1 Niñez. Orígenes familiares. Estanislao Figueras. Estudios. Jiménez de Asúa. García Morente. Clemente de Diego. Influencia de Mussolini. Antonio Maura. Primeras actividades políticas. Hombre de derechas. Canalejas. Saña. Vamos a emprender juntos la incitante aventura de reconstruir su biografía política, tan discutida y controvertida todavía. Empecemos por donde se empiezan todas las cosas: por el principio. Usted nació en Cartagena el 12 de septiembre de 1901, pero por sus orígenes familiares se ha considerado siempre un catalán-aragonés. Hábleme un poco de su familia, su niñez, su juventud, sus estudios. Serrano. Mi madre murió a los 33 años, mi padre a los 68. Dejaron siete hijos. Nosotros quedamos huérfanos de madre cuando yo tenía escasamente cuatro años. Mi padre, ingeniero de Caminos de profesión, era un hombre muy trabajador y responsable, muy entregado a su labor. Era muy franciscano; todo le parecía superfluo y era muy insensible al convencionalismo. Al morir nuestra madre quedó hundido. Estoy segura que nunca pensó en casarse de nuevo. En mi casa se rendía un profundo culto a su memoria, que fue para mí mucho más que si hubiera vivido, y normalmente las madres son mucho para los hijos. Nosotros vivíamos muy unidos, y con mis hermanos Pepito y Fernando tenía una gran afinidad. Saña. Estudió Derecho en 1a Universidad de Madrid, y sus notas fueron siempre muy brillantes. Serrano. Si, casi me avergüenzo de mi expediente académico. Obtuve en todas 1as asignaturas la calificación máxima y el «premio extraordinario» de fin de carrera. Saña. Uno de sus profesores fue Jiménez de Asúa, el futuro padre de la Constitución de la República. Serrano. Si, fue mi profesor, y como yo trabajé como estudiante con mucho interés en su cátedra, me quería mucho. Era un gran penalista, y aunque no creo propiamente una escuela, o un sistema, su tratado de Derecho Penal es lo más completo e importante que se ha publicado en la Europa de nuestro tiempo, como reconocerían varias revistas jurídicas en el extranjero. Saña. Otro de sus maestros fue García Morente. Serrano. Fue mi profesor en la asignatura de Lógica Fundamental. Era 1a mayor autoridad en el campo del neokantianismo, como reconocería el mismo Ortega y Gasset en una de nuestras conversaciones. Tenía una mentalidad didáctica nata y era un gran docente, aunque no tan brillante como Ortega. Y era hombre honestísimo y muy riguroso. Precisamente por su gran sensibilidad como docente, estaba pendiente de la actitud de los estudiantes mientras explicaba la lección; y un día, explicando los juicios sintéticos a priori de Kant, dándose cuenta de que le seguían con mucha dificultad, se interrumpió a sí mismo y nos dijo: «Yo, señores, les aseguro que hago el esfuerzo hasta el máximum de lo que soy capaz para intentar clarificar el problema y ponerlo a su alcance, pero también me hago cargo de la dificultad de la materia y esos esfuerzos míos llegan a un límite ante puntos que son recónditos por su propia naturaleza, que yo no puedo alterar, y entonces he de decirles claramente que el que pueda seguir que siga, y el que no, tendrá que quedarse en el camino». Saña. Su profesor de Derecho Civil fue Clemente de Diego. Serrano. Si, don Felipe. Así sin más era conocido y recordado por tantas generaciones de alumnos que pasaron por su cátedra. Era un hombre doctísimo, con una inteligencia y unas maneras muy finas, y con gran bondad, todo lo cual le granjeó el cariño, la admiración y el respeto de todos a pesar de su benevolencia como examinador. Saña. La Junta de Ampliación de Estudios premió su aplicación concediéndole una pensión para completar sus estudios en Italia. Serrano. Tuve una beca para Roma, donde estudie la técnica del Derecho Patrimonial con un eminente profesor cuyo apellido era Polaco y su origen judío. Lo que ocurría es que iba con frecuencia al Colegio Español de Bologna, donde me divertía. Saña. Italia se convertiría más tarde en un país muy importante para usted. Mientras usted perfeccionaba allí sus estudios, el Duce acababa de implantar su fascismo. ¿Produjo este acontecimiento algún impacto o influencia sobre usted? Serrano. Efectivamente, Italia se había convertido para mí en un país (ya en sí mismo adorable) políticamente muy importante. El sistema que el Duce acababa de implantar causaba muy favorable impresión en todos los que habíamos conocido el desorden, y en muchos aspectos el atraso, meses o años antes; pienso, entre otras cosas, en la diferencia que existía entre el servicio ferroviario anterior y la perfección que alcanzó bajo su mando. Como en algún sitio escribí, la aparición de Mussolini en la política de Europa nos deslumbró a muchos jóvenes estudiantes en la Universidad. Con pasión política, o con ligereza, algunos han querido negar su valiosa personalidad. Lenin, que sabía de estas cosas algo más que esos detractores, dijo un día a los socialistas italianos: «Teníais entre vosotros al único hombre capaz -se refería a Mussolini- de hacer en serio una revolución y lo expulsasteis». Emil Ludwig, autor de tantas biografías famosas, en uno, a mi juicio, de sus mejores libros, Conversaciones con Mussolini, lo considera como una personalidad extraordinaria, pese a las cuestiones fundamentales que los separaban. Churchill había dicho en los años de esplendor de la Italia de Mussolini: «Si yo fuera italiano sería fascista». El Papa Pío XI le consideraba «un hombre providencial». Un Mussolini que nada tiene que ver, en sus primeros años, antes de su penosa decadencia, con la caricatura que de él esparcieron por todo el mundo los fotógrafos. La patria y el pueblo eran sus preocupaciones. Su idea en la primera etapa del Gobierno no era la dictadura, sino la democracia corregida de excesos demagógicos. Su famoso gran discurso en Milán fue como el grito de Italia misma que quería salvarse. Los que con tanta ligereza han hablado o escrito de él olvidan que fue un gran polemista, periodista, escritor y orador. Siendo ya jefe del Gobierno, todavía en un Parlamento democrático, elegido antes de su acceso al poder, le oí y vi triunfar en una polémica con el jefe de la oposición socialista. En aquel tiempo él permanecía fiel a sus convicciones esenciales aceptando la oposición y la crítica; y ofreció carteras a los socialistas, con los que quería gobernar. Entre aquéllos había muchos diputados partidarios de esa colaboración, no todos, claro es. Matteoti, el más enérgico oponente, fue un día asesinado por los llamados «Cónsules de la Milicia»; en los regimenes autoritarios siempre hay serviles que quieren ir más lejos que el jefe; aquellos bárbaros que sólo eran capaces de entender y practicar la violencia mataron a Matteoti contra la voluntad, los sentimientos e incluso los intereses políticos de Mussolini. Y poco antes de la «marcha sobre Roma», todavía escribía Mussolini: «Libertad del individuo, libertad del espíritu, que no sólo vive de pan: una libertad diferente de la de los cuarteles de Lenin o de la del suboficial prusiano...». El espectáculo que ofrecía entonces Monte Citorio -el Parlamento italiano- era un tanto pintoresco, con la vestimenta un tanto extraña del Duce, cuello de pajarita y botines, muy lejos de lo que fue luego la indumentaria fascista. Creo que en los primeros años tuvo a su lado la bienhechora compañía de su hermano Arnaldo, hombre bueno y equilibrado con quien hacía, casi enteramente, en los años de lucha anteriores al poder, su periódico Il Popolo d'Italia, que es de lo que –hombre sin codicia, muerto en la pobreza-, vivieron siempre él y su familia. Esa gran cualidad de la honradez, de no aprovecharse del poder para enriquecerse ni enriquecer a los suyos, es muy digna de ser señalada en un mundo tan corrompido, tanto más cuanto más lo olvidaron sus detractores. El gran error de Mussolini fue la intervención en la II Guerra Mundial; en el fondo contra sus convicciones y deseos, que en este punto conocí de cerca. En gran parte, la culpable de esa decisión, consecuencia de una política exterior que era la negación de todo su pensamiento anterior, fue Inglaterra. Porque Inglaterra, Francia e Italia tomaron en Stressa el compromiso de proteger la dependencia de Austria amenazada ya por los nazis. Y ello no obstante, cuando el peligro del «Anchluss» se aproximaba más, y era casi inminente -con el asesinato del canciller austriaco Dollfuss-, Mussolini se dirigió a Inglaterra y Francia proponiendo una nueva reunión en Locarno para tomar las medidas necesarias y hacer efectiva la protección. Pero entonces el gobierno ingles dijo que no consideraba prudente en aquellos momentos la conferencia propuesta, y ante esa actitud que yo he calificado de deserción, Mussolini, que primero había despreciado a Hitler y luego temido, abandonado por ingleses y franceses, «solo ante el peligro», tuvo que echarse en brazos de Hitler. Por eso yo he sostenido que Inglaterra tiene una parte de culpa grande en el estallido de la II Guerra Mundial. Y eso es de tal manera así que un político laborista de buen sentido como era Bevan, que fue Secretario del Foreign Office, dijo, refiriéndose a la guerra, esta frase que le honra: «Todos somos culpables». Saña. Renuncio a discutir su larga y brillante defensa de Mussolini porque ello nos llevaría muy lejos; me limitaré a recordarle lo que Unamuno dijo de él y del fascismo italiano en carta a Ramiro Ledesma Ramos: «esa mafia de la hez intelectual y moral de Italia que tiene a su frente a la mala bestia de Mussolini». Por supuesto, suscribo enteramente las palabras de don Miguel. En cuanto a lo que usted dice de Inglaterra, su única culpa es la de no haber parado a tiempo los pies a Hitler. Pero dejemos eso y volvamos a usted. Ya en sus tiempos de estudiante mostró usted interés por las cosas políticas. Así fue usted primero presidente de la Asociación Oficial de Estudiantes de Derecho en la Universidad de Madrid, y luego miembro de la Unión Nacional de Estudiantes, convertida más tarde en FUE. Entre sus antepasados se encuentran personalidades de diversos campos ideológicos, por ejemplo, carlistas y republicanos. Uno de sus parentescos es el de la esposa del presidente de la Primera República, don Estanislao Figueras, que era hermana de su abuelo paterno. Usted, ya miembro del Cuerpo de Abogados del Estado, eligió un partido de derechas como vehículo para proyectar su vocación política. ¿Por qué se decidió por las derechas? ¿No tuvo usted nunca la sensación de haberse equivocado al elegir un campo político que, grosso modo, representaba la perpetuación de la injusticia social que reinaba en España? Las gotas de sangre jacobina que tenía que llevar usted en sus venas, ¿no le hicieron vibrar a veces por los problemas del pueblo? Los miembros de la Generación del 98 postularon de jóvenes ideas de izquierda: Unamuno, Baroja, Valle Inclán, Ortega, Azorín, incluso Ramiro de Maeztu. ¿No sintió usted a veces una nostalgia social parecida a la de estos hombres? Usted mismo ha escrito en sus Memorias: «Es seguro que muchos de los que participamos en la política derechista durante la República podremos tener hoy, al cabo de nuestra experiencia, muchos argumentos críticos respecto al sentido exageradamente conservador que tuvo aquella política...». Serrano. Sí, en mis tiempos de estudiante, incluso durante el bachillerato -en mi adolescencia- sentí ya interés y curiosidad por la cosa pública. La mayor parte de mis compañeros de bachillerato no se ocupaban apenas de política. Yo estuve muy pendiente de ella, dedicándole una enorme, infrecuente, atención desde muy tempranamente. Cuando empezó la guerra del 14, yo tenía trece años, y seguía las incidencias políticas y militares de la contienda europea con una curiosidad superior a la que tuve que poner en la II Guerra Mundial por la tremenda responsabilidad que pesaba sobre mis hombros siendo ministro de Asuntos Exteriores o simplemente ministro. Luego en la Universidad fui presidente de la Asociación Oficial de Estudiantes de Derecho y miembro de la Asociación Nacional de Estudiantes -como usted recordaba-, convertida en FUE al año siguiente cuando salimos de la Universidad José Antonio y yo. Efectivamente, como usted dice, en mi familia, en mi ascendencia próxima, hubo personas que pertenecieron a distintos campos ideológicos: la familia de mi madre era carlista, especialmente mi abuela Angustias Font de Mora y Cerdán de Landa; la de mi padre, liberal, y la hermana mayor de su padre -mi abuela-, dona Josefa Serrano de Aparicio y Magriñá (el apellido fue simplificado por aquellos «buenos demócratas»), casó, como usted indicaba, con el presidente de la I República, don Estanislao Figueras y Moragas, gran abogado de quien había sido pasante Pi y Margall. Sé de ella que era muy sorda, inteligente y muy piadosa; a través de su hermano menor todavía tuvimos en casa muchas referencias de aquella época; como es sabido, la muerte de su mujer afectó tanto a Figueras que fue una de las razones de su alejamiento político. En fotografía dedicada a su cuñada -que he visto muchas veces-, la llama «dulce esposa» y le pide que la conserve con gran cariño como él guarda en su alma su imagen fiel. Persona curiosa, Figueras. Con motivo de la discusión del tema religioso en la Constitución, se pronunciaron discursos con grandes ataques a la Iglesia católica, y Figueras, después de decir que en la mayoría monárquica había muchos ateos, manifestó: «Yo le aseguro al general Serrano que cree en Dios Todopoderoso creador del cielo y de la tierra; que cree que tengo un alma; que este alma es inmortal, que será juzgada algún día por Dios, quien, si tiene a su lado el atributo de la Justicia, tiene al otro lado el atributo de la misericordia». Aquel hermano menor de mi abuelo, que se llamaba Rafael Serrano y Magriñá, muy amigo por cierto de don Gumersindo de Azcarate, a quien admiraba mucho, fue, calladamente, el brazo derecho de Figueras. Fue diputado a Cortes por Mataró. Con el tuvo relación muy estrecha, muy cordial, mi padre, que, ingeniero de Caminos, profesional puro, hastiado del juego político que había conocido de cerca, no perteneció a ningún partido, pero sin embargo, y por todo lo dicho, en mi casa se respiraba un ambiente liberal, muy generación del 98; creyente, pero nada clerical. Me pregunta usted que como siendo así las cosas elegí un partido de derechas como vehículo para proyectar mi vocación política. Pues porque con frecuencia se dan en la vida de un hombre «circunstancias que son determinantes». Elevando ahora el plano personal, piense usted en aquel Mussolini anarquista y revolucionario, discípulo de Nietzsche, quien ya en la Primera Guerra Mundial se desprende de algunas ideas o prejuicios de los socialistas, empujado por errores o inhibiciones de éstos; y ante el interés de Italia fue en el frente un soldado ejemplar «por orgullo y por salvar el honor socialista», para acabar siendo el conductor de un movimiento nacional, nacionalista, y envuelto por ideas y compañías que no eran su ideal, perdiendo su propia identidad. Las cosas ocurrieron así: cuando se proclamó la II República, yo estaba destinado en Zaragoza como abogado del Estado y ejercía también libremente mi profesión. Los cuadros directivos de la derecha local estaban acobardados (tenga usted en cuenta el sesgo político que tomó pronto la República: persecuciones, asaltos a la propiedad, incautaciones, y la preocupación y acobardamiento que ello produjo en gran parte del país); comprendían que había que ir a la lucha electoral para las Cortes Constituyentes, pero si antes todos pugnaron por ser candidatos, entonces, como la cosa era incómoda, nadie quería serlo. Tranquilizaron sus conciencias pensando que se necesitaban «valores nuevos», y, lo que yo menos podía esperar, fui visitado en mi casa un día por las «fuerzas vivas» para rogarme que ocupara yo ese puesto. Después de alguna resistencia acepté y fui candidato de la «Unión de Derechas». Me habla usted de los hombres de la Generación del 98 que postularon de jóvenes ideas de izquierda y le extraña que yo no sintiera alguna vez una nostalgia parecida a la de ellos. Una vez más las circunstancias fueron determinantes. Luego... la preocupación fue cada vez mayor. Y mi desacuerdo también cada vez mayor con gentes del campo en que políticamente militaba. Con buen criterio selectivo usted recoge de mis Memorias las líneas en que yo señalo el carácter excesivamente conservador de la política derechista en la fase republicana. Saña. Muy brillante fue también desde el principio su labor de abogado. ¿Qué recuerda especialmente de ella en su fase inicial? Serrano. Sobre todo, que trabajé mucho, esforzándome siempre en preparar al máximo los casos que asumía. Yo fui sobre todo un abogado de Casación Civil, pero también me gustaba defender recursos de apelación ante las Audiencias Territoriales. En otro terreno, recuerdo asimismo que durante la Dictadura de Primo de Rivera defendí en Zaragoza alguna vez a sindicalistas de la CNT. Saña. ¿No era en cierto modo contradictorio que un hombre de derechas como usted asumiera la defensa de militantes obreros que postulaban una concepción del mundo opuesta a la suya? Serrano. La CNT era fortísima en Zaragoza, pero sinceramente yo no tenía ninguna antipatía por esa organización. Nuestros enemigos eran los radicales de Lerroux, y en parte los socialistas. Saña. Pero usted, si no estoy mal informado, tuvo alguna relación con el lerrouxista Cesar Jalón, crítico de toros y ministro de Comunicaciones en uno de los gobiernos de la República, muy amigo de Prieto también. Serrano. Sí, claro. Cesar Jalón tuvo dos intervenciones inteligentes en el Parlamento como ministro. No era diputado. Yo era aficionado a los toros y luego me hice amigo de él, cuando Cesar Jalón volvió a la crítica de los toros. Saña. En el momento en que usted nace, crece y se hace hombre, el político de más peso específico en España es Antonio Maura. ¿Qué pensaba usted de él y de su formula de la «revolución desde arriba»? ¿Fue Maura su primer gran modelo para una política conservadora moderna? Serrano. Efectivamente, en el tiempo de crecer y hacerme hombre, el político más destacado que tuvo España fue don Antonio Maura; tenía una gran personalidad; era un hombre altivo, maestro de la oratoria y el gesto, como, si mal no recuerdo, escribió Azorín. La fórmula de la «revolución desde arriba» era excelente modelo para una política conservadora modelo; pero por un conjunto de circunstancias se han perdido varias ocasiones de ponerla en práctica. También él la perdió. En el ambiente familiar y de amigos en que yo vivía, creíamos –y sigo creyendoque el hombre, el político, era Canalejas, quien a su gran formación intelectual unía un mayor sentido realista como lo demuestran las anticipaciones que tuvo como Jefe del Gobierno en la cuestión social en el problema religioso, en su idea de la autoridad y la dignidad del poder. Creo que su muerte fue una gran desgracia para el país. Saña. Coincido con usted. El crimen del anarquista Pardiñas fue absurdo. Serrano. Cuando tuvo lugar, en noviembre del año 1912, yo tenía once años y empezaba mis estudios del segundo curso de bachillerato, en el que se llamaba Instituto General y Técnico, en Castellón de la Plana. Y recuerdo que llegó la noticia cuando terminadas las clases salíamos del Instituto para regresar a casa. Fue el primer suceso importante en la política general del país que me impresionó profundamente y que causó verdadera consternación en mi casa y ambientes próximos.