores, y los mo el "sacramento"), utiliza sus lecturas para in-Faye y yo estamos preparados para particilectores, hoy, están en la televisión. vitar a las audiencias a que envíen muestras de par activamente en el movimiento Santuario pa-¿Y qué sucede con los agentes, los editores, orina a Nancy Reagan para protestar contra las ra los centroamericanos. Parece que es la única los colegas? Kesey se ríe. pruebas de consumo de droga. Se ha vuelto tamopción correcta. -Eso es como decirle a Cutenberg: "Oh, no Impávido frente a la noción popular de que el inventes esa máquina, vas a dejar sin empleo a activismo de la generación de los años'60 ha lletodos esos pobres monjes". gado al punto cero.. Kesey afirma que es parte de Caja de demonios, en sí misma, fue un paso una persistente, perseverante minoría, que "pueadelante hacia esa nueva forma que Kesey está de que no sepa lo que es bueno, pero sabe muy tratando de inventar. Una colección de ensayos, . claramente lo que es justo". Dice que sólo es un cuentos folclóricos, poemas, canciones, anécdoproblema de tiempo el que se produzca un renatas carcelarias y sketches autobiográficos suavecimiento político y cultural que cubra de nubes mente dramatizados. Kesey habla de su libro co"el barato machismo y anti-intelectualismo de la mo "una caja en la que hay un montón de mateera Reagan". Con el típico aplomo Kesey, afirrial que no forma exactamente una novela, no es ma: verdaderamente periodismo, no es realmente - Uevaremos esto adelante hasta convertirlo una autobiografía". en una nación -hace una pausa, y con un guiño Kesey, de heCho, había tratado inicialmente malicioso en sus ojos claros, añade un poco de de publicar el libro como un montón de hojas sabiduría ranchera-o La crema siempre sube a dentro de una caja de zapatos que podían ser la superficie, y luego se hunde. leídas de múltiples maneras y en diferentes órdeVe a sus compañeros del alma de los 60 como nes. Los expertos en mercadotecnia lo obligaron vanguardia regenerativa. Confía en que el esa a abandonar la idea, pero permaneció fiel a su de los 60 renacerá y dice: espíritu proyecto original al no unir los fragmentos de la -Es como una hermandad primitiva. No tehistoria con una trama unificadora, personajes, o nemos que ir a los mítines y anunciar todas las cobreves pasajes de transición. Y los riesgos de la insas que estamos haciendo. Pero todos estamos novación parecen estan rindiendo dividendos. combatiendo el monstruo lo mejor que podemos Un crítico de Los Angeles reaccionó de una ma)' dondequiera que este~os. Dejemos que la nera significativa y que parece generalizarse en prensa hable todo lo que quiera de las defecciolas reseñas ante Caja de Demonios al llamarla: de la generación yippie. No me preocupa. nes "inteligente... lúcida... fuerte... excitante". Pienso que una vez que eres parte del asunto, ya ~ Los escritores en nuestros días tienen que nunca podrás abandonarlo. vender sus historias al cine para vivir de ellasmusita Kesey mientras observa a los animales en (Traducción PIT Il). P leasant DiU, Oregón. La granja de 10 acres de Ken Kesey, a 18 kUómetros al este de Eugene, tiene tractores, caballos, un granero rojo, una manada de vacas, e incluso un par de perros fieles. Kesey, ahora con 50 años, con el pelo blanco, envejeciendo, pero conservando la estampa de osito Teddy que surge del luchador que ha sido, ofrece la perfecta estampa de un ca~:l.ero,. abuelo y granjero. Pero no se dejen enga- 54