Cómo separarse y no morir en el intento Lecciones de los procesos secesionistas pacíficos y democráticos Juan Carlos Ruiz Vásquez Ph.D. (*) La historia más reciente ha demostrado que los procesos de secesión son efectivos si se hacen dentro de los canales democráticos, mientras que los movimientos separatistas violentos parecen haber fracasado y desatado conflagraciones civiles cruentas y represiones sangrientas. Desde la guerra de secesión de los Estados Unidos en el siglo XIX hasta la desaparición de Yugoslavia en el XX, pasando por la aparición de grupos independentistas violentos en Irlanda del Norte o España, la refriega entre la unidad nacional y el separatismo solo ha dejado un baño de sangre cuando han chocado pasiones viscerales y dogmas inveterados. Sin embargo, una nueva ola de separatismos democráticos se ha abierto paso de manera más efectiva en estas últimas décadas. Ahora que Bélgica se plantea la posibilidad de una separación definitiva entre la región flamenca y la valona, se pone nuevamente de manifiesto la posibilidad de la secesión por consenso y conveniencia de las partes. El menosprecio Los procesos secesionistas han comenzado históricamente cuando una parte de la población de un país ha menospreciado, atropellado o relegado de las decisiones a otra por su condición étnica, religiosa o cultural, lo que ha llevado a la parte oprimida a buscar su independencia y retomar a dos manos su destino. Así sucedió en Canadá cuando los angloparlantes monopolizaron por años la vida económica y social de Quebec donde los francoparlantes ocupaban los puestos secundarios de empresas y gobierno. En Bélgica, los flamencos sintieron que por 180 años los valones tomaban las decisiones y todo se discutía en francés. En Ruanda, los hutus se sintieron ultrajados por la minoría tutsi que mantuvo por décadas el poder político y la riqueza. En Timor Oriental, los indonesios prohibieron el portugués y proscribieron a los timorenses de todo cargo de influencia. Y en Checoslovaquia, los eslovacos y otras minorías étnicas no sentían su lugar en medio del enorme centralismo ejercido por los checos. Los intentos secesionistas democráticas El movimiento separatista pacífico y democrático parece haber sido más efectivo al haber beneficiado a todas las partes enfrentadas evitando un baño de sangre. Los independentistas en Canadá, por ejemplo, lograron abrir la discusión sobre la autonomía de la llamada provincia francesa. Aunque el movimiento separatista perdió los referéndum de autonomía de 1980 y 1995, sentó las bases para que la provincia de Quebec fuera considerada una sociedad ‘distinta y diferente’ obteniendo prerrogativas para los francófonos que le permitieran preservar su tradición cultural y su lengua. Al mismo tiempo, los intentos secesionistas fracasados de Quebec le permitieron al campo federalista afincar la idea de un Canadá unido a través de la repatriación de la constitución británica y la promulgación de la carta de derechos y libertades de 1982 que, más que un compendio de garantías para los ciudadanos, es un consenso entre las provincias sobre la unidad nacional con la aceptación de unas reglas comunes dentro de la diversidad. Los dos grandes líderes de esta puja entre separatistas y federalistas, René Levesque y Pierre Elliot Trudeau, representan a su manera el triunfo de sus posiciones: Levesque, blindando la cultura y la autonomía de su pueblo quebequés con un reconocimiento político de sus diferencias, y Trudeau, dando bases sólidas para la consolidación de un Canadá diverso pero unido. Las negociaciones pacíficas en 1992 entre checos y eslovacos llevaron igualmente a la disolución de Checoslovaquia. El llamado divorcio de terciopelo, expedito y sin traumatismos, mostró que dos pueblos con lenguas diferentes habían convivido artificialmente en un mismo país. Los acuerdos, nunca impugnados o cuestionados, mostraron que una verdadera unidad nacional nunca había existido. El matrimonio no se había consumado y, por ello, la separación se hizo sin dolor. Por su parte Cataluña logró recientemente que el Tribunal Constitucional de España avalara su estatuto de autonomía permitiendo un reconocimiento de su identidad nacional y regional lo que algunos han llamado, con algo de exageración, el primer paso para considerarle un nuevo Estado en la Unión Europea. Los acuerdos del Viernes Santo ratificados por referéndum permitieron que Irlanda del Norte contase con una asamblea legislativa con mayor autonomía resolviendo parcialmente una vieja disputa entre unionistas e independentistas. En todos estos casos se han utilizado los caminos legales para intentar crear un nuevo país con paso obligado por los parlamentos o por medio de referéndums siempre dentro del marco constitucional vigente lo que no deja de ser paradójico ya que se pretende desmembrar un país bajo la égida de una constitución que por antonomasia sería el símbolo palmario de la unidad nacional. Por el contrario, donde han prevalecido grupos separatistas violentos como ETA, IRA o FLQ, y gobiernos que han aplastado cualquier aspiración nacional como lo fueron, por ejemplo, los fascismos europeos, no queda sino el resentimiento y las heridas sin sanar, la madre de conflictos futuros. Bélgica: la separación del futuro La inestabilidad política en Bélgica, con la dimisión por tercera vez en dos años del primer ministro Leterme quien no logra ser apoyado por coaliciones partidistas solidas por gracia del enfrentamiento entre valones y flamencos, hace pensar que la hora ha llegado para que los flamencos inicien un proceso de separación que, sin embargo, no deja de suscitar preguntas tales como quién se quedará con Bruselas y qué se hará con el rey Alberto II en una hipotética separación. Preguntas de filigrana política que vienen a acompañar cientos de interrogantes como qué hacer con el ejército, la moneda o los tratados internacionales ya suscritos, además de los costos exorbitantes de una separación. Al final ambas partes ganarán si los nacionalismos exacerbados en los últimos años dan paso a un acuerdo pacífico. Hoy en día, una persona que se acueste viviendo en un país, puede levantarse al día siguiente en uno nuevo todo por obra de un referéndum separatista pacífico y democrático. En la política internacional, las separaciones no tienen por qué ser necesariamente dolorosas. (*) Profesor asociado de las Facultades de Ciencia Política y Gobierno y de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario.