Simposio Nº 29- ENERGÍA Y DESARROLLO: DESAFÍOS Y OPORTUNIDADES DE LOS PROCESOS DE TRANSICIÓN ENERGÉTICA EN PERSPECTIVA COMPARADA Energía y bienestar en Uruguay: Electricidad y calidad de vida en el siglo XX Reto Bertoni - bertoni@fcs.edu.uy (Universidad de la República, Uruguay) María Camou - mcamou@fcs.edu.uy (Universidad de la República, Uruguay) Silvana Maubrigades - silvana@fcs.edu.uy (Universidad de la República, Uruguay) Carolina Román - caro.roman@gmail.com (Universidad de la República, Uruguay - Universidad de Barcelona) Resumen Desde distintas líneas de investigación se han realizado esfuerzos para aportar indicadores que logren captar la evolución de la calidad de vida, incorporando aspectos relacionados con el Desarrollo Humano, tales como el IDH y sus componentes y enfoques desde la evolución de los salarios reales, entre otros. Con el objeto de aportar nuevos elementos a la discusión, en este trabajo, se aporta una mirada complementaria: el estudio del consumo de energía eléctrica residencial, entendiendo que el comportamiento de dicho consumo constituye un indicador de la evolución de la calidad de vida. Para esto, se realizó una estimación del consumo de energía eléctrica residencial para Uruguay en el siglo XX y se compara la relación de esta con otros indicadores de la calidad de vida. A través del consumo de energía eléctrica se aportan elementos que permiten describir mejoras en la calidad de vida que los indicadores tradicionales no logran captar, especialmente en las últimas décadas del siglo XX. 1 1. Introducción El estudio de la calidad de vida de una sociedad es un tema complejo de abordar. Desde distintas líneas de investigación se han realizado esfuerzos para aportar indicadores que logren captar la evolución de la calidad de vida, incorporando aspectos relacionados con el Desarrollo Humano, tales como el IDH y sus componentes y enfoques desde la evolución de los salarios reales, entre otros. En este trabajo, se aporta una mirada complementaria con el objeto de incorporar nuevos elementos a la discusión: el estudio del consumo de energía eléctrica residencial, bajo el supuesto de que el comportamiento de dicho consumo constituye un indicador de la evolución de la calidad de vida. En particular, se plantea que las mejoras en la calidad de vida de una sociedad están acompañadas de incrementos en la proporción de energía eléctrica consumida, lo que sería reflejo del proceso de sustitución hacia usos de energía más eficiente y menos contaminantes (energía eléctrica y derivados del petróleo), así como cambios en las pautas de consumo de los habitantes. En la sociedad uruguaya, la difusión de la energía eléctrica supuso la incorporación de la energía moderna en gran cantidad de actividades en las que hasta ese momento primaban la fuerza del hombre y de los animales. Fue un factor determinante del incremento de la productividad, resultó decisiva en los cambios producidos en la iluminación pública y privada, así como en los bienes de consumo puestos a disposición de la población y jugó un papel destacado en la modernización de los transportes. En tal sentido, este análisis contribuye a mejorar las estimaciones de la calidad de vida de la población en su conjunto. El presente trabajo recorre, desde distintas miradas, un análisis comparativo de indicadores que hasta el momento no habían sido combinados, como es el índice de desarrollo humano (IDH) y el consumo de energía eléctrica residencial. Se trata de un primer abordaje que plantea una serie de interrogantes sobre la evolución de la calidad de vida de la economía uruguaya y, que será a su vez, motivo de futuras investigaciones. En las siguientes páginas se presenta algunos elementos sobre la discusión de la calidad de vida y como aproximarse a analizar su evolución. En la sección tres, se comentan los antecedentes a esta investigación tanto sobre desde la línea de desarrollo humano y salario real, como desde la energía. En la cuarta parte, se presenta el consumo de energía eléctrica en la economía uruguaya, donde se plantea la importancia su desde el punto de vista del cambio técnico y el bienestar, presentando la estimación de la serie de energía eléctrica residencial, comentado su construcción y comparándola con el consumo total de la economía. En la sección quinta, se compara la evolución de los indicadores tradicionales de calidad de vida, como el IDH y sus componentes, con el consumo de energía eléctrica, tanto para Uruguay, como desde una perspectiva comparada con el desempeño de estos indicadores para Estados Unidos. También se analiza dicho consumo desde el punto de vista de la evolución a lo largo del tiempo del costo de la energía respecto del salario. Finalmente, se presentan algunas conclusiones primarias. 2 2. Debate sobre la calidad de vida La calidad de vida como objeto de estudio es un tema que se ha instalado en las investigaciones en las Ciencias Sociales. Desde diversos enfoques y en el marco de la discusión sobre estrategias de política económica para combatir las diferencias en el crecimiento entre países y determinar sus causas, se comienzan a desarrollar diferentes conceptos de calidad de vida y los respectivos indicadores para estudiar su evolución en el tiempo. El interés por esta temática se encuentra vinculado a análisis que apuntan al mejoramiento de las políticas y programas de desarrollo pero también a investigaciones de carácter más abstracto que buscan profundizar en la comprensión de la causalidad entre crecimiento económico y calidad de vida. Si bien la línea divisoria entre ambas motivaciones puede ser, a veces, sutil, en nuestro enfoque la prioridad está claramente puesta en comparar la evolución de la calidad de vida en el largo plazo e identificar las reglas o circunstancias que promueven la mejora de la misma. La discusión es qué medir y cómo medirlo. Una primera aproximación a los estudios sobre la evolución de la calidad de vida es comprender las dificultades del concepto en sí mismo. No existe una definición sobre calidad de vida pero sí una persistente búsqueda desde los años setenta por trascender las mediciones basadas exclusivamente en los ingresos incorporando otros indicadores sociales y económicos y de allí la variedad de aproximaciones necesarias para acercarnos a su objetivización. Desde mediados de la década del sesenta, con la evidencia del crecimiento de la desigualdad y la pobreza en el Mundo, constatados por los informes de Naciones Unidas y la OIT, se desarrolla una extensa elaboración teórica sobre la forma de definir y medir la calidad de vida1. A partir de los noventa el enfoque del Desarrollo Humano se torna dominante. Su aporte fundamental consiste en incorporar además de los tradicionales indicadores de ingresos como el PBI per cápita otras dimensiones que en su versión más sintética, expresada en el IDH, incluye mejoras en torno a una vida larga y saludable y en la educación2. El desarrollo de esta concepción incluirá luego otra serie de indicadores que 1 Nussbaum y Sen (1993), entre otros autores. Para construir este índice se mide la distancia entre el nivel obtenido en cada una de las variables con respecto al valor de referencia mínimo y máximo en la muestra de países observados. De esta manera se obtiene para cada una de las variables un valor que oscila entre 0 y 1, según el logro relativo con respecto a los valores de referencia utilizados. 2 Xij – min(Xik) Iij = k max(Xik) – min(Xik) Así, el IDH resulta de un promedio simple de los índices de educación, salud y nivel de vida, con lo cual se le otorga a cada variable idéntica importancia independientemente de su nivel original. IDHj = 1 I educación, j + I salud, j + I nivel de vida, j 3 3 apuntan a estimar los logros en términos de género, eliminación de la pobreza, derechos humanos, etc. El principal aporte de este índice consiste en que se trata de una medición más comprehensiva del bienestar que la de los ingresos, pero a su vez ha recibido numerosas críticas por no contemplar aspectos tales como la distribución de ingresos. Asimismo desde el punto de vista metodológico el peso arbitrario y fijo, a lo largo del tiempo y entre sociedades de distinto grado de desarrollo, de un tercio que se asigna a cada uno de los componentes (ingreso per cápita, esperanza de vida y educación) no tiene un fundamento científico. Se trata de un indicador en el que pesan más las variables de reducido rango de variación, como la esperanza de vida y la tasa de alfabetización, componente predominante en la cobertura educativa. El impacto de los cambios en los indicadores de mayor variación, como el PBI y la tasa de matriculación, es mucho menor. Esta discusión sobre la evolución de la calidad de vida se ha trasladado también a la historia. Cómo han evolucionado las distintas sociedades a lo largo del tiempo; en qué medida los logros económicos se han revertido en el bienestar global de las personas; cómo influyen las mejoras alcanzadas en algunos aspectos del desarrollo humano en el resto de los indicadores; etc. son algunas de las preguntas que nos formulamos. La investigación desde la perspectiva histórica cuenta con las propias condicionantes impuestas por la escasez de datos que obligan a una simplificación de los indicadores estudiados. Para reconstruir la evolución de la calidad de vida los historiadores han echado mano de una multiplicidad de indicadores, procurando a través de la contrastación de los diferentes resultados aproximarse al conocimiento de los distintos períodos. Señalando las dificultades específicas, tanto prácticas como conceptuales, de cada uno de los indicadores utilizados para medir la evolución histórica de la calidad de vida, Craft (1997: 667) concluye en la necesidad de ampliar las fuentes y componentes, observando de manera separada la evolución de cada uno de ellos y contrastando diferentes formas de agregación de los indicadores. Entre otras razones, las aproximaciones a la evolución del nivel de vida desde indicadores de consumo pueden resultar un interesante factor de corrección de los indicadores de ingreso (Deaton y Zaidi, 2002). Es desde esta perspectiva que nos planteamos en esta ponencia indagar sobre la relación entre diversos indicadores de calidad y nivel de vida, incorporando una nueva dimensión: el consumo de energía eléctrica residencial. Esta dimensión incluye dos aspectos fundamentales. Un primer aspecto, es que la dinámica del desarrollo tecnológico en el largo plazo impone una transición hacia el uso de portadores de energía más eficientes como son los combustibles fósiles (carbón y petróleo) y electricidad. Desde el punto de vista de la economía en su conjunto, la importancia de la electricidad tanto en el aparato productivo como en la sociedad se debe al alto grado de centralidad (polivalencia) de este sistema técnico, es decir, su enorme potencial de utilización efectiva en los distintos ámbitos de la actividad humana, mercantil, o no (Bertoni, 2002). La novedad impuesta por la iluminación eléctrica y la rapidez e higiene que se asocian a la tracción eléctrica en el transporte, modifican la fisonomía de las ciudades y los hábitos de la población. Las actividades industriales pueden contar con una fuerza motriz capaz de ser utilizada en las cantidades y por el tiempo necesario, sin la necesidad de grandes inversiones de infraestructura como imponía la máquina de vapor. Además, el 4 desarrollo de un sector eléctrico genera cambios institucionales importantes. El suministro de energía eléctrica a terceros tiene las características de servicio público y exige una fuerte inversión inicial en infraestructura. Esto impone importantes barreras a la entrada y condiciona a la industria a constituirse en una especie de monopolio natural. Como corolario se asocia al desarrollo de un papel muy activo de parte del Estado, ya sea como promotor, regulador o productor y administrador de esta forma de energía. (Bertoni, 2002). Todos estos elementos determinan al consumo de energía eléctrica como un aspecto central del desarrollo de las sociedades. Se admite generalmente que el consumo de energía eléctrica utilizada en el desarrollo industrial y en el crecimiento de las ciudades, y la cantidad de KWH (kilovatios-hora) gastada por habitante y por año, constituyen un índice primario demostrativo del desarrollo económico y social de las naciones. (Oxman 196: 5) En segundo lugar, si asumimos que el consumo de energía se entiende como una demanda derivada del consumo de bienes intensivos en el uso de la misma, entonces los cambios en la cantidad y / o tipo de energía consumida por los hogares puede convertirse en un indicador de cambios en el nivel de vida de estos. La evolución del consumo de energía eléctrica estaría reflejando de manera indirecta, los cambios en los hábitos de consumo de los hogares y especialmente la incorporación de nuevos bienes3. Desde esta perspectiva, el consumo general y su aporte a la evolución del nivel y la calidad de vida han sido señalados por diversos autores 4. La historia del consumo, tanto de los bienes no durables como los durables, ha jugado un rol importante en los debates sobre el nivel de vida, el crecimiento económico, los ciclos económicos y la distribución del ingreso. Los cambios en la composición del consumo y específicamente el porcentaje del ingreso destinado a los diferentes rubros del consumo básico de los hogares ha sido un importante indicador en la discusión sobre el proceso de industrialización y su impacto en el nivel de vida. O’Sullivan y Barnes (2006) señalan los impactos positivos en el bienestar derivados de la incorporación de energía eléctrica para uso de los hogares. Uno de los efectos se produce a través del impacto positivo en la educación y la salud de los hogares. Se observa que en hogares que cuentan con electricidad la alfabetización es más alta y los niños son menos propensos a sufrir enfermedades respiratorias (debido, por ejemplo, al uso de cocinas que utilizan combustible). Así mismo, la utilización de la electricidad supone una mejora en el bienestar de los hogares en la medida que permite ahorro de tiempo, incremento de la productividad y del ingreso. En síntesis, la transición energética hacia usos de energía más limpios, de mayor eficiencia y más productivos permite modificar la calidad de vida de los países en desarrollo. 3 La aparición de nuevos bienes en la cesta de consumo refleja el progreso económico y puede contribuir a mejorar el bienestar de las personas, en la medida que estos bienes permiten incrementar la calidad de vida en diversas esferas –alimentación, vivienda, trabajo, transporte, entretenimiento- y/o mantenerla a un menor costo. Bresnahan y Gordon (1997) 4 Deaton, (1981), Deaton y Zaidi (2002) plantean que existe un relativo consenso en que el consumo agregado es una medida resumen del nivel de vida, ya que constituye un componente importante del bienestar de las personas. Shammas (1993). 5 Adequate and affordable supplies of electricity and modern fuels must be available to households if they are to have a good living standard. Safe, reliable, and good-quality energy services— lighting, heating, cooking, and motive and mechanical power—are only available to households when they use electricity and modern fuels. (O’Sullivan y Barnes, 2006) 3. Antecedentes a esta investigación El presente trabajo intenta articular diversas líneas de investigación que se vienen desarrollando dentro de la historia económica en el Uruguay con el objetivo de aportar nuevos indicadores sobre la evolución de la calidad de vida. Por un lado, una serie de investigaciones anteriores se han planteado como objetivo la reconstrucción del nivel y la calidad de vida para Uruguay y su comparación con países de la región y países centrales. Una perspectiva de largo plazo de la evolución del salario real básico y su comparación con los países de la región y centrales fue desarrollado en diferentes trabajos por un equipo de investigación del Programa de Historia Económica y Social de la Facultad de Ciencias Sociales (Bértola et, al. 1999 y Bértola, et. al. 1999b). Bértola (2000) retoma estos trabajos, incluyéndoles aspectos relativos a la distribución del ingreso y la cobertura educativa. Estos estudios han tenido como eje metodológico la estimación de paridades de poder de compra de los salarios para realizar las comparaciones internacionales. Desde la perspectiva de la reconstrucción de un IDH histórico se han producido avances que incorporan la evolución del indicador y sus componentes para una serie de países latinoamericanos. La primera contribución importante fue realizada por Astorga y FitzGerald (1998) y la Oxford Latin America Data Base (OXLAD), publicado como un apéndice en Thorp (1998) y luego mejorado en Astorga, et. al. (2004). El índice combina PBI per cápita, tasas de alfabetización y esperanza de vida en el llamado Índice Histórico de Standard de Vida para seis países latinoamericanos a lo largo del siglo XX y para trece países latinoamericanos desde 1950. Una nueva versión del IDH histórico para Argentina, Brasil y Uruguay aporta el trabajo de Camou y Maubrigades (2005) que mejoraron a Astorga y FitzGerald (1998) no utilizando las tasas de alfabetización en su abordaje de la educación sino que incorporaron la tasa de matriculación combinada así como algunos cambios en los parámetros de acuerdo a primeras versiones de Prados de la Escosura (2004). Bértola, et. al. (2007) profundizan en esta línea de investigación, focalizando en la comparación en términos de Desarrollo Humano entre los países del Mercosur y cuatro países centrales (Francia, Alemania, Reino Unido y Estados Unidos) a lo largo del siglo XX. En este trabajo se hacen diferentes intentos de construir diversos índices cambiando las ponderaciones de los componentes del IDH para explicar mejor la evolución del mismo. Una contribución de este artículo es la construcción de un índice de desarrollo humano histórico, ajustado por desigualdad, para Uruguay y Estados Unidos. 6 Desde el punto de vista del estudio de la energía, diversos trabajos han abordado la temática de la relación entre desarrollo y energía en el largo plazo en el Uruguay. Estos pretenden analizar la vinculación de los problemas del crecimiento económico con la disponibilidad y consumo de energía, con las condiciones específicas en que se han procesado las transiciones energéticas, la dotación de recursos energéticos domésticos y los condicionantes al desarrollo de ciertas actividades intensivas en energía. Bertoni (2002) realiza una primera investigación profunda y global sobre la adopción y difusión de la energía eléctrica de Uruguay, desde un enfoque del cambio técnico. Bertoni y Román (2006) retoman el estudio de la transición energética en Uruguay incorporando estimaciones de la energía tradicional (leña) y analizan la relación entre consumo de energía y crecimiento económico en el largo plazo. En otro trabajo, estos mismos autores se centran en el consumo de carbón mineral vinculándolo al crecimiento económico del Uruguay y al desarrollo de algunas actividades productivas (Bertoni y Román, 2007). En esta misma línea, como resultado del trabajo de Carracelas, et. al. (2006), para identificar “modelos de estructura tarifaria” contamos hoy con una extraordinaria base de datos que nos informa del precio de la electricidad desde 1912 hasta 2000 y con una interpretación de los factores institucionales que determinan el nivel, la evolución y la discriminación de las tarifas eléctricas en Uruguay. 4. El consumo de energía eléctrica en la economía uruguaya 4.1 La energía eléctrica: cambio técnico y bienestar Los primeros años del siglo XX coinciden con novedades sustanciales en la tecnología energética disponible. La electricidad y los derivados del petróleo configuraron un nuevo escenario energético que ofreció la posibilidad de incrementar notablemente la productividad de la industria, el desarrollo de los transportes y el nivel de vida de gran parte de la población. Estas transformaciones tuvieron lugar en los países capitalistas avanzados, pero se difundieron rápidamente a las demás regiones del mundo, aunque con grados de penetración muy dispares. La electricidad se convirtió en una realidad comercial en la década de 1880, provocando cambios fundamentales en el uso de la energía moderna.5 A pesar que su producción necesitaba de una máquina de vapor o de una turbina hidráulica y esta transformación implicaba inevitablemente pérdidas de energía, su ventaja estribaba en la flexibilidad. Podía utilizarse para generar luz, calor o fuerza y se transportaba con facilidad a domicilios y fábricas. La difusión de la energía eléctrica supuso la incorporación de la energía moderna en gran cantidad de actividades en las que hasta ese momento primaban la fuerza del hombre y de los animales. Fue un factor determinante del incremento de la productividad, resultó 5 “Puede admitirse que la Industria eléctrica nació en el año 1881, al realizarse en París la Exposición Internacional de Electricidad en la que Thomas A. Edison presentó su sistema de generación y distribución de electricidad, ya que inmediatamente después empezaron a aparecer las primeras centrales eléctricas y redes de distribución: Nueva York en 1882, Milán 1883, etc.” (Comisión de Integración Eléctrica Nacional –CIER- 25 años. Historia...) 7 decisiva en los cambios producidos en la iluminación pública y privada, así como en los bienes de consumo puestos a disposición de la población y, sobre todo significó una oferta de “energía limpia” en los hogares. En síntesis, la diversidad de aplicaciones de la electricidad ha contribuido al mejoramiento de las condiciones de vida de las sociedades humanas. 4.2 Uruguay y la energía eléctrica Los primeros pasos en el proceso de adopción de la energía eléctrica en Uruguay se producen en los años ochenta del siglo XIX, como resultado de la incorporación del sistema técnico ligado a esta nueva fuente de energía por parte de empresas extractivas y manufactureras (Bertoni, 2002). Antes de finalizar la década de 1880 tuvieron lugar los primeros ensayos para la iluminación eléctrica de Montevideo. Una modesta central térmica en la calle Yerbal, propiedad de la “Sociedad Anónima de Alumbrado a Luz Eléctrica La Uruguaya”, ofreció el servicio público de iluminación a partir de 1887. Pero, la compañía debió vencer muchas dificultades financieras (y también técnicas) para cumplir con el contrato celebrado y es recién después de 1895 –en que se inaugura una nueva usina térmica en Arroyo Seco– que puede hablarse de un suministro relativamente regular de energía eléctrica en Montevideo. En el interior, la primera localidad que contó con servicio público de electricidad fue Salto (1894). Hacia 1909, la ampliación de la usina termoeléctrica de Arroyo Seco (Montevideo) aseguró, además del suministro de electricidad las veinticuatro horas, la potencia suficiente para abastecer a la industria con fuerza motriz; y, en el interior del país, el régimen de concesiones había permitido la difusión de la electricidad, contando con este servicio trece localidades al iniciarse la segunda década del siglo XX. Quizá pocas innovaciones se incorporaron tan rápidamente a la sociedad uruguaya, supuestamente alejada de la frontera tecnológica, como la electricidad. A pesar que el ritmo en la difusión y la intensidad en el uso de esta forma de energía muestran cierto retraso relativo de Uruguay respecto a otras regiones, el impacto en la actividad productiva y en la calidad de vida no puede soslayarse. Como primera aproximación a la penetración del sistema técnico de la energía eléctrica se presentan a continuación algunos indicadores de la difusión de la electricidad en el país. La cantidad de usuarios que se encuentran conectados al servicio público de electricidad es un dato importante para dimensionar su cobertura. Las fuentes disponibles han permitido confeccionar una serie para todo el país a partir de 1909. En el Cuadro 1 se presenta la evolución del número de servicios (aproximadamente en quinquenios) que figuraban como suscriptores registrados de las Usinas Eléctricas (estatales y privadas) y también el consumo promedio y la cantidad de servicios en relación a la población total del país. 8 Estas cifras globales ofrecen un buen acercamiento a la forma en la que se procesó la implantación de la energía eléctrica (Columna 1). A su vez, el consumo promedio permite apreciar variantes en las características de la difusión (Columna 2); esto es, la influencia que tiene la extensión del servicio sobre la intensidad en el consumo de energía eléctrica. Por último, la relación entre la cantidad de suscriptores y el total de la población, representaría una aproximación a la tasa de cobertura (Columna 3). El comportamiento de estos indicadores pone en evidencia que la extensión de los servicios de energía eléctrica permitió la rápida incorporación de hogares y/o empresas; el incremento de la cobertura es muy marcado en los primeros cuarenta años del siglo XX, lo que se asocia a la “etapa fácil” de la electrificación, resultado del importante grado de urbanización que ostentaba el país. Cuadro 1. Dinámica de la difusión de la energía eléctrica Consumo Suscriptores Consumo Suscriptores Suscriptores Promedio cada 1000 Suscriptores Promedio cada 1000 Año Año (1) kWH habitantes (1) kWH habitantes (2) (3) (2) (3) 8.909 464 8 471.377 1646 198 1909 1955 30.410 805 24 579.377 1756 228 1914 1960 58.999 803 41 656.101 2036 244 1920 1965 113.697 668 71 693.583 2491 247 1926 1970 162.557 644 96 758.465 2559 268 1929 1975 241.538 587 129 816.574 3314 280 1935 1980 312.273 787 157 862.522 3590 287 1940 1985 313.043 1183 145 982.487 3790 318 1947 1990 360.869 1359 161 4600 338 1950 1995 1.077.000 5390 359 2000 1.184.000 Fuente: Carracelas, Ceni y Torrelli (2006); INE. Hacia 1940 el número de servicios representaba 157 suscriptores cada mil habitantes de la población. Desde entonces y a lo largo de casi una década, dicha tasa de cobertura sufre un deterioro que se explica por las restricciones impuestas por la guerra a la inversión en instalación de nuevos servicios. La evolución, a partir de los años cincuenta, se caracteriza por un lento crecimiento debido a que se van alcanzando niveles altos de cobertura: hacia final del período los servicios de la UTE alcanzan 359 suscriptores cada mil habitantes6. El “consumo promedio” ofrece interesante información. El importante impulso de electrificación operado hasta 1940 hizo que la cantidad de energía consumida por habitante descendiera. Una explicación para ello puede encontrarse en el hecho de que el gran crecimiento de los servicios se dio en los hogares, donde la iluminación era el uso básico que se hacía de la electricidad y por ende el consumo era mínimo. 6 En los últimos años, el crecimiento de las tasas de cobertura se asocian al desarrollo de esfuerzos por concretar la electrificación del medio rural. 9 A partir de los años cuarenta el consumo promedio por suscriptor aumenta de manera similar a la expansión de los servicios, lo que se explicaría por dos procesos paralelos. Por un lado, el crecimiento acelerado de la industria y por otro, el importante incremento en el poder adquisitivo operado en lo sectores asalariados desde mediados de la década de 1940, que permitió que los electrodomésticos se constituyeran en un bien normal para los hogares7. 4.3 La electricidad ¿insumo o bien final? El manejo de la información sobre el consumo de energía eléctrica según su uso final ofrece dificultades en el largo plazo, debido a los diferentes criterios de registro utilizados en las fuentes consultadas. Recién a partir de 1946 se cuenta con series que discriminan el consumo entre los sectores residencial, comercial, industrial, tracción y alumbrado público. En Bertoni (2002) se realiza un ejercicio de aproximación al uso de la energía eléctrica como insumo o bien final, cuyos principales resultados fueron los siguientes: 1) el consumo de electricidad por el sector industrial, desde el comienzo de la producción de fuerza motriz como servicio público (1909) fluctuó en torno al 40% del total consumido, hasta la Segunda Guerra Mundial; 2) después de un importante crecimiento, en la inmediata posguerra y, hasta promediar los años cincuenta, la participación del consumo industrial en el consumo total de electricidad se ubicó en los niveles más altos del siglo, manteniéndose entre 1946 y 1954 por encima del 50%; 3) desde 1955 se inicia una prolongada caída que en los primeros años de la década de los setenta ubica la participación del consumo industrial en una cifra similar a la de 1914 (32%). 4) Finalmente, a pesar de una recuperación en la segunda mitad de la década de 1970, la participación del consumo industrial de energía eléctrica se observa decreciente en el último cuarto del siglo XX. Estos distintos escenarios obedecerían, en algunos casos, a factores asociados al descenso del nivel de actividad de la industria y, en otros, al fuerte incremento en el consumo de los hogares. Desde mediados de los años cuarenta se cuenta con información sobre el consumo de energía eléctrica por sectores (Gráfico 1). A partir de ello es posible observar un incremento muy importante de la participación del consumo residencial, hasta los primeros años de la década del sesenta. 7 El salario real tuvo un incremento promedio de 46% entre 1941 y 1956 según Bértola et. al. (1999). 10 Gráfico 1 Consumo energía eléctrica por sectores (% sobre total) 60 1955 50 40 30 20 10 Ind Resid Comer Alumb 1990 1988 1986 1984 1982 1980 1978 1976 1974 1972 1970 1968 1966 1964 1962 1960 1958 1956 1954 1952 1950 1948 1946 - Tracc Fuente: Bertoni (2002). El uso de electricidad por los hogares se multiplicó por ocho entre 1946 y 1963, al tiempo que se duplicaron los servicios, por lo que se puede inferir una intensificación en la utilización de la energía eléctrica por parte de las familias. Esto ayudaría a explicar el importante mejoramiento en el nivel de vida de la sociedad uruguaya por aquellos años, lo que es ineludible asociar al fenómeno de la difusión de la “línea blanca” de electrodomésticos. El fenómeno operado en la participación relativa del consumo residencial y doméstico fue catalogado como “poco usual”, por calificados técnicos que analizaron la situación del sector energético en Uruguay, en el marco de los planes de desarrollo estratégico en estudio en los años sesenta. En uno de aquellos trabajos se señalaba: La participación del consumo por tipos de usuario muestra un cuadro poco usual, pues el consumo residencial supera al industrial, 48 por ciento contra 39 por ciento. Esta situación es el resultado de diversos factores económicos y sociales, entre los cuales juegan papel preponderante el estancamiento industrial, la progresiva urbanización de la población, el equipamiento doméstico en artefactos eléctricos, y la política de precios y tarifas seguidas en el sector energía, que ha tenido por efecto alentar el consumo en dichos artefactos. El mejoramiento del nivel de vida supone un cierto incremento en el consumo residencial de electricidad, pero lo ocurrido en Uruguay en los últimos años tiene muy poca relación con el ingreso per cápita… el crecimiento del PBI a precios constantes en el período 1946-1961 fue de 2.7 por ciento acumulativo anual, y la variación en el consumo de energía eléctrica en el mismo período tuvo un aumento del 8.5%, con lo cual la elasticidad resultante es de 3.1. Esta relación no puede considerarse válida hacia el futuro pues… hoy en día [1967] el servicio eléctrico satisface una elevada proporción (87.7%) de las necesidades residenciales urbanas8. 8 UNIÓN PANAMERICANA – OEA (1967) Evaluación del Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social de la República Oriental del Uruguay 1965-1974 (Informe presentado por la Secretaría General de la OEA al Comité ad hoc –ALPRO- y al Gobierno del Uruguay (pp. 389-390) 11 Si se acepta, entonces, que el incremento en el consumo de energía eléctrica se asocia a mejoras en la calidad de vida de las personas, resulta necesario contar con una serie larga de consumo residencial de electricidad para comparar su dinámica con la de otros indicadores de calidad de vida. Es por ello que se procedió a realizar una estimación para todo el siglo XX. 4.4 Energía eléctrica residencial El manejo de la información sobre el consumo de energía eléctrica según su uso final ofrece dificultades en el largo plazo, debido a los diferentes criterios de registro utilizados. Recién a partir de 1946 –como se refirió anteriormente – se cuenta con series que discriminan, para todo el país, el consumo del sector residencial (Memorias de la UTE). Para el período anterior, a partir de una serie de supuestos se estimó el consumo de energía eléctrica residencial. Entre 1913 y 1945 no se dispone del consumo residencial de todo el país, pero se cuenta con el consumo particular de Montevideo (este consumo particular incluye el consumo residencial y comercial). Por lo tanto, se consideró la variación del consumo de Montevideo y se retroproyectó el valor de 1946 hasta el año 1913, bajo el supuesto que la variación del consumo del interior era la misma que la de Montevideo. Para el primer período 1896-1912, se utilizó una serie de consumo de energía eléctrica no industrial para todo el país (que incluye el consumo residencial, comercial, tracción y alumbrado público) y que maneja Bertoni (2002). Se aplicó entonces al valor del año 1913, la variación de esta serie. Para los años 1913-1920 que se pudo acceder a información sobre el consumo de energía eléctrica “particular”, se observó que la brecha entre ambas series se mantiene relativamente constante, por lo que resulta razonable asumir que para el período anterior a 1913, la variación del consumo no industrial constituye una buena aproximación al consumo particular. 12 Cuadro 2. Síntesis de la construcción de la serie de consumo de energía eléctrica residencial del Uruguay 1896-2000 1947-2000 Consumo de energía eléctrica residencial del país. Fuente: Memorias de la UTE e INE 1913-1946 Al valor de 1946 se le aplicó la variación del consumo de energía eléctrica particular de todo Montevideo (incluye consumo residencial y comercio). Fuente: Carrecelas, Ceni y Torrelli (2006). 1896-1912 Al valor de 1913 se la aplicó la variación del CEE no industrial del país (incluye consumo residencial, comercial, tracción y alumbrado público). Fuente: Betoni, 2002 De esta manera se llega a obtener el consumo de energía eléctrica residencial desde 1896, que muestra una evolución creciente a lo largo del siglo, como se representa en el gráfico 2. Al comparar este comportamiento con el consumo total de energía eléctrica es posible observar un patrón muy similar. Sin embargo, es posible identificar una primera etapa de mayor crecimiento del consumo residencial, tendencia que se revierte a partir de la posibilidad de generar fuerza motriz para la insipiente industria (1909-1910). Desde entonces se constata una mayor dinámica en el consumo de energía eléctrica no residencial reflejo del proceso de intensificación de la industrialización; esto hace que la brecha se amplíe entre la década del veinte y los sesenta. Finalmente, en los últimos cuarenta años y a partir del agotamiento del modelo de sustitución de importaciones, la brecha se reduce como resultado del mayor crecimiento relativo que experimenta el consumo residencial. Gráfico 2. Consumo de energía eléctrica residencial y total en miles de kwh (1896-2000) (escala semilogarítmica) 10000000 1000000 100000 10000 1000 Consumo energía eléctrica residencial (miles Kwh) 2000 1996 1992 1988 1984 1980 1976 1972 1968 1964 1960 1956 1952 1948 1944 1940 1936 1932 1928 1924 1920 1916 1912 1908 1904 1900 1896 100 Consumo energía eléctrica total kwh (miles de kwh) Fuente: Consumo de energía eléctrica residencial: Elaboración en base a Memorias de las Usinas Eléctricas del Estado, Carracelas, et. al. (2006) y Bertoni, (2002). Consumo de energía eléctrica total: 1896-1991 de Bertoni (2002) y 1992-2000 de Carracelas et. al. (2006). 13 5. Consumo de energía eléctrica: un indicador de calidad de vida. En esta sección se presenta una aproximación comparativa a la relación entre los indicadores tradicionales de calidad de vida, con el consumo de energía eléctrica residencial. 5.1 Indicadores tradicionales de calidad de vida y el consumo de energía eléctrica. Una primera aproximación a la relación entre IDH y consumo de energía eléctrica puede realizarse desde un análisis gráfico del comportamiento conjunto de ambas variables entre 1900 y 2000. A partir del gráfico 3, se observa en el largo plazo una correlación positiva entre ambas series, con un coeficiente de correlación de 0.83. Esto indicaría que, a lo largo del tiempo, el incremento del IDH está asociado a un incremento en el consumo de energía eléctrica residencial, lo que –sin embargo- no determina una relación de causalidad, tema que no es objeto de discusión en este trabajo. Esta evolución se constata para la mayor parte del período, salvo situaciones coyunturales de carácter global como pudieron ser la Primer Guerra Mundial, la crisis de los años 30, la Segunda Guerra Mundial que afectaron el crecimiento del IDH; o circunstancias domésticas excepcionales como las inundaciones de 1959 que determinaron una reducción del consumo de energía eléctrica. Gráfico 3. Consumo de energía eléctrica residencial per cápita (en log ) e IDH 1900-2000 1000,000 1958 100,000 log CEERPC 1933 1943 10,000 1916 1913 1,000 1900 0,100 0,300 0,350 0,400 0,450 0,500 0,550 0,600 0,650 0,700 0,750 0,800 IDH Fuente: Consumo de energía eléctrica residencia per cápita: ver Cuadro 2 y la serie de IDH obtenida de Bértola et. al. (2007). 14 Resulta difícil comparar gráficamente los indicadores tradicionales de la calidad de vida -tales como el IDH, la esperanza de vida y la cobertura educativa - que son índices compuestos y se mueven dentro de un rango determinado, con el consumo de energía eléctrica que es un indicador de consumo de un bien nuevo que se difunde rápidamente. Por esta razón hemos optado por analizar los desempeños de manera separada. La evolución de la serie de consumo de energía eléctrica residencial de todo el país para el período 1896-2000 (gráfico 4) muestra un desempeño muy dinámico a lo largo del mismo. Si dejamos de lado el primer dato de la serie, que corresponde sólo a unos meses de ese año, entre 1897 y 2000 el consumo de energía eléctrica para uso residencial creció a una tasa acumulativa anual de 8,6%, pasando de algo más de 600 a casi 3 millones de kWH. La expansión del consumo denota una dinámica muy importante hasta los primeros años sesenta del siglo XX, en que la tasa de incremento supera el 11%; en los últimos cuarenta años se aprecia una desaceleración, pero manteniéndose por encima del 4%. Este comportamiento respondería al hecho de que en los años sesenta se habría alcanzado cierto umbral de consumo residencial, como consecuencia de la incorporación de los electrodomésticos básicos. Los escenarios de más rápido crecimiento del consumo residencial se ubican en la década previa a la Primera Guerra Mundial, años de implantación del nuevo sistema técnico y en las dos décadas siguientes a la Segunda Guerra Mundial, que se corresponden con un fuerte empuje en la demanda del fluido. 15 Gráfico 4 Gráfico 5 Consumo de energía eléctrica residencial per cápita (escala semilogarítmica) (1900-2000) IDH (1900-2000) .8 1000 .7 100 .6 .5 10 .4 1 .3 00 10 20 30 40 50 60 70 80 90 00 00 10 20 30 Gráfico 6 40 50 60 70 80 90 00 Gráfico 7 Esperanza de Vida (1900-2000) Educación (1900-2000) 1.0 1.0 0.9 0.9 0.8 0.8 0.7 0.7 0.6 0.5 0.6 0.4 0.5 0.4 0.3 00 10 20 30 40 50 60 70 80 90 00 00 10 20 30 40 50 60 70 80 90 00 Fuentes: Consumo de energía eléctrica residencial, ver cuadro 2. IDH, Esperanza de Vida y Educación de Bértola, Camou, Maubrigades y Melgar (2007). Con respecto al índice de desarrollo humano y su evolución a lo largo del período (gráfico 5), se evidencian dos escenarios de país; uno que se mantiene hasta mediados de siglo, donde si bien se enfrentan crisis y necesarios cambios de rumbo económico, la sociedad en su conjunto todavía se beneficiaba de los frutos del desarrollo. El dinamismo del IDH entre 1900 y 1960 se enmarca en el contexto de importantes avances en los componentes de esperanza de vida y educación, durante este período disminuye drásticamente el analfabetismo y la tasa de mortalidad. A partir de los sesenta el desarrollo humano tiende a reducir su ritmo de crecimiento y prácticamente se estanca. 16 Otro escenario, que puede observarse a partir de los años sesenta, donde las crisis económicas se agudizan, la distribución del ingreso empeora y las condiciones de vida de la población en su conjunto mejoran a un ritmo más lento. A esto se suma que dos componentes del IDH -esperanza de vida y cobertura educativa- se encuentran cerca de su máximo y por lo tanto el índice pierde poder explicativo. El Uruguay muestra un desempeño en términos de esperanza de vida y nivel educativo que no tiene correlato con la evolución del PBI per cápita. Esto refleja características propias del desarrollo del país que alcanza un alto nivel de IDH por el crecimiento de los componentes no relacionados directamente con el ingreso. Al respecto, en otros trabajos hemos realizado advertencias sobre este sesgo en el indicador del IDH (Bértola, et al. 2007). La esperanza de vida al nacer expresa una síntesis de la evolución combinada de factores como el ingreso, la salud, los hábitos de vida, el grado de incorporación de pautas de consumo saludables, la relación con el entorno, etc. En Uruguay a lo largo del siglo XX pueden constatarse dos grandes cambios de nivel en términos de esperanza de vida al nacer: un primer momento a finales de la década del diez y un segundo a finales de los cuarenta. Desde la perspectiva sanitaria, los cambios del primer período se asocian a la evolución de la asistencia pública, la extensión del uso de las vacunas y la sulfas (Damonte, 1994); los del segundo, a la aparición de los antibióticos y la incorporación de nueva tecnología médica. En parte estos cambios obedecen a la apropiación de avances tecnológicos generados a nivel mundial y que son de rápida transmisión, no requiriendo esfuerzos domésticos de adaptación. En cuanto al componente de educación del IDH -que se construye en base a la tasa de alfabetización (2/3) y la cobertura educativa (1/3)- su importante avance en las primeras décadas del siglo XX podría estar explicado en gran parte por el peso de la tasa de alfabetización que en Uruguay alcanza tempranamente niveles relativamente altos y ya en la década del sesenta la extensión es prácticamente universal (Camou y Maubrigades, 2005). También para este indicador pueden observarse dos grandes períodos que tienen un punto de quiebre a mediados de la década del ’60. En la primera etapa Uruguay logró rápidamente, a través de una relativamente temprana extensión de la enseñanza primaria, gratuita y obligatoria, reducir el analfabetismo, pero no ha alcanzado aún la universalización de la enseñanza secundaria, ni altos niveles de participación en la enseñanza terciaria, lo que explicaría la pérdida de dinamismo en el segundo período. La forma en que se construye el índice de desarrollo humano, y en particular el componente sobre la educación ha sido discutida en otros trabajos (Bértola, et. al. 2007). En este sentido se señala, que el mismo, tiene algunas debilidades para explicar en profundidad etapas diferentes del desarrollo; por tanto en la medida que la tasa de alfabetización llega a un tope en su expansión, el indicador pierde poder explicativo y deberían contemplarse pesos relativos diferenciales para la incorporación de los distintos niveles educativos de la población. Si analizamos las cuatro series de manera conjunta encontramos algunas regularidades en cuanto al desempeño relativo. La década del sesenta aparece como un “parte aguas”, diferenciando dos etapas: entre 1900 y 1960 las cuatro series presentan un 17 mayor dinamismo mientras que después de los sesenta se observa un menor crecimiento en todas; sin embargo debe destacarse que en este segundo período el consumo de energía eléctrica se diferencia de los otros indicadores presentando nuevos escenarios de crecimiento, fundamentalmente al final del período. En este segundo escenario que se perfila a partir de los sesenta, mientras que el desarrollo humano se estanca, el consumo de energía eléctrica sigue expandiéndose, aunque a un menor ritmo, lo que refuerza la idea de que el consumo de energía eléctrica aporta información sobre aspectos de la calidad de vida que el IDH deja de captar. Del análisis realizado puede concluirse que la relación entre el consumo de la energía eléctrica y el resto de los indicadores no es homogénea. El aumento de la esperanza de vida y la expansión del consumo de energía eléctrica estarían asociadas de manera directa en la medida que esta última implica mejoras de las condiciones de vida, de la higiene, del acceso a los servicios públicos, del confort al interior del hogar, generándose un círculo virtuoso entre crecimiento y expansión de ambas variables. En el caso de la educación el vínculo no parece ser tan lineal, ni determinante mutuamente. Sin embargo, el crecimiento de ambos indicadores se asocia de manera más general a un proceso de modernización de la sociedad, que demanda cada vez en mayor medida actividades y pautas de consumo dependientes del uso de la energía eléctrica. 5.2 Desempeño relativo de la Calidad de Vida en Uruguay y Estados Unidos Resulta así mismo interesante, relativizar el desempeño de ambos indicadores al compararlos con la evolución que ambos presentan con respecto a Estados Unidos. 18 Gráfico 8 Evolución del IDH y consumo de energía eléctrica residencial 1900-2000: Uruguay y EE.UU (EE.UU=100) 120 100 80 60 40 20 0 1900 1910 1920 1930 1940 1950 IDH UY/EEUU 1960 1970 1980 1990 2000 CEER UY/EEUU Fuente: Consumo de energía eléctrica residencial per cápita Uruguay: Cuadro 2; IDH: Bértola, et. al. (2007). Estados Unidos, consumo de energía eléctrica 1912-1970: Bureau of the census and the Department of Commerce of United States, (1975) Historical Statistics of the United States, Part II, page 811, 1970-2000: http://www.census.gov/compendia/statab/energy_utilities/, población: Maddison (2001) Nota: Los valores de CEER e IDH son valores cada diez años. El primer valor de consumo de energía eléctrica residencial de EEUU es de 1912. Como se desprende del gráfico 8, los niveles obtenidos de desempeño relativo del IDH nos ubican en una posición mucho más ventajosa y refleja una convergencia mayor con Estados Unidos, que la comparación en términos de consumo de energía eléctrica residencial. Los altos niveles de IDH alcanzados por Uruguay, sin embargo, no estarían reflejando niveles de vida semejante con respecto al consumo de bienes dependientes de la energía eléctrica, ni del confort que de ellos se deriva. El consumo de energía eléctrica nos ubica a una distancia relativa de Estados Unidos mucho mayor que el IDH y la misma se profundiza en la época de mayor crecimiento de este último (1940-1980). Hacia finales del período esta situación tiende a revertirse. Esta comparación revela las limitaciones del IDH para reflejar comportamientos relativos de países que ya han alcanzado cierto grado de desarrollo respecto de los líderes. Con respecto al acceso a la energía eléctrica en forma generalizada, puede observarse que Uruguay pierde posiciones desde los años veinte, manteniendo esta tendencia a lo largo del período. Esta permanente distancia entre ambos países refleja claramente la apropiación por parte de Estados Unidos del paradigma tecnológico asociado al uso eficiente de la energía eléctrica y el incremento exponencial de su uso. En cambio, Uruguay llega tarde a este paradigma y muestra un crecimiento económico y social lento y desigual. La permanencia de otras fuentes de energía menos eficientes, con impactos 19 negativos en el medio ambiente -como es el caso del consumo de leña para calefacción especialmente que para el año 2000 representa el 42% del total de energía consumida a nivel residencial- evidencia un proceso de transición que aun continúa. Estos resultados nos permiten enriquecer la comparación respecto de los indicadores que integran el IDH, donde sus avances responden a intervenciones en estructuras sociales que cambian más lentamente, con otro tipo de indicadores, de naturaleza más dinámica, para los cuales las fronteras de desarrollo son mucho mayores y permiten seguir avanzando y mejorando su aplicación a las condiciones de vida de la población. 5.3 La accesibilidad a la energía eléctrica: una aproximación desde los salarios Siendo el consumo de energía eléctrica residencial un indicador de calidad de vida, es importante aproximarse a las posibilidades de acceso a esta forma de energía por parte de los hogares. Desgraciadamente no existen en Uruguay fuentes que ofrezcan de manera directa esta información en el largo plazo. Otra forma de aproximación a la calidad y al nivel de vida es a través de la evolución de los salarios reales que presenta la ventaja frente al componente de ingresos -el PIB per capita- utilizado por el IDH, de reflejar el ingreso real de los mayores contingentes de la población: los asalariados. En esta sección se realiza un ejercicio que pretende generar hechos estilizados de la evolución conjunta del costo promedio de la electricidad para los consumidores residenciales y los ingresos salariales. El procedimiento consistió en utilizar el consumo promedio de energía eléctrica por parte de las viviendas existentes en años determinados (benchmarks) y estimar el costo del mismo, aplicando la tarifa vigente correspondiente a la cantidad de kWH consumidos9. Una vez obtenido dicho costo, se calculó el porcentaje que este representaba en el salario nominal vigente10. Debe advertirse que no se trata de una medida del consumo promedio de los suscriptores residenciales, pues no se cuenta con esta información, sino del consumo residencial prorrateado por el total de las viviendas. Este cálculo determina una subestimación del gasto en energía eléctrica promedio. Para tener una aproximación a la dimensión de ese sesgo, se realizó una comparación con los datos publicados en 1946 sobre el “costo de vida de la familia obrera de Montevideo” y se constató que se estimaba allí en un 2% el gasto en energía eléctrica. La diferencia es significativa, ya que nuestro cálculo ubica en 1% esa cifra; no obstante, lo relevante no es el nivel sino el comportamiento en el tiempo del indicador, es decir su variación. Ello permite interpretar cómo se amplió o retrajo el gasto en energía eléctrica como porcentaje del salario a lo largo del tiempo. 9 Se utilizó para ello el trabajo de Carracelas et. al.(2006), donde se reconstruyeron los pliegos tarifarios para todo el siglo XX. 10 La serie de salarios fue obtenida de Bértola et. al. (1999). 20 Los resultados del ejercicio realizado se presentan en el Gráfico 9. Surge de la observación del mismo una aproximación interesante respecto a la evolución de la accesibilidad de los asalariados a la energía eléctrica. Podría decirse que a lo largo del siglo XX se aprecian cuatro contextos diferentes. Entre 1908 y 1940 el gasto en energía eléctrica habría tenido una evolución creciente como porcentaje de los ingresos salariales en un escenario de fuerte incremento del consumo promedio de electricidad. Debe señalarse, sin embargo, que mientras el consumo se multiplicó por 17, la participación del gasto en electricidad en el salario sólo lo hizo por 4; lo que reflejaría un abaratamiento relativo de la energía eléctrica. Gráfico 9 Consumo promedio de energía eléctrica por vivienda (kWH) e incidencia en el salario medio (%) 2.50 200.0 2.00 160.0 Consumo Mensual EE (kWH) % EE en Salario 140.0 1.50 120.0 100.0 1.00 80.0 60.0 0.50 40.0 Consumo mensual de EE (kWH) 180.0 EE en Salario (%) 20.0 1996 1992 1988 1984 1980 1976 1972 1968 1964 1960 1956 1952 1948 1944 1940 1936 1932 1928 1924 1920 1916 1912 0.0 1908 0.00 Fuente: Salarios de Bértola et. al. (1999), Consumo de energía eléctrica residencial: cuadro 2. La explicación a este fenómeno se encuentra en la política de tarifas del servicio público de electricidad. En un trabajo fermental sobre los modelos de estructura tarifaria en Uruguay durante el siglo XX, se afirma que el período comprendido desde la creación de las Usinas Eléctricas del Estado (1912) hasta 1944, se caracterizó por la estabilidad nominal de las tarifas y la preocupación por la universalización de los servicios; allí, citando a testimonios de época se agrega: “… en 1951 la propaganda de la empresa se basaba justamente en el logro de haberlas rebajado [a las tarifas] en la primera mitad del siglo. Presentaba entonces la evolución del precio de la electricidad en el país en relación con una estimación del crecimiento de los ingresos familiares, afirmando que mientras el precio de la energía eléctrica disminuyó en los 35 años comprendidos entre 1915 y 1950, los ingresos familiares crecieron más del 300%.” (Citado en Carracelas, et. al. 2006:96) Un segundo escenario emerge del análisis del período comprendido entre 1940 y 1963. Entonces se aprecia un comportamiento muy diferente al encontrado para 1908-1940, ya que el extraordinario incremento del consumo de energía eléctrica no se corresponde con 21 una participación creciente del gasto de energía eléctrica en el salario. Por el contrario, entre 1940 y 1950, el consumo promedio de electricidad por vivienda se incrementa en un 53%, en tanto que la participación del gasto en electricidad en los salarios cae más de un 50%. Si bien entre 1950 y 1960 los dos indicadores crecen, una vez más el consumo es mucho más dinámico (127% frente a un incremento de la participación en los salarios de 38%) y nuevamente entre 1960 y 1963 vuelve a incrementarse el consumo, cayendo la participación del costo de la electricidad en relación al salario (mientras que el primero crece un 37% el segundo cae un 4%). A pesar de las dificultades de interpretación que imponen los indicadores utilizados, resulta muy significativa la relación detectada, sobre todo porque el contexto histórico en que se aprecia el fenómeno permite reafirmar el hallazgo. El modelo de desarrollo introvertido, que caracteriza a la economía uruguaya en las décadas en cuestión, se basó en una muy fuerte regulación de los mercados por parte de un Estado que condiciona –con su intervención– los flujos de la inversión pública y privada e intenta articular las fuerzas de la oferta y la demanda para dar viabilidad al propio modelo. Es en este contexto que se explica la fijación administrativa de los precios de ciertos bienes y servicios e incluso de los factores de producción. Para entender la extraordinaria expansión del uso de la electricidad y, en paralelo, la pérdida de peso de este rubro en los gastos de los asalariados, es necesario manejar la dinámica de la demanda y la política de precios de la electricidad. La expansión del consumo de la denominada “línea blanca” de electrodomésticos (cocina, heladera, calefón, etc.) habría determinado, en esas décadas, una demanda derivada de energía eléctrica desde los hogares, sumado a la difusión de esta fuente de energía reflejada en el incremento del número de suscriptores. La política tarifaria generó una fuerte sinergia, permitiendo que el consumo de electricidad no compitiera en la restricción presupuestal de los hogares con otros bienes y servicios básicos. De manera explícita el Directorio de la empresa pública que detentaba el monopolio de la generación, transmisión y distribución, expresaba en 1946 al encargar a la “Comisión de Tarifas” el diseño del nuevo pliego tarifario, los objetivos a alcanzar con el mismo: Las tarifas a implantarse para los servicios de casas-habitación, tendrían por finalidad, no sólo producir una rebaja en el precio actual de venta del kwh, sino también fomentar el empleo de aparatos de uso doméstico alimentados con energía eléctrica, como ser: heladeras, cocinas, estufas, calentadores de baño, máquinas para lavar ropa, etc.11 La política de abaratamiento de la energía para el uso de los hogares se complementó con el subsidio estatal de buena parte de la canasta de consumo de las “clases populares”; el pan, la leche, la carne fueron algunos de los bienes que gozaron de este beneficio. Por último, es necesario tener en cuenta que desde la puesta en práctica de los “consejos de salarios” –al promediar la década de 1940– se produjo un mejoramiento del 11 Usinas y Teléfonos del Estado: Boletín de Resoluciones Nº 2497. Resolución 46. 41963 del 17 de junio de 1946. Extraído de Carracelas, Ceni, Torrelli (2006). 22 poder adquisitivo de los asalariados que se reflejó en un incremento de 50% del salario real, entre 1945 y 1950 y un mantenimiento del nivel alcanzado, con tendencia al alza, hasta la segunda mitad de los años sesenta. Como queda de manifiesto en el Gráfico 8, hasta los años cincuenta se operaría la principal caída en la porción del salario destinada al pago de electricidad. El tercer período identificable se ubica entre 1963 y 1985. Si bien no contamos con información anual como para detectar cuándo se produce el cambio de tendencia, hacia 1975 el costo de la electricidad en los salarios se había incrementado más que el consumo promedio de las viviendas y lo mismo vuelve a observarse hacia 1985. La demanda de electricidad se habría incrementado como consecuencia de la incorporación de bienes intensivos en este tipo de energía en los hogares. Al mismo tiempo, desde la empresa proveedora del servicio, se habrían tomado medidas para encarar los problemas derivados de un creciente desfinanciamiento. Según Carracelas et al. (2006) la política de subsidios a los sectores productivos y a los hogares incidió negativamente en las utilidades, conspirando contra una necesaria política de inversiones. En futuras etapas de la investigación deberá realizarse un análisis más profundo de los factores que incidieron en los cambios producidos entre los años sesenta y setenta, pero como hipótesis provisionales pueden manejarse las siguientes: a) un deterioro de los salarios reales que comenzaría a operarse entre 1968-1971 y que adquiriría un ritmo muy importante durante el período dictatorial (1973-1985); b) un cambio en el modelo de estructura tarifaria que encarece el consumo doméstico. Existe evidencia que hace plausible estas hipótesis. Especialmente en lo que respecta a los cambios en el pliego tarifario, hay un cambio muy pronunciado respecto a los treinta años anteriores. Según Carracelas et. al. (2006), entre fines de los años sesenta y mediados de los años ochenta “el aumento en términos reales del precio medio correspondiente a los consumos muy intensivos del sector residencial, es una política de desincentivo a este tipo de consumo que además de caracterizarse por ser suntuario, provoca mayores costos a la empresa, e incluso el riesgo de no poder hacer frente a la demanda en las horas de mayor consumo”. Parecería que los niveles de consumo alcanzados por el sector residencial y su modalidad de consumo –alta demanda en las “horas pico”- constituían un factor de desestabilización para la empresa que detentaba el suministro del servicio público de electricidad. A partir de entonces se impuso la tendencia a definir una nueva forma de cobrar el servicio en función del “costo marginal de cada cliente”. La novedad en el pliego tarifario fue la articulación del mismo para que reflejara los costos que los suscriptores originaban, agrupándolos según sus modalidades de consumo. Ello llevó a un encarecimiento relativo del consumo residencial. No obstante, es importante destacar que el hecho de que se opere un aumento en el consumo, junto al aumento de la participación de los gastos en electricidad en los ingresos de los asalariados, estaría dando cuenta del cambio operado en las pautas de consumo que implica mantener el uso de este tipo de energía. Pese a su encarecimiento relativo la 23 electricidad habría pasado a constituirse en un bien normal, incorporado a la canasta de consumo de las familias para satisfacer necesidades básicas. El cuarto y último escenario identificado –entre 1985 y 1996– muestra una tendencia similar a la observada en los cuarenta y cincuenta: crece notablemente el consumo de energía eléctrica con una participación decreciente de su costo en la canasta de los asalariados. El consumo de electrodomésticos de segunda generación (lavarropas automático, microondas, televisores, etc.) se constituye en el principal impulso a la demanda de energía eléctrica. Como puede observarse en el gráfico 10, una vez superada la crisis económica de la primera mitad de los años ochenta, se aprecia un comportamiento creciente en la importación de electrodomésticos y materiales para su construcción a nivel doméstico hasta mediados de los años noventa. 12El nivel alcanzado entonces se mantiene hasta el final de la década cuando se impone la recesión económica. Es de destacar que en la primera mitad de los noventa el incremento del uso de la electricidad en los hogares se explica por la demanda derivada de la generalización del uso de electrodomésticos. Esto respondió por una parte, a un tipo de cambio sobrevaluado que abarataba estos bienes intensivos en el uso energía eléctrica y por otra, a beneficiosos planes de financiación en los que participó la propia UTE. Gráfico 10 Importación de electrodomésticos, materiales para su fabricación y cantidad de TV color (1982=100) 1200 materiales importacion cantidad de TV Lineal (cantidad de TV) 1000 800 600 400 200 2005 2004 2003 2002 2001 2000 1999 1998 1997 1996 1995 1994 1993 1992 1991 1990 1989 1988 1987 1986 1985 1984 1983 1982 0 Fuente: CEPAL - Banco de datos de comercio exterior, BADECEL http://www.eclac.cl/badecel y Encuesta de Gastos e Ingresos de los Hogares 12 24 En definitiva, a lo largo del último cuarto del siglo XX, el consumo de energía eléctrica por vivienda se duplicó, al igual que la participación del gasto en electricidad en el salario medio. El fenómeno debe interpretarse como un reflejo del lugar que ha pasado a ocupar la electricidad en la estructura de consumo de los hogares y en la mejora de su calidad de vida. 25 6. Conclusiones Este trabajo aporta nueva evidencia sobre el consumo de energía eléctrica residencial en el largo plazo. Partiendo del supuesto de que este es un indicador de calidad de vida, se comparó con otros indicadores tradicionales de desarrollo humano, tales como el IDH y los ingresos de los asalariados. Una primera comparación entre IDH y energía eléctrica residencial mostró una correlación positiva en el largo plazo. La utilización de la energía eléctrica como indicador de calidad de vida permite afirmar la evidencia existente sobre las mejoras de la misma y su periodización. Además incorpora una nueva dimensión que permitiría complementar nuestra visión sobre la evolución de la calidad de vida, especialmente en el período más reciente, donde el IDH va perdiendo su poder explicativo. El consumo de energía eléctrica es resultado de una demanda derivada de la presencia en los hogares de bienes que contribuyen al mejoramiento de la calidad de vida en funciones de iluminación, cocción y calefacción-. La necesidad de ubicar en perspectiva comparada el desempeño del mismo, llevó a realizar un ejercicio con respecto a Estados Unidos. Este permitió constatar la existencia de una brecha mucho más pronunciada de la que podría esperarse, cuestionando así los niveles de IDH que muestran una tendencia convergente. Si bien somos concientes de la dificultad que implica medir niveles de vida relativos, este trabajo reafirma la necesidad de continuar buscando indicadores complementarios. Con respecto a la accesibilidad de la energía eléctrica nuestro trabajo identifica dos etapas: 1) hasta los años sesenta durante la incorporación de la energía eléctrica el valor de su consumo tendría una menor incidencia en los ingresos salariales y 2) en la segunda etapa, resultado de un cambio en las pautas de consumo, la demanda de energía eléctrica sigue aumentando a pesar de representar un mayor costo en términos de poder adquisitivo. Es decir, la energía eléctrica pasa a constituir un componente básico del bienestar y por lo tanto el análisis de su comportamiento aporta elementos sobre la evolución de la calidad de vida. Del análisis realizado puede concluirse que la relación entre el consumo de la energía eléctrica y el resto de los indicadores se comporta de manera no homogénea. El aumento de la esperanza de vida y la expansión del consumo de energía eléctrica estarían asociadas de manera directa en la medida que esta última implica mejoras de las condiciones de vida, de la higiene, del acceso a los servicios públicos, del confort al interior del hogar, generándose un círculo virtuoso entre crecimiento y expansión de ambas variables. Por otra parte, si bien la relación con la educación no es tan directa, ambos indicadores están reflejando un proceso global de desarrollo a lo largo del siglo XX. El presente trabajo constituye un primer esfuerzo por articular distintas líneas de investigación en Historia Económica sobre la compleja temática del mejoramiento de las condiciones de vida en el Uruguay a lo largo del siglo XX. Las interrogantes planteadas serán abordadas en futuros estudios. 26 7. Bibliografía Astorga, P. & V. FitzGerald. (1998), “The Standard of Living in Latin America During the Twentieth Century” Development Studies Working Paper N. 117, Queen Elizabeth House, St. Antony’s College, University of Oxford (May). Astorga, P., A.R. Bergés & V. FitzGerald. (2004): The Standard of Living in Latin America during the Twentieth Century. University of Oxford Discussion Papers in Economic and Social History 54. Becker, G., T. Philipson & R. Soares (2003), “The quantity and quality of life and the evolution of world inequality”. National Bureau of Economic Research, June. Cambridge. Bértola, L. & Bertoni, R. 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