EL ÁRBOL TRISTE En una calle de una gran ciudad vivía un pequeño árbol. El árbol estaba muy triste porque estaba rodeado de edificios muy altos que no le dejaban ver el cielo. Y el aire estaba tan contaminado que no podía respirar. El árbol estaba cada día más seco. Sus hojas se caían incluso en primavera. El árbol sólo se alegraba cuando venían a verle sus amigos, los gorriones. Un día, los gorriones le contaron que habían descubierto el campo, donde el aire no estaba contaminado y vivían muchos árboles. Los gorriones le dijeron al árbol que ellos podían arrancarlo de la tierra y llevarlo volando hasta el campo. El árbol se puso muy contento. Al día siguiente, vinieron gorriones de todas partes de la ciudad, pero no pudieron sacar al árbol, pues pesaba demasiado. Los gorriones necesitaban la ayuda de un pájaro más fuerte, así que fueron a buscar al águila, que vivía en lo alto de una gran montaña rocosa. Pero cuando llegaron a su casa, se encontraron al águila muy enfermo. El águila sólo se pondría bien si tomaba la flor de la lluvia. Esta flor crecía en la cueva de la temida serpiente verde. Los gorriones sabían que corrían peligro entrando en esa cueva, pero como querían mucho al árbol y al águila, fueron a la cueva de la serpiente verde. Ya dentro de la cueva, los gorriones llegaron hasta la sala del agua, allí crecía la flor de la lluvia. Cuando los gorriones iban a cogerla, la serpiente verde salió de un rincón y los amenazó con su lengua. Los gorriones se escondieron y pensaron en algún plan para coger la flor. A uno de los gorriones se le ocurrió una idea. Conocía una planta que producía sueño. Los gorriones fueron a buscarla, después volvieron a la cueva y la dejaron cerca de la guarida de la serpiente. Como a la serpiente le gustaba mucha esa planta se la comió y se quedó profundamente dormida. Los gorriones cogieron la flor de la lluvia y se la llevaron al águila, que se puso enseguida bueno. El águila ayudó a los gorriones a arrancar al árbol de la tierra y llevarlo volando fuera de la ciudad. En el campo, lo plantaron cerca de un arroyo y muchos árboles. Y el árbol nunca más volvió a estar triste. Firmado: Lucía Alcázar Lara