Breviario de Ulrico Zuinglio Ya la sola pretensión de ofrecer un Breviario de Zuinglio supone una osadía. Pero a ella nos anima él mismo, el Reformador suizo, que, semejante a Lutero, no solamente tañía el laúd, sino que era un verdadero poeta. Zuinglio amaba la música, dominaba diversos instrumentos musicales. Si en un principio detestó el órgano en el Culto, ello solamente fue en favor de que los que acudían a la iglesia prestasen toda su atención a la Palabra de Dios, leída y predicada. Indudablemente, abrigaba Zuinglio el mismo horror que Lutero al Canto Gregoriano de los canónigos o frailes en aquellos agitados tiempos de la Reforma. La división entre «clero» y «pueblo» le era odiosa. En medio del «Pueblo de Dios», el que dirige el Culto o Servicio Religioso es uno más y no un ser especialmente consagrado. Por eso nos parece que el ofrecer un Breviario de Zuinglio está de acuerdo con su propia mentalidad. Además, nos conviene tener presente las palabras del Reformador sin tener que ocuparnos por ahora de sus largas exposiciones. Intentaremos armonizar sus cánticos con sus proverbios y oraciones, a fin de tener una cierta idea de su sentir y su pensar, también como esposo y como amigo. Y podría ser que un breviario, como el que pretendemos lograr, diga mucho más al lector atento que todo lo otro, que en nuestra Antología ponemos en manos de este lector atento, que nos es desconocido, pero ahora ya tan estimado y querido. Oigamos ahora a Zuinglio, el hombre, el fiel cristiano, el predicador que vivió y murió por la Palabra de Dios. FE, ESPERANZA Y CARIDAD La fe del corazón humano es semejante a la decisión interior que precede a lo que hacemos: Si dicha decisión falta, los hechos pueden resultar una necedad o no serán buenos. Si la fe no defiende el castillo y ordena cada obra, todo cuanto realicemos será obra impía y de ningún provecho. Y es que los hombres vemos más que las obras mismas, si éstas son consecuencia de la fidelidad y de la fe. Donde no haya fe ningún valor tienen las obras. Creemos que después de esta vida, que más se asemeja a una cárcel y a la muerte, hay otra vida dichosa y placentera para los santos y los creyentes, mientras que a los incrédulos y a los impíos les espera una vida miserable y triste. Pero en uno u otro caso se trata de la eternidad. La caridad cristiana exige ante todo que cada cual se guarde de escandalizar al prójimo, y esto a fin de que la fe no caiga en descrédito. Entendámoslo así: Durante estos últimos arios ha sido predicado el Evangelio con entusiasmo, lo cual ha dado lugar a que muchos hayan mejorado sus malas costumbres y sean ahora temerosos de Dios, mientras que otros se han vuelto peores que antes. Y son estos últimos quienes dicen mal del Evangelio, porque se opone a su malvada opinión y malos propósitos. Los buenos no deben consentir que se denigre el Evangelio y tienen que hacer frente a quienes hablan mal de él. Los malos, sin embargo, vociferan, diciendo: -Ojalá no se predicase el Evangelio; porque esto solamente conduce a disensiones y disputas entre nosotros! EN TUS MANOS, SEÑOR... Era el año 1529. Las provincias de Suiza fieles al Papa se aprestaban a la lucha. Zuinglio compuso el siguiente himno que hasta hoy se canta en las iglesias evangélicas de lengua alemana: En tus manos, Señor, toma las riendas. Si no, en vano será nuestra carrera, Y qué gozo tendrán los enemigos Que nada quieren tener contigo. Oh Dios, que tu nombre resplandezca Sobre el morueco, bajo tu castigo. Despierta una vez más a tus ovejas, Que han puesto en Ti confianza y gran cariño. Pon fin a disensiones y contiendas. Haz ya que la fidelidad de nuevo vuelva, Que retorne y sea como nueva, Y eternamente loaremos tu grandeza. ¡DIOS Y SEÑOR, AMPÁRAME! Cuidando a los enfermos de la peste que asoló la ciudad de Zürich en el ario 1519, el Reformador estuvo a punto de morir. Apenas recuperado, compuso el siguiente poema: ¡Dios y Señor, ampárame, Sostenme en este trance! Siento la muerte a la puerta... Impídele, Cristo, la entrada; Tú, que la has vencido. ¡A Ti clamo! A tu voluntad confío El arrancar la flecha Que me ha herido Y que no me deja ni por una hora Serenidad y buen sentido. Sin embargo, Si quieres que yo muera Ahora, en mis mejores días, Que así sea... Se haga tu voluntad Y yo lo aceptaré Dócil, a tu manera. Tu vaso soy... Bien se quiebre o se rompa, Mi espíritu te llevarás De nuestra tierra. Cuida de que no haya alterado O influido en mala forma En las buenas costumbres Y la vida piadosa. ¡Tú consuelo, Señor, Dios, tu consuelo! La enfermedad aumenta, Dolor y angustia Mi alma y cuerpo abordan. Ven a mí; te lo imploro. Tú, único consuelo, Todo Gracia, Que, sin duda, redime A quien en ti haya puesto su esperanza. Considera lo poco que valen Todas las cosas y el tiempo; Qué poco significan Perjuicio y provecho. Ahora concluyó todo. Enmudece mi lengua. Habla tú ahora; ¡Que tu palabra venga...! Mis sentidos se agotan... Es, pues, ya hora De que conduzcas mi lucha con denuedo; Porque no tengo fuerzas Para enfrentarme valiente con el diablo Pronto a abatir mi poca fortaleza... Su malévola mano.., grave pesa. Mi espíritu queda no obstante contigo, Permanece a tu lado inquebrantable, Pese a las asechanzas del Maligno. ¡Recobré la salud, Señor, Dios mío! Vuelvo a vivir y pienso. Si tú piensas lo mismo, El fuego del pecado No arderá en mí jamás en esta tierra: Gloria y loor habrá en mis labios Y más que nunca en este mundo mismo. Suceda lo que sea, No habrá, pues, más peligro. La sentencia de muerte ya dictada Soportaré, Señor, mejor que ahora; Frente a la vanidad del mundo Todo con gozo sobrellevaré, Con recompensa gracias a tu ayuda, Sin la cual, bien lo sé, No hay perfección ninguna. SUPLICA Dicha, pena y ayuda. La dicha al valeroso le acompaña. ¡Adelante! Más si así no fuera, Ya es bastante que cumpla sus hazañas De esforzada manera. Porque ninguno muere honradamente Si no se ha consumido cual valiente. ¡Pena, pena! ¡Angustia, angustia! ¡Pecado, pecado! Oh, Señor, guárdanos de guerras. El día de mañana Será peor aún. Roguemos a Dios Nos dé fe y constancia En la lucha. ¡Oh, Señor y Dios, Tu ayuda, tu ayuda! Como todos los Reformadores, Zuinglio creía firme-mente en la vida eterna y esperaba la venida, el retorno de Jesucristo. En el fondo, todo cuanto él realizó lo hizo cara al Cristo que, conforme a una fórmula confesional antigua, «vendrá para juzgar a los vivos y a los muertos». De aquí estas impresionantes palabras suyas: Abre los ojos y los oídos Y cierra la boca Y pon la pluma a un lado, Y honra a Dios y a la verdad: El Señor vendrá pronto; Ya está cercano. ¡Que no nos encuentre durmiendo! Por eso, seamos activos Y honestos en todas las cosas. Gracias a la investigación moderna psicológica ya no nos extraña que Zuinglio (también Lutero y Ca/vino) sea parco en lo autobiográfico. Solamente en una ocasión dice, semejante a Lutero: «Yo soy un labriego, un hombre del campo, y esto de cuerpo entero.» En sus cartas en latín dirigidas a sus amigos se firma siempre «Doggius», o sea, «uno de Toggenburg». Lejos, pues, queda también de Zuinglio todo «yoismo» y desde luego todo «egocentrismo». Como los otros Reformadores, vivió el gran hombre para una causa: la Causa de Cristo, la causa de la fe en Jesucristo. Por eso dice: «En mi juventud puede que haya asimilado en lo referente a las ciencias puramente humanas más que otros estudiantes de mi edad. Cuando intenté ser inicia-do a fondo en las Sagradas Escrituras, la Filosofía, por un lado, y la Teología, por otra parte, ambas sola-mente me movían a contradicciones y discusiones. Finalmente, aconteció lo que yo ya me imaginaba: Las Sagradas Escrituras me enseriaron esto: Déjalo todo y aprende a conocer la voluntad de Dios conforme se manifiesta en su sencilla Palabra. Y entonces comencé por implorar de Dios su luz, y la Sagrada Escritura se me hizo más clara (aunque solamente la leía) que todos los comentarios a la misma y todos los intérpretes de la Biblia.» LA BIBLIA, PALABRA DE DIOS Por amor de Dios, poned la Biblia en el centro; si así lo hacéis, os demostraré que todo cuanto he enseriado está escrito en la Biblia y que mi interpretación de la Palabra de Dios no es producto de mis propios pensamientos, sino pura consecuencia de lo que la Biblia anuncia en sus más diversos pasajes. La Palabra de Dios es cosa segura e infalible. Es luminosa y alumbra en las tinieblas. La Biblia se interpreta a sí misma, se abre por sí sola e ilumina el alma humana con el resplandor de toda Gracia y salvación; le hace al alma confiar en Dios; le hace humilde y hasta tal punto que el alma se entrega, se niega a sí misma y acepta enteramente a Dios. Y en Dios vive y no anhela otra cosa sino vivir en Dios, y duda de la ayuda de toda otra criatura y solamente en Dios reposa. Tú no eres ningún juez de la Palabra de Dios ni de la Ley de Dios, sino que la misma Palabra de Dios te juzga. ¡Quiera Dios tronar y enviar granizo sobre nosotros si desfiguramos su Palabra! Es conveniente que la Palabra de Dios encuentre oposición; porque así se manifestará cómo su fortaleza permanece. El Espíritu Santo no dice hoy una cosa y mañana lo contrario. CREE SOLAMENTE Donde hay fe, no cabe la duda. La fe es un tesoro tan único que el hombre jamás podrá poseer fuera de ella algo que conceda más gozo y valentía. El que tiene fe es libre; pero quien no la tiene siem-pre será un esclavo. Creyente es solamente el hombre que pone toda su atención en Dios, se apoya solamente en El y única-mente en El pone su esperanza. Cuanto menos temas a la muerte, mayor será esto señal de que posees una fe firme. La paciencia es la joya de la fe. LA IGLESIA Y SU MENSAJE — ¿Cuál es la Iglesia de Cristo? —La que oye su palabra. Escuchar atentamente la Palabra de Dios es lo único que os mostrará el camino recto. Si el predicador juguetea y charla amistosa y sua-vemente, arruina toda justificación por la fe y toda libertad en Cristo. Dios no envía ángeles para que entre nosotros sean profetas, sino que quiere valerse de los hombres. Los profetas (predicadores) son tan necesarios como los segadores cuando llega la cosecha. LA ORACIÓN Si tuvierais fe ninguna cosa resulta tan grande ni difícil ni peligrosa como para dejarla y desecharla, incluso una cosa que nos parezca imposible. Por lo tanto, confiemos en nuestra oración. Orar no consiste en hablar mucho, sino que es ala-bar y gloriar a Dios en primer lugar y, luego, invocar a Dios confiadamente y exponer ante El nuestras preocupaciones. Posiblemente, darás gracias a Dios de boca y corazón y, sin duda, emplearás largas palabras para hacerlo. Pero no es esto lo que de ti se exige. Tú y cada cual deben tener presentes la honra y presencia de Dios y debéis desechar lo propio y entregaros a la misericordia divina. Que el alma se entregue a la misericordia divina y en ella se justifique renovadamente para persistir en una vida cristiana y lo que en ella va incluido. La oración ha de ser por fe. Si caes enfermo tus intenciones son la curación. En este trance dirás: «Señor, reconozco que Tú eres mi Creador y yo solamente tu instrumento, y sólo Tú sabes para qué me necesitas. Sea hecha tu voluntad y conforme a ella otórgame la salud que necesito.» EL CRISTIANO Ser cristiano no es hablar mucho sobre Cristo, sino andar como él anduvo. Ser cristiano es la más hermosa y preciosa nobleza en los cielos y en la tierra. Tú eres instrumento de Dios, y El exige tu servicio y no tu inactividad. Dios hará de ti instrumento de gloria o deshonra, según su plan. Pero El es Dios para ti y para mí. Orad los unos por los otros. Con oración constante todo lo venceremos. Jesucristo, que ha de volver, vino al mundo en forma tan humilde que podemos ver que está con nosotros, es nuestro amigo, y también podemos aprender de él el sufrir y soportar toda pobreza. ¿Estás enfermo? También él lo estuvo. ¿Te duele la cabeza? La suya fue herida por una corona de espinas. ¿Te odian? A él también le odiaron. ¿Te traicionan? A él le traicionaron también. Si el hombre considera así a Cristo, ello le servirá de alivio y consuelo, y el camino del dolor le será más fácil en la vida. Pero si no consideramos así a Cristo, el dolor se nos hará difícil y hasta insoportable. ¡Sed valientes, por amor de Dios! Estad firmes en Dios reteniendo las lágrimas hasta que la justicia sea manifestada. Hay una norma para nosotros los cristianos: Preferible es enfrentarse con la muerte que apartarnos de la verdad o negarnos a confesarla. LAS AUTORIDADES Gran cosa es gobernar; pero también es cosa peligrosa. Quienes gobiernan deben ser bienhechores, pero no ofensivos, ni opresores ni esquilmadores. Odia el vicio, pero no odies al hombre vicioso. *** Pese a lo que tradicionalmente se viene comentando, Zuinglio tuvo en mucho la liturgia y dentro de ella, como parte integrante de ella, la oración. Como muestra de esto ofrecemos la siguiente ora-ción de Zuinglio: Oh, gran Dios: Concede a tu humilde pueblo buenos pastores y predicadores de la Palabra. Así, los príncipes y sus súbditos conocerán tu voluntad. Así, la convivencia desagradable desaparecerá, y tu nombre será santificado y alabado en todo el mundo. Conserva y fortalece a los gobernantes que creen en tu Palabra para que se opongan a los malvados anti-cristianos. Ilumina a los incrédulos, a fin de que te reconozcan y se conozcan a sí mismos. Transforma el corazón tiránico de ciertos gobernantes y concédeles una mente y un corazón temeroso de Ti, de modo que sean amables y compasivos. Más si, pese a todo, consientes su altanería, advertiremos, entonces, que quieres castigarnos juntamente con ellos. Si así es, concede a tus creyentes la gracia de pro-seguir confiando firmemente en tu Palabra. Porque aunque hayamos de padecer, nadie puede dañar al alma si permanece en la fe. Y tu Palabra siempre saldrá triunfante, aunque no dejará también de sufrir. Concédenos, Señor, que se rompan las correas del yugo con que nos oprimen y muéstrate Tú con tu Palabra como el único vencedor. Amén. Una sola carta escrita por Zuinglio a su esposa nos ha sido legada en manuscrito. La escribió en Berna, donde en enero de 1528 tuvo lugar el debate, al que en otro lugar hacemos referencia. He aquí la carta y, ad-junto, el original de la misma: «Gracia y paz de Dios. Muy querida esposa: Doy gracias a Dios por tu bendecido alumbramiento. Que Dios nos conceda el privilegio de educar al niño con-forme a su voluntad. Envía a mi prima uno o dos mantos de esos que tú sueles ponerte. Se trata de una persona muy comedida, pero no es como una monja; cuenta 40 arios y es en todo tal y como la esposa del maestro Jorge la ha descrito. Nos quiere mucho a mí y a todos nosotros. Que Dios te guarde. Recuerdos para los compadres: Schaffnerin, Ulmann Trinkler, Schultheissin Essinger y a todos los que tú aprecias. Ruega a Dios por mí y por todos nosotros. Escrito en Berna el 11 de enero. Cariños para todos tus hijos, y sobre todo consuela a Margarita de parte mía. Huldrych Zwingli, tu esposo. Envíame lo más pronto posible mi capa usada.» Ecolampadio, alma de la Reforma en Basilea, había escrito a Zuinglio el 10 de diciembre de 1522, diciéndole: «Se te saluda, querido Zuinglio, y no te maravilles de que te escriba antes de conocerte personalmente y apelando al derecho que hay entre verdaderos amigos, aunque tampoco tú me hayas visto nunca... Si bien ningún motivo propio me mueve a escribirte, hay causa suficiente para desearte mucha suerte y esto es lo que de veras te deseo, sobre todo porque te muestras de tal modo en lo que haces que gozas de general estima. ¿Quién no te apreciaría conociendo cuán celosamente luchas por la causa de Cristo y cómo cuidas con fidelidad de su rebaño, de manera que los lobos tienen pánico de quien, como tú, se ha alzado como una muralla en torno a la casa de Israel y con hechos nos haces reme-morar a los antiguos varones de fe y acción?... Ruego a Dios enriquezca tu espíritu, lo fortalezca, lo haga ardiente y fructífero, a fin de que renovadamente recibamos noticia de ello, o sea, de la glorificación del Evangelio en virtud de tu obra...» Zuinglio, abocado a la Dieta o Conferencia de Zürich, que había de tener lugar el 29 de enero de 1523, responde a la carta de Ecolampadio unas cuatro semanas más tarde: «Huldrych Zuinglio desea salud a Ecolampadio, el muy amado hermano en Cristo. De diversas maneras me hallo acosado, muy piadoso y sabio Ecolampadio y, sin embargo, permanezco firme, pero no gracias a mis fuerzas, sino enraizado en la roca que es Cristo, en el que todo lo puedo.1 Porque es él quien me fortalece e infunde valor y anima. Porque si a veces me deprimen tristes noticias referentes a la opresión que el Evangelio padece, no faltan tampoco informes sobre el adelanto del Evangelio, informes gozosos que me reaniman y fortalecen. Y aunque mil veces me amenaza la muerte, nunca me falta alguien que me consuela escribiéndome cristianamente... Dejemos por ahora estas cosas y hablemos de lo que debería suceder para fomentar la extensión de la palabra de Dios. Estos días he recibido la convocatoria de vuestro N. Eck,2 que presume de frases tan desusadas que no creo haya sibila ni sabio capaces de entenderle. Te ruego le tomes 1 Referencia a Filip. 4:13. Nota. — La correspondencia inicial en el ario 1522 entre Ecolampadio y Zuinglio fue mantenida por ambos casi hasta la muerte del Reformador de Zürich. Dicha correspondencia se encuentra recogida en la edición crítica «Corpus Reformatorum», tomo 95, volúmenes VLI-XII. E. Staehlin, «Das Buch der Basler Reformation», Basel, 1929, págs. 40 y 44-46, ofrece las dos epístolas que, previa selección de su contenido, exponemos en nuestra Antología. 2 Se trata, en realidad, del profesor de medicina católico J. Román Wonnecker, al cual Zuinglio compara con el conocido enemigo de M. Lutero, el Dr. Juan Eck (Disputa o Discusión de Leipzig, en el año 1519). tan poco en serio como se merece. Clarean3 será el más apropiado para enviar a casa con las orejas gachas a ese borrico que ofende a las musas; y que le envíe valiéndose de unas cuantas burlas bien adobadas. Cuando no hace mucho me escribió Clarean me propuse tornar parte en la cuestión; pero habiendo visto las Tesis 4 considero preferible no moverme de aquí, pues no dejaría de ser peligroso el hacer caso de un desequilibrado. Demos gracias a Dios porque la causa del Anticristo haya llegado tan lejos como para tener que apoyarse en tales luchadores de vanguardia. Acerca de nuestra Disputa o Discusión, convocada por acuerdo del Consejo, te informará, si quieres, el dador de esta carta. Hay rumores de que asistirá el Vicario General de Constanza.5 Quiera Dios que nada le impida venir, a fin de que Roma y Constanza se alcen con las acostumbradas victorias como las que hasta ahora vienen cosechando.6 Adiós. No dejes de aleccionarme, amonestarme y animarme a menudo con tus cartas. Zúrich, 14 de enero 1523. 3 Clarean era el seudónimo del gran humanista de Basilea Enrique Loriti de Glarus y amigo íntimo de Zuinglio hasta que se separaron por causa de la Reforma. 4 Las Tesis redactadas por J. Román Wonnecker el 25 de diciembre de 1522. Texto completo: E. Staehlin, o. a. c., páginas 41-44. 5 Juan Faber asistió a la Discusión celebrada el 29 de enero de 1523. 6 Dicho con fina ironía, cambiando la palabra «derrota» por el vocablo «victoria».