Programa Johannes Unger, órgano Johann Sebastian Bach (1685-1750) Preludio y fuga, en Re mayor, BWV 532 Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) Andante en Fa mayor, K 616 Max Reger (1873-1916) Benedictus, núm. 9 de “Doce piezas”, opus 59 Louis Vierne (1870-1937) Deuxième Symphonie, en Mi menor, opus 20 Allegro Choral (Largo) Scherzo Cantabile Final Ciclo de Órgano. Miércoles 8 de febrero de 2006, a las 19:30 h. Auditorio Nacional de Música (Madrid). Sala Sinfónica. Notas al Programa Johann Sebastian Bach (1685-1750) Preludio y Fuga, en Re mayor, BWV 532 Compositor de música para órgano, virtuoso organista y temido experto en la construcción de órganos: tal era la relación de Bach con este instrumento; no había misterio para el músico, conocía hasta el rincón sonoro más sutil para abordar una nueva creación. A los diez años, tras la muerte de sus padres, se trasladó a Ohrdruff, donde su hermano mayor, Johann Christoph, era organista, recibiendo de éste su base técnica e interpretativa en el manejo del teclado. Cuando, en 1700, se traslada a Lüneburg, viaja en varias ocasiones a Hamburgo para escuchar al organista Reinken, y, si bien es cierto que su primer trabajo, en 1703, fue como violinista en la corte de Weimar, también lo es que para entonces su fama como organista y experto en órganos debía de ser grande, ya que en el verano de ese mismo año fue invitado a probar un nuevo órgano en Arnstadt, donde semanas después era contratado como organista; nos cuenta la Necrológica: “Aquí fue donde mostró los primeros frutos en el arte de la interpretación del órgano… Aquí le movió un afán especialmente fuerte de escuchar a todos los buenos organistas que pudiese”; nos está relatando sus viajes para conocer al gran Buxtehude, a Reinken, a Böhm. A partir de este momento, y hasta el final de sus días, Bach es invitado constantemente a probar nuevos órganos que van construyéndose o reparándose en Alemania: Mühlhausen, Halle, Leipzig, Köthen, Görlitz y tantos otros. Bach trabajó durante unos cincuenta años con este instrumento; así pues, lo quiso con pasión, y nunca dejó pasar la oportunidad de tocarlo o de escuchar buenos organistas. Poseedor de un virtuosismo absoluto, su estilo de interpretación llegó a la madurez a partir de 1708, durante su segundo periplo en Weimar, donde compuso las grandes obras para órgano en la que Spitta llamaba “ época dorada de su arte como organista”. 4 Autor de más de doscientas obras para órgano (recopiladas y editadas en 1844 por F. C. Griepenkerl), la mayoría pertenecen a esta época juvenil en la que Bach no contaba con el mejor instrumento, ya que el órgano del que disponía en Weimar tenía sólo dos teclados y un número de registros nada exagerado -tal vez se inspiraba en aquel otro de Cotins que había probado en Halle, con tres teclados, pedalero y mas de sesenta registros-; pero ello no impidió que salieran a la luz estas joyas, entre las que habría que buscar, que duda cabe, un estilo procedente de la escuela alemana del norte, Buxtehude, pero también podríamos llegar a Sweelink e incluso Frescobaldi. Bach toma generalmente dos caminos para su creación organística: el que parte de la melodía del coral, sometiéndola a todo tipo de procesos de composición, o el que nace de una idea temática libre y en el que suelen enfrentar una parte mas libre con otra de construcción más rigurosa, como es el caso del Preludio y Fuga BWV 532 que hoy escuchamos, lleno el Preludio, con un poderoso inicio, de contrastes en su interior, con un hermoso adagio intermedio al que sigue un recitativo, y que nos transmite la sensación de una gran improvisación calculada al milímetro; Fuga bellísima la que oímos a continuación; todos los misterios del contrapunto y la ornamentación se encuentran reunidos, en perfecto equilibrio, en las fugas bachianas, de las que ésta, de discurso largo y camino sinuoso, es un buen ejemplo: la claridad en la escritura contrapuntística, la facilidad en el discurso de cada voz, la lógica rotunda de su escritura, el sentimiento armónico intemporal… hicieron elevarse al músico por encima de todos sus contemporáneos y llegar hasta hoy con el mismo misterio que hace trescientos años. Muchos compositores tocan el corazón del oyente; Bach sacude el alma. 5 Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) Andante en Fa mayor, K 616 Sorprendente Mozart, siempre; capaz de escribir Flauta mágica y Clemencia de Tito al tiempo, de expresarse en idiomas diferentes a la vez, de decirnos del modo más liviano en el momento más dramático de su interior…; ésta fue una actitud constante en su vida como compositor, cuando las cosas le fueron mejor y cuando le fueron mucho peor, como en este último 1791 en el que Mozart escribe su K 616. Agotado física y moralmente, y mientras prepara Flauta mágica, el músico escribe la tercera obra encargo del conde Deym, personaje curioso que, tras un enojoso duelo, se ocultaba bajo el pseudónimo de “Müller”; el conde poseía en Viena una especie de museo-mausoleo en el que, junto a diversas estatuas de cera, incluida la del famoso mariscal de campo barón von Laudon (dentro de un ataúd de cristal), había toda una colección de objetos raros y curiosidades, entre ellos relojes musicales y organillos con rollo. En el otoño de 1790, y como música para adornar una espectacular función conmemorativa, el conde encarga a Mozart la primera de las tres piezas destinadas a introducirse en el rollo, la Fantasía K 594, que ha llegado hasta nosotros en forma de transcripción para piano a cuatro manos; “el adagio para el relojero”, en palabras de Mozart, fue escrito por el músico con bastante desgana, pero con la seguridad de cobrar el encargo en su momento. Mozart llamaba al instrumento “reloj mecánico”, siendo, en realidad, un órgano mecánico. Meses después, el conde consiguió que Mozart escribiera una segunda Fantasía K 608, hermosa página de agilísima fuga y mucho mas peso y, finalmente, en mayo de 1791, este Andante K 616, una de las páginas instrumentales más bellas del último año mozartiano. Encantador, estructurado a partir de un único y sencillo tema, la música nos evoca la dulzura de las melodías populares; en palabras de Dal Fabbro: “esta página parece 6 preludiar los coros blancos de Mahler; en ella, Mozart parece haber alcanzado una especie de abstracción objetiva de sonidos puros y relaciones armónicas”. Curiosamente, y afortunadamente para nosotros, todas las figuras de cera, máquinas y relojes del “mausoleo” desaparecieron a la muerte de Deym, conservándose tan sólo las partituras de Mozart para aquellos rollos mecánicos. Max Reger (1873-1916) Benedictus, núm. 9 de “Doce Piezas”, opus 59 Resulta difícil asignar un sitio concreto a Reger dentro de la historia de la música; su monumental obra, escrita en poco más de veinte años, no tiene paralelo entre sus contemporáneos; escribió para todos los géneros excepto la ópera, en una especie de carrera hacia delante en la que nunca escapó al sentimiento de que estaba componiendo bajo la presión del tiempo: “recuerda Mendelsshon, Mozart, Schubert, Wolf…nos queda poco tiempo y yo debo completar mi trabajo”, escribe a Edith Mendelsshon-Bartholdy. La personalidad de Reger, una de las más extrañas y complejas de su tiempo, está llena de paradojas; admirador absoluto de la polifonía del Renacimiento y del legado de Bach, apodado “el segundo Bach” por ser el más importante compositor de música para órgano en cantidad y calidad desde el maestro, fue capaz de conciliar dos personalidades diferentes en una síntesis perfectamente solvente; admiraba profundamente la obra de Brahms siendo, al mismo tiempo, consciente de la revolución cromática de Wagner. Reger fue un excepcional contrapuntista, resucitando antiguas formas y revistiéndolas del ropaje cromático moderno, asentado en una tradición que siempre trató de renovar. Excepcional en su música para órgano, Reger es barroco y romántico a la vez, en una continua reinterpretación de 7 elementos estilísticos que incluyen a Bach, sí, pero también a Beethoven, a quien estudió desde temprana edad, a Liszt, de cuyos poemas sinfónicos tienen tanto sus fantasías sobre corales protestantes, incluso al impresionismo, si escuchamos la Suite para órgano, opus 92. La escritura de Reger, más compacta en los primeros tiempos, fue evolucionando hacia la transparencia, y, en lo que se refiere a la música religiosa, este católico convencido se transformó en uno de los renovadores de la música de la iglesia protestante en el siglo XX. Así, Benedictus, núm. 9 forma parte de las Doce Piezas para órgano, Orgelmesse, que Reger compuso en 1901, año en el que se trasladó a Munich, en la etapa anterior a su nombramiento como profesor de composición de la Universidad de Leipzig; en ellas encontramos, desde el Preludio, núm. 1 al Te Deum, núm. 12, toda la riqueza regeriana a la que nos hemos referido: Pastoral, Intermezzo, Tocata, Fuga, Melodía o Benedictus están escritas con esa facilidad desconcertante que le caracterizaba, con la que los infinitos matices de que era capaz se funden con la estructura más estricta y la imaginación mas audaz. Louis Vierne (1870-1937) Deuxième Symphonie, en Mi menor, opus 20 Louis Vierne; cuesta imaginar cómo se puede desarrollar una personalidad tan ambiciosa en un espíritu que sufrió tanto y durante la casi totalidad de su vida. Tal vez por ello su arte es una continua elevación espiritual. Vierne, uno de los más importantes organistas de Nôtre Dame, de donde fue titular desde 1900 hasta el día en que murió (en mitad de un concierto, por cierto, mientras realizaba una de sus míticas improvisaciones), fue, además, profesor de la fundamental Schola Cantorum, donde llegó después de formarse con Franck y Widor, heredando y haciendo suyos los legados de los dos maestros en el campo del órgano. 8 Autor de seis sinfonías para órgano, podríamos incluir esta Segunda (1903) que hoy escuchamos dentro de un primer periodo creativo, junto a la Primera y justo antes de entrar en una etapa intermedia que llegaría hasta el final de la primera guerra. En ella encontramos al compositor que va creando un idioma propio, de naturaleza lírica, alejado de la mayoría de las corrientes de vanguardia de la época, rico en juegos armónicos y creatividad, de técnica contrapuntística compleja y concepción orquestal. A la monumentalidad widoriana Vierne añadiría la espiritualidad, el ardor y la dignidad de Franck. En un lugar que podríamos catalogar como intermedio entre Franck y Fauré, su Segunda nos mostrará los juegos cromáticos, la inestabilidad tonal, sus ágiles modulaciones, su elocuencia, su rebelión, todos los medios expresivos, en definitiva, que Vierne fue necesitando y desarrollando para expresar su profundo dolor. Blanca Mª Calvo 9