[Suplicio de los navarcas sicilianos] Los condenados son encerrados en la cárcel, se establece el suplicio contra ellos, se prohíbe a los desdichados padres de los capitanes visitar a sus hijos, llevarles alimentos o vestimentas. Estos padres, a quienes veis, yacían en el umbral y las madres, ¡oh desdichadas!, pasaban las noches en las puertas de la cárcel, impedidas de la última mirada a sus hijos, de recibir con un beso de sus hijos su último aliento. Estaba el guardián de la prisión, verdugo de Verres, muerte y terror de los aliados y de los ciudadanos, el lictor Sextio, a quien de cada gemido, dolor, le era proporcionada al contado una paga fija: “Una entrevista vale tanto; el permiso de entrar alimentos, tanto”. Nadie se negaba. ¿Qué me darás para que de un solo golpe de hacha dé muerte a tu hijo, para que no sea torturado más a menudo, para que se le quite la vida sin que sienta dolor? Incluso por ese motivo se le daba dinero al lictor. ¡Oh grande e intolerable dolor! ¡Oh pesado y cruel destino! Los padres se veían obligados a comprar no la vida de sus hijos, sino la rapidez de su muerte. Los mismos jóvenes hablaban con Sextio del hacha, de ese golpe único; y la última súplica de los hijos a sus padre era que pagaran al lictor para aliviar su suplicio. ¡Qué fecunda imaginación para torturar a los padres, a los allegados! Pero si al menos la muerte fuese el fin. Pero no lo será. ¿Hay algo más allá hacia donde la crueldad pueda avanzar? Será encontrado; pues los cuerpos de aquéllos, cuando hayan sido decapitados, serán arrojados a las bestias salvajes. Y si esto es doloroso para los padres, pues que compren por un precio el derecho de enterrarlos. ¿Quién hubo en aquel momento en Siracusa que no haya oído esto, que no supiera que estos convenios habían sido hechos por Timárquides con aquellos condenados aun antes de la ejecución? ¿No hablaban abiertamente con Timárquides, no participaban todos los parientes, no fijaban abiertamente el precio de los funerales de los todavía vivos? Una vez discutidas estas cuestiones monetarias se los saca de la prisión y se los ata a los postes. ¿Quién hubiera sido, en aquel tiempo, tan duro, quién tan inhumano, excepto tú y sólo tú, Verres, que no se conmoviera por la juventud, nobleza, desgracia de aquéllos? Se los mata a hachazos; tú te alegras mientras otros gimen y te sientes triunfante, gozas de que los testigos de tu avaricia hayan sido suprimidos. Pero te equivocabas, Verres, y te equivocabas gravemente cuando creías que lavabas las manchas de tus robos y de tus delitos con la sangre de los aliados inocentes. Algunos capitanes viven e incluso están presentes, a los cuales, según me parece, la diosa Fortuna conservó para vengar a aquellos inocentes y dar testimonio de esta causa. He aquí a Filarco de Haluntio, que, al no huir con Cleomenes, fue reducido y hecho prisionero por los piratas: feliz cautiverio, que le impidió caer en manos de ese bandido, pirata de nuestros aliados. Su testimonio saca a la luz las licencias de marinos, hambre en la tripulación, huída de Cleomenes. He aquí a Filacro de Centuripas, nacido del más noble linaje en la más noble ciudad: aduce el mismo testimonio. No hay discrepancia alguna. ¡Por los dioses inmortales! ¿Con qué pensamiento, finalmente, estáis sentados, jueces, o de qué modo escuchasteis estas cosas? ¿Acaso yo deliro? ¿Es que yo me duelo más de lo necesario por la calamidad y la desgracia de nuestros aliados? O vosotros, también, ¿no sufrís como yo por esta tortura tan cruel de inocentes y por esta aflicción de los padres? CICERÓN, Verrinas: De suppliciis, 177-123 apud Bayet, Literatura Latina, p. 135 (reelaboración) [Festas de inauguración do Coliseo] Que silencie el prodigio de sus pirámides la bárbara Menfis, que el esfuerzo asirio no se vanaglorie de Babilonia, ni sean ensalzados por el templo de Trivia los afeminados jonios; que no dé fama a Delos el altar de múltiples cuernos, ni los carios eleven hasta los astros con alabanzas desmesuradas la tumba de Mausolo, que pende en el vacío aire. Todo esfuerzo cede ante el anfiteatro de César, la fama hablará solamente de esta obra en lugar de todas la demás. MARCIAL, Libro de espectáculos 1 Traducción de Dulce Estefanía Cátedra Todo lo que se dice que el Ródope contempló en el espectáculo que le ofreció Orfeo, lo exhibió la arena para ti, César. Se deslizaron las rocas y corrió un bosque maravilloso, tal como se cree que fue el jardín de las hespérides. Había toda clase de fieras mezcladas con ganado menor y numerosas aves volaban planeando sobre el poeta. Pero él mismo cayó a tierra despedazado por un oso desagradecido. Esta fue la única circunstancia que se produjo en contradicción con la leyenda. MARCIAL, Libro de espectáculos 1 Traducción de Dulce Estefanía Cátedra Tito produciu moitos espectáculos destacados. Houbo unha batalla entre grous e outra tamén entre catro elefantes; animais, tanto domésticos e salvaxes foron mortos en número de nove mil, e mulleres (non de clase distinguida, desde logo) participaron na súa morte. En canto aos homes, uns loitaron en combates singulares e outros en grupo tanto en loitas de infantería coma en batallas navais. Tito, de súpeto, mandou encher o anfiteatro con auga e presentou cabalos e touros e outros animais domésticos que foran ensinados a comportarse no elemento líquido, tal como en terra. Tamén mandou traer soldados a bordo de buques, que loitaron alí nunha batalla naval, representando a corcirenses e corintios; outros fixeron unha representación similar fóra da cidade, no bosque de Caio e Lucio, un lugar no que Augusto xa escavara para este mismo propósito. Houbo, tamén, o primeiro día combate de gladiadores e caza de animais salvaxes (venationes), tras ser cuberto o estanque cunha plataforma de madeira. No segundo día, houbo unha carreira de cabalos, e no terceiro día dunha batalla naval entre tres mil homes, seguidos por unha batalla de infantería na que os "atenienses" venceron aos "siracusanos" (eses eran os nomes dos combatentes). Estes foron os espectáculos ofrecidos por Tito e que duraron cen días. Mais o emperador tamén forneceu algunhas cousas de uso práctico para o pobo: fixo lanzar por riba do público pequenas bolas de madeira con diversas inscricións, nunha líanse nomes de prendas de roupa; noutras, alimentos; noutras, un buque de prata ou de ouro, e noutras cabalos, animais de carga, gando ou escravos. Aqueles que as collían segundo caían, presentábanas á saída e recibían o premio que alí figuraba. DIÓN CASIO, Historia Romana LXVI, 25 Tradución e adaptación a partir do orixinal grego [Un campesino en el anfiteatro] Vi cómo subía hasta el cielo un anfiteatro de vigas trabadas, tan alto que llegaba a la altura del Capitolio, con inmensas graderías escalonadas en suave pendiente. Me mezclé entre la muchedumbre con mi sencillo sayal de color castaño, alrededor de las localidades de las mujeres. Pues todo el amplio espacio a cielo abierto queda reservado para la masa nívea de los caballeros y de los tribunos. Del mismo modo que nuestro valle se curva y, bajo los bosques que se agolpan por todas partes, colgantes, se hunde en un ancho barranco que rodea la línea continua de las montañas, imagínate el coso plano que envuelven -ovaladamente- las masas simétricas de dos teatros. Y ¿Qué decir además? Apenas podía ver tantas cosas a un tiempo: tantos eran los resplandores que me cegaban por todas partes. Estaba allí, en pie, helado, abierto a todo, admirando tantas cosas sin distinguir las distintas maravillas. Entonces un viejo que se encontraba precisamente frente a mí, a la izquierda, me dijo. «¿Es extraño, buen hombre, dijo, que te extasíes ante tantas riquezas, tú, que ignoras el oro, y sólo conoces establos, cabañas y chozas? Ves mis gestos temblorosos, mi cabeza canosa; he envejecido en Roma, y, sin embargo, todo ello me asombra. Pero lo que hemos visto hasta hoy no era nada: míseros espectáculos. ¿Ves la luces rivales de las gemas que brillan en los baltei (galerías de paso para los espectadores) y el oro que cubre las columnas del pórtico? ¿Ves, bajo la pared de mármol, que rodea el coso, a lo largo de los últimos graderíos, esa admirable orilla de marfil pulido, que, en piezas engarzadas, reina en círculo para desconcertar a las fieras con un vértigo repentino y obligar a sus garras a resbalar? También de oro aparecen trenzados los bordes brillantes que sostienen, del lado del coso, las defensas de los elefantes, enteras y totalmente regulares…». Y cada defensa (¿me vas a creer, Licotas?) era más larga que nuestro arado. ¿Te lo diré todo? ¿Cómo? Vi toda clase de animales, liebres blancas como la nieve, jabalíes cornudos, manticoros fieros, en su bosque nativo; vi toros cuya testuz se alza monstruosamente en abolladura, y otros que agitan una espesa melena, que tienen en la quijada una larga y ruda barba y cuya papada temblorosa se eriza de seda. Y no nos mostraron sólo esos monstruos de los bosques; vi el espectáculo de los terneros marinos en batallas contra osos y animales que podríamos llamar “caballos”, pero deformes, que nacen en ese río, cuyos desbordamientos periódicos fertilizan los cultivos de sus riberas. ¡Ay! ¡Con qué pánico vi muchas veces, con los ojos fijos en los puntos del coso que se hundían, salir del torbellino terrestre animales o crecer un bosque de madroños con la corteza de oro. CALPURNIO SÍCULO, VII, 23-72 apud Bayet, Literatura Latina, p. 306