Hemos recibido una carta en la que se expresa el descontento por ciertas declaraciones del Ararteko en las que se refiere al colectivo de personas homosexuales, distinguiendo entre gays y lesbianas. Quisiéramos aclarar que la distinción que el Ararteko efectúa habitualmente entre gays y lesbianas −a las que no incluye en el concepto “gay”, reservándolo exclusivamente para los varones− no pretende ser, como la persona interesada interpreta, una forma de preterición de las lesbianas, sino justamente lo contrario, una forma de visualizar y afirmar expresamente su existencia, en la medida en que ésta ha quedado deliberadamente ocultada por un modelo de relaciones, de dominio del varón respecto a la mujer, que debemos erradicar. La palabra “gay” procede del inglés (se utiliza igualmente en francés) y significa “alegre, contento, divertido”. Este término fue acuñado por el movimiento de liberación homosexual en los Estados Unidos, a partir de la segunda mitad del siglo XX (con anterioridad se usaba ya en ciertos sectores sociales de ambiente homosexual), para referirse, en efecto, a la totalidad de las personas homosexuales, hombres y mujeres, afirmando así el carácter alegre y positivo de sus existencias, en contra del fuerte estigma social que históricamente etiquetaba a las personas de orientación homosexual como seres desviados de la naturaleza, atormentados y con existencias dolorosas y oscuras, de las que sólo debían avergonzarse. A partir de ahí se instaurará la noción de “gay pride” u “orgullo gay”, para proclamar, sin reservas ni vergüenza, con “orgullo”, la dignidad de todas las personas de orientación homosexual, y reivindicar sus iguales derechos de ciudadanía. Esta noción pretende abarcar, en sus inicios, tanto a hombres como a mujeres de orientación homosexual. Sin embargo, enseguida empiezan a aparecer los hombres como únicos protagonistas visibles de esta lucha, y la sociedad –desde presupuestos ideológicos sexistas que sitúan al varón en una posición de dominación respecto a la mujer− comienza a aceptar con más facilidad su existencia que la de las mujeres de orientación homosexual, a las que desprecia de otra manera, destinándolas al ostracismo y condenándolas, con el silencio, a la inexistencia. Pronto se pone de relieve que ser varón homosexual no es lo mismo que ser mujer homosexual, pues aunque la discriminación, persecución y marginación que unos y otras sufren por causa de su orientación sexual tenga, obviamente, elementos comunes, también subsisten diferencias importantes, determinadas por la posición de subordinación que la sociedad patriarcal atribuye a las mujeres respecto a los hombres. Esto lleva a las mujeres de orientación homosexual a criticar el hecho de que el término “gay” oculta la existencia de las mujeres que también padecen la discriminación y la persecución por su orientación homosexual, al tiempo que esconde las connotaciones singulares que diferencian su situación de la de los varones. Por ello, −animadas, en gran parte, por las corrientes de pensamiento feminista− son las propias mujeres homosexuales quienes comienzan a reivindicar una denominación, específica y diferenciada de los hombres, que visibilice y haga pública su existencia como mujeres que también luchan por el derecho a la igualdad y al libre desarrollo de su personalidad sexual, en un contexto singular y distinto al de los hombres, pues ellas padecen la doble discriminación, la de su orientación homosexual, y la de ser mujeres, en un modelo social heterosexista, pero también patriarcal. El movimiento feminista –en el que en gran parte se inspira el movimiento de liberación homosexual− había cuestionado todo el sistema sexista de división de roles y atribución de estereotipos rígidos a hombres y mujeres, y había servido de marco a las reivindicaciones de igualdad de las mujeres homosexuales, desde una idea más amplia de reelaboración de todo el sistema de relaciones sexuales. En este contexto, las mujeres homosexuales reivindican ser denominadas “lesbianas”, en referencia a las habitantes de la isla de Lesbos (Grecia), donde habitó la escritora y poeta Safo, quien cultivó unas relaciones de amor libre entre mujeres, con total independencia de los hombres. Este es el origen del término “lesbianas”, que actualmente ha incorporado plenamente el movimiento de liberación homosexual, en la totalidad de sus acciones y reivindicaciones. De este modo, ya no se habla de “orgullo gay”, a secas, sino de “orgullo gay-lésbico”, y, en el mundo entero, el movimiento social de defensa de los derechos de las personas de orientación homosexual se denomina de “gays y lesbianas”. En las declaraciones públicas del Ararteko, se hace eco de los resultados de esta historia terminológica, pretendiendo, justamente, atender plenamente a lo que han sido y continúan siendo las reivindicaciones de las propias mujeres lesbianas, de tener una denominación diferenciada de los hombres gays, que las visibilice y recuerde a toda la sociedad su existencia y su problemática singular.