GEORGES PHOTIOS TAPINOS La inmigración en Europa y el porvenir de los extranjeros E 1 porvenir de las migraciones extra-comunitarias y el devenir de las poblaciones extranjeras constituyen uno de los mayores desafíos a los que se enfrenta la Comunidad Europea en el umbral del siglo veintiuno. El fracaso de las políticas de integración y la constitución de enclaves extranjeros, la incapacidad para controlar el establecimiento de ciudadanos extra-comunitarios —sin mantener, por ello, la ilusión de poder aislar a una Europa próspera, frente a un Tercer Mundo que se empobrecería— no dejarían de atentar contra el proyecto europeo. La migración internacional es ciertamente uno de los dominios donde la prospectiva es más delicada. De entrada por razones de orden meto dológico. Las técnicas de proyección utilizadas para la fecundidad y la mortalidad son inadecuadas; además, los países europeos, a diferencia de Estados Unidos y Cana«Lo que es seguro y dá, no son países de inmigración de establecimiento, con preocupante por parte del lo que no se puede hacer referencia a una norma cuantitativa preestablecida de entradas anuales. En estas conextraordinario potencial de diciones, las previsiones elaboradas por los institutos de emigración es el crecimiento de estadística nacionales y los organismos internacionales, la migración la ONU, el Banco Mundial y, claro está, la Comunidad extra-comunitaria. » misma, deben interpretarse con la máxima prudencia. Más importantes son las razones referidas a circunstancias particulares de la situación actual. Jamás, desde la Segunda Guerra Mundial, las opciones han sido tan «abiertas», y la previsión tan difícil, por el hecho evidente de la inestabilidad de los parámetros importantes, sean los cambios recientes y en proceso en la Europa central y en la antigua URSS, con el desplazamiento de la línea que divide el Norte y el Sur —los países de emigración de la Europa meridional (Italia, España, Grecia) se han convertido en países de inmigración—, de la fragilidad de los equilibrios políticos y económicos en África; la circunstancia depende de la interacción de una serie compleja de elementos en los que participan las actitudes, la opinión, las políticas, las variables del mercado. Tras la evidencia, el debate actual en los países europeos sobre la presencia extranjera y la inmigración, subraya los límites de un ejercicio de prospectiva que se reduciría a una proyección de la oferta de trabajo, sin tener en cuenta los parámetros políticos. La exploración razonada del futuro requiere el no despreciar ninguna de las potencialidades evolutivas inscritas en la situación actual, pero también poder librarse de las especificidades del momento. En una coyuntura marcada por un paro excepcionalmente elevado —superando el 9% para el conjunto de la Comunidad— y que no parece que vaya a disminuir en un futuro próximo, es difícil pensar en un cambio en el mercado de trabajo de aquí a diez años, que podría inducir una recuperación de la inmigración. Por tanto, recordemos que a comienzos de los años cincuenta, la República Federal de Alemania se consideraba como un país de emigración, antes de convertirse, quince años más tarde, en uno de los principales países de inmigración de Europa Distinguiremos los factores que se relacionan con las condiciones presentes y aquellos que se derivan de las transformaciones previstas según el horizonte considerado l. Conviene preguntarse sobre las modalidades de intervención pública susceptibles de influir en las evoluciones y de diseñar algunos escenarios. El primero se refiere a la existencia de comunidades extranjeras, en lasque la importancia numérica y las características socio-culturales resultan de las condiciones de necesidad de mano de obra extranjera en los años de fuerte crecimiento, de la dinámica de rea-grupamiento familiar y de las transformaciones conse- «Como hipótesis, mañana más que ayer, la oferta potencial de emigrantes será infinitamente superior a la voluntad y ala capacidad de acogida de los países europeos.» 1 Los cálculos realizados en el horizonte de 1995, sobre las estimaciones para 1990, distinguen tres componentes: Los Aussiedler —inmigración de nacionales alemanes en Alemania—, los demandantes de asilo y los demás emigrantes que conforman a los trabajadores, los miembros de su familia y la emigración intracomunitaria. En una y otra variante —fuerte y débil— la tendencia de la evolución de las dos primeras categorías es a la baja, con un flujo neto anual, respectivamente de 50.000 y de 100.000 Aussiedler para el año 1995 y 100.000 y 250.000 demandantes de asilo. En referencia a otros emigrados, la hipótesis débil prevé una tendencia a la baja con un nivel de 100.000 al final del período, la hipótesis fuerte una fuerte recuperación que llevaría a la inmigración a 400.000 desde 1991, para mantenerse en ese nivel hasta 1995. cutivas tras el cierre de fronteras. Sobre una población total de aproximadamente 325 millones en 1989, la Comunidad (ex-RDA excluida) cuenta con 13 millones de extranjeros, de los cuales 8 millones no son naturales de la Comunidad2. Esta última cifra no representa más que el 2,5% de la población total. Aun teniendo en cuenta que, por atribución al nacimiento o por adquisición por matrimonio o nacionalización, el efectivo de inmigrantes o de personas de padres extranjeros sobrepasa el número de inmigrados extranjeros, la inquietud que suscita la presencia extranjera —así como lo muestran los sondeos que incluyen la inmigración entre las principales preocupaciones de las opiniones— no se corresponde con su importancia estadística. Desde el punto de vista de la prospectiva, esta presencia se traduce en una potencialidad de nuevas entradas, ya por la vía del reagrupamiento familiar, ya, más generalmente, por la existencia de redes de contactos que llevan a cabo los comunitarios establecidos en los países de la CEE con sus países de origen. Al mismo tiempo, la presencia de comunidades extranjeras, en la percepción que de ellas tienen los nacionales, los problemas que con razón o sin ella las opiniones públicas les imputan, suscitan actitudes restrictivas frente a las nuevas entradas. El factor crítico de la prospectiva migratoria es, evidentemente, el desequilibrio entre el Norte y el Sur, el Oeste y el Este. Tenemos en primer lugar el deterioro de la situación relativa de los países extra-comunitarios. Nos enfrentamos a la incertidumbre acerca de la estabilidad de los regímenes políticos —como es el caso particular de África— y las dudas sobre los resultados del cambio político y las reformas económicas en curso, para el caso de los países del Este y la antigua URSS. Nos enfrentamos, en resumen, a la ampliación del espacio de referencia. Los países potenciales de emigración con destino a la CEE no se limitan como solían hacerlo a aquéllos con los que ya existe una tradición en migraciones. Las recientes operaciones de re-gularización —en Italia por ejemplo— y los índices fragmentarios pero convergentes muestran la emergencia de nuevos flujos provenientes de regiones del mundo y de países ausentes hasta ahora del espacio migratorio europeo. Se hace necesaria una distinción entre los países del Tercer Mundo —principalmente, pero no exclusivamente África—, Europa central y la Unión Soviética. En cuanto al Este, la caída de la potencia soviética, la rapidez y profundidad del cambio político, la opción por una economía de mercado, han sorprendido a los analistas occidentales que no se atrevían a entrever un cambio de estas dimensiones: sorprendiendo a los implicados 2 En enero de 1991, la población de la Comunidad asciende a 345 millones según estimaciones de Eurostat. «Pertenece al político el tener en cuenta estos aspectos y determinar las prioridades. Se trata de definir los objetivos como fundamental en el éxito de la política. Hay, en efecto, una interacción entre las "presiones " exteriores y ala aceptación de las entradas.» «La eficacia de las políticas dependerá al final del grado de coordinación o de armonización entre los Estados europeos. La situación presente no deja de ser paradójica. No ha habido nunca una política común.» mismos que no osaban ni imaginarlo. La dificultad de prever tiene que ver con nuestra ignorancia del pasado. Qlueda que el diferente nivel de vida entre el Este y el Oeste, sin tener en cuenta las diferencias que nos separan del vecino Tercer Mundo, no posee una medida común con estas diferencias 3. Es igualmente posible que las afinidades culturales sean susceptibles, en ausencia de barreras jurídicas a la movilidad, tanto para la salida como para la entrada, de concretar los proyectos en migración. La existencia para ciertos países de una. diáspora en el extranjero —se piensa, por ejemplo, en las comunidades polacas en los Estados Unidos o en Francia— podría constituir un factor de atracción a tener en cuenta. En realidad, tras el empuje de 1989, el levantamiento de las restricciones de salidas y entradas, en particular la suspensión de visados para Hungría, Checoslovaquia y Polonia, no han provocado movimientos de envergadura. El caso de la Unión Soviética es completamente diferente. Los riesgos de fragmentación de la Unión, el ascenso de los nacionalismos, la importancia de las diferencias de remuneración con los otros países del antiguo bloque comunista, el contraste de las evoluciones demográficas de una república a otra, son factores que, por su importancia e inestabilidad, desafían todo pronóstico, sin que sea posible llegar a decir si tomará la forma de un desplazamiento en el interior de las fronteras de la Unión o hacia países vecinos. Queda el problema del Sur. Si es verdad que los diferentes niveles de vida no son suficientes como para iniciar un flujo de salidas, desde que estas corrientes existen, estas diferencias contribuyen fuertemente a alimentar el movimiento. Según el horizonte considerado, los factores ligados a la evolución demográfica son los más fácilmente delimitables 4. La oferta de trabajo depende de los efectivos en edad de actividad, y de los porcentajes de actividad por edades. Para el conjunto de los países de la CEE se espera, coincidiendo con la llegada a la edad activa de las generaciones menos numerosas correspondientes al período de baja de la fecundidad, una recuperación de las condiciones de oferta del trabajo. La disminución de la oferta de trabajo se acentúa durante los años 1990-1995 y ya en la RFA, en el Reino Unido y en Italia, se registra una disminución de los efectos. 3 La estadística del Banco Mundial es en este sentido equívoca, se apoya aparentemente en una conversión de las monedas a las tasas de cambio oficiales, sobreestimando muy fuertemente la importancia de las diferencias. El ejemplo más sorprendente es el de las dos antiguas Alemanias para las que el PNB por persona es supuestamente en 1987 respectivamente de 11.860 dólares en el Este y de 18.450 en el Oeste. 4 Dejamos de lado el argumento demográfico propiamente dicho. La idea de compensar la baja de la fecundidad con los recursos de la inmigración es ilusoria. Las transformaciones de la oferta nacional de trabajo podrían traducirse por una recuperación de los flujos migratorios; pero no hay aquí nada ineluctable, la migración no es más que uno de los mecanismos posibles de ajuste. La experiencia europea es ilustrativa sobre lo anterior. Analizando la emergencia de flujos migratorios a partir de fines de los años cincuenta, se cede demasiado fácilmente a una reconstrucción retrospectiva que hace del recurso a la inmigración extranjera la respuesta ineluctable a la situación de so-breempleo de los países referidos (miembros de la CEE). La economía sumergida puede definirse como «el conjunto de actividades económicas que escapan más o menos totalmente a los controles legal, fiscal y estadístico del Estado» (Pestieau, 1989). La economía informal en las economías de la CEE ha aumentado en el curso de los últimos años, está llamada a crecer en función del horizonte considerado. ¿Existe una interrelación entre la economía sumergida —y su extensión— y la inmigración, en particular la inmigración clandestina? ¿Existe un verdadero desarrollo de la economía sumergida, con marcadas diferencias entre los países de la CEE —donde los países del Sur aparecen más afectados? ¿O estamos inclinándonos demasiado a inferir que la reciente toma de conciencia de la importancia de este componente de las economías europeas es un supuesto en alza? El recurso a la inmigración clandestina y la presencia de inmigrados clandestinos en las actividades sumergidas pueden ser interpretados de diferentes maneras. Ciertas empresas, por las razones que se vienen mencionando, buscan reclutar una mano de obra susceptible de aceptar una remuneración igual o inferior al salario mínimo; los trabajadores en situación irregular se acomodan en una cobertura social parcial o nula y con promesas de contrato verbales sin garantía de duración. En esta perspectiva, los nuevos inmigrantes no constituyen más que una de las categorías que responden a los criterios requeridos. No tienen en este punto nada de específico en relación a otros demandantes del empleo, en situación desfavorable y sin poder de negociación —los jóvenes sin cualificación, por ejemplo—. La clandestinidad de la situación de los inmigrantes no es por lo tanto más que el resultado de la conjunción de una demanda de trabajo específica y un cierre jurídico de fronteras. La llamada que podría ejercer la economía subterránea sobre los flujos migratorios no afectaría la prospectiva de los flujos más que en la medida en que los sectores de la economía sumergida constituyeran sectores de primera entrada, etapa de un proceso de inserción en el sistema productivo «no sumergido». Desde un estricto punto de vista económico, el empleador prefiere contratar inmigrantes clandestinos en tanto que la esperanza matemática de la penalidad en que se incurre —sea la multa ponderada por el «El acceso de los inmigrantes a los países europeos se apoya en dos fundamentos: las condiciones del mercado de trabajo y el asilo político.» riesgo emprendido— es inferior que el diferencial del coste del trabajo entre un clandestino y un trabajador regular. La experiencia europea y americana muestra que la eficacia de programas de sanción de los empleadores desequilibrios, y probablemente es extremadamente limitada. a ralentizar las corrientes Desde el punto de vista de la teoría económica, la incimigratorias, aunque este dencia de la integración europea sobre los flujos migratorios internacionales, especialmente de los flujos protérmino sea a muy largo plazo.» venientes de países terceros, puede ser encarada bajo dos enfoques: el espacio y los intercambios internacionales. Esto nos lleva a exnlorar el imoacto de las barreras a la movilidad y a los costes de cualquier naturaleza que resultan 5. La inmigración proveniente de países terceros se ha ido extendiendo. Los países de la Europa meridional, recién llegados a la Comunidad —Grecia, España—, son ya países con ingresos netos de retorno por parte de sus nacionales y países de inmigración extranjera neta. Por otra parte, la fragilidad de la economía griega y portuguesa no permite descartar la hipótesis de una recuperación de los flujos de salida de trabajadores poco cualificados y cualificados. Lo que es seguro y preocupante, por parte del extraordinario potencial de emigración, es el crecimiento de la migración extra-comunitaria. Es de suponer una recuperación del crecimiento económico de África, y en particular del África subsahariana —lo que marcaría para esta subregión una ruptura con la evolución observada estas últimas décadas— es altamente improbable que pueda situarse de un modo duradero a un nivel susceptible de absorber la oferta de trabajo resultante del crecimiento demográfico y encarar una reducción significativa de las diferencias con los niveles de vida de los países europeos. Como hipótesis, mañana más que ayer, la oferta potencial de emigrantes será infinitamente superior a la voluntad y a la capacidad de acogida de los países europeos. Conviene detenerse en la medida de la intervención pública, refiriéndonos a tres dominios de acción: la política sobre migraciones, la política de ayuda y de cooperación, la política de integración. ¿Podrán aportarse algunas inflexiones a estas tendencias fuertes desde las políticas sobre migraciones de la CEE? El camino es estrecho entre dos ilusiones extremas: el carácter ineluctable e incontrolable de los «Ayudando a los países menos desarrollados, contribuiremos a largo plazo a atenuar los 5 Se puede considerar de todas formas, que la libre circulación de trabajadores asalariados se ha conseguido. El Tratado de Adhesión de España y Portugal a las Comunidades Europeas, que entra en vigor el 1 de enero de 1986, prevé la libre circulación inmediata de los miembros de las familias de trabajadores asalariados y un período transitorio de siete años para la libre circulación de los salarios, que debía en consecuencia estar vigente el 1 de enero de 1993 (fecha variada al 1 de enero de 1996 por Luxemburgo). El Consejo de las Comunidades Europeas ha considerado, en un reglamento del 25 de junio de 1991, que «la realización de la libre circulación de trabajadores en los Estados Miembros no es susceptible de provocar un deterioro de los diferentes mercados del trabajo nacionales» y ha anticipado la fecha de puesta en práctica de la libre circulación el 1 de enero de 1992 (a 1 de enero de 1993 por Luxemburgo). flujos migratorios, por un lado, la regulación administrativa de los flujos, por otro. Las políticas sobre migración no carecen de efecto, pero su eficacia depende de las condiciones de su formulación y de su puesta en marcha. Para que una política sobre migración sea eficaz, todavía hace falta que exista. A este respecto, la experiencia de los años de crecimiento y el pasado más inmediato muestran que los Estados generalmente han reducido la política migratoria a los procedimientos de introducción o interdicción de los flujos, la presión de las empresas o las reacciones de la opinión pública habiendo jugado un papel más importante que la reflexión política sobre lo que debería ser una política sobre migración con un fin de utilidad colectiva. Pertenece al político el tener en cuenta estos aspectos y determinar las prioridades. Se trata de definir los objetivos como fundamental en el éxito de la política. Hay, en efecto, una interacción entre las «presiones» exteriores y la aceptación de las entradas. Es preocupante la cuestión sobre los demandantes de asilo. El hecho de que la mayor parte de los demandantes de asilo sean originarios de países pobres marcados por una larga tradición en migraciones tiende a confirmar la hipótesis de que se trata de una emigración económica (Widgren). Una reforma del derecho de asilo, fundada sobre la cooperación multilateral, la aceleración de los procedimientos es ineluctable. La eficacia de las políticas dependerá al final del grado de coordinación o de armonización entre los Estados europeos. La situación presente no deja de ser paradójica. No ha habido nunca una política común. Las tentativas de coordinación a las que se ha asistido en los últimos años, presentan la doble característica de tener acuerdos intragu-bernamentales pero no comunitarios, situándose exclusivamente en los planes de modalidades de control. Es, evidentemente, una dimensión importante del problema, pero la política de la inmigración no es en primer término un asunto de la policía. Se impone una reflexión sobre el sistema de migraciones. Hasta aquí, el acceso de los inmigrantes a los países europeos se apoya en dos fundamentos: a título principal, las condiciones del mercado de trabajo —el reagrupamiento familiar estando inducido por definición de los criterios de actividad— y a título accesorio el asilo político. En estas condiciones, el volumen de la inmigración resulta de las fuerzas del mercado, temperadas por la intervención estatal. ¿Debemos tener en cuenta una alternativa parcial, que apostaría por una política de cooperación para acelerar el desarrollo económico de los países del Tercer Mundo siendo susceptible de hacer disminuir la incitación a emigrar? (Tapinos, 1990, 1991). A largo plazo no hay otra opción. Para las décadas por venir, una estrategia de este tipo tiene las mismas oportunidades de estimular la emigración como de agotar los flujos. Una política de este tipo no ha sido puesta en práctica. «La dinámica migratoria de las tres últimas décadas ha provocado el establecimiento de comunidades extranjeras en los países europeos en las que la probabilidad de regresar al país de origen disminuye con el tiempo.» «La importancia de matrimonios mixtos, la evolución de los diferenciales de fecundidad, la atenuación de las segregaciones espaciales, etcétera, son los indicativos pertinentes a los que hay que estar atentos.» Sin embargo, experiencias paralelas demuestran que el desarrollo favorece la movilidad interna e internacional de los trabajadores, más que frenar el movimiento. Ayudando a los países menos desarrollados, contribuiremos a largo plazo a atenuar los desequilibrios, y probablemente a ralentizar las corrientes migratorias, aunque este término sea a muy largo plazo. Esto no lleva a evitar una política de cooperación sino a todo lo contrario. Lo que se impone es ser realista en cuanto a sus impactos sobre el empleo y la movilidad del trabajo. En el horizonte del comienzo del próximo siglo, el éxito de la política de cooperación está condicionado por el dominio de las entradas. La dinámica migratoria de las tres últimas décadas ha provocado el establecimiento de comunidades extranjeras en los países europeos en las que la probabilidad de regresar al país de origen disminuye con el tiempo. Esta tendencia al establecimiento definitivo se ha visto reforzada por el cierre de fronteras, que ha tenido como efecto el prolongar el período de estancia. La alternativa no es ya entre quedarse o volver, sino entre seguir siendo extranjero o integrarse en la sociedad de acogida. Una primera fórmula para encarar el futuro de la presencia extra-comunitaria se sitúa en una problemática integracionista, de la que Francia es a menudo presentada como el arquetipo. En esta aproximación, el problema es el del grado de integración entre los diferentes grupos y de la rapidez de la convergencia de las comunidades extranjeras en relación a las nacionales. La importancia de matrimonios mixtos, la evolución de los diferenciales de fecundidad, la atenuación de las segregaciones espaciales, etc., son los indicativos pertinentes a los que hay que estar atentos. El mantenimiento de características específicas de una comunidad extranjera se interpreta como un signo de marginalización. Este paradigma integracionista se revela como de gran eficacia. Surgen problemas, en Francia el paradigma está en crisis. ¿Hace falta por lo tanto diseñar un escenario de ruptura total con la tradición francesa y que se aproximaría a un modelo —a la americana— idealizado, de sociedad multiétnica? El examen de los diferentes factores susceptibles de ralentizar o reactivar las migraciones extra-comunitarias sugiere una recuperación probable de los flujos a comienzos del siglo XXI. Si hiciera falta reducir este complejo conjunto de factores se podrían delimitar cuatro escenarios. El primero es el de la ruptura del sistema internacional, que conduciría a desplazamientos masivos de la población. Haría falta, para que tal visión de las cosas se realice, una conjunción de acontecimientos, extremadamente improbable: el fracaso total de las reformas económicas del Este, el hundimiento de las economías del Tercer Mundo, la ausencia de coordinación entre los Es- tados miembros de la Comunidad, el abandono por parte de los Estados del ejercicio de sus prerrogativas de soberanía. Este escenario-catástrofe ha dado lugar a estimaciones alarmistas, que parecen haber tenido como objetivo principal el alimentar el miedo a la invasión y justificar un cierre total. El cierre total de las fronteras, de aquí al año 2020, es una proposición de naturaleza retórica, que no se justifica en cuanto al fondo, no es practicable en cuanto a las modalidades, salvo si se imagina un cambio en nuestro sistema político. Cabe imaginar un cuarto escenario, que se sostiene sobre las dos constataciones siguientes. De un lado, las profundas razones que se encontraban al origen de las corrientes migratorias de los años de fuerte crecimiento subsisten y se fortalecerán en el futuro; pero por otra parte, la presencia de una población extranjera, que traduce, en cierto modo, el fracaso de las políticas de contratación temporal, y las transformaciones del entorno internacional que acentúan considerablemente la incitación a emigrar, modifican los enunciados del problema. Para conciliar la recuperación inevitable de las corrientes migratorias y la voluntad de mantenerlas a un nivel aceptable para las sociedades de acogida, la solución podría encontrarse en la elaboración de una política migratoria común de los Estados de la CEE que definiría un ritmo de entrada conforme a las preferencias colectivas de las sociedades de acogida. El éxito de una política así supone dos condiciones estrictas. Lo primero que esta política resulte del arbitraje político de los ciudadanos, a través de las instituciones representativas, que no se redujera a una gestión administrativa de controles y de entradas. Lo segundo sería evitar disociar, tal y como viene siendo hasta ahora, la introducción y la instalación. La integración de las poblaciones extranjeras tiene tantas probabilidades de tener éxito que los candidatos a la emigración saben que tendrán la posibilidad de establecerse y así lo desean. «La solución podría encontrarse en la elaboración de una política migratoria común de los Estados de la CEE, que definiría un ritmo de entrada conforme a las preferencias colectivas de las sociedades de acogida.»