Intramundo El dueño de nuestro ordenador era un hombre extraño. Sabíamos que era profesor por el contenido de los documentos del escritorio. ¿Mi zona dentro del ordenador? ¡Tenía tantas carpetas! Si os empiezo a contar… Por cierto, yo era en aquella época Botticelli.jpg, una imagen de «El nacimiento de Venus». Era muy afortunada, ya que a parte de darle vida píxel a píxel a tan bella imagen, tenía la suerte de formar parte de la carpeta «Favoritos» del profesor! En mi interior vivían los registros más chulos que te puedes encontrar en un PC. Era poseedora de archivos mp3, que, personalmente me encantaban... Otra cosa no, pero el dueño buen gusto musical, sí tenía. También había videos musicales, y documentales... pero lo más importante, teníamos los links a las mejores webs y ¡yo formaba parte de esa carpeta! Mis compañeras se morían de envidia… En el escritorio no sólo estaba el portafolios de favoritos, había miles de legajos más. Bueno, vale, miles tampoco, pero unas veinte sí que éramos. Atesorábamos CUADROS, un dossier que, como su nombre indica, contenía fotos de pinturas célebres. Los otros ficheros componentes de esta carpeta me tenían envidia. En cierta manera me parece comprensible, pensaban que el cuadro al que yo daba virtualmente vida era el más valioso, y ellas estaban excluídas del goce de este privilegio. Otra curiosidad era que el profesor tenía como hobby la fotografía,. Lo descubrí en una de mis escapadas, la que me llevó a explorar un fichero repleto de imágenes que presentaban rostros desconocidos para mí. Eran estampas realmente preciosas, no se le daba nada mal esta afición al tipo. Fue a partir de ese día, cuando empecé a sentir cierto afecto hacia su persona. Ello no impedía que mis compañeras y yo siguiéramos haciendo trastadas para marearle. Nos cambiábamos de sitio, o cuando se pasaba un buen rato ordenándonos, nos movíamos todas, él miraba de nuevo el escritorio y se volvía loco. Todo sucedía, claro está, cuando el propietario no estaba haciendo uso el ordenador. Emigrábamos temporalmente a otras carpetas y había que hacerlo de forma rápida, para que nos diera tiempo a volver a la nuestra sin que el profesor se percatara de tan extraña mudanza. ¡Menudas risas nos echábamos mirando sus caras de sorpresa al encontrar aquel desorden inesperado! Han transcurrido ya unos cuantos años, nos hemos vuelto menos revoltosas con la edad, pero de vez en cuando, sobre todo cuando un rostro lánguido de nuestro amo asoma a la pantalla, decidimos «alegrarle el día» e iniciamos de nuevo exploraciones traviesas. Comienza otra vez su desespero, la energía aflora a sus ojos, y su desaliento se transforma en verdadera fortaleza. Aunque él no lo sepa, somos sus diminutas hadas madrinas.