Reseñas MIGUEL DONOSO RODRÍGUEZ, ESTUDIO, EDICIÓN Y NOTAS DR. JERÓNIMO DE ALCALÁ. ALONSO, MOZO DE MUCHOS AMOS Universidad de Navarra/Editorial Iberoamericana: Madrid, 2005. 756 pp. Sobre la novela picaresca: Presentación Alonso, mozo de muchos amos, edición crítica de M. D. Miguel Donoso “Nada se parece más a un hombre honesto que un pícaro que conoce su oficio.” George Sand. 1. Relevancia del ‘género picaresco’ Hace más de un siglo, Emilia Pardo Bazán definió la literatura española como esencialmente ‘realista’. Si reflexionamos —solo por un momento— en qué ‘personajes’ han trascendido la barrera del tiempo, transformándose en ‘arquetipos’ de la literatura universal, seguramente, coincidiremos con ella. Incluso, podríamos afirmar que el legado literario de la península, tanto para el lector común como para el especialista, pareciera sintetizarse en las imágenes recurrentes de un hidalgo loco, de una alcahueta, de un lujurioso seductor y de un pobre, pero ingenioso personaje: el pícaro. Todas personalidades de la ficción literaria ‘lanzadas’ a un mundo hostil y arrastradas, por el peso de su propia existencia, hacia una vida desde los márgenes de lo legal: he aquí, talvez, el primer estallido de la ‘cuestión social’ en la literatura de España. Alonso, mozo de muchos amos se enmarca, indiscutiblemente, dentro de aquella tradición ‘realista’. La obra del Dr. Jerónimo de Alcalá se constituye como epígono de una otrora prolífica narrativa picaresca. ‘Género’ que fue alimentado, desde su gestación hasta el agotamiento de la ‘estructura’, por los conceptos de verosimilitud, crítica, denuncia, pobreza, ironía y moral. Vocablos que también podríamos reconocer en los cimientos de nuestra creación hispanoamericana y, además, como parajes de especial interés para varios investigadores: Mijael Bakhtín, Marcel Bataillon, Fernando Lázaro Carreter, etc. En este sentido, lo anterior resulta ser argumento suficiente para justificar, una vez más, nuestro retorno como (re)lectores a la trascendente narrativa del siglo de oro. Entremos en materia. Al igual que en parte de nuestra literatura, la picaresca asumió el rol de los ojos críticos desde lo otro, desde lo marginal, desde los escondrijos ocultos 203 ■ Taller de Letras N° 38: 199-225, 2006 u omitidos por la oficialidad. Quizás, nos enseñó cómo despertar mediante el arte literario a una sociedad emponzoñada por las apariencias. En otras palabras, nos entregó una nueva perspectiva estética para la crítica social. Por consiguiente, podríamos asegurar que, el género picaresco se instauró —desde un principio— como ‘parodia’ y ‘polémica’ de una literatura idealizante (pastoril, bizantina...), sentimental y de caballería, que relegaba, generalmente, las problemáticas de la ‘cuestión social’ a un segundo plano. Entonces, este ‘género’ literario, indudablemente, se constituyó desde su génesis hasta su término como una ‘retórica comprometida’: un sermón narrativo, tal vez. Construyéndose sobre la base de una configuración ‘erasmista’, ‘católica’ o ‘protestante’, la visión y la voz marginal de este ingenioso, pero mísero personaje reveló un mundo de apariencias y de constantes hostilidades; mezcla, por supuesto, de realismo y de ficción literaria. De modo tal, que esta, al igual que don Quijote, se transformó en una narrativa que rememoraba, constantemente, el carácter de lucha inherente a nuestras existencias. Literatura, por lo mismo, que subrayaba, con especial vehemencia, la imagen de los desplazados en el silencio de la propaganda oficial, de las banalidades y de la hipócrita imagen de una arrogante sociedad. Narrativa efectiva en su crítica, simplemente, por medio de un personaje verosímil, pero que no renunciaba a ser una pura invención literaria. Ante tal importancia, cabe repasar algunos aspectos de su historia. 2.Evolución de la narrativa picaresca El género picaresco nació en 1554. En efecto, con la aparición de La Vida del Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades se engendró una nueva actitud frente al arte. Estacionada la obra anónima dentro de un torrente común en otros países (el motivo artístico basado en el desheredado, el vagabundo, el hampón) solo en España alcanzó un desarrollo literario universal, lejos de la anécdota, incluyendo el hondón de la realidad vital y convirtiéndose en una reflexión humana de la más depurada calidad. Tradición, de la cual, incluso Miguel de Cervantes formó parte con los célebres Coloquio de los perros y Rinconete y Cortadillo. Indiscutiblemente, el padre del Quijote advirtió el valor estético-social de esta nueva forma de escribir literatura. A partir de la Primera parte de la Vida del pícaro Guzmán de Alfarache (1599), descendiente directo de la obra anónima de 1554, se reconoció —como tal— un género literario único dentro del Imperio. Cuarenta y cinco años habían pasado desde las desventuras de Lázaro de Tormes; ninguna obra similar había aparecido durante este tiempo, por lo que, puede afir■ 204 Reseñas marse con propiedad, que el texto de Mateo Alemán fundó, debidamente, el ‘género picaresco’. En consecuencia, estructurado sobre la base de un relato autobiográfico de un personaje con ascendencia vil, con un marcado tono moralizante, satírico y crítico revelado en el servicio del protagonista a muchos amos, se estableció la estructura básica de esta nueva narrativa social. En este sentido, si el pícaro de Tormes planteó una alternativa frente a la literatura medieval-renacentista, “El Alfarache” la profundizó y encaminó. Sin embargo, todo género está destinado a evolucionar. De tal modo que ya en la Segunda parte de la Vida del pícaro Guzmán de Alfarache (1604) podemos distinguir algunos distanciamientos respecto a la estructura básica de esta narrativa. Así también, la búsqueda de originalidad llevó a los nuevos representantes del género a prescindir de ciertos elementos, a reutilizar otros, a variarlos, fundando, de esta manera, un jardín de innumerables creaciones que comenzaban a alejarse, progresivamente, del ‘proto-pícaro’ de Tormes. Entonces, durante los años de desarrollo y/o de desintegración de la poética picaresca, Lázaro fue acompañado por Guzmán de Alfarache, por Don Pablos, por Justina, por Estebanillo González, por Marcos de Obregón y por una serie de continuaciones que terminaron diluyendo las bases del género. No obstante, durante la etapa ‘desintegradora’ o final de esta narrativa, se sitúa la obra del médico segoviano Jerónimo de Alcalá. El protagonista también sufrió los efectos del tiempo. El pícaro del siglo XVI, Lázaro de Tormes, era una buena persona, a la cual, sistemáticamente, la vida ponía emboscadas de las que apenas sabía cómo librarse. Por lo cual, se entregaba sin remedio y sin pena al medio que le exigía defenderse y engañar. En cambio, el pícaro del siglo XVII, ya avanzada y madura la novela, cae preso en galeras, está involucrado en crímenes mayores, pierde la inocencia característica de Lázaro, mostrándonos, en virtud de su nuevo carácter, a una sociedad que necesita defenderse de él. Poco a poco, el protagonista de la picaresca comienza a transformarse en una especie de antítesis estructural: el antipícaro. Esto marcará la descomposición final del género. Aun así, respecto a la configuración del personaje principal, podríamos afirmar que la resignación y la astucia aguzándose sobreviven hasta el último período de esta narrativa; no existiendo, por ende, ningún pícaro estúpido o incapaz de sobrevivir a la adversidad mediante su ingenio. Aunque, cabe destacar que Alonso, siendo uno de los últimos representantes del género —como señaláramos—, renegará del engaño, de la mala acción, transformándose, curiosamente, en un ser bonachón. De esta manera, Alonso, mozo de muchos amos se distancia de sus antecedentes literarios, se transforma en un antipícaro, aun cuando no renuncia a su condición literaria: “Ya no tengo qué temer ni qué perder; pobre era y pobre soy; la suerte te volvió 205 ■ Taller de Letras N° 38: 199-225, 2006 al contrario: si representé rey siendo pícaro, pícaro me soy, venga lo que viniera”. Aún podemos considerarlo dentro del género, evidentemente, aceptando ciertas permisiones. 3.Sobre Alonso, mozo de muchos amos, edición crítica del Dr. Miguel Donoso Alonso, mozo de muchos amos o El donado hablador fue publicado por primera vez en 1624 (constaba de diez capítulos). Mientras que su segunda parte se editó dos años después (obra de siete capítulos) debido al relativo éxito de la primera parte (en esta edición crítica se reúnen ambas partes). Fundamentalmente, se trata de una última y culta prolongación del Lazarillo; posee un tono autobiográfico, pero presenta una clara innovación respecto al género, ya utilizada por Cervantes en el Coloquio de los perros: la autobiografía se presenta dentro de un diálogo, marco donde nuestro pícaro tiene una seudoconversación con un receptor pasivo, quien le pide que le narre sus peripecias. Cabe señalar al respecto que cada libro posee un interlocutor distinto: en la primera parte, Alonso cuenta sus desventuras a un vicario del convento en que trabaja; en la segunda, narra sus desgracias a un cura en la ermita de San Cosme y San Damián, lugar en el cual el protagonista se ha transformado en un ermitaño. A partir de esta estructura, el pícaro nos revela sobre la base de sus desventuras el mundo hostil al que ha sido ‘lanzado’ por el autor, dando, por cierto, una relevancia exacerbada al aspecto moralizante mediante sus constantes críticas a algunos personajes de la sociedad de su época. La personalidad del protagonista también es paradójica respecto a los otros representantes del ‘género’, puesto que él no participa activamente de las aventuras picarescas, excepto en algunos capítulos en los cuales se ve forzado a hacer gala de su ingenio. En cambio, Alonso se limita a observar detenidamente las andanzas de otras gentes, con un especial interés en sus amos y, a la vez, aprovecha de censurar y criticar desde una perspectiva privilegiada para tal efecto: se transforma, en este sentido, en un ‘antipícaro’, como ya mencionáramos en párrafos anteriores. Podríamos agregar respecto al lenguaje de la obra que, al igual que en Vida del escudero Marcos de Obregón (1618), otra obra del período de desintegración, Alonso, mozo de muchos amos nos presenta una sátira indulgente, desde la cual contempla, en ocasiones, las penalidades ajenas con un verdadero amor cristiano: actitud muy distinta a la de Francisco de Quevedo en el Buscón Don Pablos. La razón de esto se funda, principalmente en que el personaje del Dr. Alcalá Yáñez logra lo que Guzmán y otros pícaros, apre■ 206 Reseñas sados por un estricto determinismo, no pudieron: Alonso decide, en un acto de voluntad y libre conciencia, ser un buen hombre, devoto, caritativo, fiel y bien inclinado. Entonces, la desgracia para el protagonista es consecuencia directa de su incontrolable afán moralizador, inundando cada pasaje de la obra, incluso más allá del ideal de Mateo Alemán. Dicho de otro modo, se transforma en un hablador impertinente: Paciencia tenga, vuesa paternidad, pues me manda que hable, y escúcheme atento, que si los donados no hablan, yo de ser esta vez el hablador donado; y dé gracias a Dios que hablo en la soledad y que no hay paredes que me escuche; que, en efecto, no teniendo oídos, les faltara lengua para contar mis fallas. (De Alcalá Yánez, 472) Sobre la base de su propia construcción existencial, el protagonista de la novela se atropella, una y otra vez, entre discurso y discurso, apoyándose en cuentos, refranes, etc. No se trata de una simple confesión o de una búsqueda de redención como en el caso de Lázaro o de Guzmán, respectivamente, más bien, parece vestirse como sacerdote, vociferando, a diestra y siniestra, los males del mundo: Alonso reprendía las actitudes de sus amos, no dejaba pasar las incongruencias de los demás, su vocación constante radicaba en moralizar y moralizar. Este es, quizás, el elemento predominante, a veces cansador para la lectura, en la obra del Dr. Jerónimo de Alcalá. De esta manera, el protagonista atrae para sí los males propios de quien desea reformar a un mundo sordo y egoísta: “Los unos se enfadaban de mis razones y en lugar de darme gracias por mis avisos me volvían malas palabras”. Dirá en otra ocasión: “Criéme libre, hablador, sin guardar respeto en el decir, sin hacer distinción de personas; qué podía sacar si no ser aborrecido de todos, señalado con el dedo, y echarme de la compañía y junta de tantos buenos”. Alonso, mozo de muchos amos se convierte en un relato unificador y en una reflexión para explicar un último estado de deshonor: predica a todos, irrestañable, la justicia ideal, la verdad, la caridad, la honra como virtud. Y, a la vez, critica abiertamente la vanidad, la ligereza y la inconstancia. De aquí se desprende la sátira, propia de esta narrativa, en que el narrador, el mismo personaje, revela al lector los males encubiertos de ciertos actores de la sociedad. Por ejemplo, dirá acerca de los estudiantes: “El tiempo perdido, la hacienda de los pobres ausentes, engañados con una loca esperanza de ver a sus hijos medrados en saber”. Aunque, también en el desarrollo de la ironía, la obra logra escapar de algunas tradiciones del género, alabando a los labradores, comediantes 207 ■ Taller de Letras N° 38: 199-225, 2006 y médicos como otros no lo hicieran. Además, el aspecto sermonial queda en evidencia, pues incluso, dentro de la sátira, se da el tiempo de destacar algunas virtudes de los desacreditados. En este sentido, la obra se transforma en una novela picaresca, sí, pero a lo divino, en que lo religioso predomina por sobre lo picaresco. Dicho de otro modo, el docere es explícito como función por sobre el delectare. El carácter devoto del protagonista, entonces, concuerda con el espíritu religioso del autor: “Yo, señor licenciado, echaba de ver lo malo, y aunque de cuando en cuando deslizaba y caía en mil trabajos y desventuras, también tenía mis lúcidos intervalos, con que procuraba evitar algunos pecados, recogiéndome a más perfección y buenas costumbres”. Es así como se configura una obra que carece de la popularidad de Lázaro o Guzmán, pero que puede resultar de interés para los nuevos lectores y, con mayor razón, para los investigadores del tema. Usando un oxímoron, podríamos entonces definir esta edición crítica de Alonso como, básicamente, la publicación de una ‘vieja nueva obra’. 4. Comentarios finales y agradecimientos El mejor comentario que puede hacerse respecto a una obra literaria —creo— está en la obra misma, por lo que solo me queda convidar a su atenta y paciente lectura y, a la vez, agradecer por su trabajo al Dr. Miguel Donoso, quien nos ha entregado una excelente edición crítica de una obra inexistente, hasta hoy, en el plano editorial. En lo tocante a esta presentación, robaré algunas palabras de Alonso: “Este es, en suma, mi discurso. Vuesa merced me perdone, que quisiera haberle entretenido con mejor estilo, más elegantes razones y mejor lenguaje; pero, al fin, ninguno puede dar más de lo que tiene”. Así también, respecto al ‘género picaresco’, solo haré una última reflexión: detrás de todo, por amargo que resulte el constante sufrimiento del protagonista, el mundo hostil que lo rodea, siempre parece quedar flotando una vaga luz de esperanza, de volver a empezar, un aliento de vida que no se resigna a caer en un silencio definitivo. Esta es mi valoración de esta narrativa. R. Mauricio González Universidad Católica de Chile ■ 208