Pregúntale al polvo de John Fante Por Juan Gómez Bárcena. LeÃ− “Pregúntale al polvo” en 2005, durante mi primer mes de estancia en Madrid. Por aquel entonces vivÃ−a en un piso ruinoso en el barrio de Sainz de Baranda; una de esas reliquias que sólo se salvan de la demolición por un alquiler de renta antigua o algún desacuerdo urbanÃ−stico. Hasta mi llegada el edificio habÃ−a estado habitado por un solo inquilino, y como en las pelÃ−culas americanas, ese único vecino se presentó en la puerta el dÃ−a de mi llegada, puede que incluso acompañado de algún postre de bienvenida. Durante un corto tiempo intercambiamos cafés, invitaciones, libros. Lo he olvidado prácticamente todo de aquellos encuentros. Ni siquiera estoy seguro de recordar su nombre. ¿Luis, tal vez? Pongamos que se llamaba Luis, que era fotógrafo y que vivÃ−a en el piso de abajo con su novia argentina. Lo que sÃ− recuerdo muy bien es cada una de las páginas de ese libro fascinante que me regaló al despedirse y que yo devoré en una sola noche: “Pregúntale al polvo”, de John Fante. En aquella época yo no sabÃ−a quién era Fante, ni mucho menos que esa novela era sólo la tercera pieza de su tetralogÃ−a dedicada a su protagonista Arturo Bandini. Tampoco estaba acostumbrado a la idea de que pudieran existir obras maestras parcial o totalmente ignoradas por la crÃ−tica. La buena literatura era, simplemente, aquella que estaba en las estanterÃ−as, la que estudiábamos en los libros de texto. Por eso me sorprendió tanto el hallazgo de ese maravilloso escritor anónimo; de esa voz humilde que se atrevÃ−a a desgranar la intimidad y las emociones del hombre corriente con una honestidad y una ternura desconocidas para mÃ−. Debo a Fante el descubrimiento de que mi vida vulgar, la vida de todos, es capaz de reunir los ingredientes necesarios para crear una obra maestra. También la amarga conciencia de que a menudo la crÃ−tica puede ser injusta con los autores: que un auténtico genio puede morir olvidado por los lectores, a la espera de que las generaciones futuras resuciten su legado. Por lo demás, era lógico que su protagonista, Arturo Bandini, me cayera simpático. Ambos tenÃ−amos veinte años y un sueño común: convertirnos en grandes escritores. Para lograrlo, Bandini se habÃ−a mudado a los Ôngeles desde Boulder, Colorado, y yo habÃ−a emprendido una aventura que entonces me parecÃ−a igualmente épica: trasladarme desde Santander a Madrid para estudiar TeorÃ−a de la Literatura. Como yo, Bandini  sabÃ−a poco sobre la literatura y aún mucho menos sobre el amor. Sus dudas, sus inseguridades, sus fracasos, sus entrañables defectos: todo en su personalidad me resultaba familiar, propio Muchas veces me sorprendÃ− pensando si determinada mujer a la que amaba y odiaba a partes iguales serÃ−a mi Camila, o si como Arturo necesitarÃ−a que ocurriera una gran tragedia a mi alrededor para escribir la novela de mi vida. Aún hoy no sé si verdaderamente nos parecÃ−amos tanto, o si simplemente construÃ− los siguientes años de mi vida de forma que con el tiempo llegáramos a parecernos. Si a fuerza de amar a Arturo Bandini, acabé transformándome en Arturo Bandini. Han pasado siete años desde entonces. Precisamente el próximo mes voy a tomarme unas vacaciones para emprender mi primer viaje a Los Ôngeles. En el momento de comprar los billetes muchos amigos me preguntaron, me siguen preguntando, qué he planeado visitar en la ciudad de los sueños. Saben que soy aficionado al cine y me suponen recorriendo la ciudad en busca de escenarios de pelÃ−culas, desde Sunset Boulevard hasta Mulholland Drive. Pero a mÃ− me gustarÃ−a contestarles que todos esos planes pueden esperar. Que lo único que quiero es pasear muy lentamente por Bunker Hill, con agujeros en los zapatos y un último billete de dólar en el bolsillo, en busca del café donde hace tantos años Arturo se enamoró de Camila.  1