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El enfermo imaginario
por
LEONARDO STREJILEVICH
A Carlos Gorostiza
in memoriam
Molière
Carlos Gorostiza
(1622 – 1673)
(1920 – 2016)
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Jean-Baptiste Poquelin, llamado Molière (París, 15 de enero de 1622 - 17 de
febrero de 1673) fue un dramaturgo, humorista y comediógrafo francés.
Molière tuvo el gran mérito de adaptar la commedia dell'arte a las formas
convencionales del teatro francés para lo que unificó música, danza y texto y
privilegió casi siempre los recursos cómicos luchando a través de su arte contra
las hipocresías de su tiempo mediante la ironía.
Molière lleva a la cima la comedia de costumbres y la comedia de carácter
aunque sus personajes están tomados del natural, son a la vez universales y
poseen siempre algún rasgo desmadrado y exagerado que constituye la raíz de su
comicidad; el tema general de su teatro es moral y viene a reducirse a un ataque
contra todo exceso: la demasiada franqueza de El misántropo, el desmesurado
afán de quedar bien en sociedad de El burgués gentilhombre, el deseo inmoderado
de atesorar de El avaro, la abundante piedad e hipocresía del Tartufo, la
hipocondría y el sarcasmo acerca de la profesión de médico en El enfermo
imaginario... y, junto a esto, una defensa de la moderación y el equilibrio.
Despiadado con la pedantería de los falsos sabios, la mentira de los médicos
ignorantes, la pretenciosidad de los burgueses enriquecidos, exalta la juventud, a
la que quiere liberar de restricciones absurdas. Muy alejado de la devoción o del
ascetismo, su papel de moralista termina en el mismo lugar en el que él lo definió:
«No sé si no es mejor trabajar en rectificar y suavizar las pasiones humanas que
pretender eliminarlas por completo», y su principal objetivo fue el de «hacer reír
a la gente honrada»: Castigat ridendo mores, «Corrige las costumbres riendo».
El principal talento de Molière ha sido el haber creado personajes con realismo
psicológico, contextuados en la sociedad de su época, con la complejidad de las
personas vivientes y cuyos rasgos han permitido que estos tipos humanos sean
eternos, tengan relieve aún en nuestro tiempo.
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Molière debe ser considerado como el padre de la Comédie Française que
sigue siendo el autor más interpretado actualmente pese que han transcurrido
300 años y más desde su muerte.
Nacido en una familia de la rica burguesía comerciante fue hijo del tapicero
real Jean Poquelin y Marie Cressé.
Se atribuye la razón de su interés por el teatro a sus tíos a que a menudo lo
llevaban a ver obras de teatro. En 1633 a los 11 años entró en el Collège de
Clermont (actual liceo Louis-le-Grand),colegio jesuita y se licenció en la
facultad de derecho de Orleans, en 1642. Se relacionaba por entonces con el
círculo del filósofo epicúreo Gassendi y de los libertinos Chapelle, Cyrano de
Bergerac y D'Assoucy.
Sustituyó, posteriormente, a su padre (1642) como tapicero real de Luis XIII y
conoció y se relacionó con la familia de comediantes Béjart. Perdió a su
madre a la edad de 10 años y no parecía haber sido particularmente cercano a
su padre. Después de la muerte de su madre, vivió con su padre en un piso
arriba de Pavillon des Singes en la calle Saint-Honoré, una pudiente área de
París. Años más tarde (1643), Jean-Baptiste firmó con los Béjart el acta de
constitución del Ilustre Teatro. La directora será Madeleine Béjart, de la que
se enamorará. En 1644, lo sucedió Jean-Baptiste, ya con el sobrenombre de
Molière. Los inicios del Ilustre Teatro fueron mediocres. Tras varios fracasos,
se acumularon las deudas y Molière fue encarcelado varios días. Dejó París y
se convirtió en actor durante cinco años. En 1650 Molière volvió a asumir la
dirección de la compañía. Entre 1645 y 1658 se formó en el oficio de actor y
dramaturgo; escribió esbozos de farsas, así como sus dos primeras comedias.
Recorrió las regiones del sur de Francia, durante trece años, con el grupo
encabezado por Dufresne, al que sustituyó como director a partir de 1650. Es
probable que la compañía representara entonces tragedias de autores
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contemporáneos (Corneille, entre otros) y las primeras farsas de Molière, a
menudo constituidas por guiones rudimentarios sobre los cuales los actores
improvisaban al estilo de la commedia dell'arte.
La compañía se estableció en París, con el nombre de Troupe de Monsieur, en
1658, y obtuvo su primer éxito importante con la sátira Las preciosas
ridículas, un año después. Molière que perseguía la fama de Corneille y
Racine no pudo triunfar en el género de la tragedia: La escuela de las mujeres
(1662) fue su primera obra maestra, con la que se ganaría el favor de Luis
XIV.
Al volver a París fue protegido por Monsieur, hermano del rey, interpretó ante
Luis XIV una tragedia, que aburrió, y una farsa, que divirtió. Molière tenía un
gran talento cómico; su voz y su mímica desencadenaron las risas. Pronto la
compañía alcanzó una reputación inigualable en lo cómico y el rey los instaló
en el Petit-Bourbon, en donde actuaba alternándose con una compañía italiana
(Scaramouche).
La primera de las grandes comedias de Molière, Las preciosas ridículas (Les
précieuses ridicules, 1659) consiguió un éxito enorme y confirmó el favor del
rey. Sin embargo, el Petit-Bourbon fue destruido para construir las columnas
del Louvre, por lo que el rey los instaló en 1660 en el Palacio Real.
En 1662, Molière se casó con Armande Béjart, hermana de Madeleine, que
tenía unos veinte años menos que él. El mismo año abordó un tema poco
corriente en su época: la condición de la mujer. La escuela de las mujeres
(L'École des femmes) fue un gran éxito.
Los detractores del dramaturgo criticaron su matrimonio con Armande Béjart,
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Luis XIV apadrinó a su primer hijo, que murió poco después de su
nacimiento, en 1664. En respuesta a las acusaciones de incesto, Molière
escribió El impromptu de Versalles, que le enemistó con cierta parte de la
clase influyente de París.
Los devotos y beatos consideraban a Molière un libertino y temían la
influencia que ejercía sobre el rey, declararon obscena e irreligiosa La escuela
de las mujeres. Además, la protección del rey despertó celos en otras
compañías teatrales. Molière contraatacó ridiculizando a sus adversarios en
La crítica de la escuela de las mujeres (La Critique de l’École des femmes) y
el Impromptu de Versalles (L'Impromptu de Versailles).
Acosado por sus detractores, especialmente desde la Iglesia, el principal apoyo de
Molière era el favor del rey, que, sin embargo, resultaba caprichoso: las pensiones
se prometían pero no se pagaban, y el autor hubo de responder a las
incertidumbres económicas de su compañía abordando una ingente producción;
en la temporada siguiente escribió cinco obras, de las que sólo El médico a palos
fue un éxito.
En 1664 como responsable de las diversiones de la corte Molière puso en marcha
Los placeres de la Isla encantada y representó La princesa de Élide (La
Princesse d’Élide), en donde mezclaba texto, música y danza, y recurría a
máquinas sofisticadas. Ese mismo año Molière creó el Tartufo (Tartuffe), en la
que denunciaba la hipocresía religiosa. El escándalo que se levantó entre los
beatos fue de tal calibre que el rey prohibió durante cinco años la obra. A pesar de
ello, Molière llevó a cabo algunas representaciones privadas.
El sentido irreverente y sacrílego que sus enemigos veían en sus obras generó una
agria polémica que terminó con la prohibición del Tartufo (lo mismo que
sucedería con Don Juan o El festín de piedra) tras sólo quince representaciones.
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Los problemas con el Tartufo proseguían y las dificultades para mantener la
compañía fueron quebrando su salud, mientras disminuía su producción; sin
embargo, en estos años aparecen algunas de sus mejores obras: El misántropo, El
avaro y El enfermo imaginario.
En 1665 se representaron únicamente quince sesiones de su obra Don Juan (Dom
Juan), inspirada en El burlador de Sevilla de Tirso de Molina. La compañía,
apoyada por el rey, se convirtió en la Compañía Real.
Durante los dos años siguientes, Molière enfermó de tuberculosis. Actuó de modo
irregular, pero siguió escribiendo, en especial El misántropo (Le Misanthrope), en
la que expresa su amargura tras su separación de Armande, y El médico a palos
(Le Médecin malgré lui). El misántropo 1666 introduce un nuevo tipo de necio,
un hombre de elevados principios morales que critica constantemente la debilidad
y estulticia de los demás y, sin embargo, es incapaz de ver los defectos de
Célimène, la muchacha de la que se ha enamorado y que encarna a esa sociedad
que él condena. Trató entonces de volver a representar Tartufo con otro título,
pero al día siguiente se prohibió la obra. En 1668 creó dos obras con aparatos:
Anfitrión (Amphitryon) y Georges Dandin, así como El avaro (L'Avare). Se
levantó la prohibición sobre el Tartufo en 1669 y la obra alcanzó un enorme
éxito. También escribió Los enredos de Scapin (Les Fourberies de Scapin) en
1671.Su última obra es El enfermo imaginario (Le Malade imaginaire).
En 1673, durante la cuarta representación de El enfermo imaginario, sintió unos
violentos dolores; trasladado a su casa, murió a las pocas horas por una
hemoptisis.
El rey debió intervenir para que la Iglesia le concediera el derecho a tierra santa,
si bien fue enterrado de noche y prácticamente sin ceremonia sin renegar de su
profesión de actor, considerada inmoral por la Iglesia.
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Bajo la ley francesa de aquel tiempo, no estaba permitido que los actores fueran
enterrados en el terreno sagrado de un cementerio. Sin embargo, la viuda de
Molière, Armande, le pidió al rey que su cónyuge pudiera tener acceso a un
funeral normal por la noche. El rey accedió y Molière fue enterrado en la parte
del cementerio reservada a los infantes no bautizados.
Generalmente en las representaciones de teatro se dice que trae mala suerte
vestirse de amarillo, dado que Molière supuestamente habría sufrido el ataque
estando en el teatro vestido de este color. Entre sus influencias podemos citar las
comedias de Plauto y Aristófanes, en especial en el caso de Anfitrión. El avaro se
inspira en un personaje de la Aulularia plautina. También parece haber hecho mal
uso de una de las obras de Cyrano de Bergerac, El pedante burlado (Le Pédant
Joué), de la cual copió una escena casi al pie de la letra.
El enfermo imaginario (Le malade imaginaire), cuyo texto hemos tratado de
recrear en prosa a través de la paráfrasis del original, es la última comedia escrita
por Molière. Es una obra-ballet en tres actos (cada uno con ocho, nueve y quince
escenas, respectivamente), escrita en verso que fue representada en el Teatro del
Palacio Real el 10 de febrero de 1673 por la troupe de Molière. Se inspira en la
commedia dell'arte. La música es de Marc-Antoine Charpentier y los ballets de
Pierre Beauchamp. La obra se concibió en un principio con intermedios musicales
al final de cada acto, incluida la entronización final de Argan, el personaje central
de la obra, como médico.
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La hipocondría de Argan y sus médicos reales y presuntos
Hipocondría (DRAE; 1. f. Med.) es una afección caracterizada por una gran
sensibilidad con tristeza habitual y preocupación constante y angustiosa por la
salud.
Argan, el personaje central de la obra El enfermo imaginario dice entre otras
cosas:
Hay que tener consideración por los enfermos, de los cuales viven los médicos y
que éstos no abusen de los honorarios, porque de este modo no habrá nadie que
quiera estar enfermo.
En el mes corriente he tomado nueve medicinas más doce lavativas mientras que
en el mes anterior fueron doce medicinas y veinte ayudas; ahora me explico por
qué no me encuentro este mes tan bien como el pasado. Me tienen que regularizar
los tratamientos.
No es posible que abandonen de este modo a este pobre enfermo; cuyo estado es
cada vez más lastimoso.
Todos quieren saber qué enfermedad es la de Argan, que necesita tantos
remedios. Sólo es de ignorantes criticar las prescripciones de la medicina.
Al encontrarme enfermo, porque yo estoy enfermo, quiero tener un hijo médico,
ser al menos pariente de médicos, para que entre todos busquen remedio a mi
enfermedad. Quiero tener en mi familia el manantial de recursos que me es tan
necesario; quien me observe y me recete.
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Una buena hija debe sentirse dichosa casándose con un hombre que sea médico
para ser útil a la salud de su padre.
¡Hay médicos ricos, la de gente que habrán matado para hacerse tan ricos!
Si estamos enfermos es mejor no ponerse colérico!
Alguien tuvo la osadía de decirme que no estoy enfermo, es una impertinencia,
por su culpa tengo siempre el saco de la bilis rebosando.
Hay que encasquetarse bien el gorro hasta las orejas que no hay nada que acatarre
tanto como el aire en los oídos.
Para acostarse hay que colocar las almohadas una a cada lado, otra en la espalda y
otra para reclinar la cabeza.
Para reponerme de mis zozobras tendré que tomar lo menos ocho medicamentos y
doce lavativas.
No hablemos de los abogados que suelen ser gentes meticulosas que consideran
un crimen testar contrariamente a lo instituído. Para ellos todas son dificultades e
ignoran los recovecos de la conciencia. Hay otras personas que se pueden
consultar que no son abogados que son más acomodaticias, que tienen
expedientes para deslizarse bordeando la ley y dándole validez a lo que no se
considera como lícito; suelen allanar las dificultades y encuentran los medios para
eludir la costumbre por cualquier procedimiento indirecto. Si no se pudiera
recurrir a estas personas, siendo yo abogado, no haríamos nada y yo tendría que
dejar el oficio. Se ve que eres un hombre hábil y muy docto mi apreciado Argan.
La indiscreción no depende de nuestra voluntad, un viejo puede perder la cabeza
de igual modo que un mozalbete.
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El médico me ha ordenado que pasee todas las mañanas, aquí mismo, en mi
alcoba, de acá para allá, doce veces a un lado y doce al otro; pero se me olvidó
preguntarle si los paseos deben ser a lo largo o a lo ancho de la habitación.
Hablen bajo porque me aturden el cerebro, sin tener en cuenta que a los enfermos
no se les puede gritar.
Ando, duermo, como y bebo como todo el mundo, pero, a pesar de eso, estoy
muy mal.
Tengo prohibido descubrir mi cabeza y como eres médico conocerás las razones.
La presencia del médico debe proporcionar alivio y no incomodidad al enfermo.
Estoy maravillado de oir a ciertos médicos que parecen ser tan buenos médicos
como oradores.
No hay que discutir ni prestar atención a esos pretendidos adelantos y
experiencias de nuestro siglo, tales como la circulación de la sangre y otras
divagaciones de igual calibre y para afirmar lo que digo muestro este enorme
mamotreto que es la tesis que sostengo en contra de los partidarios de la
circulación.
¿No le convendría como médico introducirse en la corte? La verdad, nuestra
profesión a lado de esa gente es muy desairada. Yo he preferido siempre vivir del
público. Es más cómodo, más independiente y de menos responsabilidad, porque
nadie viene a pedirnos cuentas; y con tal que observen las reglas del arte, no hay
que inquietarse por los resultados. En cambio, asistiendo a esos señorones,
siempre se está en vilo, porque apenas caen enfermos quieren decididamente que
el médico los cure.
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Se necesita ser impertinente para pretender que lo cure el médico. Los médicos no
son para eso, los médicos no tienen más misión que la de recetar y cobrar; el
curarse o no, es cuenta del enfermo. Claro está; uno no tiene más obligación que
la de seguir el formulario. Ruego que me diga como estoy y que me haga un
diagnóstico por el pulso. Parece que el pulso del enfermo no está bueno; está
duro, agitado, desigual, lo cual produce una intemperancia en el parénquima
esplénico o bazo. No me parece, dice el enfermo, me han dicho que mi
enfermedad está en el hígado.
Claro, quien dice parénquima, lo mismo dice hígado que bazo, a causa de la
estrecha simpatía que los une, ya por el vaso breve, por el píloro y,
frecuentemente, por los conductos colidocos.
La mejor prescripción para su caso es que coma mucho asado y cocido. Gracias,
estoy en buenas manos y las prescripciones son muy atinadas.; además cuántos
gramos de sal hay que echarle al huevo…seis, ocho, diez, siempre en números
pares al revés que en los medicamentos que siempre son impares.
A veces los quebraderos de cabeza no le dejan a uno tiempo ni para pensar en sus
enfermedades.
Estoy muy mal, tengo una debilidad y un decaimiento increíbles.
Divertirse, cantar y bailar vale tanto como una receta médica.
Por eso:
Aprovechad la primavera
de vuestros años juveniles
y consagraos a sus ternezas.
No perdáis sus instantes,
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a la belleza
la borra el tiempo,
y presto acude
la edad del hielo,
que trueca los placeres en tristezas.
Aprovechad la primavera
de vuestros años juveniles
y consagraos a sus ternezas.
Es más saludable una charla que un purgante.
Mi intención al querer casar a mi hija con un médico es tener el yerno que
necesito, quiero tener en la familia a las personas que me son necesarias y hasta
aceptaría en última instancia a un farmacéutico.
Algunas personas quieren estar enfermos en contra de la opinión de todos y de su
misma naturaleza; tienen una buena constitución y la prueba más palpable de lo
bueno que están y de que tienen un organismo perfectamente sano es que, a pesar
de todo lo que hacen, no han conseguido quebrantar lo saludable de su naturaleza
ni han reventado con tanta medicina. Gracias a la medicina dicen estar vivos; y
mil veces repiten los médicos que somos hombres muertos si dejamos de
atendernos nada más de tres días. Tanto te atienden que envían a mucha gente al
otro mundo.
Hay quien no necesita creer en la medicina para estar sano pese a que la medicina
es una verdadera cosa establecida, aceptada y sancionada en todo el mundo desde
hace siglos. Lejos de creerla verdadera, es una de las más desatinadas locuras que
cultivan los hombres; debemos creer que no hay farsa más ridícula que la de un
hombre que se empeña en curar a otro por la sencilla razón de que, hasta el
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presente, los resortes de nuestra máquina son un misterio en el que los hombres
no ven gota; el velo que la naturaleza ha puesto ante nuestros ojos es demasiado
tupido para que podamos penetrarlo. Entonces, según eso, los médicos no saben
nada. Sí, saben; saben lo más florido de las humanidades, saben hablar
lucidamente en latín; saben decir en griego el nombre de todas las enfermedades,
su definición y clasificación…; de lo único que no saben una palabra es de curar.
Pero, al menos, de esta materia los médicos saben más que nosotros. Saben lo que
acabo de decir, que maldito si sirve para nada. Todas las excelencias de ese arte
se reducen a un pomposo galimatías y una engañosa locuacidad que da palabras
por razones y promesas por hechos. Pero, insisto, la mayoría de las personas
hábiles y cultas y aún las que no lo son, cuando se encuentran mal llaman a un
médico. Esto es síntoma de la flaqueza humana, no de la efectividad del arte. Los
médicos no tienen más remedio que creer en su arte puesto que lo emplean en
ellos mismos. Entre los médicos los hay que participan de ese mismo error
popular del cual se aprovechan; creen en las reglas de su arte más que en las
demostraciones matemáticas y no admiten discusión sobre ellas. Para muchos
médicos la medicina no tiene puntos oscuros, ni dudosos, ni complicados y pese a
ello son impetuosos en sus apreciaciones, con una confianza inquebrantable y una
brutalidad falta de sentido común y de raciocinio, suministran purgantes y
sangrías a trochemoche sin que haya nada que los detenga. Hagan lo que hagan,
los médicos no imaginan que pueden perjudicarte; con la mejor buena fe del
mundo te mandan al cementerio. Pues entonces qué hacer cuando se está
enfermo: nada. Nada, guardar reposo y dejar que la misma naturaleza,
paulatinamente, se desembarace de los trastornos que la han prendido. Nuestra
inquietud, nuestra impaciencia es lo que echa todo a perder, y puede decirse que
la mayoría de las criaturas mueren de los remedios que les han suministrado y no
de las enfermedades. A todos nos agrada refugiarnos en una cantidad de ideas y
fantasías en las que creemos y que nos resultan halagüeñas y lo lastimoso que la
mayoría no son ciertas.
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Cuando un médico habla de ayudar, de socorrer, de aliviar a la naturaleza; cuando
dice de quitarle lo que le sobra o de suministrarle lo que le falta; de restablecer la
facilidad de las funciones; de limpiar la sangre; de atemperar las entrañas y el
cerebro; de reducir el bazo, normalizar el pecho, reparar hígado, fortificar el
corazón; restablecer y conservar el calor natural…; de secretos, en fin, para
prolongar la vida, no hace precisamente más que narrar la novela de la medicina,
dentro de la verdad y la experiencia, no encontramos comprobación ninguna; es,
como esos sueños deliciosos que no dejan al despertar más que la tristeza de
haber creído en ellos. Los grandes médicos tienen dos personalidades: si los oyes
hablar, es la gente más lista del mundo; pero si los ves hacer, no hay hombres más
ignorantes que ellos.
Todo esto parece decir que opinas como un docto y que toda la ciencia de este
mundo está encerrada en tu mollera y que sabes más que todos los grandes
médicos de nuestro siglo.
La mayoría no se dedica a combatir la medicina. Buenas o malas, cada uno tiene
sus ideas y este diálogo reflexivo sólo tiene el propósito de sacarte de tu error
como persona enferma.
Para distraerte y aclarar las ideas lo mejor es ir a ver una comedia de Moliere,
valiente impertinente es ese tal Moliere que tiene el mal gusto de hacer chacota de
gente tan respetable como los médicos y poner en ridículo a la medicina; es una
necedad y es inconveniente burlarse de las visitas de los médicos y de sus
prescripciones y colocarlos en un escenario teatral.
Es riesgoso opinar tan mal acerca de los médicos. Por vida del diablo, que si yo
fuera médico me vengaría de su impertinencia dejándole morir, sin auxilios
cuando estuviera malo. Aunque lo pidiera por Dios, no le recetaría la más leve
sangría ni el más ligero purgante; lo dejaría que reviente ahí mismo y que aprenda
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a no burlarse de la Facultad si bien acepto que sólo las personas muy vigorosas y
robustas pueden resistir a un tiempo los remedios y la enfermedad.
Hay personas que no pueden pasar un momento sin lavados y sin medicinas y
están ansiosos por aceptar las prescripciones de la medicina y tomar sus ayudas.
A los médicos no se les puede hacer perder su tiempo, ellos cumplen con su deber
y son portadores de tratamientos y recetas en regla, sin embargo hay maneras de
curarse de la enfermedad de los médicos sin vivir bajo un continuo chaparrón de
recetas.
Siempre es más cómodo perorar contra la medicina cuando se está bueno. No hay
mayor atrevimiento y más extraña rebeldía que la del enfermo contra su médico
que se substrae a la obediencia que el enfermo debe a su médico y a sus
tratamientos. Qué debe hacer en este caso el médico, según uno de los personajes
de Moliere, abandonar al paciente a su pobre constitución, a la intemperancia de
sus entrañas, a la corrupción de su sangre, a la acidez de su bilis y sus humores,
dejarlo para que en pocos días su situación sea incurable y que de la bradipepsia
caiga en la dispepsia, de la dispepsia en la enteritis, de la enteritis en la disentería,
de la disentería en la hidropesía…
Horribles enfermedades nos amenazan pero nadie tiene en sus manos, ni siquiera
los médicos, el hilo de la vida que con un poder sobrenatural puedan alargarla o
acortarla a su antojo. Librarse de los médicos puede no ser oportuno ni
conveniente y si no se puede prescindir de ellos es bueno encontrar alguno con el
cual correr menos peligro. Si te abandona un médico se te presenta otro y muchas
veces empleando bien los secretos del arte se puede conservar el vigor y la
lozanía por muchos años.
Hay médicos que sólo desean emplear los grandes secretos de la medicina
descubiertos por ellos y no distraerse en menudencias. Otros médicos están en los
pueblos o van de pueblo en pueblo buscando materiales para sus estudios y para
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los que todos los enfermos son dignos aunque tengan enfermedades vulgares o
bagatelas como reumatismos, fluxiones, fiebres, vapores y jaquecas y o padezcan
enfermedades verdaderamente importantes como grandes fiebres continuas, con
trastornos cerebrales, buenos tabardillos, grandes pestes, hidropesías ya formadas,
pleuresías con inflamación de pecho para demostrar las excelencias de los
remedios y el placer de ser útil.
¡Ignorantus, ignoranto, ignorantum! dicen los médicos de otros médicos y a los
pacientes: el vino se debe beber puro; y para espesar la sangre si se la tiene muy
líquida, es preciso comer buey viejo, cerdo cebado, queso de Holanda, harina de
arroz y de avena, castañas y obleas para aglutinar.
Hay interconsultas interesantísimas entre los médicos como asistir a un enfermo
que murió ayer para averiguar qué es lo que se debía haber hecho para curarlo.
La obstinación con las propias enfermedades es una verdadera obcecación, se
padece por ello y éstas tienden sus lazos que nos asfixian y paralizan.
El hipocondríaco molesta a todo el mundo y los que lo rodean lo subestiman,
piensan que no vale la pena atenderlo y si muere dicen que no es un gran cosa lo
que se ha perdido y que este ser humano no servía en realidad para nada. Está
siempre sucio, tosiendo, estornudando y moqueando a cada instante; agrio,
enojoso, de mal humor y no dejando vivir a nadie ni de día ni de noche.
La mejor solución cuando uno no tiene un pariente cercano que sea médico es
hacerse médico uno mismo y boticario también así se tiene todo en la mano ya
que un enfermo de esta índole sabe más de las enfermedades que muchos
médicos.
Lo difícil es el conocimiento de las enfermedades y su medicación pero en este
caso muchos con sólo vestir los hábitos, con una toga, un bonete y una barba
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cuidada se hacen llamar médicos y alardean de saber medicina. Con este atuendo
todo charlatán resulta un sabio, y los mayores desatinos se admiten como cosa
razonable.
leonardostrejilevich@hotmail.com
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