LANA CAPRINA EPÍSTOLA DE UN LICÁNTROPO Lana Caprina Epístola de un licántropo Dirigida a S. A. La Señora Princesa J. L. n. P. C. 1 1. Ningún casanovista ha sabido localizar a la princesa que se oculta bajo estas iniciales, por lo que parece ser que se trata de un personaje ficticio inventado por Casanova. 31 Última edición En ningún lugar Año 1000700702 Alter rixatur de lana saepe caprina (Horacio, Epístolas I, XVIII, 15) [Armado de mil frívolas razones Otro por nada mueve una pendencia] (Trad. Javier de Burgos. Librería de D. José Cuesta, Madrid, 1844) 33 ADVERTENCIA DEL IMPRESOR He sido importunado tanto tiempo que me he visto obligado a rendirme. Os presento, lectores, esta obra que es fruto de una disputa y puede servir de un modo excelente para alejar la melancolía. Mi autor no forma parte de esa multitud de personas que acostumbra a dar gato por liebre, ni de los que usan la imprenta para maltratar a otros; por eso se ha comprometido, caprichoso como es, a escribir esta epístola donde bastonea un poco a dos médicos que, en una pelea que no tiene ningún sentido, palabra a palabra, presuntuosos, dándose importancia, hablan con errores respecto a un tema mal comprendido por el pedante italiano que amonesta fuera de lugar al recipiente del hombre, e igualmente mal comprendido por la señora Cunegunda, la cual con unas frases enmarañadas le da bofetadas a Ronsard. Estos dos médicos se intercambian engaños, pero procediendo a oscuras y sin que uno consiga nunca relanzarle la pelota al otro. El italiano, razonando con los pies, se divierte dando vueltas en torno al tema, y a pesar de darle vueltas no lo aferra nunca, y deja los argumentos sin resolver. Cunegunda, que es una vieja astuta, comienza afectadamente atrayendo al lector y, con modos 35 melifluos, escribe un libro esbozado en una lengua falsa, lo cual provoca a su adversario llevándolo a una lucha a la alemana con bastonadas de otros tiempos. Y por este motivo es por lo que no encuentro justo el comportamiento del médico antiuterino que, después de haber roto el dique, se comporta como un villano y considera que lo ha dicho todo, le quita la protección a Cunegunda y se regodea en ello. Y en suma, ¿qué hay de malo en todo esto? Es un tipo que se estima y sólo los groseros recalcitrantes pueden llamar enclenque a un hombre flaco y gentil, al que le importa su aspecto. El primero que arruga la nariz se ha rendido solo por el hecho de salir corriendo. Bromas aparte, estos señores se pelean, se intercambian sarcasmos, pero el público no tiene nada que temer. Me han dicho que sus argumentos recurren a muchos pretextos, y estoy seguro de que después de haberse contradicho y rebatido el uno al otro, se apaciguarán sin tener que hacer uso de las armas. Por eso me he entremetido en este asunto. Disculpe el lector mi francés algo tosco, pero no he salido nunca del osario de los santos inocentes; así se habla en aquel lugar y en particular en mi tienda. Os saludo. Le Colporteur París, en este año de San Martín de 1371, que en la corte está datado como 1772. 36 Alteza: Han llegado a mis ojos dos libritos; uno italiano, que acaba de salir de la imprenta y que tiene por título Di geniali della dialettica delle donne ridotte al suo vero principio [De la naturaleza de la dialéctica de las mujeres reducida a su verdadero principio]; y el otro que responde al anterior se llama Lettres de Madame Cunégonda écrites de B… à Madame Pâquette à F…2 Este librillo está escrito en francés con fecha reciente, en París, de este año de 1789. Esta nueva era nos ha dado a todos asuntos sobre los que pensar. Curiosos como estamos por conocer a estos dos autores, hagamos todo lo que podamos y pongamos junto todo cuanto podamos poner para adivinar quiénes son. Se sabe de momento que el autor de la Dialéctica reducida es alguien cuyo nombre empieza con P., establecido en una ciudad cuya inicial 2. Casanova no cita en ningún momento de la obra el nombre de estos dos autores. El autor de Di geniali della dialettica delle donne ridotte al suo vero principio [De la naturaleza de la dialéctica de las mujeres reducida a su verdadero principio] es Petronio Zecchini; el autor de Lettres de Madame Cunégonde écrites de B… à Madame Pâquette à F… à l’occasion d’un livre: Di geniali della dialettica delle donne ridotte al suo vero principio es Germano Azzoguidi. 37 empieza por F., y deducimos muchos datos de la divisa que enarbola en su frontispicio que, bajo un medallón, dice «Vir fugiens & denuo pugnabit». [El hombre que huye puede combatir de nuevo]3. El segundo que se dio el nombre de Cunegunda, descubrió mucho de sí mismo con la fecha de 1789. Esta fecha nos obliga a investigar a qué religión pertenece, ya que al no adoptar nuestra santísima era nos da mucho que sospechar. Es sin embargo cierto que él no es judío ya que su año sería el de 5756: ni un celoso cronólogo seguidor del periodo Giuliano, ya que nos veríamos en el año 6486, este mundo, según ese periodo, se supone que creado en el año 730, el día 25 de octubre al comienzo de la noche que antecede al domingo; no es chino, pues veríamos la fecha antediluviana de diecinueve años, es decir, 4139; no es uno de aquellos etíopes cristianos que, seguidor aún de la era de los Mártires, señalan nuestro año en curso como el 1488; no es uno de esos orientales de Persia que, con la era de Jezdegird cuentan nuestro mismo año como el de 1739; no es turco, ya que después de la huida de Mahoma hasta hoy no pasó otro espacio que el llamado la Hégira en 1150. Creemos, pues, que el autor de esas cartas, el del año que inicia, que precede en diecisiete años el nacimiento de Jesucristo Nuestro Señor, puede ser un devoto admirador de Poncio Pilatos, el cual nació exactamente diecisiete años antes que nuestro Santísimo Redentor. 3. Las traducciones de las citas latinas han sido revisadas por Miguel Marañón Ripoll, a quien agradezco profundamente su minuciosidad. 38 Cualquiera que sea, pues, nuestro autor, nos imaginamos que para honrar a aquel funesto romano haya establecido la propia era caprichosamente según la época de su nacimiento; y si es cristiano, nos maravillamos de que no crea haber cometido error alguno; y ya puede decir lo que le parezca. Diga que al pronunciar la sentencia contra el cordero de Dios sintió una amargura interior; que diga que los fariseos lo habían seducido; que diga que si debíamos ser redimidos, él era un mal necesario; que diga que, no sin razón, Dios permitió que su nombre fuera un intruso en el Credo; que para mí diré siempre que él fue un inicuo juez, y preferiría, antes que servirme de su era, datar a la turca. Quede pues establecido que la andrógina Cunegunda, que escribe en francés contra el autor de De la naturaleza, hace mal en hacerle este honor de la era al señor Poncio, ya que mucho más condenable ha sido aquel poeta toscano que dijo: Odio a Pilatos y en el odio me excedo: hace treinta años que no voy a misa, Para no oír su nombre en el Credo. El Vir fugiens, autor de la Dialéctica de las mujeres, plantea esta propuesta y termina su librillo sin cuidarse de haberla demostrado: «O bien la mujer no piensa, o si piensa, piensa de una manera singular, y del todo suya», aserción que él llama, con buenas intenciones, una paradoja, a pesar de que en mi elenco mental de las paradojas, yo no la encuentro. En este asunto discurre sin examinar si la mujer piensa, sino más 39 bien suponiéndolo; y después de mucho argumentar concluye que lo que piensa, en la mujer, es exactamente lo que la hace pensar, y le da esta incumbencia a su útero. La señora Cunegunda le responde, pero lo hace en francés, y la razón que alega es que no quiere hablar en dialecto romañolo; como si no hubiese podido escribir, al igual que el autor del «Útero pensante», en italiano. No envío a Vuestra Alteza estos dos libruchos porque ambos son malos, y la verdad es que se puede decir de ellos que abusan de la facilidad de las imprentas. Sin embargo me han creado ciertas preocupaciones que, si logro exponerlas bien, no creo que os disgusten. El autor del librucho la Dialéctica de las mujeres aborda una materia sobre la cual, si él hubiera sido un buen filósofo, y si, como dicen los franceses, tuviera un cerebro bien amueblado con conocimientos de física y anatomía, habría podido decir cosas bellísimas, cuidándose bien de no tropezar, lo cual habría sido facilísimo ya que caminaba super ignes suppositos cineri doloso [sobre fuegos recubiertos de insidiosa ceniza. (Horacio, Odas, II, 1, 8)]. Cuando hombres de letras se han enfrentado a escribir sobre materias semejantes, lo han hecho exhibiendo la más vasta erudición; el pretexto que podían alegar de que era un entretenimiento haría que semejante presunción no les perjudicara, ni expusiera ante la crítica su modestia. De los que no demostraron nada, se juzgó que no tenían nada que decir, por lo que habrían hecho mejor callándose. Aquel 40 famoso señor de Saint Hyacinthe con su Chef d’oeuvre d’un inconnu hizo levantar la ceja a toda la república literaria. Por comentar una canción francesa que sólo se puede leer riendo, pues está repleta de despropósitos, él al defenderla hace alarde, con amabilidad, de un saber desmesurado y critica con exquisitez a los Casaubon, los Ménage, los Vossius, los Scioppius, los Saumaise, los Sorbière, los Scaliger, y a muchos otros. Este autor vir fugiens al admitir que el útero en la mujer viviente está dotado de la facultad del pensamiento, se pone a escribir y filosofando quiere establecer una teoría y se cree que es médico. ¡Ay! El proverbio tres medici4 está muy desgastado por desgracia, y desafortunadamente estamos en un siglo en el que el exceso se muestra en todas las ocasiones dispuesto a inclinarse ante el materialismo y esa cuestión apesta de tal modo que à moins de n’être ferré à glace: «Es muy fácil divagar». Este médico y autor del libro consiguió singularizarse en esta celebradísima universidad con una teoría, que sostuvo en su cátedra, sobre la fuerza de la vida. Gorter dio a conocer a la república literaria una doctrina muy plausible sobre esta fuerza vital. Como él no encontró el origen de esta «fuerza agente», ni en la voluntad interior de la existencia viviente o vegetativa, ni en ninguna potencia externa de la misma, se hizo dogmático, quizá animado por el éxito del más famoso de todos los 4. Hace referencia al refrán: «Ubi tres medici, duo athei». De tres médicos, dos son ateos. 41 filósofos antiguos, o por la inclinación de los hombres, incluso de hoy día, a sacar conclusiones ciertas de fundamentos inciertos. Gorter definió metafísicamente la vida física como potentia, seu vis agens neque ex voluntate neque ex potentia externa producta [la potencia o fuerza producida por un agente que no es voluntad ni poder externo] etc. O bien, alquid incognitum detectum in corporibus nostris [algo desconocido que notamos en nuestros cuerpos]. Vuestra Alteza vea bien qué grande, nuevo y curioso es este dogma, ya que este aliquid incognitum, esta vis agens no sabemos qué es, no pudiendo ser ella puro espíritu, y no sabiendo nosotros dónde está esa materia, no solo cómo bautizarla, ni siquiera cómo concebirla. Estas dificultades se aclararon por sí mismas una vez que Gorter consiguió poner al investigador en la necesidad de establecer una «fuerza agente»; he aquí al ente de razón convertido en real, aunque nuevo, desconocido y oculto. Los hombres que quieren saber no encuentran obstáculos. Celum ipsum petimus stultitia [Nuestra insensatez busca el cielo (Horacio, Odas, I, 3, 38)]. De esta teoría, que Gorter consiguió que se aplaudiera, yo no diré que sea la única ni la verdadera, ni exactamente esa que nos faltaba por conocer, a nosotros, que queremos saberlo todo. Pero sí diré que si encontró seguidores, los encontró gracias al arte del propio Gorter, este arte es siempre el mismo, bien sea para que el orador filósofo la use para inducir a la mentira o la utilice para comunicar la verdad. 42 El Vir fugiens difundió la teoría y eso me demuestra que la entendió; así al menos debe pensar el que es bueno. Pero la teoría fue despreciada, desaprobada y provocó risas. Ahora con estas premisas creo que está fuera de dudas que toda la culpa sea viri fugientis; pero cuando denuo pugnabit [puede combatir de nuevo] piense, antes de levantar el edificio, construir sólidos fundamentos. Newton antes de formular su ley de la gravedad, que se difundió en todo el mundo, convenció a todo el mundo de que no podía dejar de formularse si quería entrar en el santuario de la filosofía. La «fuerza de la vida» se quedó sin fuerza, prolata a viro fugienti [pronunciada por un hombre que huía] porque él no supo demostrar la necesidad de tal dogma, examinando si puede suceder que la naturaleza no vaya a su preestablecido final por el camino más corto. Si Vuestra Alteza me pregunta qué pienso yo de esta «fuerza agente», si yo la admito y al admitirla qué me imagino que es, le diré que estoy forzado a admitirla, ya que la encuentro necesaria, y que sin imaginármela no puedo entender ya nada, y por eso digo que aquella es el espíritu universal que anima este globo terráqueo directamente creado por Dios, del cual nosotros somos hijos. Este azufre universal actúa por sí mismo, ya que es la vida misma, tanto la nuestra como la de las plantas y los minerales. Su fuerza es simple, y siempre es la misma, ya que es susceptible de adoptar todas las formas vivientes, el movimiento, el incremento y nunca el detrimento. Ella es material y está toda entera en cada una de sus partes, ella misma es parte necesaria de todo lo que es parte de un todo, que va al infinito 43 y del cual es el alma. Y esto no es el Arqueo5 del que hablo otras veces, esto es de verdad la fuerza de la vida, que yo nunca habría concebido, si no hubiese creído una verdad, sobre la cual no sé por qué no se filosofa un poco más. Esta verdad es que el globo en cuya superficie habitamos es, por así decir, un animal vivo y que el hombre es como un microcosmos compuesto de materia y dotado de espíritu, que es el alma razonadora. Pero dejemos este argumento, que en una epístola sólo se puede esbozar rápidamente. Eso conduce al filósofo a establecer lo que los buenos físicos dijeron siempre: vitam possem perpetuo prorogari [La vida puede ser prolongada indefinidamente]. Platón, sin embargo, dijo en el Timeo que el final está fijado, y que ultra illum vita nemini prorogatur [más allá de este límite nadie puede prolongar la vida] y en el Protágoras dijo que la «fuerza de la vida» no sabría existir sine quadam numerosa consonantia qua indiget [sin armonía y ritmo]. Resuélvalo Apolo. La república de las letras sin embargo no es una brusca soberana que no quiera oír graciosas chanzas, incluso en las más elevadas materias. Platón, Apuleyo, Campanella, Tomás Moro, Temple, Erasmo y el P. Bugean y cientos más han bromeado con mucha gracia; pero hae nugae feria ducunt in mala [estas tonterías llevan malamente a cosas serias]. Este último con su lenguaje de las bestias tuvo problemas con el Santo Oficio; y si, arrepentido y llorando, no se hubiera desdicho de lo que escribió riéndose, su ensayo teórico le hubiese comportado 5. Paracelso llamó «arqueo» a la fuerza vital. 44 amargas desgracias: y ese librucho es, sin embargo, (por decirlo a la francesa) una obrita importante. La Inquisición se dio cuenta de que él bromeaba, pero las bromas iban más allá de los límites. El vir fugiens no hace hablar a las bestias animadas por cacodemonios, sino que hace pensar a las vísceras. Quisiera saber si según él una idea semejante es de un flemático, de un sanguíneo, de un colérico o de un melancólico. Vossio llega a una conclusión muy diferente a la del útero pensante. Sostenía que feminas non esse homines [las mujeres no son hombres], es decir que las mujeres no eran de la especie del hombre, que era como decir que hic & haec homo [este y esta son humanos] era un error gramatical. Este opúsculo pretende demostrar con cincuenta fragmentos de escrituras sagradas esta extravagante teoría, la cual parece que no debería haber tenido otro derecho con los literatos que el de hacerles reír; y sin embargo, tanto Gedicus, un Cuyacio o un Beverovic, tomaron muy en serio su refutación: estos pesados intelectuales que no se rieron, hicieron reír a los demás y fueron objeto de burlas. He conocido dos piadosas mujeres que, después de haber leído el librucho, quedaron convencidas de no tener, como los hombres, un alma inmortal; pero este gran error había provocado en ellas dos efectos opuestos. Una de ellas, sabiendo que no estaba destinada a una existencia eterna en la que, después de esta vida, no habría premios ni castigos, se quedó atónita y triste, y por así decir, oprimida y humillada por su propia caducidad. Pero 45 la otra se alegró y el corazón le saltaba en el pecho de gozo, pues consideraba que no era necesario ninguna clase de freno, ni temor, ni razón para moderar esas pasiones que antes le hacían daño. Estas obrillas que salen de vez en cuando de las plumas de los doctos y que las imprentas envían al público, no deberían servir a los literatos más que de diversión, y no solo convendría que no las refutaran, sino que además solo debería ser lícito que respondieran con doble chanza: como por ejemplo, el Concubitus sine Lucina, que fue la respuesta a ese librucho que llevaba en el frontispicio el estúpido título de Lucine sine concubito. La gracia de la ingeniosísima respuesta hizo enmudecer y perjudicó al incauto y antifísico defensor de Lucina fanciulla ed incinta [Lucina niña y embarazada], a despecho de Averroes, que con un exceso de simplonería, nos cuenta que una muchacha, sin saber cómo, se quedó encinta cuando se bañaba. Así, el señor François Marie Voltaire, con su «Optimismo» le dio a Leibniz un golpe con el que fulminó su teoría. Nadie responderá a Cándido; todos lo leen y al final de su lectura todos quedan convencidos de dos cosas: la primera, que el propio Leibniz no sabría cómo hacer para defender su teoría de las jugosas bufonerías del «Optimismo» volteriano; y la segunda, que Voltaire ha encontrado el único método apto para contradecirlo, digno de ser preferido al de rebatirlo con las áridas vías de la filosofía demostrativa; suponiendo que el señor Voltaire hubiese sabido servirse de estas y utilizarlas sabiamente. 46