ALBERT GELIN, P.S.S. EL PECADO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO Le péché dans l'Ancien Testament, del libro "Théologie du Péché", en colaboración, Bibliothèque de Théologie, serie II, vol 7, Desclée (1960) 23-47 EL HECHO DEL PECADO Visión de conjunto a) Historias ejemplares Es muy digno de notarse el que los paradigmas que nos harán presentir la naturaleza profunda del pecado son situados por los autores bíblicos fuera de Israel. Al aceptar que todo hombre se encuentra colocado delante del Dios único que le llama, la Biblia no se limita al pueblo elegido. El autor yahvista nos dará los primeros ejemplos. La historia del pecado de los primeros padres nos sitúa delante de una sola familia que lleva el destino de toda la humanidad. La intención del autor es la de explicar la condición humana. Más aún: es el primer esbozo de la Nueva Alianza, y el cristianismo tomará de nuevo esta idea presentando a Cristo como el nuevo Adán. El pecado de Adán se caracteriza, en Gén 3, como la prosecución de una aspiración desmesurada (hybris) que no conviene a un mortal. Pero al mismo tiempo el pecado es ruptura de una relación personal con Dios. Supone la experiencia de un tú a tú, cuya santidad se descubre en el acto retrospectivo de reflexión y arrepentimiento (Gén 3, 910). El pecado sucede a la inocencia. El hombre no es constitutivamente pecado, como sostenían los órficos. Los sabios de Israel podrán considerar la educación del hombre con un optimismo básico que encuentra ahí su secreto. Por lo demás, el pecado no se sustrae a un dinamismo de redención: Gén 3, 15 expresa la certeza de que la humanidad será libertada del mal. Y esta nueva perspectiva va a constituir el esquema esencial de la Biblia. El hombre es también víctima. En un enfrentamiento, que se sitúa en el terreno de las relaciones entre Dios y el hombre, éste ha sido seducido por la serpiente que -reducción de los monstruos míticos del caos- intenta hacer fracasar el plan de Dios. La nota de desmesura que caracteriza al primer pecador humano es asimismo denunciada por el autor yahvista en la narración sobre la torre de Babel (Gén 11, 1-9): también aquí el pecado de hybris conduce a una catástrofe y, por primera vez, encontramos este clima de Babel tan propicio a la eclosión del pecado considerado en su dimensión específica. Dos profetas exílicos han elegido también fuera de Israel sus paradigmas del pecado. La soberbia, y como consecuencia, la caída del rey de Babel son cantadas en Is 14, 12-15, y, en términos parecidos, la del rey de Tiro en Ez 28, 11-19. ALBERT GELIN, P.S.S. Un tercer grupo de textos ataca la hybris de los reyes paganos. Nabucodonosor, rey de Babel, nos da la prueba de que Dios "exalta o humilla" (Dan 4, 14.34) según uno sea respectivamente humilde o bien orgulloso delante de Él. Y Antíoco IV, que se alza contra Dios (Dan 7, 25; 11, 36), es otro ejemplo del pecado fundamental que también será denunciado por Sab 13, 7-9 y Rom 1, 20-23. b) Alianza y pecado Con todo, para captar el pecado en su verdadera gravedad, es preciso situarlo más explícitamente en la religión de la Alianza. El designio de Dios, gratuito y conmovedor, implica un diálogo entre dos personas, un drama divino- humano que debe vivirse, una unión conyugal que debe ser un éxito. El pecado es todo lo contrario, es negación al diálogo, herida en el corazón de Yahvé, ruptura del lazo conyugal. Además del sentido oculto de la moralidad que se da en la relación con Dios, se encuentra en la Biblia un criterio manifiesto y decisivo la relación con el otro. La Alianza tiende a la constitución de un Israel unificado ante Dios, pero el pecado lo disgrega; en particular, el pecado que va directamente contra estos "hermanos" cuya comunidad ha exaltado el Deuteronomio. Para Jer 22, 16 conocer a Yahvé es encargarse de la causa del pobre (cfr 9, 23) y Lev 19, 17-18 une fuertemente el deber de caridad y la fórmula "Yo soy Yahvé". c) Agresividad del pecado El pecado se nos presenta como una operación del espíritu, una elección y decisión contra Dios (Sal 51, 6), que implica un dinamismo de odio hacia Dios (Éx 20, 5; Dt 5, 9; Sal 139, 21). La antipatía divina respecto del "malvado", clara en Éx 23, 7 y Sal 15, 4, es la réplica a una enemistad inversa (Sal 139, 20) y el concepto de "cólera" divina traduce la reacción de un amor que el hombre ha despreciado. Es evidente que el pecado es principalmente mal del hombre (Jer 7, 19) y la separación que crea entre el hombre y Dios (Is 59, 2) no puede, para la reflexión teológica, perjudicar a Dios (Job 35, 6; Dt 6, 24; 10, 12). Pero es un hecho que espontáneamente se ha visto en el pecado una especie de positividad trágica. En la misma línea Pablo hablará en Rom 1, 30 de los que detestan a Dios, y la enemistad respecto a Dios se convertirá en el elemento constitutivo de su concepción del pecado. Inventado y peso del pecado a) Legalismo y profetismo En la moral bíblica, al igual que en toda moral, nos encontramos como con dos tendencias coexistentes. No podemos concebir una moral sin precisión: los actos concretos son el medio seguro de cumplir la voluntad divina. Pero, por otra parte, la moral de la intención es más importante que la moral del acto. Desde la enunciación del decálogo, esta doble preocupación es clara: Éx 20, 2, recordando que Yahvé ha salvado a Israel de Egipto, funda una moral de agradecimiento y siguen inmediatamente los pormenores de esta moral. ALBERT GELIN, P.S.S. Peccata numerentur! A partir de Moisés, que enunció para su comunidad una lista de imperativos y prohibiciones (Éx 20, 2-17; Dt 5, 6-18), la tradición sacral que está en manos de los carismáticos y los levitas se continúa por enunciados bien calibrados. También los profetas son testimonios de esta tradición sacral que retransmiten activamente. Del mismo modo el humanismo sapiencial, aunque se basa originalmente en otra inspiración, establece catálogos de pecados que hay que evitar. Peccata ponderentur! Al poner como base de la moral una disposición de agradecimiento, la tradición sacral presentaba implícitamente el pecado como un atentado al corazón de Dios. Lo situaba en un cierto ambiente. Y esto porque la exigencia de Dios deriva de su beneficio fundamental: "solamente a vosotros conocí de todas las familias de la tierra; por eso yo os visitaré por todas vuestras culpas" (Am 3, 2). No hay ninguna diferencia esencial entre esta declaración profética y la fórmula que introduce el decálogo. Y, con todo, los profetas son los verdaderos reveladores del pecado, porque en ellos la tradición sacral se ha hecho existencial. Han tenido la experiencia viva del Dios de la Justicia y de la Gracia. Se han entregado totalmente a su designio de salvación y han sufrido al verlo rehusado y arruinado por este Israel al que tenían conciencia de representar y guiar. Hay todavía más. Por encima del pecado del injusto es denunciado un pecado más temible: el del justo que se cree justificado por la observancia de una prohibición limitada, y piensa que con esto le basta para cumplir con la justicia a la que es llamado. La acusación profética hace imposible toda conciencia satisfecha de la propia justicia. El fariseísmo encerrado en sí mismo encontraba en el AT su antídoto. b) Descubrimiento del pecado Los profetas han encaminado al pueblo hacia una inteligencia más profunda del pecado. Detengámonos en las notas que tres de ellos han aportado a su teología. Isaías lo denuncia como la negativa de adoptar el punto de vista de Dios. El pecado del pueblo de Dios es incredulidad y ceguera voluntaria. Aquí se injerta el tema del endurecimiento (Is 6, 9 ss; 29, 9-10). Una luz excesiva ha cegado a Israel; la predicación profética es la ocasión de esta ceguera que lleva consigo una responsabilidad ya que Isaías exhorta a salir de ella. Porque el endurecimiento no es ni total ni definitivo: como contraste, Isaías hace entrever la salvación del "resto": Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. En esta conversión ha trabajado Jeremías los cuarenta años de su ministerio. El pecado es olvido del Dios de la Alianza (Jer 2, 5.7.13. 17.19.21.32); revuelta explícita y persistente (2, 20.31; 4, 17; 5, 3; 6, 16-17); abandono de la Ley (9,12); violación de la Alianza (11, 10). Jeremías introduce un tema nuevo, el de la incircuncisión de corazón (4, 4). La expresión -que tuvo éxito, pues pasó a la última redacción del Deuteronomiodeja ver cuán profundamente está incrustada en Israel la actitud pecaminosa (17, 1; 13, 23). Llegamos así a una especie de pecado-estado, a una actitud espiritual que se ha ALBERT GELIN, P.S.S. creado, en el pasado, y se ha fijado en el curso de las generaciones para llegar a ser, finalmente, connatural al hombre. Ezequiel es el hombre de las retrospecciones y de las descripciones coloristas. La del capítulo 22 logra una sombría grandeza: en su coloración roja, vemos la sangre de las violencias, de los sacrilegios y de las impurezas. El término de mancha obsesiona a este sacerdote y se convierte para él en la designación práctica del pecado, del que es necesario ser purificado. Misterio del pecado a) Pecado y sufrimiento El pecado y el sufrimiento van juntos: este último es la continuación y el "revelador" del primero. Inversamente, la noción de salud implica un valor religioso, la justicia del hombre, y su signo tangible, la expansión en una sociedad y naturaleza amigas, unidos indisolublemente. Hay un autor y garante de esta bendición, Dios Su condición es la observancia de la Torah (Dt 1, 12-26). La teología de la historia de Jeremías se ilumina con toda esta consideración: el que anuncia la felicidad es sospechoso porque no tiene en cuenta el pecado, que trae consigo la desgracia. Las liturgias penitenciales que encontramos en Os 6, Jer 14, y Jl 1-2 se aprovechan de un dato básico: un hombre, una invasión de langostas, una derrota, sirven de ocasión para descubrir el pecado y volverse a Yahvé en una conversión sincera. Israel peca, es castigado, se convierte, es feliz, éste es su "pragmatismo a cuatro tiempos" (Lagrange). Hubo un tiempo en que el desacuerdo entre la fidelidad del justo y su condición terrestre fue causa de escándalo y puso un problema a los creyentes (Sal 37; 73; Job). Fue preciso matizar lo que había de demasiado automático y simple en la teoría antigua y se le atribuyeron nuevas funciones al sufrimiento: educación, acceso a descubrimientos espirituales, redención (Is 53). Un día, Cristo pasará por el eje sacerdotal del sufrimiento y de la muerte para liberar al mundo de su pecado. b) Pecado y solidaridad Ya en antiguos textos (Éx 20, 5; Núm 16, 32; Jos 7, 24-26; 2 Sam 3, 9; 24; 21, 1-14) se expresa la ley de la solidaridad que, tanto para el mal como para el bien, rige al pueblo de Dios. Con todo, llegará día en el que la misma Biblia tomará a su cargo la tarea de criticar la representación antigua (Jer 31, 29 y Ez 18,2), pero de esta teoría no atacarán más que su representación demasiado automática. De hecho, los dos profetas -Jeremías y Ezequiel- han insistido particularmente sobre las presiones y los compromisos colectivos. Éste es el sentido de sus ataques a los responsables (Jer 23, 1-2; Ez 34) y a los profetas oficiales (Jer 23, 9 ss; Ez 13). Y el de sus retrospecciones históricas (Jer 2, 2-8; 7, 25-26; 16, 10-13; Ez 16; 20), en las que subrayan que el Israel actual es una resultante espiritual, el fruto de una larga historia de pecado. Así pues, en los grandes profetas se expresa un nuevo sentido de la solidaridad, y esto en dos direcciones diversas: para la salvación y para el mal. ALBERT GELIN, P.S.S. Hay un tema especialmente apto para hacer aparecer esta dimensión comunitaria del pecado y de la salvación: el de las dos ciudades. La ciudad del mal tiene varios nombres: Sodoma y Gomorra, que representan la carnalitas ostentosa y tranquila (Gén 19); Babel, el orgullo desmesurado (Gén 11; Is 47). Is 25, 1-5, sobre todo en los Setenta, habla de una ciudad anónima, verdadera metrópoli del mal. Frente a ella, Jerusalén "ciudad-justicia, villa- leal" (Is 1, 26), cuya construcción está siempre realizándose y de la que se habla de un modo escatológico, es decir ideal (Is 60; 62). No se debe olvidar que la frontera entre las dos ciudades pasa por en medio de Israel y que la Jerusalén terrestre es interpelada, a veces, con el nombre de Sodoma (Is 1, 10). c) Origen del pecado Para el autor yahvista, así como para el sabio, el pecado se debe a la mala inclinación del corazón humano desde su nacimiento (Gén 8, 21; Prov 22, 15). En el análisis rabínico se distinguen en el hombre dos inclinaciones innatas, al mal y al bien, siendo la primera anterior a la segunda. Para el Apocalipsis de Esdras (4 Esd 3, 7), la causa de la falta de Adán, así como la de sus descendientes, es el "corazón malvado" que, por tanto, preexistiría al pecado original. En Job (14, 1-6; 25, 4-6), dentro de un contexto de nacimiento humano, se encuentra la mención explícita de una impureza y las "impurezas" llevan consigo una ineptitud religiosa, un estado de incapacidad para acercarse a Dios. Cuando la reflexión judía se ocupa del origen del mal en relación con el pecado de Adán subraya - igual que el yahvista- las consecuencias físicas del pecado original, sin mencionar ninguna transmisión del pecado (Ecli 25, 24). Desde luego la falta de Adán ha traído la muerte a todos los hombres (4 Esd 3, 7; Bar syr 17, 3; 19, 8; 23, 4), pero los apócrifos judíos insisten en el hecho de la responsabilidad personal del pecador (cfr Bar syr 54, 15.19). Queda por considerar la figura de la serpiente, de la que hemos hablado. Por ella, el pecado parece venir de más lejos que el hombre. Sab 2, 24 (cfr Ap 12, 9) la combina con la de Satanás, que había aparecido anteriormente como una personalidad angélica especializada en llevar los hombres al mal (Job, 1-2; Zac 3, 1-2; 1 Par 21, 1). d) Universalidad del pecado Después de todo lo dicho no nos extrañará que el AT nos oriente hacia una constatación hecha por Pablo: "no hay quien sea justo, ni siquiera uno solo" (Rom 3, 10). Los autores bíblicos han repetido una y otra vez la misma afirmación (Gén 6,5; 6, 12-13; 1 Re 8, 46; Ecli 7, 20). Hasta el punto que los profetas buscan en vano un justo entre las gentes que apostrofan (Miq 7, 2; Jer 5, 1). De todos modos, en los salmos se oye a veces lo que debía decir Saulo antes de su conversión: "en cuanto a la justicia de la Ley, intachable" (Fil 3, 6; cfr. Sal 18, 21-25; 26; 73, 13; 101, 2-4). Quizá aparece un poco de "fariseísmo" en estos acentos, pero es clara la idea de que son justos en comparación ALBERT GELIN, P.S.S. con los malvados que les rodean y persiguen. Son justos, en definitiva, los que buscan la justicia (1s 51.1). Conclusión El Antiguo Testamento es una denuncia masiva del pecado como ofensa de Dios. La doctrina no termina ahí: sólo el NT, al colocarnos delante del Dios encarnado y crucificado, nos revelará plenamente la lógica última de la gracia ofrecida y del pecado cometido. Pero ya el AT nos ha colocado ante lo esencial: en el plan de lo sobrenatural, el pecado es la repulsa de Dios; en el plan de la conciencia, la perversión del hombre. Por este motivo el negocio de la conversión tiene tanta importancia en las páginas de la Antigua Alianza. Sólo al convertirse puede el hombre conocer la dimensión exacta del pecado -su dimensión religiosa-, ya que la conversión, más allá del "encanto" y la ilusión del pecado, sitúa al hombre delante de Dios. LA RUPTURA CON EL PECADO La conversión Las palabras, tanto hebreas como griegas, para significar conversión tienen un sentido primigenio de regresar, volver, y el AT usa corrientemente la forma verbal, como si quisiera disuadirnos de considerar la conversión como una cua lidad que el hombre poseyera como propia. En el AT no hay hombres convertidos, sino tan sólo seres que se convierten sin cesar. Los profetas son los encargados de llamar a la conversión. Al principio sus llamadas van dirigidas a la colectividad, pero ya a partir de Jeremías, más sensible al valor religioso del individuo, se hace clásica la fórmula: "conviértase cada uno de su mal camino" (Jer 18, 11; 25,5). Estos reproches se injertan en los sufrimientos del tiempo presente, que comentan como una pedagogía dolorosa de Dios: por estos juicios las gentes "sabrán que Yo soy Yahvé" (Ez 25, 7; 33, 29). El fracaso es la gracia que hace que el hijo pródigo -porque esta parábola se realiza a lo largo de toda la Historia Santaexclame: "iré a mi Padre" (Lc 15, 18). Y la misma presencia de los profetas, que subrayan estas admoniciones divinas, es una gracia de Dios. Es evidente que la conversión pone en movimiento la actividad del hombre, pero no se puede explicar como una simple técnica humana, ya que está condicionada por la intervención divina: "haznos volver a ti, oh Yahvé, y volveremos", Lam 5, 21 (cfr. Jer 31, 18; Sal 80, 4.8.20). Expiación y perdón También en la remisión del pecado intervienen conjuntamente la gratuidad divina y el esfuerzo humano. La remisión del pecado es una obra divina, desborda las técnicas y deseos humanos. Pero las técnicas de expiación, que han tenido tanta importancia en Israel, sirvieron para revelar a este pueblo de dura cerviz la gravedad de sus actos. El ALBERT GELIN, P.S.S. combate que contra el formalismo llevaron a cabo los profetas (Miq 6, 7-8; Is 1, I1-20; Jer 11,15), los guardianes de la liturgia (Sal 50) y los sabios (Ecli 7, 9; 34, 18-19) indicaría suficientemente que Dios quiere encontrar un esfuerzo de contrición. Este esfuerzo queda expresado en numerosas perícopas: Lam 5; Is 63, 7-64, 11; Neh 9; Dan 9. Suponiendo que no puedan tener lugar las liturgias penitenciales aparece como suficiente la actitud espiritual del "corazón contrito" (Is 66, 2), que fue siempre el alma de estas ceremonias. En la perspectiva comunitaria de la Alianza, el esfuerzo humano hacia el perdón está también ligado a la mediación. Después del pecado de idolatría del desierto Moisés intenta sin fruto, mediante su oración, "expiar" el pecado de su pueblo (Éx 32, 30-34). Jeremías, que vivió intensamente el drama espiritual de Israel, solidario de los israelitas y solitario entre ellos, intercede vanamente para lograr su perdón (Jer 18, 20; 7, 16; 14, 11). En Ez 4, 4-5, el hijo de Buzí carga simbólicamente con los pecados de Israel. La intercesión del Ebed (Is 53, 12) ha tomado la forma de un martirio: Yahvé lo ha conducido por el eje sacerdotal del sufrimiento que, como hemos visto, es la señal del pecado. Pero él es el cordero inocente de la pascua (Is 53, 5) y su muerte es comentada en términos sacrificiales: el sacrificio de expiación (Is 53, 10) recuerda la gran liturgia del otoño cuyo ritual se conserva en Lev 16. El anuncio mesiánico de la desaparición del pecado En la descripción del Reino de Dios, que se elabora a través de los escritos del AT, este rasgo aparece cada vez más claro. En su oráculo mesiánico más explícito Isaías pone en contraste el mal abolido y el conocimiento de Dios establecido (11,9). Según Jeremías, el inicio de la era que ha de venir aparecerá como un principio absoluto: Dios la inaugurará por su perdón total del pecado (Jer 31, 34; cfr. Ez 36, 24). La abolición del pecado es la gran preocupación del segundo Isaías (Is 53). Y en Dan 9, 24 encontramos el anhelo más limpio por la inauguración de la época en que reinará la justicia eterna. Es necesario sentir cómo esta preocupación obsesiva se enraíza en el clima exílico y postexílico en los que se ha adquirido la náusea del pecado. Bastaría releer algunos textos tomados de los escritos sacerdotales (Lev 16), de los salmos (Sal 32, 51, 130, 143), de las liturgias penitenciales (Neh 9) y de las visiones de los profetas (Zac 5, 511). En especial, el Personaje que está en el centro de la era entrevista estará exento de pecado: Is 53, 9 y Zac 9, 9. Está a punto de cumplirse el sueño del futuro que está presente en los Salmos de Salomón (17, 41). Tradujo y condensó: RAMÓN ALAIX