Y Malena se deshizo cantando un tango De todo el barrio de Mirambel, el Cambalache era la taberna de baile más famosa y concurrida. Las tablas de sus paredes rezumaban tango como sus parroquianos sudor, pero no el tango fino de barrio alto, sino el arrabalero, ceñido y arrastrao. Al caer la tarde, obreros y estibadores, prostitutas, soldados, chulos y marineros se arrastraban hasta allí, dejaban sus miserias en la puerta y se entregaban al tango con frenesí, dejándose la piel sobre el serrín y las colillas del entarimado. El tango entraba por sus oídos y se metía en sus venas, les llenaba, les poseía, les limpiaba del alma las desgracias cotidianas y la henchía de ritmo sensual, que derrochaban con sus parejas, cuerpo a cuerpo, por toda la sala. Entrada ya la madrugada, salían rebosantes de vigor, pero sus desdichas les aguardaban en la puerta para arrastrarles de nuevo a sus pequeñas vidas, hasta la noche siguiente. Y los viernes cantaba Malena. El local se llenaba de gente solitaria, algunos desperdigados en las mesas frente a la tarima, los más de pie, apretujados cerca de la barra, esperando a que apareciese Malena y les sacudiese el alma. Y Malena salía y, sin mirar a nadie, comenzaba a cantar. Acompañada tan sólo por el lamento del bandoneón, les contaba historias cercanas de amores desgraciados, en los que cada uno de ellos se reconocía. Pasiones, traiciones, esperanzas y sueños rotos, que les hacían sentirse un poco menos solos en las tristes noches de arrabal. El tango unía así los corazones de aquellas gentes que, aunque tan dispares, amaban y sufrían de igual modo. Todos, salvo Malena. A ella, aquellas historias desdichadas le eran ajenas. Aunque había tenido a muchos hombres, jamás había experimentado el sufrimiento, jamás se había enamorado. Usaba a un hombre hasta que encontraba otro mejor y entonces se deshacía del primero sin vacilar. Sin preguntas, sin reproches. Malena mantenía intacto su orgullo y poco le importaba el de sus amantes. Hasta que conoció a Roberto. Roberto llegó al Cambalache la noche de un viernes de abril. Apoyado en la barra, no dejó de mirarla mientras cantaba, altivo... perfecto... Malena sintió su mirada atravesándole la piel hasta hacerle despertar su corazón dormido. Cantó para él, bailó con él y se entregó a él sin condiciones. Por primera vez en su vida, Malena se desnudó el alma antes que el cuerpo, y aquel hombre se tragó ambas cosas a un tiempo, sin compasión. Durante muchas noches la tuvo, la usó... y cuando se cansó de ella, la abandonó sin vacilar. Malena le había entregado todo el amor que llevaba dentro y que jamás antes había utilizado, el amor que sólo podía entregar una vez, y Roberto, indiferente, lo había arrojado a la escupidera. Malena se quedó vacía y pronto el vacío se le llenó de dolor y deseó hacer cualquier cosa para dejar de sentirlo. Se humilló, suplicó, se arrastró y tan sólo logró provocar la repugnancia de Roberto. Por primera vez Malena supo lo que era la tristeza de un amor desgraciado. Por primera vez, sintió el tango bajo su piel. Y una noche de noviembre, lo dejó salir. En el local la aguardaban los de siempre, deseosos de escuchar sus tristes vidas plasmadas en una canción. Ninguno imaginaba que Malena, la impasible, iba a entregarles la suya. Con la pena anidada en la garganta, Malena comenzó a cantar. Vertía su tristeza en cada nota, en cada gesto, hasta impregnar el aire de ella. La derrota en su voz les llegó a los presentes como una confesión y pronto un respetuoso silencio se adueñó del Cambalache. La reconocieron como a una igual, como a su comadre y sufrieron con ella. Sollozos apagados recorrieron la sala en una corriente de pena común. En la barra, agarrado a una mujer, Roberto la ignoraba, centrada toda su atención en las caderas de su nueva amante. La tristeza de Malena le resultaba cómica y sólo le inspiró desprecio. Malena cantó de nuevo para él, como hiciera la primera noche, pero ahora las miradas de él eran burlonas y sus labios se llenaban del sabor de otra mujer. La amargura se le hundió a Malena hasta enredarse en sus entrañas y el dolor la desgarró por dentro hasta quebrarle el corazón. Los que se encontraban más cerca de ella, pudieron oír el tintineo de los pedacitos cayendo sobre la tarima. Malena, con el corazón roto, siguió volcando su desdicha en la voz, transmitiéndola a cuantos la escuchaban, provocando por toda la sala los llantos silenciosos de sus compañeros de desgracias. Roberto y su amante, hastiados ya, abandonaron el local sin reprimir su regocijo. El eco de sus risas atravesó a Malena hiriéndola de muerte. Su sufrimiento llegó a tal intensidad que la destrozó y, ante la mirada atónita de sus compadres, comenzó a deshacerse lentamente por los pies. Con su último aliento siguió exhalando su tango mientras se derretía hasta formar un charquito sobre la tarima, que se coló por las rendijas y desapareció, mientras el eco de su voz seguía resonando en los oídos de los infortunados clientes del Cambalache. En la calle, indiferente a todo, Roberto recorría la piel de otra mujer. Y vendría otra, y otra más tras ella. Para él todas eran iguales... Hasta que un día conoció a la cruel Estrella... y Roberto sintió el tango bajo su piel. Gandía, abril 2005 Catalina Gómez Parrado