EDUCAR PARA LA INCERTIDUMBRE Tomado del artículo de Gena Borrajo publicado en la Revista EDUGA, número 59, 2012. Claves para conseguir una educación acorde con los tiempos actuales. Es fundamental dar mayor protagonismo al estudiante, equilibrar la formación cognitiva con la afectiva y educar para un mundo en el que cada vez existen menos certezas. Diseñamos programas para estudiantes que están iniciando su vida y van a permanecer dieciséis años en la educación formal, cuando es casi imposible, saber lo que va a ocurrir cuando se incorporen al mundo del trabajo. Así, les inducimos a creer que con lo que están aprendiendo van a tener resuelto su futuro mientras que lo razonable sería ayudarles a construirlo. La base fundamental de la educación para la incertidumbre es enseñar a pensar, a disentir, a respetar al otro. Estos son componentes afectivos, no cognitivos. Lo que plantea esta corriente de pensamiento es cómo ayudamos a los estudiantes a que resuelvan sus problemas dándoles herramientas y conocimientos, lo que no se consigue con programas rígidos. Tenemos cierta tendencia a elaborar el currículo de cada asignatura a imagen y semejanza de lo que sabe el profesor. Con esta dinámica los saberes que realmente importan, suelen llegar demasiado tarde. Es decir, siempre vamos por detrás de los acontecimientos. Es como si estuviésemos reproduciendo la historia en lugar de construirla. . En el currículo debe haber unos contenidos medulares que todos necesitan, pero también hay que dejar espacios para compartir, en los que los estudiantes puedan discrepar. Existe la creencia de que los contenidos considerados teóricos son más fáciles de enseñar que los de carácter más práctico, y eso no es así. Es más, se ha creado una dicotomía entre las humanidades y las ciencias, han emergido dos lenguajes distintos que se contraponen, y hay un desprecio de uno hacia el otro, incluso en el campo científico. La formación universitaria sigue estando demasiado orientada hacia el profesor, el catedrático; incluso hacia el administrador, lo cual aún me parece más grave, porque, si bien es cierto que el sistema de gestión es fundamental, no hay que perder de vista que éste debe estar siempre al servicio del usuario, en este caso, los estudiantes. A la hora de establecer la duración de los estudios, no se pueden mantener criterios iguales para todos, porque lo que para unas personas requiere menos tiempo, para otras puede suponer más. El criterio debería ser que dure lo que tiene que durar para cada estudiante. Por tanto, se deberían respetar las diferencias individuales. Estamos ante una situación que plantea la necesidad de combinar muy bien la generalidad con la especialidad. No podemos formar a un profesional en las competencias propias de la carrera a expensas de reducir los contenidos de carácter general. No veo por qué un docente de enseñanza superior no puede dar clase en un instituto o escuela para saber lo que ocurre allí antes de que los estudiantes lleguen a la Universidad. No debemos obviar que los primeros aprendizajes marcan enormemente el futuro de las personas. Los profesores de educación infantil, por ejemplo, deberían ser los mejor remunerados y los más formados, porque a esas edades se construye una base de vital importancia: se adquiere el lenguaje, las emociones… Por eso entiendo que sería bueno que quien da clase a futuros profesores de estas etapas, pasara por el instituto o por la escuela, ya que no se concibe a un formador de maestros que no actúe como tal, ni sea un verdadero modelo de maestro. La educación está demasiado fragmentada. Primero la segmentamos por niveles, y luego tendemos puentes artificiales entre unas y otras etapas. De este modo deja de ser un continuum. Debemos crear un modelo en el que se comparta teoría y práctica y se conciba como un proceso a lo largo de la vida. La edad de jubilación no debería ser la misma en todas las profesiones. Un cirujano puede no estar capacitado para operar a una edad determinada, pero sí para poner su experiencia al servicio de la docencia. A los 60, 65, 70 años, un jubilado deja de poner su bagaje intelectual al servicio de la comunidad, con lo cual se elimina una experiencia acumulada de gran valor. Al final las consecuencias las padece el profesional joven, pues acaba refugiándose en un individualismo que perjudica su propia evolución, la rentabilidad de su trabajo y la propia economía. Y también la del propio jubilado… Las nuevas tecnologías han venido a revolucionar la sociedad e incluso a la familia. Han entrado los aparatos y ahora se sustituye la pizarra por un PowerPoint o la pizarra digital. Pero, las TIC, con todo lo que ello conlleva, no se han introducido en la enseñanza. Esto es una crónica más en la historia de nuestra educación. Ocurrió antes con la radio, que apenas llegó a utilizarse como recurso educativo, cuando el sonido tiene un enorme potencial para activar el pensamiento abstracto, porque exige reconstruir con la imaginación. La televisión trajo la imagen y condicionó esa capacidad. Pero hoy, cuando entramos en Internet, no sólo nos enfrentamos al sonido y a la imagen, sino también al texto. Esto hace creer a los chicos que los medios dan mucho poder, lo cual no es cierto si no se sabe cómo manejarlos. Ahora toca crear procesos de calidad, en los que las tecnologías propicien metodologías que movilicen la enseñanza y el aprendizaje. Ello implica un profesorado competente, no sólo en el manejo, sino también en la aplicación que se puede hacer de ellas. De hecho, los chicos o chicas suelen tener un mayor dominio de estas herramientas, pero ello no quiere decir que el profesorado no pueda aportarles formación sobre cómo usarlas. Por ejemplo, los jóvenes piensan que la información que obtienen en Internet es siempre real y veraz, lo cual no es cierto. Y ahí es donde necesitan el apoyo de un experto que le ayude a seleccionarla y a tratarla. A la universidad le cuesta mucho superar estos retos, porque en el fondo existe el concepto de un profesor que enseña y unos estudiantes que aprenden. El enfoque, según el cual docentes y discentes aprenden juntos no existe ni siquiera en lo teórico. De ahí que no deba extrañarnos que las tecnologías se utilicen como disculpa para poner “unas cositas”. Otro de los grandes problemas es que la gran mayoría carece de técnicas pedagógicas, incluyendo a los propios pedagogos. Se da una gran deficiencia en los principios de aprendizaje. Somos mucho más entrenadores que formadores. Aunque el problema no afecta por igual a todas las carreras. En mi experiencia como evaluador he encontrado un mayor nivel de calidad docente en las ingenierías y en medicina. Y es así porque en ambos casos la teoría y la práctica están muy unidas. En medicina, por ejemplo, existe el componente instrumental, pero también el afectivo, ya que está en juego la vida humana. Nosotros no tenemos esa percepción porque creemos que el hecho de aprender mal no tiene importancia, cuando tiene mucha. No deberíamos olvidar que está en juego la salud mental de las personas. Por eso es tan necesario que se evalúe al profesorado. Hay que equilibrar la faceta investigadora con la docente. Ambas deben marchar de la mano, porque a la enseñanza debe alimentarse, en parte, de la investigación que lleva a cabo el propio profesor y de la de los demás. Pero además, el profesorado debe tener un sentido de responsabilidad social, o como más me gusta llamarlo, compromiso social, porque si no asume esto, difícilmente podrá llevar a sus estudiantes a desarrollar este sentimiento con la comunidad, que por otra parte es una de sus funciones. Esto exige mucho trato directo con los estudiantes. En el reparto de responsabilidades, atribuiría un 50% del tiempo a la docencia, un 25% a la investigación y otro 25% al compromiso social. A partir de ahí entraríamos en las casuísticas especiales. Es decir, en determinados casos habría que ver si no sería más conveniente que un profesional se dedique exclusivamente a la investigación porque esa es la parcela en la que realmente aporta. De hecho en los Estados Unidos hay tres tipos de universidades: de investigación, mixtas y de docencia. Mi recomendación es siempre cursar los cuatro primeros años en una universidad de docencia y los dos o cuatro años que puede durar el doctorado en una de investigación. En época de crisis, deberíamos aprovechar este período de dificultades para formarnos más y mejor, administrar la escasez con criterios de escasez y buscar relaciones de solidaridad entre la gente. Pero también hay que prepararse para cuando llegue la recuperación. Tenemos que parar un consumo tan exagerado. Y aquí vuelvo a la teoría de la incertidumbre: es necesario aprender de la experiencia, caer en la cuenta de que nada es seguro y que ante problemas de tanta gravedad, necesitamos soluciones ingeniosas, lo cual no se consigue con una educación rígida.