3. LA ITALIA FASCISTA 3.1. La crisis del régimen liberal italiano El final de la guerra tuvo en Italia graves efectos económicos y sociales (dos millones de parados, inflación disparada). Todo ello provocó una oleada de huelgas obreras y revueltas de ligas campesinas, dando lugar, en 1919 y 1920, a la ocupación de fábricas y de tierras que atemorizaron a los empresarios, terratenientes (que veían disminuir sus beneficios) y clases medias ante la amenaza de una revolución bolchevique. Al final, las movilizaciones fracasaron por la división entre los socialistas reformistas y los revolucionarios. Al mismo tiempo, se daba una crisis política del sistema monárquico liberal parlamentario, y de los partidos tradicionales (conservador y liberal) que, ante la irrupción de los partidos de masas –como los socialistas- por la implantación del sufragio universal, no dudaron en aliarse con los populares católicos e incluso con los nacionalistas y fascistas, para excluir a los socialistas del gobierno. Por su parte, el Partido Socialista italiano se dividió en dos sectores: los reformistas (partidarios de colaborar con los liberales en el Parlamento) y los maximalistas (partidarios de la revolución, y que terminaron fundando el Partido Comunista de Italia). Por último, la frustración por lo logrado tras la IGM había provocado la indignación de los nacionalistas y el irredentismo, es decir, la reivindicación de las tierras irredentas que Italia consideraba legítimamente suyas (Trentino, Istria, Niza y Saboya). 3.2. La marcha al poder del fascismo El fundador del fascismo es Benito Mussolini, que proviniendo del socialismo radical pasó a ser un nacionalista y anticomunista extremo. En 1919 fundó los Fascios Italianos de Combate, grupo paramilitar ultranacionalista que se identificaba por la camisa negra, y que se nutría de gente muy variada: antiguos anarquistas y sindicalistas revolucionarios, socialistas partidarios de la entrada de Italia en la guerra, ultraderechistas, nacionalistas, nacionalistas y excombatientes. Los fascistas se erigieron en defensores de las reivindicaciones nacionalistas dentro de un programa socialista revolucionario. La creciente desconfianza de algunos sectores sociales –clases medias, gran patronal, terratenientes y propietarios campesinos- hacia el parlamentarismo, así como la complicidad del ejército y de la policía, hizo que aumentase la influencia de los movimientos fascistas, del que se esperaba “orden” y confrontación con el socialismo revolucionario. Esto hizo que Mussolini cambiase su táctica: creó el Partido Nacional Fascista y reprimió violentamente a las organizaciones obreras y campesinas con sus escuadras de combate. En agosto de 1922, los socialistas promovieron una huelga general que los fascistas hicieron fracasar. Su camino al poder estaba abierto, y en octubre de 1922, el mando fascista decidió la “marcha sobre Roma” para exigir el poder. Este les fue facilitado por las fuerzas del Estado (ejército, políticos liberales, etc) y, sobre todo, por la acción del rey Víctor Manuel III, que se negó a tomar medidas de excepción y solicitó a Mussolini que formara gobierno. 3.3. La etapa parlamentaria En un primer momento, de 1922 a 1925, Mussolini pareció respetar el régimen liberal organizando un gobierno de coalición junto a liberales, conservadores y populares. Pero poco a poco dio paso a una dictadura solapada cuando consiguió del Parlamento poderes extraordinarios y una amplia mayoría parlamentaria a través de una nueva ley electoral, además de la violencia y de la intimidación, algo denunciado por el dirigente socialista Mateotti, y que le costó ser asesinado por bandas fascistas. 3.5. La dictadura fascista A partir de 1925-26 Mussolini implantó la dictadura fascista con las llamadas “leyes fascistísimas”: creación de un tribunal de delitos políticos y de una nueva policía secreta (la OVRA), eliminación de los demás partidos políticos y de los sindicatos obreros, censura de prensa, y poderes de Mussolini ilimitados, siendo solo responsable ante el rey. Se establece un régimen totalitario de partido único -el Partido Nacional Fascista-, aunque el poder real residía en Mussolini, asistido por el Gran Consejo Fascista. En 1938, el Parlamento fue sustituido por la Cámara de los Fascios y de las Corporaciones. Con la Iglesia firma los Pactos de Letrán, en los que, a cambio de que la Santa Sede reconociese el Estado fascista y a Roma como su capital, obtenía el reconocimiento de su nuevo estado, el Vaticano, del matrimonio eclesiástico, del catolicismo como la religión oficial del estado, y de la enseñanza obligatoria de la religión en las escuelas. El estado fascista dio una gran importancia a la educación, ya que aspiraba a controlar el pensamiento y la actividad de su población. Por ello, controlaron totalmente la cultura y los medios de comunicación, y encuadraron a los niños y jóvenes en las organizaciones infantiles y juveniles del partido: se quería forjar al “italiano nuevo” en las virtudes militares de la disciplina y la obediencia. Las mujeres fueron penalizadas salarialmente y reforzadas en su papel de esposas y madres. En cuanto a la política laboral y económica se optó por el corporativismo, es decir, la superación de la lucha de clases a través de la colaboración entre obreros y patronos. Este corporativismo se inicia con la Carta del Trabajo (1927), que solo permitía el sindicato fascista y prohibía las huelgas. De una política económica liberal, al principio, se pasó a una política intervencionista, que la propaganda presentaba como “batallas” (la del trigo, la de la lira, etc). Tras la crisis de 1929, la intervención estatal aumentó y se optó por la autarquía, fomentándose la concentración industrial con la creación del IRI (Instituto para la Reconstrucción Industrial), que canalizaba las inversiones estatales hacia industrias de valor estratégico. A partir de 1936 se siguió una economía de guerra.